viernes, 6 de septiembre de 2024

 

DICTADURA Y REVOLUCIÓN

 

INTRODUCCIÓN

En nuestra historia, dictadura y revolución constituyen las oposiciones políticas que representan el retroceso y el progreso de la república.

         Dos épocas guardan lecciones perdurables de esa contradicción fundamental, la de 1854 y la de 1910, la Revolución del Plan de Ayutla y la Revolución del Plan de San Luis Potosí, La primera, convocada contra la dictadura de Antonio López de Santa Anna y el Partido Conservador; la segunda, contra  la dictadura de más de más de 30 años de Porfirio Díaz. La que se inicia en Ayutla terminaría en la Constitución de 1857; la de San Luis Potosí en la Constitución de 1917; si la primera  es la conquista de las libertades individuales, la segunda contuvo, por vez primera el orden occidental las garantías sociales.

         A la de 1857 debe México la tolerancia, la prohibición  de la tortura, la demanda del sufragio universal, la libertad  de conciencia, el juicio por jurados y la abolición  de la pena de muerte; proposiciones que, en parte, el grupo liberal logró plasmar en la Ley y en la conciencia de aquellas generaciones; en la de 1917, al sostener los antiguos argumentos liberales, otras normas para dignificar la vida: el derecho a la tierra, a la educación y a la protección del trabajador. A una y otra constituciones deben los mexicanos sus mayores logros sociales y jurídicos, no obstante, las dos Cartas provocaron la reacción más violenta de los conservadores y  de las grandes potencias militares y políticas de sus respectivos tiempos.

         En 1857, la guerra civil contra la Reforma y la intervención francesa; en 1917, la pugna entre las facciones y la intervención de los Estados Unidos. En el siglo XIX, la invasión duró, con la tentativa de establecer el imperio, cinco años; en el siglo XX, dos invasiones, la de 1914 y 1916, más otros agravios. Contra Francia, Juárez consumó la segunda independencia; de 1913 a 1917, Carranza definió, sobre la lección de Juárez, la política internacional de una nación independiente.

         México, en consecuencia,  destruyó dos dictaduras y dos influencias extranjeras, dando firmes pasos para la descolonización de la república.

         En 1857 se postuló la democracia como principio de la nueva sociedad; en 1910 Madero, al redefinirla abrió el país a la cultura contemporánea. La antigua lucha de los liberales no termina, menos aún la de los demócratas de 1910. Tal es uno de los compromisos morales de las nuevas generaciones con su patria.

 

LA DICTADURA

La política del general Díaz de procurar  el progreso de México a fuerza de protección a los capitales extranjeros llegó a producir un sistema aristocrático en el cual el extranjero, además de las ventajas que le daba su cultura, gozaba de una condición verdaderamente privilegiada con respecto al mexicano dentro de las leyes y fuera de ellas.

         Las garantías constitucionales de la vida y la libertad, para él si eran efectivas, mientras que para el mexicano siempre fueron letra  muerta.

Luis Cabrera, 1920

 

 

 

LOS PEONES

Vale que no vale. Los sistemas de trabajo vigentes dentro de las haciendas porfirianas, lo mismo el peonaje que la aparcería, siguieron ajustándose a moldes coloniales. En el sistema de peonaje, el más extendido e inhumano, continuaron usándose los salarios de hambre, la servidumbre por deudas, los castigos corporales y las tiendas de raya. Las víctimas de todo esto fueron en su gran mayoría indígenas semiculturados.

         Los peones que se decían alquilados trabajaban en la región central del país por 25 centavos diarios, y los llamados acomodados por una cantidad menor, una ración alimenticia y algunas otras prestaciones. En el norte los sueldos será ligeramente más altos. En Guaymas un peón ganaba de 6 a 8 pesos mensuales, más dos almudes de maíz, garbanzo o trigo; en San Marcial, 10 pesos y cuatro almudes de maíz, trigo o harina; en Parras (Coahuila), 37 centavos y medio diario, casa, pasto y dos almudes de maíz al mes. En la hacienda de Pabellones (Aguascalientes) los acomodados ganaban un real por día, dos almudes de maíz a la semana, casa, leña, semillas y un almud de sembradura de maíz y medio  de frijol.

         En las haciendas sureñas los sueldos variaban. En Colima los alquilados recibían dos reales y una ración mensual de cuatro almudes de maíz, dos platos de frijol y cuatro onzas de sal; los acomodados, 7 pesos mensuales e igual ración que los alquilados. El dinero se les pagaba con vales para comprar  en las tiendas de raya. La ración adquiría modalidades propias en cada  lugar: en Atliaca (Guerrero), el mozo o gañán ganaba tres pesos mensuales, y cada semana un real para picante y tres almudes de maíz; en Astlata, Tepenene y otras poblaciones Oaxaqueñas, ganaba de 3 a 8 pesos mensuales, 16  almudes de maíz a la semana, y suela para su calzado; en Tonalá, Chiapas, recibían 3 pesos por mes, y a la semana un almud de maíz y dos reales de carne; en Suchiapa, de 1.50 a 2 pesos mensuales, más cinco  almudes (1) de maíz, medio almud de frijol, una porción de sal y hasta permiso de caza.

