En el Mictlan (inframundo) residía la dualidad Mictlantecuhtli y
Mictecacíhuatl, Señor y Señora del de los muertos
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Las almas y sus guías en el México prehispánico
En los relatos mitológicos suele presentarse
una figura de valor universal que no es deidad, pero los hombres la requieren
para mayor claridad en sus conceptos sobre la otra vida. Nos referimos al
elemento que lleva o acompaña a las almas a su destino final, al lugar donde morarán
después de haber vivido en este mundo; resulta por lo regular tranquilizante,
pero a veces tiene aspecto aterrador; es quien resuelve los problemas y se
enfrenta con el alma de los difuntos a los peligros del gran viaje.
En la literatura esotérica está de moda
denominarlos elementos “psicopompos”,
del griego psyché “alma” y pompós “conductor” o “guía”.
Hermes, el que lleva las almas al Hades, es una de las personalidades más
precisas con ese oficio, pero si somos cuidadosos, vamos a encontrarlos en cada
religión, con diferentes características, a veces amados y otras temidos, como
los estimables ángeles que conducen al cielo, o los pavorosos demonios que
llevan al infierno; ambos cumplen con una gestión difícil de desempeñar por el
espíritu solo.
En el México prehispánico hay varias figuras
de éstas que han sido poco sistematizadas, y pensamos que resultará interesante
hacer un primer intento. Los panteones mesoamericanos que conocemos parten de
relatos de frailes que llegaron en los siglos XVI y XVII, horrorizados siempre
por los “diablos” que veían en las deidades nativas, por lo cual apenas si nos
dejan ideas sensatas y desapasionadas de los númenes mexicas, tlaxcaltecas,
tarascos, mayas -y de algunas otras culturas menos conocidas a los que procuraron
exterminar para colonizar lo más pronto posible. Por comparación y deducciones
penetramos a panteones anteriores, como el teotihuacano o el zapoteca, pero al
redactar nos damos cuenta de nuestra profunda ignorancia porque nada podemos
afirmar con seguridad. Como dije, trataré de reconocer las figuras psicopompas
indiscutibles de la mitología prehispánica del altiplano central de México y de
Izapa (sitio olmeca-maya de Chiapas), y aunque pudieran en el futuro cambiarse
las ideas, se habrá ganado el principio de una buena intención.
La prehistoria
Interesante
resulta que desde la prehistoria, unos 5 000 años antes de nuestra era, se
acompañara a los muertos importantes con personas1 y animales sacrificados, lo cual puede
entenderse de cuatro maneras: a) personas y animales acompañaban al muerto
distinguido a la otra vida, simplemente; b) personas y animales le servían de
ayuda para llegar a su destino final, en cuyo caso su papel no era de compañía,
sino de guía y servicio; c) las personas sacrificadas eran compañía y los
animales guía; d) los humanos sacrificados acompañaban, mientras que los
animales servían de guía y de alimento a todos los humanos. Nos gustan b,
c y d, y debemos pensar que fungían como figuras
psicopompas, tanto hombres como animales.
El horizonte Preclásico
Grosso modo podemos aplicar la cronología de 2000 años a.C. a 200 d.C., cuando
las aldeas campesinas, de gobierno clánico y tribal, nacieron, crecieron y
acabaron en su mayoría sometidas a los pujantes Estados teocráticos
primigenios.
Fueron animistas las religiones aldeanas, las
cosas y los fenómenos naturales eran vistos como si tuvieran vida propia,
voluntad; el alma humana fue concebida muy emparentado con la naturaleza, no
como parte de una deidad, sino como el alter ego, el otro yo
de los seres humanos, idéntica en individuos comunes pero en los jefes, grandes
sacerdotes o grandes líderes, se imaginó con propiedades especiales para
convertirse en animales depredatorios como el búho, el águila, el murciélago,
el coyote o el tigre. Los dioses se duplicaban en la grandiosidad de la
naturaleza: el agua, el sol y la luna, el viento, los montes, los lagos; o bien
en plantas fundamentales y por lo tanto sagradas, como el maíz o los hongos
alucinógenos.
Según podemos deducir de las ofrendas
funerarias, en este horizonte, al momento de la muerte el alma no tenía más
alternativa que un viaje al inframundo, para el cual requería de comidas,
bebidas, instrumentos de trabajo que le permitieran continuar el oficio en el
más allá, y de compañía, que podía ser humana y animal. La posibilidad de otros
destinos que no fueran el Mictlan, como el Tonatiuhichan o cielo del sol,
apenas se vislumbra en algunas máscaras dobles y figurillas femeninas que
pueden verse como del sol y Cihuateteo incipientes; y en cuanto al Tlalocan, no
hay más datos hasta ahora que las vasijas de Tlapacoya.
