Biblioteca palafoxiana
Libros jesuitas
Incautados y proscritos
La Presencia de libros sobre cuestiones morales
Escritos por teólogos jesuitas (al lado de
otros igualmente valiosos, sobre temas científicos también incautados a la
Compañía de Jesús) resulta sorprendente en una biblioteca fundada por Palafox.
La paradoja es mayor cuando se advierte
que esas obras destinadas a servir de guía en los dilemas morales eran
precisamente aquellas proscritas por otro prelado, monseñor Lorenzana, que
ejecutaba las órdenes del mayor de los
adversarios de los jesuitas en el imperio español, Carlos III.
¿Cómo llegó el análisis teológico de los
casos de conciencia a convertirse en motivo de inquietud para una monarquía
absoluta?
La Palafoxiana ofrece un catálogo muy rico alimentado a
partir del siglo XVII y hasta los albores del XX. Como parte de esta serie de
obras, sobresale la sección de teología. Este hecho no es casual: la teología
era considerada la ciencia madre, encargada de ordenar y orientar. Y dentro de esta sección es particularmente
interesante el acervo de teología moral, que se compone, entre otros
ejemplares, de algunos libros incautados a las comunidades jesuíticas poblanas,
tras la expulsión de la Compañía del territorio novohispano.
El acervo incautado a la Compañía de Jesús
La ocupación de bienes y la incautación de
objetos de los jesuitas en Nueva España se realizaron entre 1767 y 1768.
Asimismo, la corona prohibió los libros relacionados con la teología moral de
la denominada escuela jesuita y clausuró en las universidades las cátedras de
esta materia. La principal razón esgrimida era fundamentalmente de índole
política y no de orden religioso: el régimen borbónico, cuyo ideario era el
absolutismo ilustrado, afirmaba que esas obras sostenían un razonamiento moral
que alentaba la insubordinación contra
las autoridades civiles y religiosas.
José
de Nava, "Los herejes arrianos tratando de quemar los libros litúrgicos
del rito mozárabe", en Missa Gothica seu Mozarabica… (Puebla de los
Ángeles: Imprenta del Real Seminario Palafoxiano, 1770). BNM, Fondo
Reservado. Talla dulce. 157×235 mm.
La expropiación de los libros de teología
moral nos deja ver, entre otras cosas, el desenlace político de una disputa teológica originada a
finales del siglo XVI. Me refiero a la controversia De auxiliis (1582-1607), que se desarrolló entre teólogos
españoles, jesuitas y dominicos, que
debatieron de manera apasionada en torno al tema de la libertad humana
frente a los designios de un Dios omnisciente y omnipotente. En resumen, la
disputa se centraba en torno a qué tanto
la salvación del hombre se origina en la gracia divina y en qué medida en la
libertad humana. Dicho con otras palabras, se trataba de ver cómo se podían armonizar el libre
arbitrio con la sabiduría y el poder divinos.
El
“caso Lutero”, como lo llamaron entre otros Jean Delumeau y Monique Cottret,
persistía en aquella época como una experiencia traumática subyacente en las
discusiones del catolicismo reformado. Los teólogos dominicos acusaban a los
jesuitas de caer en la herejía de Pelagio (siglo V) en su intento por enfatizar
la intervención de la libertad humana al lado de la acción de la gracia divina
para lograr la salvación eterna, mientras que los Predicadores eran, a su vez,
acusados por sus adversarios de inclinarse a una posición radicalmente opuesta,
de tipo determinista, próxima al luteranismo.
La
filosofía jesuita era mirada con sospecha por la Inquisición española, pero
encontraba en Portugal una buena acogida. De
hecho, en Lisboa se publicó en 1588 la obra del teólogo jesuita Luis de
Molina Concordia liberi arbitrii cum
gratiae donis, en la que se sistematizaron contribuciones de otros jesuitas
que ponían de relieve la función del libre arbitrio. Una suerte de empate
técnico entre monarquías católicas vecinas obligo la intervención del papa
Clemente VIII para dirimir la contienda.
Al morir, éste dejó la resolución en manos de su sucesor, Paulo V. El nuevo
sumo pontífice dictaminó entonces en favor de las dos posiciones, en cuanto que
ninguna de ellas podía ser calificada como herética. Así pudo salvaguardar la
unidad de la disciplina eclesiástica y establecer un margen de flexibilidad interna en el pensamiento
católico.
