Igualdad y trabajo pastoral: la experiencia de
las mujeres en los ministerios religiosos ordenados y consagrados en México
Este trabajo es parte de
una investigación cuyo objetivo es explorar la construcción de la igualdad como
un derecho y las formas de participación de las mujeres dentro del campo
religioso, a partir de la experiencia de religiosas católicas consagradas y
pastoras de denominación bautista, luterana, metodista, presbiteriana y
ecuménica. La investigación busca, a través de sus trayectorias pastorales,
visibilizar su condición y situación dentro de las estructuras religiosas a las
que pertenecen. El trabajo religioso y pastoral es considerado un aspecto
fundamental del análisis, puesto que se trata de un eje articulador de
experiencias relacionales, económicas y sociales en las que la desigualdad de
género y las relaciones de poder implícitas y explícitas que lo organizan son
más evidentes.
INTRODUCCIÓN
La historia del cristianismo,
la conformación de sus comunidades y el mantenimiento de sus estructuras no
podrían entenderse sin la participación de las mujeres. Las mujeres han
participado en la historia, las narraciones, la vida cotidiana y en cada una de
sus expresiones dentro de las diferentes iglesias; representan, incluso, el
mayor número de asistentes a los servicios religiosos y la población que más
tareas de cuidados y servicios proporciona a estas instituciones.
Sin embargo, no porque su
asistencia y participación sea numerosa se puede considerar que se trata del
reconocimiento o ejercicio de una igualdad manifestada dentro del campo
religioso; por el contrario, no se debe confundir está abundante participación
como un ejercicio de derechos ganados al interior de dicho campo, pues resulta
fundamental revisar el tipo de posiciones que las mujeres ocupan, las
responsabilidades que les son dadas, las sujeciones de las que son objeto y,
por supuesto, las relaciones de poder en las que están inmersas dentro del mismo.
El conjunto de lo anterior ofrece un panorama en el que resulta imposible negar
la profunda desigualdad que se oculta bajo argumentos de Tradición religiosa e
incluso de carácter que pretende ser divino, para mantener la sumisión y
opresión de las mujeres a través de mecanismos como el bajo o nulo
reconocimiento, la negación de su agencia y la omisión de sus derechos humanos
fundamentales; formas, todas ellas, de mantener la organización y perpetuidad
del campo religioso y sus estructuras.
En muchos casos, la
participación de las mujeres se limita a actividades que reproducen, reafirman
y mantienen la extensión de sus roles de género dentro del espacio doméstico
con actividades de servicio y administración del cuidado y los recursos. La
participación, sin lugar a dudas importante, ha quedado fuera del
reconocimiento oficial, y por tanto público, dentro de la mayoría de las
instituciones religiosas. Y aunque algunas denominaciones cristianas reconocen,
dentro de su organización, la participación de las mujeres en puestos de
liderazgo como en el caso de algunos ministerios religiosos, aún no se puede
hablar de una situación de igualdad.
En México existen numerosos
estudios sobre las diversas manifestaciones del fenómeno religioso, algunos de
tipo teórico y metodológico desde diferentes campos disciplinarios, y muchos
otros de carácter etnográfico, que pretenden dar cuenta de experiencias
particulares acerca de la amplia gama de manifestaciones religiosas que existen
y que se van conformando a partir del movimiento de sus actores.
En el caso de la experiencia de
las mujeres de denominación cristiana, los estudios realizados en México
tienden más a la investigación de los movimientos católicos en torno al derecho
a decidir y de los grupos pentecostales y neopentecostales y de sus nuevas
configuraciones religiosas.
De manera más específica,
dentro de aquellos en los que la experiencia de las mujeres es el punto de
partida, se puede mencionar la importancia de las investigaciones: de
Elizabeth Juárez
(2000) sobre la reproducción de roles tradicionales de
género; de Patricia Fortuny
(2001) sobre la representación y la figura femenina; de
Alberto Velázquez (2013) sobre la institucionalización religiosa del género; y,
de manera destacada, la investigación de De
la Torre y Fortuny (1991) sobre participación y
representaciones simbólicas en mujeres de la Luz del Mundo.
En países como Brasil, donde la
experiencia de investigación sobre el fenómeno religioso resulta muy amplia
tanto por la gran diversidad religiosa que lo caracteriza como por la abundante
producción teológica, los estudios sobre la participación de las mujeres
cristianas tanto en el ámbito teológico y eclesial como en el ámbito político,
nos muestran una participación que se torna más visible en la esfera pública, o
bien, más agencial dentro del mismo campo.
Tal es el caso de los estudios
de Campos
Machado (2005) y Campos
Machado et al. (2006) sobre
relaciones de género en grupos pentecostales y participación política
vinculados con el trabajo de las mujeres provenientes de grupos evangélicos en
el ámbito legislativo en Brasil; del trabajo de Rosane Aparecida De
Souza (2015) sobre mujeres que fundan nuevas Iglesias, y
de Claudirene Bandini
(2015) sobre la experiencia de mujeres en las misiones de
Asamblea de Dios. Todos los anteriores colocan el acento en nuevas formas de
participación en las que intervienen las mujeres desde su identidad religiosa.
Estos trabajos contribuyen a
entender el tipo de participación que las mujeres tienen dentro del campo
religioso y los diferentes movimientos generados por ellas mismas, todos desde
una realidad latinoamericana similar, en contraparte con otros contextos, como
los europeos, donde las mujeres han participado de manera más activa dentro del
ámbito teológico y eclesial y en donde, por dar un ejemplo, la ordenación de
las mujeres ha sido una realidad desde hace décadas y temas como la ordenación
de hombres y mujeres con orientaciones sexuales diferentes a la heterosexual o
el celibato de los sacerdotes, son discutidos dentro de las mismas
instituciones religiosas.
Las mujeres y el campo religioso
Para hablar de igualdad dentro
del campo religioso, parto en este artículo de la perspectiva bourdiana del
campo como una red o configuración de relaciones objetivas entre posiciones,
las cuales están definidas objetivamente en la distribución del poder y cuya
relación de fuerzas es lo que define la estructura del campo (Bourdieu
y Wacquant, 2005: 150-152).
Este campo de juego en el que
existe una relación de fuerzas, una configuración de relaciones entre sus
agentes y la disputa del capital, es donde se puede ubicar a las mujeres dentro
de lo que Bourdieu
(2006) llama los laicos,
es decir, aquellos agentes desposeídos de los bienes de salvación que se
encuentran a cargo de los especialistas
religiosos de la producción y reproducción de los saberes dentro
del campo.
[...]la constitución de un
campo religioso es correlativa de la desposesión objetiva de los que están
excluidos de él y que se encuentran constituidos por eso mismo en tanto
que laicos (o
profanos en el doble sentido del término) desposeídos del capital religioso (como
trabajo simbólicamente acumulado) y que reconocen la legitimidad de esta
desposesión por el sólo hecho de que las desconocen como tal (Bourdieu,
2006: 43).
Las mujeres no han sido
consideradas parte de este cuerpo de especialistas al interior de la mayoría de
las Iglesias de tradición cristiana; su papel dentro de las instituciones
religiosas ha estado mayormente destinado a labores relacionadas con la
extensión de sus roles de género, como la enseñanza religiosa a niños y niñas,
al cuidado de enfermos y desvalidos, a la organización de eventos para recaudar
recursos económicos (no así para decidir sobre los mismos), a la administración
de dispensarios u otros deberes o ministerios, como en los casos de los
ministerios de canto y danza, entre otras. La producción teológica y la
participación y responsabilidades en puestos de liderazgo queda, por lo
general, fuera de las primeras opciones de participación para las mujeres
dentro de estas instituciones.
Al respecto, Juan José Tamayo
menciona que en estas instituciones, a las que él llama “patriarquías” dado que
su organización se configura a nivel patriarcal, las mujeres dentro de las
religiones no han sido consideradas sujetos morales, pues requieren de guías
para distinguir el bien y el mal; tampoco han sido consideradas sujetos
religiosos, dado que la divinidad es masculina y por lo tanto sólo puede ser
representada por un varón; ni sujetos teológicos, puesto que se trata de un
terreno que no les corresponde (Tamayo,
2011: 213-215). Tres aspectos fundamentales que contribuyen a
que la participación de las mujeres se dé desde la periferia, puesto que, al no
ser consideradas como agentes en la producción de saberes y prácticas y cuya
conciencia es capaz de discernir de manera autónoma, tanto sus decisiones como
sus acciones quedan fuera de los espacios de injerencia institucional dentro de
las estructuras eclesiales.