Desde las primeras sistematizaciones de las
culturas “de los cerros”, arcaicas, preclásicas, o aldeanas, los estudiosos nos
advirtieron que los esqueletos presentaban una orientación variada, pero que
era más frecuente que su cráneo señalara hacia el oriente, buscando un buen
renacimiento, como el del sol de cada día. No conocemos sus costumbres de
mortaja, pero al parecer solían enterrarlos enredados en petates.
Con el paso del tiempo, tanto los humanos
como los animales sacrificados fueron sustituyéndose por figuras de barro,
seguramente por lo oneroso que resultaba la pérdida de esclavos y de animales.
Estas figurillas de compañía funeraria se empezaron a generalizar en
Mesoamérica por 1500 a.C., conociéndoseles en la fase Ajalpa de Puebla, Tierras
Largas de Chiapas, en la región del Soconusco, etcétera. Al principio fueron
burdas y es fácil deducir que no importaba su apariencia, sino que estuvieran
con el difunto y le ayudaran a llevar una vida semejante a la que había
acostumbrado aquí.
Para el Preclásico Medio -900-400 a.C. las
figurillas son más cuidadas, pero con la intrusión olmeca se consiguen los
tipos C, C-D y D que son de alta calidad estética. Esto nos hace pensar que las
ponían como una asociación definitiva: para ser utilizadas como pareja sexual,
como madres de sus hijos; para divertir al difunto iban bailarinas y enanos,
shamanes para su protección así como hombres deformes, perros para comer y de
guía, jugadores dé pelota para entrenarse, niños para solazarse, y algunas
otras piezas con personalidad esotérica que no podemos reconocer.
La principal figura psicopompa, la que guiaba
por los difíciles caminos para llegar al destino final, con toda seguridad era
ya el perro, oficio que mantuvo hasta el momento de la conquista, cuando
Sahagún recogió este mito. En el Preclásico Superior del Occidente de Mesoamérica,
los perros psicopompos llegaron a ser obras de arte universal: los encontramos
jugando, comiendo elotes, peleando, o simplemente vigilando a su amo. Eran
rojos, tal como los describe la crónica que mencionamos, y se encuentran
siempre en tumbas y entierros.
De los botellones con figuras de tlaloques -deidades
que acompañaban a los difuntos de gran alcurnia- encontrados en Tlapacoya,
dentro de la pirámide, pensamos que además de guardar comida y bebida llevaban
a las almas de tan importantes personajes a un cielo especial que no era el
Mictlan, pero no estamos seguros de que fuera el Tlalocan, porque entonces
necesitarían como requisito haber muerto ahogados o por un rayo, y carecemos
del dato, aun cuando pudiera suponerse por la situación lacustre del lugar. Ahí
acostumbraron entierros múltiples, pero no en las tumbas de la pirámide, sino
en las habitaciones de los principales, lo cual nos habla de parientes o
esclavos sacrificados como compañía funeraria y como posibles elementos
psicopompos.
El horizonte Protoclásico
En un sitio del actual estado de Chiapas, en
Izapa, hacia 300 a.C., encontramos una nueva figura psicopompa representada en
la Estela 9: una figura solar que asciende al cielo; lleva en su mano derecha
un palo de juego de pelota, y con su brazo izquierdo carga a un jugador de
pelota que lleva su bate en la mano izquierda. La figura solar tiene grandes
alas de mariposa preciosa, relatándonos con ello que ya se asociaban al sol los
insectos de colores y las almas de los jugadores guerreros, como lo dice
Sahagún. ¿Nos es dable, entonces, deducir que desde esas épocas aparece el mito
del sol con séquito de jugadores soldados muertos en la lid?
Aparte de Izapa, en el Protoclásico no
tenemos más indicios de esas ideas.
El horizonte Clásico
Durante este horizonte -300-900 d.C. se
definen los mitos que llegan hasta el siglo XVI, de eso no cabe dada; es más,
se elabora la religión a alturas que no alcanza la época militarista siguiente,
la cual es un sincretismo de los logros clásicos y de las creencias bárbaras
que los destruyeron.
Sin embargo, no tenemos figuras psicopompas
bien definidas, como la estela izapeña que describimos, o como los perros de
Occidente. Los centros ceremoniales abundan en representaciones del sol, el que
a veces está junto con águilas o guacamayas que son sus aves mensajeras, pero
hay que trabajar mucho para encontrar asociaciones tan claras como los anillos
del juego de pelota de Xochicalco, que en forma de cabeza de guacamaya
envuelven a la pelota-sol cuando pasa por ellos. Quizás estemos autorizados a
pensar que esas aves eran las encargadas de llevar al cielo del sol a los
jugadores perdedores que eran decapitados en sacrificio.
