Esclavitud y tráfico de esclavos en el Pacífico
suramericano durante la era de la abolición*
El proyecto abolicionista fundacional a la creación de
la República de Colombia en 1821 se vio truncado por los intereses de las
clases esclavistas, especialmente las que derivaban su poderío económico de la
extracción de oro en la costa pacífica de la provincia de Popayán. En la década
de 1840, cuando ya el país se había fragmentado y Popayán estaba dentro de la
Nueva Granada, estas élites lograron que el gobierno volviera a instaurar el
tráfico de esclavos y exportaron grandes números de esclavizados y manumisos
hacia Perú y Panamá. Este artículo analiza el activismo de los esclavistas
comenzando en 1822 y con su culminación en el momento de la apertura del tráfico
a través del puerto de Buenaventura en el Pacífico. El estudio muestra que en
Suramérica las luchas a favor y en contra de la esclavitud no tuvieron
resultados lineales y fueron parte de la formación del estado en dos
dimensiones: las tensiones regionales y las alianzas internacionales. También
contribuye al debate sobre la abolición de la esclavitud en el mundo atlántico
expandiendo la frontera del análisis hacia el Pacífico, a la vez que mostrando
cómo las nuevas repúblicas del mundo andino formaban parte de una red de ideas
y de comercio que integraba a Norteamérica con América del Sur. En ese sentido,
la historia de la abolición en Colombia, vista en un contexto más amplio, nos
habla de la manera en que los proyectos económicos y políticos republicanos, tanto
como la historia de las migraciones forzadas de afrodescendientes en esta
región, deben enmarcarse en un ámbito transnacional.
INTRODUCCIÓN
Tan inextricable es el abismo de la esclavitud, en que no se puede
entrar sin encontrar precipicios por cualquier sendero que se tome.
Gerónimo Torres, 1822
La República de Colombia se fundó sobre la base de una política
abolicionista gradual que quedó plasmada en su primera carta Constitucional, la
Constitución de Cúcuta de 1821. En la región norte de Suramérica, la
participación de esclavos y gente libre de color en los ejércitos de la
independencia tuvo como consecuencia que el proyecto de construcción de la
nación independiente -la cual en 1821 incluía a las actuales Venezuela, Ecuador
y Panamá- estuviera profundamente imbricado con los intereses de las
poblaciones afrodescendientes que buscaban garantizar sus derechos dentro del
nuevo marco político. Además, con las leyes de libertad de vientres, la
creación de juntas de manumisión y la abolición del tráfico de esclavos,
Colombia estuvo en la vanguardia del abolicionismo en el mundo atlántico, a la
par con las demás repúblicas de la América española continental y con Haití,
especialmente en cuanto a experimento republicano que materializó la relación
entre el discurso de la libertad y la emancipación de los esclavos.
Sin embargo, muy pronto el proyecto abolicionista se vio truncado
por los intereses de las clases esclavistas, en especial las que habían fundado
su poderío económico en la extracción de oro en la costa pacífica de la
provincia de Popayán. Familias prominentes entre las cuales se encontraban los
Mosquera, Arboleda, Torres y Arroyo ejercieron resistencia durante los primeros
diez años de la independencia de Colombia, saboteando la implementación de las
leyes de manumisión. En la década de 1840, cuando ya el país se había
fragmentado y Popayán estaba dentro de la Nueva Granada, las élites payanesas
lograron que el gobierno volviera a instaurar el tráfico de esclavos y
trasladaron grandes números de esclavizados hacia Panamá, desde donde los
vendieron a agentes peruanos y estadounidenses. A pesar de constituir una
afrenta al proyecto republicano que surgió de la revolución de independencia,
los dueños de esclavos justificaron sus acciones usando una retórica
constitucional. Es decir, plantearon que sus intereses eran equivalentes a los
del Estado y, aprovechando su poder político, actuaron para modificar la ley
dentro del mismo.
Este artículo trata la historia de la reapertura del tráfico de
exportación de esclavos en la Nueva Granada entre 1843 y 1847 a través del
puerto de Buenaventura en el Pacífico. El episodio muestra que, en Suramérica,
a raíz de las luchas económicas y políticas a favor y en contra de la
esclavitud, las aboliciones no tuvieron resultados lineales. A partir de un
análisis de las relaciones entre las siguientes cuestiones -1. La formación del
Estado y el poder regional de las élites esclavistas y 2. El tráfico de
esclavos en el Pacífico y las redes económicas y políticas hemisféricas- entendemos
mejor por qué la abolición fue un proceso conflictivo en Colombia, a pesar de
los principios abolicionistas escritos en su constitución. Específicamente, las
luchas en torno a la abolición de la esclavitud fueron parte de la formación
del Estado colombiano/neogranadino en tres dimensiones: las disputas
regionales, la definición de la ciudadanía, y las alianzas y tensiones
internacionales. Mi argumento es que, visto a través de la historia de Popayán,
estudiar la emergencia, circulación y puesta en práctica de las ideas a favor
de la esclavitud constituye una nueva perspectiva clave sobre el proceso de
formación del Estado en Hispanoamérica.
El objetivo del artículo también es contribuir al debate sobre la
abolición de la esclavitud en el mundo atlántico expandiendo la frontera del
análisis hacia el Pacífico, mostrando cómo las nuevas repúblicas del mundo
andino formaban parte de una red de ideas y de comercio que integraba a América
del Norte con América del Sur. Las presiones que las élites de Popayán
ejercieron sobre el gobierno nacional en Bogotá para legalizar el comercio de
esclavos en la década de 1840 se apoyaron estratégicamente en sus conexiones
con élites peruanas que en ese mismo momento estaban invirtiendo en fortalecer
la economía de plantaciones al norte del Perú. Así mismo, las familias Mosquera
y Arboleda establecieron vínculos comerciales con compañías de Estados Unidos
que desarrollaron el proyecto de construcción del ferrocarril en Panamá.1
En ese sentido, la historia de la abolición en Colombia, vista en
un contexto hemisférico, nos habla de la manera en que los proyectos económicos
y políticos republicanos, tanto como la historia de las migraciones forzadas de
afrodescendientes en esta región (el tráfico de esclavos dentro de las
Américas), deben analizarse en un marco transnacional. Desde esa perspectiva
podemos ver las contradicciones del proceso de abolición a través de varios
lentes complementarios y exponer los vínculos de distintos intereses con el
proceso de transformación legal, económica, social y político que implicó
desarticular las economías esclavistas. Es fundamental remarcar estos puntos en
conjunto para demostrar que el estudio de las aboliciones hispanoamericanas
representa un espacio de debate urgente en el contexto de las historiografías
de la abolición, tanto específicamente en Latinoamérica como a nivel global.
Contexto atlántico de la abolición de la esclavitud en
Hispanoamérica
Durante las guerras de independencia a lo largo del territorio
hispánico en la América continental que dieron lugar a las repúblicas
latinoamericanas, guerras que comenzaron en 1810 y terminaron entre los años
1820 y 1825, se generaron lazos entre el republicanismo y la abolición de la
esclavitud.2 Esa asociación entre
republicanismo y abolición en Hispanoamérica no fue, del todo, una innovación
en su tiempo. En la colonia francesa de Saint Domingue en 1804 los vencedores
de la guerra de independencia contra Francia crearon la República de Haití y
abolieron la esclavitud. La gran particularidad de esa guerra que culminó con
la independencia y la fundación de la República de Haití fue que estuvo
liderada por gente africana y afrodescendiente. Por eso la abolición de la
esclavitud en ese contexto, y como resultado de una larga guerra, tuvo un gran
peso simbólico en la manera como se entendió a partir de entonces, en el mundo
atlántico, la fuerza y la visión política de los esclavizados. También demostró
los límites de la esclavitud como sistema de producción colonial con vínculos
con mecanismos de dominación racial que se venía desarrollando a favor de las
economías europeas.3
Desde el siglo XVIII se intensificaron los debates en el mundo
atlántico sobre los horrores de la esclavitud, repensando sus justificaciones
sobre todo en Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña. Luego, como se ha dicho,
la revolución en la isla francesa de Saint Domingue hizo incuestionable la
posibilidad de que fuerzas afrodescendientes atacaran y destruyeran la
institución, generando fuertes dudas sobre su sostenibilidad. En el contexto
del Atlántico hispánico la abolición fue un tema que había tenido menos
discusión. Más aún, en el último cuarto del siglo XVIII, contrario a las ideas
abolicionistas, España intensificó su inversión en la trata de africanos y en
la expansión de la economía azucarera. Ese compromiso se solidificó durante los
debates de las Cortes de Cádiz, a pesar de que algunas voces presentaron
propuestas para abolir la esclavitud.4
En contraste con la política española, y con los proyectos
nacionales que predominaron en Estados Unidos y Brasil durante gran parte del
siglo XIX, las medidas abolicionistas de las repúblicas hispanoamericanas entre
1810 y 1820 representaron un verdadero experimento. La promulgación de
legislación abolicionista fue un acto que marcó una diferencia, una oposición,
a la España imperial que había gobernado por medio de la esclavitud durante
siglos. Simultáneamente, esa legislación representó una dimensión del “nuevo
poder” soberano del Estado republicano para ejercer su autoridad de reinventar
las sociedades americanas, deshaciéndose de uno de los más evidentes legados
coloniales.5
La especificidad de las repúblicas latinoamericanas estuvo en que
éstas fueron el producto de alianzas entre los criollos, que eran descendientes
de los antiguos colonizadores europeos y la clase privilegiada en la América
española, y los sectores populares, que incluían las poblaciones indígenas,
mestizas y afrodescendientes, tanto esclavizadas como libres. A raíz de esas alianzas,
una guerra anticolonial que expulsó a los europeos del poder dio lugar a
repúblicas que se basaron en principios igualitarios.6
Destruir o desarticular la institución esclavista no fue un
proceso fácil ni lineal. En un principio, el proceso militar demostró la
urgencia de incorporar a la gente afrodescendiente al proyecto independentista.
Por eso se otorgó la libertad a los esclavos en casos individuales, como
recompensa por los sacrificios militares. Después de la independencia, las
nuevas repúblicas en su mayoría legislaron a favor de una abolición gradual de
la esclavitud, integrando en sus constituciones leyes de libertad de vientres,
de abolición del tráfico esclavista y para la creación de juntas de manumisión.
A todas luces, estos fueron pasos importantes hacia el “fin” de la historia de
la esclavitud africana, un proceso que por supuesto implicaba una
transformación -una verdadera revolución- en términos de los fundamentos
económicos y políticos de las sociedades hispanoamericanas. En todas, sin
excepción, desde México hasta el Río de la Plata y Chile, la esclavitud había
sido parte fundamental, estructurante; había definido tanto las relaciones
sociales como las dinámicas económicas desde la llegada de los europeos a
América en el siglo XV. Y por esto es natural que en todos los casos hubo
resistencia por parte de los sectores criollos que veían peligros, para sus
intereses de clase, en tales decisiones y las transformaciones radicales que
conllevarían.
En el caso de la República de Colombia, fundada en 1821, el
proyecto de abolir la esclavitud se relacionó íntimamente con el precedente
haitiano. Es más, la diplomacia abolicionista de Haití fue un factor decisivo
que puso la abolición de la esclavitud entre las prioridades de los líderes
suramericanos patriotas, especialmente Simón Bolívar.7 Así mismo, la primera República
de Colombia es perfectamente ilustrativa de este importante proceso
hispanoamericano y de la relación inestable entre el proyecto del Estado
abolicionista y las diferentes demandas sociales y políticas sobre las cuales
se erigió. La abolición dependía de las estructuras del Estado y, a la vez, era
un mecanismo de institucionalización de burocracias que permitía la creación o
construcción del Estado en los espacios local, regional y nacional. Como tal,
el proyecto de abolición de la esclavitud fue en esencia volátil. Además, como
proyecto liderado desde la capital de la República, la abolición de la
esclavitud también tuvo visos de imposición, como una decisión tomada “desde
arriba”; un instrumento de centralización del poder. En Colombia fue Simón
Bolívar quien sobresalió como símbolo inspirador, pero también impositor, de
esa medida.
Como se ha dicho, es un hecho que Bolívar tomó esa decisión a raíz
de su negociación con el presidente de Haití, Pétion, quien le ofreció su apoyo
militar con la condición de que el movimiento andino independentista fuera
además un proyecto abolicionista. También está claro que la política militar de
Bolívar tomó giros pragmáticos una vez que éste se dio cuenta de que era
necesario ganarse el apoyo de las poblaciones afrodescendientes para que éstas
no estuvieran del lado de los realistas (como lo estuvieron, en su mayoría,
tanto en Nueva Granada como en Venezuela, durante la guerra de independencia).
