lunes, 2 de septiembre de 2024

 

LA

CATEDRAL DE MÉXICO

Y EL

SAGRARIO METROPOLITANO,

SU HISTORIA, SU TESORO, SU ARTE

LA CRUZ DE MAÑOZCA

Y

LA DEDICACION DE LA

CATEDRAL DE MEXICO

 

Esta cruz se erguía, monumento notable, en el cementerio de la catedral, enfrente de la puerta mayor del templo. Su historia nos enseña algunas costumbres características de la época colonial.

                Visitaba pastoralmente el señor arzobispodon Juan de Mañozca el pueblo de Tepeapulco cuando descubrió esta prodigiosa cruz. Antes de relatar como fue su traslado hasta México, conviene decir algo acerca de las cruces que adornaban los conventos. Fue costumbre en los monasterios primitivos levantar  en el patio (que hoy llamamos atrio) una gran  cruz de madera que los indios procuraban alzar tan alta como fuese posible, cortando para ello el árbol más corpulento que encontraban. Se  dice que la del convento de México era tan elevada, que se veía desde varias leguas a la redonda. Tales cruces constituían un peligro para  los indios que siempre se hallaban agrupados a su vera o en otros sitios del enorme patio, porque eran pararrayos naturales y además se caían cuando la madera venía a menos. Por eso, en la carta escrita por los prelados de México, como resultado de la junta eclesiástica habida en esta ciudad en 1539, se acordó y  se dice que es conveniente que las cruces se hagan más bajas, bien hechas, y de piedra si fuera  posible. Resultado de dicha  disposición fue el conjunto de cruces monumentales que todavía pueden admirarse, repartidas en varios sitios de la República. Recordemos entre las más importantes la de San Agustín Acolman, la de Cuautitlán, la de Huichapan, la de Tepeapulco que todavía  existe, distinta de la que trajo el señor Mañozca, y la de Meztitlán, Hidalgo, la cruz abrazada por la corona de espinas de Malinalco, la de la  Vid de Ucareo, la de Mixquic, la de los Santos Reyes de Meztitlán, la de San Nicolás de Tolentino en Actopan,

         Volviendo a la relación acerca de la cruz de Mañozca, reproducimos el párrafo mm´´as importante para su historia, de la relación escrita por el bachiller Miguel de Bárcena Bañmaceda, publicada en México en el año de 1648 y reimpresa cien años más tarde en la misma ciudad por la viuda de Hogal.

         Dice así: “En un cementerio antiguo que con la edad se avía ya convertido  en tupido bosque de malezas, espinos y pinales, entre cuya  espesura por cierto muy crecida  estaba casi ahogada una hermosísima  cruz de piedra de cantería coolorada, que, con levantarse doce varas en alto, prevalecía de montuosidad del sitio sin estovar su  descuello al sagrado mármol… Así que a la partida de su Ilustrísima queriendo ya  entrar en el coche volvió los ojoos por  sobre las paredes del cementerio dicho, descubrió el confuso vulto, yéndosele el corazón con la vista, y preguntando que fuese aquello, le respondieron ser una Cruz de piedra labrada con mucho primor del arte, que plantaron los primeros religiosos, al tiempo de la conquista evangélica por señal de su predicación gloriosa, y tropheo de sus heroicos trabajoos, qye ya con la antigüedad  yazía casi sepultada entre  las malezas.” El señor arzobispo trató luego de traerla a México, para lo cual conferenció con varios personajes eclesiásticos. Llegado a la capital recibió la visita de los indios del pueblo de Tepeapulco, que cedieron gustosos la cruz a pesar de que la estimaban en mucho, pues creían que la había levantado el famoso fray Francisco de Tembleque, autor  de los portentosos arcos de Zempoala. El señor arzobispo  despidió amorosamente a los indios, gratificándoles con el dinero necesario para su viaje y cien pesos para que reconstruyeran unas vigas deterioradas en su  iglesia. En seguida comisionó a su mayordomo Balmaceda para que trajese la cruz. Efectuóse el viaje con el mayor cuidado posible y para la colocación del monumento enfrente de la Catedral fue comisionado el licenciado Pedro Gutiérrez, clérigo presbítero, excelente  maestro de arquitectura quien levantó  el monumento con dicha cruz, que existía en ese sitio hasta  fines del siglo XVIII, pue que a partir de 1792 fue derribada la muralla que limitaba el cementerio, y con ella la cruz para ser trasladada a otro sitio.