Hasta que no tengamos más precisos los mitos
de la época clásica, deberemos suponer que las águilas y las guacamayas eran
los únicos elementos psicopompos de esos tiempos. Es posible que las mujeres
muertas en el parto, las posteriores Cihuateteo, hayan aparecido en el
Preclásico, pero no hemos encontrado su rastro en el Clásico más que en la Costa
del Golfo; ellas no eran psicopompas, pero formaban parte de la corte solar con
los guerreros y los sacrificados, lo cual nos forma el cuadro descrito por el
muy mencionado Sahagún.
Las mariposas y los pájaros de pluma fina,
que también son habitantes del cielo y tienen que ver con la forma de las almas
humanas que ahí habitan o regresan a la tierra, son muy representados y
apreciados en Teotihuacan, lo cual hay que analizar con más cuidado.
El horizonte Posclásico
Este horizonte -900-1521 tiene dos momentos
en el altiplano de México: el de los toltecas de Tula y el de los chichimecas
tardíos, cuya capital principal se funda en Tenochtitlan en 1325. El cuerpo
mítico clásico se ve alterado por conceptos mágico-religiosos menos elaborados,
de tipo clánico; ambas cosmovisiones se sincretizaron en forma poco clara,
manejando el pueblo ideas fácilmente comprensibles, mientras que las teorías
complejas quedaron como material iniciático sacerdotal.
A pesar de todo, este horizonte es el mejor
documentado, porque si ciertamente los españoles destruyeron sus escritos y
mataron a muchos sabios, algunos códices se conservaron y se hicieron
recopilaciones importantes de sus conocimientos y costumbres, tanto por indios
cultos como por frailes y colonizadores, además de europeos no residentes aquí
que fueron enviados para hacer investigaciones especiales sobre todo en
medicina, geografía, zoología y botánica.
Desde la anterior época, las figurillas de
barro tuvieron usos variados y no sólo como compañía funeraria. Se pusieron de
ofrendas a las deidades de la tierra, de los cerros, del agua, también para
ornamentar lugares sagrados y para propiciar númenes que afectaban encrucijadas
o pasos peligrosos. Se enterraron, arrojaron al agua, se colocaron en altares
superficiales, y nosotros las encontramos rotas por todas partes. Pero aún
continuó la costumbre de colocarlas con los cadáveres -aunque en mucha menor
escala-, de manera que las debemos seguir considerando elementos psicopompos.
Sahagún precisa aquí la importancia de la ayuda del perrillo de color bermejo
que era montado por almas de hombres buenos para pasar el río Chiconahuapan,
uno de los más difíciles tramos del inframundo, que se debía atravesar para
llegar ante Mictlantecuhtli. La arqueología abunda en datos de esqueletos de
perros asociados a entierros.
Los animales representados en vasos de
sangre, recipientes que recibían los corazones de los sacrificados, águilas y
tigres, tuvieron la obligación de llevar dichas ofrendas -consideradas
alimentos sagrados a las deidades correspondientes: las águilas al sol, mito
que mucho se repite, y los tigres al Mictlan por su calidad ancestral de animal
nocturno, frío y terrestre. Este segundo mito no lo encontramos y resultaría
contradictorio porque se ha dicho que todos los muertos por sacrificio
acompañaban al sol en su trayecto matutino, y el animal que debía conducir sus
almas era en consecuencia el águila. ¿Qué papel jugaba entonces el tigre en la
concepción sacrificial chichimeca, ya que en frisos lo descubrimos desde Tula y
Chichén-Itzá? Me parece que la escultura de Teoyaomiqui (conocida por
Coatlicue) nos puede ayudar a entender esta sutileza.
La monumental obra tiene en su base un
bajorrelieve desconcertante porque hallamos una figura con rasgos
característicos de Tláloc, dios del agua, identificable por sus anteojeras y
por su bigotera; también lleva el collar de Xochipilli, deidad de las flores,
la germinación, los palacios, los señores principales y de alguna manera de las
plantas alucinógenas y de los jugadores de pelota; por otro lado, reconocemos a
Mictlantecuhtli, señor del inframundo, con su parado de rana y adornado con
cráneos; y finalmente encontramos un elemento solar y guerrero: un escudo
ornamentado con un quincunce cósmico y plumas de quetzal. Pensando mucho,
podríamos sugerir que se quieren presentar todos los destinos del alma,
sintetizando los rasgos que caracterizan a los dioses que los presiden: Tláloc
el Tlalocan; Mictlantecuhtli el Mictlan; el quincunce y el escudo es Tonatiuh,
el sol que preside el Tonatiuhichan; y por último Xochipilli, que se identifica
con todas las flores, puede figurar la sangre, o ser las plantas alucinógenas
usadas para que perdieran la conciencia los señalados para el sacrificio. Se
antoja una portentosa síntesis de los conceptos sobre el fin de la vida
material y su continuación espiritual, además de que está advirtiendo que es la
base de un discurso sobre la muerte, y podemos pensar que se exalta a la muerte
gloriosa en el total del desarrollo estético-filosófico de la pieza.
