viernes, 8 de agosto de 2025

anarquismo e inquisición

Américo Castro  

   Cuando los españoles cristianos decidieron hacia el año 1500 que las castas judía y mora no eran tan españolas como la suya,5 no lo hicieron para deshacerse de los lazos que a ellos los ligaban (confundir su identidad nacional con su identidad religiosa), sino para adentrárselos aún más en el meollo de su vida. En otros países católicos (incluso en Italia), la política, la administración pública, la cultura intelectual, el comercio, la industria, etc., eran actividades separadas de la religión y no antagónicas respecto de ella. Pero la casta cristiano-española incurrió en el funesto error de desprestigiar y de rechazar las ocupaciones usuales de moros y judíos, en lugar de apropiárselas (algo así como destruir las casas y bienes de los conquistados o expulsados, en vez de aprovecharse de ellos).

  Fue, en cambio, potenciado al máximo el hábito de ser regida la vida ciudadana, en última instancia, por los eclesiásticos, lo mismo que los moros lo eran por sus alfaquís y los judíos por sus rabinos. De ahí la Inquisición y su absoluto imperio sobre la sociedad española desde fines del siglo XV. Por no haberse visto claro en este punto y no haberse deducido de ello sus encadenadas consecuencias, es la historiografía española el enredo y trabalenguas que aún nos abruma.


      Desde el bien orientado miradero de que ahora disponemos, se percibe con claridad la amplia dimensión de la crisis sufrida por el pueblo español a comienzos del siglo XVI. Se puso en cuestión si había que ahincarse en el "casticismo" de la creencia reforzada, o tomar, por el contrario, direcciones de vida de carácter secular. Los dos intentos para lograr esta última finalidad fallaron totalmente: la guerra civil de las Comunidades (1521), de que más adelante diré una palabra, y el movimiento erasmista. Como justamente dice J. F. Montesinos, el rasgo común que asocia a Alfonso de Valdés y a los agentes de Carlos V en Italia, "es la esperanza de que sea el Emperador, la potestad secular, no la eclesiástica, la que configure y estructure definitivamente el mundo católico".6


       Pero lo que a los erasmistas urgía (muchos de ellos conversos, como lo era Alfonso de Valdés ), no era transformar la estructura de Europa, sino la de España, para escapar a la opresión inquisitorial y conseguir mayor libertad ciudadana, reducidísima después del fracaso de las Comunidades. Alfonso de Valdés llevaba al extremo la espiritualidad erasmista, y soñaba en una iglesia sin ningún signo visible de serIo: "Haviendo muchos buenos cristianos, dondequiera que dos o tres estoviessen ayuntados, en su nombre [de Cristo], sería una iglesia " (op. cit., página 170)."Si [el Emperador] de esta vez reforma la Iglesia, pues todos ya conocen quánto es menester..., dezirse ha hasta la fin del mundo, que Jesu Cristo formó la Iglesia y el Emperador Carlos Quinto la restauró... El Emperador es muy buen cristiano y prudente, y tiene personas muy sabias en su consejo. Yo espero que él lo proveerá todo a gloria de Dios y a bien de la cristiandad" (op. cit., pág. 222).


      Lope de Soria, embajador de Carlos V, escribía de Génova en 1526: "todo el daño que V. M. pueda hacer a Su Santidad parece que será lícito hacer, considerada su ingratitud y el poco respeto que tiene al servicio de Dios y bien de los cristianos". Según este embajador, el Papa debía sólo "tentar a lo espiritual y dexar lo temporal a César".7 Era el mismo lenguaje que Carlomagno había usado con el Pontífice en el siglo VIII.


      A la sombra del poder imperial del César y del espiritual de Erasmo, algunos conversos soñaron en manejar el reino desde la corte, como siglos atrás lo habían hecho sus antepasados en la de Alfonso X. Aunque en este momento ya no regían los principios de la tolerancia reflejada en el epitafio de Fernando el Santo; la posibilidad de convivir dependía de que pudieran ser cambiados, trastornados, los mismos fundamentos de los criterios de autoridad. Se pretendía, ilusoriamente, crear un nuevo régimen de justa legalidad, cimentar sobre razones humanas y objetivadas la vigente justicia de tipo divino y castizo.

