Egon
Schiele, belleza y abismo
Egon Schiele, Mujer
sentada con la pierna doblada, 1917, Národni Galarie, Praga.
Autor Colaborador: Marina Valcárcel
Viena conmemora en 2018 el centenario
de las muertes de Gustav Klimt, Egon Schiele, Otto Wagner y Koloman Moser. Las
celebraciones arrancan con una retrospectiva de Schiele en el museo Leopold:
óleos, acuarelas, dibujos, gouaches, pero también fotografías y
poemas: más de 200 obras sobrecogedoras, divididas en apartados temáticos.
Egon Schiele murió
a los 28 años. El museo Leopold de Viena -la mayor colección del pintor austríaco-
celebra estos días el centenario de la muerte de Schiele con una exposición
difícil de olvidar. En una de las vitrinas hay una foto del pintor muerto en su
cama, de perfil, con camisa blanca: uno de sus brazos está cómodamente doblado
hacia arriba mientras su mano soporta la nuca. Parece un joven descansando al
sol. Su cuerpo está cubierto por algunas flores silvestres. Pocas horas antes
Schiele había terminado un boceto de su mujer, la miraba desde la cama. Edith
tiene la cabeza apoyada en la almohada y los párpados pesados; espera un hijo
de Schiele que nunca vería la luz. Edith moriría de gripe española mientras su
marido la pintaba: era 28 de octubre de 1918. Schiele, contagiado ya, moría
tres días después.
El pintor austríaco, nacido en 1890, empezó a dibujar de niño
los trenes que veía en Tulln, una pequeña ciudad sobre el Danubio, donde su
padre era jefe de estación. Ingresó a los 16 años en la Academia de Bellas
Artes de Viena y desde entonces quedó unido a esta ciudad. Entre 1898 y 1918
Viena era el final y el preludio de muchas cosas. En la segunda mitad del siglo
XIX, en la opulenta capital del imperio austrohúngaro, se levantaron los
palacios de la Ringstrasse, la vida giraba y giraba sobre el eje de las óperas
y los contaminantes valses de Johan Strauss; en las mesas de los cafés se leían
y escribían vidas al ocaso del imperio, como los personajes de las novelas de
Joseph Roth. Y sin embargo, Viena se eclipsaba poco a poco.
Egon
Schiele, Árbol en otoño, 1911,
Leopold Museum, Viena.
Sexo o muerte
Fue contra el trasfondo de un imperio
al borde del colapso donde surgió el preludio de un nuevo siglo. Explotó a
través de una floreciente vida intelectual y una creatividad artística en todos
los campos. En arquitectura con Otto Wagner, Josef Hoffmann y Adolf Loos. Las
sinfonías de Gustav Mahler parecían acompasar un espíritu distinto. Fue tiempo
de escritores: Kraus, Trakl, Schönberg; de la filosofía de Wittgenstein… Y en
pintura, Gustav Klimt, el primer presidente de la Secesión que había empezado su
carrera como pintor historicista, buscaba ahora nuevos vientos. Oskar Kokoschka
y Egon Schiele marcaron la segunda generación de esta renovación artística y
fueron los exponentes del expresionismo austríaco.
Egon Schiele, Mujer
semidesnuda con diadema azul, 1914 Leopold Museum, Viena
La decadencia que se vivía en la Viena
de 1900 era excitante y propulsiva. Se decantaba entre dos obsesiones: el sexo
y la muerte. La vieja Austria era el vacío, pero sobre todo era la constancia y
el disimulo de ese vacío. El nihilismo dio lugar a un nuevo estado de ánimo y
al desgarro en el hombre. Sigmund Freud descubrió que este dolor originaba
problemas específicos, conflictos que no podían resolverse por sí solos.
Escribió La interpretación de los sueños y Estudios sobre
la histeria. Egon Schiele se obsesionó con todo aquello… Era lo único
que le interesaba: la exploración del yo y la identidad sexual. Y empezó a
volcarlo sobre el lienzo.
En menos de diez años, entre 1910 y
1918, abordó distintos temas de la psicología. Salió del retrato tradicional,
lo forzó hasta sus últimos límites y, como dijo Richard Avedon, “rompió la
forma para convertir el volumen en un grito”. Schiele empezó a rugir desde el
interior de unos cuerpos demacrados, retorcidos, satánicos que asustaban a la
sociedad de su época. Muchas veces él era su propio modelo, gesticulaba,
hablaba con el pelo erizado o la mirada amenazadora, pintaba manos afiladas
como arañas en las que raramente incluía el pulgar. Se recortaba contra
composiciones alucinantes, como mutilándose: empujaba los cuerpos contra la
esquina de un lienzo. Su enfoque era radicalmente plano, como el arte americano
de los años 1940. Los fondos no existían y los cuerpos quedaban suspendidos en
el vacío, solos. Hasta el papel en el que pintó, a partir de 1910, tenía algo
de caduco, su alta concentración en lignina le confería ese particular marrón
pálido que no aguanta su exposición a la luz. A veces delineaba sobre ellos un
borde blanco, como si estuvieran rodeados por un aura; para Schiele los cuerpos
emanaban luz: “dibujo la luz que viene de los cuerpos”.
Egon Schiele, Autorretrato
con dedos separados, 1911, Leopold Museum, Viena.
Egon Schiele fue
prácticamente olvidado en los años 30 del siglo pasado y el régimen nazi llegó
a incluirlo entre los autores del arte degenerado. Pero fue redescubierto
después de la II Guerra mundial como una figura fundamental del arte
contemporáneo. Su personalidad mutante y narcisista atrajo a otros egos más
actuales y David Bowie o James Dean cayeron bajo su embrujo.
En un porcentaje muy alto, entre sus
más de 2000 dibujos y en algunos de sus 300 lienzos, Schiele convierte el
cuerpo -fundamentalmente el femenino-, en una gélida mercancía de deseo: faldas
abiertas, genitales expuestos, prostitutas, su hermana de 14 años desnuda,
parejas lésbicas, curas, monjas, posturas y cuerpos como llegados de algún
exterminio. Ninguno de ellos tiene una cara real, son máscaras atónitas de
mirada perdida.
Egon
Schiele, Amantes, 1915, Leopold Museum, Viena.
Estética de lo grotesco
Podría decirse que el austríaco
dominaba la estética de lo grotesco. Hasta entonces, en obras como El
origen del mundo (1866) de Courbet o las estampas japonesas, el sexo
nunca se había tratado de manera tan sórdida, ¿Por qué entonces las obras de
Schiele nos emocionan por su belleza? ¿Por qué sus caras extraviadas, sus
gestos enajenados, sus angustiosas manos parecen tener a ratos la serenidad de
un bailarín ruso detenido en la mitad de una coreografía?
La respuesta está, creemos, en el virtuosismo
de su técnica. Pocos artistas han sabido transmitir tanto con una línea, a
veces sólo con un esbozo. La llevaba de lo incisivo a la caricia, de la tensión
a la delicadeza, ya fuera garabateada o profunda, interrumpida o cambiante.
Pero sobre todo, era prodigioso su uso del color, independiente de la
naturaleza. Utilizaba el verde y el violeta, el lila o el rojo para la piel.
Los cuerpos parecían enfermos pero el colorido era sublime.
https://abcblogs.abc.es/alejandradeargos/otros-temas/egon-schiele-belleza-y-abismo.html
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