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España (Hispania para los romanos) fue fundamental para el Imperio
Romano por su estratégica posición geográfica, su riqueza en recursos naturales
(oro, plata, cobre) y la contribución de sus ciudadanos a la administración
romana, incluso produciendo emperadores.
Aspectos clave de la importancia de Hispania para Roma:
·
Estrategia Militar:
Hispania, al controlar el acceso al Mediterráneo
occidental, era un punto estratégico crucial para Roma, permitiéndole expandir
su influencia y proteger sus rutas comerciales y militares.
·
Recursos Naturales:
La península ibérica era rica en minerales como
oro, plata y cobre, que eran vitales para la economía romana, financiando
campañas militares y obras públicas.
·
Influencia Cultural y Política:
Hispania no solo aportó recursos materiales, sino
también intelectuales y políticos. De ella surgieron emperadores como
Trajano, Adriano y Teodosio I el Grande.
·
Romanización:
El contacto con Roma llevó a la romanización de
Hispania, con la adopción de la lengua latina, la cultura romana y la implementación
de instituciones políticas y sociales romanas.
·
Contribuciones a la
Administración Romana:
Los hispanos
contribuyeron a la administración romana en diversos niveles, incluyendo el
ejército, la política y la cultura.
En resumen, Hispania no solo fue una fuente de riqueza económica para
Roma, sino también una región de gran influencia cultural y política, que
contribuyó al desarrollo y expansión del Imperio Romano.
El latín en Hispania: la romanización de la Península
Ibérica. El latín vulgar. Particularidades del latín hispánico
Jorge Fernández
Jaén
1. La Romanización de la Península Ibérica
El
Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue
creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió
conquistar todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar
Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su
momento de máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se
extendía desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el
Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur
hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera
con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, al norte. En consecuencia,
recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio Romano
fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y
social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso. El
fenómeno de la romanización es de una importancia histórica absolutamente
fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa
pudo compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística.
Por
lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta
se inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra
púnica con el desembarco de los Escipiones en Emporion (hoy Ampurias,
en la provincia de Gerona). Desde el mismo instante en que los romanos se
introdujeron en la península, empezaron a sucederse las conquistas. Así, por
ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de
Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos
romanas en el año 208 a. C. No obstante, el proceso de conquista de
Hispania no fue rápido debido a la resistencia que opusieron algunos de los
lugares conquistados; por ello, la colonización de toda la península duró dos
siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 a.
C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures.
Puede considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania,
destino dudoso hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental,
helénica, celta y africana que había tenido.
La
romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se
había partido para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península
Ibérica llegan colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la
administración, arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que
evidentemente condicionó el latín hablado en esta nueva provincia romana. Roma
también llevó a cabo un reajuste de tipo administrativo de las antiguas
provincias Citerior y Ulterior (que habían sido creadas en el año
197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio hispano y
lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de
la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que
ahora se llamará Tarraconense (considerada provincia
imperial). El resto de la Ulterior se subdividió en dos nuevas
provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania.
Además, la organización social de Hispania refleja la misma estructura social
que el resto del imperio (al menos en un primer momento); de este modo, la
población (cives) se dividía en ciudadanía plena y libre (romani),
ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres (incolae) sin
derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos (servi). Con el
paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los nativos
fueron obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en
el S. III d. C. (época de Caracalla) se generalizó este derecho para
la totalidad de la población del Imperio. Naturalmente, en el momento en que
una nueva zona era anexionada, se implantaba también en ella, además de la
estructura social, la estructura militar, técnica, cultural, urbanística,
agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba la cohesión del
imperio.
Por
lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de
los pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir
que no fue un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias.
Los habitantes colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma
lengua que los invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso más
eficaz a las nuevas leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli.
Además, los nuevos habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la
lengua latina era más rica y elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la
situación de bilingüismo inicial acabó convirtiéndose en una diglosia que
terminó por eliminar las lenguas prerromanas. Por tanto, fueron los hablantes
mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron
sustituir sus lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en Hispania una
excepción a este respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca
dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad
lingüística que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca
perdió el griego pese a su fuerte romanización.
