Un hombre que
merece la atención de Lope de Vega y de Cervantes,… o de Fernando del Pulgar no
merece permanecer oculto a la historia. Con sus virtudes y sus defectos se ganó
un hueco que conviene destacar.
Diego García de
Paredes nació en Trujilo en 1468 y murió en Bolonia en 1533. Leía y escribía
regularmente, y sus hazañas son relatadas en las Crónicas del Gran Capitán,
donde es citado centenares de veces, habiendo sido el prototipo del soldado
español, admirado por sus contemporáneos por su valor y por su
extraordinaria fortaleza, cualidades que, unidas, hicieron crecer una leyenda
en torno a su persona que acabó bautizándolo como el “Sansón extremeño”.
Cuentan que medía
más de 2 metros y pesaba 120 kilos. Además de su estatura, estaba dotado de una
extraordinaria fuerza física y una gran agilidad, y que era
incapaz, literalmente, de abandonar a cualquier compañero por grande que
fuese el riesgo.
Ese carácter, y
las acciones que llevó a efecto crearon una leyenda que acabó perjudicando
la fama de un hombre cuyos hechos extraordinarios posibilitaron justamente la
creación de esa leyenda, que lo presenta parando con su pulgar una rueda de
molino o enfrentándose él sólo a un ejército compuesto por 2.000 franceses.
Los hechos
contrastados son los siguientes:
La Península
Itálica estaba dividida en varios señoríos, repúblicas y principados
independientes enfrentados entre sí, que carecían de ejércitos regulares y los
conformaban a base de mercenarios extranjeros que servían al bando que mejor
les pagaba. Eran los llamados «condotieros», que actuaron desde finales de la
Edad Media hasta mediados del siglo XVI.
Grandes
posibilidades abiertas para la ambición de García de Paredes quién, en 1496,
tras haber fallecido su madre, henchido de espíritu caballeresco y en busca de
aventuras marchó a Italia, concretamente al Reino de Nápoles, donde pretendía
abrirse camino en el terreno militar, pero había terminado la guerra, y junto a
su medio hermano Álvaro fue a Roma. Allí, sin contactos sociales a los que
quisiese recurrir (el Cardenal de Santa Cruz era su primo), se dedicó a la
participación en duelos de armas.
Al respeto cuenta
él mismo:
Pareciéndome mal
esta vida, determine de me dar a conocer al Cardenal de Santa Cruz por salir de
tal caso. Y no pasando abril se rebeló Montefrascón y otra tierra que
confinaban con tierra del Próspero Colona, para lo cual se hicieron seis
banderas, cuatro de infantería y dos de caballo, y allí me dieron la primera
compañía que tuve. Fue mi alféres Juan de Urbina, y mi hermano
sargento, y Pizarro y Villalba y Zamudio cabos d’escuadra. Fue general desta
gente un sobrino del Papa (César Borgia, en realidad, su hijo)
Entró al servicio
del Papa, y fue justamente entonces cuando, practicando el lanzamiento de la
barra, tuvo lugar un enfrentamiento con sus contrincantes, que lo
menospreciaron, algo que su carácter iracundo no pudo permitir, lo que dio
lugar a una pelea en la que Diego, armado de la barra de lanzamiento, mató a
cinco, dejó heridos a diez y a otros fuera de combate. Esta hazaña ocurrió ante
los ojos del Papa Alejandro VI, que en esos momentos paseaba por el lugar, y
fue la única recomendación que necesitó para situarlo a su servicio como
guardaespaldas, eso si, con un sueldo ridículo. Corría el año 1497.
Sería entonces
cuando como capitán de los Borgia, y junto a las tropas españolas al mando de
Gonzalo Fernández de Córdoba empezó su carrera militar. Pronto vencería
al corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que se había apoderado del puerto de
Ostia bajo bandera francesa, y pronto también demostraría su descomunal fortaleza
en la toma de Montefiascone, donde arrancó las argollas de hierro del portón de
la fortaleza; en 1499 y 1500 participó en la conquista de varias plazas
fuertes.
A pesar de los
lances militares reglados, no olvidó los suyos propios, que principalmente
tuvieron lugar en los barrios bajos de Roma. El más famoso de ellos fue el que,
luchando contra el duque de Urbino, mantuvo con Césare Romano, capitán del
ejército papal donde él mismo era capitán.
