miércoles, 1 de enero de 2025

 

Revolución mexicana y los batallones rojos:

aportes  para un debate

La formación de los batallones rojos fue uno de los grandes hechos que marcaron la relación entre el constitucionalismo y el movimiento obrero, ya que significó que miles de personas, muchos de ellos trabajadores activos, fueran utilizados por el gobierno de Carranza para enfrentar al movimiento campesino.

https://elpresentedelpasado.com/2013/08/18/la-revolucion-el-pri-y-macario-schettino-2-de-2/batallones-rojos/

El 17 de febrero de 1915 se firmó en la ciudad de Veracruz, el acta de colaboración entre Venustiano Carranza y un sector de dirigentes de la Casa del Obrero Mundial (COM), bajo el cual se formaron los “Batallones Rojos” en el seno del Ejército Constitucionalista. Su finalidad era combatir a la División del Norte encabezada por Francisco Villa. Así, esta ala de la COM organizó a seis batallones (con un total de ocho mil combatientes) de los cuales unos lucharían en El Ébano, San Luis Potosí y en otros puntos de la Huasteca contra los villistas mientras que el resto en el Bajío participaron en la crucial batalla de Celaya junto con Obregón. Aunque Carranza tomó la precaución de ponerlos bajo las órdenes de generales adictos a él.

El constitucionalismo frente a la clase obrera

El general Álvaro Obregón convenció a Venustiano Carranza (quien previamente había tenido la misma lectura de la situación) de implementar reformas sociales y una política de cooptación de ciertos sectores de la clase trabajadora y las masas agrarias mediante las mismas. Por lo que concentraron sus esfuerzos en ganarlos utilizando medidas de corte social como el establecimiento del salario mínimo. [1] Así, en 1915 se redactan las adiciones al Plan de Guadalupe para dar cabida a la idea de esas reformas.

Tras la toma de Aguascalientes por parte de Obregón, comenzó a construir consensos mediante la repartición de bienes básicos, con lo que logró obtener una importante simpatía de los sectores urbanos. De esa manera empezó el acercamiento al sector de dirigentes de la COM más propenso a su política, valiéndose incluso del otorgamiento de dinero y prebendas, como la donación de instalaciones para que pudieran hacer sus reuniones. Gracias a esta política consiguió la adhesión de miles de personas que conformarían los Batallones Rojos, fundamentalmente desempleados.

El pacto del 17 de febrero no fue muy bien recibido por los sectores más combativos del movimiento obrero, la mayoría provenientes del anarquismo, dirigidos por españoles y estadounidenses que encabezaban a ferroviarios con grandes simpatías por el magonismo, petroleros directamente afiliados a los Industrial Workers of the World (IWW) y el ala más radical de la COM con personajes como Octavio Jahn, Luis Méndez, Eloy Armenta y Antonio Díaz Soto y Gama, quien a causa de estos eventos terminaría optando por el zapatismo. [2]

Para imponerse, frente a esta tenaz oposición, los dirigentes que acordaron el pacto, lo hicieron a espaldas de las bases. El acuerdo fue aprobado únicamente por 67 miembros de la COM que sin mandatos de una asamblea general tomaron la decisión, [3] y se limitaron a realizar una “asamblea” secreta y sólo con sus partidarios. Cuando esto fue conocido públicamente, intentaron presentar al carrancismo como “ultra revolucionario” y comprometido con la lucha contra la “burguesía” y la “reacción”, hablando de que “(…) se encuentra también aquí un frenazo al radicalismo que a fuerzas de ser radical es retrógrada”, [4] en evidente alusión a los liderazgos del campesinado insurgente referenciado con Francisco Villa y Emiliano Zapata.

Esta acción fue parte de una importante operación de cooptación política y social con un carácter fundamentalmente propagandístico, para fortalecer al constitucionalismo frente a los ejércitos campesinos, aunque sus consecuencias militares fueron más bien modestas. Además de que fue un hito, al ser la primera experiencia de subordinación política de una franja del movimiento obrero a una dirección burguesa, lo cual precedió a la estatización de los sindicatos iniciada en la década de 1920 a partir de la colaboración entre Calles y la CROM, lo cual a su vez encontraría su máxima expresión en el cardenismo. Un conocido historiador lo plantea en estos términos: “(…) la alianza de la clase obrera con el constitucionalismo no es más que una farsa propagandística, eficaz en su momento y, sobre todo, posteriormente, como parte del discurso legitimador del Estado posrevolucionario”. [5]

Las consecuencias serían funestas a largo plazo. El acuerdo comprometía a Carranza a seguir llevando adelante las legislaciones que beneficiaban a la clase obrera y a atender sus reclamos frente a los patrones, sin embargo, esto no será así, y los asalariados no recibían beneficios materiales en concreto, porque el Primer Jefe como fuerza conservadora buscaría en todo momento no cumplir con estas promesas.

Las reformas no eran originalmente parte de la política de Carranza, pero ante su necesidad de fortalecerse frente a los ejércitos campesinos y por la influencia de otros sectores del constitucionalismo, especialmente el de Obregón al que ya nos referimos, es que leyó que era necesario dialogar con las masas obreras y campesinas a fin de sustraerlas a la influencia del villismo y el zapatismo. Por eso adoptó nuevas medidas en sus planes, de ahí que buscará tener sindicalistas de su lado, por ello es que se fundó la Junta Revolucionaria de Auxilios del Pueblo, encargada de operar este proyecto. Así, Obregón partió a Orizaba con 4 mil soldados para concentrar sus fuerzas y enfrentar a Villa, en acuerdo político y táctico-militar con Carranza.

