LA
CATEDRAL
DE MÉXICO
Y EL
SAGRARIO METROPOLITANO,
SU HISTORIA, SU TESORO, SU ARTE
LA
CRUZ DE MAÑOZCA
Y
LA
DEDICACION DE LA
CATEDRAL
DE MEXICO
Esta cruz se erguía, monumento notable, en el cementerio
de la catedral, enfrente de la puerta mayor del templo. Su historia nos enseña
algunas costumbres características de la época colonial.
Visitaba
pastoralmente el señor arzobispodon Juan de Mañozca el pueblo de Tepeapulco
cuando descubrió esta prodigiosa cruz. Antes de relatar como fue su traslado
hasta México, conviene decir algo acerca de las cruces que adornaban los
conventos. Fue costumbre en los monasterios primitivos levantar en el patio (que hoy llamamos atrio) una gran cruz de madera que los indios procuraban
alzar tan alta como fuese posible, cortando para ello el árbol más corpulento
que encontraban. Se dice que la del
convento de México era tan elevada, que se veía desde varias leguas a la
redonda. Tales cruces constituían un peligro para los indios que siempre se hallaban agrupados
a su vera o en otros sitios del enorme patio, porque eran pararrayos naturales
y además se caían cuando la madera venía a menos. Por eso, en la carta escrita
por los prelados de México, como resultado de la junta eclesiástica habida en
esta ciudad en 1539, se acordó y se dice
que es conveniente que las cruces se hagan más bajas, bien hechas, y de piedra
si fuera posible. Resultado de
dicha disposición fue el conjunto de
cruces monumentales que todavía pueden admirarse, repartidas en varios sitios
de la República. Recordemos entre las más importantes la de San Agustín
Acolman, la de Cuautitlán, la de Huichapan, la de Tepeapulco que todavía existe, distinta de la que trajo el señor
Mañozca, y la de Meztitlán, Hidalgo, la cruz abrazada por la corona de espinas de
Malinalco, la de la Vid de Ucareo, la de
Mixquic, la de los Santos Reyes de Meztitlán, la de San Nicolás de Tolentino en
Actopan,
Volviendo a la relación acerca de la
cruz de Mañozca, reproducimos el párrafo mm´´as importante para su historia, de
la relación escrita por el bachiller Miguel de Bárcena Bañmaceda, publicada en
México en el año de 1648 y reimpresa cien años más tarde en la misma ciudad por
la viuda de Hogal.
Dice así: “En un cementerio antiguo que
con la edad se avía ya convertido en
tupido bosque de malezas, espinos y pinales, entre cuya espesura por cierto muy crecida estaba casi ahogada una hermosísima cruz de piedra de cantería coolorada, que,
con levantarse doce varas en alto, prevalecía de montuosidad del sitio sin
estovar su descuello al sagrado mármol…
Así que a la partida de su Ilustrísima queriendo ya entrar en el coche volvió los ojoos por sobre las paredes del cementerio dicho,
descubrió el confuso vulto, yéndosele el corazón con la vista, y preguntando
que fuese aquello, le respondieron ser una Cruz de piedra labrada con mucho
primor del arte, que plantaron los primeros religiosos, al tiempo de la
conquista evangélica por señal de su predicación gloriosa, y tropheo de sus
heroicos trabajoos, qye ya con la antigüedad
yazía casi sepultada entre las
malezas.” El señor arzobispo trató luego de traerla a México, para lo cual
conferenció con varios personajes eclesiásticos. Llegado a la capital recibió
la visita de los indios del pueblo de Tepeapulco, que cedieron gustosos la cruz
a pesar de que la estimaban en mucho, pues creían que la había levantado el
famoso fray Francisco de Tembleque, autor
de los portentosos arcos de Zempoala. El señor arzobispo despidió amorosamente a los indios,
gratificándoles con el dinero necesario para su viaje y cien pesos para que
reconstruyeran unas vigas deterioradas en su
iglesia. En seguida comisionó a su mayordomo Balmaceda para que trajese
la cruz. Efectuóse el viaje con el mayor cuidado posible y para la colocación
del monumento enfrente de la Catedral fue comisionado el licenciado Pedro
Gutiérrez, clérigo presbítero, excelente
maestro de arquitectura quien levantó
el monumento con dicha cruz, que existía en ese sitio hasta fines del siglo XVIII, pue que a partir de
1792 fue derribada la muralla que limitaba el cementerio, y con ella la cruz
para ser trasladada a otro sitio.