Un par de potentes garras de tigre, con
plumones, cascabeles y plumas finas, se posan sobre la deidad del mundo de los
muertos. Desde la época olmeca, el tigre representó a la tierra, lo
subterráneo, lo oscuro, húmedo y frío. Del hocico abierto del ocelote, que
encarnaba los orígenes terrestres, salían los grandes personajes, según se ve
en los altares de la Costa del Golfo. El tigre era una vía: utilizándolo se
atravesaba el inframundo y por su boca se salía a la superficie. Ésa es la idea
que da la escultura: las garras felinas sirven de salida a las almas de los
muertos, para que suban al cielo del sol por la vía del sacrificio de sangre.
A lo largo y a lo ancho de la gran pieza se
relatan las diferentes clases de sacrificio humano: el de corazón, con cuatro
de ellos ensartados en el collar; el de corte de manos, con seis de ellas
igualmente formando parte del collar, y con los brazos mutilados de la pieza,
de los cuales brotan chorros de sangre en forma de serpiente. La decapitación
es lo más obvio, se le ha degollado y salen de su cuello dos cabezas de
serpiente que chocan sus hocicos en el centro, y sus lenguas, de manera
picassiana, forman una lengua bífida bajo los colmillos. Por último, la
costumbre de exhibir los cráneos descarnados se localiza en uno frontal que es
el centro del collar, y otro trasero que es el centro del cinturón. Todo es una
alegoría al sacrificio y a la muerte sagrada, porque asimismo se nota la
presencia de las Cihuateteo, mujeres muertas en el primer parto, de quienes se
buscaban sus brazos para elaborar amuletos que sirvieran a los guerreros y a
los ladrones; encontramos como símbolo de ellas las extremidades mutiladas y
los senos muertos y flácidos, además de un grueso chorro de sangre que cae en
medio de las patas de la escultura, que describe un mal parto. La falda, en
este caso de serpientes, en otras esculturas de Teoyaomiqui es de corazones
cortados, y representa a la totalidad de los muertos gloriosos, a toda la
sangre ofrecida a los dioses, al alimento sagrado, a la forma en que el hombre
mantiene a sus deidades y conserva el orden cósmico.
Don Antonio de
León y Gama2 llama a esta maravillosa escultura
“Teoyamicqui”; él no inventó el término, por el contrario, acepta que tuvo
mucha dificultad en reconocer los monolitos a que se refiere en su obra, y
debió consultar a autores del siglo XVI, a religiosos de su época que eran
avezados historiadores y a algunos indios que conservaban memoria oral. Él la
describe como la pareja de Huitzilopochtli, encargada de llevarle las almas de
los enemigos sacrificados y de los muertos en la guerra. Todo esto lo he
trabajado en otra ocasión y voy a permitirme remitir a los interesados a la
bibliografía.3
Esta escultura fue
vista como una deidad precisa, como la “diosa de los enemigos muertos en la
guerra”, tomando los sustantivos téotl, “dios o diosa”; yáotl, “enemigo
de guerra”, y micqui, muerto; pero no todos los autores
separan igual este término y desde el siglo pasado está en discusión la manera
correcta de escribirlo. Otros lo han entendido como “morir en la guerra divina,
en defensa de los dioses”,4 lo cual estaría proponiendo que
Teoyaomiqui no era una diosa, sino un monumento al hecho honroso de sucumbir en
la guerra, de ser sacrificado o perecer en el primer parto; el emblema
escultórico partiría de los tres cielos que son el bajorrelieve de la base,
para elevarse al mejor de ellos, al cielo del sol, donde habitan los valientes,
los que han fenecido de la manera más sangrienta. Recordemos que no era una
pieza, sino al parecer cuatro las que ornamentaban el gran teocalli y
que tres de ellas fueron destruidas en la Colonia y reutilizadas como piedras
de molino, salvándose únicamente la que conocemos. Nunca se ponen cuatro
efigies de una deidad en un sitio sagrado, pero sí puede hacerse cuando son
ornamentos, alegorías, poemas en piedra, en este caso a la muerte gloriosa.
Sólo se entiende
producida por un pueblo que había construido su Estado sobre el terror, el
sacrificio humano, el cual diezmaba constantemente las milicias enemigas y
mantenía un ambiente psicológico de aceptación al tributo. La guerra florida
apuntalaba la educación militar de los mexica, aseguraba que los ejércitos
enemigos no fuesen fuertes y proporcionaba momentos religiosos importantes y
profundos al inmolar a los cautivos de las batallas fingidas.
Robelo nos dice:
“En esta guerra era en la que la Teoyaomicqui recogía las almas de los muertos;
pero entonces formaba una dualidad con Huitzilopochtli, el cual tomaba el
sobrenombre de Teoyaotlatohua.”5
Concretando lo anterior, tenemos tres
proposiciones para la interpretación del monumento llamado “Coatlicue”:
1. No puede aceptarse que sea vista como la
efigie de la madre de los dioses sólo porque tiene falda de serpientes, ya que
ese reptil presenta un variadísimo simbolismo en el mundo prehispánico.