Fruto
de estas contiendas fue la producción de
toda clase de textos alrededor de la moralidad de las acciones humanas. En esta
época fueron publicados compendios que reseñaban toda la sabiduría moral dentro de la tradición
eclesiástica, diccionarios, compilaciones y
sumarios que recogían el desarrollo de una nueva scientia media, identificada con la casuística de los jesuitas.
La
producción de esta clase de libros teológicos-morales se dirigió a un público
cada vez más amplio de pastores de almas, en una época en la que numerosos
conflictos políticos surgían de querellas de carácter religioso y agudizaban
las tensiones marcadas por la confrontación entre el papado y las monarquías
católicas, cuyos verdaderos dirigentes eran ilustrados como Pombal,
Floridablanca y Aranda, partidarios del absolutismo regalista.
https://www.leynatural.es/2013/11/19/pensar-la-libertad-la-obra-de-molina/
Casi
dos siglos después de la resolución de Paulo V, aquella disyuntiva tuvo una
secuela: la dinastía borbónica, deseosa de fortalecer su poder a expensas de la
autoridad papal y también de combatir los privilegios de la Compañía de Jesús,
una institución considerada- por su carácter internacional y sus vínculos,
especiales y directos, con la Santa Sede- poco dócil a los intereses de la
corona, decidió expulsar a sus miembros, presionar al pontífice para logar la supresión de la
orden y proscribir los libros de sus autores, entre ellos aquellos consagrados a la teología
moral.
Los libros proscritos como fuente para la
historia cultural
En el
caso novohispano el estudio del peso dado por parte de los historiadores a los
aspectos económicos y sociales de la expulsión de los jesuitas ha privilegiado
los papeles contables y administrativos de sus propiedades, mientras que la
incautación de todo ese cúmulo de textos impresos y manuscritos, considerados,
según el lenguaje de la época como
“literarios”, ha sido dejada en la sombra. ¿De qué libros se trataba? ¿A
qué público estaban dirigidos Podemos suponer que aquellos volúmenes –que
versaban sobre la naturaleza de la presencia de Dios en el mundo y sobre las
formas en que los humanos entran en contacto con la divinidad- no estaban
hechos para ser leídos por toda la población; sin embargo, contenían los
instructivos para gobernarla, para guiarla. Aquella sociedad tenía la necesidad
de formar un cuerpo de expertos capaces de operar e instrumentar su uso y de
traducirlo en prácticas específicas, según las circunstancias y la ocasión.
Entre los libros creados para estos
fines destacan los de la casuística –actualmente reconocida como la madre de
otras disciplinas, relacionadas con el derecho, la medicina, la estadística y
el cálculo de probabilidades.
La
casuística se desarrolla siempre que se confrontan las normas generales que
rigen en una sociedad con las situaciones particulares de los individuos o
grupos. Casi no hay región, época histórica o religión en la que no se haya elaborado algún tipo de casuística.
En la monarquía española, y en general en la Europa católica, se desarrolló una
forma particular de estudios de casos de conciencia ligada al desarrollo de la
práctica de la confesión, con el propósito de discernir en medio de la
turbulencia de la época lo bueno de lo
malo, y detectar con mayor claridad las expresiones de la voluntad de la
voluntad divina. Esta práctica del análisis de los casos de conciencia que se
mueven en los límites de lo incierto adquirió un estatuto propio y se disoció
(entre los siglos XVII y XVIII) de la teología sistemática, proveniente de la
escolástica medieval.
Algunos
de los libros de esta materia se transformaron entonces en las guías de
referencia para evaluar las cosas del mundo. Esta clase de textos propiciaba la
existencia de un espacio abierto que permitía la interacción entre diferentes
interpretaciones. La sustitución de textos destinados a la memorización por
otros entendidos como representaciones supone precisamente la posibilidad de
distinguir entre diversos niveles de sentido (sin dejar al lector circunscrito
a un horizonte único, inmediato y literal). Este paso abrió el margen de la
interpretación de los textos o de la manera en que deben de ser leídos. No es
casual que el desarrollo de la casuística tenga lugar en el periodo que trataba
de hacer frente a la crisis de la Reforma, y que señale el despliegue de una
nueva manera de abordar la naturaleza del alma y los dilemas de la conciencia
humana.
Desde
la segunda mitad del siglo XVI, la casuística fue asumida con particular empeño
por los jesuitas (que continuaban el camino abierto por otros religiosos, en
particular los dominicos), lo que les
valió la crítica mordaz de Pascal, quien encontraba que las posiciones de los
casuistas eran extremadamente dúctiles e incluso acomodaticias y que los
jesuitas atribuían demasiada importancia a la intervención de los medios
humanos en la economía de la salvación. Con base en su obra, el término
“jesuítico” llegó a ser utilizado como sinónimo de hipocresía. En la Nueva
España, el ataque frontal y decisivo contra la casuística de estos religiosos
vino de Francisco Antonio de Lorenzana –arzobispo de México entre 1766 y 1772 y
ejecutor de la orden de prohibición de los textos jesuíticos promulgada por el
rey Carlos III.