Después de la primera ocupación de la Ciudad de México por Villa y Zapata, los ejércitos constitucionalistas tenían un dominio muy extendido, habiendo historiadores que consideran que estaban estratégicamente mejor ubicados que los convencionistas. Por otra parte, esa operación política realizada y a la que nos referimos, les dio una fortaleza política en la medida que se apropiaron de las demandas campesinas. Tenían un proyecto político nacional cuyo objetivo principal era operar un cambio en las fracciones de clase las dominantes (ante la destrucción del porfirismo) que van a reorganizar el Estado burgués después de 1917-1920. Bajo esa perspectiva es que buscaron consolidar su poder a nivel nacional, apostando incluso, a la cercanía de la Habana, o a la posible intervención de la marina estadounidense, por si se vieran necesitados.

Por su parte, a las fuerzas de Villa y Zapata les resultará cada vez más difícil aprovechar la iniciativa conquistada con la ocupación de la Ciudad de México para perseguirlos, y aunque se podía suponer que buscarían acorralarlos en el puerto, ese no será el destino final de la revolución. Además, tenían en contra la falta de recursos materiales, en buena medida porque el hambre azotaba al país. En el caso de la capital “La ciudad vivía una crisis, espejo de la crisis nacional, (…) producto de la desarticulación del Estado porfirista y su sistema monetario de la afectación de la producción agrícola en áreas cercanas a la Ciudad de México (…) el virtual colapso de los sistemas de transporte y la voracidad y oportunismo de los grandes comerciantes (…) Esta es quizá otra de las causas que retrasaron –hasta hacerla inviable– la confluencia que venía dándose entre los obreros organizados de la capital y el Ejército del Sur”, [6] esa situación material también afectó a la División del Norte, lo que le imposibilitó acudir en apoyo de Zapata en los meses siguientes.

Como decimos arriba, la táctica del carrancismo era utilizar políticas como el acuerdo con un sector de la COM como instrumento de legitimidad para ganarse a las masas campesinas y trabajadoras y quitarles ese apoyo a Villa y Zapata. Por eso, a la vez que propagaba la versión de que la COM se había volcado en apoyo al bando carrancista, hacía pequeñas concesiones a este sector y por ello también le pusieron el nombre de “Batallones Rojos” a sus milicias. Actuaban con demagogia ante los asalariados, con el discurso de que “se les incluiría en la revolución”, es decir, la promesa de reformas económicas y sociales.

Los conflictos dentro de la COM

Como dijimos, la imposición del pacto de un sector de la dirección no fue un proceso terso y libre de conflicto. Dentro de la COM la mayoría se opuso a la propuesta que posteriormente se firmaría en Veracruz. Ello se expresó en una discusión que se manifestó en una asamblea realizada el ocho de febrero de 1915, con la asistencia de más de un millar de miembros que se encontraron en el Convento de Santa Brígida.

También las bases rechazaron el pacto, como fue en Puebla y Veracruz, donde los obreros textiles resistieron al constitucionalismo, a pesar de la amenaza del ejército carrancista que controlaba esas regiones, por lo que personajes como Rosendo Salazar comenzaron a atacar a los anarcosindicalistas, declarando que habían desaparecido para ser sustituidos por el sindicalismo. Apelando al nacionalismo, que se encontraba muy enraizado en la clase trabajadora, lo que expresaba una de las grandes debilidades del movimiento obrero de aquella época.

Por esa razón los dirigentes obreros constitucionalistas continuaron apelando a la defensa de la patria, pero se encontraron con una decidida oposición de los dirigentes anarcosindicalistas más combativos, por lo que personajes como el pintor Gerardo Murillo (el Dr. Alt, correligionario ideológico de Carranza), un sujeto completamente ajeno a la organización obrera en todos sus niveles intervino, condenó a los “extremistas” que se oponían al pacto. Sus declaraciones produjeron un gran escándalo entre los asistentes quienes finalmente se levantaron; las cosas se decidieron en otra sesión secreta, realizada el 10 de febrero para nuevamente imponer su decisión donde llegaron sólo delegados sin la base.

Pero las tendencias más consecuentes se opusieron nuevamente, Díaz Soto y Gama defendió a Zapata de las calumnias en su contra por parte de los constitucionalistas dentro de la COM, el problema fue que los dirigentes constitucionalistas ya eran mayoría en esta nueva sesión hecha a espaldas de la base, con lo que lograron por fin imponerse. Lo hicieron bajo el argumento de que para ser parte de la repartición de los beneficios de la revolución carrancista, debían sumarse a ella con las armas en la mano, así, la decisión de apoyar al carrancismo fue aprobada el 11 de febrero de 1915, junto con el acuerdo de clausurar la COM y los trabajos organizativos hasta alcanzar el triunfo de la revolución.

Los dirigentes afines al pacto que subordinaba a la clase trabajadora a la dirección constitucionalista y su proyecto de reorganizar el país en una perspectiva burguesa, necesitaron de una sesión secreta para terminar de pactar con el gobierno capitalista, especialmente, porque desde California, Estados Unidos, recibían las críticas del magonismo, que era el ala del anarquismo más congruente, pero desgraciadamente, el Partido Liberal Mexicano (PLM) no podía hacer nada frente a esta circunstancia. [7] Así, estos se apoyaron en la American Federation of Labor, para buscar romper con los IWW, con el fin de terminar con la perspectiva anarcosindicalista y dar paso a un sindicalismo más conciliador con el Estado.