En realidad, entonces, Bolívar respondió a presiones tanto internas como
externas.8
La nueva historiografía sobre el tema de la abolición en Colombia
se ha desarrollado a partir del reconocimiento de estas dos fuerzas, la
movilización de la población afrodescendiente en los ejércitos y la negociación
con Haití. A éstas debemos añadir la dimensión estratégica de oponerse a la
política esclavista de España.9 Y estudiar este tema mediante
estas tres perspectivas nos obliga a enfrentar la noción antigua de que fueron
los británicos quienes ejercieron la influencia necesaria para iniciar y llevar
a cabo los procesos abolicionistas latinoamericanos.10
Visto de tal manera, tradicionalmente se ha supuesto que esos
procesos eran un apéndice de la política británica imperial y de Gran Bretaña,
a partir del comienzo del siglo XIX, como gestora del movimiento abolicionista
que difundió la crítica moral de la esclavitud en las sociedades del mundo
atlántico, transformando la economía global radicalmente. Pero, como dijo James
Ferguson King hace varias décadas, si bien el tema de la abolición de la trata
fue un punto central en los tratados de comercio y navegación que firmó Gran
Bretaña con las repúblicas independientes, fue después de 1830 cuando se volvió
un punto condicional para el reconocimiento de las repúblicas. La abolición de
la trata en la América hispana continental en realidad precedió tales
negociaciones pues tuvo su origen durante los procesos de independencia. Por
esto, es un error adjudicarle a la presión de Gran Bretaña el lugar de
iniciadora del proceso abolicionista en la América española como única
explicación.11
Por otra parte, esa lectura que sobreenfatiza la presión británica
asume que Inglaterra fue, durante el siglo XIX, únicamente un símbolo de
oposición a la esclavitud, borrando las complejidades y contradicciones del
proceso abolicionista en el mismo imperio británico. Además, si bien el tema
diplomático o internacional es crucial en la historia de la abolición
latinoamericana, no lo es solamente en relación con la Gran Bretaña. 12 Como mostraré
a continuación, deben reconocerse otras relaciones diplomáticas y comerciales
contemporáneas entre las repúblicas americanas, fundadas en intereses
pro-esclavitud. Efectivamente, la perspectiva anglocéntrica también desconoce
los procesos regionales que caracterizaron la construcción de los Estados
hispanoamericanos después de la independencia. Es decir, oscurece la forma en
que dinámicas esenciales de la integración regional y la construcción de la
ciudadanía también estuvieron ligadas a la abolición de la esclavitud en
América Latina.13
Por último, la historiografía que se ha desarrollado recientemente
sobre la “segunda esclavitud”, la cual se enfoca en los procesos de expansión y
abolición de la esclavitud en Cuba, Estados Unidos y Brasil, ha demostrado la
importancia de entender las transformaciones de la institución de la esclavitud
en el momento del auge del liberalismo y del abolicionismo. Los trabajos sobre
estos casos señalan, en particular, que el tráfico ilegal de esclavos en el
Atlántico es parte importante del fortalecimiento de las economías esclavistas
en el siglo XIX. Sin embargo, los historiadores que trabajan en este campo han
desconocido los desarrollos paralelos que tuvieron lugar en la región
continental de la América española. El estudio que presento en este artículo
demuestra que esa omisión es problemática porque los procesos de abolición,
defensa de la esclavitud y tráfico ilegal de esclavos fueron comunes a las
repúblicas hispanoamericanas. Estos últimos casos son igualmente relevantes
como precedentes y experimentos paralelos a lo que sucedió en Cuba, Estados
Unidos y Brasil. Además, estuvieron conectados -comercial e ideológicamente-
con estas mismas regiones. También ilustran que las tensiones políticas a favor
de la expansión de la esclavitud o de su abolición, características de esos
casos mejor conocidos, fueron parte esencial de la historia de las repúblicas
hispanoamericanas en el proceso de formación del Estado después de la
independencia.14
Esclavitud y formación del estado en la Nueva Granada
Nada hay peor que este pobre Sur,
mientras los
bogotanos no nos crean iguales a ellos
en todo.15
En la Nueva Granada la resistencia más fuerte contra las leyes de
abolición gradual provino de los esclavistas en el Suroccidente, en la
provincia de Popayán. Esa resistencia comenzó poco tiempo después de la
independencia (en el contexto colombiano) y duró incluso hasta los años
posteriores a la abolición final en 1852. Los esclavistas se pronunciaron
frente al gobierno central con sus críticas y ofreciendo alternativas con las
que buscaban intervenir en la legislación, es decir, reformas a la ley que
protegieran sus intereses. También desplegaron variadas estrategias por medio
de las cuales lograron sabotear la aplicación de la ley y, por un periodo
corto, detenerla.
Durante el periodo colonial, Popayán era una provincia muy extensa
que incluía la región pacífica de Nueva Granada. Esta provincia fue central
para la economía del Imperio español gracias al trabajo de esclavizados traídos
de África a trabajar en minas de oro y en haciendas. Los esclavistas de la
región, o “dueños de esclavos” como se llamaban ellos mismos, habían construido
su riqueza y su poder sobre la explotación del oro, economía que se articulaba
con la producción en las haciendas del interior de la provincia. Después del
ordenamiento territorial y el ajuste de las jurisdicciones tras la
independencia, la gran provincia de Popayán se dividió en las provincias de
Buenaventura, Cauca, Chocó, Pasto y Popayán. Además, es importante recordar que
la región de Esmeraldas, al sur de Popayán, que dependía de la Audiencia de
Quito y donde también trabajaban cuadrillas de esclavos en la extracción de
oro, estaba estrechamente ligada a Popayán mediante relaciones comerciales y de
parentesco tanto entre las élites como en las comunidades de negros libres y
esclavizados. En lo que sigue me referiré al conjunto de estas provincias como
el Sur o el Suroccidente, términos que se usaron históricamente para describir
la región.16
Las familias esclavistas del Suroccidente solidificaron su poderío
económico y político por medio de su participación en el gobierno desde el
contexto colonial y durante la guerra de independencia. Cuando Simón Bolívar
llegó a la región en 1822, negociaron con él y sus representantes para asegurarse
de que mantendrían ese lugar privilegiado dentro del marco republicano. Sin
embargo, ya desde esa época desarrollaron un resentimiento con el gobierno
bolivariano porque en las guerras de independencia tuvieron que ceder parte de
sus esclavos para los ejércitos. También vieron sus propiedades afectadas por
el desorden que generó la guerra y, para hacer las cosas peores, los esclavos
de la región aprovecharon la coyuntura para enfrentarse a sus amos, escapar o
vivir en libertad en las minas.17
En el corazón de estas tensiones que surgieron durante la guerra
de independencia estaba la pugna de intereses entre el gobierno central en la
capital de Bogotá y las élites políticas y económicas del Suroccidente que se
veían en algunos momentos marginadas del gobierno y, en otras, simplemente
ignoradas en sus intereses y peticiones. La visión de las élites payanesas se
materializó alrededor del puerto colombiano más importante en el Pacífico,
Buenaventura, por medio del cual Cali y Popayán, las ciudades más importantes
del Sur, se conectaban con Panamá y Guayaquil, y otros puertos en Perú y Chile.
En 1822, cuando se creó la provincia de Buenaventura con capital en Iscuandé,
el primer gobernador fue Tomás Cipriano de Mosquera. Desde allí, Mosquera tuvo
influencia sobre los procesos económicos y políticos que tuvieron lugar en la
región minera del Pacífico. Esto incluyó promover relaciones comerciales con
inversionistas europeos y también proyectar la expansión del poder de las
élites de Popayán y Cali hacia el Pacífico.
En lo relativo al tema de la esclavitud, que estuvo íntimamente
ligado a los intereses de importantes políticos colombianos (neogranadinos) que
provenían de Popayán, los activistas que ocuparon posiciones en el gobierno,
tanto en el ámbito regional como en el nacional, promovieron su visión en
función de los intereses de una clase que no se pensaba quedar con los brazos
cruzados ante la situación de cambio radical que trajo el proyecto
abolicionista del Estado republicano. Mediante su participación en éste desde
dentro, en el Congreso, podían actuar frente a su insatisfacción con las
medidas del Estado, y ese era un esfuerzo que potencialmente podía tener
resultados a su favor (por ejemplo, cuando lograron institucionalizar cambios
como la apertura de la trata de esclavos en 1843, como veremos).
Los dueños de esclavos también ejercieron resistencia por fuera de
las instancias legislativas, en una dimensión más cotidiana, frenando la
ejecución de las medidas para la creación y el funcionamiento de las juntas de
manumisión. Las quejas administrativas que llegaban a la capital -desde
Venezuela, Quito, Panamá y varios otros lugares dentro de la Nueva Granada-
demostraban que había problemas en la interpretación de las leyes. Entre otras
cosas, los miembros de las juntas de manumisión señalaron en varios casos las
recurrentes estrategias de evasión por parte de las familias cuyas
testamentarias eran el objeto del impuesto para financiar las manumisiones. Así
que las dudas frente a la aplicación de la ley, y la capacidad que tenían los
dueños de esclavos de evadirla, fueron una fuente más de inestabilidad para el
sistema de abolición gradual que se había iniciado en 1821.18
La ley de manumisión del 21 de junio de 1821 se publicó en Popayán
el 8 de septiembre de dicho año.19 Tal como
sucedió en otros lugares de Colombia, por ejemplo en Venezuela, los esclavistas
de Popayán resintieron lo que veían como una política imprudente. Por una
parte, su reacción demuestra que ellos percibían esa medida como una
intromisión. Sus argumentos también revelan que, para los grandes propietarios
de esclavos, como las familias Torres, Arboleda y Mosquera, el proyecto
abolicionista tenía graves fallas.
Con la intención de moldear el proyecto desde su perspectiva como
grandes esclavistas, éstos se movilizaron desde el Congreso para proponer
reformas a la ley. Dos de los representantes de esa clase fueron Gerónimo
Torres y Joaquín Mosquera. Ambos publicaron sus discursos al Congreso. Esos
textos nos permiten conocer la manera en que los esclavistas payaneses veían el
proceso de abolición de la esclavitud en la Colombia temprana.20
En común tienen estos políticos, como Torres y Mosquera, que se
aseguraron de calificarse como hombres ilustrados en el debate abolicionista de
su tiempo, utilizando un lenguaje cosmopolita con el cual demostraban que no
estaban en la periferia de las discusiones internacionales sobre la esclavitud
y la abolición. Por ejemplo, en textos de economía política liberal, o en los
debates parlamentarios británicos, ellos buscaban los argumentos que más se
acoplaban a sus propios intereses y perspectivas. Es por esto que sus
posiciones se asemejaban a lo que Paula Dumas, para el contexto británico,
llama la ideología “anti-abolición”, que se caracterizaba por desarrollar
discursos a la defensiva de lo que se vislumbraba como la legislación abolicionista.
Sin embargo, también hay importantes diferencias. Los debates sobre la
abolición de la esclavitud en el imperio británico tuvieron lugar inicialmente
en un momento previo a la declaración de tales leyes, y por lo tanto esas leyes
fueron producto de las negociaciones entre los distintos intereses. En el caso
colombiano, las élites esclavistas tenían que oponerse a una visión que ya
había tomado la forma de legislación desde la creación de la república,
presumiblemente sin su aprobación. Además, en el imperio británico lo que
estaba en juego era la posición colonial de las élites del Caribe, mientras en
Colombia se estaba disputando la autoridad del Estado republicano independiente
sobre las regiones.21
La propuesta de Torres data de 1822, es decir, sólo un año después
de que se legalizó el proyecto abolicionista. Torres habló en un tono con el
que no antagonizó con el gobierno. Por el contrario, expresaba la importancia
de repensar los lineamientos de una ley que, según él, no se había preparado
con base en un análisis previo. Una ley que tenía un espíritu valioso, pero que
se planteaba metas imposibles. También remarcó el problema de la viabilidad de
tal plan de abolición gradual, teniendo en cuenta datos y cálculos específicos
sobre los cuales elaboró una nueva propuesta.
Torres abría su discurso reconociendo que Colombia era pionera en
la legislación abolicionista, yendo más allá de “las naciones europeas”
(refiriéndose específicamente a Gran Bretaña), donde los Estados solamente se
habían limitado a abolir el tráfico de esclavos. Sin embargo, planteaba una
perspectiva trágica sobre la situación, lamentando que ésta parecía no tener
solución posible por estar basada en un problema tan complejo como la
institución de la esclavitud: “Tan inextricable es el abismo de la esclavitud,
en que no se puede entrar sin encontrar precipicios por cualquier sendero que
se tome”.22
Torres argumentó que las faltas de la historia del colonialismo no
podían cobrársele a los dueños de esclavos que habían heredado esa posición
dentro de una sociedad que ellos mismos no habían creado. Y eran precisamente
los derechos de los esclavistas los que iba a defender. Es interesante que,
aunque desde una perspectiva moral decía estar de acuerdo con la crítica a la
esclavitud (a la que llamaba antinatural), aclaraba que no se trataba de apelar
“al tribunal de la naturaleza, porque ahora discutimos delante del de la
política”.23
Las palabras de Torres permiten ver cómo se formulaban argumentos
que no defendían la esclavitud, pero sí los intereses de los esclavistas,
planteándolos como equivalentes a los intereses del Estado colombiano. Decía,
por ejemplo: “yo creo que el vehemente deseo de hacer el bien ha turbado en su
mano la balanza en perjuicio del propietario y también con detrimento de la
República”.24
Uno de los ejes de la crítica era que el problema de la ley estaba
en declarar libres a los hijos de los esclavos, aquellos que estaban amparados
bajo la libertad de vientres, sin compensar a los amos por su propiedad. Torres
señalaba que la inversión de la esclavitud presuponía la capacidad de reproducción
de los esclavos y que negar esa posibilidad era ya una afrenta contra los
dueños de esclavos. Para hacer las cosas peores, tenían ellos mismos que pagar
la liberación de los esclavos pues los fondos para las manumisiones se extraían
justamente de sus testamentarias, según el diseño de la codificación.25 “Seamos justos
con los esclavos sin dejar de serlo con los amos”, insistía.
Los puntos de la propuesta eran:
1- Declare el Congreso la libertad absoluta de los noventa mil
esclavos que tiene actualmente Colombia. 2- Reconozca como deuda nacional los
18 millones de su valor en favor de los dueños. 3- Pague religiosamente el
interés de un 3% anual, hasta que pueda la República redimir el principal, y 4-
Declare por ahora en estado de minoridad a los negros que acaba de libertar.26
En contra de lo que podría esperarse, en el primer punto Torres
planteó que lo ideal sería liberar a todos los esclavos de una sola vez, en
lugar de seguir un proceso gradual (es decir, menos radical). Así, lejos de lo
que podría asumirse que propondría un representante de los intereses
esclavistas, oponerse a la abolición, Torres veía la posibilidad de la
emancipación inmediata de los esclavos como algo aceptable y a la vez deseable
en términos morales. Más aún, su propuesta era una solución al siguiente
problema, que “los impuestos sobre las herencias destinados para la caja de
manumisión, ni libertarán a la mayor parte de los infelices negros de su yugo,
ni repararán a los amos la pérdida inevitable de su propiedad”.27 Su argumento
articulaba de manera conciliatoria los intereses de los dueños de esclavos y de
los esclavos mismos.
Otro aspecto singular que hace a Torres interesante como agente
ideológico y político de los esclavistas payaneses es su argumento sobre la
responsabilidad que tenía el Estado de otorgar a los emancipados un terreno y
algún capital para que pudieran salir adelante económicamente. Más aún, una vez
convertidos en agentes económicos autónomos, éstos podrían pagar un impuesto
que, a su vez, sería una contribución a los recursos que el Estado debía
invertir en la manumisión de los que continuaran esclavizados.