Una concepción (como la de los ilustrados)
puede dar origen a una forma unívoca de abordar los textos. Se espera que el
espacio de la letra impresa se convierta en el espejo y medida a partir de la
cual se mira la naturaleza, se juzga la verdad
de las cosas. Subyace en los edictos de Lorenzana la idea de que la
naturaleza ha de asemejarse crecientemente a la representada en los libros. En
cierto modo apela, sin saberlo, a la intención luterana de desarrollar una
lectura lo más apegada al sentido directo de los textos sin mediación humana
alguna. En cambio, los jesuitas opinaban que las palabras –y la ley- podían
reflejar sólo parcialmente la complejidad de una situación humana. Por eso
pensaban que en una comunidad de creyentes, algunos libros no hablaban por sí
mismos; requerían de una interpretación (para la Sagrada Escritura se trataba
de la Tradición y el Magisterio eclesiástico, para los textos de carácter moral
esos guías eran los lectores y los intérpretes especializados como los
confesores, preparados para resolver las dudas en los casos de conciencia). Por otra parte, el margen de
duda introducido en las deliberaciones por el estudio de los casos particulares, y la
fundamentación filosófica que Suárez había formulado para el probabilismo
(cuando se presentan situaciones inciertas, el individuo está en su derecho,
mientras se excluya toda opción
pecaminosa, de seleccionar una vía que le parezca justa y equitativa) producían
un espacio de flexibilidad e indeterminación difícilmente aceptable para un régimen absolutista y regalista, como el
que Lorenzana estaba encargado de defender.
Paginación medieval en
números romanos. S. XIII.
http://codicologia.atspace.cc/contenidos/04Organizacion/04-05-FolPag.html
Reaparición de los autores jesuitas en la
biblioteca palafoxiana
Como
se sabe, la biblioteca Palafoxiana se conformó con una donación del obispo Juan de Palafox y Mendoza de cinco mil volúmenes. El grueso del
acervo llegó a la biblioteca gracias a
las aportaciones de su sucesor y
admirador, Francisco de Fabián y Fuero, quien recuperó los libros de la red de
colegios jesuitas de Puebla tras la expulsión en 1767.
Entre
los libros de teología incorporados a la biblioteca es posible distinguir
aquellos que pertenecieron a los maestros y estudiantes de los colegios
jesuitas poblanos, principalmente el del Colegio de San Ildefonso y del
Espíritu Santo, y eventualmente los correspondientes al de San Francisco Javier
y San Ignacio. Es posible advertir la importancia de dicho acervo bibliográfico
solamente si se considera el número de 119 religiosos residentes en Puebla al
momento de la expulsión.
Retrato
de don Francisco Fabián y Fuero, obispo de Tlaxcala, Puebla de los Ángeles
https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Fabi%C3%A1n_y_Fuero
Muchos de los textos de la biblioteca son obra de abogados, canonistas, médicos, clérigos y religiosos, no todos ellos jesuitas. Están los libros más famosos, los más frecuentados, los best seller y muchos otros menos conocidos. Y podemos encontrar en el acervo, por supuesto, diccionarios de casuística, como el de Eusebio Amort (1692-1775), en el que se ofrecen a los lectores de cualquier estado o condición –secular o clerical-, en una forma asequible, dudas y controversias para resolver casos de conciencia. Esta edición cuenta con la anuencia del pontífice Benedicto XIV, está traducida del francés, adaptada a las costumbres alemanas y puesta al día, editada en Lyon en 1759. También se puede consultar La science universelle de la chaire ou Dictionnaire moral (París, 1706-1709).
https://www.iberlibro.com/science-universelle-Chaire-dictionnaire-moral-Tome/19948887128/bd
edición ordenada alfabéticamente y en la que
se encontrarán las voces de los antiguos padres, griegos y latinos, los
predicadores franceses, españoles, italianos y alemanes, así como una
miscelánea de asuntos curiosos, pero no menos sólidos, sobre las diferentes
cuestiones morales. Se puede encontrar también la Clavis Regia de Gregorio Sayro Anglo, en su edición de 1618, como
un gran suma de casos de conciencia.
https://archive.org/details/bub_gb_7ml8qVvFkYgC
Asimismo,
es posible toparse con tratados del siglo XVII que disertan sobre la cuestión
del libre arbitrio como el de Diego Castell Ross y Medrano de 1690, o con la
obra de autores menos conocidos, como Juan Fernández de Prado, o más célebres
como Domingo de Soto (1494-1560), con su edición de 1574. De igual forma es
posible encontrar en este acervo textos de autores que se oponían al
probabilismo, como son las disertaciones de Pedro Hidalgo de la Torre de 1721, Inconvenientia practica ex probabiliorismo
deducta.