Los resultados del pacto

A la par que ocurrían estas luchas políticas al interior de la COM, en ese mismo año de 1915, estallaron huelgas en las fábricas porque la burguesía insistía en negar los aumentos salariales, ya que los trabajadores resentían los efectos de la guerra expresado en que los productos de primera necesidad escaseaban a causa de los esfuerzos bélicos. Fue así que tanto convencionistas como constitucionalistas comenzaron a imprimir su propio dinero para gestionar y atender el tránsito de mercancías en las zonas controladas por ellos, lo que dificultaba e invalidaba el uso del dinero por usarlo fuera de aquellos lugares.

Por otro lado, la burguesía (entre ellos los industriales y funcionarios conservadores) veía con recelo a los Batallones rojos, ya que después de todo una parte de los mismos eran obreros armados y entrenados para el combate, lo cual consideraban peligroso en medio de una situación de carestía, desempleo, gran inflación, huelgas no autorizadas y manifestaciones públicas. Situación en la que la actividad sindical se había intensificado producto de la revolución. El resultado fue que la clase dominante comenzó a presionar para suprimirlos.

Frente a dicho contexto, el 13 de enero de 1916 Carranza decretó la disolución de los Batallones rojos, desarmándolos y regresándolos a sus hogares; cuando los obreros regresaron a casa, se encontraron con que las promesas no se habían cumplido, finalmente muchos entraron nuevamente en las filas del desempleo. [8] Así, lo que lograron Carranza y Obregon fue presentar una alianza entre la clase obrera y el constitucionalismo, cuyo valor era más político que militar, pues marcó la división entre los asalariados y los ejércitos campesinos radicales.

Como no podía ser de otra manera, los trabajadores comenzaron a presionar a los dirigentes de la COM y a otras confederaciones sindicales para que exigieran derechos al gobierno carrancista. Lo que dio origen a la huelga general de 1916, que sería sofocada con represión. Por su parte, las fuerzas villistas y zapatistas una vez destruidas no podían brindar un apoyo militar ni político a la clase trabajadora, que luchó heroicamente, pero llegó en malas condiciones a esa pelea, además de que muchos de los mejores elementos de la clase obrera habían sido relegados. [9]

 

Lecciones del proceso

Los dirigentes anarcosindicalistas ciertamente eran combativos, pero un factor que le jugó en contra —además del peso de la dirección constitucionalista— para frenar el pacto fue la falta de un programa obrero que atendiera de forma concreta las necesidades de su propia clase y apostara a la vez a la unidad con las masas agrarias. Esto más allá de la consigna abstracta de la pura revolución social, fracasó no por su falta de combatividad sino por las debilidades estratégicas que arrastraban para poder derrotar a los sectores pactistas. Por ejemplo, preferían apostar más a la organización espontánea que a la construcción de sólidas asociaciones obreras centralizadas programáticamente, lo que dio como resultado una gran fragilidad ideológica, razón por la que no pudieron disipar la confusión sembrada por el carrancismo con su propaganda.

También hay que decir, que la imposición del pacto con Carranza era resultado de un movimiento obrero que se encontraba muy atrasado en su desarrollo, además de que muchos de los dirigentes revolucionarios no estaban presentes, algunos estaban detenidos, otros deportados (al ser extranjeros) y otros más se habían marchado con Zapata a Morelos. Por otra parte, es necesario apuntar que estos resultados obedecían a la imposibilidad de las direcciones campesinas de incluir a los trabajadores a su programa mediante un proyecto nacional. [10]

Por su parte, la postura pro-constitucionalista de un pequeño sector de dirigentes de la COM se debía a la combinación entre la subordinación política a la ideología burguesa —algo que han destacado autores como José Revueltas— y una visión profundamente sindicalista que los llevó a no compartir identidad con los explotados, lo cual se mostraba en el rechazo a Villa y a Zapata con el pretexto de que sus tropas “usaban estandartes religiosos” por lo que los acusaban de estar “ligados al clero” y de reaccionarios. [11] Este sector pactista creó confusión en torno al papel revolucionario que estaban teniendo los ejércitos campesinos, coadyuvando así a la separación entre los distintos sectores de explotados y oprimidos del campo y la ciudad.

Por otro lado, el movimiento obrero era muy nacionalista, pese a los llamados de internacionalismo proletario por parte de los anarcosindicalistas y de los entonces socialistas, esta sería la causa del porqué del fracaso de la IWW sobre todo después de 1921. Ya que ambas corrientes estaban dirigidas por extranjeros. Este sector de la COM también sembró confusión al revolver a la revolución social con la revolución constitucionalista, [12] situación que los sectores que se le oponían no fueron capaces de revertir porque no pudieron dialogar con las masas para desmentirlos.

Así, las movilizaciones obreras, las tendencias a la unidad y a la organización que surgen en medio de este proceso son desviadas por los constitucionalistas, ya que, si bien sólo limitados sectores se sumaron al apoyo a la burguesía, como fue el histórico Sindicato de Artes Gráficas, no podían terminar con el dominio de los capitalistas sin la toma del Estado. En caso de haber existido un sector que articulase la necesidad de la independencia del incipiente movimiento obrero con la alianza con las masas agrarias insurgentes, eso hubiera sido un hito que habría podido ser retomado, en el futuro y con mejores condiciones objetivas en cuanto al desarrollo del capitalismo y la clase obrera, por una organización revolucionaria de la clase trabajadora.

Trágicamente fue Zapata quien llegaría a esta conclusión luego de enterarse y discutir con su estado mayor las noticias acerca de la Revolución Rusa, lo que le llevó a escribir una carta acerca de la unidad obrero-campesina, pero ya cuando la revolución mexicana estaba en declive y el constitucionalismo se aprestaba a restaurar el poder burgués cuestionado por el campesinado en armas. El desarrollo del movimiento obrero mexicano no estuvo a la altura de la crisis de un Estado capitalista en ciernes que se debatía entre someterse a la dependencia del capital imperialista o encontrar una salida propia e independiente del yugo imperialista estadounidense, ingente tarea reservada para la lucha unificada de trabajadores y campesinos en la perspectiva de un gobierno obrero y campesino.

