La
labor humanitaria de España
en
la
Primera Guerra Mundial
Fotografía de
Alfonso XIII en 1916. A la derecha una de las cartas recibidas por el monarca.
ARCHIVO PALACIO REAL.
Una neutralidad española
forzada
. Como
bien es sabido, España permaneció neutral en la Gran Guerra debido a la
inestabilidad política de España, las secuelas del desastre del 98 y la guerra
colonial en Marruecos, donde estaban estacionados la mayoría de los soldados
españoles.
Además, el
rey y muchos españoles eran francófilos o en general aliadófilos, mientras que
entre la clase militar y política monárquica las posiciones proalemanas eran
dominantes. La neutralidad de España era forzada por las circunstancias, un
signo de debilidad e impotencia, pero también el resultado de una decisión
concienzuda que evitó aventuras fantasiosas que salieron mal, como les ocurrió
a países como Italia, Rumanía o Portugal. La economía española experimentó un
notable desarrollo entre 1914 y 1918 porque podía hacer negocios con países
beligerantes muy necesitados de todo, y el rey Alfonso XIII quería jugar de la
mejor manera posible la baza de la neutralidad.
El monarca
ambicionaba posicionarse como el mediador más apto para cuando llegase el
momento de firmar la paz entre las potencias involucradas en la guerra. Trató
de poner fin a las represalias contra soldados capturados y civiles, a la
guerra submarina, o a los bombardeos sobre población civil, pero en esto y en
ser el que organizaría una conferencia de paz fracasó. Con lo que sí marcó la
diferencia fue con la labor humanitaria española. Ya en agosto de 1914, cuando
parecía que los alemanes podrían conquistar París, el rey encargó llevar de
forma anónima 500 francos al hospital militar de Bayona, y en la periferia de
París impulsó la creación del Hospital Militar Español para los Heridos de la
Guerra.
Las
actividades humanitarias gestionadas desde el Palacio Real de Madrid empezaron
de forma casual ya desde el inicio de la guerra, concretamente en la Secretaría
Particular del rey, encabezada por Emilio María de Torres, licenciado en
Derecho y Relaciones Internacionales. Pero la Oficina Pro Cautivos echó
formalmente a rodar en julio de 1915, cuando se divulgó en el diario
francés Le Petit
Gironde la
historia de una mujer que pidió ayuda al rey de España para encontrar a su
marido, un soldado francés desaparecido en agosto de 1914. Finalmente, fue
hallado en un campo de prisioneros de Alemania, y esta noticia esperanzadora
hizo que las peticiones de información se incrementaran exponencialmente.
De 2.000
peticiones recibidas en enero de 1915, se pasó a 11.500 en agosto. Era un
aluvión de cartas a responder y pesquisas diplomáticas que hacer, por eso
Alfonso XIII decidió crear la Oficina Pro Cautivos, con el objetivo principal
de localizar desaparecidos y prisioneros y devolverlos a su país con sus
familias o informar si se encontraban bien o habían muerto. Esta decisión hay
que entenderla como parte de una estrategia política para mejorar su imagen y
la de España dentro y fuera de nuestras fronteras y para posicionar a España
como mediadora en el fin del conflicto. No se trataba de una ayuda
completamente desinteresada como algunos monárquicos han dejado caer.
La Oficina
Pro Cautivos era una mezcla de iniciativa privada del rey e iniciativa estatal
empleando la red diplomática española. La Oficina dependía del monarca y del
presupuesto asignado a la Casa Real. Alfonso XIII gastó poco más de 200.000
pesetas de su patrimonio para las labores de la Oficina entre 1915 y 1921, y
también hubo donativos para la causa humanitaria de particulares y empresas.
Poco dinero para la gran actividad que llevó a cabo atendiendo a familias, sin
discriminar por país de origen o credo.
Miles de
cartas llegaban cada mes a palacio, se respondían ágilmente y se les asignaba
un expediente a cada caso. La Oficina Pro Cautivos nació para localizar a
desaparecidos, pero amplió sus actividades para hacer repatriaciones, gestionar
correspondencia postal, donativos de libros de literatura española, envíos de
ropas y alimentos, o remesas de dinero de familiares. Ante el volumen de
peticiones, la Oficina llegó a emplear a 54 personas entre personal contratado
y voluntarios que colaboraban de forma esporádica, tanto hombres como mujeres.