En
definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la
introdujo de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de
la Historia de la Humanidad. Con el paso del tiempo, Hispania también aportó
grandes beneficios culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las
letras. Así, tenemos retóricos de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo
Séneca y Quintiliano. También pertenecen a esta parte del Imperio escritores
latinos tan importantes como Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron
obras muy relevantes en las que algunos críticos han visto los rasgos
fundacionales del espíritu de la cultura y la literatura españolas.
2. El latín vulgar
¿Qué es el latín vulgar?
El
latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas
relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con
factores socioculturales (variedades diastráticas), con factores
históricos y evolutivos (variedades diacrónicas) y con factores
relacionados con los distintos registros expresivos (variedades diafásicas);
pues bien, el latín vulgar (también llamado latín popular, latín
familiar, latín cotidiano o latín nuevo)
era la variante oral del latín, es decir, el latín que utilizaban los romanos
(fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la calle, con la familia y, en
general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un latín que se
aleja del latín clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que le
otorga su naturaleza oral y cotidiana. Esta variante diafásica de la lengua
latina es de vital importancia puesto que es de ella (y no del latín culto de
la literatura y los registros formales) de donde van a proceder las lenguas
romances o románicas, y más en concreto del latín vulgar del período tardío (S. II-VI).
A
principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez
Pidal empezó a estudiar el latín vulgar guiado por la intuición de que debía
ser en esa variante en la que se encontrasen las pautas para poder reconstruir
y entender el origen del español y del resto de lenguas romances. Desde
entonces, las investigaciones realizadas en el terreno de la Filología Románica
han permitido entender mucho mejor el origen de estas lenguas. No obstante, un
problema se plantea de inmediato: ¿cómo estudiar una variante lingüística que
es oral y que se distancia mucho de las variantes escritas? ¿De dónde se puede
extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto han sido
capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos.
Fuentes para el conocimiento del latín vulgar
Dado
que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en contextos
relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus características?
Es evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo sumo,
tenemos textos en los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, perdidos
entre el estilo lujoso y cuidado que caracteriza a la literatura latina. No
obstante, gracias a los vulgarismos que se pueden rescatar de algunas obras
cultas (incluidos en ellas por razones muy variadas) y a algunos textos
escritos por personas no demasiado cultivadas, la filología ha podido reunir un
conjunto de materiales relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son
las principales fuentes para conocer el latín vulgar.
a)
Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de
purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El
primero de los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a.
C.), seguido por muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el
historiador lombardo Pablo Diácono (740-801). Con todo, las correcciones
expresivas que señalan estos autores hay que tomarlas con prudencia, ya que
muchas de ellas son arbitrarias e incluso abiertamente irreales. La obra más
importante de este conjunto es, sin ninguna duda, el llamado Appendix Probi (¿S. IV a.
C.?), llamado así porque se conserva en el mismo manuscrito que un tratado del
gramático Probo. Es una especie de «gramática de errores» que cataloga y
corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, como por ejemplo las
siguientes: vetulus non veclus, miles
non milex, auris non oricla, mensa non mesa, etc. Lo
relevante es que gracias a este texto se ha podido constatar que muchas
palabras de las lenguas románicas han evolucionado a partir de la forma vulgar
y no de la normativa.
b)
Glosarios latinos. Se trata de vocabularios muy rudimentarios, generalmente
monolingües, que traducen palabras y giros considerados como ajenos al uso de
la época (glossae o lemmata) por expresiones más corrientes (interpretamenta).
El más antiguo de ellos es el glosario de Verrius Flaccus, De verborum significatione, del tiempo de Tiberio, pero que sólo es conocido por un resumen
de Pompeius Festus (¿S. III?). También es muy conocido el lexicógrafo
latino Isidoro de Sevilla (hacia 570-636), autor de Origines sive etymologiae, obra en la que aparecen muchas noticias sobre el latín tardío y
popular, tanto de España como de otros lugares. También pertenecen a este tipo
de textos las famosas Glosas Emilianenses (de San Millán,
provincia de Logroño, ¿mitad del S. X?) y las Glosas de
Silos (Castilla, S. X), donde se encuentran voces
como lueco (español luego) o sepat (español sepa,
subjuntivo del verbo saber).