Esta tarea aún sigue pendiente hasta la fecha, incluyendo los vagos discursos de la 4T al respecto, como decimos desde el trotskismo, lo que está planteado desde el proceso revolucionario interrumpido y desviado por el restauracionismo burgués es retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata ofreciendo una perspectiva revolucionaria al movimiento obrero que entonces objetiva y subjetivamente no alcanzaba a asumir. Lo que era producto de: “La (…) carencia de fuerzas sociales capaces de dar una resolución al conflicto de clases desde la óptica de los explotados y oprimidos, fue la causa del ´gigantesco aborto de la revolución´, como lo definió [Octavio] Fernández, expresado en el triunfo del constitucionalismo de Carranza y Obregón, que reconstruyó el Estado burgués e institucionalizó y expropió la revolución”. [13] Aun así, reivindicamos la política de los sectores más radicales que llevaron adelante en diversos momentos una perspectiva social y política que era totalmente opuesta los sectores burgueses. [14]

 

NOTAS AL PIE


[1Meyer, J. La revolución mexicana, México: Editorial Jus, 1991, p.99.


[2Ídem.


[3Leal, J. y Villaseñor, J. En la revolución, en: La clase obrera en la historia de México, tomo 4, México: Siglo XXI-Instituto de Investigaciones Históricas UNAM, 1988, pp.332-233.


[4Meyer, Op. Cit., p.100.


[5Salmerón, P. 1915, México en guerra, México: Planeta, 2018, p.233.


[6Ibid. p.234


[7Hart, J. El anarquismo y la clase obrera mexicana 1860-1931, México: Siglo XXI, 1980, p.173.


[8Ibid, p. 186.


[9Meyer, óp. cit., p.102.


[10Gilly, A. La revolución interrumpida, México: Ediciones El caballito, décima edición, 1978, pp.183-184.


[11Ibid. pp.175-176.


[12Robles, J., Jorge Javier y Belarmio Fernández, Los Batallones rojos, el origen del mito de la alianza con el Estado, 80-81


[13Oprinari, P. “Contrapuntos sobre la Revolución mexicana”, en: Oprinari, P., Vergara, J. y Moissen, S. México en llamas: Interpretaciones marxistas de la Revolución, México: Ediciones Armas de la crítica, 2010, p. 203.


[14Ibid. p.200.

https://www.laizquierdadiario.mx/Revolucion-mexicana-y-los-batallones-rojos-aportes-para-un-debate

 

Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata

Cuando concluíamos la primera edición de este libro, decíamos que nuestro objetivo era realizar una reflexión crítica en torno a la Revolución Mexicana, una de las gestas más importantes de los explotados y oprimidos de América Latina durante el siglo XX. Considerábamos entonces que se trataba de una apuesta militante; aportar a la reconstrucción de la tradición revolucionaria y —partiendo de una relectura de esta experiencia—, a los fundamentos de una estrategia política para el presente.

De allí el título del epílogo, que decidimos mantener en esta edición actualizada y corregida. Queremos resaltar el punto más alto alcanzado en la Revolución, expresado en el desenvolvimiento de la fracción radical encabezada por Emiliano Zapata, que durante esos años y en particular en la Comuna de Morelos, mostró tendencias anticapitalistas. Estas experiencias, así como el conjunto del proceso revolucionario, constituyen un punto de referencia ineludible. Por eso, es conveniente reflexionar en torno a los debates del presente en torno a la Revolución, y las transformaciones ocurridas en el país.

I

En 2010, el año del centenario, vimos el intento de apropiación de la Revolución bajo un gobierno de corte abiertamente neoliberal. En este tiempo, cuando publicamos esta segunda edición, la gesta iniciada el 20 de noviembre de 1910 intenta ser inscrita en el relato histórico-político del actual gobierno “progresista”. Éste presenta la Revolución Mexicana como el tercer gran antecedente —después de los movimientos de Independencia y de la Reforma—, de la Cuarta Transformación propuesta por Andrés Manuel López Obrador. Estos tres movimientos del pasado, cada uno de ellos fundamental en la historia nacional, se pretenden conectar con el presente en una continuidad ideológica y apelando a un discurso que es fundamentalmente iconográfico y con poca rigurosidad histórica.

Sin embargo, la dinámica de la Revolución fue muy distinta al proyecto que representa López Obrador, quien con un discurso ideológico moralista y de “gobernar para ricos y pobres” administra los intereses empresariales, con algunas reformas puntuales que no ponen en cuestión el orden capitalista, mientras pretende adormecer la lucha de clases. Por el contrario, si algo caracterizó al proceso revolucionario iniciado en 1910 fue, como demostramos en este libro, el profundo antagonismo de clase que se confrontó a las alas campesinas radicales con los representantes del orden establecido, como Madero, Carranza y Obregón.

En ese sentido, la única manera de encontrar una continuidad entre la Revolución y la Cuarta Transformación es adecuando el relato. Aquella se convierte entonces en capítulo de la larga marcha de la pugna entre conservadores y liberales, expresada entonces en el porfiriato y la figura de Victoriano Huerta, de una parte, frente a Francisco I. Madero y sus epígonos. El conflicto de clase desaparece como motor revolucionario, obnubilado por el choque entre reaccionarios y transformadores; estos últimos se constituyen en la encarnación de la lucha por la “democracia” versus el autoritarismo.