Al
lado de la producción de compendios que reciclan la filosofía tomista aparecen
las obras clásicas del teólogo jesuita más importantes, Francisco Suárez
(1548-1617), el autor que seguramente más frecuentaron los estudiantes de
filosofía de los colegios jesuitas. Diversas ediciones se encuentran de sus
disputaciones metafísicas, ediciones alemanas de Colonia (1608) y Maguncia
(1614) o en las reediciones poco antes de la expulsión en las que se da cuenta
ya de la presencia de un nuevo frente o disputa; la de los nouveaux
philosophes, Voltaire, Diderot,
d´Alembert, en torno a 1760.
Como
parte de la “librería” del Colegio de San Ildefonso, aparecen las obras de los
primeros autores casuistas más conocidos, Martín de Azpilicueta (1491-1586), en
su edición de 1589, con una colección de consejos, máximas para arribar de
mejor manera al sumo bien y evitar los suplicios eternos. Es notable también en
la colección una edición tardía, de fines del siglo XIX (1898-1900), de uno de
los autores perseguidos en el listado del obispo Lorenzana, la obra
teológico-moral del jesuita Herman Busembaum, en edición de un moralista
jesuita del siglo XIX, Antonio Ballerini (1885-1881). Figuran también en la
biblioteca obras de los jesuitas Gabriel Vázquez (1551-1604), Diego Ruiz de
Montoya (1562-1632), Juan Eusebio Nieremberg (1595-1658) y Juan de Lugo
(1583-1660), entre otros.
Adentrarse
en el acervo de teología moral de la biblioteca Palafoxiana supone acercarse a
una colección que ha experimentado
desplazamientos semánticos en cuanto a su
lugar y función, desde las manos del primer usuario hasta llegar a manos
del historiador. Actualmente lo que este acervo ofrece es un inmenso potencial
historiográfico que nos permite leer el desenlace de una disputa histórica, así
como las preocupaciones y las interrogantes de una sociedad.
Esta
biblioteca fue creada por un prelado cuyas acres disputas con los jesuitas no
tuvieron como objeto diferencias en torno a interpretaciones de teología moral,
sino discrepancias sobre asuntos de poderes y jerarquías. Palafox defendía las prerrogativas
de su jurisdicción como obispo territorial frente a los intereses de las
órdenes exentas, que dependían directamente de la Santa Sede (la figura del
prelado llegó, por eso, a despertar, un siglo más tarde, el entusiasmo de las
posiciones que enfatizaban la colegialidad episcopal a expensas de la primacía
pontificia).
En
el siglo XVIII, la situación fue muy diferente: la prohibición contra los
libros que expresaban las posiciones de la escuela jesuítica fue instrumentada
por el arzobispo de México, el ilustrado Lorenzana, que actuaba siguiendo las
directivas de la corona.
Su
contemporáneo, el titular de la sede poblana, monseñor Fabián y Fuero, recuperó
esos volúmenes y los incorporó a la biblioteca fundada por su admirado
antecesor.
Resulta
sumamente interesante que haya sido precisamente un acto de censura política lo
que trajo a estos libros a su actual morada.
Al segregarlos de su espacio natural –las bibliotecas de los colegios- se constituyó un nuevo y rico acervo especializado en una escuela de
pensamiento que nos ofrece, como el negativo de una fotografía, un preciso
testimonio de los temores de la monarquía absoluta de los Borbones de la
Ilustración, un régimen que aspiraba crear un espacio centralizado y uniforme a
partir de sus distintas coronas y de sus diversos pueblos, y aumentar el control político sobre las conciencias y
las instituciones, incluso las eclesiásticas, y
a subordinar la fe a la tutela de la razón de Estado.
Ilustración
del libro Missae pro defunctis
https://loremipsumensemble.com/misa-pro-defunctis-morales/
Zermeño, Guillermo, “Libros jesuitas, incautados y
proscritos”, en Artes de México, Edición Especial Biblioteca
Palafoxiana, Diciembre de 2003, Revista Libro núm. 68. Pp. 61-68.
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