Es el caso que
Diego García de Paredes animaba a sus tropas enardeciéndolas con el nombre de
España, motivo por el que Césare Romano, tras la batalla, le llamó traidor. La
respuesta fue contundente: Le planteó un duelo en el que venció el trujillano.
Romano pidió clemencia… pero Diego no se la concedió y le cortó la cabeza en el
acto. La leyenda dice que se la “arrancó”.
Inmediatamente fue
encarcelado, pero escapó sembrando la sangre de sus guardianes (la leyenda dice
que arrancó los barrotes de la celda) y escapó al campo del Duque de Urbino, al
que había combatido el día anterior, donde fue admitido y otorgado el grado de
capitán. Cuando terminó la guerra terminó también su compromiso con el Duque de
Urbino y pasó como mercenario a las filas de Prospero Colonna, que le dio el
cargo de coronel.
Pero no estaría mucho
tiempo a su servicio, pasando a formar bajo las órdenes del Gran Capitán,
Gonzalo Fernández de Córdoba, que lo destinó al asedio de Cefalonia, posición
veneciana en Grecia que había sido arrebatada por los turcos. Y es aquí donde
empezaría a tomar cuerpo la leyenda.
Los turcos
defendían la plaza con unos setecientos jenízaros que contaban con un arma que
los soldados españoles denominaban “lobos”; un instrumento que agarraba al
soldado y lo subía a la muralla donde se le daba muerte. Los turcos tuvieron la
mala fortuna de que este artilugio cogiese a Diego García de Paredes, que
viéndose sólo resistió durante tres días los intentos turcos por capturarlo,
algo que sólo pudieron hacer cuando se le agotaron las fuerzas.
Refuerzos y más
refuerzos sucumbían ante el empuje asombroso de un hombre con una constitución
física excepcional y con una voluntad de hierro. «Parecía que le aumentaba las
fuerzas la dificultad». Resistió heroicamente haciendo «cosas tan dignas de
memoria defendiéndose varonilmente que nunca le pudieron rendir»; los
musulmanes, «que muertos muchos perdían la esperanza de sujetarle», solo le
pudieron capturar cuando «la fatiga del cansancio y hambre, después de haberse
defendido durante tres días, le rindió».
Algo sin lugar a
dudas fuera de lo común que acabó salvándole la vida aún tras haber sucumbido,
y es que ante la tremenda demostración de valor y fuerza, los turcos respetaron
su vida y le tomaron prisionero, considerando que, ante la evidencia de tener
que rendir la plaza, podrían obtener un buen rescate por el Sansón que habían
cazado. Restablecidas sus fuerzas, Diego esperó hasta que se inició el asalto
final por parte de sus compañeros, momento que aprovechó para escapar de su
prisión «a pesar de sus guardas». Según la leyenda, Diego arrancó las cadenas
de su prisión, hizo lo propio con las puertas del calabozo y mató a los
centinelas; el caso es que no fue rescatado y que consiguió liberarse de su
propia mano, reanudando la lucha por la toma de la fortaleza, haciendo «tal
estrago en los turcos» que «despedazó tantos como el ejército había acabado».
Tal esfuerzo y la resistencia individual frente a un ejército enemigo fue lo
que le valió el apodo del Sansón de Extremadura.
La admiración por
este hombre se generalizó, y fue aquí, en las murallas de Cefalonia, donde
comenzó realmente la leyenda de Diego García de Paredes entre los españoles,
los turcos, los franceses, los italianos, los alemanes… Un hombre que realizaba
hazañas que eran equiparadas a las de Hércules y a las de Sansón, algo que el
imaginario popular, como no podía ser de otro modo, desarrolló hasta el
extremo. Desde entonces sería conocido por unos y por otros como el Hércules y
el Sansón de España.
De vuelta a
Sicilia en 1501 su fama consiguió borrar los anteriores conflictos hasta el
extremo que los Borgia ya no se acordaban de lo acontecido con Cesare Romano.
César Borgia, aprovechando la inactividad del ejército español, lo reclutó con
el rango de coronel para su campaña en la Romaña, donde tomaría parte
consiguiendo importantes triunfos en Rímini, Fosara y Faenza. Pero no duraría
mucho este servicio ya que a finales de ese mismo año se desató la guerra entre
España y Francia por el Reino de Nápoles, donde daría nuevas muestras de su
habilidad para la guerra.
Bajo las órdenes
del Gran Capitán, repitió las hazañas por las que ya era conocido, causando
verdaderos estragos entre los franceses, quienes le «temían por hazañas y
grandes cosas que hacía y acometía».