         A veces se establecían diferencias por el estado  civil o la raza de los trabajadores: en el mineral de Guadalupe, Sonora, los solteros recibían, a la semana, un almud y medio de maíz, y dos los casados; en Abasolo, Nuevo León, ganaban de 4 a5 pesos mensuales, más dos almudes de maíz semanales los casados, y lo solteros uno y medio. En Tabasco aquéllos recibían una ración de 100 mazorcas de maíz, 4 libras de carne, 2 de frijol, 1 de arroz, cuatro de cal para el nixtamal y 1 de sal, y éstos sólo 50 mazorcas de maíz, 3 libras de carne, 1 de frijol, 1 de arroz, 1 de cal y 1 de sal; además, unos y otros, choza, metate, banco de moler, machete, hacha y coa. En varios lugares de Baja California los blancos ganaban el doble que los indios, y  en Ixhuatlán, Veracruz, los indígenas percibían menio real menos que los no indios.

         En Salvatierra ganaban los peones 25 centavos, y el permiso para  cultivar dos cuarterones de sembradura; en Victoria de 3 a 4 pesos mensuales, una ración de 6 a 8 cuartillos de maíz, 6 centavos para sal cada semana y un par de huaraches cada quince días. Con estos salarios podía vivir una familia dispuesta a soportar hambre y desnudeces. Si en un momento dado, a causa de una necesidad extraordinaria, el salario resultaba insuficiente, sólo le quedaba al peón el recurso de endeudarse con el patrono.

         Los bajos salarios aunados a la servidumbre por deudas hicieron decir a Genaro Raygosa que la situación del peón era peor que la del esclavo. Por otra parte, la costumbre de pagar  mal en nada ayudaba al progreso agrícola de México. Tan convencido estaba de todo esto, que llegó a decir: “A salario  bajo, agricultura pobre y producto caro”. Si las plantaciones de henequén, café y tabaco prosperaban, debíase precisamente a que en ellas se pagaban buenos salarios. En las fincas henequeneras un jornalero ganaba 50 centavos al día, lo  que explica el desplazamiento de trabajadores de la región central hacía la península yucateca y, en consecuencia, el gran auge del henequén.

         Nada  se hizo en el altiplano central por el mejoramiento de los salarios rurales. En cambio, en dos estados del norte hubo esfuerzos encaminados a elevarlos. En la primavera de 1902 circuló en la ciudad  de San Luis Potosí una hoja en la que J. Blancastell pedía que la ley obligara a los empresarios a proporcionar médicos, medicinas y escuelas a sus trabajadores, por la gran desproporción que existía entre el trabajo desempeñado y la remuneración recibida. El País vio con reservas este proyecto, porque si en otras partes la solución era simplemente aumentar  el salario, en México no, porque al hacerlo sólo aumentaría la pereza del  trabajador. Propuso que los patronos se asociaran para formar un fondo con la cantidad que no pagaban a  sus  trabajadores. Una parte de este fondo se destinaría a la enseñanza y diversión  de los niños; la otra  a pagar seguros de accidente y defunción. Pocos años después varios agricultores neoloneses, contando con el apoyo de Bernardo Reyes, gobernador de la entidad, decidieron mejorar el salario de sus peones.

         Tras de no hacer nada por conseguir el aumento de salarios, las autoridades toleraron las tiendas de raya. Obligados los peones a  comprar  en ellas, sus salarios, nominalmente ya  bajos, se empobrecían más. Fue inútil que en la tribuna misma de la Cámara de Diputados, Joaquín Casasús (2) denunciara los abusos cometidos en las tiendas de raya; y también fueron inútiles las frecuentes críticas de algunos periodistas. Se dijo que en tales tiendas se vendían alimentos en mal estado y que los precios de los artículos eran mucho más altos. Para un periódico obrerista las tiendas de raya devolvían al amo el escaso jornal del peón. Todo porque los amos, como Cristo, tenían dos naturalezas al decir de Cosmes: la de explotadores agrícolas y la de comerciantes sin escrúpulos. Pero este tipo de quejas nunca merecieron la atención del régimen. Si alguna vez se les prestó oído, fue para rebatirlas, diciendo que la crueldad de los amos se compensaba con la holgazanería e ignorancia de los peones.

         El Peón encadenado. Por regla general, los peones acomodados estaban constantemente  en deuda con sus patronos. Tal era el sistema usado por los hacendados para retenerlos sobre todo en las zonas donde escaseaban brazos, como en el norte y  el sureste. En ellas el monto de la deuda era muy  elevado y los esfuerzos de algunas autoridades para acortarlo resultaron siempre infructuosos.