         Edificó el padre Gutiérrez un monumento digno de la gran iglesia que ornamentaba. La peana estaba connstituída por un zócalo de cantería de tres gradas que formaban una mesa de seis varas y tres cuartos por lado. El primer cuerpo, de orden jóniico, llevaba inscripciones alusivas a la cruz y en su recuadro principal el padrón de su colocación: “Colocóse esta cruz año de 1648.” El segundo cuerpo, que según el autor del folleto también era jónico, aunque en su grabado no podemos percibir los detalles característicos de tal orden de aquitectura, tenía cuatro tableros en que figuraban esculpidos diversos escudos. La cara que miraba  a la plaza ofrecía un cráneo y dos canillas cuzadas, motivo original que figuraba en la peana antigua de la cruz; el lado que miraba a la iglesia ostentaba las armas de San Pedro: la tiara y las llaves, emblema del Papado; los lados que veían al  oriente y poniente ostentaban el escudo del señor Mañozca.

         Una vez instalada la cruz, se pensó en su dedicación solemne. Se  escogió ppara ello el día  de la exaltación de la Santa Cruz, o  sea el 14 de septiembre del propio año de 1648. Se levantó un tblado en el cementerio de la catedral, de cuarenta varas de largo y  diez de ancho, cubierto con alfombra y con sitiales para el arzobispo, el Cabildo Eclesiástico, los prelados de las religiones y los Tribunales.

Cruz de Tepeapulco ó de Mañozca. Se localiza en la fachada norte del Sagrario Metropolitano, debajo de la ventana central. Recibe este nombre debido a que fue trasladada desde Tepeapulco, Hidalgo a este sitio por el Arzobispo Juan de Mañozca desde 1803. Data del siglo XVI y estuvo grabado con hermosos relieves, los cuales perdieron en la época del neoclásico.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c1/Cruz_de_Ma%C3%B1ozca.jpg

El cabildo secular, Real Audiencia y  sitial  para su presidente, que lo era don Marcos Torres de Rueda, obispo de Yucatán. Alrededor de la peana  de la cruz se levantaron cuatro altares, que fueron encomendados a cada una de las Congregacionnes de San Pedro: del Tercer Orden, de San Francisco, del Sagrario y del Salvador de los jesuitas. Cubrióse todo con vela de lienzo y ramos de juncias y flores que pusieron las parcialidades de los indios de San juan y Santiago. La ceremonia fue solemne. Bendijo la cruz don Nicolás de la Torre, deán de la catedral, y después volvió la procesión, que había salido del tempplo al tablado descrito, a la misma Catedral, donde se celebró una misa solemne en que predicó el  famoso padreMatías de Bocanegra, de la Compañía de Jesús.

         Siguieron las festividades y la cruz permaneció en el sitio que hemos indicado hasta  que lla transformación del cementerio  del templo no sólo la llevó a otro lugar, sino que la destruyó casi  del todo. Efectivamente, cuando, a partir de 1792, fue  destruída la muralla que limitaba el cementerio como en otra parte de este libro  lo reseñamos, se pensó colocar  la cruz en el ángulo suroeste del nuevo atrio y es de presumirse que para entonces, cuando imperaba y aun gusto diverso en obras de escultura, fue casi esculpida de nuevo, suprimiéndole los preciosos detalles de cantería que la adornaban: la corona de  espinas y la soga maravillosamente  labrada en piedra  que la circuía, lo mismo  que las esferas que  remataban  su vástago y  sus cabos. No sabemos porque circunstancia esta cruz no ocupó  el lugar que se le asignaba. En Sedano (1) leemos lo siguiente: “El día 5 de marzo de 1803 se colocó la cruz del cementerio frente del sagrario. Esta  es la cruz de Mañozca que se devastó y era más gruesa y corpulenta. El día 21 de marzo  de 1803 se colocó la otra cruz del cementerio del lado del Empredradillo. Esta  es la que estuvo en el cementerio  de San Pedro y San Pablo que también se devastó para igualarla a  la otra. Los pedestales de las dos son de dibujo de don Manuel Tolsá.”