Este elemento de la propuesta sugiere que para los esclavistas una
alternativa justa era compartir los costos de la manumisión con los mismos
esclavos liberados. También ilustra su concepción de la población de negros
libres como una colectividad que se asentaría en territorios colectivos, que
éstos se integrarían a la economía, además de pagar impuestos al Estado. Esto
debe analizarse a la luz de la importancia estratégica que tenían los deberes
fiscales como mecanismos de garantía de derechos, con base en identidades
legales sancionadas por el Estado. Es decir, debe recordarse que,
tradicionalmente, el vínculo fiscal entre las comunidades de negros libres que
surgieron en las Américas y el Estado fue fundamental dentro del contexto de la
monarquía hispánica.28 Por eso, dado
el caso de que se materializara tal propuesta, los afrodescendientes liberados
podrían reclamar no solamente el derecho legal a la liberación de sus familias
sino, también, alguna forma de ciudadanía. Efectivamente, Torres reconocía que
“la manumisión absoluta eleva a los esclavos a la clase de ciudadanos, les da
libertad, patria, nueva vida y existencia política”.29 Por supuesto,
es sensato asumir que esa fue la interpretación que los afrodescendientes
libres, esclavizados, manumitidos y emancipados dieron al proceso de abolición.
Resulta en cambio fascinante que Torres utilizara un lenguaje tan exaltado
reconociendo los vínculos entre la libertad y la “existencia política”, sobre
todo porque sus ideas luego variaban para enfatizar que los esclavos eran
hombres “indolentes, desidiosos por naturaleza, sin educación” y que “separados
de la necesaria vigilancia de los amos, para el arreglo de su conducta,
causaría un sacudimiento funesto a este cuerpo político”.30
En este sentido, el último punto de la propuesta -“declare por
ahora en estado de minoridad a los negros que acaba de libertar”- revela por
qué, para Torres, como para todos los esclavistas de la época, era necesario
mantener a los esclavos y sus descendientes en una categoría social aparte.
Para justificar la necesidad de planificar su civilización añadió un elemento
autobiográfico a su discurso diciendo que él mismo había visto lo perniciosas
que eran las sociedades que construían los esclavos. Durante la crisis de la
monarquía española, las cuadrillas de esclavos de Torres en el Pacífico habían
estado a favor de los realistas, en una rebelión realista contra el bando
independentista. Mediante negociaciones con los agentes del rey lograron
permanecer en libertad por casi una década. Esta situación no terminó con la
independencia. Varios años después, en minas y haciendas, los esclavos del
Cauca (donde se ubica Popayán) seguían fuera del control de sus amos.31
La flexibilidad y el sentido constructivo con los que Torres
presentó la propuesta para reformar la ley de abolición no se mantuvieron por
mucho tiempo, sin embargo y la intransigencia de los esclavistas se agudizó
pocos años después. La familia Mosquera, cuyos intereses estaban especialmente
atados a la esclavitud en sus propiedades en minas y haciendas, tuvo una
presencia muy significativa en el Estado colombiano, con varios de sus miembros
en el Congreso y en la presidencia representando los intereses payaneses. La
más conocida participación fue del famoso Tomás Cipriano de Mosquera, que tuvo
un papel fundamental en la guerra de independencia en el Suroccidente y fue
presidente de la República varias veces entre 1845 y 1867.
La correspondencia entre los miembros de esta familia gira
alrededor del tema de la esclavitud y su abolición, como cuando en julio de
1825 Manuel María Mosquera le comentaba a su hermano, Tomás Cipriano, que “Hoy
se presentó en la asamblea electoral una memoria que ha escrito Joaquín
impugnando la ley de manumisión”.32 Se trataba de
su hermano mayor, Joaquín Mosquera, quien volvió a poner en la mesa de
discusión la reforma de la ley de manumisión.33 En lo
esencial, se basó en la propuesta previa de Torres. En su discurso J. Mosquera
decía: “quiero que el bien se haga, quiero que los esclavos sean libres” y
remarcaba que este era un “deseo” confirmado por “el respeto a la opinión de
Simón Bolívar”. También, como Torres tres años antes, hacía un gesto de
reconocimiento a las discusiones abolicionistas en otros países, pero
consideraba innecesario repasarlas porque ya eran bien conocidas. Y añadía: “no
pretendo oponerme a lo que ha sancionado la opinión universal”.34
Es decir que J. Mosquera expresaba su lealtad al proyecto
republicano, e incluso al proyecto abolicionista “universal”, pero esperaba que
sus propuestas como esclavista tuvieran un peso político en Colombia, dado el
deber que tenía el Estado de proteger sus intereses. El tono de las críticas de
J. Mosquera era mucho más negativo que el de Torres en 1822. Aunque en su
preámbulo se planteaba a favor de la liberación de los esclavos, era tajante al
decir que sabía que era urgente reformar la ley de manumisión de 1821 “pues aun
su misma existencia es ya un mal”.35
En materia económica, J. Mosquera planteó una crítica importante,
en línea con lo que Dumas llama los argumentos legales e históricos que se
desarrollaron en el contexto británico acerca de la abolición de la trata y de
la esclavitud en las colonias del Caribe.36 Decía:
La esclavitud no ha sido otra cosa en los pueblos que hoy componen
la República de Colombia (tomada económicamente) que la garantía que dio la
nación a los propietarios de esclavos, de que el usufructo de sus obras sería
perpetuo por medio de los partos. De aquí proviene que los esclavos han
circulado en toda clase de contratos como un papel moneda garantizado o emitido
por la nación.37
Aquí, J. Mosquera estaba defendiendo la necesidad de respetar la
legalidad de un sistema económico y de propiedad que se remontaba a la relación
colonial con España, cuando se había fundado el sistema esclavista, dentro del
cual se habían modelado los derechos de los dueños de esclavos como él. Esta
queja y el argumento sobre el cual se apoyaba es fundamental para entender la
complejidad del proceso de abolición en materia económica y su percepción entre
los dueños de esclavos. El debilitamiento y riesgo de disolución de los
capitales de los esclavistas producto del proyecto revolucionario que implicó
la abolición de la esclavitud fue un hecho evidente. A nivel más amplio, la
reinvención de la propiedad representó uno de los ejes más radicales de la
transformación legal parte de la construcción del Estado republicano y ese
proceso afectó las relaciones sociales tanto objetiva como subjetivamente. Es
decir, este fue un momento en que la noción de “clase” tomó forma discursiva y
legal, por ejemplo, en la articulación de los esclavistas de su identidad
política en esos términos, en conflicto con los intereses de su contraparte: la
clase de los esclavos.38
La dinámica que históricamente se desarrolló en Popayán entre los
representantes del Estado colonial, los esclavistas y los esclavos es
justamente una pieza fundamental de esta historia que nos permite comprender
por qué, para las élites, el proyecto de abolición gradual era profundamente
desestabilizador. Me refiero a que los esclavos no eran simplemente objetos,
como pretendían los esclavistas. Durante el gobierno español, los esclavos
estaban siempre al tanto de la legislación y utilizaban las instituciones de la
Monarquía para expandir sus derechos. Eran agentes políticos y sus intereses
eran evidentes. Esto se agudizó en las circunstancias de la fundación de la
República de Colombia, momento crucial para su percepción de las oportunidades
que conllevaba la abolición como proceso de cambio legal.39
Basados en su experiencia política y aprovechando la coyuntura de
la guerra de independencia, durante la crisis de la Monarquía española los
esclavos adquirieron poder colectivamente. Aunque a largo plazo no fue posible
conseguir la libertad como comunidades, lograron en algunos casos controlar
zonas estratégicas de extracción minera en el Pacífico. Para los esclavistas
este fue un episodio dramático que demostró los riesgos de crecientes
desórdenes en la región. Dio evidencia de la rapidez con que los esclavos en el
Pacífico aprovechaban oportunidades para organizarse y asentarse en el
territorio, formando comunidades y también desarrollando economías productivas.40
Es decir, los esclavos no permanecieron inmóviles ni en silencio
mientras el mundo a su alrededor se transformaba. Y, más importante aún, esos
cambios no estaban sucediendo independientemente de la historia misma de las
comunidades de esclavizados, quienes desde mucho tiempo atrás habían forjado
espacios y prácticas de libertad. En el proceso de independencia, los esclavos
se movilizaron y lograron concesiones significativas que los acercaron más que
nunca a la noción de que tenían un poder de negociación frente al Estado. Por
eso, para los dueños de esclavos era evidente que la legislación que se había
inaugurado con la Constitución de Cúcuta en 1821 se convertiría en un arma para
los esclavizados. Los esclavistas preveían que éstos invertirían sus energías
en buscar formas de liberarse a sí mismos y a sus familias, no solamente
cuestionando la autoridad de la clase de los dueños de esclavos sino, además,
buscando la manera de ejercer presión frente al Estado desde sus propios
intereses.
Esto ya se había visto desde el siglo anterior en el contexto del
gobierno español. Las comunidades de libres en el Pacífico habían crecido a
grandes pasos, a raíz del derecho a la autocompra. Con acceso al oro de las
minas, éstos diseñaron mecanismos de extracción para sí mismos, con lo cual
lograban ahorrar y progresivamente liberar a sus familiares. Este fenómeno se
expandía hacia el sur de la Nueva Granada, en el Pacífico ecuatoriano, donde la
zona minera de Popayán se conectaba con la región de Esmeraldas.41
En las minas del río Santiago en Esmeraldas, por ejemplo, los
esclavos habían sido aliados de los insurgentes de Quito durante la guerra de
independencia desde 1814. A pesar de la diferencia con lo que sucedió en
Popayán, donde los esclavos del Pacífico fueron aliados de los realistas, la
estrategia de movilizarse a favor del bando insurgente también abrió, para las
cuadrillas de la familia Arroyo en Esmeraldas, oportunidades para vivir de manera
autónoma durante más de una década. En 1825, sin embargo, sabemos que José
Antonio Arroyo se quejaba, en una carta a T. C. de Mosquera, de la situación de
descontrol que se vivía en sus minas y le contaba que estaba llevándose a los
esclavos a Panamá para venderlos. Es decir, que desde entonces los dueños de
esclavos que tenían minas en Esmeraldas veían la venta de esclavos fuera del
territorio como una solución al problema que enfrentaban, desde el tiempo de la
guerra de independencia, para controlar a sus esclavos.
Sobre el intento de pacificación que hizo Arroyo en la mina del
río Santiago sabemos también que en 1826 los esclavos enviaron a los capitanes
de la mina a Quito -Fruto Arroyo, Cornelio Arroyo, Agustín Valencia y Guillermo
Valencia- a denunciar los abusos a los que estaban siendo sometidos y además a
pedir explícitamente la protección del gobierno colombiano. Los argumentos que
estos esclavos utilizaron, y que el protector de esclavos presentó en el caso,
demuestran que en 1826 los esclavos definían sus derechos y los deberes que
tenían los dueños para con ellos aún en términos de la legislación colonial.
Ellos citaron la Instrucción
sobre la educación, trato y ocupaciones de los esclavos que
había proclamado el gobierno borbónico en 1789 diciendo: “nosotros recomendamos
a V. muy encarecidamente la observancia de la cédula sobre el tratamiento de
los esclavos que tanto nos favorece”. Como he demostrado en otro trabajo,
aunque esta regulación fue revocada por la Monarquía poco tiempo después de que
se proclamó, en realidad la Instrucción transformó
las relaciones entre amos y esclavos en el Suroccidente neogranadino. Es más,
su influencia en las estrategias legales de los esclavizados, tanto como dentro
de las cortes, se comprueba una vez más en este caso. Los capitanes denunciaron
la falta de cuidados físicos y espirituales que sufrían los esclavos en las
minas. También señalaron que en el intento de pacificación de la familia Arroyo
éstos habían enviado a un minero inglés, José Blar, y a un mayor, Tomás
Gutiérrez, quienes eran extremadamente abusivos y violentos, sometiendo a los
esclavos a castigos, robándolos y quemando sus casas. Los esclavos dijeron que
merecían la protección del gobierno justamente porque habían sido leales a la
causa de la república y habían hecho “gloriosos sacrificios en obsequio de la
independencia”. También es importante que para los abogados ambos argumentos
tenían valor y por eso decidieron “dictar las más urgentes providencias sobre
los particulares que se indican, con lo que se aliviará aquella desgraciada
casta de habitantes que reclama ante una autoridad benéfica y religiosa capaz
de tan grande objeto”.42
En vista del aumento de gente libre en la región, resultado del
proceso que los esclavos estaban liderando tanto legalmente como por medio de
acciones como las de la comunidad en Esmeraldas, el segundo punto más
importante -aparte de la indemnización- que les preocupó a los esclavistas del
Suroccidente, y que estaba al centro de sus denuncias en contra de la ley de
manumisión, era el estatus social, político y económico de los manumisos.
Plantearon sus ideas y objeciones frente a este tema en tres niveles: la
obligación que tenían los dueños de las madres de educarlos; la manera en que
la manumisión selectiva de individuos afectaba a la sociedad esclava
negativamente; el diseño de instituciones que permitieran controlar a los
manumisos y obligarlos a trabajar para beneficio de sus antiguos amos o del
Estado.