         El gobernador de Sonora, en diciembre de 1881, declaró ilícitos los préstamos que excedieran a la cuantía de tres meses de salario; pero dos años después vióse en la necesidad de rectificar: permitió los anticipos hasta por seis mensualidades. En Sinaloa, donde se consideraba estafa el que los peones no pagaran con trabajo las cantidades que se les hubieran anticipado, el gobernador Cañedo trató de remediar el mal reformando la ley en beneficio de los sirvientes; pero un diario católico protestó contra ella porque no tomaban en cuenta la falta de brazos y la pereza de los escasos trabajadores que había en el estado: su fin era noble, pero los medios ineficaces y contraproducentes. La ley sobre sirvientes en Chihuahua, de acuerdo con el artículo 5° constitucional, mandaba que nadie fuera obligado a trabajar contra su voluntad, pero admitía la excepción dudosísima de los peones endrogados que se fugaran de su trabajo. En Nuevo León sucedía otro tanto, además de ser común y corriente hacer grandes anticipos a los peones y considerar hereditarias las deudas. El general Bernardo Reyes (3) sin pretender transformar  las leyes económicas, ni prohibir los anticipos, estableció en 1908 que el salario de los jornaleros no estaría afecto al pago de anticipos que se hicieran a cuenta de trabajo, y el anticipo sólo sería exigible hasta la tercera parte de la cantidad que importara dicho jornal en un año. Esta disposición iba contra el famoso “cárguelo a la cuenta, irónico desquite del desvalido, y se pensaba que podría beneficiar simultáneamente al patrono y al jornalero. Aunque no se intentó fijar un salario mínimo, se limitó la obligación del reembolso del trabajador a su amo.

         En Tamaulipas se consentían anticipos hasta por el monto de un año de jornal, y un decreto local ordenaba perseguir a los sirvientes prófugos. Las autoridades del Estado, ante la disyuntiva de cumplir con la constitución federal o con este decreto, decidieron derogarlo. No obstante, en 1894 el gobernador Alejandro Prieto quiso reformar  el artículo 5° de la Constitución federal, con el objeto de quitarles estorbos a las empresas agrícolas e industriales. La reforma se proponía abolir la libertad  de trabajo. Una vez conseguida se podría castigar a los sirvientes prófugos. Sabía Prieto que su propuesta sería rechazada por los viejos liberales, pero confiaba en que lo apoyaría la joven escuela liberal, la positivista. Después de todo, lo que pedía era un mayor apego de la Constitución  a la realidad social.

         Los congresos locales enviaron al federal sus respectivos dictámenes sobre el proyecto esclavista de don Alejandro. Los diputados de Jalisco no quisieron apartarse del principio que establecía “que nadie puede ser obligado a trabajar sin su pleno consentimiento y sin una justa retribución”. Por ningún motivo aceptaron que el gobierno se convirtiera en capataz al servicio de los hacendados. Además, el interés nacional no se inclinaba por esta reforma, porque en la mayor parte de la República los contratos de trabajo rural eran diferentes a los tamaulipecos. La  diputación de Guerrero se opuso a la reforma propuesta porque establecía leyes privativas en perjuicio de los desvalidos. La legislatura morelense vio en ese proyecto falta de patriotismo, liberalismo y humanitarismo. El congreso de Guanajuato arguyó que no era justo que se sacrificaran los principios en beneficio de una región. Tabasco aceptó la razón que asistía la gobernador de Tamaulipas; pero se opuso a la reforma porque se retrocedería la repugnante esclavitud. Sus considerandos parecían apoyar la iniciativa tamaulipeca, pero dieron la sorpresa de terminar así:

         Cuando llegué a comprender fríamente que la nación mexicana no quiere esclavos, pero que tampoco abriga pillos, que quiere hombres libres pero honrados que la hagan prosperar y la engrandezcan, entonces se comprenderá que no hay anticonstitucionalidad en penar a un hombre que pretexto de penar trabajos personales, obtiene una cantidad con la premeditada intención de no ejecutarlos y usando de tal pretexto como  subterfugio que lo coloca dentro de la prescripción penal. Cuando se llegué a  distinguir fríamente cuál es la deuda de carácter puramente  civil ycuál la que entraña el delito de la estafa para  abrigar  legalmente a  la primera y castigar a la segunda, y cuando, en fin, no se crispen los nervios de los CC. Magistrados y escritores al ver escrita en un contrato la palabra trabajo personal, entonces los estafadores tendrán el merecido castigo prescrito ya en nuestra legislación penal y los deudores civiles tebndrán el apoyo que el propio Código Civil les otorga, entonces estos irán, no a trabajar forzadamente, porque no lo tolerará la Constitución, pero sí a las cárceles, a extinguir la pena a que por su delito se hayan hecho acreedores según la ley  penal.