De esta manera se puede
encontrar coincidencia entre ambas perspectivas. Las mujeres dentro del campo
religioso no pertenecen al grupo de especialistas que poseen los bienes de
salvación ni el capital religioso: desde la perspectiva bourdiana podemos
ubicarlas como parte de los laicos desposeídos del capital, mientras que desde
la postura de Tamayo esto podría explicarse debido a que no son consideradas
sujetos morales, religiosos y teológicos dentro del campo.
Las religiones legitiman de
múltiples formas la exclusión de las mujeres de la esfera pública, de la vida
política, de la actividad intelectual y del campo científico, y limitan sus funciones
al ámbito doméstico, a la esfera de lo privado, a la educación de los hijos e
hijas, a la atención al marido, al cuidado de enfermos o personas mayores,
etcétera. Cualquier tipo de actividad política o social se considera ajeno a la
identidad femenina y un abandono de su verdadero ámbito de trabajo, que es el
hogar, con la consiguiente culpabilización (Tamayo,
2011: 215).
Por todo lo anterior, el
ejercicio de la igualdad como un derecho dentro del campo religioso se
convierte en el punto de partida. Este espacio que para algunos es sólo un
ámbito de la vida privada de las personas, es también uno de los lugares en el
que las desigualdades, producto de la condición de género, se hacen más
evidentes, sobre todo si consideramos que una parte de la estructura
organizacional de las instituciones religiosas ha sido cimentada en función de
la jerarquización y división de los sujetos que participan en su interior, como
un criterio de pertenencia y exclusión, y también como elementos que determinan
el estatus, las funciones y el tipo de participación que cada individuo tiene
dentro de ese campo.
Este texto forma parte de una
investigación sobre la manera como las mujeres construyen la igualdad como un
derecho dentro del campo religioso y sus formas de participación a través del
ejercicio de sus ministerios religiosos ordenados o consagrados. Se entiende
por igualdad el ejercicio de derechos y obligaciones de las mujeres como sujetos políticos dentro de un
contrato social (Lamas,
2001: 13), en que se reconocen y/o asumen como ciudadanas con
oportunidades sociales, económicas y de participación política, en la mayoría
de los casos fuera de sus espacios religiosos, pero también dentro de ellos. Y
esto, aunque parezca contradictorio, destaca aún más el valor que esta
construcción de igualdad tiene dentro de un campo religioso que por sí mismo no
las dota de recursos, reconocimiento y representación como lo hace para otros
actores dentro del mismo campo.
Se trata de una investigación
cualitativa de tipo exploratorio cuyos ejes principales de análisis son la
trayectoria de vida religiosa, los tipos de participación, el trabajo religioso
y el ejercicio del poder en pastoras de denominación bautista, luterana,
metodista, presbiteriana y ecuménica y en religiosas católicas consagradas,
cuyos ministerios se destacan por una práctica religiosa de mayor autonomía,
reconocimiento e incluso liderazgo al interior de sus comunidades de fe.
La investigación se desarrolla
desde una epistemología y metodología feminista, cuyo centro es la experiencia
de las mujeres cristianas dentro del ámbito religioso respecto al ejercicio de
algunos de sus derechos y la forma como participan al interior de sus Iglesias
considerando “distintos emplazamientos de las mujeres como sujetos cognoscibles
y cognoscentes que se conocen y reconocen mutuamente” (Castañeda,
2008: 81), lo que contribuye a su reconocimiento como agentes
sociales y políticos.
Como técnicas de recolección de
datos se utilizaron métodos etnográficos y biográficos como la observación
participante y el relato de vida. Respecto a la primera, la observación se
llevó a cabo desde la postura de observador
como participante,1 lo
que permitió conocer y comprender el contexto, así como las actividades e interacciones
entre las y los miembros de las comunidades religiosas a las que las
participantes pertenecen, con el conocimiento de cada una y de cada uno de las
y los involucrados. Las observaciones se realizaron en la asistencia a cultos
religiosos, reuniones ecuménicas y principalmente en la asistencia a dos
encuentros de mujeres investigadoras, teólogas y activistas que tuvieron lugar
en la Ciudad de México en 2014 y 2015.
En cuanto al método biográfico,
se seleccionó el relato
de vida2 como
una forma de obtener información sobre la trayectoria religiosa y pastoral de
las participantes, puesto que es un método que permite captar relaciones y
procesos.
Para este estudio se realizaron
en total 16 entrevistas a profundidad en la Ciudad de México, ocho de ellas a
mujeres pastoras de denominación bautista, luterana, metodista, presbiteriana y
una autodenominada ecuménica y a tres religiosas católicas consagradas
pertenecientes a las Congregaciones Filipense, Scalabriniana y de Santa Teresa
del Niño Jesús, todas ellas de credo cristiano. Lo anterior es importante dado
que en un país cuya hegemonía religiosa es católica, se tiende a pensar que el
equilibrio estaría en equiparar el número de mujeres católicas entrevistadas
con el número de mujeres de Iglesias cristianas históricas también
entrevistadas. Por este motivo, se hace la siguiente observación: la diferencia
entre las mujeres entrevistadas no radica en el credo, puesto que todas
son cristianas3 y
con ello comparten una serie de elementos religiosos comunes, pero no así
estructurales, pues pertenecen a diferentes instituciones eclesiales. La
diferencia entonces, según la clasificación del Instituto Nacional de
Estadística, Geografía e Informática (INEGI,
2015), se encuentra en la denominación a la que pertenecen,
siendo esta última diferente en todas ellas.
Para fines de esta
investigación, la diferencia entre las mujeres participantes radica, pues, en
la denominación, clasificación que refleja las diferencias estructurales de sus
instituciones eclesiales, y en que para las mujeres que pertenecen a la
denominación católica no existe ninguna posibilidad de acceder a la ordenación
pastoral de acuerdo a sus dogmas y normatividades institucionales, por lo que
sólo pueden ejercer un ministerio legitimado a través de la misión o la
consagración.
En el caso de las Iglesias
cristianas históricas, la ordenación pastoral no es un hecho consolidado para
todas las iglesias, sin embargo, en algunas de ellas, gracias a características
como la libre interpretación de los textos bíblicos y la autonomía de las
iglesias locales, ha sido posible que se lleven a cabo algunas ordenaciones
pastorales en mujeres, debido a vacíos en las normatividades, a la creación de
nuevos procesos o a la separación de sectores de las mismas iglesias. De
acuerdo a las trayectorias estudiadas, aunque en su mayoría se trató de
procesos atípicos de ordenación, a diferencia de la Iglesia católica, cuya
posibilidad es inexistente desde la propia institución, en las Iglesias
cristianas históricas es una posibilidad tangible.
De esta manera, se realizaron
11 entrevistas a profundidad a mujeres de denominación bautista, católica,
luterana, metodista, presbiteriana y una autodenominada ecuménica, así como a
cinco varones que pertenecen a estas mismas denominaciones, bautista, católica,
luterana, metodista y presbiteriana. Estas últimas se llevaron a cabo con el
fin de encontrar elementos comunes y específicos dentro de los procesos de
ordenación, así como información relevante en la comprensión de las estructuras
eclesiales de cada denominación.
El número de entrevistas
realizadas obedece a que en México no existen muchas mujeres ordenadas como
ministras de culto. Incluso dentro de los registros oficiales de asociaciones
religiosas, o aquellos dedicados a la estadística de los grupos religiosos, no
existen datos acerca de las mujeres ordenadas. En la mayoría de los casos, las entrevistadas
son de las pocas mujeres ordenadas en México que pertenecen a sus respectivas
denominaciones, si no es que las únicas de su denominación; en el caso de las
católicas, aunque existen numerosas congregaciones de religiosas consagradas,
la selección de las participantes obedeció a que se trata de mujeres que
desempeñan cargos o trabajos sobresalientes y provistos de mayor autonomía
dentro de sus propias congregaciones y que han realizado votos perpetuos de
obediencia, castidad y pobreza.
En resumen, la elección de
todas estas pastoras y religiosas respondió al hecho de que tienen una
participación destacada dentro de sus iglesias y congregaciones, es decir, una
práctica religiosa diferente a la que tradicionalmente tienen las mujeres
(labores de servicio, cuidado y evangelización) dentro de las Iglesias
cristianas y una sobresaliente y activa participación en el ámbito pastoral y
religioso, académico y/o político social, reconocido mediante procesos
institucionales, o bien, reconocido dentro del campo religioso y político
social tanto por sus congregaciones como por sus pares.
