Carlos
de Sigüenza y Góngora: las letras, la astronomía y el saber criollo
Sílabas las estrellas
compongan |
Sor Juana Inés de la Cruz, Inundación Castálida |
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Carlos de Sigüenza y Góngora, Oriental Planeta Evangélico |
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Hoy en día, ya
nadie se sorprende al encontrar, en el corpus de las letras latinoamericanas,
textos que difícilmente se encuadran en un concepto moderno de literatura. En
efecto, es un lugar común empezar los cursos de literatura con el cuaderno de
bitácora de Colón, leer crónicas que se acercan más a los géneros
historiográficos del Renacimiento que a la poesía o novela coetáneas o
incorporar estudios sobre manifiestos políticos y discursos de variado tenor en
la bibliografía y como parte de la misma textualidad latinoamericana. Sin
embargo, hay una riquísima gama de escritos que ha merecido, proporcionalmente,
poca atención en lo que a su carácter discursivo concierne. Nos referimos al
cuerpo de documentos más o menos científicos producidos
en territorio americano desde el siglo XVI. Por supuesto, algunos de esos
textos han ingresado en el corpus canónico, como los libros de Sahagún, Acosta
y otros, pero es de destacar que su dimensión científica es menor en relación con las más tradicionales secciones
cronísticas, geográficas, historiográficas, etc. Basta revisar, por ejemplo, la
compilación de textos efectuada en cinco volúmenes por Elías Trabulse de
documentos científicos2 mexicanos, para darse una idea, aunque fragmentaria,
de la inmensa biblioteca que aún queda por analizar y que, como los textos de
Colón, Las Casas, Bolívar, Humboldt y tantos otros, también ha colaborado en la
conformación de un itinerario de la escritura latinoamericana. De entre esos textos, en su mayoría inscriptos dentro del género
del tratado, abordaremos aquí sólo uno: la Libra astronómica y filosófica de Carlos de Sigüenza y Góngora,
escrito en 16813.
Astros funesto
Es
importante recordar, para contextualizar nuestra lectura, que la Libra es uno de los textos nacidos al calor del célebre cometa que
a fines de 1680 apareció en el hemisferio norte del globo. Ese cometa se hizo
famoso porque contó, entre sus estudiosos europeos, con Edmund Halley, quien
logró determinar que no se trataba de un nuevo objeto celeste sino de uno ya
conocido que retornaba con regularidad. Este descubrimiento le mereció que su
nombre quedase unido al del astro en cuestión4. Cabe mencionar también que la producción discursiva
propiciada por las apariciones cométicas fue prolífica en ese siglo XVII,
debido a que esta cuestión estuvo vinculada a la desacralización del cosmos que
formó parte de la gestación de la ciencia moderna. Por otro lado, al parecer,
el siglo XVII fue peculiarmente pródigo en apariciones de cometas, lo cual
incrementó un corpus textual científico.
En realidad, si leemos los textos de esa época a la luz de las categorías
contemporáneas, podríamos afirmar que el interés por los cometas era más astrológico que astronómico.
En efecto, a pesar de la irregularidad de sus apariciones, que impedía efectuar
predicciones certeras, aquellos eran observados con atención y explotados por
la astrología judiciaria, la cual tomaba en consideración variables como su
color, su ubicación respecto de otros planetas y constelaciones, el largo y
dirección de su cola, el tiempo de permanencia en los cielos y la comparación
con sus predecesores, para formular algunas aserciones acerca de su influencia
en este mundo sublunar5.