En el punto relacionado con la integración de los manumisos a la
sociedad, las élites en Popayán, como evidencian las familias Mosquera y
Arboleda, estaban informadas sobre los experimentos que se llevaban a cabo en
otras regiones esclavistas como Haití o Jamaica. En su discurso, J. Mosquera,
por ejemplo, citaba el Acto
para la protección, subsistencia, vestido y para el mejor orden y gobierno de
los esclavos sancionado el 14 de diciembre de 1809 por la Asamblea
de Jamaica. Lo citaba diciendo “me atrevo a recomendar su lectura a todos los
amigos de los negros y del orden social”, defendiendo la necesidad de reformar
la educación de los esclavos y manumisos para hacerlos capaces de ser útiles a
la sociedad desde antes de ponerlos en libertad.43
Gran parte del discurso de J. Mosquera, además, se enfocó en
resaltar el carácter incivilizado, salvaje, de la gente afrodescendiente que
habitaba la región pacífica de Colombia. También incluyó un punto ausente en el
de Torres, sobre la importancia comercial de la región, y la tragedia que sería
tener a los negros libres viviendo sin control en esa área que incluía el
Cauca, Esmeraldas (Ecuador) y el Istmo.44 Ese argumento
racista y paternalista, como lo llama Dumas para el contexto británico, no solo
enfatizaba el temor a perder la fuerza de trabajo que podría utilizarse para
desarrollar los proyectos económicos en el Pacífico. También reflejaba un ansia
de control de estas poblaciones, la tensión que se derivaba del hecho de que la
esclavitud era también una manera de estructurar el poder social. Una vez que
este sistema se modificara con el fin de la esclavitud, la clase esclavista
perdería su posición privilegiada en el orden social, con resultados funestos.45
La República de Colombia sufrió una crisis irreversible y las
tensiones regionales entre Venezuela, Ecuador y la Nueva Granada precipitaron
su disolución en 1830. La reestructuración de la Nueva Granada como república
independiente agudizó conflictos internos, entre los cuales sobresale la
cruenta lucha entre Bogotá y Popayán alrededor del mismo eje -el problema de la
esclavitud- durante la primera guerra civil entre 1839 y 1842, llamada “Guerra
de los Supremos”. La polarización entre las élites de los bandos que se
enfrentaron tomó visos sociales. Como sucedió en la guerra de independencia, en
el Cauca hubo amplia participación de gente libre y esclavizada en los
ejércitos, bajo el liderazgo de José María Obando.46 Esta
estrategia de movilización militar fue percibida por los sectores conservadores
como una verdadera afrenta a sus privilegios, porque Obando ofreció la libertad
a quienes se unieran a él. Decretó Obando en 1841: “son libres todos los
esclavos de la provincia de Popayán que se hubiesen presentado al servicio de
las armas, y los que en adelante se presenten”.47 A raíz de
esto, la movilización de la gente afrodescendiente se aceleró incluso más allá
de Popayán y Buenaventura, en las provincias del Chocó, al norte. Por ejemplo,
en abril de 1841, Sinforoso Paz reportó que en Celandia (Chocó) “muchos hombres
malvados… [Habían formado] tertulias en que todavía tienen esperanzas”. Paz
estaba intentando convencer a los esclavos de que volvieran a las haciendas
“imponiendo a los negros que no hay tal libertad que esto es un bochinche que
sino [sic]
trabajan el castigo elevará”.48 En noviembre
del mismo año, varios hombres fueron llevados a Buga a ser interrogados por el
asesinato del gobernador del Chocó y uno de ellos, Agustín Gil, declaró que
entre los revolucionarios a favor de Obando “se presentaron como cuatrocientos
hombres, negros casi todos, y que blancos solo había como seis”.49
Después del final de la guerra, alrededor de las ciudades de Cali
y Popayán, algunas comunidades de afrodescendientes libres y los esclavos de
haciendas y minas siguieron ejerciendo violencia contra sus amos y difundiendo
temor entre los esclavistas.50 Los
esclavistas denunciaron desesperadamente esos desórdenes entre las poblaciones
afrodescendientes y pidieron auxilio del gobierno central para controlarlas. El
principal activista en este caso fue Julio Arboleda (de la familia
Mosquera-Arboleda), quien fundó el periódico El Payanés con el fin de hacer
públicos los actos violentos de las poblaciones afrodescendientes y de esa
manera justificar la necesidad de castigarlas y de legalizar su exportación.
Como ha demostrado María Camila Díaz Casas, esta fue una relación
dialéctica entre las acciones violentas de los afrodescendientes, por un lado,
y las solicitudes y la presión que ejercieron los esclavistas, por el otro. Lo
segundo incluyó, aparte de la campaña de Arboleda en la prensa, un memorial que
presentaron los esclavistas de las provincias de Buenaventura, Chocó, Pasto y
Popayán a la Cámara de Representantes en Bogotá, diciendo:
Las provincias […] constituyen una parte integrante muy principal
de la Nueva Granada y no pueden perecer sin que la nación sufra la misma suerte
[…] Los capitales que daban vida al comercio, y a la agricultura, a la minería
y a todas las empresas productivas en estas provincias se fundaban en los
capitales en esclavos que extinguió la ley sin compensación […] Por esta
extinción de capitales desaparecen también con todas las empresas productivas,
los establecimientos de educación, los hospitales, las obras piadosas y
fundaciones para el culto, las dotes y cuanto estaba fundado en esclavos.
El memorial también proponía medidas que veían como necesarias
para poner un alto a los desórdenes en el Sur. Estas incluían dar protección a
los esclavistas que quisieran exportar a los esclavos sediciosos y,
complementariamente, derogar la prohibición del tráfico de esclavos.51
Estas estrategias de los esclavistas del Suroccidente neogranadino
dieron lugar en 1842 a concesiones de parte del presidente Pedro Alcántara
Herrán. El proceso tomó dos rumbos, los mismos que Arboleda buscaba con su
activismo en El
Payanés. Primero, la criminalización de las acciones de estas
poblaciones. Segundo, los dueños de esclavos consiguieron que el gobierno les
permitiera exportar a los esclavos que representaban un peligro para el orden
social. Así, estaban materializando en la legislación su imaginario sobre ese
orden social y los mecanismos para preservarlo. Además, ese éxito se basó en su
visión, que tenían el derecho de defender la riqueza que poseían en esclavos, desde
la cual habían tradicionalmente manifestado su desacuerdo con el plan del
gobierno en la ley de 1821 de usurparles su capital.
Como veremos a continuación, en la lucha de intereses entre las
élites payanesas y aquellas que controlaban el gobierno en Bogotá se mezclaron
variables que desbordaban los procesos regionales. Por una parte, los proyectos
de desarrollo económico de la Nueva Granada que se articulaban con intereses
transnacionales, con el Perú, Estados Unidos y Gran Bretaña, en este caso. Por otra
parte, el poder económico efectivo de las élites del Suroccidente era
estratégico para forjar las alianzas que harían viables esos proyectos. El
momento en el cual el gobierno central concedió a los esclavistas su derecho a
exportar los esclavos para recuperar su capital, entonces, nos habla a la vez
de la relación entre la esclavitud y la formación del Estado, además de cómo
ese proceso de formación del Estado tenía dimensiones internacionales. De la
misma manera, la abolición de la esclavitud caracterizó los proyectos
republicanos latinoamericanos no solamente como procesos nacionales; también
implicó un flujo de ideas, capitales y personas en el Pacífico, tanto legal
como ilegal.
Diplomacia, ciudadanía y exportación de esclavos en la Nueva
Granada
Los argumentos a favor de la reapertura del tráfico comenzaron a
circular desde pocos años después de la publicación de la ley de abolición de
1821. Por ejemplo, en la correspondencia de la familia Mosquera vemos que el
patriarca de la familia, José María Mosquera, padre de Tomás Cipriano y de
Joaquín, le escribió a Gerónimo Torres en marzo de 1823 manifestando su alegría
por la presentación que Torres hizo en el Congreso. Lo felicitó y expresó su
gratitud. También le pidió que le mandara “25 o más ejemplares [de las Observaciones] para
enviarlos a Quito a que se vendan y no dejaré de mandar algunos a Lima porque
es conveniente que otros gobiernos adquieran conocimiento de lo que se ha
reflexionado por acá”. Es decir, que J. M. Mosquera creía que sería muy importante
informar a los dueños de esclavos en Quito y Lima acerca de las protestas que
ellos en Popayán habían emprendido para que de esa manera “en esta parte se
uniforme la opinión y ver cómo se evita nuestra ruina y el desorden que se
prepara”. En una carta que escribió en abril a José María Cárdenas, J. M.
Mosquera le comentó que tenía mucha fe en la influencia de Torres en Bogotá.
Sin embargo, añadió que sería importante sumar un punto a la propuesta de
Torres: “concediendo extracciones a provincias extrañas, incluyendo en estas a
los perjudiciales y levantiscos, que no son pocos”.52
Esta cláusula justamente estaba presente en el proyecto de ley que
José Rafael Mosquera, sobrino de J. M. Mosquera y primo de Tomás Cipriano y
Joaquín Mosquera, presentó al Congreso en la Nueva Granada en 1824: Proyecto de ley sobre manumisión
de esclavos e indemnización a los amos. Este proyecto retomaba
varios puntos de la ley de 1821, declarando inicialmente el apoyo al proyecto
de abolir la esclavitud. En su introducción dice: “Que siendo una de las más
benéficas y justas leyes de Colombia la de la libertad de los partos,
manumisión y abolición del injusto tráfico de esclavos, debe ser de todos modos
razonable”.53 J. R.
Mosquera, en el artículo 34, se refería directamente al tema de la exportación
de esclavos problemáticos: “que se extraigan de algunos departamentos los
esclavos que se han manifestado turbulentos
o contrarios a la causa de la república a pesar de los
beneficios que ella les dispensa. Los intendentes permitirán y facilitarán a
los amos la extracción de estos esclavos fuera de Colombia”.54
Así pues, está claro que ya desde 1824 la élite esclavista de
Popayán tenía interés en exportar sus esclavos. Este plan iba en contra de, y
estaba truncado por, la ley de 1821 que prohibía el tráfico. Sin embargo, los
esclavistas consideraban que ese era un ajuste necesario a la ley, acorde con
su queja de que la manumisión atentaba contra su justa propiedad de esclavos.
Su insistencia en ese punto, además, revelaba que la venta de esclavos era una
estrategia para deshacerse de las poblaciones afrodescendientes que se
consideraban una amenaza para el orden social que sancionaba la autoridad de
los esclavistas como la clase poderosa de Popayán. Y, en este caso, no
denunciaban a los esclavos sólo por su criminalidad; resaltaban su carácter de
“enemigos a la república” que se derivaba de la participación de los esclavos
de las minas del Pacífico y de las ciudades de Popayán y Cali en el bando
realista en contra de sus amos que eran, en su mayoría, insurgentes durante la
guerra de independencia contra España. Así que en las estrategias tempranas de
los esclavistas de Popayán se combinaban intereses por proteger su capital y
recuperar el valor de sus propiedades, tanto como ejercitar una medida radical
de expulsión de los esclavos que éstos consideraban peligrosos.55
Como se vio, las cartas de José Antonio Arroyo a T. C. de Mosquera
en julio de 1825 indican que ya en ese entonces se estaban vendiendo esclavos
que vivían en Esmeraldas por Panamá. En este caso no está claro quiénes eran
los compradores, pero gracias a esa evidencia sabemos que el tráfico tenía
lugar ilegalmente.56 Además, los
historiadores Jacques Aprile Gniset y León Helguera afirman que el tráfico
ilegal por el puerto de Buenaventura se remontaba a los orígenes de la
república. Aprile Gniset afirma que, “de 1826 hasta 1850, por lo menos, los
negociantes neogranadinos o extranjeros, lo mismo que capitanes de barcos,
incluso europeos […] negociaban por igual con oro o esclavos”.57 El lugar
central de la propiedad en esclavos en estos negocios y el mercado local de
ventas minoristas en Buenaventura sugieren que, a pesar de la existencia de una
ley de abolición del tráfico de esclavos, se mantuvo el intercambio de los
mismos, tanto en las localidades como a través del Pacífico.
Otra evidencia nos muestra que el tráfico se dio desde antes de su
legalización en 1843 y que, en el puerto de Paita en el Perú, esclavos y sus
hijos que habían nacido libres se importaban para trabajar como empleados
domésticos y en las haciendas desde la década de 1830. Por ejemplo, en 1848,
María Portocarrero, de Nueva Granada, se quejó en la corte de Paita diciendo
que había sido introducida al Perú clandestinamente por Jacoba Távara en 1833.
Sus hijas, Matea Torres (de 10 años) y Dolores Reina (de 6 años), habían ido a
Piura con su madre porque ella no quería abandonarlas.58
La trata, o la expulsión de las personas caracterizadas como
indeseables, dependían también del previo establecimiento de alianzas con
inversionistas europeos en el Pacífico que durante estas décadas eran agentes
cruciales para modernizar el proceso de extracción del oro con nuevas
tecnologías. En esas negociaciones, los esclavistas ofrecían sus esclavos como
fuente de fuerza de trabajo, y por lo tanto de ahorro, lo cual les permitía
hacer ofertas atractivas a los europeos para atraer su capital. En junio de
1825, por ejemplo, decía en una carta Manuel Martínez a T. C. de Mosquera que
las obras más difíciles y lucrativas iban a ser absorbidas por los capitalistas
europeos que
[…] pretendían privilegios exclusivos para trabajar con ellas […]
Podremos resolver algo siempre contando
con el recurso más efectivo con el servicio de los esclavos de la costa que
tenemos en las minas […] Consider[o] de grande importancia el
provecho que darían los esclavos trabajadores, ahorrando costos inmensos.59
Es decir, los esclavos eran un elemento vital sobre la base del
cual se desarrollaban los negocios de los esclavistas con miras a expandir la
economía regional y nacional.60
Es interesante la diferencia entre la propuesta de Gerónimo
Torres, que buscaba integrar a los libertos a la economía, y la que vemos en
este caso, cuando los esclavistas estaban decididos a tomar medidas extremas,
fundadas en su percepción de un antagonismo intrínseco a la relación entre su
clase y la de los esclavos. A raíz de ese antagonismo, que se había
materializado desde la independencia y luego en la Guerra de los Supremos, los
esclavistas estaban dispuestos a perder mano de obra potencial para prevenir trastornos
sociales.
Había otra relación entre el discurso de Torres en 1822 y el
desarrollo de la trata legal por el Pacífico. Torres señaló un problema en el
proyecto de otorgar el estatus de libertad a los hijos de esclavas nacidos
después de 1821. Dijo que su lógica era perniciosa para las familias y las
comunidades de esclavos y que la ley de libertad de vientres tenía un efecto
desestabilizador, porque no era posible que los familiares de los niños que
nacieran después de publicada la ley se quedaran tranquilos pensando que
solamente una fracción de sus comunidades estaba accediendo a la libertad.
Torres se refirió a esto en términos de una combinación de injusticia con
envidia: “¿mis hijos son libres, dirán, y yo permaneceré eternamente esclavo?”.61 Sobre el mismo
punto, en 1825, J. Mosquera citaba a George Canning, activista británico por la
abolición, quien había dicho contra la ley de libertad de partos que “no hemos
declarado libres a todos los nuevamente nacidos […] [medida que] habría creado
un celo mutuo entre los negros”.62
Así es que esta discusión sobre los efectos de la manumisión en
las familias de esclavos constituye un precedente relevante de los hechos que
tuvieron lugar entre 1843 y 1847 cuando se abrió la trata en la Nueva Granada.