            En los estados del centro, donde abundaba la mano de obra, los anticipos eran menos frecuentes y cuantiosos, salvo quizá en las haciendas morelenses, en la que cada  martes de raya se les anticipaba a los sirvientes de 75 centavos a 1 peso. En Jalisco los préstamos eran insignificantes comparados con los del norte y el sur, pues rara vez pasaba de 15 pesos, esto es, tres mensualidades. En Zacatecas ya había desaparecido la costumbre de los anticipos y en otros estados céntricos iba en vías de desaparecer. En cambio, las deudas de los peones eran muy elevadas en las fincas tropicales productoras de artículos de exportación. Las autoridades colimenses decretaron, a principios del siglo XX, no perseguir a los trabajadores endeudados que, al parecer, abundaban. Una ley veracruzana de 1881 prohibió que los anticipos excedieran de 200 pesos, pues solían pasar de esa cantidad, lo mismo que en Tabasco. Por ejemplo, en el Partido de Jonuta, donde los peones ganaban de 10 a 15 pesos mensuales, las deudas de los acomodados eran muchas veces de más de 400, y si alguno quería separarse de su trabajo, la ley  le  otorgaba para pagar tres días de plazo por  cada 100 pesos  de deuda. En Chiapas la servidumbre por deudas alcanzó proporciones alarmantes. Los préstamos inferiores a 100 pesos se verificaban ante  l juez de paz, y los mayores ante un juez de primera  instancia. Muchas veces se obligaba a la esposa a prestar  servicios propios de su  sexo para redimir más pronto la deuda del peón, su esposo. La Revista de Mérida publicó a mediados de 1891 el siguiente aviso, con gran escándalo de la opinión pública nacional, porque se le tomó como una prueba documental de la esclavitud reinante en Yucatán:

         Juan N. Durán, sirviente de la finca Chaba, de la propiedad  de mi señora madre doña Servula Conde de P., ha abandonado el servicio de dicha finca, adeudando una suma de consideración. Gratificaré a la persona que sepa de él y me dé noticia de su paradero, así como perseguiré conforme a las leyes al que lo oculte.

            Desde los años ochenta, algunos documentos oficiales manifestaron el número de los sirvientes endeudados en la península. En una población total de 260,629 habitantes había 20,767 sirvientes endeudados, o sea el 8 por ciento. Esa estadística dividía la población entre vecinos e indígenas; el 57 por ciento lo  consideraba como indígenas, y  de éstos los sirvientes endeudados eran el 14 por ciento. Mientras en Ticul los endeudados sólo representaban el 2 por ciento de los habitantes de ese partido, en Sotuta eran el 16 por ciento. El siglo XIX reconoció que en México había verdadera esclavitud debida a los anticipos y que l gobierno era impotente para  evitarla. El Universal, el periódico de mayor circulación por los noventa, comentó que la Constitución no protegía a quienes habiendo nacido libres, “han declinado su carácter de ciudadanos para someterse a la servidumbre de los campos”. El Tiempo replicó que este argumento era falso: la Constitución y la Reforma protegían a los peones, pues de otro modo no podía entenderse que prohibiera la esclavitud de los religiosos y no la de los sirvientes. Insistió El Universal en que la esclavitud era una forma de progreso económico, aunque pareciera  una blasfemia a la metafísica; Yucatán le parecía el mejor ejemplo para probar su aserto: el progreso del henequén se debía a la esclavitud de los mayas.

         Tlapisquera (4) y Garrote. Los peones de las haciendas eran víctimas de los bajos salarios, de los anticipos y también de castigos corporales que les inflijían los latifundistas y sus administradores y capataces. Pretextando que los labrantines eran indolentes e inmorales, los golpeaban y  encarcelaban con suma frecuencia. En Oaxaca, Tabasco, Campeche, Yucatán y Chiapas se registraron los más de estos abusos.

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         Sólo por excepción intervino la autoridad en favor de los peones golpeados por sus patronos. Gran alarma produjo en la opinión pública en proceso seguido en 1905 en San Luis Potosí contra un hacendado por malos tratos a sus sirvientes. En cambio, no causó gran inquietud el arresto de cuatro meses y la multa de 100 pesos que le fueron impuestos a Luis del Toro, director del periódico El Universal, porque denunció en 1902, el mal trato que Genaro García, (5) gobernador de Zacatecas, daba a los peones de sus fincas. Con todo, menudearon las quejas contra los hacendados. Por los ochenta el administrador de la hacienda de Ulapa (Tetepango, Hg0.) intentó meter en bartolinas de seis metros cuadrados a las familias de los peones castigados; pero como éstas se negaron a cambiar sus jacales por las nuevas pocilgas, el  administrador pidió auxilio al ejército federal. Acto seguido una partida de soldados amenazó de muerte a los  renuentes y destruyó 236 jacales habitados por 700 gentes. También las haciendas tlaxcaltecas se hicieron célebres por sus abusos: en una de ellas, se azotaba a los peones y luego se les untaba jugo de penca de maguey en las heridas; en otra, bajo pena de multa, cárcel y  golpes se les obligaba  a rezar el rosario y oír misa diariamente. Y el código penal tlaxcalteca parecía estar hecho para  satisfacer los instintos sádicos de los terratenientes.