Edificó el padre Gutiérrez un monumento
digno de la gran iglesia que ornamentaba. La peana estaba connstituída por un
zócalo de cantería de tres gradas que formaban una mesa de seis varas y tres
cuartos por lado. El primer cuerpo, de orden jóniico, llevaba inscripciones
alusivas a la cruz y en su recuadro principal el padrón de su colocación:
“Colocóse esta cruz año de 1648.” El segundo cuerpo, que según el autor del folleto
también era jónico, aunque en su grabado no podemos percibir los detalles
característicos de tal orden de aquitectura, tenía cuatro tableros en que
figuraban esculpidos diversos escudos. La cara que miraba a la plaza ofrecía un cráneo y dos canillas
cuzadas, motivo original que figuraba en la peana antigua de la cruz; el lado
que miraba a la iglesia ostentaba las armas de San Pedro: la tiara y las
llaves, emblema del Papado; los lados que veían al oriente y poniente ostentaban el escudo del
señor Mañozca.
Una vez instalada la cruz, se pensó en
su dedicación solemne. Se escogió ppara
ello el día de la exaltación de la Santa
Cruz, o sea el 14 de septiembre del
propio año de 1648. Se levantó un tblado en el cementerio de la catedral, de
cuarenta varas de largo y diez de ancho,
cubierto con alfombra y con sitiales para el arzobispo, el Cabildo Eclesiástico,
los prelados de las religiones y los Tribunales.
Cruz de Tepeapulco ó de
Mañozca. Se localiza en la fachada norte del Sagrario Metropolitano, debajo de
la ventana central. Recibe este nombre debido a que fue trasladada desde
Tepeapulco, Hidalgo a este sitio por el Arzobispo Juan de Mañozca desde 1803.
Data del siglo XVI y estuvo grabado con hermosos relieves, los cuales perdieron
en la época del neoclásico.
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c1/Cruz_de_Ma%C3%B1ozca.jpg
El cabildo secular, Real Audiencia y sitial
para su presidente, que lo era don Marcos Torres de Rueda, obispo de
Yucatán. Alrededor de la peana de la
cruz se levantaron cuatro altares, que fueron encomendados a cada una de las
Congregacionnes de San Pedro: del Tercer Orden, de San Francisco, del Sagrario
y del Salvador de los jesuitas. Cubrióse todo con vela de lienzo y ramos de
juncias y flores que pusieron las parcialidades de los indios de San juan y
Santiago. La ceremonia fue solemne. Bendijo la cruz don Nicolás de la Torre,
deán de la catedral, y después volvió la procesión, que había salido del
tempplo al tablado descrito, a la misma Catedral, donde se celebró una misa
solemne en que predicó el famoso
padreMatías de Bocanegra, de la Compañía de Jesús.
Siguieron
las festividades y la cruz permaneció en el sitio que hemos indicado hasta que lla transformación del cementerio del templo no sólo la llevó a otro lugar,
sino que la destruyó casi del todo. Efectivamente,
cuando, a partir de 1792, fue destruída
la muralla que limitaba el cementerio como en otra parte de este libro lo reseñamos, se pensó colocar la cruz en el ángulo suroeste del nuevo atrio
y es de presumirse que para entonces, cuando imperaba y aun gusto diverso en
obras de escultura, fue casi esculpida de nuevo, suprimiéndole los preciosos
detalles de cantería que la adornaban: la corona de espinas y la soga maravillosamente labrada en piedra que la circuía, lo mismo que las esferas que remataban
su vástago y sus cabos. No
sabemos porque circunstancia esta cruz no ocupó
el lugar que se le asignaba. En Sedano (1) leemos lo siguiente: “El día 5 de marzo de 1803 se
colocó la cruz del cementerio frente del sagrario. Esta es la cruz de Mañozca que se devastó y era
más gruesa y corpulenta. El día 21 de marzo
de 1803 se colocó la otra cruz del cementerio del lado del
Empredradillo. Esta es la que estuvo en
el cementerio de San Pedro y San Pablo
que también se devastó para igualarla a
la otra. Los pedestales de las dos son de dibujo de don Manuel Tolsá.”