En las Crónicas
del Gran Capitán se dice: «De Diego García de Paredes ni palabras bastan para
lo contar, ni razones para lo dar a entender. Traía una grande alabarda, que
partía por medio al francés que una vez alcanzaba, y todos le dejaban
desembarazado el camino... Daba voces a todos que pasasen al real de los franceses...
A dos artilleros partió por medio Diego García hasta los dientes, de que el
Marqués estaba espantado... y comenzó a huir en uno de los cincuenta caballos
que de Mantua habían traído».
El carácter de
este hombre era… fuerte. Él mismo deja relatado lo que le aconteció años
después de regreso a Trujillo, y que deja al descubierto su carácter terrible.
Pero es que siempre daba muestras de ese carácter. Así, tras las batallas de
Ceriñola y de Garellano, en 1503, el Gran Capitán le reprochó una decisión
táctica errónea, a lo que, herido en su orgullo, agarró su montante (espada
ancha de gavilanes muy larga y de tradición medieval) y desafió a un
destacamento del ejército francés, según la leyenda de 2.000 unidades, contra
el que se enfrentó personalmente en un estrecho puente en que llegó a dar
muerte a 500 franceses.
Cuenta la leyenda;
las crónicas no. Sin embargo, la acción existió, y la abultada cifra de
enemigos que sucumbieron ante su acción, sólo es admitida por los panegiristas,
que en el momento tenían gran aceptación popular.
Lo que sí aparece
como cierto es que Diego García de Paredes, blandiendo con furia la descomunal
espada de dos manos de la que servía, se abalanzó en solitario sobre sus
enemigos y comenzó una espantosa matanza entre los franceses, que solamente
podían acometerle de uno en uno dada la estrechez del paso. ¿Cuántos enemigos
eran?... La leyenda dice lo que dice. ¿Cuántos eran?... Uno, seguro que no.
Más de uno eran.
Relata Hernán Pérez del Pulgar: «Con la espada de dos manos que tenía se metió
entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su
persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César,
Alejandro Magno ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo
verdaderamente otro Horacio en su denuedo y animosidad».
Ni franceses ni
españoles daban crédito a sus ojos, comprobando como García de Paredes se
enfrentaba en solitario al ejército enemigo, manejando con ambas manos su
enorme espada. Los franceses se amontonaban y se empujaban unos a otros para
atacarle. En las Crónicas del Gran Capitán se señala: «como Diego García
de Paredes estuviese tan encendido en ira... tenía voluntad de pasar el puente,
a pelear de la otra parte con todo el campo francés, no mirando como toda la gente
suya se retiraba, quedó él solo en el puente como valeroso capitán peleando con
todo el cuerpo de franceses, pugnando con todo su poder de pasar adelante».
Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño irracional y
se entabló una sangrienta escaramuza. Al fin, dejando grandes bajas ante la
aplastante inferioridad numérica y el fuego de la artillería enemiga, los
españoles se vieron obligados a retirarse, siendo el último Paredes, que tuvo
que ser «amonestado de sus amigos, que mirase su notorio peligro»
Tras la batalla de
Garellano fue enviado a someter el ducado de Sessa, del que acabaría
siendo titular el Gran Capitán.
En ese tiempo se
estuvo batiendo en duelo durante sesenta días con caballeros franceses, algunos
de los cuales llegaron a esquivar las contiendas o a responder que de ejército
a ejército se verían en el campo de batalla; todos estos incidentes
generalmente terminaban con la muerte de uno de los oponentes. Diego García de
Paredes jamás fue vencido.
Durante el
encierro del ejército español en Barletta, se produjo un desafío cuando los
franceses aseveraron que ni españoles ni italianos sabían combatir a caballo.
El Gran Capitán no dudó en alistar a García de Paredes entre los once
combatientes españoles, a pesar de encontrarse herido.
Fueron derribados
y diezmados los franceses, pero no se daba por concluido el combate, “y así
Diego García de Paredes, con muy grande enojo que de ver cómo tanto tiempo les
duraban aquellos vencidos franceses en campo, y por dar ánimo á los compañeros,
arremetió con su caballo muy denodadamente contra ellos, y peleó solo con
aquellos siete franceses un buen rato… con todo su daño y heridas de cabeza se
apeó después de rompida su lanza, y habiéndosele por desgracia caído la espada
de la mano y perdida la maza, obstinado se valió de tirar piedras… los
franceses salieron del campo y los españoles se quedaron en él con la
victoria”.