      Joaquín Costa, Francisco Giner de los Ríos, Pedro Dorado Montero, y otros eminentes escritores de fines del siglo XIX, se sorprendían al ir encontrando antecedentes de las modernas doctrinas libertarias en escritores del siglo XVI. Como no se conocía del pasado español, sino lo escrito con fines polémicos (laudar o denostar), es explicable que aquellas ideas, adversas a la autoridad del Estado y exaltadoras de la espontaneidad y "legalidad" de las decisiones íntimas de la persona, quedaran flotando como abstracciones que aparecían ahí y nada más. No se tenía en cuenta la agónica realidad de la cual aquellas ideas eran expresión y explosión. Se hablaba bien o mal del Santo Oficio, pero se cerraban los ojos y la mente a lo significado e implicado por aquella monstruosidad -una intolerable y crónica situación. De una parte, el cristiano viejo ya no aguantaba la autoridad del cristiano nuevo; muchos de ellos encumbrados hasta los más altos puestos en la corte de los Reyes Católicos. Los cristianos nuevos, por su lado, no respetaban la autoridad de quienes sometían a los de su casta a infamias y suplicios insufribles, y los tenían en agonía y desesperación sin posible salida.8


      El espectáculo descrito en la nota anterior fue repetido en muchos lugares, y son conocidas las reacciones que provocaban a través de los capaces de ponerlas por escrito. El poeta Juan Álvarez Gato lamentó en un tratadito el atentado contra Fernando el Católico en Barcelona, en 1492, y aprovechó la ocasión para decir que, con aquel crimen que todos lamentaban, Dios advertía a los Reyes para que estuviesen "aperçebidos, y aparejadas sus reales conçiencias haziendo a menudo cuenta con ellas y conjugaçión de algunas nigligeçias para que las purifiquen y esclarezcan cada día más". y añade: "También paresçe que lo hazes, Señor, porque desde su humildad se acuerden que, en esta miserable vida, todos tienen nesçesidad unos de otros, grandes chicos." 9 La sociedad se escindía; a la clase que hoy llamaríamos "medía", de nada le servía que se hubiese hecho cristiana: se encontraba aplastada entre el rencor de los de abajo y el sadismo de los de arriba. El cronista Gonzalo de Ayora, converso, formado en Italia, y que intervino en la guerra de las Comunidades como tantos otros de su casta, dirigió un "Razonamiento" al Rey Católico en 1507 contra la conducta del inquisidor Rodríguez Lucero, cuyas son estas frases: mediante amenazas, torturas y halagos lograban falsos testimonios contra "personas ricas y constituidas en oficios y denidades ['dignidades'] ..., atormentavan a las mugeres desnudas por más las avergonçar; e deshonraron a muchas. .." 10


      Este es el clima social y moral de fines del siglo XV y de comienzos del XVI en donde se incuba el ideario hoy llamado anarquista. Ya en 1492 escribía Juan Álvarez Gato, con motivo del atentado contra el Rey Católico: "No ay estado ni persona segura, grande ni chico; que todo es peligro batalla quanto ay sobre la tierra, y que no está la felicidad en poderío humano."11 Lo cual parece dotar de sentido vivo la frase retórica puesta por Fernando de Rojas al frente de La Celestina: "Todas las cosas ser criadas a manera de contienda e batalla..." Hay otras, en cambio, que diríamos anticipan las "autoridades postizas" de Santa Teresa (pág. 257): Dios es un Señor "que nunca le rogaréis que no os oya, que non huirá la cara de vos, ni se os retraerá, nin le avéis menester templar, ni es de barro como éstos".12


      
Las últimas frases del poeta Álvarez Gato son significativas en alto grado. Expresan que el ánimo del converso se replegaba defensivamente; estaban aquéllos convencidos de ser justa su causa e injusto el tratamiento que recibían de la sociedad, que era tan suya como de los cristianos viejos. Una de las salidas posibles para tan amarga situación era, entre otras, huir ascéticamente del mundo y alumbrarse el alma con el destello de justicia, inmanente en la conciencia de uno mismo. En los genialmente dotados, se tensó hasta el paroxismo la busca de Dios, sin las fallas de los señores "de barro", o de las "autoridades postizas", con las cuales Teresa de Jesús andaba en pleitos ante el tribunal de su propia intimidad, tribunal también muy competente para el otro desesperado que editó sus obras en 1588, fray Luis de León, un "libertario" espiritual, según Joaquín Costa.