2. León y Gama la ve como la diosa de los
enemigos sacrificados o muertos en batalla.
3. Robelo piensa (dicho a mi manera) que es
un concepto materializado, una oda a la muerte gloriosa o de guerra florida.
Si observamos esculturas más pequeñas que
tienen las mismas características y a las que por facilidad de clasificación se
les ha llamado también “coatlicues”, y que han salido de diversas excavaciones
en el Distrito Federal, vemos que las constantes son el collar de manos y
corazones, la cabeza cortada o con cráneo descarnado, y una falda que puede ser
de serpientes o de corazones. Entonces nos queda claro que es una deidad
femenina, no un concepto, y que se relaciona con la muerte sacrificial relatada
en el collar.
En el Códice Manuscrito Anónimo Hispano-Mexicano de
Florencia, clasificado como Cód. Magl. XIII, II, 3, en la página 64 v. se
presenta un numen con las mismas características de las esculturas en
discusión: collar de corazones, garras de águila en las cuatro extremidades,
cráneo descarnado y una serpiente de cascabel entre las piernas; dato aparte es
su cabellera pintada como si fuera la tierra y dentro de ella, enterrados,
están más manos y corazones cortados; en la boca exhibe un cuchillo
ensangrentado como el que lucen los cráneos del Templo Mayor encajado en la
oquedad nasal y que significa “muerto en sacrificio”.
La explicación en español del siglo XVI reza:
“Esta es una figura que ellos llaman cicimitl que
quiere decir ‘una saeta’ y lo pintaban como a un hombre muerto ya descarnado sino
solo entero en los huesos y lleno de corazones y de manos alrededor del
pescuezo y de la cabeza.” No hay mayor detalle, pero para nosotros es la
aclaración definitiva de que es un numen, no un concepto, y es una figura
psicopompa que, con garras de águila o tigre, llevaba las almas de los
sacrificados, de los soldados caídos en campaña y de las mujeres muertas en
parto, al cielo del sol. Quedan por comentar en el futuro las páginas XV de
los tonalámatl, donde Teoyaomicqui se reconoce por tener en el
cuello una serpiente de doblé cabeza que parece estrangular a la figura, y que
está frente a una gran Cihuatéotl amenazante, con cráneo descarnado, serpientes
enroscadas en las piernas y garras y plumaje de águila; los elementos de la
escultura se vuelven a encontrar, además de que se trata de la fiesta de
Panquetzaliztli, la más grande dedicada al sol en su versión de
Huitzilopochtli.
Concluyendo, para
el horizonte militarista o Posclásico encontramos contundentes tres elementos
psicopompos: los perros, las figurillas de barro y la Teoyaomiqui, deidad
asociada a Huitzilopochtli. Los primeros conducían a las almas al Mictlan,
mientras que la tercera las llevaba al Tonatiuhichan.
López Austin6 cita que los dioses presidentes de cada
cielo llamaban a las almas que les correspondía gobernar: Huitzilopochtli y
Cihuacóatl Quilaztli, Tláloc y Chalchiuhtlicue, y Mictlantecuhtli y
Mictlancacíhuatl o Mictecacíhuatl; según el autor citado, cada dios mandaba a
los hombres que escogía el tipo de muerte adecuado para que viajasen en sus
dominios, pero no nos habla de elementos que facilitasen su arribo.
Con toda seguridad, investigaciones
cuidadosas irán dando otras figuras psicopompas, pero por lo pronto son éstas
las que encontramos bien delineadas.
ANEXO 1 7
Comienza el apéndice del tercer libro
Capítulo I
De los que iban al infierno y de sus
obsequias
1. Lo que dijeron y supieron los naturales
antiguos y señores de esta tierra, de los difuntos que se morían, es: que las
ánimas de los difuntos iban a una de tres partes: la una es el infierno, donde
estaba y vivía un diablo que se decía Mictlantecutli, y por otro nombre
Tzontémoc, y una diosa que se decía Mictecacíhuatl que era mujer de
Mictlantecutli;
2. y las ánimas de los difuntos que iban al
infierno, son los que morían de enfermedad, ahora fuesen señores o principales,
o gente baja, y el día que alguno se moría, varón o mujer o muchacho, decían al
difunto echado en la cama, antes que lo enterrasen:
3. !Oh hijo! ya habéis pasado y padecido los
trabajos de esta vida; ya ha sido servido nuestro señor de os llevar, porque no
tenemos vida permanente en este mundo y brevemente, como quien se calienta al
sol, es nuestra vida; hízonos merced nuestro señor que nos conociésemos y
conversásemos los unos a los otros en esta vida y ahora, al presente ya os
llevó el dios que se llama Mictlantecutli, y por otro nombre Aculnahuácatl o
Tzontémoc, y la diosa que se dice Mictecacíhuatl, ya os puso por su asiento,
porque todos nosotros iremos allá, y aquel lugar es para todos y es muy ancho,
y no habrá más memoria de vos;
4. y ya os fuisteis al lugar obscurísimo que
no tiene luz, ni ventanas, ni habéis más de volver ni salir de allí, ni tampoco
más habéis de tener cuidado y solicitud de vuestra vuelta.