Como
letrado del virreinato de la Nueva España, Sigüenza se movía en un ámbito
cultural donde no existía aún una separación entre las que luego pasarían a
constituir, ya entrado el siglo XVIII, dos prácticas distintas o “dos culturas”
-para usar la imagen de Charles Pierce Snow-, la ciencia y las humanidades6. Huelga decir que esto no es una característica de
América, ya que en la misma Europa la ciencia no se había transformado aún en
una práctica autónoma y el auge de las matemáticas y del método experimental se
estaba produciendo en un medio donde todavía convivían la religión y la
ciencia, entonces llamada filosofía natural. En cuanto a la astronomía, al igual que las matemáticas, era
considerada un saber especulativo -es decir, no alcanzado en forma práctica ni
experimental, sino mediante el razonamiento puro- y por eso se ubicaba en el
tope de la escala jerárquica de los conocimientos que integraban esa filosofía natural.
Es
sabido que el propósito de la Libra fue
demostrar, en contra de lo manifestado por prestigiosas autoridades y muy
especialmente por el padre Eusebio Kino, jesuita austríaco que estaba en México
de paso hacia sus exploraciones misioneras en la zona de California, que los
cometas no eran entes maléficos, en contra de la concepción oficial del momento
-una combinación del aristotelismo con la doctrina católica que le debía mucho
a la tarea sintetizadora de Santo Tomás de Aquino7. Según este modelo del universo, los cometas no habían
sido creados por Dios en el momento del génesis, sino que el Señor los enviaba,
en forma irregular y sin previo aviso, como una suerte de mensaje para los
hombres, mensaje generalmente fatídico, como lo acreditaban ancestrales
tradiciones nutridas por las prestigiosas autoridades de la antigüedad
grecolatina y los Padres de la Iglesia, a las cuales se sumaban, en tierras
mexicanas, los mitos y relatos prehispánicos que veían en los cometas signos
ominosos o presagios, también funestos. No podemos olvidar, por ejemplo, el
«prólogo en el cielo» que, según palabras de Miguel León-Portilla, está evocado
en los textos indígenas que conservan la perspectiva de los vencidos en el
momento de la conquista. Así lo ejemplifican las palabras de una crónica
náhuatl que relata lo siguiente, refiriéndose a los tiempos previos a la
llegada de Cortés: «Apareció como un presagio en el cielo:
una como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora... Se
mostraba como si estuviera punzando en el cielo ... comenzó a mostrarse en el
año 12 Casa
La
experiencia nos enseña y la escritura Sagrada lo aprueba que cuando alguna gran
tribulación ha de venir, o Dios quiere demostrar alguna cosa notable, primero
muestra Dios algunas señales en el cielo o en la tierra, demostrativas de la
tribulación venidera...
Y de aquí es que comúnmente, antes de las mortandades y
pestilencias, suelen aparecer cometas e antes de las grandes hambres aparecen
terremotos o tempestades, e antes de las destrucciones de los reinos y
provincias, aparecen terribles visiones...9 |
Por su parte, fray
Bernardino de Sahagún nos informa que entre los aztecas se tenía a los cometas
por «prenóstico de la muerte de algún príncipe o rey, o de
guerra o de hambre»10. Y entre las creencias relacionadas con
ellos, cabe recordar el mito según el cual el propio Quetzalcóatl, al morir, se
habría transformado en estrella o cometa11. Por último, uno de los autores más
citados por Sigüenza, Henrico Martínez, también relata un episodio donde los
cometas son anuncio de calamidades:
Poco tiempo antes que viniesen los cristianos a este reino [...]