Pero su tarea hubiera sido imposible sin la ayuda de más de 50 militares y 300
diplomáticos y personal de embajada.
El papel de las embajadas españolas
Las embajadas
más activas en la labor humanitaria de España fueron las de Alemania,
Austro-Hungría, Bélgica y Suiza. El embajador Polo de Bernabé en Berlín se
quejaba de que recibía más de mil cartas diarias con peticiones sobre
prisioneros y desaparecidos. La embajada española de Berna, Suiza, país donde
se producían intercambios de prisioneros, tramitó más de 50.000 peticiones
entre agosto de 1914 y diciembre de 1915, 102 cartas de media al día, cuando
solo había seis trabajadores.
El
embajador, ya un hombre mayor, se quejaba de tener que trabajar 14 horas todos
los días de la semana y decía que su sede diplomática se había convertido en
una agencia universal, pues igual se hacían repatriaciones y mandaban comida o
ropas a prisioneros que recogían huérfanos de guerra. El embajador español en
Viena, Antonio de Castro, comunicaba lo desbordada que estaba la embajada en
septiembre de 1914: “Salimos, por lo menos yo, a 16 horas de trabajo todos los
días, porque como a la representación oficiosa de Rusia y Serbia se ha añadido
la de Bélgica, no sé cómo hacer. Diariamente recibo entre 50 a 60 telegramas, y
más de 100 cartas, pidiéndome informes de individuos [prisioneros], de familias
de rusos, serbios, belgas ¡y hasta de franceses!”
Al
estallar la guerra, España pasó a representar en Alemania y el Imperio
austro-húngaro los intereses de ciudadanos franceses, belgas, rusos, serbios y
montenegrinos, aparte de los españoles, y en Suiza varias decenas de
nacionalidades. Por medio de diplomáticos españoles, los países beligerantes en
la Primera Guerra Mundial mantuvieron negociaciones de intercambios de
prisioneros y proporcionaban información sobre prisioneros de guerra. La
embajada española de Suiza canjeó solo en julio de 1915 a 3.691 sanitarios y
3.575 inválidos franceses por 898 sanitarios y 640 inválidos alemanes.
Alfonso
XIII medió en 1918 para un canje de prisioneros portugueses y alemanes e hizo
gestiones a favor de 800 niños serbios internados en Austria. En el Imperio
otomano la influencia española era más limitada, pero se tomaron iniciativas
para ayudar a judíos, drusos, y cristianos sirios, libaneses y armenios.
Mención especial se merece el marqués de Villalobar, uno de los pocos
embajadores que pudieron permanecer en la Bélgica ocupada por los alemanes.
Intervino para
salvar las vidas de algunas personalidades importantes, como el general Leman,
defensor de Lieja. Aún más importante fue su papel en garantizar el
abastecimiento de alimentos y medicinas para siete millones de belgas y dos
millones de franceses del territorio ocupado, con la colaboración del embajador
estadounidense Herbert Hoover, futuro presidente del país. Cuando murió el
marqués en 1926, se celebró un funeral de estado en Bélgica en su honor, y hoy
tiene un busto en el Senado belga.
La búsqueda de desaparecidos
Como he
dicho, la principal tarea de la Oficina Pro Cautivos era encontrar, vivos o
muertos, a personas desaparecidas por las que familiares suyos preguntaban al
rey. El volumen de cartas alcanzaba picos cuando se producían batallas
especialmente sangrientas. Así se explica que por la batalla de Somme entre
julio y noviembre de 1916 aumentasen las peticiones desde todas partes del
Imperio británico. Desde Londres, la madre del soldado Reginald Woodward
escribió en agosto rogando auxilio para encontrar a su único hijo, y en
noviembre fue informada que se encontraba en un hospital de Alemania y se
estaba recuperando bien.
Una niña
francesa escribió esta carta: “Majestad, mamá llora a todas horas desde que su
hermano está prisionero. Majestad, mamá ha recibido una carta en la que le
dicen que él va a morir de hambre. Majestad, si quisiera enviarle a Suiza, pues
hace 2 años que está prisionero y mamá va a enfermar con seguridad. Majestad,
os lo agradezco por adelantado. Vuestra Servidora, Sylviane.” La Oficina logró
encontrar al tío de la niña en un campamento de Hannover, Alemania, y el
embajador español hizo las gestiones necesarias para repatriarlo vía Suiza.