         En muchas haciendas de Puebla, México  y Morelos los peones no la pasaban mejor. Sin embargo, son de exceptuarse las importantes fincas de Santa Clara, Tenango y La Gavia, donde eran bien tratados y gozaban  de buenos jornales, según lo afirma José Bravo Ugarte (6). La situación de los peones tabasqueños, a la inversa, era bastante difícil, aunque merecida  en opinión de los hacendados. Éstos se sentían las primeras víctimas de tal sistema de trabajo, porque las malas cosechas, las plagas, la muerte o fuga de los sirvientes los obligaban a empeñar sus cosechas de dos o más años. El sistema de préstamos ofrecía, según un latifundista tabasqueño, la paradoja de que el capital adeudado fuera superior al valor de las fincas. En la octava década del siglo pasado algunas personas “respetables y filantrópicas” promovieron una suscripción para formar un capital que redimiera a los siervos, pues era imposible intentarlo individualmente, ya que las deudas ascendían a un 10 por ciento o más del valor de las fincas; pero se consideró quimérica la idea porque los peones apenas liberados de nuevo se endeudarían.

https://movimientoantorchista.org.mx/el-porfiriato-y-la-prensa

         En Campeche era usual que los hacendados exigieran por la vía penal el reconocimiento de sus derechos sobre las personas de sus sirvientes endeudados. A pesar de ello, gran escándalo causó la denuncia de que el propietario de la hacienda campechana YAX acostumbraba propinarles de 25 a 150 latigazos a sus peones. Pero, con todo, muchos mayores fueron las quejas contra los hacendados yucatecos. Un potosino enganchado para trabajar en Yucatán por 2 pesos emprendió el viaje a la península en compañía de su familia, sólo para descubrir que se le ofrecía un salario de 48 centavos diarios; resolvió retirarse, pero se lo impidieron; decidió fugarse y fue  aprehendido; una vez más intentó con éxito la fuga, pero su  familia quedó detenida.

El padre Francisco Icaza envió a Yucatán a varios grupos de niños huérfanos que se repartían entre familias; recibían alimentos, educación, trabajo y ayuda cuando querían casarse o deseaban regresarse a México. Al cargo de que se hacían faenas muy  duras en el cultivo del henequén, Icaza respondió que esto no ocurría con sus protegidos; a ellos sólo los ocupaban en llevar el henequén de la máquina raspadora al asoleadero. A pesos de ello, las denuncias continuaron; para acallarlas, las autoridades yucatecas dispusieron que los acompañantes de los niños acreditaran su personalidad, además de preguntarles a los niños sobre la naturaleza de su viaje. Poco después se supo que en la finca de un rico banquero yucateco se encontraban 80 niños oriundos de México, Puebla y otros estados centrales;  que eran maltratados por el dueño y  sus mayordomos. Un periódico de Mérida aseguró que a los hacendados yucatecos se les acusaba de esclavistas, cuando no hacina otra cosa que sacar  de la miseria a muchos mexicanos del interior.

         Como quiera, Pedro Chin, jornalero del ingenio de San Antonio murió a  consecuencia de la flagelación que le impuso el mayordomo de la hacienda donde trabajaba. Poco después un peón maya escapado de una hacienda huyó a Mérida, donde exhibió las huellas de los latigazos que le propinaba el mayordomo, y otro sirviente prófugo mostró a los redactores de un periódico metropolitano las cicatrices de los azotes que recibía de sus capataces. A principios de siglo se acusó a los hacendados yucatecos de marcar con un fierro candente a los trabajadores chinos. Olegario Molina se hizo portavoz de la respuesta de los hacendados, asegurando que los chinos recibían buen salario y trato. Un diario católico recogió en 1905 la denuncia del peón yucateco Antonio Canché, contra el “caballeroso propietario” Audomaro Molina, hermano del célebre Olegario. Por la naturaleza de los cargos y las personas implicadas en ellos, conviene exponerlos en detalle. Diariamente  los trabajadores de la hacienda Cumpich de las cuatro a las siete de la mañana, desempeñaban un trabajo forzoso y  gratuito conocido como fajina. A partir de esta última hora se iniciaba  propiamente  la tarea de los peones, o sea limpiar dos mecates; (7) según el quejoso, hasta las tres de la tarde terminaban de limpiar el primero y les daba las siete sin concluir el segundo; a esa hora se retiraban a descansar; pero como castigo por no haber terminado la tarea asignada, sólo se les pagaba lo correspondiente al mecate concluido, quedando el resto en calidad de fajina en favor de la hacienda. Canché también se quejó de que la hacienda era una verdadera prisión, y de que Molina amenazó a una mujer con castigarla por haber dado asilo a un “sirviente prófugo”.

         Molina se dirigió al  abogado Néstor Ruiz Alpuche, residente en la capital, para que en su nombre invitara a Trinidad Sánchez Santos, director de El País, a visitar Yucatán y al juez primero de lo civil para que practicara una información testimonial sobre los hechos que se le imputaban. Éste aceptó y pudo comprobar, según Molina. Que los peones eran

         Bien tratados, bien pagados, bien vestidos, bien alojados, y que no solamente  no son esclavos, sino que  están en mejor condición que los obreros de muchas de las naciones de Europa, que, según se dice, están a la vanguardia de la civilización y  del progreso.