una vez, siendo el día claro, corrió un gran cometa de poniente a levante,
echando de sí muchas centellas, y dicen que era a manera de una cola muy
larga y que tenía al principio tres como cabezas con que hacía figura
espantable12. |
Uno de los grandes
problemas suscitados por estos astros concernía a su origen. Para dilucidarlo
se barajaban hipótesis que hoy nos parecerían fantásticas, como aquella de
Josef de Escobar Salmerón y Castro, profesor de medicina en la universidad
mexicana, para quien los cometas se formaban de las emanaciones de los
cadáveres humanos -explicación que fue desestimada por el mismo Sigüenza por
haberle parecido ridícula. Otro problema era si se ubicaban en la zona
infralunar o en la supralunar del universo ptolemaico, es decir, del lado de abajo de la esfera de la luna, el de la Tierra, ámbito de la
corrupción y la mutabilidad, o del lado de arriba de
la luna, el lugar de las esferas incorruptibles. Pero la cuestión que más tinta
hizo correr fue, seguramente, determinar si los cometas provocaban los males o
simplemente los anunciaban. Para los aristotélicos, herederos de la teoría de
los cuatro elementos y los humores corporales, los cometas eran malignos para
la salud de los hombres porque excitaban en éstos los humores secos y cálidos
que generaban manifestaciones de violencia, tanto individual como social. Para
los tomistas y escolásticos, imbuidos de la doctrina católica, los cometas no
eran causantes de desgracias -los verdaderos agentes sólo podían ser Dios o el
diablo- sino una simple señal de las catástrofes por venir. Adoptar una u otra
de las posturas equivalía a posicionarse en un campo donde se ponían en juego
las autoridades de los antiguos, el saber teológico, las matemáticas, las
técnicas de observación astronómicas y la interpretación de los datos recabados
por ellas, las instituciones religiosas y el propio honor personal.
Este
breve repaso histórico no tiene otro fin que ilustrar lo que significaba
formular una hipótesis como la que Sigüenza defendía en la Libra, a saber: que los cometas ni causaban ni anunciaban males. En
esta comprensión del fenómeno, Sigüenza no hacía más que adherir a lo sostenido
por su maestro fray Diego Rodríguez quien, en su Discurso ethereológico del nuevo cometa visto en
aqueste hemisferio mexicano; y generalmente en todo el mundo, publicado en México en 1652, se había
enfrentado a las teorías de Aristóteles y a la idea de que los cometas fuesen
perjudiciales para la humanidad.
Una polémica colonial y americana
Al
igual que la célebre Respuesta a
Sor Filotea de Sor
Juana Inés de la Cruz, la Libra es
una autodefensa. En efecto, en 1681, Sigüenza publicó un folleto, el Manifiesto filosófico contra los cometas despojados
del imperio que tenían sobre los tímidos, con la intención de desmitificar al cometa que se había
visto a fines del año anterior en el cielo mexicano, y se lo dedicó a la
entonces virreina de México, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, conocida
en el mundo de las letras por haber sido mecenas y amiga de Sor Juana Inés de
la Cruz. Ya dentro de los límites del Virreinato, el folletito ocasionó un
debate de notables dimensiones y varios letrados trataron de refutar el escrito
de Sigüenza. De entre ellos, el contrincante más prestigioso que tuvo el
profesor criollo fue el mencionado jesuita austríaco Eusebio Kino13, quien salió a la palestra con su Exposición astronómica de el cometa14, en la cual sostenía, con Santo Tomás,
que los cometas anunciaban las desgracias por venir.
Pero
es probable que el debate no hubiese pasado a mayores si, además de aludir
despectivamente al texto de Sigüenza, Kino no hubiese tenido el mal gusto de
dedicarle su libro al virrey, poniendo así en un apuro cortesano al profesor
criollo, quien había colocado el suyo bajo el patrocinio de la virreina. Fue
para salvar su honor ante los virreyes y el círculo letrado novohispano que
Sigüenza redactó su belicosa Libra astronómica y filosófica, que obtuvo las licencias para ser publicada en 1682,
aunque Sigüenza no quiso darla a luz en ese entonces, según sospechan sus
biógrafos, para no enfrentarse a un miembro tan prestigioso de la Compañía de
Jesús, a la cual Sigüenza había tratado de ingresar durante toda su vida. De
hecho, el texto fue editado recién en 1690, gracias a que su amigo Sebastián de
Guzmán y Córdoba, fiscal de la corte virreinal, aprovechó la aparición de un
nuevo cometa en 1689 para sacarlo del olvido.