Las piedras que
lanzaba eran las que delimitaban el campo. No podían ser pequeñas… pero la
leyenda les da unas dimensiones hercúleas.
«¡Ah, Hercúleo
Extremeño!… Tus hazañas las publicará la fama por todo el mundo, mientras
existan valientes, y sobre todo aquella del puente, cuando detuviste a un
ejército entero, asombrará por siempre a los más célebres guerreros.»
El 11 de febrero
de 1504 finalizó la Guerra en Italia con el Tratado de Lyon en el que se
reconocía la españolidad de Nápoles, del que el Gran Capitán sería nombrado
Virrey.
Con los poderes
que le confería el cargo, nombró marqués de Colonnetta a García de Paredes, que
volvió a España en olor de multitudes. Pero no acabarían ahí sus hazañas,
aunque ya no acontecerían más bajo las órdenes del Gran Capitán. Ahora, sin
embargo, serían de otro cariz, aunque con la impronta inequívoca de su
autor.
El Gran Capitán había
caído en desgracia y debió presentar sus famosas “Cuentas”. Contaba con un
defensor de excepción: Diego García de Paredes, que como consecuencia debería
pagar un alto precio: el marquesado de Colonnetta que le había sido
asignado por el Gran Capitán en premio por su actuación extraordinaria en las
guerras de Italia.
Diego García, a
quien se le puede acusar de violento, de inmisericorde con quienes osaban
enfrentarse con él, pero no de venderse por un título nobiliario, tuvo la
osadía de ser el mayor defensor de Gonzalo de Córdoba dentro de la atmósfera de
intrigas en la Corte, y cuando todos evitaban su cercanía. Con el vigor que le
caracterizaba, y delante del mismo rey Fernando, defendió el honor del Gran
Capitán, y en presencia del mismo desafió a todo aquel que pusiera en
entredicho su fidelidad.
«Suplico a V.A.
deje de rezar y me oiga delante de estos señores, caballeros y capitanes que
aquí están y hasta que no acabe mi razonamiento no me interrumpa. Yo, señor he
sido informado que en esta sala están personas que han dicho a V.A. mal del
Gran Capitán, en perjuicio de su honra. Yo digo así: que si hubiese persona que
afirme o dijere que el Gran Capitán, ha jamás dicho ni hecho, ni le ha pasado
por pensamiento hacer cosa en daño a vuestro servicio, que me batiré de mi
persona a la suya y si fueren dos o tres, hasta cuatro, me batiré con todos
cuatro, o uno a uno tras otro, a fe de Dios de tan mezquina intención contra la
misma verdad y desde aquí los desafío, a todos o a cualquiera de ellos».
Lanzó el guante y
el rey aguardó que alguien lo tomase… pero nadie se atrevió. A continuación el
mismo rey se lo devolvió mientras le decía: «Bien se yo que donde vos
estuviéredes y el Gran Capitán, vuestro señor, que tendré yo seguras las
espaldas. Tomad vuestro chapeo, pues habéis hecho el deber que los amigos de
vuestra calidad suelen hacer.
Pero las presiones
de los nobles obligaron a Fernando a retirar a García de Paredes el marquesado
de Colonnetta, lo que provocó una deriva que lo llevó a ejercer la piratería:
«púsose como corsario a ropa de todo navegante: y comenzaron a hacer mucho daño
en las costa del reino de Nápoles, y de Sicilia: y después pasaron a Levante: y
hubo muy grandes, y notables presas de cristianos, e infieles». Sus principales
objetivos eran las embarcaciones árabes y las francesas.
Pero la rabieta no
duraría para siempre. Así, a finales de 1508, Con el inicio de la campaña del
Norte de África, Diego García de Paredes fue perdonado y pasó de nuevo al
servicio del Rey Católico en condición de cruzado. Tras participar en el asedio
y toma de Orán en 1509, partió a Italia, donde fue contratado por el emperador
Maximiliano I de Alemania, como Maestre de Campo. Sin embargo, esta campaña no
resultó exitosa y en 1510 volvió de nuevo a África donde consiguió nuevas
victorias tomando Bugía y Trípoli y forzando a Árgel y Túnez al vasallaje a
España. Desde aquí en 1511 volvió de nuevo a Italia donde fue nombrado Coronel
de la Liga Santa por el Papa Julio II, donde se ganó estos versos del poeta
Bartolomé Torres Naharro:
Mas venía
Tras aquél, con gran porfía,
Los ojos encarnizados,
El león Diego García,
La prima de los soldados;
Porque luego
Comenzó tan sin sosiego
Y a tales golpes mandaba,
Que salía el vivo fuego
De las armas que encontraba;
Tal salió,
Que por doquier que pasó
Quitando a muchos la vida,
Toda la tierra quedó
De roja sangre teñida.