         Ignoramos, decíamos, porque la cruz de Mañozca no subsistió en el sitio que se le había asignado; quizás el hecho de ser de cantera  roja hacía que contrastase con el conjunto del templo, construido de chiluca y cantera  gris. Por eso, en fecha que ignoramos, fue  trasladada al fondo del patio de los canónigos, en el muro que forma espaldas al Sagrario, y allí puede verse, ignorada  y maltrecha. ¡Si al menos le hubieran conservado sus magníficos relieves tallados! Pero ni su estilo ni su color cuadraban con el gusto neoclásico que se impuso en el nuevo arreglo del atrio. Tal es la historia de esta desventurada Cruz de Mañozca.

Cruz atrial de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México

https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Cruz_atrial_de_la_Catedral_Metropolitana_de_la_Ciudad_de_M%C3%A9xico.jpg

 

 

LAS DEDICACIONES DE LA

CATEDRAL DE MEXICO

 

La primera dedicación del templo metropolitano tuvo lugar el 2 de febrero de 1656 y la ceremonia revistió la solemnidad  necesaria. Puede leerse una reseña muy  detallada de esta fiesta en el libro de Marroquí. (2) Comenzó el virrey ordenando que los indios de la parcialidad de San Juan, con sus  coas, palas y huacales sacasen la tierra, madera y escombros que se encontraban en el templo. El minucioso Guijo describe así la maniobra: “Lunes 17 d enero de 1656, entraron a la catedral doscientos indios de la parte  de San juan, con su  coas, palas y huacales a sacar toda la tierra de las naves, barrer y regar la iglesia y  echar fuera toda la madera y duró hasta el miércoles 19 de él, y  su trabajo lo pagó  el virrey de su caudal; asistieron los ministros de San Juan y el padre Fr. Pedro Camacho. Temastián de San Francisco, a darles prisa por dedicar la iglesia la víspera de la Candelaria.” (3) El domingo 30 del mismo mes de enero, a las cinco  de la tarde, hubo una reunión del deán y cabildo en el templo, a la que asistieron el virrey, su esposa, su hija y sus  criados, y a puerta cerrada hizo una alocución en que manifestó los grandes deseos que siempre había abrigado para concluir la obra; el placer que sentía al entregársela en estado ya de servir para siempre y concluyó por dar  en nombre del rey las llaves del templo al deán, para  que usara de él y le tuviese como cosa propia. En el mismo momento se soltó un repique a vuelo y el virrey se dirigió al presbiterio, se hincó, besó el primer peldaño, subió con la virreina y  su  hija, se quitó la capa y la espada, ellas cubrieron sus peinados con unos lienzos y todos tres barrieron dicho presbiterio con su propias manos, limpiaron los altares y barrandas y recogieron la basura. Después, sacudiéndose el polvo que le cubría, salieron de la iglesia y tomaronn su coche  para  ir a Palacio a lavarse y asearse. (4)

            Desde fines del mes de enero se había publicado un bando que hacía conocer a los habitantes de la ciudad la resolución tomada por el virrey, que señalaba las calles por donde pasaría la procesión; por tanto, se prohibía desde el día 30 de enero anterior el tránsito de coches y caballos por ese recorrido, con objeto de dar tiempo y lugar a las religiones para que instalasen sus altares en los sitios que quince días antes se les habían designado. Los altares fueron once y  estaba repartidos así: en la bocacalle del arzobispado, a los alcaldes de corte; en la de Santa Teresa, a los mercedarios; en la de Monte  Alegre, a los de San Agustín; en la  de San Ildefonso, al pie de la torre de su iglesia, a las monjas catalinas; a los padres de Santo Domingo, en la calle de los Donceles; en la bocacalle de Tacuba a los jesuitos; en el Empedradillo, a los carmelitas frente a la puerta  occidental de la Catedral; a los franciscanos, en el mismo Empedradillo, frente a la línea que pasa por la fachada principal del templo,  y, por último, los juaninos colocaron su  altar en la misma línea en que estaba el anterior, ya en el cementerio de la catedral.