Así, el objetivo de la presente
investigación es conocer la experiencia y la vivencia religiosa respecto al
papel de las mujeres dentro de las iglesias de credo cristiano en cuanto a las
posiciones ocupadas, las labores desempeñadas y las relaciones de poder en que
están inmersas, elementos que, sin distingo de institución religiosa,
corresponden a una situación de desigualdad compartida por todas las
entrevistadas. (Veáse Tabla
1. Participantes de acuerdo a la denominación religiosa y Tabla
2. Datos de la muestra al momento de las entrevistas).
Tabla 1 Participantes de acuerdo a la denominación religiosa
Credo |
Grupo |
Denominación |
Congregación |
Posición |
Cristiano |
Católico |
Católica |
Filipenses Scalabrinianas Santa Teresa del Niño Jesús |
Religiosas
consagradas |
Cristiano |
Iglesias
históricas |
Bautista Luterana Presbiteriana Metodista **Ecuménica |
Pastoras
ordenadas |
**No es parte de las Iglesias
históricas, sin embargo, es una pastora de origen metodista que se autodenomina
ecuménica y cuya ceremonia de ordenación se realizó con la participación de
pastoras/os de diferentes denominaciones.
Tabla 2 Datos de la muestra al momento de las entrevistas
Denominación |
Edad |
Estado civil |
Hijas e hijos |
Escolaridad |
Bautista |
58 |
Casada |
2 |
Licenciatura*
y Maestría* |
Católica |
43 |
Soltera |
- |
Licenciatura
en sociología |
Católica |
46 |
Soltera |
- |
Licenciatura
en comercio Internacional |
Católica |
45 |
Soltera |
- |
Licenciatura,
Maestría y Doctorado |
Luterana |
46 |
Casada |
2 |
Licenciatura
en historia y Licenciatura y Maestría* |
Luterana |
33 |
Separada |
- |
Danza/Licenciatura* |
Metodista |
39 |
Soltera |
- |
Licenciatura
en contabilidad y Licenciatura* |
Presbiteriana |
43 |
Casada |
2 |
Licenciatura
en administración, Licenciatura y Maestría |
Presbiteriana |
50 |
Divorciada |
2 |
Licenciatura* |
Presbiteriana |
52 |
Soltera |
- |
Licenciatura* |
Ecuménica |
56 |
Divorciada |
2 |
Licenciatura
en periodismo y Licenciatura* |
* Corresponden a estudios
dentro del ámbito religioso, ya sea dentro de los seminarios de cada iglesia o
en instituciones de formación religiosa a nivel de posgrado sobre teología,
Biblia, divinidades, teología sistemática, etcétera.
La igualdad para las mujeres
dentro del campo religioso es un tema que puede ser tratado a diferentes
niveles. La ordenación de las mujeres y su trabajo religioso es sólo una
pequeña parte de lo mucho que se requiere abordar sobre su ejercicio y práctica
religiosa en un campo que tiende a sustentar mediante su estructura
institucional la desigualdad de las mujeres desde argumentos de Tradición o de
fe. Los aspectos que se requieren considerar para hablar de la igualdad de
derechos para las mujeres en este campo no sólo se limitan a la ordenación,
sino también a una amplia gama de derechos, como son los derechos sexuales y
reproductivos, los derechos laborales, los derechos a la formación académica,
los derechos a la participación y representación y a la no violencia, por sólo
mencionar algunos de los derechos humanos que deberían estar presentes de manera
clara en la vida cotidiana de las mujeres dentro de las congregaciones e
instituciones religiosas.
La construcción de la igualdad
en este campo puede ser visibilizada a través de la participación de las
mujeres mediante el trabajo que cada una de ellas realiza y la experiencia que
tienen al respecto. El trabajo pastoral y religioso es el catalejo que hace
posible ver de cerca, aquello que se muestra lejos y encubierto, aquello que
bajo argumentos emanados de la supuesta existencia de una divinidad que se
erige masculina y patriarcal, sirven de justificación para la desigualdad,
asignando a la vocación y al servicio valores diferente de acuerdo al género de
las y los agentes que participan dentro del campo. Las condiciones en que estas
mujeres realizan su trabajo pastoral y religioso en nuestro país, permite
evidenciar las diferencias producidas por el género y el entramado de las
relaciones de poder en que están inmersas.
Para Nancy Fraser, la
desigualdad de género está enraizada en una estructura económica que no brinda
recursos suficientes y necesarios para las mujeres, en una diferenciación de
estatus y en su falta de representación política. A través de su modelo
tridimensional, la autora plantea cómo la redistribución, el reconocimiento y
la representación son dimensiones desde las
cuales se puede mirar la justicia social. El trabajo es uno de los medios con
los que mujeres y hombres pueden participar de una vida social, política y
económica, que además permite el intercambio de bienes como producto del mismo,
lo que lo convierte en un recurso fundamental.
La igualdad es un principio
fundante de la ciudadanía, es la posibilidad, al menos establecida de manera
formal, de ejercer derechos y responsabilidades como sujetos políticos. Sin
embargo, cuando miramos más allá de una igualdad establecida formalmente
encontramos que existe una “contradicción entre los principios universalistas y
la imposibilidad de realizarlos” (Lamas,
2001: 13) y que se trata de una igualdad formal que hace
referencia a las mismas oportunidades, no a una igualdad identitaria, como
menciona Marcela Lagarde, sino axiológica, es decir, la que se basa en igual
valía para las personas (Lagarde,
1996: 207). Por otro lado, Elizabeth Jelin menciona que es
necesario tener cuidado, dado que cuando la igualdad está sustentada en un
derecho universal basado en la naturaleza, podemos correr el riesgo de “una
formalización excesiva de los derechos, aislándolos de las estructuras sociales
en que existen y cobran sentido” (Jelin,
s/f).
La igualdad, entonces, no es un
concepto dado, ahistórico, estático o lineal; por el contrario, la construcción
de la igualdad debe mirarse como un proceso que debe ser analizado y construido
no sólo desde su contexto estructural y/o institucional y legal, sino también
desde una perspectiva cultural, diversa y subjetiva de sus actores.
Al interior de estas
instituciones religiosas, las mujeres conforman y participan de las estructuras
llevando a cabo funciones que mayoritariamente son una extensión de las labores
realizadas en el espacio doméstico y relacionadas con su condición,
situación y posición de género (Lagarde,
1996), como la enseñanza a niños y niñas, el cuidado de
enfermos y labores de asistencia en general, por mencionar sólo algunas. Sin embargo,
el acceso a puestos jerárquicos y reconocidos institucionalmente, como son los
ministerios ordenados, no es para ellas una posibilidad real, y aun cuando
escalan y logran ejercerlos, no lo hacen en condiciones de igualdad en cuanto a
los procedimientos para ser reconocidas y legitimadas: las condiciones
laborales en las que los desempeñan no se caracterizan por horarios de trabajo
y remuneraciones justas, y siempre están sujetas a la doble evaluación de su
trabajo y a la constante negociación con las jerarquías eclesiales, por
mencionar algunas limitaciones.
Yo recuerdo un caso de una
chica, por ahí de los años 79 u 80, una mujer que la dejaron hacer todo en el
seminario metodista, la dejaron hacer todos los estudios, terminó su tesis, se
tituló con honores, a la hora de asignarle una iglesia le dijeron: no, es que
aquí no hay pastoras. Como 20 años después, tuvieron una Obispa (Pastora
Ecuménica, 56 años).
La desigualdad, por lo tanto,
no sólo puede ser entendida como la negación de una igualdad manifestada en las
diferencias sociales, económicas y políticas, sino también como “asimetría que
en las diferentes sociedades se manifiesta en marginación, subordinación y
participación inequitativa ante los derechos de ciudadanía” (Vélez,
2006: 379). Para Lagarde, la desigualdad es una forma de
discriminación que se basa en la creencia de que algunos seres humanos o grupos
tienen un valor inferior a otros, y por lo tanto la justicia, como principio
ético, es lo que sustenta la reivindicación de la igualdad como un principio
normativo y como un derecho (1996:
207).
Desde la perspectiva
tridimensional de Nancy Fraser
(2008), la justicia requiere de la redistribución,
el reconocimiento y la representación como reivindicaciones
económicas, culturales y políticas. Lo que se traduce en una distribución más
justa de recursos, la aceptación de la diferencia sin que ésta sea sinónimo de
desigualdad de estatus y la inclusión dentro de la vida social y política desde
la propia identidad sustentada en la idea de una igualdad de derechos, así como
de la aplicación de un marco institucional que los respalde.