Resurge de tal forma, cual espectro, el viejo relato nacionalista revolucionario tan propio del priismo, que pone en el mismo pedestal de los héroes a Carranza, Obregón, Madero, Villa y Zapata. Pero ¿cómo el progresismo gobernante concilia esto con la irrefutable evidencia de que existió una confrontación de clase, que se expresó como guerra civil y recorrió desde las tierras de Morelos hasta Aguascalientes y Celaya? Lo hace minimizando hechos de una cardinal importancia: López Obrador afirmó, en una entrevista con Epigmenio Ibarra, que el problema fue que Madero “no logró conservar su amistad con Zapata”. Pero lo subyacente al quiebre irreversible entre el caudillo morelense y el llamado Apóstol de la democracia, fue la negativa de éste a una verdadera y reforma agraria, su intención de desarmar a las masas morelenses insurrectas y la ofensiva represiva sobre Morelos, todo lo cual abonó a la radicalización política del Ejército Libertador del Sur.

Hay que decir que esta lectura oficial no es nueva. La intención de leer la Revolución Mexicana bajo el prisma de una pugna entre conservadores y liberales echa mano del discurso preponderante bajo el viejo priismo. Se mete así en la misma bolsa a los adversarios que se enfrentaron militar y políticamente. Las alas campesinas radicales son asimiladas a la burguesía constitucionalista que pretendió contenerlas en defensa de la propiedad privada y que luego las aniquiló, como fue el caso de la Comuna de Morelos o la División del Norte. Se disuelve la diferencia evidente entre manifiestos políticos tan opuestos en sus consecuencias como el Plan de Ayala, de Guadalupe o de San Luis Potosí.

El paso siguiente es entonces ocultar el horizonte de la revolución y quitarle su carácter social, resignificarla desde su resultado, el cual es convertido en un objetivo inmanente: realizar, en la Constitución de 1917, la limitada reforma propugnada por el maderismo. Se omite que aquella abrió la posibilidad de un trastocamiento radical de las estructuras de opresión y explotación capitalista, lo cual estuvo en disputa en los campos de batalla y en los programas políticos. Se la convierte, ahora sí, en una Tercera Transformación limitada a “culminar reafirmando el laicismo del estado, la igualdad de los ciudadanos y la garantía de sus derechos, el principio democrático de sufragio efectivo y no reelección, el dominio nacionalista del Estado sobre los recursos naturales y una justa repartición de las tierras y la propiedad. Frente al exterior se consagraron los principios de solución pacífica de controversias, no intervención y la Doctrina Estrada.” [1].

 

Entonces, en un nuevo tributo al nacionalismo revolucionario, el movimiento iniciado en 1910 es identificado con los vencedores. La Carta Magna ya no es testimonio de la contención política y social que la burguesía constitucionalista realizó de la insurgencia campesina, después de aniquilar a su liderazgo radical. Desaparece toda contradicción entre la dinámica revolucionaria que buscaba tempestuosamente imponer desde abajo las aspiraciones de tierra y libertad, y la forma, sin duda muy inteligente, en que los triunfadores —y en particular Álvaro Obregón— incorporaron determinadas cuestiones sociales a la Constitución, de forma parcial, limitada y desde arriba, con el objetivo de desviar la revolución y a cambio de preservar los intereses de la clase dominante.

Fue sobre esta base que se puso en pie el sólido edificio del estado burgués posrevolucionario, que con un poderoso discurso hegemónico estableció la identidad entre dicho estado y la revolución campesina, ocultando el antagonismo y la lucha de clases tras el dominio del Partido Nacional Revolucionario y sus sucesores.

En realidad, el relato lopezobradorista termina actualizando, desde un ángulo "progresista y antineoliberal", este relato histórico que convirtió a la revolución en el acontecimiento fundacional del moderno estado capitalista. Y pretende además inscribirlo como el preámbulo del proyecto político gobernante. Uno que —a diferencia de lo que planteó entonces como posibilidad la acción de las masas insurgentes—, busca mantener incólume el orden social establecido.

En las páginas de este libro desplegamos una lectura radicalmente distinta. Para que eso aporte a construir una perspectiva verdaderamente transformadora, debemos considerar los cambios ocurridos desde entonces.

II

Ciento diez años han pasado desde el estallido de la Revolución Mexicana. La subordinación económica y política al imperialismo estadounidense, cuyo ciclo inició con el porfiriato, llegó a su cúspide en el llamado periodo neoliberal. La última gran crisis económica mundial, iniciada en 2008, abrió el camino para nuevas tendencias en el terreno internacional, con mayores prácticas proteccionistas, confrontaciones y roces comerciales y geopolíticos entre las grandes potencias. Esto llevó, bajo la administración de Donald Trump, a un nuevo acuerdo comercial -el Tratado México Estados Unidos Canadá- que sustituyó al TLCAN y que implicó condiciones aún más desfavorables y leoninas para México.

El contexto de esto fue una profundización de la expoliación y la sujeción del país al poderoso vecino del norte. Esto no se limitó a los sexenios neoliberales, sino que continúa bajo el gobierno de López Obrador. Los límites de su moderado progresismo se ven en que no sólo se mantuvieron mecanismos fundamentales de saqueo como el pago de la deuda externa y se aceptaron las imposiciones estadounidenses respecto al TMEC, sino también las exigencias migratorias de la Casa Blanca, llevadas a cabo por la flamante Guardia Nacional contra los migrantes centroamericanos. La coronación de esta situación fue la reunión entre AMLO y Trump, donde aquel trató de “amigo de México” al xenófobo y racista presidente estadounidense.