       El adentramiento en la propia alma se intensificó en razón directa de las presiones ejercidas sobre ella, no genéricas e indeterminadas, sino muy concretas y claramente expresadas, según veremos al tratar de Luis de León, y hacen ver multitud de hechos y documentos antes y después de él. El adentramiento personal es solidario de las arremetidas contra la sociedad y contra los príncipes que ejercían autoridad oprimente sobre ella. Dice el cristiano nuevo y erasmista Alfonso de Valdés: " ¿Entendéis vos que los príncipes tienen el mesmo señorío sobre sus súbditos que vos sobre vuestra mula? ...Las bestias son criadas para el servicio del hombre, y el hombre para el servicio de sólo Dios. ..El buen príncipe, sin tener respecto a su interesse particular, será obligado a procurar solamente el bien del pueblo, pues fue instituido por su causa." 13


      Hoy no cabe ya dudar de que la espiritualidad de los erasmistas españoles continuaba la de los conversos del siglo XV, buscadores de la callada soledad del corazón, sólo a Dios manifiesto: "Dios entiende el habla del corazón que es una a todos los omnes y a todos los ángeles. Todos hablamos en la voluntad un lenguaje, y non más, por el cual entendemos a nos mesmos. Este entiende Dios y no el de los labios" (Juan de Lucena, Carta exhortatoria a las letras) .14 En ese "una a todos los omnes" se oye el clamor por la unidad justa, lograda desde dentro, ya que toda exterioridad -la de la ley, la de los príncipes, la de las masas rencorosas- no ofrecía garantía de justicia.


      En suma, la literatura espiritual (desde la mística a la pastoril) lo mismo que la agresiva (el teatro de la primera mitad del siglo XVI, la picaresca), son brotes de un mismo tronco, de una misma situación humana. Oscurecida la claridad de la ley (la de la Iglesia, la del Estado), la única luz era la interior, la de los alumbrados directamente por Dios. El que la secta de los alumbrados tenga raigambre musulmana (como creo que justamente pensaba Miguel Asín), es tan significativo para mí, como el hecho de haberse intensificado aquel fenómeno en el siglo XVI.


      Los alumbrados o iluminados eran también fugitivos hacia el puerto seguro de las propias almas. Que moriscos y conversos del judaísmo se interesaran en aquel modo de espiritualidad religiosa (conexa con el erasmismo, como ha hecho ver Marcel Bataillon), recibe inversa corroboración en el sorprendente hecho de que un cristiano nuevo de origen morisco, se sintiera inclinado hacia el judaísmo después de leer las obras de fray Luis de Granada, en las cuales la Inquisición había observado manifestaciones de iluminismo. Un Lorenzo Escudero, comediante sevillano, "y que no era sino morisco, hijo o descendiente de moro", se marchó a Amsterdam en 1658 a fin de convertirse al judaísmo, "dando por raçón que el aber leydo en los libros de fray Luis de Granada le havía hecho judío, y que lo que deseaba era hacer su salvación".15 Este mundo español de las tres castas es a veces tan imprevisible como insondable.


       Las ideas que a algunos escritores modernos sonaban a anarquismo, han de ser repuestas en su propia contextura de vida; son incomprensibles sin tener presente la posición social de los cristianos viejos y la de los conversos, los palos de ciego de la Inquisición y la reacción contra ellos, el fomento de la perversidad entre el vulgo desorientado,16 la exaltación de la espiritualidad religiosa y del iluminismo evangélico. Juan Álvarez Gato, contemporáneo de Enrique IV y de los Reyes Católicos, conocía la existencia de "ciertos devotos que llamaban ya alumbrados" (F. Márquez, op. cit., pág. 280): "jQué vergüença para los alumbrados de la doctrina evangélica, que sabemos que siguiéndola no solamente pasaremos este cortillo vuelo en paz, más que, siguiéndola, gozaremos de la vida eterna!" De lo cual, y de lo antes dicho, se deduce que el movimiento erasmista y la llamada prerreforma española, se fundaban más en las especiales circunstancias españolas que en paralelismos europeos.