5. Después de os haber ausentado para siempre
jamás, habéis ya dejado [a] vuestros hijos, pobres y huérfanos y nietos, ni
sabéis cómo han de acabar, ni pasar los trabajos de esta vida presente; y nosotros
allá iremos a donde vos estuviéredes antes [de] mucho tiempo.
6. Después de esto hablaban y decían al
pariente del difunto diciéndole: “!Oh hijo!, esforzaos y tomad ánimo, y no
dejéis de comer y beber, y [a] quiétese vuestro corazón.
7. ¿Qué podemos decir nosotros a lo que dios
hace? ¿Por ventura esta muerte aconteció porque alguno nos quiere mal, o hace
burla de nosotros? Es por cierto porque así lo quiso nuestro señor que este
fuese su fin. ¿Quién puede hacer que una hora o un día sea alargado a nuestra
vida presente, en este mundo?
8. Pues que esto es así, tened paciencia para
sufrir los trabajos de esta vida presente y [que] la casa donde éste vivía
esperando la voluntad de dios, yerma y obscura de aquí adelante, y no tengáis
más esperanza de ver a vuestro difunto.
9. No conviene que os fatiguéis mucho por la
orfandad y pobreza que os queda; ¡esforzaos, hijo, no os mate la tristeza!
Nosotros hemos venido aquí a os visitar y a consolar con estas pocas palabras,
como nos conviene hacer a nosotros, que somos padres viejos, porque ya nuestro
señor llevó a los otros, que eran más viejos y antiguos, los cuales sabían
mejor decir palabras consolatorias a los tristes. Y con esto ponemos fin a
nuestra plática, los que somos vuestros padres y madres; quedaos a dios.
10. Y luego los viejos ancianos y oficiales
de tajar papeles cortaban y aderezaban y ataban los papeles de su oficio, para
el difunto y después de haber hecho y aparejado los papeles tomaban al difunto
y encogíanle las piernas y vestíanle con los papeles y lo ataban; y tomaban un
poco de agua y derramábanla sobre su cabeza, diciendo al difunto:
11. Esta es la de que gozasteis viviendo en
el mundo; y tomaban un jarrillo lleno de agua, y dánselo diciendo: Veis aquí
con que habéis de caminar; y poníansele entre las mortajas, y así amortajaban
el difunto con sus mantas y papeles, y atábanle reciamente; y más daban al
difunto todos los papeles que estaban aparejados, poniéndolos ordenadamente
ante él, diciendo:
12. Veis aquí con que habéis de pasar en medio
de dos sierras que están encontrándose una con otra; y más le daban al difunto
otros papeles, diciéndole: Veis aquí con que habéis de pasar el camino donde
está una culebra guardando el camino.
13. Y más daban otros papeles diciendo: Veis
aquí con que habéis de pasar a donde está la lagartija verde, que se dice
xochitónal;
14. y más decían al difunto: Veis aquí con
que habéis de pasar ocho páramos;
15. y más daban otros papeles diciendo: Veis
aquí con que habéis de pasar ocho collados; y más decían al difunto: Veis aquí
con que habéis de pasar el viento de navajas, que se llama itzehecayan, porque
el viento era tan recio que llevaba las piedras y pedazos de navajas.
16. Por razón de estos vientos y frialdad
quemaban todas las petacas y armas y todos los despojos de los cautivos, que
habían tomado en la guerra, y todos sus vestidos que usaban; decían que estas
cosas iban con aquel difunto y en aquel paso le abrigaban para que no recibiese
gran pena.
17. Lo mismo hacían con las mujeres que
morían, que quemaban todas las alhajas con que tejían e hilaban, y toda la ropa
que usaban para que en aquel paso las abrigasen de frío y viento grande que
allí había, al cual llamaban itzehecayan, y el que ningún hato tenía sentía
gran trabajo con el viento de este paso.
18. Y más, hacían al difunto llevar consigo
un perrito de pelo bermejo, y al pescuezo le ponían hilo flojo de algodón;
decían que los difuntos nadaban encima del perrillo cuando pasaban un río del
infierno que se nombra Chiconahuapan;
19. y en llegando los difuntos ante el diablo
que se dice Mictlantecutli ofrecíanle y presentábanle los papeles que llevaban,
y manojos de teas y cañas de perfumes, e hilo flojo de algodón y otro hilo
colorado, y una manta y un maxtli y las naguas y camisas y todo hato de mujer
difunta que dejaba en el mundo todo lo tenían envuelto desde que se moría.