Los procesos de integración productiva y comercial de México a Estados Unidos, desplegados a través de los 3000 kilómetros de frontera, se han dado entonces en un contexto de subordinación y dependencia cada vez mayor. La pandemia que recorrió el mundo durante el 2020 aceleró las tendencias a la crisis económica, cuyas consecuencias son aún más terribles en los países oprimidos por el imperialismo.

Si en 1910 encarar las reivindicaciones planteadas por la Revolución implicaba poner en cuestión los intereses de los capitalistas extranjeros, todo proceso serio de transformación radical en la actualidad requiere concretar una verdadera y efectiva independencia nacional, quebrando la dominación imperialista y abordando los problemas que plantea la integración regional.

Esto supone afectar los intereses del capital extranjero, sus propiedades en la industria, en los servicios y en otras áreas de la economía. De igual forma, ante la integración comandada por la Casa Blanca y sus acuerdos comerciales como el T-MEC, surge como horizonte estratégico la necesidad de una integración económica y política, en clave socialista y encabezada por la clase obrera de la región.

La Revolución Mexicana tiene ejemplos destacados de solidaridad internacionalista, allí está la experiencia entre los wobblies (integrantes de la International Workers of de World) y los obreros influidos por el magonismo en las minas de Sonora [2]. Hoy, en pleno siglo XXI, la clase obrera mexicana tendrá que encontrar sus aliados entre el proletariado multiétnico de Estados Unidos y entre los trabajadores canadienses, que le permitan soldar una poderosa unidad internacionalista y antiimperialista que cruce por encima de las fronteras.

 

 

III

La lectura que realizamos de la Revolución Mexicana está contrapuesta a las interpretaciones tradicionales y ciertamente a la que subyace en el discurso de la Cuarta Transformación. Nuestra tesis es que la burguesía, aun en sus variantes antiporfiristas y liberales, se limitó a exigir una mayor apertura política al antiguo régimen, y jugó un papel reaccionario ante el incendio campesino encabezado por Villa y Zapata.

En el presente, la clase dominante asumió un rol similar respecto a las aspiraciones históricas de la mayoría de la población. En un país con una alta explotación de la fuerza de trabajo, precarización laboral y una pobreza estructural en amplios sectores de las masas populares, se desarrolló una enriquecida gran burguesía que se benefició de los ominosos capítulos de entrega -como las privatizaciones o la reforma energética- cuya particularidad es que, mientras es socia menor de los intereses imperialistas, expande su radio de influencia no sólo en México, sino también en América Latina.

La noción de que es posible gobernar para ricos y pobres, propugnada desde el gobierno bajo un halo progresista, supone mantener el status quo imperante, limitándose, a lo sumo, a algunas concesiones puntuales que, por otra parte, son cada vez más limitadas por el contexto internacional y la propia dinámica de la economía mexicana. Y, a la par, la continuidad de aspectos claves de la fase neoliberal, como se verifica, por ejemplo, en el terreno de la política laboral y la militarización.

Ante ello, recobra importancia la idea de que la próxima Revolución Mexicana debe sustentarse en una alianza de las clases explotadas y oprimidas que ponga en cuestión el degradado capitalismo semicolonial, con una perspectiva claramente socialista, lo cual implica un camino independiente no sólo de la derecha conservadora y neoliberal, sino también respecto al partido de gobierno que hoy regentea la estabilidad de las instituciones políticas y el régimen capitalista.

IV

En el presente surge una necesidad histórica similar a la que estuvo planteada en 1910. Una de las cuestiones que recorre este libro, orientado a analizar la dinámica de la acción de las clases explotadas, fue que la debilidad y la juventud de la clase obrera se combinó con una inmadurez política que le impidió superar las concepciones anarcosindicalistas y la subordinación al constitucionalismo. Esto se constituyó en una de las principales limitaciones del proceso revolucionario y fue causa fundamental de que la tendencia anticapitalista puesta en juego por el radicalismo plebeyo campesino no pudiera llevarse hasta el final a través de una poderosa unidad obrera y campesina, dejando finalmente el poder en manos de sus verdugos, quienes edificaron el moderno estado mexicano. A diferencia de la incipiente clase obrera de entonces, en el siglo XX y lo que va del presente, el desarrollo del capitalismo nativo fue acompañado de la transformación de la estructura de clases y en particular de la emergencia de un proletariado con enorme relevancia social y política, que no sólo constituye la principal clase en términos cuantitativos, agrupando a alrededor de 48 millones de asalariados, sino que ocupa una posición estratégica en la lucha contra la clase dominante, como resultado de su lugar en la producción y circulación capitalista.

Junto a las amplias masas de campesinos e indígenas pobres, cuya explosividad revolucionaria en la historia de nuestro país está fuera de duda, como mostró la rebelión chiapaneca de 1994, la clase obrera se ha concentrado en las grandes urbes y zonas industriales de México, las cuales reúnen ahora a la mayor parte de la población del país.

La clase trabajadora le da vida a las maquiladoras, las minas, las automotrices, los servicios, el transporte y la industria en general y tiene además un importante destacamento de proletarios agrícolas. Su desarrollo debe considerarse, en gran medida, como una contraparte de la penetración imperialista, que se expandió en las áreas centrales de la economía, y en particular en el despliegue de una industria de exportación conducida por las grandes trasnacionales y sus socios nativos. Esto dio a luz un proletariado altamente concentrado de varios millones de personas, localizado no sólo en los estados del norte fronterizo, sino también, por ejemplo, en el Bajío y otras entidades del país.