c)
Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para
conocer variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad
inscripciones muy variadas, en las que pueden leerse todo tipo de textos:
dedicatorias a divinidades, proclamas públicas, anuncios privados, textos
honoríficos, etc. La mayoría de ellas están grabadas, aunque también las hay
pintadas e incluso trazadas a punzón.
d)
Autores latinos antiguos, clásicos y de la «edad de plata» (desde la muerte de
Augusto hasta el año 200). Son muchos los escritores romanos que reprodujeron
en sus obras estilos descuidados o familiares. Por ejemplo, Cicerón solía
utilizar en sus cartas personales muchas expresiones coloquiales como mi vetule (mi viejo). Por
otro lado, muchos dramaturgos, como Plauto, ofrecen en sus obras diálogos
llanos, propios de la gente del pueblo más iletrado. Lo mismo sucede cuando un
autor relata alguna anécdota curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma
pertenece a una baja clase social (como se ve en las obras de Horacio, Juvenal,
Persio o Marcial). Por último, merece una especial atención El
satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela picaresca
repleta de charlatanes vulgares y obscenos.
e)
Tratados técnicos. En algunos textos técnicos se pueden apreciar ciertas
imprecisiones expresivas. Por ejemplo, M. Vitrubio Polión escribió un tratado
de arquitectura en tiempos de Augusto y pidió excusas por su escasa corrección
lingüística. También son dignos de mención muchos autores de tratados de
agricultura, como Catón el viejo, Varrón y Columela (bajo Tiberio y Claudio)
que tienen, en general, pocos conocimientos gramaticales. Especialmente
valiosas, a causa de su lengua repleta de elementos populares, son las obras
técnicas de baja época, tales como la Mulomedicina de Chironis,
tratado de veterinaria de la segunda mitad del S. IV repleto de
vulgarismos.
f)
Historias y crónicas a partir del S. VI. Se trata de obras toscas y
sin pretensiones literarias, redactadas en un latín muy descuidado. Tenemos
la Historia Francorum, de Gregorio, obispo de Tours (538-594);
el Chronicarum libri IV, de Fredegarius (obra escrita en realidad
por varios autores anónimos que relata la historia de los Francos); el Liber historiae Francorum, que se tiene por anónimo, aunque pudo ser compuesto por un monje
de Saint-Denis en el 727; y, por fin, las compilaciones de historia gótica y
universal de Alain Jordanès (S. VI), obra fundamental en su género.
g)
Leyes, diplomas, cartas y formularios. La lengua de estos textos es híbrida y
sorprendente, mezcla de elementos populares y reminiscencias literarias. Hay
que recalcar que las cartas y diplomas originales tienen el mérito de estar
desprovistos de correcciones que alteran los manuscritos de los textos
literarios. En Galia se trata de documentos relativos a la corte de los reyes
merovingios; en Italia son edictos y actas redactados bajo los reyes lombardos
(S. VI-VII); en España, tales textos provienen de los reyes visigodos
(S. VI-VII) y de los siglos siguientes.
h)
Autores cristianos. Los cristianos de los primeros tiempos rechazaron
decididamente el excesivo normativismo del latín clásico, lo que les llevó, en
muchas ocasiones, a emplear un latín mucho más relajado en la redacción de sus
textos. Así, este latín de los cristianos, sobre todo el de las antiguas
versiones de la Biblia, estaba cuajado de expresiones y giros propios de la
lengua popular, por un lado, y por otro de elementos griegos o semíticos
tomados en préstamo o calcados. De hecho, los traductores de la Sagrada
Escritura se preocupaban más de la inteligibilidad de la versión que del
estilo, actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado siempre
que fuera preciso. Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas
expresiones populares, hizo una versión más pulida y literaria de la Biblia,
conocida como la Vulgata. También se pueden encontrar muchos
datos interesantes en la poesía cristiana del S. IV, en los himnos
religiosos de la alta Edad Media (especialmente útiles para conocer detalles
acerca de la pronunciación del latín de la época baja) o en las obras
hagiográficas o de vida de santos, como las que escribió Gregorio de Tours,
hombre más piadoso que literato.
i)
Papiros y cartas personales. Se han encontrado también diversos papiros y
textos epistolares pertenecientes a soldados residentes en las diversas
provincias del Imperio que han resultado muy útiles para conocer rasgos del
latín vulgar.