El caso de la controversia alrededor de la venta de esclavos a Perú que
discutiré a continuación también revelaría que la idea de mantener a las
familias unidas justificaba exportar a los hijos libres de las esclavas,
llamados manumisos, junto con sus padres. Y esto se articulaba con la misma ley
de 1821 que prohibía que se separasen los hijos libres de las esclavas de sus
padres e igualmente los miembros de una pareja casada. Aunque se planteó en un
tono humanitario, se relacionó con la estrategia de los esclavistas payaneses
para buscar beneficios y evadir las normas de la Constitución de 1821.
Entender la exportación de esclavos por el Pacífico requiere que
tengamos en cuenta los cambios en la geopolítica de la esclavitud en el Perú.
Además, a nivel más general, la política a favor de la esclavitud en la Nueva
Granada debe ponerse en una perspectiva más amplia, suramericana, para apreciar
sus paralelos y relaciones con otros contextos.63 En el Perú,
después de la independencia los hacendados emprendieron una lucha ideológica
contra las medidas abolicionistas de Bolívar y San Martín, culpándolos del
declive en la economía peruana. Durante la década de 1830 la presión por parte
de los hacendados del norte se intensificó y dio frutos. Así como lo habían
hecho los representantes de los dueños de esclavos de Popayán, los esclavistas
en Perú desplegaron una campaña defendiendo la esclavitud. Su tarea defensiva
se plasmó en un texto que reunió argumentos a favor de la esclavitud,
titulado Reclamación
de los vulnerados derechos de los hacendados (1833), escrito
por el conservador José María Pando.64 Como en los
textos de Gerónimo Torres y los miembros de la familia Mosquera, la Reclamación retomaba
debates de largo alcance sobre el tema de la esclavitud y la abolición en
Hispanoamérica desde finales del siglo XVIII, todo en un contexto atlántico.
También, para sustentar sus argumentos, la Reclamación se refería a los casos
específicos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Haití, Guatemala y Colombia.
En el texto, Pando mencionaba a Estados Unidos para resaltar la
compatibilidad de la esclavitud con el republicanismo. También reflexionaba
sobre la manera en que otros estados habían lidiado con los retos de la
abolición, como Gran Bretaña en relación con sus colonias en el Caribe. Esa
última experiencia ilustraba la lógica de recompensar a los dueños de esclavos
por su propiedad e igualmente la estrategia de control de las poblaciones
emancipadas para el beneficio de las economías extractivas. Así mismo,
mencionaba el caso de Haití, específicamente el código rural que diseñó el rey
Henri Christophe en 1812 para regular el trabajo en las plantaciones. También
citaban a J. Mosquera como referencia a Colombia, en especial sus denuncias de
las conmociones del Chocó y Barbacoas y la manera en que los libertos “se
hallan connaturalizados con la vida ociosa”.65
Estas referencias a los lugares donde la esclavitud había
continuado o sufrido cambios son un indicador de la forma en que los
esclavistas de las repúblicas suramericanas se mantenían informados de los
experimentos con formas de trabajo que estaban teniendo lugar a lo largo y
ancho del mundo atlántico. Parece paradójico que se interesaran en evocar los
dos casos que en la historia del abolicionismo fueron paradigmas -Haití, donde
se abolió la esclavitud durante la revolución, y Gran Bretaña, con su
incansable campaña de abolición de la trata- y que por lo general se toman como
ejemplo de radicalismo en el proceso del desmantelamiento de la esclavitud.
Aunque uno de los más claros y difundidos impactos de la revolución haitiana en
las sociedades esclavistas fue el miedo, a tres décadas de la revolución, para
los esclavistas del Pacífico suramericano Haití había pasado a representar un
arquetipo en el cual se había recuperado la capacidad de control sobre los
trabajadores por parte del gobierno y la legitimidad de tomar medidas para
hacerlo con el fin de proteger las economías nacionales.
Así como en 1833 Pando demostró estar informado sobre la lucha de los
esclavistas payaneses en Colombia al citar el memorial de J. Mosquera, en las
cartas que circularon entre los miembros de la familia Mosquera en Popayán en
1838 vemos referencias similares a Haití y Gran Bretaña como las que
aparecieron en Reclamación
de los vulnerados derechos de los hacendados. Es decir, parece muy
posible que fuera por medio de la lectura de este texto publicado en Perú que
los esclavistas de Popayán incorporaron en su repertorio la idea de modelar los
sistemas de control laboral de los libertos en los precedentes haitiano y
jamaiquino. Esto es un punto más que revela la existencia de alianzas
ideológicas entre los dueños de esclavos -como clase transnacional- alrededor
de intereses comunes en validar su propiedad en esclavos.66
Así mismo, si bien desde proyectos económicos diferentes -en el
Perú, la proyección era sobre la economía agraria de plantaciones y, en la
Nueva Granada, Popayán aún contaba con un sector minero fuerte-, los procesos
económicos, sociales y políticos de los dos países convergieron durante las
décadas de 1830 y 1840. La convergencia económica de la Nueva Granada y el Perú
se dio además a nivel del desarrollo de un proyecto de transformación a las
leyes antiesclavitud establecidas en las constituciones fundadoras de las
repúblicas.
Con la llegada de Felipe Santiago de Salaverry en 1835 al gobierno
de Perú, comenzó la coyuntura en la que los esclavistas lograron conseguir
concesiones a su favor. En 1839 fue Agustín Gamarra, aliado de los esclavistas,
quien facilitó la legalización de la importación de esclavos al Perú y esa ley
se articuló con el proyecto económico peruano de expansión de las plantaciones
de azúcar en el norte. Con sus campañas legislativas, desde la Constitución de
1839 sus esfuerzos culminaron en la aprobación de la ley de julio 29 de 1845
que permitía la importación de esclavos. Mientras tanto, como hemos visto, en
la Nueva Granada la tensión social que se intensificó con las luchas regionales
durante la Guerra de los Supremos (1839-1842) dio pie al fortalecimiento de las
élites esclavistas, que resultó en su éxito para, de manera paralela, cambiar
las leyes y permitir la exportación de esclavos.67
En ese contexto, Julio Arboleda escribió a T. C. de Mosquera:
Mi querido tío y amigo […] En el Perú hay actualmente un buen
mercado para los esclavos. Los propietarios granadinos están, pues, en
situación de deshacerse de un cáncer, y de traer un verdadero capital al país
[…] ¿Deben las autoridades del orden público restringir o favorecer la
exportación? […] Bien comprendo yo que la propia delicadeza y el santo temor de
la opinión pública no le permitirá a Usted derogar aquel maldito decreto a
pesar de sus convicciones. Sin embargo, ¿no podrá reformarse? ¿No podrá
recomendarse a las autoridades del orden político que sean tolerantes en esta materia
sin necesidad de un acto que aparezca en la gaceta?68
Esta evidencia de la existencia de un mercado de esclavos en el
Pacífico reitera la existencia de una red de exportación de esclavos por el
puerto de Cascajal en Buenaventura que, como hemos visto, ya tenía lugar desde
mucho antes de su legalización en 1843 y se mantuvo hasta después de que se
reinstauró la prohibición de exportaciones de esclavos fuera de la Nueva
Granada. Por ejemplo, en 1847 el cónsul de Lima reportó que un buque se dirigía
a Buenaventura y se sospechaba que justamente estaba involucrado en la trata de
esclavos.69 Y fue en
Buenaventura donde se inició la más famosa transacción, en abril de 1847, que
generó una controversia internacional con Gran Bretaña. Se trata de la venta
que hizo el mismo Julio Arboleda de un total de 212 personas. Estos se
trasladaron primero a Panamá, desde donde se embarcaron hacia el puerto de
Paita en el Perú. Sin embargo, en ese grupo había solamente 53 esclavos y el
resto eran manumisos. La venta de los manumisos se sustentó en el argumento de
que la ley no permitía que se separasen las mujeres de sus hijos y que debían
mantenerse unidas las familias. Pero, claramente, se trató de una violación a
la ley de libertad de vientres que no solamente había declarado libres a los
hijos de esclavas nacidos después de 1821, sino que además prohibía
expresamente que éstos se vendieran.70 Veremos a
continuación cuál fue la discusión que se dio a raíz de esas tensiones y
contradicciones, en particular frente a los diplomáticos británicos que las
denunciaron.
La exportación de manumisos hacia el Perú visibilizó en la arena
internacional las inconsistencias que implicaba haber legalizado el tráfico de
esclavos en ambos países. El cónsul británico en Bogotá, Florencio O’Leary,
reaccionó inmediatamente para denunciar ese paso que chocaba con la política
abolicionista neogranadina, y la que primaba en América y Europa. O’Leary tenía la siguiente información:
The Peruvian ‘Tres Amigos’ had arrived at the port of Panama for the
purpose of embarking there, and conveying to Peru, a considerable number of
slaves, natives of New Granada, which slaves had been sold by Mr. Juan Fernand
to Mr. Rodulfo […] Among
the slaves were many young persons legally entitled to their freedom on
attaining the age of eighteen.71
Y su argumento era que el tráfico violaba los términos del tratado
de 1825 entre Colombia y Gran Bretaña, específicamente el artículo 13 del
mismo, que prohibía a todas las personas residentes dentro del territorio
neogranadino tomar parte en el tráfico de esclavos.
Esta controversia demuestra varias cosas. Primero, que cuando
analizamos la resistencia que hubo en el mundo atlántico a las políticas
británicas en contra de la trata de esclavos, no sólo Cuba o Brasil manejaron
una doble agenda. Es bien conocido el tipo de maniobras tanto de España como de
Brasil para mantener el tráfico desde África y expandir sus economías
esclavistas durante el siglo XIX, a pesar de haber concedido tratados con
Inglaterra para frenar el tráfico transatlántico.72 El tipo de
comercio de esclavos -y, peor aún, de libertos- que se desarrolló en el
Pacífico en las décadas de 1830 y 1840, en este caso entre la Nueva Granada y
el Perú, era una afrenta directa a esos compromisos que estas repúblicas
también se proclamaban interesadas en defender. Lo interesante es la manera en
que los políticos neogranadinos justificaron esa decisión de cambiar sus leyes
en el sentido contrario. Porque, a diferencia de los casos de Cuba y Brasil, al
hacerse legalmente, la decisión de la Nueva Granada de permitir la exportación
de esclavos fuera de su territorio tuvo que ser defendida en la arena
internacional.
Pedro Fernández Madrid, representando la Secretaría de Relaciones
Exteriores, intentó defender la medida diciendo, primero, que “por lo que hace
a los que se venden en el interior, la práctica contraria se ha seguido
constantemente, sin reparo ni objeción por el gobierno británico” y dijo que la
exportación de esclavos hacia el Perú contribuía “directamente a la rápida
extinción de la esclavitud en la Nueva Granada, pues es claro que
disminuyéndose por la exportación el número de esclavos que existen en la Nueva
Granada más pronto podrán manumitirse los que en ella queden”.73 Aquí,
nuevamente, vemos el papel importante que jugaba la noción de frontera en estas
negociaciones, que permitía a los neogranadinos ver la venta de esclavos hacia
fuera de la Nueva Granada como un paso positivo en el camino a la abolición,
idea que O’Leary refutó poniendo el proyecto abolicionista en un plano más
amplio, transnacional, diciendo que el razonamiento de Fernández Madrid era
absurdo porque ese comercio aumentaba la esclavitud en el Perú. Es decir,
O’Leary resaltó la manera en que la esclavitud y su abolición en el hemisferio
debían verse en conjunto y no como hechos atados únicamente a los contextos
nacionales.
Por otra parte, un argumento que puso un alto a las presiones
británicas fue el de la soberanía. Según los neogranadinos la intromisión
representaba una afrenta a la soberanía neogranadina, por lo cual perdía
legitimidad. Estratégicamente este punto tuvo mayor
efectividad y O’Leary se retractó frente a esa queja diciendo “there was no
intention on the part of the British negotiators to interfere with [the rights
of property] in New Granada”. Sin embargo, también añadió un punto clave, el más serio en esta
confrontación: que aunque la estrategia de los esclavistas del Cauca se basaba
en la cláusula aparentemente filantrópica de que “la venta de esclavos se haga
sin dividir matrimonios”, al mismo tiempo se estaba violando la condición de
que “los hijos de esclavos nacidos libres a virtud de la ley no se
extraigan con
motivo de pretexto alguno”.74
Un punto igualmente relevante del intercambio entre el cónsul
británico y los legisladores neogranadinos es que O’Leary incorporó el
cristianismo como una razón por la cual la venta de esclavos hacia Perú en
realidad era gravemente problemática. Este planteamiento buscaba refutar a los
neogranadinos que querían justificarlo diferenciándolo del tráfico
transatlántico desde África.
Reestablishing a traffic in slaves more unrighteous than that which the
great majority of the powers of Christendom have combined to suppress in as
much as the victims of the new system are not poor benighted savages of Africa
but natives of New Granada and Christians … [a trade] inconsistent with the free
institutions of the republic and manifestly at variance with its international
engagements.75
Es decir, que en el contexto del debate diplomático se plantearon
tanto el tema de la calidad de los manumisos nacidos en Nueva Granada como la
otra dimensión local, de la ciudadanía, que también resonaba como un argumento
de peso en el conflicto internacional, por revelar una inconsistencia con los
principios republicanos. Este punto de O’Leary por una parte deja ver que aún
en la década de 1840 se consideraba a un africano “salvaje sustancialmente
diferente” de un afrodescendiente nacido en la Nueva Granada, por suponerse
este último cristiano. A pesar de que revela una inconsistencia en el discurso
británico en contra de la trata africana, de esa manera O’Leary añadió un punto
definitivo al argumento de la incompatibilidad del tráfico internacional en el
Pacífico con los compromisos diplomáticos de la Nueva Granada. Lo más
interesante aquí fue su denuncia de la violación de un principio básico
republicano, de proteger los derechos de sus ciudadanos.