       Situarnos como hemos hecho en el centro de los más angustiosos conflictos de fines del siglo XV y comienzos del XVI, era exigencia previa para darse cuenta del sentido "libertario" de algunos juicios expresados en las obras de muy graves autores. Entre éstos ha sido muy notado fray Luis de León, del cual decía Joaquín Costa:
       "El ideal de fray Luis es una sociedad sin Estado, o más bien un Estado que diríamos, a la moderna, "libertario", en que la gracia divina, alumbrando interiormente las almas, hiciera veces de leyes, y donde el oficio de gobernante fuese como el de pastor."17


       Luis de León, comentando el nombre "Pastor" dado a Cristo en la Sagrada Escritura (Nombres de Cristo, lib. I), dice que "su govierno no consiste en dar leyes ni en poner mandamientos, sino en apacentar y alimentar a los que govierna ...En cada tiempo y en cada ocasión ordena su govierno conforme al caso particular del que rige... Por lo cual su govierno es govierno estremadamente perfecto; porque, como dize Platón, no es la mejor governación la de leyes escritas... La perfecta governación es de ley biva..., de manera que la ley sea el bueno y sano juizio del que govierna, que se ajusta siempre con lo particular de aquel a quien rige (Repúblicalibro IV) ".18

      Si Luis de León no hubiera pasado de aquí, sus juicios podrían explicarse como eco de doctrinas platónicas, y lo "libertario" de su pensamiento sería tema para la llamada "historia de ideas".19 Pero Luis de León no trata de esta cuestión sólo por motivos teóricos y de "Cristolatría “; el tema de la ley y de la justicia tiene aquí una dimensión vital, autobiográfica, y adquiere sentido al coordinarlo con otros lugares de los Nombres de Cristo. "Cristo -dice Luis de León- ordenó su reinado a nuestro provecho.  ...; más estos [reyes] que agora nos mandan, reinan para sí". Y como no han "hecho experiencia en sí de lo que duele la aflicción y pobreza ", ponen "sobre sus súbditos...pesadíssimos yugos..., leyes rigurosas", que hacen aplicar con "crueldad y rigor". El cerco de la angustia se va estrechando, y va apareciendo lo que en verdad motiva hablar de la ley y de lo justo: ¿cómo han de ser "las condiciones de los que en este reino son súbditos? Y, a la verdad, casi todas ellas se reducen a ésta, que es ser generosos y nobles todos, y de un mismo linaje". He ahí el problema, la dolida llaga que hace clamar a muchos españoles de primera clase, en 1583, lo mismo que cien años antes. Ese es el centro de angustia del que irradian las llamadas teorías "libertarias". Los cristianos nuevos venían blandiendo defensivamente, desde el siglo XV, el argumento de no hacer Dios diferençia entre unos y otros cristianos: "Acerca de Cristo Jesú -recuerda fray Luis-, ni es de estimar la circunscisión ni el prepucio, sino la criatura nueva (Gálatas6, 15) ". Gran nobleza es la de este reino de Cristo, "adonde ningún vasallo es ni vil en linaje, ni afrentado por condición, ni menos bien nacido el uno que el otro. Y paréceme a mí que esto es ser rey propia y honradamente, no tener vasallos viles y afrentados". Cautelosamente atenúa este tan radical juicio uno de los interlocutores, porque "conviene a las vezes maltratar una parte [del reino] para que las demás no se pierdan. Y assí, cuanto, a esto, no son dignos de reprehensión nuestros príncipes" -subentiéndase, por dejar a la Inquisición perseguirnos a nosotros los cristianos de ascendencia judaica. Mas Sabino, replica vivamente: "No los reprehendo yo agora, sino duélome de su condición, que por esa necessidad que, Juliano, dezís, vienen a ser forçosamente señores de vassallos ruines y viles." El tono de fray Luis se va alzando; será, tal vez, necesario, continúa Sabino, que los reyes autoricen tamañas crueldades: "Pero si hay algunos príncipes. ..que les parece que son señores cuando hallan mejor orden, no sólo para afrentar a los suyos, sino también para que vaya cundiendo por muchas generaciones su afrenta y que nunca se acabe, de éstos, Juliano, ¿qué me diréis?