Bajo este supuesto acerca de la
importancia de los recursos, el reconocimiento y la representación como un
principio que posibilita la igualdad, podemos voltear la mirada hacia la manera
en cómo las mujeres dentro de los ámbitos religiosos cristianos son
reconocidas, legitimadas y remuneradas en aquellos aspectos relacionados con el
trabajo pastoral o ministerial religioso que realizan, sobre todo cuando
desempeñan funciones dentro de espacios que tradicionalmente no han sido
ocupados por ellas y que incluso llegan a tener cierta categoría jerárquica
dentro de sus iglesias, a diferencia de su participación como congregantes o
encargadas de la formación de niños y niñas o de las funciones asistencialistas
en las que ellas siempre son la mayoría.
Se utiliza el término trabajo,
y no servicio o labor, para hacer la distinción de que se trata de una
actividad que está determinada por un tiempo, con funciones establecidas y que
origina un producto de dicha actividad de tipo social y/o económico que permite
algún intercambio de bienes. Asimismo, se entiende como trabajo pastoral o
ministerial religioso el acompañamiento a los integrantes de sus congregaciones
o a grupos específicos como parte de las funciones que conciernen a su
ministerio religioso, en el que desempeñan funciones de preparación y
celebración de cultos y liturgias, apoyo, contención y acompañamiento
emocional, visitas, búsqueda y facilitación de recursos para otros, educación,
formación y evangelización, administración y cuidado de los recursos de la
iglesia. En algunos casos, también comprende el trabajo específicamente
político-social a través del vínculo con otras instituciones.
El reconocimiento, la
legitimidad y la remuneración hacia su trabajo, así como las condiciones en que
lo llevan a cabo, ponen de manifiesto la disparidad existente, tanto con los
varones que ocupan los mismos puestos, como entre las mujeres de acuerdo a la
denominación a la que pertenecen y su relación con la clase, la formación
académica y su estatus.
Cada Estado tiene presbiterios
que pertenecen a la Asamblea General. Y los presbíteros te decían: sí te
pagamos, pero vete a la escuela bíblica; entonces, las mujeres, es mi
experiencia y la de una de mis compañeras en el seminario, recurríamos a otras
formas [para solventar los gastos]. Por ejemplo: yo hice el aseo de mi maestra
de psicología del seminario por tres años para pagar mi licenciatura en
teología. Trapeaba, mientras mis compañeros en el presbiterio, tenían la beca
completa para libros, para colegiaturas, etcétera, por ser varones (Pastora
Presbiteriana, 50 años).
Por otro lado, también las
nuevas formas en que las mujeres realizan su ministerio religioso nos muestra
un cambio en los significados de su actividad en relación con su posición de
género. La manera en cómo participan desde otros lugares dentro de este campo
abre incluso la posibilidad de reelaborar nociones sobre participación y
derechos y descolocarse de la idea de que este trabajo, en su caso, es sólo una
vocación traducida en amor y cuidado al servicio de las y de los otros, para
convertirse en una participación más activa en la toma de decisiones, en
liderazgos más horizontales o en el autorreconocimiento de la importancia del
trabajo desempeñado. Lo anterior, contrario a la idea tradicional de vocación
religiosa que en muchas ocasiones es esencializada y naturalizada a través de
la exaltación de imágenes religiosas femeninas que muestran una
incondicionalidad y disponibilidad permanente.
Es el caso de las mujeres
entrevistadas dentro de las Iglesias bautista, luterana, metodista y presbiteriana
que han conseguido cierto reconocimiento y legitimación a través del ejercicio
de un ministerio ordenado, así como de religiosas consagradas pertenecientes a
la Iglesia católica cuyo ministerio es ejercido a través del activismo o la
inserción en campos laborales que tradicionalmente no estaban destinados para
ellas (trabajo académico y político-social).
Para mí, el ser pastora es
estar en espacio de diálogo, de constante diálogo, de constante provocación… Yo
creo que para hablar nuevamente de inclusión hay que eliminar las barreras y
ya… Para mí, el ser pastora no tiene otro significado más que eso, la
participación en la congregación.
Abrir brecha para hacer nueva
práctica eclesial, para hacer una nueva labor pastoral, el vernos como y
entendernos como pastoras y pastores no como ejemplos de vida, sino como
personas comunes y corrientes con todas sus debilidades, con sus problemáticas,
con las problemáticas que tiene cualquier persona y que en base a ellas también
podemos trabajar como pastores, que eso no nos impide ser pastores, que las
fragilidades no nos impide trabajar; al contrario, poner esas heridas al
servicio de los demás, de alguna forma y dejarnos también pastorear por nuestra
congregación (Pastora Luterana, 33 años).
A partir de sus experiencias,
se abordan a continuación algunos aspectos sobre el trabajo pastoral o
ministerial religioso y las condiciones en que éste es llevado a cabo desde la
propuesta teórica del modelo tridimensional de Nancy Fraser.
Reconocimiento, representación y redistribución
En cuanto al reconocimiento, es
decir, al valor que se otorga a una condición o situación identitaria y que
tiene una relación directa con la manera en la que el individuo se concibe
dentro de un entorno social y político (Fraser,
2006), el trabajo pastoral y eclesial como elemento unido
fuertemente a su identidad religiosa que realizan las pastoras de estas Iglesias
y las religiosas consagradas en México, es un trabajo gravemente
invisibilizado. Esto se debe en parte porque se encuentra dentro de un ámbito
de la vida que se considera privado e incluso místico, en el que no es posible
acceder sin ocasionar tensiones, dada la relación simbiótica
divinidad-iglesia-jerarquía, pues al cuestionar a una sobre las condiciones de
las mujeres, se cuestiona al mismo tiempo a las dos restantes, y con ello los
argumentos que desde la Tradición se dan para justificar la no inclusión de las
mujeres en los puestos de poder y toma de decisiones dentro del campo
religioso.
[…] Porque debido a la
separación entre espacios bien definidos mediante el dualismo entre la casa
familiar y el ámbito público (hogar-calle), las mujeres siempre han estado como
“de visita” en el templo, espacio privilegiado de los hombres porque su “zona
de poder” es la casa, el hogar, es decir, la domesticidad y la invisibilidad, y
el de los hombres, la calle, el poder público y visible. El lugar de ellas seguiría
siendo “el atrio del templo”, las afueras, para estar a la vista y bajo la
supervisión de sus señores.
[…] Y eso es lo que se sigue
practicando en nuestro medio eclesial: un liderazgo, en este caso, sancionado
por la ordenación, basado en la dominación y la falsa idea de superioridad.
Nada más inaplicable en el caso del servicio cristiano, si se recuerda una vez
el modelo de Jesús, quien se abajó a sí mismo para servir únicamente. Por ello,
lo que hoy se requiere son verdaderos cambios estructurales en la Iglesia que
tengan que ver con la despatriarcalización de
todos los ministerios, y no solamente administrativos ni burocráticos. De otra
manera, el dilema consistirá, ahora, de aceptarse la ordenación femenina, en
cómo ser una ministra en un mundo patriarcal (Cervantes-Ortiz, 2013).
También porque en el
ser-para-los-otros de las mujeres (Basaglia, 1983, citada en Lagarde,
1990) el cuidado y la participación no son consideradas una
labor sino un deber o una esencia.
Y por último, porque aun cuando
asumiendo posiciones diferentes, de mayor jerarquía institucional o moral y en
algunos casos un liderazgo identificado, el trabajo realizado no se pondera con
igual valía y muestra de ello es la constante sobreevaluación y escrutinio al
que es sometido su ejercicio ministerial.
Al ingresar al seminario,
estaba el currículo de clases. Tomabas las mismas clases: hebreo, griego,
exégesis bíblica, hermenéutica, etcétera. Todo, todo, todo era igual para
mujeres y hombres. Nosotras fuimos de las primeras en estudiar en los
seminarios […] en cuanto a conocimiento, teníamos el mismo conocimiento. Salían
quince o veinte varones y una mujer… y aún sigue ese proceso.
Nosotras, al ingresar al
seminario, sabíamos ciertamente que al salir del seminario, cuál iba a ser
nuestra perspectiva de trabajo, estaba de la jodida, porque no nos iban a dar
chamba, en ninguna área pastoral (Pastora Presbiteriana, 50 años).