Ignoramos,
decíamos, porque la cruz de Mañozca no subsistió en el sitio que se le había
asignado; quizás el hecho de ser de cantera
roja hacía que contrastase con el conjunto del templo, construido de chiluca y cantera gris. Por eso, en fecha que ignoramos,
fue trasladada al fondo del patio de
los canónigos, en el muro que forma espaldas al Sagrario, y allí puede verse,
ignorada y maltrecha. ¡Si al menos le
hubieran conservado sus magníficos relieves tallados! Pero ni su estilo ni su
color cuadraban con el gusto neoclásico que se impuso en el nuevo arreglo del
atrio. Tal es la historia de esta desventurada Cruz de Mañozca.
Cruz
atrial de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Cruz_atrial_de_la_Catedral_Metropolitana_de_la_Ciudad_de_M%C3%A9xico.jpg
LAS
DEDICACIONES DE LA
CATEDRAL
DE MEXICO
La primera dedicación del templo metropolitano tuvo lugar
el 2 de febrero de 1656 y la ceremonia revistió la solemnidad necesaria. Puede leerse una reseña muy detallada de esta fiesta en el libro de
Marroquí. (2) Comenzó
el virrey ordenando que los indios de la parcialidad de San Juan, con sus coas, palas y huacales sacasen la tierra,
madera y escombros que se encontraban en el templo. El minucioso Guijo describe
así la maniobra: “Lunes 17 d enero de 1656, entraron a la catedral doscientos
indios de la parte de San juan, con
su coas, palas y huacales a sacar toda
la tierra de las naves, barrer y regar la iglesia y echar fuera toda la madera y duró hasta el
miércoles 19 de él, y su trabajo lo
pagó el virrey de su caudal; asistieron
los ministros de San Juan y el padre Fr. Pedro Camacho. Temastián de San
Francisco, a darles prisa por dedicar la iglesia la víspera de la Candelaria.” (3) El domingo 30 del
mismo mes de enero, a las cinco de la
tarde, hubo una reunión del deán y cabildo en el templo, a la que asistieron el
virrey, su esposa, su hija y sus
criados, y a puerta cerrada hizo una alocución en que manifestó los
grandes deseos que siempre había abrigado para concluir la obra; el placer que
sentía al entregársela en estado ya de servir para siempre y concluyó por
dar en nombre del rey las llaves del
templo al deán, para que usara de él y
le tuviese como cosa propia. En el mismo momento se soltó un repique a vuelo y
el virrey se dirigió al presbiterio, se hincó, besó el primer peldaño, subió
con la virreina y su hija, se quitó la capa y la espada, ellas
cubrieron sus peinados con unos lienzos y todos tres barrieron dicho presbiterio
con su propias manos, limpiaron los altares y barrandas y recogieron la basura.
Después, sacudiéndose el polvo que le cubría, salieron de la iglesia y
tomaronn su coche para ir a Palacio a lavarse y asearse. (4)
Desde fines del mes de enero se había publicado un bando
que hacía conocer a los habitantes de la ciudad la resolución tomada por el
virrey, que señalaba las calles por donde pasaría la procesión; por tanto, se
prohibía desde el día 30 de enero anterior el tránsito de coches y caballos por
ese recorrido, con objeto de dar tiempo y lugar a las religiones para que
instalasen sus altares en los sitios que quince días antes se les habían
designado. Los altares fueron once y
estaba repartidos así: en la bocacalle del arzobispado, a los alcaldes de
corte; en la de Santa Teresa, a los mercedarios; en la de Monte Alegre, a los de San Agustín; en la de San Ildefonso, al pie de la torre de su
iglesia, a las monjas catalinas; a los padres de Santo Domingo, en la calle de
los Donceles; en la bocacalle de Tacuba a los jesuitos; en el Empedradillo, a
los carmelitas frente a la puerta
occidental de la Catedral; a los franciscanos, en el mismo Empedradillo,
frente a la línea que pasa por la fachada principal del templo, y, por último, los juaninos colocaron su altar en la misma línea en que estaba el
anterior, ya en el cementerio de la catedral.