Las transformaciones económicas y sociales implementadas bajo el neoliberalismo provocaron cambios sustanciales respecto al “viejo” movimiento obrero de las décadas pasadas. Sus filas están hoy divididas entre aquellos que aún conservan algunas de las conquistas del pasado –como la sindicalización– y quienes sufren más descarnadamente la precarización del trabajo. Sobre la actual clase obrera se cierne cotidianamente el fantasma del desempleo —que en momentos como la pandemia se vuelve una cruda realidad para millones—, con una alta proporción de jóvenes y de mujeres, que junto a la explotación sufren la opresión cotidiana, y que están llamados a jugar un rol de avanzada en los futuros procesos revolucionarios. Si en 1910 la estructura capitalista descansaba sobre una base mayoritariamente rural, hoy asistimos a la creciente concentración urbana de la población, que ha generado la emergencia de una nueva masa de pobres que pueblan los interminables cinturones de miseria en la periferia de las ciudades. A la par de esta transformación en la estructura social, si las características de la Revolución de 1910 hicieron que fuera catalogada como una gran guerra campesina en la cual los combates del joven proletariado tuvieron un lugar secundario, desde entonces y muy particularmente en lo que va de esta centuria asistimos a renovadas muestras del protagonismo de los asalariados urbanos, que echa por tierra aquellas teorías que propugnaban la extinción del proletariado.

Nos referimos, por ejemplo, a los procesos protagonizados por el magisterio mexicano; desde la Comuna de Oaxaca, nombre que rinde homenaje a la experiencia zapatista, hasta las movilizaciones y huelgas docentes durante los años siguientes que mostraron la combatividad de este sector de la clase trabajadora. Así como a los que llevaron adelante otros sectores de la clase obrera, como la rebelión de los metalsiderúrgicos de Lázaro Cárdenas (2006).

Destaca en ese sentido el proletariado maquilador del norte del país que, en años recientes, comenzó a mostrar una renovada actividad en el terreno de la lucha de clases. Ya en el 2016 se hizo sentir en las naves industriales de Ciudad Juárez, Chihuahua, las mismas tierras que cien años antes recorrió el Centauro del Norte. En los albores del 2019 fue el turno de Matamoros, Tamaulipas, cuando 70,000 obreros maquiladores protagonizaron paros y huelgas durante varias semanas.

Esta joven clase obrera industrial, reconfigurada en las últimas décadas al calor de la inversión extranjera y que pretendieron ocultar intelectuales y medios de comunicación al servicio de la burguesía, juega un rol estratégico para el funcionamiento del capitalismo, y por ende también para su trastocamiento revolucionario: pone en funcionamiento una de las cadenas de valor global más importante del orbe, que cruza el Río Bravo. Esta importancia también se evidenció durante la pandemia, cuando para las grandes trasnacionales resultó intolerable la suspensión de actividades en el sector maquilador y automotriz; en tanto que surgieron nuevamente acciones de resistencia obrera contra las condiciones criminales de trabajo.

También durante la crisis sanitaria, se mostró la centralidad de otros destacamentos de la clase trabajadora en el funcionamiento de la sociedad capitalista. Es el caso de las y los trabajadores de la salud, de las apps y de los servicios, mismos que protagonizaron huelgas y manifestaciones bajo las duras condiciones pandémicas, a tono con las experiencias que en otros países llevaron adelante quienes están en la primera línea de la lucha contra el COVID pero también contra el capitalismo.

En cada una de las páginas de la lucha de clases de las últimas décadas, se planteó la necesidad de unificar las filas de la clase trabajadora, superando las divisiones impuestas por la ofensiva capitalista —entre desempleados y empleados, entre sindicalizados y precarizados, por ejemplo—, soldando el frente único de la clase obrera, y, al servicio de eso, construyendo y recuperando los sindicatos como herramientas de lucha, retomando la mejor tradición del movimiento obrero y revolucionario, que es la democracia desde las bases.

Otra de las transformaciones ocurridas en el capitalismo mexicano, potenciada por la creciente importancia de las urbes, es la emergencia de nuevos protagonistas de la lucha de clases que son a la par potenciales aliados de la clase trabajadora y que se suman así a las experiencias de rebeldía indígena y campesina en el país. Destaca en particular las importantes movilizaciones sociales encabezadas por la juventud —como fue la Huelga de 1999-2000 en la UNAM, el #yosoy132, o las masivas movilizaciones por Ayotzinapa—. Es también el caso del movimiento de mujeres, que en México surgió impetuoso como parte de un fenómeno internacional, expresando de forma cruda que la llamada modernidad capitalista vino de la mano de un recrudecimiento de la violencia contra las mujeres, de un aumento de la precarización laboral y de la opresión que niega cuestiones elementales como el derecho al aborto.

V

En la experiencia histórica, así como en los combates de clase pretéritos y presentes, debemos buscar las conclusiones necesarias para edificar una estrategia política que permita arrancarles el poder a la burguesía y sus agentes políticos.

Retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata -aquella frase que acuñó León Trotsky en uno de sus escritos del exilio mexicano- significa, además de reconocer la importancia de las facciones radicales de la insurgencia de 1910, establecer cuáles son las condiciones y la estrategia para una transformación radical de la sociedad en la actualidad.

En primer lugar, como planteamos arriba, el despliegue de una clase obrera, cuya reconfiguración está íntimamente vinculada a la industria de exportación y a la propiedad de las transnacionales imperialistas, y que su emergencia política y social puede, potencialmente, paralizar los centros neurálgicos del capitalismo mexicano. La cual, a partir de soldar una poderosa alianza con las masas rurales y el resto de los oprimidos urbanos, tiene la capacidad de reorganizar el país sobre nuevas bases económicas y sociales, alternativas a las que construyó la facción triunfante después de 1917.