20. A los ochenta días lo quemaban, y lo
mismo hacían al cabo del año, y a los dos años, y a los tres años, y a los
cuatro años; entonces se acababan y cumplían sus obsequias, según tenían
costumbre, porque decían que todas las ofrendas que hacían por los difuntos en
este mundo, iban delante el diablo que se decía Mitlantecutli;
21. y después de pasados cuatro años el
difunto se sale y se va a los nueve infiernos, donde está y pasa un río muy
ancho y allí viven y andan perros en la ribera del río por donde pasan los
difuntos nadando, encima de los perritos.
22. Dicen que el difunto que llega a la
ribera del río arriba dicho, luego mira el perro [y] si conoce a su amo luego
se echa nadando al río, hacia la otra parte donde está su amo, y le pasa a
cuestas.
23. Por esta causa los naturales solían tener
y criar los perritos, para este efecto; y más decían, que los perros de pelo
blanco y negro no podían nadar y pasar el río, porque dizque decía el perro de
pelo blanco: yo me lavé; y el perro de pelo negro decía: yo me he manchado de
color prieto, y por eso no puedo pasaros. Solamente el perro de pelo bermejo,
podía bien pasar a cuestas a los difuntos, y así en este lugar del infierno que
se llama Chiconaumictlan, se acababan y fenecían los difuntos.
24. Y más dicen que después de haber
amortajado al difunto con los dichos aparejos de papeles y otras cosas, luego
mataban al perro del difunto, y entrambos los llevaban a un lugar donde había de
ser quemado con el perro juntamente.
25. Y dos de los viejos tenían especial
cuidado y cargo de quemar al difunto, y otros viejos cantaban; y estándose
quemando el difunto los dichos dos viejos, con palos estaban alanceando al
difunto; y después de haber quemado al difunto cogían la ceniza y carbón y
huesos del difunto y tomaban agua diciendo: Lávese el difunto; y derramaban el
agua encima del carbón y huesos del difunto, y hacían un hoyo redondo y lo
enterraban.
26. Y esto hacían así en el enterramiento de
los nobles como de la gente baja; y ponían los huesos dentro de un jarro u olla
con una piedra verde que se llama chalchihuitl, y lo enterraban en una cámara
de su casa, y cada día daban y ponían ofrendas en el lugar donde estaban
enterrados los huesos del difunto.
27. Y más dicen que al tiempo que se morían
los señores y nobles les metían en la boca una piedra verde que se dice
chalchihuitl; y en la boca de la gente baja, metían una piedra que no era tan
preciosa, v de poco valor, que se dice texoxoctli o piedra de navaja, porque
dicen que la ponían por corazón del difunto.
28. Y para los señores que se morían hacían
muchas y diversas cosas de aparejos de papeles, que eran un pendón de cuatro
brazas de largura, hecho de papeles y compuesto con diversos plumajes;
29. y así también mataban veinte esclavos y
otras veinte esclavas, porque decían que como en este mundo habían servido a su
amo asimismo han de servir en el infierno; y el día que quemaban al señor luego
mataban a los esclavos y esclavas con saetas, metiéndoselas por la olla de la
garganta, y no los quemaban juntamente con el señor sino en otra parte los
enterraban.
Capítulo II
De los que iban al paraíso terrenal
1. La otra parte donde decían que se iban las
ánimas de los difuntos es el paraíso terrenal, que se nombra Tlalócan, en el
cual hay muchos regocijos y refrigerios, sin pena ninguna; nunca jamás faltan
las mazorcas de maíz verdes, y calabazas y ramitas de bledos, y ají verde y
jitomates, y frijoles verdes en vaina, y flores;
2. y allí viven unos dioses que se llaman
Tlaloque, los cuales se parecen a los ministros de los ídolos que traen
cabellos largos.
3. Y los que van allá son los que matan los
rayos o se ahogan en el agua, y los leprosos, bubosos y sarnosos, gotosos e
hidrópicos;
4. y el día que se morían de las enfermedades
contagiosas e incurables, no los quemaban sino enterraban los cuerpos de los
dichos enfermos, y les ponían semillas de bledos en las quijadas, sobre el
rostro; y más, poníanles color de azul en la frente, con papeles cortados, y
más, en el colodrillo poníanles otros papeles, y los vestían con papeles, y en
la mano una vara.
5. Y así decían que en el paraíso terrenal
que se llamaba Tlalócan había siempre jamás verdura y verano.
Capítulo III
De los que iban al cielo
1. La otra parte a donde se iban las ánimas
de los difuntos es el cielo, donde vive el sol.
2. Los que se van al cielo son los que
mataban en las guerras y los cautivos que habían muerto en poder de sus
enemigos: unos morían acuchillados, otros quemados vivos, otros acañavereados,
otros aporreados con palos de pino, otros peleando con ellos, otros atábanles
teas por todo el cuerpo y poníanles fuego, y así se quemaban.