Todos los
altares eran ricos y lujosos; presidía cada uno el santo patrón de su
corporación, con una leyenda que expresaba un pensamiento. Fueron armados desde
luego y su adorno se colocó en los últimos días.
Como se
había prohibido el tránsito por la carrera que había de seguir la procesión se
formó allí un paseo, pero era tal la muchedumbre de gente que lo recorría, que
los canónigos, los oidores y aun el propio virrey tenían que caminarlo a pie.
El 31 de
enero se anunció al público que la dedicación de la Catedral se celebraría el
1° de febrero siguiente, en la tarde, con una solemne procesión que saldría a
las tres. El templo estaba cerrado; desde las dos comenzaron a llegar las
religiones, con sus cruces y ciriales; las hermandades, las archicofradías
y cofradías, con sus estandartes e insignias, y todas las personas convidadas, que se
reunieron en el espacio que se abre frente al templo del lado del oriente; la
procesión se organizó en un principio por las cofradías, según su orden de antigüedad;
seguían las religiones, la se San Juan de Dios, la de San Hipólito, los jesuítas, los mercedarios, los carmelitas, los agustinos, los franciscanos,
los dieguinos y los dominicos. Después la clerecía, formada acaso por más de
ochocientos sacerdotes, precedida por la
cruz alta de la catedral, cerca de la
cual ocupaba su sitio de costumbre la archicofradía del santísimo Sacramento.
Los congregantes de San Pedro, con estolas encarnadas encima de los
sobrepellices, llevaban las andas con la imagen de su patrón y la de la Asunción de la Virgen, titular de la
catedral. Tras estas imágenes iba el Cabildo de la iglesia y, entre sus
miembros, treinta caballeros de las órdenes militares que, según real cédula,
podían ocupar dicho puesto cuando concurrían con mantos a actos semejantes. A
seguidas iba el santísimo Sacramento en manos del deán, que lo era el doctor
don Alonso de Cuevas Dávalos, y a continuación la Universidad, los tribunales
reales y, al último, el virrey con su cortejo. Todos los concurrentes llevaban
los mejores atavíos posibles.
Naturalmente
las calles que iban a recorrer la procesión se encontraban atestadas de gente; los balcones y las
azoteas rebosaban muchedumbre. La virreina, con su hija y las familias de los
oidores, se encontraba en los balcones de palacio, y en el principal, se veía
el retrato de Felipe IV. La ciudad costeó cuatro vistosas danzas de gigantes que acompañaron la procesión y
recorrieron diversas calles y plazas en los siguientes días.
Tres horas
largas tardó en recorrer la procesión su camino y durante todo ese tiempo la iglesia permaneció
cerrada, pero al llegar el deán con la
custodia a la principal de las puertas, se abrieron instantáneamente todas las
siete. Depositado el sacramento en el altar con la solemnidad requerida, siguió la función, que concluyó a las siete de la noche.
Después de
ella se quemaron castillos de fuego y
durante esta noche y las nueve siguientes estuvieron iluminadas las
bóvedas de la catedral y lo que estaba construido de su torre, y muchas casas
cuyos vecinos las adornaron e iluminaron. El día siguiente, 2 de febrero, fue
la gran función que todo el mundo esperaba. Desde bien temprano acudió el
pueblo, ávido de contemplar su templo y encontró abiertas todas sus puertas.