            Los trabajadores ganaban 1 peso diario de jornal, preferían trabajar a destajo, así obtenían 2.50 pesos diarios. Tenían muy  buenas casas de mampostería, gratuitas; solares para sus aves de corral y hortalizas; leña gratis; misa todos los domingos; médico y medicina gratuitas.

         Las situaciones de los peones chiapanecos fue, probablemente, la más desfavorable de todas. Los hacendados tenían la obligación de avisar, dentro  de un término de quince días, a la autoridad cuando tuvieran conocimiento de que algún individuo desconocido pretendiera avecindarse en su  finca; de no hacerlo eran responsables de los daños y perjuicios que resultaran; y si sabían que  el sirviente era fugo, debían presentarlo a la autoridad más inmediata, bajo las mismas penas. El Socialista denunció múltiples casos, principalmente de Pichucalco, de sirvientes endeudados que recibían más de 200 azotes porque solicitaban su desacomodo, o sea separarse de la finca; aún se dijo que en san Cristóbal de Las Casas se encadenó a una sirvienta que pretendió huir. Se  acusó al dueño de una hacienda de que labraba sus tierras con indios chamulas, alquilados como bestias, pagándoles la mitad de su salario.

         El senador y exgobernador de Chiapas, Manuel Utrilla, explicó en una entrevista que,  excepto en Pichucalco, los sirvientes conocían sus derechos y recibían un trato paternal de sus amos. En Pichucalco trabajaban en lugares insalubres, las deudas eran hereditarias y se acostumbraban grilletes, cepos y cadena. Las averiguaciones para remediar estos males no prosperaban porque los propietarios eran los mismos encargados de hacerlas. Esta situación sólo podía explicarse

         Por la falta de educación de los sirvientes, por su carácter severo y duro, por la pereza que les es proverbial por costumbre y hábito, y por  ser la única manera de sujetarlos a la obediencia.

            Quirino Domínguez, juez segundo de lo criminal de la ciudad  de México, terció en la entrevista opinando que jurídicamente los hechos denunciados en Chiapas podían calificarse como verdadera esclavitud. Atribuyó esa situación a la ignorancia de los peones y  a que los propietarios eran casi siempre autoridades; juzgó por eso indispensable que anualmente el gobernador visitara haciendas y pueblos  para  explicar a los mozos, en presencia de sus patronos, sus derechos, y encomendar a los jefes políticos la estricta vigilancia de los indios. Domínguez, que creía justo  el sistema de préstamos porque satisfacía las necesidades de los peones, se opuso a que las autoridades examinaran los libros de cuentas porque eso significaba inmiscuirse en asuntos privados, cosa desautorizada por la ley.

         Cuando El Partido  Liberal pidió la intervención del gobierno  en este asunto, el periódico oficial chiapaneco reconoció que la  condición oficial de los  sirvientes era triste y lamentable, pero la atribuyó a que contraían deudas sin previsión alguna, inmovilizando así capitales y  disminuyendo la producción, todo ello con perjuicio de los hacendados. En cambio, la autoridad de Chiapa de Corzo pidió al gobernador general José María Rodríguez que desechara el proyecto de ley del diputado José Velasco, porque era frecuente que los amos abusaran de los sirvientes, y no que éstos perjudicaran a aquéllos; el gobierno, por el contrario, debía beneficiar  a los peones en vez de tratarlos con severidad. Ramírez respondió que “entendía” que el proyecto de Velasco no sería aprobado.

         Ángel Pola (8) insistió que en Pichucalco, Simojovel y Palenque había una verdadera esclavitud; los peones ganaban en Soconusco y  en Tonalá tres pesos mensuales y ración; en las salinas trabajaban de tres de la mañana al mediodía y de las dos de la tarde a las siete de la noche; en Tuxtla Gutiérrez los acomodados ganaban un real; en Chiapa y en el Centro apenas lo indispensable para vivir, pero  sus deudas no eran muy grandes y se les trataba con humanidad; en Comitán, en cambio, las deudas se elevaban a algunos centenares de pesos; en la época de las cosechas algunos individuos recorrían los pueblos indígenas contratando gente pata trabajar, y  después las revendían a los hacendados con una ganancia hasta de 50 por ciento. El periódico  oficial atribuyó esta lamentable situación a que los sirvientes “acomodaban” a sus hijos desde muy pequeños, o sea, a su imprevisión e ignorancia- Ángel Pola propuso como remedio la instrucción primaria obligatoria, la jornada de siete  horas, que las deudas no fueran hereditarias, la nulidad de Departamentos no fueran nativas de esos sitios. La deudas de los menores y que las autoridades de los Departamentos no fueran nativas de esos sitios.