La mayoría de las pastoras
entrevistadas fueron ordenadas en situaciones diferentes a los procedimientos normalmente
seguidos por suspares varones: fueron cuestionadas en su capacidad para
desempeñar la labor pastoral y debieron cumplir con requisitos que otros
pastores no tuvieron que cumplir. Asimismo, una vez ordenadas, su trabajo es el
elemento constantemente evaluado y comparado. El reconocimiento de su trabajo
proviene, con mayor frecuencia, de los sectores seculares, de sus
congregaciones con las cuales han hecho una labor de convencimiento y
formación, y de sus relaciones interpersonales más cercanas, no así de las
instancias eclesiales institucionales. Cabe decir que la Iglesia Metodista de
México y la Iglesia luterana son las únicas que cuenta con una normatividad
que, de manera general, contempla procedimientos menos discrecionales para
mujeres y hombres en cuanto al proceso que las personas que quieren llegar al
pastorado deben seguir.
En las siguientes narraciones
se muestra cómo en ocasiones la labor para llegar a la ordenación fue de tipo
congregacional, como en el caso de la Pastora Bautista, mientras que en otras,
como en el caso de la Pastora Metodista, fue una posibilidad ofrecida desde la
misma institución.
Desde que empezamos la congregación,
empezamos a platicar de una equidad e igualdad entre el pastorado de mi esposo
y el mío […] En mi comunidad local hubo una preparación, porque un año
estuvimos trabajando desde los niños para que comprendiéramos qué es lo que iba
a pasar en un año, íbamos a ser una Iglesia bautista que iba a tener una mujer,
que iba a ser pastora, que en otras iglesias no había mujeres reconocidas como
pastoras; que el pastor y yo podíamos hacer lo mismo, dar la palabra o la
comunión, la Eucaristía o Santa Cena como le decimos nosotros, bautizar… digo,
elementos sagrados que históricamente solamente [hacían] los hombres. Entonces
los niños toman una nueva pedagogía, es decir, vamos a ser un grupo nuevo y
diferente porque creemos que es lo que Dios nos está llamando a hacer (Pastora
Bautista, 58 años).
Nos consideran a todos los que
salimos, independientemente del género, nos consideran como “probandos”, toda
aquella persona que entra al seminario tiene que…, mientras siga estudiando el
seminario, tener cuatro años de prueba y así nos llaman; entonces “pastores a
prueba” y durante esos cuatro años pues debe uno de ser constante y probar que
realmente tenemos “el llamado” del pastorado y que sabemos ejercerlo (Pastora
Metodista, 39 años).
En cuanto a las religiosas
consagradas cuya ordenación no es posible dentro de la Iglesia católica como
ministras de culto, el reconocimiento hacia el ejercicio de su ministerio se
encuentra sobre todo en el ámbito académico o en el trabajo político social que
realizan dentro de las asociaciones civiles y ciudadanas. Se trata de un
reconocimiento velado, enmascarado dentro de discursos de austeridad que
contrastan con una participación activa e incluso directiva dentro de sus
ámbitos de trabajo, donde se pueden negociar o tomar algunas decisiones siempre
y cuando no nombren de manera explícita su participación como atributo de
reconocimiento personal (el trabajo que realizan y el reconocimiento otorgado
al mismo se expresa como colectivo y se valida cuando se trata de acciones dirigidas
a terceros), pues de lo contrario podrían ser cuestionados valores altamente
estimados en este ámbito como la obediencia o la humildad.
[…] estuve como secretaria
ejecutiva a nivel nacional de la Conferencia Episcopal Mexicana, en el tema de
movilidad humana; y bueno, haber hecho esta experiencia y todo, nos tocó
prácticamente ver este salto cualitativo y agresivo que sufrió la migración en
todos los sentidos.
Desde la Conferencia Episcopal
Mexicana, yo tengo muy claro y tenía muy claro en aquel momento, entre más
manos nos ayuden como congregación, súper bien, pero no es mi trabajo, no es mi
legitimación, es que necesito que todas estas manos y todas estas personas sean
reconocidas como el grupo humanitario que acompaña a las personas. Yo creo que
avanzamos mucho en ese aspecto, hay figuras muy públicas y hay figuras que
nacen de este trabajo operativo donde la presencia, no sólo de mi persona, sino
de la oficina, que en su momento éramos la base, la base que sostenía toda esta
red de trabajo estábamos siempre detrás pero siempre detrás y adelante, no
visibles, sino adelante en el sentido de decir ¡ah! es que esto va para acá,
nosotros tenemos que ir por aquí; no decidíamos porque hemos hecho siempre un
trabajo muy consensado, cuando es posible consensarse y vamos siempre como al
frente ¿no? Creo que eso ha sido la legitimización de, vuelvo a insistir, no es
sólo de mi persona, del equipo con el que continúo trabajando (Religiosa
Consagrada, 46 años).
El trabajo pastoral es un
trabajo que determina el tiempo, el espacio y las relaciones interpersonales de
estas mujeres. Es un trabajo que se encuentra cruzado por la desigualdad debido
al género, por las relaciones de poder y estructuras jerárquicas androcéntricas
en las que están inmersas y las cuales no consideran su trabajo en la misma
posición que la de sus pares varones y la diferencia, entonces, es sinónimo de
su desigualdad de estatus.
La segunda dimensión que Nancy
Fraser hace respecto a la justicia es la representación. Se
trata de una noción de inclusión dentro de la vida social y política desde la
propia identidad basada en el supuesto de estar representada legal y
políticamente dentro de la comunidad y sociedad a la que se pertenece (Fraser,
2008: 42). Este aspecto es más complicado de revisar dado que
podría pensarse que la representación sólo es posible desde su inserción en la
vida secular como ciudadanas, dado que aunque participan en la vida política y
social desde su identidad religiosa, este no se considera un espacio en el que
abiertamente deban estar representadas como mujeres de Iglesia. Ahora bien, si
consideramos a las Iglesias como instituciones y limitamos la representación al
contexto religioso, podemos encontrar que las mujeres no están representadas
(cuando lo están) en condiciones de igualdad. No obstante, en la mayoría de los
casos no existe ninguna representación femenina dentro de las estructuras eclesiales
en puestos relacionados con la toma de decisiones y el ejercicio del poder.
Cuando ya son pastores, para
todos son pastores y son los máximos, son los mejores, el obrero está acá y
aparte las misioneras hasta por acá [señala grados en descenso a través de
movimientos de manos]
[…] entonces entré como obrero,
entonces estaban así los pastores y así nosotros, pero las misioneras están
todavía más abajo.
Sólo los que entrecomillas
saben más, son los que están en mejor puesto, tienen mejor sueldo, tienen el
lugar en la ciudad y nosotras vámonos al campo (Pastora Presbiteriana, 52
años).
Como se mencionó anteriormente,
en México, Iglesias como la metodista o luterana, consideran la ordenación de
las mujeres desde hace algunos años; en otras como la Iglesia bautista o
presbiteriana, la ordenación de mujeres implicó rupturas o separaciones y la
conformación de nuevas congregaciones. De cualquier manera, el que algunas
mujeres dentro de estas Iglesias hayan sido ordenadas no significa que el
número de ordenaciones de mujeres se equipare al número de ministros varones
ordenados, o que los procesos para llegar a la ordenación se hayan dado dentro
de una igualdad tanto de normatividades como de circunstancias, ni que las
condiciones en que realizan su trabajo sean justas.
Se propuso y exigió que se
hiciera la votación, porque era el momento de la inclusión de la mujer en la
Iglesia presbiterana, y se hizo a nivel nacional. Hubo una votación del 90% de
pastores en contra de la ordenación de la mujer, mínimo de 3% a favor, así se
hizo el veredicto del “no” a la ordenación. Entonces, los siete pastores que
hicieron manifestaciones públicas en los presbiterios, para decir que se
verificara el texto bíblico, que se analizara, fueron excomulgados (Pastora
Presbiteriana, 50 años).
La siguiente narración nos
permite identificar dentro de una Iglesia como la metodista que cuenta con
mayores espacios de representación para las mujeres incluyendo la ordenación,
las diferencias al interior de las labores que éstas realizan y la jerarquización
existente entre los mismos puestos que ellas ocupan. Es importante mencionar
que se trata de una excepción, pues en el resto de las Iglesias la distribución
de puestos no es tan clara dentro de la estructura institucional eclesial, ni
cuenta con tantos puestos ocupados por mujeres.
La Iglesia Metodista de México
es, incluso, la única que cuenta con una Obispa.