La Libra es no sólo uno de los textos centrales de la versión
americana del debate sobre el cometa de 1680 sino también un modelo de prosa
argumentativa, un texto cuya retórica oscila entre el peso barroco de las
autoridades teológicas y el incipiente racionalismo que iluminaría el siglo
XVIII, un claro exponente de la forma en que se conjugaban una retórica barroca
y saberes dispares en un debate con presunciones científicas así como de la modalidad peculiar mediante la cual el
discurso de las nacientes ciencias experimentales u observacionales iba siendo
apropiado en las colonias americanas. El género del tratado, en el que prima
una impronta expositiva y argumentativa, se convierte en un espacio óptimo para
discutir las concepciones enfrentadas en torno a la cuestión comética, sosteniendo
los propios enunciados en la recusación de los ajenos y en saberes que hoy
consideraríamos correspondientes a campos disciplinarios o prácticas dispares:
teología, filosofía, poesía, matemáticas, etc. De este modo, puede decirse que
las ideas científicas de Sigüenza no sólo conviven con sino que se realizan en el
ejercicio escriturario del tratado barroco; es decir, que gracias a las formas
demostrativas del lenguaje y a la retórica argumentativa se genera el discurso
del conocimiento científico15.
Pero
simultáneamente, la Libra es un texto de proyección social, no
sólo porque tendía a combatir la superstición y el oscurantismo, sino por el
juego de relaciones personales e institucionales que se desataron en torno de
ella. Afrentado por las acusaciones del jesuita austríaco, que lo consideraba
loco -literalmente, decía que Sigüenza tenía «trabajoso el juicio» por afirmar
que los cometas eran inofensivos- Sigüenza se apoyó en la tradición de su
lengua castellana, para decir: «Hay en la lengua castellana
uno como refrán o proloquio en que se nos manda que cada uno se queje en su
lugar. Parecióme a mí el que éste sin duda me pertenece y así me he quejado en
él» (Libra 313)16. La vieja metáfora del libro o el papel
como un espacio a ocupar es recuperada en esta frase donde Sigüenza establece
una relación de propiedad con el texto de la Libra. En ese sentido, el discurso de Sigüenza es conscientemente
posicionado y se inserta, también explícitamente, en una tradición: la
tradición que capitaliza la herencia de las entonces prestigiosas letras en
lengua castellana. Pero también hay otras autoridades en las que Sigüenza se apoya, como se puede apreciar al
buscar los antecedentes del título barroco del tratado17. Y, como no podía ser de otro modo en
pleno siglo de la Revolución Científica, tenemos que remontarnos hasta Galileo
y una anécdota que dio origen a uno de sus más célebres libros.
Siempre
en torno de este misterioso asunto de los cometas, Galileo Galilei había hecho
que un discípulo suyo, Mario Guiducci, leyera en la Academia florentina tres
trabajos altamente críticos contra uno de sus adversarios, el matemático
jesuita Orazio Grassi, acerca de la naturaleza óptica de los cometas. Esos
trabajos se publicaron a mediados de 1619 bajo el título de Discorso delle comete y, según comprobó Antonio Favaro en el siglo XIX, el
verdadero autor de la mayor parte del texto fue el mismísimo Galileo -lo cual
se corresponde con el hecho de que en el momento en que apareció el libro, todo
el mundo dio por descontado que su autor era Galileo. La respuesta del jesuita
no se hizo esperar mucho y en diciembre del mismo año Grassi, bajo el seudónimo
de Lotario Sarsi Sigensano, anagrama de su nombre completo que empleó por orden
de la Compañía, publicó su Libra astronomica ac
philosophica, cuyo
subtítulo aclaraba que el propósito del libro era refutar las opiniones de
Galileo, sin mencionar siquiera a Guiducci. Por supuesto, el autor de