         Un gran número de defensores de la situación del trabajo en Chiapas saltó a la liza periodística. Clemente F. Robles declaró que en Chiapas no había esclavitud y acusó al periódico El Socialista de escándalo y calumnia. Reconoció el derecho de los padres para acomodar a sus hijos, y señaló que ninguna ley prohibía el trabajo en zonas insalubres, uno de los ataques que se habían dirigido a los propietarios chiapanecos. Frumencio Pastrana, después de negar los cargos que se le hicieron, declaró estar dispuesto a que se examinara la forma del trabajo en su hacienda. Para Salvador Zenteno era falso que hubiera  esclavitud en Chiapas; no podía considerarse como tal el derecho que todo hombre tiene para comprometer durante  algún tiempo sus  servicios, recibiendo anticipadamente la remuneración de ellos; de ese modo, también debieran considerarse esclavos los funcionarios, abogados, médicos, artesanos, en una palabra, cualquiera que se obligara a trabajar; pero pasó por alto que el problema consistía en convertir en penal un asunto meramente civil; el incumplimiento de un contrato. Otro más quiso halagar a un diario católico con el curioso argumento de que si para el obispo Villalvazo, Chiapas era una región predilecta de Dios, no podría haberlo dicho si en ella hubiera esclavitud.

         No obstante el empeño de los defensores de los hacendados chiapanecos, algunas autoridades reconocieron que la servidumbre imperaba en Chiapas. De Pichucalco informaron a la Secretaría de Fomento, precisamente en diciembre de 1885, cuando la polémica estaba en su apogeo, que para  contratar 40sirvientes tenían que emplear hasta 8,000 pesos, con el grave riesgo de que por su muerte o fuga se perdiera esa cantidad. Se explicó  el sistema de endeudamiento por la escasez de brazos, y la natural pereza indígena favorecida por la fertilidad del suelo. En el municipio de Pichucalco había 279 sirvientes endeudados; algunas fincas sólo tenían dos o tres, y otras hasta treinta. El sistema del endeudamiento era muy  simple: el indio acudía a la tienda de criollos o europeos a comprar  mercancías malas, pero vistosas, y como carecía de dinero porque no ahorraba, su cuenta  se cargaba al propietario y quedaba endeudado con él. En el referido informe se calificaba de personas de buena fe, pero ignorantes, a quienes veían en estos tratos una disimulada esclavitud, Además, se decía de él, los agricultores deseaban tener jornaleros libres; y contra  los que algunos pensaban, los peones disponían de un pedazo de tierra que podían trabajar los días festivos: “trabajando con actividad, no tomando sino lo necesario para la subsistencia de él y su familia, ñes fácil amortizar su deuda, como acontece con frecuencia”. Parece difícil aceptar que si las deudas alcanzaban hasta 500 pesos, y el salario fluctuaba entre 18 y  37 centavos, como lo reconocían los propios hacendados, los peones pudieran amortizar sus deudas.

         Lo cierto es que las denuncias de los trabajos obligatorios y gratuitos en las fincas chiapanecas fueron constantes. Unos colonos alemanes informaron al gobernador que llegaron a Tumbalá, distrito de Palenque, a principios de 1893 para cultivar café en tierras compradas al gobierno  federal. El jefe político del lugar nombró al maestro de escuela, su primo hermano, intermediario entre los indios y los  alemanes; estos pagaban un peso seis centavos, pero el indio sólo recibía 75 centavos porque se les descontaban seis centavos para la persona que los citaba a trabajar y 25 para el agente. Al enterarse de esas maniobras, lo alemanes pretendieron contratar  directamente a los peones ofreciéndoles un peso, y la autoridad se opuso a ello bajo amenaza de multa. Sus males no paraban  ahí, el agente, sin llevar libros de contabilidad para el municipio, les imponía toda suerte  de contribuciones y servicios.

$ 3.00

$ 0.50

$ 0.25

$ 0.25

$ 0.25

$ 2.50

$ 3.00

$ 10.00

$ 1.00

$ 0.12

A 5.00

a 5.00

a 0.50

a 1.00

a

a 3.00

a 5.00

a 20.00

a

a 1/2

Por acta de matrimonio

por cada entierro

por cada bautizo

por puerco vendido

por puerco matado

por res matada (de ladinos)

por garitas (de ladinos)

por tiendas (mensual de íd.)

por cada fiesta de los indios

por contribuyente de contribución

       aparte por trimestre.

 

Multas de todas clases y sumas

40 libras manteca  cada semana

Ración de maíz, frijol, huevos, gallinas, etc., cada día

Una molendera cada semana

La contribución y prestación sin dar recibos (por listas)

No hay escuela atendida

Los escueleros (5-10) sirven de mozos

No existe Tesorería, etc., etc.

Personas conocedoras estiman de $ 250 a 300 las “ganancias” mensuales del maestro y como únicas en la República, según ellos vale mucho más ser maestro de Tumbalá que diputado o  senador en México.

 

         Un periodista comentó que los indígenas ganaban tres centavos oro en Palenque, o sea que, quedaba una ganancia de $ 9.97 a sus patronos, porque un día de trabajo producía 10.00 pesos; todavía se les podía pagar hasta un peso plata y sus patronos ganarían 9 pesos. Pidió el castigo de estos abusos, pero consideraba el único medio de elevar el salario era activar la demanda de trabajo.