Las élites de Popayán estaban involucradas en manejar el tema
diplomático y el Estado neogranadino hizo un gran esfuerzo por maniobrar frente
a la oposición británica a la reapertura del tráfico. No es sorprendente, en
este sentido, que T. C. de Mosquera fuera el presidente de la Nueva Granada en
ese mismo momento. Él, finalmente, tenía claro su deber de defender el derecho
de los payaneses a vender sus esclavos. Estos vínculos los muestra la carta de
Joaquín Mosquera a T. C. de Mosquera en noviembre de 1846 en que le decía:
No he tenido aptitud para ocuparme de meditar el artículo del
tratado inglés por darte mi opinión sobre la protesta de O’Leary contra la
exportación de esclavos para el Perú.
Recuerdo que el señor Gual presentó en el senado el protocolo de
conferencias sobre aquel tratado para conocer si las estipulaciones de aquel
artículo son absolutamente generales o solo se contrae al tráfico de esclavos
de África.76
Es importante, pues, que esta serie de choques en las relaciones
diplomáticas tuvieron eco dentro de la Nueva Granada en la siguiente década en
la política local entre conservadores y liberales. Los primeros continuaban
defendiendo la esclavitud y sus corolarios, la venta de esclavos y la
disciplina laboral entre los afrodescendientes libres, aclarando que, como
dueños de esclavos, “tenemos religión, piedad y podemos ser buenos cristianos”.
Además, citaron a las naciones ilustradas, como Estados Unidos, “que tiene más
de un millón de esclavos” y a las repúblicas de México, Perú, Chile y Buenos
Aires “que, respetando el derecho de propiedad sobre los esclavos, no han
seguido el ruinoso
y precipitado ejemplo de los legisladores colombianos que
declararon la libertad de partos sin ninguna indemnización”. Hasta ahora los
historiadores han afirmado que en el contexto republicano se había silenciado
absolutamente la posibilidad de argumentar a favor de la defensa de la
esclavitud. Sin embargo, es notorio que esta proclama de 1846 de los
esclavistas en Cali planteó un apoyo explícito, transparente, a la institución
de la esclavitud.77
Los liberales, autoproclamados “republicanos”, en cambio, estaban
en defensa de la abolición, y, sobre todo, denunciaban lo que llamaron
“contrabando de carne humana”. Vale la pena desglosar la posición de los
republicanos, que no estaba exenta de un trasfondo racista. Por un lado,
criticaban la venta de los manumisos como inhumana pues al traspasar la
frontera de la Nueva Granada hacia el Perú, los libertos perderían la garantía
de su libertad: “En el Perú se proponen vender la servidumbre del liberto de
por vida”. Pero también pensaban que la exportación de esclavos y manumisos era
una amenaza a la economía neogranadina.
Prescindiendo de que las razones de utilidad y conveniencia que
aducen los peruanos para apoyar la introducción de esclavos en su tierra,
pueden alegarse por nosotros con mucha más fuerza para que no se permita la
extracción de ellos porque aparte de que nuestra minería y agricultura carecen
de los brazos necesarios y nuestras costas del Chocó solo pueden ser pobladas
por la raza africana, tiene esta cuestión otros puntos graves
de trascendencia considerada bajo el aspecto de la moral y de los principios
sociales […] con quienes se quiere traficar como si fueran bestias o seres
inanimados cuando
son nuestros semejantes y quizá la porción más productiva de nuestra población.78
Los liberales, entonces, no acompañaron sus críticas de una
posición meramente humanitaria. Más bien buscaron competir con los hacendados
peruanos usando una lógica económica, señalando que si se cedía la mano de obra
al Perú la Nueva Granada perdería la posibilidad de aprovechar productivamente
la región pacífica. Para este grupo progresista, entonces, el argumento en
contra de la trata no pasaba por el tema de la ciudadanía sino de la fuerza de
trabajo que representaban los afrodescendientes.
Pedro Gual, diplomático con mucha experiencia de negociación con
la Gran Bretaña desde el periodo colombiano, planteó su oposición a la exportación
enfocándose en demostrar que era un punto muy sensible en el ámbito de las
relaciones internacionales. Así, al final, los legisladores en la Nueva Granada
resolvieron volver a abolir la trata en 1847. En junio de 1847, el secretario
de Relaciones Exteriores de la Nueva Granada, Mallarino, comunicó a Manuel
María Mosquera que en la Gaceta número
874 del 28 de abril del mismo año apareció la ley derogando los artículos de la
ley de 1843 y que, “por tanto, la importación como la exportación de esclavos
han quedado absolutamente prohibidas”, y pedía a Mosquera que le comunicara
aquello a Lord Palmerston para resolver el problema.79
Años más tarde, sin embargo, el impacto de la exportación ilegal
de manumisos continuaba causando problemas diplomáticos. Después de la
abolición definitiva de la esclavitud en la Nueva Granada en 1852, el cónsul
neogranadino en Perú, Manuel Ancízar, se embarcó en un esfuerzo por reintegrar
a los manumisos que habían sido exportados ilegalmente. Todavía en 1855
continuaba su proceso de repatriación.80 Y, en los años
posteriores a 1847, en Perú se reportaron varios casos de afrodescendientes que
denunciaron en la corte, evidentemente en conexión con el cambio de ley en la
Nueva Granada, el hecho de haber sido vendidos ilegalmente, siendo libres, como
esclavos en el Perú. Tal fue el caso de Cristóbal Lozano, quien en 1849 se
presentó frente al cónsul neogranadino L. Pardo pidiendo justicia, diciendo que
lo habían vendido en el Perú viniendo desde la Nueva Granada, aunque era libre.81
Pero, paradójicamente, a comienzos de la década de 1850, las
ventas de esclavos de los esclavistas payaneses continuaron. Esto justo en la
víspera de la abolición de la esclavitud, cuando en la Nueva Granada se estaban
adelantando medidas liberales en varios niveles, después del triunfo definitivo
de los valores antiesclavistas y republicanos. Esta vez los esclavistas se
organizaron bajo el liderazgo del entonces expresidente T. C. de Mosquera para
transportar los esclavos a Panamá. Es decir, en este momento T. C. de Mosquera
estaba cumpliendo los deseos que Julio Arboleda le manifestó tres años antes.
La nota que envió Vicente Javier Arboleda (quien había tenido cargos políticos
tanto a nivel nacional como dentro de la gobernación de Popayán) a T. C. de
Mosquera en enero de 1850 da cuenta del liderazgo de T. C. de Mosquera: “En el
momento distribuí tu carta a todos los propietarios de esclavos y me parece que
muchos convendrán”.82
Estos planes no constituían una afrenta explícita a la legislación
contra el tráfico que, como ya dije, se había reinstituido en 1847. Más bien,
en este momento los esclavistas aprovecharon que Panamá era parte de la Nueva
Granada y la transferencia de los esclavos estaba dentro de la ley. Pero en
Panamá, con T. C. de Mosquera como intermediario, los esclavistas estaban
negociando la venta de esclavos con la compañía estadounidense Panama Railroad
Company (prc), que estaba construyendo el ferrocarril. Este proyecto se
contrató durante el gobierno de T. C. de Mosquera. Es más, él era activista en
la compañía y se relacionó para la venta de los esclavos especialmente con John
L. Stephens, uno de los inversionistas en Nueva York.
Es así que a comienzos de la década de 1850 en Panamá se dio forma
a una colaboración entre la compañía de construcción del ferrocarril y los
esclavistas neogranadinos -principalmente payaneses- que veían una oportunidad
de recuperar sus capitales con esas ventas. T. C. de Mosquera, como socio de la
misma, representó los intereses de la clase de dueños de esclavos en estas
negociaciones. Las cartas y otros documentos de la familia Mosquera que
registran aquellas transacciones dejan ver que los esclavistas de Popayán
todavía veían a sus esclavos como fuente primordial de su riqueza. Que estos
negocios se dieran justo antes de la abolición definitiva demuestra la
intención estratégica de los esclavistas de maniobrar frente a las limitaciones
definitivas que el Estado intentaba establecer anunciando la emancipación
final.83
El mismo V. J. Arboleda escribió a T. C. de Mosquera en febrero
del año 1850 para comunicarle que él y sus hermanos tenían para la venta unos
135 esclavos en las minas de Viroviro y Tajuato con 125 manumitidos, explicando
cómo calculaba sus precios:
Acompaño a Ud la lista de los esclavos y manumitidos que en
compañía de mis hermanos Joaquin y Vicenta tenemos en la provincia del Chocó en
las minas de Viroviro y Tajuato. Hay en ambas minas ciento treinta y cinco
esclavos y ciento veinticinco manumitidos. Los vendemos todos los esclavos sin
excepción ninguno por la dificultad de arreglar los que queden y para que la
compañía que los compra pueda sin perjuicio tomarlos todos. Rebajaremos en el valor de los
alimentos de manumitidos la cantidad que importen los esclavos que no sean
utiles para el comprador. El valor de los manumitidos es a
razón de diez pesos anuales; calculando hasta los diez años a diez por rebajado
los dos primeros años y los que tengan más de diez años a diez pesos anuales
por cada año que les falte para cumplir los diez y ocho señalados por la ley.84
Esto sugiere que los propietarios de esclavos en Popayán no habían
acatado la prohibición del tráfico, ni consideraban que la venta de manumisos
fuera problemática, es decir, que tuviera una lógica contraria a la ley de
libertad de vientres. Para éstos, por el contrario, se trataba de recuperar su
inversión en la manutención de los manumisos y el valor de los mismos jugaba un
papel central en su negociación de los precios de los esclavos, todos ellos
vistos en conjunto.
En una versión de borrador del contrato entre los esclavistas de
Popayán y la Panama Railroad Company (prc), fechado en marzo de 1850, T. C. de
Mosquera aparece como el apoderado de la prc en Nueva Granada, con el poder que
le confirió Stephens, agente de la prc en Nueva Granada, para llevar a cabo la
venta de los esclavos de Vicente Javier, Manuel Esteban, Manuel Antonio e Ignacio
Arboleda, además del Dr. Jaime Arroyo, con el fin de “abrir el camino de fierro
en el Istmo de Panamá”. Los tres primeros puntos del contrato son interesantes
de resaltar:
1. La compañía pagará
los esclavos casados a razón de 375 pesos marido y mujer y los varones solteros
a razón de 200 pesos siempre que tengan las condiciones que se expresan en el
número siguiente.
2. Los esclavos deben
ser sanos y robustos, adecuados para el trabajo al cual se les destina, no
debiendo padecer ninguna enfermedad crónica ni contagiosa ni ser mayores de 48
años de edad.
3. La compañía se
obliga a pagar a los vendedores los servicios que están obligados a prestar los
hijos de estos esclavos conforme a la ley hasta la edad de 15 años […] pero se
advierte que si según este arreglo algún manumiso vale más de 70 pesos, la
compañía no pagará sino esta suma, pues la cantidad de 70 pesos es el máximo.85
Estos términos sugieren que la venta de esclavos estuvo dirigida a
promover el trabajo en el ferrocarril a favor de la inversión estadounidense. A
todas luces, y a pesar del amplio activismo contra la esclavitud en ese
entonces, tanto en Nueva Granada como en los contextos más amplios hemisférico
y atlántico, la esclavitud era una institución que sustentaba los negocios
entre las partes y el proyecto de desarrollo. Como lo demuestra el punto
tercero, por otro lado, también se consideraba legal y viable vender a los
manumisos, es decir, jóvenes que habían nacido libres bajo la ley de 1821, aun
cuando se reconocía tangencialmente su potencial liberación a los 15 años.
En Panamá, según Aims McGuinness, la prc, poco después de que
tuvieron lugar estas negociaciones, dejó de utilizar trabajo esclavo y comenzó
a importar indentured
workers, algunos de Cartagena y otros de Jamaica, Estados Unidos y
China.86 Sin embargo,
está claro que el activismo de T. C. de Mosquera a favor de los esclavistas en
1850 promovió sus intereses como dueño de esclavos e inversionista en el
ferrocarril, al mismo tiempo que lideró uno de los más importantes proyectos de
desarrollo de Estados Unidos en territorio neogranadino. Al trasladar a los
esclavos de Popayán y venderlos a la prc, Mosquera contribuyó al proceso de
expansión del poder de Estados Unidos en el hemisferio. Y el compromiso de
Mosquera de defender los intereses de su propia clase se hizo evidente justo
cuando el nuevo presidente liberal, José Hilario López, abolió la esclavitud en
Nueva Granada el 21 de marzo de 1851. El 26 de junio de 1851 Mosquera y sus
aliados esclavistas de Popayán escribieron una carta protestando la decisión de
López. Estas tensiones nuevamente resultaron en una confrontación militar en la
cual los conservadores de Popayán se opusieron a las medidas liberales de
López, principalmente la abolición de la esclavitud.87
Aunque no sabemos exactamente cuál fue la reacción en las minas,
de los esclavos y manumisos que iban a ser (y fueron) trasladados a Panamá para
posiblemente ser vendidos como trabajadores en el ferrocarril, es evidente que
los esclavos y sus familias estaban resistiendo su venta y que éstos
continuaban siendo agentes en la lucha política local. Esto también puede
pensarse teniendo en cuenta el caso de los esclavos de José Antonio Arroyo
mencionado y analizado arriba, quienes habían protestado en 1826 el intento de
Arroyo de venderlos a Panamá diciendo: “Hoy se nos calumnia atrozmente de que
somos unos esclavos alzados e incapaces de contención porque se trata de
trasplantarnos de nuestro patrio suelo a otras regiones, destruyendo las
cuadrillas que pueden ser muy útiles al Estado”.88 Los esclavos
de Esmeraldas instrumentalizaron tanto un argumento sobre su patriotismo como
uno económico que los ponía en el centro del desarrollo económico de la región
pacífica. Ambos puntos, por supuesto, tenían sentido y fueron estratégicos para
negociar, en 1826, la protección de la cuadrilla por parte del Estado.
Además, tenemos noticias del mismo V. J. Arboleda comunicándole a
T. C. de Mosquera ese mes de febrero de 1850, “que los negros están
alebrestados con las ideas de libertad y hoy le escribo diciendo cuál es la
verdadera libertad para ellos explicando a Ayala lo que tú propones para que
los negros se animen a ir a Panamá y no crean las maldades que riegan los rojos
[liberales]”.89 Esto muestra
que en la coyuntura de la emancipación inminente, proceso que obviamente estaba
muy presente entre los esclavos y también arraigado en la lucha partidista, los
esclavos buscaban que se les asegurara el bienestar y es posible que negociaran
recibir la libertad en un tiempo determinado a cambio de su traslado a Panamá.