esta Libra también fue identificado por sus
contemporáneos y, a pesar del encubrimiento de su nombre, exigido por la Orden
de los jesuitas, se asumió que el libro reseñaba la opinión científica de la
misma acerca de los cometas. Según explica Guillermo Boido,
El término libra (balanza) que se menciona en el título tiene un
doble sentido, pues se refiere a la constelación en la que habrían aparecido
los cometas pero a la vez a la necesidad de sopesar cuidadosamente los
argumentos antes de ser aceptados. Así se entiende que la réplica posterior
de Galileo habría de llamarse Il
Saggiatore (el
ensayador o aquilatador), por referencia a la muy precisa balanza utilizada
por los joyeros para pesar piedras preciosas18. |
Por su parte,
Sigüenza justificó la elección del título de su libro en un extenso párrafo del
que citamos sólo el pasaje que nos parece más significativo:
(Libra, 252) |
|
Nótese, entonces,
que el título de su libro retomaba el del escrito por el opositor jesuita de Galileo. Este gesto reforzaba el significado de haber
colocado como árbitros de la polémica a los jesuitas, de entre los cuales
mencionaba especialmente al Rector del Colegio de San Pedro y San Pablo de
México, Francisco de Florencia, al que llamaba «gloria de nuestra criolla
nación» (Libra, 250). Tal parece que Sigüenza buscaba
litigar con Kino usando argumentos, jueces y libros provenientes de la Orden en
cuyo prestigio se sostenía, en gran medida, la autoridad del misionero
austríaco19. Pero, con el fin de no agraviar a la
Compañía de Jesús como institución, deslindó hábilmente al padre Kino de esa
orden religiosa, diciendo que lo trataría «como matemático y sujeto particular»
(Libra, 247). De este modo, Sigüenza supo
capturar retóricamente hombres y textos de la Compañía, capitalizándolos para
su causa, aunque Kino también se respaldó en personas prestigiosas para
legitimar su obra. Por ejemplo, aprovechó un elogioso soneto que Sor Juana le
había dedicado en agradecimiento por un ejemplar de la Exposición y lo utilizó contra Sigüenza. En efecto, en el «Prólogo del
autor» de su Vida
del P. Francisco J. Saeta, enterado del enojo de Sigüenza, Kino defendió su Exposición diciendo que ésta contaba con las «aprobaciones» de hombres
doctos y de «la muy erudita, capaz y religiosísima Madre
Juana Inés de la Cruz»20, a pesar de que el soneto de Sor Juana
-el 205 según la edición de Méndez Plancarte-, no opina acerca de las tesis del
jesuita, sino que parece un elogio circunstancial hecho en agradecimiento por
el volumen obsequiado o por encargo, un gesto cortesano fácil de explicar si se
tiene en cuenta que María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, mecenas de Sor
Juana, era pariente y amiga de la duquesa de Aveyro, mecenas de Kino21.
En
cuanto a la reacción de Kino, si bien la Libra de Sigüenza no afectó demasiado su prestigio, un dato
importante a considerar es que el jesuita temió que tal cosa ocurriera. Más de dos años después de la
aparición del cometa, en 1683, en una de las muchas cartas que le dirigía a su
protectora, la duquesa de Aveyro, que en ese momento patrocinaba sus misiones
en California, hablando del malhadado astro, le aseguraba que «por acá no hemos
dexado de ver y experimentar muchos effectos suyos»22.
Razón universal, razón criolla
En
el prólogo escrito por Guzmán y Córdoba, fechado en 1690, éste calificaba al
texto de Sigüenza como «panegírico de su nombre y elogio no pequeño de la
nación española» (Libra, 243), colocando así el texto de
Sigüenza bajo el amparo de las instituciones virreinales -recordemos que Guzmán
era fiscal de la corte virreinal-, pero entraba en una sutil contradicción con
las proposiciones del propio Sigüenza, quien se refería a México, en la primera
sección de la Libra, como «nuestra criolla nación» (250).