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NOTAS

Dictadura y revolución, Lecturas Nacionales, Puebla, Gobierno del estado de Puebla, 1995. P-157.

 

González Navarro, Moisés, “Los Peones”, en Dictadura y revolución, Lecturas Nacionales, Puebla, Gobierno del estado de Puebla, 1995, pp. 11-27.

 

1.- Almud, la equivalencia general es de cinco litros; si bien en algunas partes de 4 litros o en otros, como Chiapas de 7  y 20 litros en Hidalgo.

2.- Joaquín Casasús (1858-1916). Nació en Frontera, Tabasco y murió en Nueva York. Abogado por la Escuela de Jurisprudencia de México. Secretario  de Gobierno de su estado. Latinista y traductor de clásicos latinos. Banquero y hombre de negocios, desempeñó cargos difíciles como abogado de la Comisión que logró el fallo favorable a México sobre El Chamizal en disputa con los Estados Unidos. Fundador del Liceo Altamirano y miembro de la Academia de la Lengua. Accionista de los Ferrocarriles Nacionales de México, al “mexicanizarlos” en 1908. Publicó Musa Antigua (1904), Cien sonetos (1912) y, en prosa, En honor de los muertos, Cartas literarias y varias obras de economía.

3.- Bernardo Reyes (1850-1913). Nació en Guadalajara y murió en la ciudad  de México el 9 de febrero, al inicio de la Decena Trágica, la insurrección contra el Presidente Madero. Combatió a la intervención francesa. General a los 30 años de edad. Gobernador provisional de Nuevo León de 1885 a 1887. Pacificó el estado y creó las bases para su prosperidad. En 1886 sofocó la rebelión de dos caudillos agrarios. En 1889 nuevamente gobernador de Nuevo León hasta 1900. Secretario de Guerra y Marina y fundador de la reserva del ejército, precursora del servicio militar. Se le considera adversario de los “científicos”, el círculo de gobierno de Porfirio Díaz y candidato a la presidencia. En inequívoco destierro viajó por Europa, a  su regreso en 1911, ante el triunfo de Madero se alzó frente  al gobierno. Solo, se entregó a un custodio fronterizo y, después, prisionero en Santiago Tlatelolco. Al tratar de tomar  Palacio nacional en aquel febrero, murió por la descarga de los defensores. Singular episodio, narrado por su hijo, Alfonso Reyes en su Oración del 9  de febrero, editada en 1962.

4.- Tlapisquera, del nahuátl tlapixcan, lugar  donde se guarda algo y la desinencia castellana, era. En las haciendas, bodega donde se guardan los aperos de labranza o las semillas, también sitio de castigo a los peones.

5.- Genaro García (1867-1920). Nació en Fresnillo, Zacatecas, y murió en la ciudad de México. Abogado, historiador y profesor de la Escuela nacional Preparatoria de la que fue director. Director del antiguo Museo Nacional de Arqueología e Historia. Su rescate de antigüedades mexicanas fue valiosa. Autor de obras fundamentales para la historia de México como Carácter de la Conquista  Española en América y en México, la Colección de documentos inéditos o muy raros para la Historia de México, en 36 volúmenes; de Documentos históricos mexicanos (1910-1911). La Editorial Porrúa, en su Biblioteca Porrúa, ha publicado algunas de sus obras.

6.- José Bravo Ugarte (1898-1967). Sacerdote jesuita. Profesor e historiador. Autor entre otras obras, de Historia de México en 3 volúmenes, Ed. JUS, de La ciencia en México, Periodistas y periódicos mexicanos e Instituciones políticas de la Nueva España (1967).

7.- Mecates. Un mecate son 404.50 metros cuadrados.

8.- Ángel Pola. (1861-1958). Nació en Chiapa de Corzo y murió en la ciudad de México. Uno  de los grandes periodistas de fines del siglo XIX. Iniciador del reportaje y  de las entrevistas. A los 20 años de edad empezó  a escribir en El Socialista donde publicó las primeras crónicas sobre  la esclavitud en Chiapas. Fundador de El Noticioso, periódico que costaba un centavo, relató el secuestro de niños para  llevarlos a Valle Nacional. Director y Fundador de la Biblioteca  Reformista, publicó en tres volúmenes las obras de Melchor Ocampo y Los traidores pintados por sí mismos. En Orígenes del socialismo, compendio de Laveleye, afirmó que el socialismo sería el credo popular de nuestro país.

 

 

Historia moderna de México. El Porfiriato. La vida social. México-Buenos Aires, Editorial Hermes, 1957, parte segunda, Propiedad y Trabajo. Fragmento del Cap. 2, pp. 26-231.

 

Cabe una aclaración: La historia moderna de México, tiene como autor de la obra general, a Daniel Cosío Villegas y, en cada volumen, el nombre del verdadero autor; en el tomo de referencia, Moisés González Navarro.

 





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