3. Todos estos dizque están en un llano y que
a la hora que sale el sol, alzaban voces y daban grito golpeando las rodelas, y
el que tiene rodela horadada de saetas por los agujeros de la rodela mira al
sol, y el que no tiene rodela horadada de saetas no puede mirar al sol.
4. Y en el cielo hay arboleda y bosque de
diversos árboles; y las ofrendas que les daban en este mundo los vivos, iban a
su presencia y allí las recibían;
5. y después de cuatro años pasados las
ánimas de estos difuntos, se tornaban en diversos géneros de aves de pluma
rica, y color, y andaban chupando todas las flores así en el cielo como en este
mundo, como los zinzones lo hacen.
Figura 1. Elementos de compañía y de guía de las almas. Horizonte
Preclásico. Dibujos tomados de Las alturas preclásicas de la cueva de
México, de Román Piña Chán.
Figura 2. Vasija de barro en forma de perro. Preclásico Superior. Se ponían
como compañía funeraria, guía y alimento para los difuntos del Occidente de
México.
Figura 3. Estela 9 de Izapa (300 a.C.-300 d.C.).
Representa al sol con alas de mariposa
preciosa, que sube del juego de pelota al ciclo, por lo cual lleva un bate en
la mano derecha. En su brazo izquierdo carga el alma de un jugador muerto (con
su bate en la mano izquierda) para que vaya a formar parte de su séquito.
Figura 4. Talla en la base de la escultura de Teoyaomiqui. Representa a las
deidades de los cielos a donde van las almas de los difuntos: Mictlantecuhtli
está presente en los cráneos descarnados y la pose de las extremidades
abiertas; Tláloc en la bigotera y anteojera; Tonatiuh en el escudo de guerrero
con quincunce central. También se notan elementos de Xochipilli, y quizá de
Ometecuhtli.
Figura 5. Escultura monumental, monolítica, de Teoyaomiqui, deidad pareja de
Huitzilopochtli encargada de llevar las almas de los sacrificados y de los
guerreros muertos en batalla al cielo del sol. Sus elementos describen las
formas de sacrificio: manos cortadas, corazones arrancados, decapitación, corte
de brazos. Toda esa sangre, en forma de serpientes, brota formando extrañas
extremidades y una cabeza cuyos rasgos se completan en el entrelace de los
perfiles de dos víboras.
Figura 6. Coatlicue, la madre de
los dioses, con el cráneo descarnado señalando su naturaleza terrestre, muy
diferente a Teoyaomiqui porque no porta ninguna representación de elementos
relacionados con el sacrificio. Muchas esculturas de ella llevan faldas de
serpientes y a veces tienen oquedades en el cráneo, pues seles implantaba pelo
humano como ornamento y ofrenda.
Figura 7. ¿Ce ce mitl o Teoyaomiqui?
Figura femenina de la página 64v. del Magliabecchiano, con las
características de la Teoyaomiqui, excepto por las extremidades que no son de
tigre sino garras de águila, animal con el oficio de mensajero del sol, que
llevaba los corazones de los guerreros propios y enemigos, del vaso sacrificial
al cielo. Manos y corazones ornamentan su cuello y cabeza, y una serpiente cae
entre sus patas representando la sangre de un mal parto. En la oquedad de su
boca lleva el cuchillo de obsidiana, elemento que se repite en las rodillas. Su
falda es de sangre y la rematan caracoles cortados.
Cihuatéol
Figura 8: Cihuatéotl, Teoyaomiqui. La página 15 del tonalámatl del Borbónico enumera
los detalles religiosos de la fiesta de Panquetzaliztli, la más grande dedicada
a Huitzilopochtli, el sol y el numen de la guerra. Los elementos principales
son una Cihuatéotl con cráneo descarnado y vestida con plumaje de águila,
animal mensajero del sol. Abajo a la izquierda está Teoyaomiqui, deidad
decapitada, con dos serpientes en su cuello que deben interpretarse como
chorros de sangre, igual que en la monumental escultura del Museo Nacional,
unidad que debe entenderse como que los sacrificados en esa fiesta también eran
llevados por las águilas al cielo donde mora el sol.
Teoyaomiqui
Bibliografía
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Sobre la autora
Beatriz Barba de Piña Chán
Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH.
Citas
1.
Mac Neish, 1964.
2.
León y Gama, 1978.
3.
Barba, 1987, pp.
96 -121.
4.
Robelo, 1980, vol.
2, p. 531.
5.
Op. cit., p. 531.
6.
López Austin,
1975, pp. 31-32.
7.
Sahagún, 1956,
vol. I, Apéndice del libro 3 a la Historia general de las casas de Nueva
España, capítulos I, II y III, pp. 293-298.
https://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=1554
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