Un serbio
enrolado en el ejército francés escribió: “Vuestra Majestad. En primer lugar, considero
mi deber más sagrado agradecerles en mi nombre y en el de mi familia en Serbia
que, gracias a Su Alta Intermediación, obtuve las primeras noticias de mi
familia en Kragujevac (Serbia), ocupada por los búlgaros, por esfuerzo de la
embajada de España en Sofía. No sé cómo podría expresar la alegría
indescriptible de mi familia espiritualmente bien martirizada que, al no haber
sabido nada de mí durante 2 años y medio, me había dado por muerto y temían
haberme perdido por completo.
Es la
salvación espiritual de mis padres ancianos (cada uno de 84 años), lisiados y
desvalidos; y si fuera feliz, como espero, de encontrar con vida a mi familia,
será sólo por vuestro único mérito, Su Alta Majestad. ¿Existe un servicio
humano más merecido?” Una española de nombre Rosario López contactó a Madrid
por su hijo, recluta de Francia por nacer en Orán, la Argelia francesa. En
marzo de 1915 solicitaba información para saber si su hijo Francisco López
estaba prisionero o muerto. El embajador en Berlín encontró a tres prisioneros
con ese nombre en Alemania y el secretario particular Emilio María de Torres
pidió más información.
Le
escribió de vuelta: “Señora: tengo el honor de informaros que, según las
noticias que acabo de recibir de la Embajada de España en Berlín, un tal
Francisco López, del 2″ regimiento de Zuavos, cuya madre se llama Águeda López,
se encuentra prisionero en el campo de Erfurt. A pesar de que la filiación no
coincide con la que usted proporciona sobre su hijo, le escribo por si, por
azar, se tratase de él. A la espera de informes suyos más precisos, reciba,
señora, mis respetuosos homenajes.” La carta no recibió respuesta. Se
confirmaban los temores de la madre de que su hijo estaba muerto.
La
esperanza es lo último que se pierde, así que, cuando familiares no recibían
noticias de los suyos, frecuentemente se autoengañaban expresando que el
desaparecido estaba prisionero y no le permitían comunicarse con su familia, o
que había perdido la memoria o se encontraba inconsciente. Sin embargo, hay que
decir que, lamentablemente, la inmensa mayoría de personas por las que
preguntaban familiares en sus cartas a la Oficina Pro Cautivos, un 85% del
total, o nunca se encontraron, informándose con un conciso ‘no hallado’, o se
confirmó su muerte y lugar de enterramiento. Esa era la tragedia de una guerra
brutal.
Éxitos y fracasos en salvar vidas y liberaciones
Las
gestiones del rey Alfonso XIII y algunos embajadores consiguieron la liberación
de algunos personajes relevantes y otros de anónimos. Por ejemplo, gracias a la
intervención española el pianista polaco Arthur Rubinstein, el actor Maurice
Chevalier, el bailarín y coreógrafo ruso Vaslav Nijinsky, o el corresponsal
Dmitri Yanchevetski fueron liberados. También sacaron de su cautividad a dos
notables historiadores, Henri Pienne y Paul Fredericq, por petición pública de
un articulista español y otra aparte del rey de Bélgica.
La
diplomacia española logró el indulto de condenados a muerte, por ejemplo, de
dieciséis serbios y bosnios en Austria-Hungría tras tres largos años batallando
por ellos. Alfonso XIII escribió al káiser Guillermo II una carta personal
enviada con rapidez para evitar la ejecución en Bélgica de algunas personas que
ayudaron a prisioneros a escapar: “El más hermoso privilegio del señorío es el
de perdonar. Te quedaría íntimamente agradecido si indultases a la condesa de
Belleville y a las otras damas que, según se nos ha dicho, van a ser ejecutadas
el lunes. Tu fiel hermano y primo.”
Esta
lección de moralidad por parte de un monarca más joven que él debió costar de
tragar al emperador alemán, pero cedió gracias a la postura de su esposa. En
cambio, no pudieron salvar la vida de una profesora de enfermeras británica
llamada Edith Cavell, ejecutada por los alemanes en la Bélgica ocupada por
ayudar en fugas de prisioneros. Si las negociaciones para un indulto no se
hubieran solicitado al embajador estadounidense, que se encontraba esos días
enfermo y perdió días decisivos, y en su lugar se hubiera pedido ayuda a tiempo
al embajador español, su ejecución se habría podido evitar.