         Todos los altares eran ricos y lujosos; presidía cada uno el santo patrón de su corporación, con una leyenda que expresaba un pensamiento. Fueron armados desde luego y su adorno se colocó en los últimos días.

         Como se había prohibido el tránsito por la carrera que había de seguir la procesión se formó allí un paseo, pero era tal la muchedumbre de gente que lo recorría, que los canónigos, los oidores y aun el propio virrey tenían que caminarlo a pie.

         El 31 de enero se anunció al público que la dedicación de la Catedral se celebraría el 1° de febrero siguiente, en la tarde, con una solemne procesión que saldría a las tres. El templo estaba cerrado; desde las dos comenzaron a llegar las religiones, con sus cruces y ciriales; las hermandades, las archicofradías y  cofradías, con sus  estandartes e insignias, y  todas las personas convidadas, que se reunieron en el espacio que se abre frente al templo del lado del oriente; la procesión se organizó en un principio por las cofradías, según su orden de antigüedad; seguían las religiones, la se San Juan de Dios, la de San Hipólito, los jesuítas, los mercedarios, los carmelitas, los agustinos, los franciscanos, los dieguinos y los dominicos. Después la clerecía, formada acaso por más de ochocientos sacerdotes, precedida por  la cruz alta de la catedral, cerca  de la cual ocupaba su sitio de costumbre la archicofradía del santísimo Sacramento. Los congregantes de San Pedro, con estolas encarnadas encima de los sobrepellices, llevaban las andas con la imagen de su patrón y la de la  Asunción de la Virgen, titular de la catedral. Tras estas imágenes iba el Cabildo de la iglesia y, entre sus miembros, treinta caballeros de las órdenes militares que, según real cédula, podían ocupar dicho puesto cuando concurrían con mantos a actos semejantes. A seguidas iba el santísimo Sacramento en manos del deán, que lo era el doctor don Alonso de Cuevas Dávalos, y a continuación la Universidad, los tribunales reales y, al último, el virrey con su cortejo. Todos los concurrentes llevaban los mejores atavíos posibles.

         Naturalmente las calles que iban a recorrer la procesión se encontraban  atestadas de gente; los balcones y las azoteas rebosaban muchedumbre. La virreina, con su hija y las familias de los oidores, se encontraba en los balcones de palacio, y en el principal, se veía el retrato de Felipe IV. La ciudad costeó cuatro vistosas danzas  de gigantes que acompañaron la procesión y recorrieron diversas calles y plazas en los siguientes días.

         Tres horas largas tardó en recorrer la procesión su camino y durante  todo ese tiempo la iglesia permaneció cerrada, pero al llegar el deán  con la custodia a la principal de las puertas, se abrieron instantáneamente todas las siete. Depositado el sacramento en el altar con la solemnidad  requerida, siguió la función, que  concluyó a las siete de la noche.