En esa misma sección preliminar, Sigüenza introdujo el tema que, enmascarado
tras la polémica suscitada por el cometa, sería desarrollado en ese mismo
tratado: la defensa de la racionalidad criolla.
No
olvidemos aquí que, para muchos tratadistas de la época, la inferioridad moral
e intelectual de los criollos era cosa comprobada, lo cual se explicaba
mediante la influencia del cálido clima americano que arruinaba el carácter de
los europeos nacidos o criados en América, quienes, se decía, terminaban por
adoptar la indolencia y los vicios adjudicados a los indios. Esas explicaciones
seudo-científicas se correspondían, demás está decirlo, con una defensa de
intereses sectoriales: eran la excusa perfecta para separar a los criollos de
altos cargos públicos, civiles, militares o religiosos -incluso los conventos
femeninos se dividían en conventos para españolas y criollas, pues la disputa
penetraba aún en los ámbitos de reclusión-23. No obstante, los criollos estaban
avanzando en algunos sectores, entre ellos la Universidad. Es en este contexto,
entonces, que debemos leer la polémica científica desatada
en la Libra. Sigüenza instauró en su tratado una
voz criolla que pretendía refutar las ideas científicas de Eusebio Kino, amparándola en el círculo jesuítico
mexicano, al cual destinaba su tratado -de hecho, explícitamente señala que su
tesis era compartida por muchos miembros de la Compañía y justifica su
intervención en la polémica aduciendo que «no sólo a mí,
sino a mi patria y a mi nación, desacreditaría con el silencio» (Libra, 368)24.
Ofendido
-como ya quedó dicho- por la acusación de locura que le había infligido Kino,
Sigüenza enarboló una defensa no sólo de sí mismo sino de los criollos como
sujetos capaces de producir un conocimiento racional, con esta irónica
expresión:
(Libra,313) |
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Toda una concepción
de la clase criolla novohispana se desprende de las airadas palabras de
Sigüenza antes citadas. Por una parte, la oposición americanos / Europa de las primeras frases es el eje
ideológico en el que se sostiene buena parte de la argumentación en la Libra, ya que a medida que se avanza en la lectura, la cuestión del
cometa se va diluyendo en una serie de reflexiones intercaladas sobre el
descrédito en que habían caído los eruditos novohispanos. Ese descrédito se
debía, muchas veces, a una suerte de autodepreciación, de la cual tenemos un
ejemplo en la confesión del propio Sigüenza, quien decía, refiriéndose a las
matemáticas, que él mismo se hallaba «perjudicado con
imaginar que sólo es perfecto en estas ciencias lo que se aprende en las
provincias remotas» (Libra, 249). Se desnudaba, así, el
«perjuicio» -prejuicio- que ya en el siglo XVII tenían internalizado muchos
novohispanos: una suerte de inferioridad congénita del sujeto americano en
relación con los estudiosos europeos de las ciencias. Asimismo, al hablar de
los «de padres españoles» que «casualmente» nacieron en América, se pone de
manifiesto el ambiguo lugar que se adjudicaba el criollo americano al
considerarse como un súbdito del imperio en una patria descentrada.
En
el fragmento citado, hay por lo menos dos conceptos más que son significativos:
uno es el de la racionalidad que, según Sigüenza, Kino pareciera negar a los
americanos. Otro, asociado con el anterior, el del dominio de la letra como
signo que evidencia «lo racional» que hay en ese «nosotros» donde el profesor
mexicano se incluía. Este punto resulta medular en la argumentación de la Libra, ya que en ella hay una exhibición tanto del dominio del
universo letrado como de la capacidad de razonamiento lógico y matemático de su
autor. Así, Sigüenza adoptaba la modalidad escolástica de argumentación,
signada por la remisión a «las autoridades de poetas,
astrólogos, filósofos y santos padres» (Libra, 256),
mientras desarrollaba un habilísimo ejercicio de lógica discursiva a lo largo
de todo el texto, tratando de desmontar la argumentación de la Exposición de Kino. Este ejercicio de lógica, que involucraba análisis
de la retórica empleada por Kino o dudas sobre la validez de las autoridades
citadas por su adversario para el tema que se estaba debatiendo, se
complementaba con una exhibición de sus destrezas matemáticas al final de
texto, donde compendiaba sus observaciones sobre el cometa y sus cálculos sobre
la ubicación de la ciudad de México ofreciéndolos a «los matemáticos de la
Europa», quienes quedaban equiparados así a ese auditorio universal que
Sigüenza buscaba cuando apelaba a «cuantos supieren leer,
que sean de la nación que fueren» (Libra, 313).