Igual que
el rey británico Jorge V, Alfonso XIII trató de salvar la vida del zar y la
familia Romanov por vías diplomáticas después de que el zar se viera forzado a
renunciar al trono, pero tales intentos fracasaron. El 23 de marzo de 1917, el
embajador ruso en España Iván Kudáshev envió a Petrogrado un cable que decía:
“Urgente y muy confidencial. A mi regreso hoy de Andalucía me ha llamado el
rey. A Su Majestad le preocupa mucho el destino de la familia imperial y, por
otro lado, teme que la estancia del soberano, que ha renunciado al trono, en
Rusia, pueda provocar una revolución y un gran derramamiento de sangre.
Aunque la
conversación tuvo carácter privado y el rey me pidió que no informara, no
obstante, considero mi deber advertirle de que al embajador español le
encargarán dirigirse al Gobierno provisional para hablar del destino de la
familia imperial.” A Europa llegaron informaciones confusas de que el antiguo
emperador había sido ejecutado, pero que su esposa e hijos seguían vivos. Por
eso, el monarca español no desfalleció en sus intentos de rescatarlos y ofreció
asilo. Tiempo más tarde se confirmaría la muerte de toda la familia del zar.
Visitas a campos de prisioneros
Una parte
del trabajo humanitario y del rol neutral de España en la Primera Guerra
Mundial fue el de inspeccionar campos de prisioneros para garantizar que no se
vulneraran las convenciones de La Haya. Observadores del Ejército de Tierra y
Armada, diplomáticos y médicos visitaron campos de prisioneros de Francia,
Alemania, Austria-Hungría, Italia, Turquía y Bulgaria. Revisaban el
acondicionamiento y las condiciones higiénicas de los campos de prisioneros, el
trato que recibían, la alimentación, qué servicios médicos y de culto tenían, o
qué actividades de ocio podían disfrutar los cautivos. Hacían entrevistas
individuales a prisioneros para escuchar sus quejas.
La
información que recogían de los campos de prisioneros la trasladaban luego a
los países de origen de los prisioneros y hacían peticiones de mejoras al
gobierno pertinente. Fundamentalmente las visitas se produjeron en Alemania en
favor de prisioneros franceses y belgas y en Austria-Hungría para ver cómo
estaban los prisioneros rusos y serbios. Como curiosidad, entre los prisioneros
serbios se encontraban judíos sefardíes que hablaban perfecto español.
En su
visita al campo alemán Münster II, con unos 12.000 prisioneros, el capitán
español Antonio Adrados informó en un reporte de 1916: “La alimentación en
estos campos es de las más insuficientes. Los hombres están hambrientos. Los
prisioneros rusos son tratados con una brutalidad indignante: atados al poste
de castigo; zurrados a cintarazos; bastonazos, culatazos, si no obedecen las
órdenes, las más contrarias a las leyes de la guerra. En Dun-sur-Meuse, son
rusos los prisioneros obligados a trasladar las municiones, desde los trenes de
vía ancha a los convoyes de ferrocarril de vía estrecha, que las llevan hasta
el frente. En cuanto intentan sustraerse a esta obligación, son golpeados,
castigados, privados de comida […]. Es vida de esclavos.”
En
general, los campos alemanes eran los peores. El embajador en Berlín Polo de
Bernabé consiguió en marzo de 1915 que el gobierno alemán pasase a permitir que
los prisioneros escribiesen dos cartas al mes y tres tarjetas postales por
semana. Francia, en reciprocidad, adoptó el mismo trato. El trato a prisioneros
en Italia era el mejor, pues estaban repartidos en numerosas poblaciones en vez
de juntarlos en grandes campos de concentración, les permitían bañarse a diario,
leer periódicos, escribir cuatro cartas al mes, o hacer excursiones.
Otro lugar
donde se sintió el humanitarismo español fue en África. El ejército alemán de
Camerún fue derrotado por los franceses y se vio obligado a refugiarse en
Guinea Ecuatorial, entonces colonia española. Fue una llegada masiva de 17.000
personas entre civiles y militares alemanes y africanos que servían al Imperio
germano. Fueron trasladados a la isla de Fernando Poo, tratados por médicos de
la marina española, y su presencia obligó a construir un campamento de
refugiados tomando medidas para prevenir epidemias. Al cabo de un tiempo la
mayoría de los alemanes fueron evacuados a España, mientras que los africanos
permanecieron allí.