Efectivamente, en el acápite 18 del contrato de T. C. de Mosquera prometía la
libertad a los esclavos diciendo:
18. Se compromete solemnemente el ciudadano-general Mosquera a
nombre de la compañía su poder dataría a dar la libertad a todos los esclavos
que compre en virtud de este contrato tan pronto como se concluyan los trabajos
del camino y esté expedito para el tránsito interoceánico el ferrocarril.90
El tiempo en el cual se proponía liberar a los esclavos, “tan
pronto como se concluyan los trabajos”, quedaba muy vagamente definido. Pero el
hecho de referirse al deber de otorgarles la libertad dice mucho sobre la
calidad de la negociación que debió tener lugar entre los esclavistas y los
esclavos. Sus presiones se sustentaban en el contexto del triunfo del
liberalismo en Nueva Granada y, también, en su conocimiento de la ley que
favorecía a los esclavos dentro del marco del proyecto republicano.
Este artículo demuestra por qué la abolición de la esclavitud en
la América hispánica debe analizarse simultáneamente con un lente más amplio y
otro más angosto que el de las historias nacionales, para incluir las
dimensiones internacional y local en esas narrativas. Como en el caso estudiado
en este artículo, es claro que los actores que buscaban definir los términos de
la abolición -los esclavos, libres, libertos y las élites políticas en ambos
lados del conflicto- eran parte de cambios en la geopolítica atlántica
decimonónica.
Después de la disolución de la República de Colombia en 1831, la
Nueva Granada se separó de Venezuela y del Ecuador, quedando en posesión del
Istmo de Panamá. Los esclavistas payaneses, quienes tenían sus intereses
principalmente en las minas de oro y aquellos que habitaban en Cali, en
haciendas, continuaron su campaña para reformar la ley colombiana de manumisión
de 1821. El principal fin de esta lucha de poder era recuperar el valor de su
propiedad, que estaba siendo amenazada por los mecanismos legales diseñados al
momento de la fundación de la república para abolir la esclavitud gradualmente.
Las familias de esclavistas de Popayán utilizaron varias
estrategias para desplegar sus ideas y sus intereses. Aprovecharon el acceso
que tenían a la esfera pública para dar a conocer sus discursos y otras
proclamas. También formaban parte de las instituciones del estado, tanto en el
ámbito provincial como en el nacional y, desde allí, podían intervenir en la
aplicación o transformación de las leyes. Más aún, tenían conexiones
internacionales con otras élites esclavistas americanas, con quienes convergían
alrededor de un pensamiento cosmopolita y ecléctico. Las fuentes de ese pensamiento
eran textos de diverso origen, combinadas para esbozar su visión de la historia
de la esclavitud tanto como de la abolición. Aunque en sus reflexiones eran
centrales las referencias a los clásicos ejemplos de experiencias
abolicionistas, como en Gran Bretaña o Haití, resulta muy interesante que no
mencionaban los casos de Brasil o Cuba/España. Por lo demás, la evidencia de la
circulación de textos entre los esclavistas en el ámbito hispanoamericano
sugiere que existió un pensamiento a favor de la esclavitud en las repúblicas
del Pacífico suramericano, tal como el que han estudiado recientemente los
historiadores de la “segunda esclavitud” pero que, sin embargo, no estaban
directamente relacionados.
Uno de los temas más interesantes de la historia de la Nueva
Granada en las décadas entre 1830 y 1850 es que el tráfico de esclavos hacia el
exterior desempeñó un papel central en las estrategias políticas y económicas
de los esclavistas. Posiblemente esto no es un fenómeno que se haya dado en
otros lugares durante la misma época como respuesta al proceso abolicionista.
Para lograr articular sus intereses, los esclavistas neogranadinos
fortalecieron sus vínculos pacíficos: al sur, con Perú, y al norte con el Istmo
y Estados Unidos. Incluso antes de la apertura legal del tráfico a través del
puerto de Buenaventura en 1843, hay registros que dan luz sobre la formación de
un grupo de comerciantes de esclavos minoristas, quienes tenían lazos con
compradores peruanos y basaban las operaciones en procesos notariales de
transferencia y compra a nivel local. Esto significa que, si bien el tráfico se
había prohibido a nivel internacional, internamente no era ilegal. Y aun así,
como han sugerido varios autores, este tráfico local en la región pacífica
alrededor de Buenaventura también denota la existencia de un comercio exterior.91
Como sucedió paralelamente en el Perú, el impacto de la clase
esclavista en la Nueva Granada demuestra la relevancia de la esclavitud en los
procesos de formación del Estado en Hispanoamérica. En ambos países, durante
coyunturas críticas, los esclavistas lograron manipular las instituciones del
Estado y la ley en función de sus intereses. Políticamente, la legalización de
la exportación de esclavos estuvo ligada a la guerra civil “de los Supremos”,
que potencializó el poder de la élite conservadora esclavista. Porque la
movilización de las clases populares que se desató durante la misma fue
evidencia irrefutable de los peligros que representaban las poblaciones de
esclavizados y negros libres, los esclavistas pudieron exigir al gobierno no
solamente la protección de sus intereses sino, además, un mecanismo para
expulsar del territorio neogranadino a los agentes de la rebelión.
Es posible reflexionar sobre esta conexión entre el Perú y la
Nueva Granada durante las décadas de 1830 y 1840 comparativamente en relación
con los casos de Cuba y Haití estudiados por Ada Ferrer y el de Brasil y
Uruguay analizado por Keila Grinberg en este dossier. El primero se enmarca en
territorios caribeños cuyas fronteras son diferentes a las continentales, pero
comparte con la situación del Perú y la Nueva Granada el fenómeno de la
articulación económica de dos procesos opuestos, el de la extinción de la
esclavitud en Haití y el de su expansión en Cuba. Como lo afirma Ferrer, son
procesos contrarios pero complementarios. Esta tensión, señala la misma autora,
ilustra por qué es imposible hablar del siglo XIX teleológicamente como el
siglo de la abolición. En el caso que describe Grinberg también se oponen dos
regímenes contrarios frente al tema de la legalidad de la esclavitud dando
lugar a serios conflictos. Con la abolición de la esclavitud, en Uruguay se creó
un “territorio libre” (free
soil) y esto resultó en disputas diplomáticas cuando muchos
esclavos huían del Brasil hacia Uruguay buscando su libertad. Grinberg
demuestra que esa porosidad en el territorio entre Uruguay y Brasil desató una
competencia por la soberanía en la frontera entre los dos países. Por otra
parte, el contraste entre Nueva Granada y Perú en términos de la legalidad del
tráfico de esclavos y la divergencia entre sus fines -acabar con la esclavitud
en la Nueva Granda y expandirla en el Perú- resultaba beneficioso para ambos. Y
la Nueva Granada no dejó de ser un “territorio libre” al legalizar la
exportación de esclavos hacia el Perú. Es decir, en la Nueva Granada siguió
vigente la ley que prohibía la importación de esclavos: cualquier esclavizado
que llegase al territorio estaría siendo introducido ilegalmente y por lo tanto
se convertiría en persona libre.92
Poner el énfasis en el activismo a favor de la esclavitud en
Colombia nos permite plantear nuevas preguntas sobre la historia de la
abolición en Hispanoamérica, específicamente acerca de la relación y posible
interacción entre el republicanismo y la esclavitud. Esto amplía los debates
sobre la era de las revoluciones que recientemente han sugerido que el
liberalismo primó como motor de las independencias latinoamericanas, asumiendo
que la abolición era un corolario inevitable del proceso. Así mismo, ofrece una
mirada crítica a la narrativa anglocéntrica del siglo XIX como el “siglo de la
abolición”. Si bien Gran Bretaña fue un actor relevante en el plano
diplomático, el enfoque sobre el pacífico colombiano nos exige dar mayor
atención a la contingencia y a ejes locales de poder, lo cual resulta en una
mirada nueva, y crítica, sobre las interacciones entre Colombia y Perú, por
ejemplo, y la presión británica por la abolición.
Siglas y referencias
ACC |
Archivo
Central del Cauca, Popayán, Colombia |
ACC,
AM |
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Central del Cauca, Archivo Muerto, Popayán, Colombia |
ACC, Rep. JC |
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Cargos Oficiales, Bogotá, Colombia |
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General de la Nación, sección Consulados, Consulados Varios, Bogotá, Colombia |
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General de la Nación, Archivo Legislativo del Congreso, Bogotá, Colombia |
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AP, CC, ER |
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Civiles, Época
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Luis Ángel Arango, Archivo de Emiliano Díaz del Castillo, Bogotá, Colombia |
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Societies Digital Archive, Notarías de Buenaventura, Vanderbilt University,
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*La autora agradece
el apoyo en la investigación de Julissa Gutiérrez y Ramiro Sánchez, así como
los comentarios de Alex Borucki, Celso Castilho, Michelle McKinley, de los
participantes del Atlantic History Workshop en New York University y del Race
and Slavery Working Group en Yale University y de los evaluadores del texto
para Historia Mexicana.
1Castrillón, Tomás Cipriano
de Mosquera; Castellanos, La abolición de
la esclavitud en Popayán.
2Blanchard, Under the Flags of Freedom.
Sobre la abolición en Perú véase Aguirre, Agentes de su propia libertad; Blanchard, Slavery and Abolition in Early Republican Peru; Hünefeldt, Paying the Price of Freedom; Tardieu, El decreto de Huancayo. En Venezuela, véase Lombardi, The Decline and Abolition of Negro Slavery in Venezuela. En Colombia, véase Bierck
Jr., “The Struggle for Abolition in Gran Colombia”; Tovar y Tovar, El oscuro
camino de la libertad; Pita Pico, La manumisión
de esclavos en el proceso de independencia de Colombia.
En Ecuador, véase Tobar Donoso, “La
abolición de la esclavitud en el Ecuador”; Townsend, “En busca de
la libertad”. En Chile, Feliú
Cruz, La
abolición de la esclavitud en Chile. En Panamá, véase McGuiness, Path of Empire. Para México Baumgartner, “Abolition from the South”. En Argentina, Andrews, The Afro-Argentines of Buenos
Aires. Para Uruguay, véase Borucki, Abolicionismo y tráfico de
esclavos en Montevideo.
3Dubois, Avengers of the New World; Trouillot, Silencing the Past.
4Incluido
el neogranadino Antonio Villavicencio, quien fue comisionado a la Regencia y
llevó un proyecto de abolición de la esclavitud. Uribe-Urán, Honorable Lives.
Dos textos sintéticos sobre el abolicionismo temprano en Francia, Estados
Unidos y Gran Bretaña y sus desarrollos en el mundo Atlántico son Blackburn, The American
Crucible y Drescher, Abolition.
Para Estados Unidos específicamente, véase Nash y Soderlund, Freedom by
Degrees. Sobre las
particularidades de la esclavitud y el abolicionismo en el mundo hispánico,
véase Berquist, “Early Antislavery Sentiment
in the Spanish Atlantic World”; Echeverri, “Slavery in Mainland Spanish
America in the Age of the Second Slavery”; Ferrer, Freedom’s Mirror; Fradera y Schmidt-Nowara (coords.), Slavery
and Antislavery in Spain’s Atlantic Empire.
5Simon, The Ideology of Creole Revolution.
6Lasso, Myths of
Harmony trata el surgimiento de valores de armonía racial en
Cartagena. Sobre la participación de los esclavos en la independencia,
véase Blanchard, Under the Flags of Freedom; Bragoni,
“Esclavos insurrectos en tiempos de la revolución”; Echeverri, Indian and
Slave Royalists in the Age of Revolution; Goldberg,
“Afrosoldados de Buenos Aires”; Mata, “Negros y
esclavos en la guerra por la independencia”; Rueda, “Territorio,
movilización e identidad étnica”.
7Ferrer, “Haiti, Free Soil, and Antislavery in the
Revolutionary Atlantic”, pp. 60-61; Fischer, “Bolívar in Haiti”; Verna, Pétion y Bolívar.
8Véanse Lynch, Simón Bolívar, p. 108; Peru
de Lacroix, Diario
de Bucaramanga, p. 59.
9Bassi, An Aqueous Territory; Blackburn, “Haiti, Slavery, and the Age of Democratic
Revolution”; Blanchard, Under the Flags of Freedom; Echeverri, Indian and Slave Royalists in the Age of Revolution; Drescher, Abolition,
pp. 169-80; Ferrer, Freedom’s Mirror; Fischer, “Bolívar in Haiti”; Helg, Liberty
and Equality in Caribbean Colombia; Verna, Pétion y Bolívar.
10Clementi, La abolición de
la esclavitud en América Latina.
11King, “The Latin-American Republics and the Suppression
of the Slave Trade,” p. 391.
12Sobre
la complejidad del proceso abolicionista británico, véase Drescher, Abolition; Dumas, Proslavery
Britain; Huzzey, Freedom Burning; Temperley, British Antislavery, 1833-1870; Marquese,
Parron y Berbel, Slavery
and Politics, p. 181, quienes
señalan que antes de que comenzara la abolición de la esclavitud en las
colonias británicas del Caribe (1833-1834), los esclavistas cubanos se apoyaban
en el ejemplo británico como un modelo de gobierno colonial que haría viable el
mantenimiento de la esclavitud en el Imperio español.
13Un
trabajo sobre la abolición de la esclavitud y la emergencia de la ciudadanía en
Brasil que ha sentado las bases conceptuales para esta discusión es Castilho, Slave Emancipation and
Transformations in Brazilian Political Citizenship.
14La
historiografía sobre la “segunda esclavitud” incluye Ferrer, Freedom’s Mirror; Marquese, Parron y Berbel, Slavery and Politics; Tomich (coord.), The
Politics of the Second Slavery; Kaye, “The Second Slavery”. Un desarrollo más extenso
de mis argumentos sobre la importancia del diálogo entre esta historiografía y
la historia de la esclavitud y la abolición en las repúblicas hispanoamericanas
se encuentra en Echeverri, “Slavery in
Mainland Spanish America in the Age of the Second Slavery”.
15Vicente
Javier Arboleda a T. C. de Mosquera, Popayán, 17 de enero, 1843. ACC, SM, 17,009.