La estructura de esta Iglesia
da un ejemplo de cómo la organización institucional de las Iglesias es un
factor clave en la construcción de la igualdad para las mujeres, porque cuando
desde la propia institución es posible acceder a otros puestos se abre una
posibilidad de transformación de la praxis religiosa y de cambio en la
estructura eclesial.
En la Sociedad Misionera
Femenil, trabajaban anteriormente, por decir, antes de los noventas, trabajaban
los talentos: coser, tejer, hacer manualidades y después venderlas.
Regularmente las ventas con los talentos junto con las ofrendas permite tener
una serie de participaciones en niveles más altos o en su comunidad para apoyar
trabajo de pastoras, antes eran diaconisas. Entonces, el trabajo de una
pastora, el desarrollo de una congregación, tienen lo que llamamos cajitas de
bendición, que son también ofrendas que van guardando de lo que va quedando de
su gasto y lo ocupan o lo llevan a la administración de su organización, a
nivel conferencial, para desarrollo de proyectos.
Desde que llegué a la Iglesia
ha sido grato saber que hay pastoras; tenemos pastoras, superintendentes, aquí
tenemos una en la Conferencia de Baja California, en Sonora hay dos, en la de
Puebla ha habido superintendentes mujeres también, en la zona centro del país
de Jalisco y al norte de Veracruz también hay varias mujeres, creo que son dos
o tres mujeres las que están. Primero había diaconisas, las cuales, por norma,
venían y estudiaban en la escuela para diaconisas, tres años, después tenían
que trabajar en la iglesia, mínimo dos años antes de casarse. Cuando la
diaconisa se casaba, dejaba el trabajo del ministerio. Vienen los tiempos y se
logra la orden, el cambio del concepto, ya no son diaconisas: pueden ser
presbíteras, primordialmente presbíteras locales que son para una región
pequeña y después también viene la oportunidad de que sean presbíteras
itinerantes. De hecho, nuestra Obispa, que fue Obispa, y otra pastora en
sureste que terminó sus funciones como superintendente (Obispo Metodista).
En el resto de las Iglesias la
representación de las mujeres se encuentra de manera mayoritaria sólo a través
de las ligas y grupos femeniles, o bien en algunas reuniones donde se presentan
informes respecto a labores de formación y evangelización en grupos de infantes
y jóvenes o la rendición de cuentas respecto a la dirección de algunas
escuelas.
En otras Iglesias como la
luterana se realizan reuniones anuales de mujeres en las que también son
mujeres las que llevan la coordinación y agenda de las reuniones. Sin embargo,
en la mayoría de los casos, el tipo de representación al interior del campo
religioso se da en medio de una separación genérica que impide la participación
de las mujeres en la toma de decisiones sobre las agendas generales de las
instituciones eclesiales y que las limita a una injerencia nuevamente
relacionada con los grupos de los que siempre se han encargado (infantes y
mujeres). Estas reuniones presentan informes y resultados que son integrados a
los trabajos de la Iglesia, pero generalmente se dan en una sola dirección,
pues ellas no están representadas ni en cantidad, ni en posiciones de poder que
les permitan participar y decidir sobre los acontecimientos más importantes en
el rumbo de las Iglesias. Se trata de una representación
desde la periferia en la que sobre ellas y su participación hay normatividades
y procedimientos que establecen el tipo de contacto, responsabilidad y papel
que juegan dentro de la estructura.
Su trabajo, por lo tanto, queda
representado con una valía disminuida que se diluye en la falsa idea de que no
necesitan este tipo de representación y poder dentro de la institución porque
su labor es importante y no busca ser destacada pues se trata de actos
desinteresados.
Para las religiosas católicas
la representatividad desde esta perspectiva no es una posibilidad dentro de la
institución. La responsabilidad para cubrir otros cargos puede darse cuando se
trate de una petición institucional directa, relacionada con las capacidades
personales e inocultables de la religiosa que requieren que ella sea la
encargada de alguna labor determinada. Sin embargo, el reconocimiento de esta
labor no tiene impacto en la representatividad de las mujeres dentro de la
institución. Las mujeres no están representadas en la estructura eclesial desde
ningún puesto de poder y tal vez es en la Iglesia católica donde esto se hace
más evidente.
Por último, hablaré de la redistribución, es
decir, la distribución justa de los recursos. Con ello, abordaré más
ampliamente los resultados de investigación relacionados con el trabajo
pastoral o ministerial religioso y su relación con el nivel educativo de estas
mujeres, puesto que éste es, tal vez, uno de los principales recursos para la
obtención de capital que puede ser parte del intercambio de bienes al que
Pierre Bourdieu hace referencia en su texto Estructura
y génesis del campo religioso (Bourdieu,
2006).
El trabajo de estas mujeres,
tanto de las que han sido ordenadas por sus Iglesias como de las consagradas
dentro de sus comunidades religiosas o aquellas que están en el proceso de
ordenación, no se realiza en un horario establecido formalmente o con una
remuneración basada en el número de horas trabajadas o en las funciones
desempeñadas. La mayoría de ellas, además de las horas dedicadas al trabajo pastoral,
desempeña otros trabajos también relacionados con la formación religiosa o la
participación social y política como una forma de completar el ingreso y, en la
mayoría de los casos, también una forma de cumplir con el carisma de sus
congregaciones o con los propósitos y acciones que consideran dan sentido a su
llamado religioso.
Pues es como todo el año, las
24 horas. Fíjate, antes había un concepto de pastor de medio tiempo y pastor de
tiempo completo, o sea yo creo que soy pastora de tiempo completo, aunque tenga
otras actividades… Porque tienes tu carga, tu pensamiento también siempre, o
sea, todos los días, nunca falta todos los días alguien que tengas que visitar,
a veces alguien que te escribe un correo o te hable por teléfono, entonces yo
creo que el trabajo pastoral es algo de tiempo completo porque es parte de tu
vida (Pastora Metodista, 39 años).
Para Laís Abramo
(2004) en el mantenimiento y la reproducción de las
desigualdades existentes entre hombres y mujeres en el mundo del trabajo
empresarial, inciden varios factores derivados de una división sexual del
trabajo basada en un orden de género que asigna a la
mujer la función del cuidado del mundo “privado” y de la esfera doméstica, y le
atribuye a ésta un valor social inferior al mundo “público”, y en el que se
desconoce también su valor económico.
Para ella el imaginario social
construido a partir de la dicotomización del mundo en el que se atribuyen
diferentes valores al trabajo de los varones como principales proveedores, en
contraste con el trabajo de las mujeres como responsables del ámbito doméstico,
es lo que reafirma la idea de las mujeres como una fuerza de trabajo secundaria
o complementaria, entendiendo como imaginario social “el conjunto de visiones
de sentido común, más o menos estructuradas y racionalizadas, que tienen los
individuos en general, hombres y mujeres, sobre sus lugares, roles y funciones,
en el trabajo, en la familia, en la sociedad, en la esfera pública y en la
esfera privada” (Abramo,
2004: 227).
Para esta autora, la idea de
fuerza de trabajo secundaria o complementaria dentro del campo empresarial
parte del supuesto de que el trabajo es un ámbito secundario del proyecto de
vida de las mujeres y que se percibe como eventual o inestable, motivo por el
cual los ingresos generados por éste también son concebidos como secundarios.
Esto, como dice Abramo
(2004), está relacionado con la organización de los roles de
género y los marcos económicos que no incorporan a la actividad económica el
trabajo no remunerado y que establecen limitaciones a las mujeres en el trabajo
por una supuesta “naturaleza femenina” (maternidad, cuidados que impiden viajar
o tener horarios nocturnos, etcétera) a la que los empresarios entrevistados en
su estudio atribuyen la inestabilidad del trabajo de las mujeres y por lo que
la consideran una fuerza de trabajo secundaria. Incluso en este imaginario
empresarial, los entrevistados consideran que la razón por la que las mujeres
están dispuestas a obtener menos ingresos que los hombres se debe a que no
negocian sus remuneraciones, puesto que sus familias son la centralidad de sus
proyectos de vida y que el trabajo no es una obligación.
Este argumento de corte
esencialista encontrado en los empresarios entrevistados no es sólo parte de un
imaginario empresarial; también lo es, como lo menciona esta autora, del
imaginario social y, puede decirse, del imaginario religioso.
Dentro del campo religioso, el
trabajo pastoral de las mujeres, ya sea desde los ministerios ordenados como en
las religiosas consagradas, en la mayoría de los casos, no cuenta con la misma
remuneración que el de sus pares varones ni es uniforme entre las mujeres de
las denominaciones estudiadas. El trabajo religioso de las mujeres es también
considerado secundario o complementario, pues el centro de sus vidas es la
relación interpersonal con las y los otros desde el cuidado y el afecto; tiene
un valor religioso inferior y se desconoce su valor económico, una muestra de
ello es la desigualdad en los salarios y la dificultad de las entrevistadas
para contabilizar el número de horas trabajadas y la remuneración que sería
justa por el producto de su trabajo.