La labor humanitaria en
cifras
Las
labores de la Oficina Pro Cautivos continuaron más allá de la guerra, pero con
una importante disminución en los empleados y las cartas que recibían. Su
actividad terminó al finalizar febrero de 1921. Si ponemos cifras a la labor
humanitaria de España en la Primera Guerra Mundial a través de la Oficina Pro
Cautivos y de sus diplomáticos, el balance es muy notable. Observadores
españoles colaboraron estrechamente con Cruz Roja e hicieron unas 3.000 visitas
a campos de prisioneros para controlar que el trato que recibieran fuera acorde
al derecho internacional.
Los 54
colaboradores de la Oficina Pro Cautivos generaron casi medio millón de
documentos en los archivos estatales. Atendieron solicitudes sobre 111.000
prisioneros de guerra o desaparecidos franceses y belgas, unos 15.000 alemanes
y austro-húngaros, 7.950 británicos, 6.350 italianos, además de centenares de
rusos, portugueses, estadounidenses, serbios, o rumanos. Hicieron 16.560
solicitudes de repatriación de militares y más de 60.000 para civiles cautivos,
y consiguieron el indulto a la pena capital para al menos un centenar de
personas.
Reconocimiento y valoración
de la faceta humanitaria de Alfonso XIII
Las
acciones humanitarias españolas encabezadas por Alfonso XIII lograron mejorar
el prestigio del rey y de España fuera del país, sobre todo en Francia y
Bélgica por ser sus ciudadanos quienes más ayuda recibieron. Multitudes
agradecidas quisieron ver a los reyes de España en su visita a Bélgica en 1923,
y Francia y Bélgica concedieron condecoraciones al personal de la Oficina Pro
Cautivos en 1919. Hasta el diario socialista L’Humanité elogió los esfuerzos humanitarios de Alfonso XIII.
Por eso no
extraña que, cuando el rey se exilió de España al proclamarse la Segunda
República y viajó a Francia, fue recibido por grandes multitudes de miles de
franceses, expectantes por el acontecimiento, pero también agradecidos porque
aún recordaban la ayuda del monarca español durante la Gran Guerra. En cambio,
la opinión pública española no conoció mucho esta faceta del monarca, porque
fue una acción más proyectada hacia el exterior. Como no podía ser de otra
forma, principalmente fueron publicaciones monárquicas y conservadoras como
El Heraldo de Madrid, La Época, El
Universo, o El Imparcial las que se hicieron eco del humanitarismo dirigido
por el rey de España.
Por su
labor humanitaria Alfonso XIII fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz,
pero no pudo ganar frente al Comité Internacional de Cruz Roja, que se llevó el
galardón en 1917. En los otros años del conflicto no se otorgó el premio o
quedó desierto, y cuando un francés agradecido por su ayuda y un español presentó
de nuevo la propuesta para que recibiera el Premio Nobel de la Paz en 1933, la
imagen del rey exiliado no estaba en su mejor momento y no tuvieron en cuenta
sus méritos pasados. Tampoco los noruegos querían que pareciera que se
entrometían en la política española en contra de la República.
El
biógrafo de Alfonso XIII, Julián Cortés Cabanillas, le preguntó al exmonarca
cuál fue el acontecimiento de mayor trascendencia de su reinado y el que más
benefició a España. Sin vacilar un momento, Alfonso respondió: “La neutralidad
durante la Gran Guerra. Y no sólo por las vidas conservadas y por las
utilidades recibidas, sino también porque España se evitó los horrores de una
paz, cimentada tan falsamente. […] Junto a los beneficios económicos derivados
de la neutralidad, yo aproveché la triste oportunidad para demostrar la
generosidad cristiana de España y su gran espíritu humanitario, haciendo
directamente o por medio de mi Gobierno cuanto me era posible para salvar vidas
en cualquiera de los países beligerantes, devolver el mayor número de
prisioneros a sus respectivos hogares y garantizar el libre paso de los
barcos-hospitales.”
Fuentes
Cortés-Cabanillas,
Julián. Alfonso XIII: vida, confesiones y muerte. Editorial
Juventud, 1966.
Gonzalo
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fin de grado.
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Despierto, Juan. Un rey para la esperanza. La España humanitaria de
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Ramos
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Dávila, Javier. La labor humanitaria de España durante la Gran Guerra:
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Volosyuk,
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столетия отношений. España y Rusia: diplomacia y diálogo de culturas. Tres
siglos de relaciones. Indrik, 2019.
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