16Colmenares, Historia económica y social de Colombia; Díaz, “El Cauca Grande”; Marzhal,
“Creoles and Government”; Mcgreevy, An Economic History of Colombia; Safford, “Social Aspects of Politics in
Nineteenth-Century Spanish America”; Sharp, Slavery on the Spanish Frontier; West, Colonial Placer Mining in Colombia.
17Echeverri, Indian and
Slave Royalists in the Age of Revolution; Lynch, Simón Bolívar; Prado y Prado-Valencia,
“La familia Mosquera y Arboleda y el proyecto bolivariano (1821-1830)”.
18Véase,
por ejemplo, la queja proveniente de Panamá (1825), en AGNC, SR, Congreso, leg.
27, ff. 233-243. También la de Mariquita en AGNC, ALC, E1-CA-B6, Cámara,
Decretos 1834, fol. 73. Algunas de Popayán se encuentran en ACC, AM, 1838, p.
28 legs. 32-52; y para Venezuela véase Lombardi, The Decline and Abolition of Negro Slavery in Venezuela.
19ACC,
AM, legs. 32-52, doc. 45, 18 de marzo de 1838.
20Análisis
previos de los proyectos se encuentran en el clásico Jaramillo Uribe, “La
controversia jurídica y filosófica librada en la Nueva Granada”, y
más recientemente Bedoya Betancur, “La
controversia entre la esclavitud y la libertad”.
Estudios comparativos sobre el activismo de los esclavistas en Estados Unidos,
Cuba y Brasil son Genovese, The Slaveholders’ Dilemma y Marquese,
Parron y Berbel, Slavery
and Politics.
21Dumas, Proslavery
Britain,
pp. 11-12.
22Torres, Observaciones, BNC, P, 309, pieza 15, pp.
7-8.
23Torres, Observaciones, p. 14.
24Torres, Observaciones, p. 10.
25La
ley se encuentra en Posada y Restrepo
Canal, La libertad de los esclavos en Colombia, pp. 227-239.
26Torres, Observaciones, pp. 15, 29.
27Torres, Observaciones, p. 23.
28Beatty-Medina, “Between the Cross and the Sword”; Gharala, Taxing Blackness; Landers, “Cimarrón and
Citizen”.
29Torres, Observaciones, p. 29.
30Hombres
es el término literal que usa Torres. Torres, Observaciones, p. 33.
31Entre
las décadas de 1820 y 1850 los esclavistas se quejaron constantemente de la
actitud rebelde de los esclavos que evidentemente estaba fundada en las
perspectivas de la emancipación. ACC,
Independencia, CIII-2g, 6596. ACC, SM, 2,023; ACC, AM, 1834, doc. 21. BLAA,
AEDC, c. 8, carps. 84 y 87. Echeverri, Indian and Slave Royalists in the Age of Revolution.
32Manuel
María Mosquera a T. C. de Mosquera, Popayán, 7 de octubre, 1825. ACC, SM,
2,072.
33Mosquera, Memoria. BNC, P, 687, pieza 8.
36Dumas, Proslavery
Britain,
pp. 24-32.
37También
mencionaba el ejemplo británico, en que “la prosperidad asombrosa de la Gran
Bretaña, dice el célebre Smith, es debida exclusivamente al respeto con que se
ha guardado la inviolabilidad de la propiedad”. Mosquera, Memoria, pp. 19-20
38Sobre
la importancia de estudiar la esclavitud y su abolición en su dimensión como
derecho de propiedad, véase Wright, Slavery and
American Development.
39Echeverri, Indian and
Slave Royalists in the Age of Revolution; Pita Pico, La manumisión
de esclavos en el proceso de independencia de Colombia.
40Por
ejemplo, con un comercio de sales. Véase ACC, AM, 1834, doc. 27. Echeverri, Indian and Slave Royalists in the Age of Revolution; Rueda, “Territorio, movilización e identidad étnica”,
pp. 125-127.
41Muchas
de las minas de esa región eran propiedad de los esclavistas payaneses, como la
familia Arroyo.
42ANE, Esclavos, c. 23,
exp. 3, 10-IV-1826. Rueda, “Territorio,
movilización e identidad étnica”, pp. 165-166.
La Instrucción está
publicada en Konetzke, Colección,
pp. 643-652. Echeverri, “Enraged to the Limit of Despair”.
44Mosquera, Memoria, pp. 1, 10-12, 19.
45Dumas, Proslavery
Britain. Esta visión que ataba la esclavitud al orden social es
similar a lo que encontró Genovese para el caso del sur de Estados Unidos en
las mismas décadas. Véase Genovese, The Slaveholders’ Dilemma,
pp. 13, 20, 34.
46El
periódico El
Ariete publicó el reporte de Ramón Mercado, que en 1841 Obando
“puso en rebelión a los esclavos dándoles libertad, y después de un saqueo casi
general de dichas haciendas y desmoralización de las cuadrillas de esclavos,
consiguió reunir más de 800 hombres, la mayor parte negros esclavos”. Ramón
Mercado, “Variedades. Lo que va de ayer i hoy”, El Ariete, Cali
(3 ago. 1850). Díaz, Salteadores y
cuadrillas de malhechores; Prado Arellano, Rebeliones en
la provincia; Valencia Llano, Dentro de la
ley, fuera de la ley, pp. 92-93.
47Decreto
de 20 de abril de 1841, Artículo 1, en Gaceta
del Cauca, núm. 1, Popayán (21 abr. 1841), p. 2.
48ACC,
AM, 1841, paquete 33, leg. 62.
49ACC, Rep. JC, 1841, c.
10. Sig. 8666.
50Véase
el periódico El
payanés, que durante el año 1843 publicó noticias sobre “nuevos
atentados que recientemente se han cometido en esta parte de la Nueva Granada”
(núm. 20) y “sublevaciones de esclavos” (núm. 21).
51“Memorial
que los vecinos de Popayán enviaron a la cámara de representantes,” en Posada y Restrepo
Canal, La libertad de los esclavos en Colombia, pp. 3-14. Díaz, Salteadores y cuadrillas de malhechores. Rugemer, “The Development of Mastery and
Race”.
52“Correspondencia
de Don José María Mosquera a Jerónimo Torres”, pp. 209-213.
53Mosquera, Proyecto de
ley. J. R. Mosquera era primo de Joaquín, Manuel María y Tomás
Cipriano. Véase Arboleda, Diccionario
biográfico y genealógico del antiguo departamento del Cauca.
54Mosquera, Proyecto de
ley. Énfasis mío.
55Castellanos, La abolición de
la esclavitud en Popayán, cap. 5.
56José
Antonio Arroyo a T. C. de Mosquera, Popayán, 12 de diciembre, 1825. ACC, SM,
1,610. “No puede Usted imaginar los esfuerzos que hice en Quito y en Ecuador
para la reducción de los esclavos que tenemos en crecido número en el río de
Santiago […] les hice propuestas locas pero nada fue admitido”. Castellanos, La
abolición de la esclavitud en Popayán, cap. 5.
Sobre la crisis de la esclavitud en Esmeraldas durante la independencia, véase Rueda, “Territorio,
movilización e identidad étnica”.
57Aprile Gniset, “El
Cascajal, puerto republicano y negrero”, cap. 8, cita en p. 100.
58AGNC, Consulados, Consulados Varios,
t. 4, f. 516.
59Manuel
Martínez a T. C. de Mosquera, Bogotá, 6 de febrero, 1825. ACC, SM, 2,064.
Énfasis mío. Martínez continúa diciendo: “En la capital ha llegado un inglés
Dr. Roberto Marchall Key que tiene compañía emprendida con otro inglés y Rafael
para poner máquinas de vapor u otras y sacar el oro de los cauces de los ríos y
quebradas del Chocó y la Buenaventura […] Cooperando con esclavos y es un
argumento más de hecho que para el proyecto del camino lo haríamos casi todo
con los de nuestras cuadrillas”.
60Sobre
el proyecto de desarrollo que primó en la Nueva Granada, y el papel de Tomás
Cipriano de Mosquera en éste, ver, por ejemplo, el clásico de Safford, The Ideal of the Practical.
Safford, sin embargo, no estudia la esclavitud ni el trabajo esclavo en ese
proceso.
61Torres, Observaciones, p. 22.
62Mosquera, Memoria, p. 22.
Desde el Foreign Office Canning estuvo directamente involucrado con América
Latina durante el proceso de reconocimiento de las nuevas repúblicas. También
en las negociaciones británicas para la supresión de la trata.
63La
presión de la clase esclavista a los gobiernos republicanos de la primera mitad
del siglo XIX no fue exclusiva de la región andina. También en Argentina se
reestableció el tráfico temporalmente. Véase Andrews, The Afro-Argentines of Buenos
Aires.
64Pando, Reclamación de
los vulnerados derechos de los hacendados.
65Pando, Reclamación de
los vulnerados derechos de los hacendados, pp. 16, 21-22.
66Marquese, Parron y Berbel, Slavery and Politics.
67Blanchard, Slavery and Abolition in Early Republican Peru, esp. cap. 3; Gootenberg, Between Silver and Guano,
p. 75; Kitchens y Helguera, “Los vecinos de Popayán y la
esclavitud en la Nueva Granada”.
68Julio
Arboleda a T. C. de Mosquera, Popayán, 9 d agosto de 1846. ACC, SM,
20,672. Díaz, Salteadores y
cuadrillas de malhechores, p. 269.
69AGNC, Consulados, Consulados Varios,
t. 4, ff. 327.
70Arboleda Llorente,
“Venta de esclavos en Popayán”, p. 164. Aprile
Gniset, “El Cascajal, puerto republicano y negrero”, p. 109,
dice que fueron “272 individuos de ambos sexos, desde un bebé de un año y
cuatro meses hasta ancianos de sesenta años. Se registran 49 familias
completas, seguidas por dos parejas sin hijos, terminando el listado con 25
solteros y solteras. Se omite decir que acompañan estos llamados solteros
un cónyuge libre,
por su voluntad, el cual no figura ni en la venta ni en el precio;
pero sí será embarcado, deportado y probablemente vendido”. Desafortunadamente
Aprile Gniset no revela sus fuentes.
71Kitchens y Kitchens,
“La exportación de esclavos neogranadinos”, p. 258. Énfasis mío.
72Véanse
Berquist, “Early Antislavery Sentiment in the Spanish Atlantic World”; Bethell, The Abolition of the Brazilian Slave Trade; Ferrer, Freedom’s Mirror; Fradera y Schmidt-Nowara (coords.), Slavery
and Antislavery in Spain’s Atlantic Empire; Marquese, Parron y Berbel, Slavery and Politics.
73Véase Kitchens
y Kitchens, “La exportación de esclavos neogranadinos”, p. 263.
74Kitchens y Kitchens,
“La exportación de esclavos neogranadinos”, pp. 264, 277.
Enfasis en el original.
75Kitchens y Kitchens,
“La exportación de esclavos neogranadinos”, p. 259.
Enfasis mío.
76Joaquín
Mosquera a T. C. de Mosquera, Popayán, 4 de noviembre, 1846. ACC, SM, 21, 728.
77“La
esclavitud está apoyada en los libros sagrados”. Citaron Éxodo, cap. 21 y San
Pablo en su carta a los de Éfeso, cap. 6. Énfasis mío.
78Anónimo,
“Unos republicanos”. Contrabando
de carne humana. BNC,P, 803,
F.710. Énfasis mío.
79Kitchens y Kitchens,
“La exportación de esclavos neogranadinos”, pp. 290-291.
80ACHUN, MAB, CO, Repatriación de
Esclavos 1852-1856. Helguera, “La exportación de esclavos en la Nueva Granada”,
p. 459. Otros casos en los juzgados locales de Paita revelan la problemática
alrededor del estatus de los manumisos importados de la Nueva Granada.
81AGNC, Consulados, Consulados Varios,
t. 4, ff. 107-108. Véase también AP, CC,
ER, Juzgado de primera instancia, c. 69, exp. 1377, 17 de octubre,
1846; c. 69, exp. 1356, 12 de julio, 1846; c. 75, exp. 1510, 14 de junio, 1848.
82Vicente
Javier Arboleda a T. C. de Mosquera, Popayán, 16 de enero, 1850. ACC, SM,
27,339.
83Véase
ACC, SM, carp. 50 (Varios), 1861. También, Vicente Javier Arboleda a T. C. de
Mosquera, Popayán, 5 de febrero, 1850. ACC, SM, 27,341: “Hoy te contesto sobre
el negocio de los esclavos mandan doce listas algunos esclavos y lo mismo
manumitidos hay sin edades porque no he podido ponérselas por carecer de datos.
En mi carta expreso las bases del contrato, tú me dirás luego que conferencias
con Estephens lo que te parezca”.
84Vicente
Javier Arboleda a T. C. de Mosquera, Popayán, 4 de febrero, 1850. ACC, SM,
27,340. Énfasis mío.
85Castrillón, Tomás Cipriano de Mosquera, p.
375. ACC, SM, 28, 263.
86McGuinness, Path of Empire, p.
59.
87Castrillón, Tomás Cipriano de Mosquera.
88ANE, Esclavos, c. 23,
exp. 3, 10-IV-1826. Rueda, “Territorio,
movilización e identidad étnica”, pp. 165-166.
89Vicente
Javier Arboleda a T. C. de Mosquera, Popayán, 5 de febrero, 1850. ACC, SM,
27,341. Alebrestados es sinónimo de “alborotados”.
91Aprile Gniset, “El
Cascajal, puerto republicano y negrero”; Kitchens, “The New
Granadan-Peruvian Slave Trade,” p. 206, dice: “consul
general in Lima reports in 1837 that slaves and manumisos from
Chocó were sold as slaves to Peruvian planters in Piura”. Helguera, “La
exportación de esclavos en la Nueva Granada,”, pp. 447-459. Véase también
“Protocolo de instrumentos de 1806-1827-1832-1844”, SSDA, NB.
92Ferrer, “Cuban Slavery
and Atlantic Antislavery”; Ferrer, Freedom’s
Mirror; Grinberg, “Emancipación y guerra en el Río de la Plata,
1840-1865”, que aparece en este dossier. Baumgartner,
“Abolition from the South”, trabaja el tema de la frontera
entre México y Estados Unidos.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-65312019000400627
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