Ninguna misa se celebró entonces. A las diez de la mañana llegó el virrey, a
pie, acompañado de la Audiencia, de los Tribunales, del Cabildo; además, la
Universidad y otras personas. El ceremonial tuvo que ser variado, por ser día
de tabla, y se verificó en la forma siguiente: en la puerta principal se puso
un sitial en donde esperó el deán a la comitiva, con cruz alta y ciriales; al
llegar ésta se echó un repique a vuelo y al entrar al templo el coro entonó el Te Deum Laudamus. Llegado el virrey a la
crujía, sin admitir tapete ni cojín, se hincó delante del presbiterio y oyó de
rodillas lo que faltaba del himno y la
oración final y, luego que concluyó el canto, se postró en tierra, besó la
primera grada y se fue a su asiento. La
virreina y si hija ocupaban una tribuna que se estrenó en tal día. Antes de
celebrar la función bendijo el deán las velas, pues estaban en la fiesta de la
Candelaria, y las repartió entre el virrey, convidados y asistentes, en lo que, por ser muchos, se
gastó bastante tiempo. A seguidas se ordenó la procesión, que rodeó la iglesia y
entró por el Sagrario. Después empezaron las misas; se celebraron en ese día
cuatro simultáneamente, una en cada uno de los cuatro altares que forman el
mayor, por las dignidades mayores de la iglesia. (5)
El sermón
estuvo a cargo del canónigo magistral, que lo era el doctor don Esteban
Beltrán y Alzate. Su sermón, dedicado a Felipe IV, fue impreso en México en el
mismo año. La función concluyó a las tres de la tarde.
Los nueve
días siguientes fueron de fiestas, todas lucidísimas, desempeñadas por las
religiones, pero no se les permitió usar el altar porque es de privilegio
exclusivo del cabildo; se les dejó el púlpito y el coro. Durante los días de
la novena se celebró la fiesta de San Felipe de Jesús el día 5 de febrero, en
la misma catedral, con asistencia del virrey, tribunales y ciudad.
Ya terminadas
las fiestas de la dedicación, puede decirse que se prolongaron con la que la
virreina consagró al Señor Sacramentado el domingo siguiente, 13 de febrero,
con misa y sermón predicado por el doctor
Diego de Arraya, cura del Sagrario y médico de la virreina, y procesión por la
iglesia.
Marroquí. De
quien tomamos todas las anteriores noticias, consigna hasta lo que se gastó de
cera en cada una de las funciones, la cual pasó de seis arrobas y fue costeada
por la archicofradía del santísimo, aunque el virrey contribuyó con dos mil
pesos.
Portada
principal de la Catedral de México
Portada
del lado de Oriente de la catedral Metropolitana
https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/fotografia%3A469109
NOTAS
Toussaint, Manuel, La Catedral de México y El Sagrario Metropolitano, su historia, su
tesoro, su arte, México, Editorial Porrúa, S.A., 1973.
https://centrohistorico.cdmx.gob.mx/Conociendo-el-Centro-Historico/curiosidades-de-la-catedral
1.- Sedano, Francisco, Noticias de México desde el año
de 1756, coordinadas, escritas
de nuevo y puestas por orden alfabético en 1880, México, 1880. 2.- Marroquí, José María, La ciudad
de México, III, México, 1903, p. 248. 3.- Guijo, Gregorio Martín de, Diario de sucesos notables. Documentos
para la historia de México, Diario, I, México, 1853, p. 338. 4.- Marroquí, III, p. 248. Equivoca la
fecha poniendo esto en 30 de diciembre anterior. Véase la descripción exacta
en Guijo, I, pp. 338-343. 5.- Así los cronistas a quienes sigue
Marroquí; hay que observar que en esa
fecha no existía el altar mayor que fue levantado más tarde. Acaso las misas
se dijeron en un altar provisional. 6.- Sariñana, Dr. Isidro, Noticia breve de la solemne deseada,
última dedicación del tempplo metropolitano de México, celebradaen 22 de
diciembre de 1667, y sermón que predicó
el doctor Isidro Sariñana, cura propietario de la parroquia de la Vera
Cruz, México, 1668.
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