No tardaría en
pasar al servicio personal de Carlos I. En 1516 lo acompañaría por toda Europa.
Fue nombrado Caballero de la Espuela Dorada, pero no participó en la Guerra de
las Comunidades de Castilla. Sí participaría, nuevamente contra los franceses,
en la Guerra de Navarra.
También
participaría en la defensa de Viena durante el asedio a que fue sometida por
Solimán el Magnífico en 1529. El año 1533, tras la campaña contra los turcos en
el Danubio, asistió a la reunión oficial de Carlos I y el Papa Clemente VII en
Bolonia, y aquí, de una forma anodina, encontraría la muerte quién hasta
entonces parecía inasequible a la misma. Y no sería como consecuencia de un enfrentamiento
bélico ni el resultado de ningún duelo, a los que era tan aficionado, sino
practicando un juego infantil. Paseando por las calles de Bolonia vio a unos
jóvenes que jugaban a una competición de salto de altura con un palo y una
pelota. Cayó del caballo y a consecuencia de las heridas moría el 15 de febrero
de 1533, con 65 años de edad, y sin haber sido derrotado jamás.
Sus restos fueron
trasladados a Trujillo y allí descansan, en la Iglesia de Santa María la Mayor.
Cervantes lo
señaló como sigue:
«Un Viriato tuvo
Lusitania; un César Roma; un Aníbal Cartago; un Alejandro Grecia; un Conde
Fernán González Castilla; un Cid Valencia; un Gonzalo Fernández Andalucía; un
Diego García de Paredes Extremadura.»
Carlos I, en
privilegio concedido en 1530 le dedica unas palabras alabando sus hazañas:
«...ilustres
hazañas vuestras que con vuestro sumo valor habéis hecho, así en España, como
en Italia, mostrándoos tal en todas las batallas y rompimientos que habéis sido
espanto y asombro de vuestros enemigos, y amparo y defensa de los nuestros».
Y a partir de
aquí, la leyenda acabó haciendo más daño que provecho a este soldado
excepcional que por méritos propios, en vida, fue prototipo del valor.
Esa leyenda le
atribuía hechos no ya extraordinarios, que de ellos era autor real, sino
fantásticos. Así, Miguel de Cervantes, en el capítulo XXXII de Don Quijote
refiere: “y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de
la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas
naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia;
y, puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un
innumerable ejército, que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas, que
como si él las cuenta, y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero
y de coronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en
su olvido las de los Hétores, Aquiles y Roldanes”.
Lamentablemente
caló más la leyenda que la verdad histórica; así, la “sabiduría popular”
señalaba al héroe arrancando rejas de cuajo en toda una calle para no ensuciar
el nombre de su dama, o arrancando la pila de agua bendita de la Iglesia de
Santa María la Mayor de Trujillo y llevándosela a su madre enferma para que se
santiguase, o que detenía con una sola mano la marcha de una carreta de bueyes…
o que por diversión se dedicaba a trasegar enormes piedras…
Pero de la leyenda
también deben extraerse conclusiones, y la principal, para lo que es el caso,
es que tratamos de un hombre excepcionalmente fuerte, excepcionalmente defensor
del honor y excepcionalmente valiente… Y excepcionalmente iracundo y falto
de piedad con quienes osaban ofenderle, máculas que desdicen a quién por todos
los demás méritos debe ser reconocido como un caballero medieval digno de
consideración.
Diego García de
Paredes murió, pero como buen caballero tuvo dos hijos, uno de los cuales, con
su mismo nombre, Diego García de Paredes y Vargas Calderón, participó en la
conquista del Imperio inca con Francisco Pizarro; participó en la fundación de
Nueva Segovia y fue el fundador de la ciudad venezolana de Trujillo en 1557.
Además, se le considera como el precursor del derecho de asilo político en
América. No fue tan longevo como su padre. Moriría asesinado a traición, con
sus cuatro acompañantes, el año 1563.
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