      "-¿Qué ? -respondió Juliano-. Que ninguna cosa son menos que reyes. Lo uno, porque el fin adonde se endereça su oficio es hazer a sus vassallos bienaventurados, con lo cual se encuentra por maravillosa manera el hazerlos apocados y viles. Y.…a sí mismos se haz en daño y se apocan. Porque, si son cabeças, ¿qué honra es ser cabeça de un cuerpo disforme y vil? y si son pastores, ¿qué les vale un ganado roñoso? ...Así no es possible que se añude con paz el reino cuyas partes están tan opuestas y diferenciadas, unas con mucha honra y otras con señalada afrenta ... El reino adonde muchas órdenes y suertes de hombres y muchas casas particulares están como sentidas y heridas,20 y adonde la diferencia, que por estas causas pone la fortuna y LAS LEYES, no permite que se mezclen y se concierten bien unas con otras, está sujeto a enfermar ya venir a las armas con cualquiera razón que se ofrece. ..Por razón de la flaqueza del hombre y de su encendida inclinación a lo malo, las leyes, por la mayor parte, traen consigo un inconveniente muy grande: que siendo la intención de los que las establecen. ..retraer al hombre de lo malo e induzirle a lo bueno, resulta lo contrario a las vezes, y el ser vedada una cosa, despierta el apetito de ella." Por eso dice San Pablo (Romanos, 5,20), que "el hazer y dar leyes es muchas vezes ocasión de que se quebranten las leyes".


      Cristo usó con los suyos una nueva y extraña ley, "no solamente enseñándoles a ser buenos.  ..., más de hecho haziéndolos buenos, lo que ninguno otro rey ni legislador pudo jamás hazer". Hay, por consiguiente, dos clases de leyes: unas "hablan con el entendimiento y le dan luz en lo que conforme a razón se deve o hazer o no hazer. .." ; otras, aficionan e inclinan la voluntad a "lo que merece ser apetecido por bueno... La primera ley consiste en mandamientos y reglas; la segunda, en una salud y cualidad celestial.21 (Lo cual aclara y confirma lo dicho en el cap. VIl, pág. 264).


      Fray Luis prefiere la ley de gracia, la inspirada por Dios, porque las otras, o están corrompidas, o corrompen a la sociedad al ser aplicadas. Mucho antes que fray Luis, había escrito Alfonso de Valdés (también cristiano nuevo y erasmista): "Llamámonos cristianos y vivimos peor que turcos y que brutos animales. Si nos parece que esta doctrina cristiana es alguna burlería, ¿por qué no la dexamos del todo? ...Mas pues conocemos ser verdadera.  ..., ¿por qué vivimos como si entre nosotros no hubiese fe ni ley?22 Pero Alfonso de Valdés estaba más preocupado por la conducta de los papas, que por lo que en torno suyo acontecía en España. Fray Luis, después de un largo siglo de Inquisición, contemplaba el doloroso desgarro de la sociedad española; su proceso yel de sus compañeros, autorizado en leyes inicuas, le llevó a trazar el esquema de la vida contemporánea en palabras de una violencia no igualada por nadie en aquella época: "vasallos viles y afrentados, vasallos ruines y viles, generaciones de afrenta que nunca se acaba, vasallos apocados y viles, un cuerpo social deforme y vil, un ganado roñoso". Algunas clases de ocupaciones, ciertas profesiones ("órdenes y suertes de hombres") están "sentidas y heridas", el trabajo intelectual y técnico; y luego las familias, "muchas casas particulares". Leyes perversas impiden "que se mezclen y se concierten bien unas con otras". Nunca fue enjuiciada la vida en tiempo de Felipe II en modo tan directo y amargo: las leyes cristianas no se cumplían; y las del Estado, al encizañar las castas confundiendo los valores morales y ciudadanos con los genealógicos, creaban una sociedad "ruin, vil, afrentada, roñosa", y desesperada, añado yo. La alusión "a venir a las armas con cualquier razón que se ofrece" es clara referencia a la situación de los moriscos.