Por ello, podemos decir que Sigüenza estaba situado en la frontera entre los
criterios cualitativos que operaban en el discurso científico antes de la revolución del siglo XVII y los cuantitativos
que se privilegiarían desde entonces. En cuanto a las citas de autoridad o las
menciones de lecturas previas, eran los principales indicadores del dominio del
universo letrado por parte de Sigüenza, lo cual reforzaba con frases irónicas
como ésta: «si hubiera leído el reverendo padre las
diversísimas obras de aqueste autor, supiera ...» (Libra, 273), que trataban de evidenciar los huecos en la enciclopedia
de su oponente. Esto alcanza dimensiones más significativas aún si consideramos
que para Sigüenza la lectura era equiparable a una forma de conocimiento y, en
consecuencia, de dominación, territorial.25
En
suma, esta operación discursiva de Sigüenza procuraba desmitificar el discurso
que, sólo por ser enunciado por un sujeto europeo, invalidaba su propia
capacidad como científico -sería mejor llamarlo con el término de época
«inquisitivo», en la medida en que se preocupaba por las distintas ramas del
saber- y buscaba socavar una política sobre el conocer implementada ya por los
primeros conquistadores, tendiente a reproducir los patrones de conocimiento
occidentales en las colonias. Indudablemente, como criollo y miembro de esa
«ciudad letrada», Sigüenza no podía menos que verse seducido por el
conocimiento europeo, a tal punto que, aunque pretendía refutar a Kino, lo hizo
empleando dos categorías heredadas de la ideología eurocéntrica que había
justificado la expansión colonialista y que alcanzan en el discurso de la Libra el rango de valores:
razón y universalidad del saber. Pero en ese texto se produce una apropiación
diferencial del discurso europeo, ya que hay un aprovechamiento de la validez
universal y la racionalidad adjudicadas al saber científico tal como había sido
concebido en Europa para justificar la posibilidad de abordar temas
astronómicos inclusive
desde las colonias
americanas, en función, precisamente, de esa universalidad de la razón26. O, dicho en otros términos, se desnuda
en este texto esa ignorancia
asimétrica27 constitutiva de la relación entre
discursos -científicos o de otra índole- generados en las metrópolis y las
colonias, poniendo en evidencia cómo las marcas de una posición subalterna en
el concierto de la expansión colonial aparecen también en el discurso de
índole científica.