Gracias
a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la
forma del latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados
no permiten obtener una visión global de cómo era el latín vulgar, por lo que,
en última instancia, debe ser la gramática comparada de las lenguas romances la
que revele cómo era ese latín hablado y cómo evolucionó. Hay que recordar que
las lenguas evolucionadas a partir de la latina asumieron propiedades que ya se
encontraban cifradas en las últimas etapas evolutivas del latín. Por ello,
teniendo en cuenta cuáles son los principales rasgos de las lenguas romances
(desde un punto de vista tipológico) y cuáles son las características del latín
vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes descritas, se puede reconstruir
de un modo bastante fiable un modelo que explique cómo era el latín que sirvió
de base para que surgieran las lenguas románicas.
Características del latín vulgar
El
conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las
características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una
tendencia general de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir
de los usos más relajados y espontáneos y no a partir de los registros más
cuidados y formales, vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en
general y literaria en particular. De hecho, son muchas las características de
las lenguas romances que no tendrían explicación si no se conociera el latín
vulgar, ya que se trata de rasgos que jamás hubieran podido surgir a partir del
latín clásico tal y como lo conocemos. A continuación ofrecemos un listado con
las características más importantes del latín vulgar.
a)
Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los
hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos
términos ligados por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran
otros. Por el contrario, el orden vulgar prefería situar juntas las palabras
modificadas y las modificantes. Así, por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones
como «alter matellam tenebat argenteam», aunque, tras un largo proceso, el
hipérbaton desapareció de la lengua hablada.
b)
Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior
de la frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las
palabras se sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo
que el período sintáctico se hacía menos extenso. Al final de la época imperial
este nuevo orden se abría paso incluso en la lengua escrita, aunque permanecían
restos del antiguo, sobre todo en las oraciones subordinadas.
c)
Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en
la que las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada
palabra. Sin embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este
modelo y se advierte que empieza a ser reemplazado por un sistema de
preposiciones. El latín vulgar propició de forma definitiva este nuevo modelo,
y generó nuevas preposiciones, ya que las existentes hasta ese momento eran
insuficientes para cubrir todas las necesidades gramaticales. Así, se crearon
muchas preposiciones nuevas, fusionando muchas veces dos preposiciones que ya
existían previamente, como es el caso de detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc.
Además, la pérdida de las desinencias causales provocó importantes
transformaciones en el latín vulgar, simplificando los paradigmas léxicos hasta
oponer únicamente una forma singular a otra forma plural, simplificación que
fue adoptada por las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y el occitano
antiguo conservaron una declinación bicausal con formas distintas para el
nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que desapareció antes
del S. XV mediante la supresión de las formas de nominativo.
d)
El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los
sustantivos neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o
femeninos (sagma > jalma), aunque
también hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo para los
sustantivos que terminaban en -e o en consonante (mare > el
mar o la mar). También hay que señalar que muchos
plurales neutros se hicieron femeninos singulares debido a su -a final
(ligna > leña, folia > hoja),
de ahí el valor de colectividad que todavía hoy mantienen en muchos contextos
(la caída de la hoja).
e)
Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los
superlativos en -issimus, -a, -um (que eran
construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor de las construcciones
vulgares analíticas, construidas a partir de magis...
qua (m).
Sólo mucho más tarde, y por vía culta, se reintrodujo el superlativo en -ísimo,
-a que aún perdura en la actualidad.
f)
La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia
al elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los
demostrativos. Aumentó muy significativamente el número de demostrativos que
acompañaban al sustantivo, sobre todo haciendo referencia (anafórica) a un
elemento nombrado antes. En este empleo anafórico, el valor demostrativo
de ille (o de ipse, en algunas regiones) se fue desdibujando
para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u objetos
consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo)
inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances. A su
vez, el numeral unus, empleado con el valor indefinido
de alguno, cierto, extendió sus usos acompañando al
sustantivo que designaba entes no mencionados antes, cuya entrada en el
discurso suponía la introducción de información nueva; con este nuevo empleo
de unus surgió el artículo indefinido (un, una, unos, unas)
que tampoco existía en latín clásico.