      Si se conecta lo escrito por fray Luis de León con mi libro De la edad conflictiva, será fácil percibir el sentido de los textos hasta ahora considerados como precursores de las ideas anarquistas del siglo XIX. Mas la verdad es que el español no era anarquista, ni podía sospechar lo que tal forma de vida político-social significara. Lo acontecido, en verdad, fue, que muchos españoles dotados de cultura y sensibilidad suficiente para poner en palabras lo que les aguijoneaba el alma, se recogieron en soledad dentro de sí mismos, cada uno alumbrándose a sí mismo con la luz a él asequible, y a esa luz sacaban razones para renegar de la ley visible e inmediata, y anhelaban otras formas de mejor legalidad: la de Cristo, ante todo; pero también la de la justicia musulmana, la de los alumbrados musulmanes, la de la utopía espiritual de Erasmo o la social de Tomás Moro, aplicada por el obispo Zumárraga y por Vasco de Quiroga en la Nueva España. La "huida del mundo" no era una idea de "aquel tiempo", sino una reacción contra la imposibilidad de convivir las castas de españoles entre ellas. Es así perfectamente llano que las formas expresivas de tal angustia surgieran entre los individuos más inteligentes de las castas oprimidas. Ha de tenerse además en cuenta, al llegar a este punto, el fantástico intento de sincretismo cristíano-islámico planeado por unos moriscos de Granada, y en el cual tan beatíficamente creía el arzobispo don Pedro de Castro.


      En suma, han de distinguirse las reacciones contra la ley de origen platónico,23 de las provocadas por cuanto en efecto acaecía en torno a quienes se rebelaban contra una legalidad sentida como inicua, y que incitaba a la desobediencia ya soñar en otros modos de ser regidos los hombres. Este fenómeno, a su vez, se malentiende si decimos que siempre y en todo lugar los oprimidos trataron de rebelarse contra la tiranía; porque en la España del siglo XVI se daba la circunstancia de que, entre los vejados por las malas leyes (Ios estatutos de limpieza de sangre y, antes de ellos, las premáticas contra los judíos, la inobservancia de las capitulaciones de Granada,24 la misma ley inquisitorial) se encontraban muchos doctos e inteligentes españoles capaces de razonar sobre los motivos de su agónica situación. Luis Vives ciertamente se inspiró en Platón e Isócrates al pensar que "sin leyes se vive bien con corrección y compostura de costumbres", cuando "los niños se acostumbran a tomar gusto en las cosas buenas y aversión de las malas".25 Pero el Vives que pensaba que "donde los hombres han hecho del amor al bien y del odio al mal una segunda naturaleza, no hacen falta las leyes para vivir recta y ordenadamente", es el mismo que dedica su obra De pacificatione a don Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla e Inquisidor general, con estas palabras: "Cosa de maravilla es que sea tan ancha la permisión dada al juez, que no carece de pasiones humanas, o al acusador, a quien hartas veces impelen a la calumnia el odio encubierto, la esperanza inconfesable o alguna otra inclinación aviesa." 26 Vives, cuya familia fue, o quemada o despojada de sus bienes por el Santo Oficio, hablaba de la corrupción de sus procedimientos judiciales como de asunto que le llegaba al alma.


       Otro precursor de las doctrinas libertarias es fray Alonso de Castrillo, fraile de la Merced, autor de un Tratado de república, Burgos, 1521. Fray Alonso intervino en la guerra de las Comunidades, tan ligada a la causa de los conversos, pues una de las peticiones de los comuneros era que fuese modificada la legislación inquisitorial; juzgaba el autor que los comuneros, en un principio, pedían "muy justa justicia", aunque censura la violencia subversiva con que la reclamaban. El autor oscila, cosa explicable, entre afirmar que sin rey "no ay república pacífica ", y sostener (quizá con más espontaneidad) que la obediencia "fue introducida más por fuerza de ley positiva, que por natural justicia" ( cap. VI) ; e insiste en que "salva la obediencia de los hijos a los padres y el acatamiento de los menores a los mayores en edad, toda la otra obediencia es por natura injusta, porque todos nacimos iguales y libres" ( cap. 22) .27


       Fray Alonso de Castrillo, obligado por voto a obedecer en lo espiritual, se rebela contra toda otra obediencia. Es cierto que lo hace después de la rebelión de las Comunidades y de haber fracasado en ellas como mediador, y en un libro calificado con razón de "criptopolítico" por E. Tierno Galván.