Nuevamente cito a Abramo
(2004) cuando considera que el incremento en la
escolaridad de las mujeres ha sido un factor importante para mejorar las
posibilidades y las condiciones de las mujeres en el trabajo, pues aumenta sus
tasas de participación, sus ingresos promedio y sus posibilidades de acceder a
un empleo formal (que amplia probabilidades de acceder a la protección social).
Sin embargo, como ella misma menciona, los mayores niveles educativos no les
garantizan a las mujeres más y mejores oportunidades de empleo en relación con
los hombres. Ellas necesitan de certificados educativos significativamente
superiores para acceder a las mismas oportunidades de empleo.
Los datos encontrados respecto
a la formación académica de las entrevistadas resultan coincidentes con la
información brindada con Abramo, sólo que además en el caso de las pastoras y
religiosas, no sólo se requieren certificados educativos superiores sino una
trayectoria religiosa desde estándares morales casi impecable que no deje duda
de su capacidad para realizar el trabajo, sumado esto a la participación
continua comprometida en sus congregaciones.
Como podemos observar en
la Tabla
2, su alta formación académica, que abarca, además de los estudios
religiosos de su especialización, otras disciplinas (periodismo, historia,
comercio, contabilidad, sociología y danza) posiblemente sea uno de los
factores que les ha permitido posicionarse en lugares diferentes dentro del
ejercicio ministerial, así como construir nuevas formas de participación
acercándose al lugar de los especialistas del saber religioso.
La formación académica superior
ha sido un factor para poder acceder a un ministerio ordenado, o bien, para
tener relativa autonomía en las decisiones y opciones de vida dentro de sus
congregaciones religiosas, como es el caso de las religiosas consagradas que, a
diferencia de otras integrantes de sus congregaciones, cuentan con cierta
autonomía para negociar su lugar y sus condiciones de práctica religiosa.
Posiblemente, la formación en
espacios seculares ha contribuido a modificar el estatus y, con ello, aspectos
de la representatividad de las mujeres en el campo religioso. A través de su
experiencia, podemos observar cómo su posición dentro de este campo, desde un
lugar de autoridad o de autorreconocimiento de algunos derechos como el
ejercicio ministerial/pastoral, o como mujeres con derechos en cualquier campo
desde la vida secular, permite negociar algunos aspectos relacionados con la
toma de decisiones y la autonomía, aunque esto no se vea reflejado en una
revalorización, reconocimiento y una mejor remuneración de su trabajo.
Trabajo, remuneración y prestaciones
Los ingresos que las pastoras
reciben como producto de su trabajo cuando han sido ordenadas por sus Iglesias
mediante un proceso que contempla la pasantía o terminación de estudios
teológicos, y que en su mayoría cuentan con una iglesia, es decir, que han sido
signadas oficialmente a una iglesia como responsables y, por lo tanto, con una
congregación, era de entre 2,500 y 12,000 pesos al mes al momento de la
realización de las entrevistas. Como se puede ver, la diferencia entre el
sueldo más bajo y el más alto es notoria. Regularmente, estos sueldos deben ser
completados con otros trabajos o, en su caso, son un complemento de su
remuneración laboral en otras instituciones. En los casos de las Iglesias
luterana, presbiteriana y bautista, los ingresos son una contribución a la
pastora determinada por la congregación, por el trabajo realizado. En otros casos,
como en la Iglesia metodista, existe un tabulador de sueldos que considera el
trabajo pastoral de fin de semana, de medio tiempo y de tiempo completo, así
como el pago de servicios y la provisión de una casa pastoral.
Son autónomas las
congregaciones, cada congregación le paga a su pastor. En la congregación
percibo…, porque no es siempre lo mismo, pues un aproximado de 2,000 o 2,500
pesos.
En el seminario luterano
también percibo un sueldo que tampoco es muy grande, pero bueno… En el
seminario estoy en el área de los cursos en línea, soy administradora de las
páginas, de crear cuentas, crear propaganda, ocuparme de cuestiones técnicas o
cosas así. De ahí recibo 3,000 pesos (Pastora Luterana, 33 años).
En un país donde el salario
mínimo equivale a 73 pesos diarios, 2,500 pesos mensuales no es un sueldo que
vaya de acuerdo con el número de horas trabajadas, si consideramos que incluye
la preparación de liturgias, acompañamiento de congregantes y funciones
administrativas durante la semana y las horas dedicadas al culto el fin de
semana.
En general, la remuneración que
las pastoras reciben por su trabajo les es entregado directamente. Sin embargo,
hay ocasiones en que el pago mensual puede ser entregado bajo el concepto de
pareja pastoral o, incluso, sólo al esposo de la pastora, “dándose por
entendido” que se trata del sueldo de ambos. Esto ejemplifica el difícil
proceso de reconocimiento del trabajo de algunas de estas mujeres dentro de los
ministerios, dado que muestra que, en ocasiones, su trabajo sólo es considerado
como secundario o complementario, como una extensión del trabajo de los
varones, que son quienes tienen el reconocimiento.
En el caso de los varones
entrevistados dedicados al ministerio pastoral, el sueldo más bajo obtenido por
este trabajo es de 10,000 pesos, y el más alto, de 12,000, lo que nos permite
ver el fuerte contraste.
En cuanto a la remuneración
producto de actividades docentes, en caso de una religiosa y un sacerdote
pertenecientes a la Iglesia católica, quienes poseen nivel de doctorado y que
imparten clases en instituciones particulares, la diferencia entre sus sueldos
equivale aproximadamente a 20,000 pesos.
¡Ush! Ésa es una buena
pregunta, porque yo no tengo salario fijo, mira, depende de las académicas, yo
diría que al menos así de general, al mes, son como 16,000 […] doy la mitad a
mi congregación (Religiosa Consagrada, 45 años).
Para las y los integrantes de
esta Iglesia, un porcentaje de su remuneración mensual debe ser entregado a la
congregación u orden a la que pertenecen; este porcentaje es de entre el 40 y
50% del total de sus ingresos; el resto es ocupado para gastos personales, en
el caso de vivir dentro de la congregación, y para pago de renta, transporte,
alimentación y gastos personales, en el caso de las religiosas que viven fuera
de la casa congregacional.
No obstante, vivir fuera de la
casa congregacional, si bien brinda cierta autonomía, también aumenta los
gastos económicos mensuales, lo que probablemente requiere de mayores
negociaciones sobre el ingreso en cuanto a la distribución de recursos con
quien está a cargo de la administración de estos, como lo son las “ecónomas”,4 con
lo que también se adquieren ciertos compromisos y sujeciones de otro orden
además del económico.
Del sueldo oficial que gano,
todo tiene que entrar, pero hay otros apoyos que salieron en el camino, como yo
no tengo que entregar cuenta de eso, yo me quedo con eso y a veces me piden
cuentas y a veces no, entonces son, por ejemplo: para uso de pasajes, de
teléfono, de copias. Hay ocasiones en que no se gasta todo y, por ejemplo: si
es para teléfono, es mi teléfono entonces yo siempre tengo ese servicio y de
eso ya no tengo que dar cuentas, porque, es como si hubiera más conciencia con
las hermanas.
En la distribución de los
bienes no tendrías que estarles pidiendo, se haría un balance: necesitas tanto…
y si ocupas más, pues nos avisas…
Y no, o sea, yo cada… me dan 200
para pasajes y cada que se me acaba les tengo que estar pidiendo… y así, y así
y… ¡ay porque te lo acabaste tan pronto!
Bueno, antes me causaba mucho
problema, ¡ay, pero que ya no quieren dar!... pero no sé qué. Ahora digo: no,
pues se acabó, se acabó y me lo tiene que dar porque es un dinero de todas, no
es su dinero (Religiosa Consagrada, 43 años).
Para quienes pertenecen a otras
congregaciones y realizan trabajo político-social, el sueldo que reciben por
sus actividades dentro de asociaciones de la sociedad civil oscila entre los
6,000 y 11,000 pesos. En el caso de estas religiosas católicas, el total de sus
ingresos es entregado a la congregación y les es devuelto en forma de una
mensualidad ya determinada con base en un presupuesto sobre transporte, alimentación,
renta y gastos personales, mismo que en algunos casos debe incluso ser
comprobada o renegociada.