g)
La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar
muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las
formas simples de la voz pasiva fueron eliminadas, por lo que usos como amabatur o aperiuntur fueron
sustituidos por las formas amatus erat y se
aperiunt. También
se fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían para expresar este
tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere
habeo, origen de
los futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde
surja un nuevo tiempo que no existía en latín clásico: el condicional. A partir
de formas perifrásticas como cantare habebam se va a ir formando este nuevo
tiempo, que pasará después a todas las lenguas románicas (cantaría).
h)
Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los
cuales van a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En
primer lugar, se producen diversos cambios en el sistema acentual y en el
vocalismo. El latín clásico tenía un ritmo cuantitativo-musical basado en la
duración de las vocales y las sílabas; no obstante, a partir
del S. III empieza a prevalecer el acento de intensidad, que es el
esencial en las lenguas románicas. También se produjeron cambios muy
importantes en las vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la
paulatina desaparición de la cantidad (duración del sonido) vocálica como
elemento diferenciador. Por lo que respecta a las consonantes, el latín tardío
también experimentó cambios notables, como ciertos fenómenos de asimilación y
algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de algunos sonidos.
i)
El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín
clásico, con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta
expresaba con palabras distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en
latín clásico, mientras que magnus aludía a las cualidades morales; sin
embargo, el latín vulgar sólo conservó grandis, empleándolo para los dos valores. Pero
además de todos los reajustes léxicos, el latín vulgar privilegió mucho el
fenómeno de la derivación morfológica, por lo que empezaron a utilizarse muchos
sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos, como por ejemplo valores
afectivos gracias a los diminutivos.
Como
se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya
las principales señas de identidad de las lenguas románicas; en
el S. VI, un latín fuertemente vulgarizado morirá como lengua
(quedando sólo como herramienta culta para la ciencia) y de él empezarán a
surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán en las diferentes lenguas
románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? ¿Qué es lo que marca
las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?
3. La fragmentación del latín y el surgimiento de las lenguas
romances
Mucho
se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que algunos
investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme
hasta su desaparición, otros aseguran que ya desde los siglos II y III había
perdido su carácter unitario, por lo que se encontraba fragmentado en múltiples
y variados dialectos. Lo cierto es que el latín acabó fragmentándose, dando
origen a diversas lenguas nuevas; esta fragmentación, inherente en última
instancia a cualquier lengua que tenga muchos hablantes, se puede explicar en
el caso del latín gracias a diversos factores:
a)
La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era colonizado
cada territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su
importancia a la hora de entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en
cada lugar. Por ejemplo, en el caso de Hispania, el latín que llega en el año
218 a. C. es un latín que aún no había llegado a la época clásica,
por lo que es lógico que muchas palabras de las lenguas románicas de la Península
Ibérica se hayan formado a partir de arcaísmos pertenecientes al latín
preclásico, como sucede con una voz como comer, que ha
evolucionado a partir de comedere en lugar del más moderno manducare.
b)
La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más extremas
del Imperio (las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y
Portugal) compartan un cierto conservadurismo léxico, debido a su lejanía
geográfica con respecto a Roma, núcleo de la metrópoli y fuente de innovaciones
léxicas. Este fenómeno está relacionado con la mayor o menor facilidad para
llegar a las distintas provincias; cuanto más aislado estuviera un
asentamiento, menos dinamismo habría en el caudal léxico de la variante del
latín de esa zona, y a la inversa, con todas las repercusiones que ello
conlleva.
c)
El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también
pudieron tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.
d)
Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que
pudieron ejercer en el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los
distintos lugares que fueron conquistados; aunque estas lenguas fueron,
generalmente, sustituidas por la lengua del invasor, no cabe duda de que ejercieron
cierta influencia en ella en forma de sustrato latente. Sin embargo, nuestro
desconocimiento científico de dichas lenguas impide calibrar en su justa medida
cómo fue esa influencia sustratística.
Sea
como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia
de la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva,
dejando como herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de
ser tan relevantes para la ciencia y la cultura universales como lo fue su
lengua madre.
4.
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