Junto a esto, si en la década de 1910 el proletariado era joven tanto en su desarrollo objetivo como en su subjetividad de clase, la potencialidad que encierra como clase bajo el moderno capitalismo, requiere de una estrategia socialista y revolucionaria. Los procesos más avanzados del siglo XX y XXI, muestran una tendencia a avanzar de clase en sí a clase para sí; esto es, de no limitarse a padecer la explotación cotidiana, sino a salir a la lucha, adoptando métodos radicalizados y nuevas formas de organización, enfrentando tanto a la burguesía como a los gobiernos.

Sin embargo, el resultado de muchos de los procesos de la lucha de clases, desviados o empantanados, echan luz sobre el rol que tienen las direcciones sindicales y políticas que actúan en la clase obrera y en los movimientos sociales, bajo una estrategia política de corte reformista o directamente burguesa, la cual es necesario superar si se pretende triunfar. Como recordarán nuestros lectores, en la crítica que efectuamos en torno al magonismo e incluso al anarcosindicalismo, estaban presentes la inmadurez política del movimiento obrero a inicios de siglo, y de las corrientes que actuaban en su seno. El presente del movimiento obrero y las lecciones de su acción durante el siglo XX es muy distinto: en la labor de las direcciones sindicales se evidencia que las mismas son verdaderos agentes de la burguesía en el seno de las organizaciones obreras, que sólo procuran defender los privilegios que detentan a partir de la administración de las mismas. El origen de esta dinámica puede rastrearse en el periodo de la Revolución Mexicana y en particular en el surgimiento de un sector reformista referenciado con la figura de Luis N. Morones. Durante las décadas siguientes, se afianzó la estatización de las organizaciones obreras y su subordinación a los partidos de la burguesía a partir del accionar del charrismo sindical. Hoy es el gobierno de López Obrador el que busca continuar esto, apostando incluso a la creación de una central sindical bajo su égida directa.

En ese sentido, para volver fuerza material una perspectiva socialista, es imprescindible la construcción de una organización revolucionaria inserta en la clase obrera, que impulse la autoorganización de masas y que despliegue un programa que, partiendo de las reivindicaciones inmediatas, movilice hacia la lucha por el poder y la expropiación de las clases dominantes. Y que busque la alianza revolucionaria entre la clase trabajadora y los distintos movimientos que se levantan contra distintas formas de opresión. Esto, como parte de una estrategia para la destrucción del viejo estado capitalista y la construcción de un estado de nuevo tipo, basado en los organismos de las masas y en la planificación democrática de la economía y la sociedad. En ese sentido, la experiencia de 1910-1917 también enseña que, en los momentos de grandes convulsiones sociales, la confrontación de programas, políticas y organizaciones antagónicas que expresan intereses irreconciliables de clase, es ineludible. En el presente, impulsar una estrategia revolucionaria como la que planteamos, al interior del movimiento obrero, requerirá enfrentar la influencia de las direcciones reformistas y burguesas. A la par que supone una perspectiva alternativa a la que sostienen variantes autonomistas o populistas en la izquierda, adversarias de la centralidad del proletariado —y por lo tanto la imperiosa necesidad de la alianza obrera y popular— y de la lucha por el poder.

Considerar las condiciones para una nueva revolución implica entonces establecer la importancia crucial de que los explotados y oprimidos de México cuenten con un partido revolucionario que exprese sus intereses históricos y que sea capaz de cambiar de una vez por todas la larga historia de derrotas. En esa tarea, la perspectiva internacionalista y antiimperialista es crucial, considerando las transformaciones del capitalismo internacional y en la región y la emergencia de poderosos aliados en el proletariado del otro lado de la frontera norte, así como hacia Centroamérica y el Caribe.

Parafraseando a León Trotsky, retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata, punto cúlmine de un México en llamas que durante todo el siglo XX se grabó a fuego en la conciencia de las masas, pasa por adoptar una estrategia socialista para que la clase obrera, junto a los millones de desposeídos del campo y la ciudad, encabecen y lleven al triunfo la segunda revolución mexicana. Al servicio de ello, como un humilde aporte, está el presente libro, para que los heroicos insurrectos de 1910 y las lecciones de su asalto del cielo, revivan y vuelvan a caminar en las páginas de lucha que se escribirán en este siglo.

NOTAS AL PIE


[1Maximiliano Reyes, subsecretario para América Latina y el Caribe de la Secretaría de Relaciones Exteriores, “La regeneración es la Cuarta Transformación de México”, en https://www.jornada.com.mx/ultimas/politica/2020/05/05/la-regeneracion-es-la-cuarta-transformacion-de-mexico-3037.html, consultado el 1 de noviembre de 2020


[2Ver Barry Carr. El movimiento obrero y la política en México 1910-1929, Ediciones Era, Ciudad de México, 1981 y Salvador Hernández, “Tiempos libertarios. El magonismo en México: Cananea, Río Blanco y Baja California”, en Ciro F. S. Cardoso, Francisco G. Hermosillo y Salvador Hernández: De la dictadura porfirista a los tiempos libertarios, Colección La clase obrera en la historia de México, tomo 3, Ediciones Siglo XXI-Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Ciudad de México, 1996.

https://www.laizquierdadiario.mx/Retomar-y-culminar-la-obra-de-Emiliano-Zapata





No hay comentarios:

Publicar un comentario

  ¿Quiénes son los fascistas? Entrevista a Emilio Gentile   En un contexto político internacional en el que emergen extremas der...