         Después de ella se quemaron castillos de fuego y  durante esta noche y las nueve siguientes estuvieron iluminadas las bóvedas de la catedral y lo que estaba construido de su torre, y muchas casas cuyos vecinos las adornaron e iluminaron. El día siguiente, 2 de febrero, fue la gran función que todo el mundo esperaba. Desde bien temprano acudió el pueblo, ávido de contemplar su templo y encontró abiertas todas sus puertas. Ninguna misa se celebró entonces. A las diez de la mañana llegó el virrey, a pie, acompañado de la Audiencia, de los Tribunales, del Cabildo; además, la Universidad y otras personas. El ceremonial tuvo que ser variado, por ser día de tabla, y se verificó en la forma siguiente: en la puerta principal se puso un sitial en donde esperó el deán a la comitiva, con cruz alta y ciriales; al llegar ésta se echó un repique a vuelo y al entrar al templo el coro entonó el Te Deum Laudamus. Llegado el virrey a la crujía, sin admitir tapete ni cojín, se hincó delante del presbiterio y oyó de rodillas lo  que faltaba del himno y la oración final y, luego que concluyó el canto, se postró en tierra, besó la primera grada y  se fue a su asiento. La virreina y si hija ocupaban una tribuna que se estrenó en tal día. Antes de celebrar la función bendijo el deán las velas, pues estaban en la fiesta de la Candelaria, y las repartió entre el virrey, convidados y  asistentes, en lo que, por ser muchos, se gastó bastante tiempo. A seguidas se ordenó la procesión, que rodeó la iglesia y entró por el Sagrario. Después empezaron las misas; se celebraron en ese día cuatro simultáneamente, una en cada uno de los cuatro altares que forman el mayor, por las dignidades mayores de la iglesia. (5)

         El sermón estuvo a cargo del canónigo magistral, que lo era el doctor don Esteban Beltrán y Alzate. Su sermón, dedicado a Felipe IV, fue impreso en México en el mismo año. La función concluyó a las tres de la tarde.

         Los nueve días siguientes fueron de fiestas, todas lucidísimas, desempeñadas por las religiones, pero no se les permitió usar el altar porque es de privilegio exclusivo del cabildo; se les dejó el púlpito y el coro. Durante los días de la novena se celebró la fiesta de San Felipe de Jesús el día 5 de febrero, en la misma catedral, con asistencia del virrey, tribunales y ciudad.

         Ya terminadas las fiestas de la dedicación, puede decirse que se prolongaron con la que la virreina consagró al Señor Sacramentado el domingo siguiente, 13 de febrero, con misa y  sermón predicado por el doctor Diego de Arraya, cura del Sagrario y médico de la virreina, y procesión por la iglesia.

         Marroquí. De quien tomamos todas las anteriores noticias, consigna hasta lo que se gastó de cera en cada una de las funciones, la cual pasó de seis arrobas y fue costeada por la archicofradía del santísimo, aunque el virrey contribuyó con dos mil pesos.

Portada principal de la Catedral de México

https://es.123rf.com/photo_10750161_frente-fachada-de-la-ciudad-de-m%C3%A9xico-catedral-metropolitana.html

Portada del lado de Oriente de la catedral Metropolitana

https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/fotografia%3A469109


NOTAS

Toussaint, Manuel, La Catedral de México y El Sagrario Metropolitano, su historia, su tesoro, su arte, México, Editorial Porrúa, S.A., 1973.

 

https://centrohistorico.cdmx.gob.mx/Conociendo-el-Centro-Historico/curiosidades-de-la-catedral

 

1.- Sedano, Francisco, Noticias de México desde el año  de 1756, coordinadas,  escritas de nuevo y puestas por orden alfabético en 1880, México, 1880.

2.- Marroquí, José María, La ciudad  de México, III, México, 1903, p. 248.

3.- Guijo, Gregorio Martín de, Diario de sucesos notables. Documentos para la historia de México, Diario, I, México, 1853, p. 338.

4.- Marroquí, III, p. 248. Equivoca la fecha poniendo esto en 30 de diciembre anterior. Véase la descripción exacta en  Guijo, I, pp. 338-343.

5.- Así los cronistas a quienes sigue Marroquí; hay que  observar que en esa fecha no existía el altar mayor que fue levantado más tarde. Acaso las misas se dijeron en un altar provisional.

6.- Sariñana, Dr. Isidro, Noticia breve de la solemne deseada, última dedicación del tempplo metropolitano de México, celebradaen 22 de diciembre de 1667, y sermón que predicó  el doctor Isidro Sariñana, cura propietario de la parroquia de la Vera Cruz, México, 1668.

 

 

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