En
este afán de defender la causa criolla, la Libra forma sistema con otros textos de Sigüenza. Por un lado, ya
mencionamos su participación en la fabricación / consolidación del mito de la
Virgen criolla, la Guadalupe, cantada en su extenso poema Primavera Indiana , pero el mismo ideologema aparece en otros de sus
escritos en prosa cuya función era oficiar de memoria de las glorias del
imperio español y de la casta criolla mexicana. Así, por ejemplo, en los Infortunios de Alonso Ramírez, un texto que ha sido considerado
novelístico pero que tiene muchas características del tipo discursivo del
testimonio, tal como lo entendemos hoy, el protagonista es un criollo y dice
haberse salvado de la esclavitud a que lo tenían sometido los piratas que lo
habían secuestrado gracias a la intervención de la Virgen Guadalupana28. En su Trofeo de la Justicia Española,29 escrito circunstancial para elogiar
el accionar de las tropas enviadas por el virrey mexicano contra unos piratas
franceses que se habían instalado en islas del Caribe, Sigüenza consignó los
nombres de todos sus informantes, en su mayoría mexicanos, y en la Relación de lo acaecido a la Armada de Barlovento, relato acerca de la misma
circunstancia histórica, anotó la lista de los nombres de los jefes de la «gloriosa»
expedición contra los franceses, lista que se cerraba con la referencia a «D. Juan Enriquez Barroto, capitán de la artillería, excelente
matemático, y a cuyos desvelos deberá la Náutica americana grandes progresos»30. Este caballero es el mismo que
mencionaba al final de los Infortunios de Alonso Ramírez como quien se encargaría de llevar a Alonso Ramírez a
Vera Cruz y, además de ser uno de los líderes de la expedición contra los
franceses, era uno de los amigos de Sigüenza, con quien compartía aficiones
intelectuales. La referencia a sus conocimientos matemáticos inscribe, en medio
de una narración de hechos de guerra, el valor del trabajo intelectual. Podría
pensarse, sin embargo, que no se trata más que de una alusión al socorrido
tópico de las armas y las letras. No obstante, también cabe considerar la
posibilidad de que haya una referencia, bajo la forma de la sinécdoque, a todo
el grupo letrado novohispano, quien queda, así, involucrado en el triunfo militar.
Por
último, encontramos otra vertiente de ese intento de subsumir la razón criolla
dentro de la razón universal, en la construcción del auditorio de ese tratado
barroco. Mientras que en el Manifiesto declaraba
que era su intención «ocurrir a las voces inadvertidas del
vulgo» ( Libra, 253) y proclamaba: «no
quiero latines en lo que pretendo vulgar» ( Libra, 256), cual si fuese un texto de divulgación científica avant la lettre,
en la Libra revelaba un conocimiento de amplio
espectro sobre textos religiosos, clásicos, filosóficos, etc., pues apuntaba a
la clase letrada, no sólo novohispana sino del «orbe literario» entero. De ahí
que aparezcan, por ejemplo, y asumiendo el carácter de citas de autoridad, dos
poemas, uno de un científico y otro de un poeta, ambos del dorado siglo XVII.
En efecto, como evidencia de que muchos escribían tratados mostrando el
perjuicio que causaban los cometas con las mismas herramientas que les hubiesen
servido para demostrar lo contrario -es decir, citando y combinando frases
altisonantes de otros autores-, Sigüenza insertó en su discurso dos poemas de
Juan Caramuel de Lobkowitz31, quien los había incluido en una de sus
obras científicas editada en 1663. El primer poema se
titula Presagios
tristes de un cometa y
el segundo, Anuncios
alegres del mismo cometa.
Lo interesante es que ambos están construidos con un mecanismo muy caro al
gusto barroco: son poemas retrógados,
es decir, que son las mismas palabras del primer poema, leídas en orden inverso
y con algunos cambios menores, las que conforman el segundo. A modo de
ilustración, citamos el inicio del primer poema: «Irradiando
muerte este astro, no anuncia el nacimiento / de un príncipe: ¡Retrocede! No
vaticina bienes» y los últimos versos del segundo: «Vaticina
bienes. ¡No retrocedas! El nacimiento de un príncipe / anuncia, no irradiando
muerte este astro» ( Libra, 333-4).
En la misma línea, exhibe su erudición literaria apelando al célebre Francisco
de Quevedo, uno de cuyos poemas transcribe, en el cual el poeta español
argumentaba en favor de una tesis idéntica a la que se sostenía en la Libra:
|
(Libra, 301) |
|
Si le agregamos a
estos poemas las más de trescientas autoridades convocadas por Sigüenza en
la Libra, entenderemos por qué la sola confección de
este tratado era un intento de dar respuesta a la subestimación por el saber criollo que sentían y mostraban hombres como Kino.
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