Entonces eso que ganamos, no lo
gastamos personalmente, sino que entra a un fondo común donde sale tu ropa,
medicina, alimento; si se puede, se hace un ahorro y también de allí después
surge una cuenta, cada casa da cuentas a nivel nacional e internacional. Si por
alguna razón, alguna casa tiene necesidad económica se le ayuda, se la da por
decir un sueldo de la casa general, y si vienen imprevistos, como cuestiones de
salud, operaciones o un proceso largo de atender alguna enfermedad, también hay
una solidaridad nacional y una solidaridad internacional. Pues hay quien decide
qué actividades, qué recursos, cada cuánto, por ejemplo, tienes un trabajo de
diario, se hace un balance de pasajes, de acuerdo al lugar (Religiosa
Consagrada, 43 años).
Las prestaciones recibidas por
este trabajo son mínimas. Sólo dos pastoras cuentan con servicio médico, una de
ellas con un seguro médico que es otorgado por la congregación, y otra por
parte de la iglesia a la que pertenece y que contempla para las pastoras de
medio tiempo seguro social. El resto no cuenta con servicio médico por el
trabajo pastoral; las Iglesias no consideran estos aspectos (excepto la Iglesia
metodista). Algunas de ellas tienen seguridad social debido a otros trabajos
que realizan o, en algunos casos, como el de la Iglesia católica, cuando
enferman, la congregación paga los gastos médicos. Otras recurren a
tratamientos alternativos, o como dijo una de ellas durante la entrevista:
“casi no me enfermo”.
Yo tengo seguridad social… en
la conferencia de religiosas y también por parte de mi congregación.
Normalmente sí [es] para todas las que trabajamos, las que estamos en activo.
Las que se han retirado, ya están jubiladas o que han trabajado como académicas
también en otros espacios, están jubiladas y tienen la seguridad social. Hay
hermanas que no tienen seguridad social porque no han ejercido un trabajo
académico y compran un seguro para ellas (Religiosa Consagrada, 45 años).
Esta situación, al igual que la
posibilidad de una jubilación con derecho a una pensión, o la posibilidad de
adquirir una vivienda, es algo que queda fuera del entorno laboral de estas
mujeres, pues su trabajo adquiere el carácter no sólo de invisibilidad, sino
también de informalidad, lo que las deja sólo limitadas en el ejercicio de sus
derechos ciudadanos en relación con su actividad económica y/o productiva, sino
también sometidas en una vulnerabilidad social y económica.
Con lo anterior no pretendo
decir que la situación de todos los pastores varones es mejor en condiciones
que la de las mujeres. Existen también pastores en estas denominaciones que no
están exentos de vivir esta situación; sin embargo, se debe recordar que en la
condición genérica de las mujeres también se intersectan otras condiciones de
vulnerabilidad que las ponen en una situación posiblemente más adversa.
Respecto al cuidado en la
vejez, para las religiosas consagradas es una garantía que la estructura religiosa
provee. Cuando las religiosas deciden dejar de trabajar por decisión personal,
por condiciones de salud o por cualquier otro motivo que interrumpa la
actividad laboral, es la congregación la que asume el cuidado y manutención de
sus integrantes en sus respectivas casas congregacionales.
A manera de conclusiones,
podemos mencionar que el campo religioso y las vivencias que las mujeres
experimentan como parte de sus creencias religiosas han sido considerados un
aspecto de la vida privada que esto no debe ser mezclado con la vida secular y,
por lo tanto, con la ciudadanía de las mujeres. Podría pensarse que el derecho
de las mujeres a tener derechos es algo que sólo debe ser visto a partir de la
vida pública, aunque debemos recordar que muchas de las violaciones a los
derechos humanos de las mujeres (derechos reproductivos, sexuales y a la no
violencia) también ocurren en aquellos espacios que por tradición se han
considerado privados u ocultos de las miradas, y que como en el caso de la vida
religiosa quedan suspendidos en una especie de “limbo” -recordemos que en la
tradición católica, el limbo era el espacio en el que los infantes no
bautizados permanecían de manera indefinida, sin condenación ni salvación-, es
decir, aquel espacio que queda suspendido entre los límites abstractamente
establecidos no sólo del mundo público y privado, sino también del mundo
religioso y la secularidad higiénica que parece ser requerida
para el desarrollo de la vida pública. Pareciera que la subjetividad de la vida
religiosa requiere ser vivida de manera individual, privada o incluso oculta y
son estas características las que no sólo hacen posible que las violaciones al
ejercicio de sus derechos en estos ámbitos sean justificadas desde argumentos
morales y religiosos, sino también civiles, para que sean excluidas de la
participación y la igualdad de derechos dentro de las diferentes Iglesias.
Los ministerios religiosos
ordenados y consagrados son sólo una muestra de un tipo de experiencia
religiosa de las mujeres dentro de este campo y aunque pudiera considerarse por
ello que no es la vivencia de muchas otras en posiciones no jerárquicas o no
reconocidas, esto no demerita el trabajo que realizan en la construcción de
igualdad a través de nuevas posiciones y luchas al interior del campo
religioso. Por otro lado, no debemos caer en falsos supuestos al pensar que por
el hecho de que algunas de ellas han logrado ser ordenadas, estamos hablando de
una igualdad ganada o de una posición de privilegios, pues las condiciones en
las que lo han conseguido o las condiciones en la que desempeñan su labor aún
están lejos de ser una muestra de derechos ganados y ejercidos.
La presencia de las mujeres en
el campo religiosos desde estos otros lugares, las coloca como agentes claves en
la reconfiguración del poder en dicho campo, en algunos casos, con su sola
presencia, y en muchos otros, a través del trabajo que realizan y construyen.
Sus narraciones dan cuenta de procesos de construcción de igualdad y ejercicio
de derechos dentro de un campo que de manera general no está dispuesto a
otorgar y reconocer la agencia de las mujeres fuera de un tutelaje religioso.
Por otro lado, sus historias, aunque de manera indirecta, también nos hablan
del lugar que ocupan las otras mujeres que participan desde los lugares ya
conocidos y cuya situación de reconocimiento, representación y distribución de
recursos probablemente sea aún más precaria.
De manera más específica,
respecto al trabajo pastoral y/o ministerial religioso de las mujeres, podemos
mencionar que el desigual valor otorgado a su trabajo, expresado en la
diferencia de las condiciones en que lo realizan, nos muestra dos aspectos
importantes: el primero, que se trata del producto de una desigualdad centrada
en marcos institucionales eclesiales, económicos, sociales e incluso políticos
al interior de estas instituciones, en los que detrás de la aparente
centralidad de las mujeres en sus familias y actividades de servicio y cuidado,
se enmascaran y justifican la exclusión y la no participación en condiciones de
paridad. Y segundo, que también es parte de la desigualdad producida por el
imaginario social de tipo religioso, que dentro de este campo adquiere un
carácter de orden natural y divino que estructura el mundo y el lugar de las
personas, no sólo de aquellas que participan del mundo religioso sino de la
religiosidad inmersa en la cultura que no sólo divide el mundo, sino que
justifica su desigualdad.
Es por todo lo anterior que
resulta relevante la mirada a este espacio límbico en el que las mujeres están
construyendo otras religiosidades desde un ejercicio y una práctica religiosa
que las coloca dentro del campo como sujetos y con ello la posibilidad de hacer
modificaciones en la balanza del intercambio de saberes y bienes.
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1La
postura de observador como participante permite, a quien investiga, participar
en las actividades mientras el grupo es consciente de la observación de sus
actividades (Kawulich,
2005).
2La
perspectiva etnosociológica contempla la existencia de categorías de situación,
es decir, categorías que son comunes a todos los sujetos pero que se vuelven
sociales cuando se perciben a través de la colectividad (Bertaux, 2005).
3Dentro
del credo cristiano, en el documento de Clasificación de Religiones 2010 (INEGI,
c2015), se puede encontrar a la Iglesia católica, la Iglesia
ortodoxa, las protestantes históricas o reformadas, las
pentecostales/evangélicas/ cristianas y las bíblicas diferentes de evangélicas.
Como cristianismo se entiende el sistema de creencias y valores basadas en la
doctrina de Jesucristo, como hijo de Dios, y la Biblia, como palabra divina.
4Mujeres
encargadas de la administración y distribución de recursos al interior de cada
congregación religiosa femenina.
Recibido: 18 de Noviembre de 2015; Aprobado: 18 de Mayo de 2016
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