      Aquel conflicto fue provocado, según él, por "hombres peregrinos y extranjeros, enemigos de nuestra República y de nuestro pueblo" (prólogo) .La alusión a los rapaces cortesanos de Carlos I es muy directa ; con sus atropellos incitaron "a dañar, a quemar las casas, no tanto con celo de la justicia, como con codicia del robo; y como hombres cansados de obedecer, por el camino de las novedades ['de la revuelta'] desean subir a ser iguales con los mayores, que ninguna cosa puede ser tan poderosa para la perdición de los hombres como la igualdad de los hombres. Y levantados ya los escándalos, esos dicen ‘¡mueran!’, que entienden de huir primero".


      Las Comunidades tomaron las armas para ordenar lo sentido como mal gobierno, y dieron en seguida origen a un caos sin forma y sin rumbo. Muy densa de sentido está la frase "cansados de obedecer", antes subrayada. La falta de justicia justa era un mal crónico e inevitable dado el sistema de las castas; y hay que aceptar tal realidad sin embrollar con el "fue" el "debió ser", porque de otro modo la historia se queda sin objeto historiable, o el historiador toma la posición del rebelde o del tirano. La vida española se "desvivía" a sí misma y fue insegura, justamente por no haberse creado los españoles un sistema social de eficaces obediencias, sea por pacífico acuerdo o por una auténtica revolución. Por no haber acontecido lo uno ni lo otro, la situación social llegó a ser la descrita por fray Luis de León. La casta cristiana pretendió que las otras dos se "encastaran" con ella mediante la acción mágica del agua bautismal, y que de la noche a la mañana judíos y moros fueran creyentes y fieles observantes de la religión de la casta más poderosa. La cuestión fue nítidamente expuesta por Francisco de Cáceres, un judío que retornó a España en 1500, y cayó en manos de la Inquisición:


      "Si el rey, nuestro señor, mandase a los cristianos que se tornasen judíos, o se fuesen de sus reinos, algunos se tornarían judíos, e otros se irían; e los [ cristianos] que se fuesen, desque se viesen perdidos, tornarseían judíos por volver a su naturaleza ['a su lugar de origen'], e serían cristianos, e rezarían como cristianos, e engañarían al mundo; pensarían que eran judíos, e de dentro, en el corazón e voluntad, serían cristianos." 28


      Los moriscos, por su lado, pensarían y dirían lo mismo. No pudo así crearse una justicia socialmente justa, sino razones y criterios pragmáticos y de fuerza, cuyo peor defecto consistía en pretender ser justos y santos. Así surgían las actitudes "escindidas" de Luis de León o de Juan de Ávila, ambos conversos. Este último consideraba pecado conservar odio hacia los penitenciados por el Santo Oficio y "no considerar a los tales como prójimos" 29


      Abusos, ilegalidades y tropelías eran tan frecuentes fuera como dentro de España -sin duda alguna. Mas lo peculiar en nuestro caso era la pérdida de la noción de lo justo y lo injusto, y la total desorientación en cuanto a los fundamentos de la "obediencia". Resultado de esta crónica situación fue la falta de respeto por la ley y por quienes la administraban, fueran estos cristianos, judíos o conversos. La única forma de justicia que dio motivo a ilusorias añoranzas fue la de los moros (pág. 255}. En el siglo XVI, las más justas pretensiones trataban de abrirse camino a través de la corrupción y el cohecho. Escribía Carlos V al papa León X, en 1519, que los conversos habían ofrecido a Fernando el Católico, "mi señor y agüelo que aya gloria", 300,000 ducados a fin de librar de los sambenitos a los penitenciados por la Inquisición, y de que fuesen quitados los que había en las iglesias. De nada sirvió que los "de su linaje" (los conversos del judaísmo) dijesen "que les fue fecho agravio sinjusticia", y que intentaran librarse "del recelo y temor con que biven". El Emperador se oponía violentamente a que el papa diese una bula para modificar el procedimiento inquisitorial, "siendo el secreto, como lo es, la fuerza del Santo Oficio".30 Los conversos, igual que los moriscos, pedían que en la Inquisición "los testigos y cárceles sean públicos", para que los jueces no vean en secreto "doncellas y casadas de buenos justos".31


       Pero si el poder real era sordo a las demandas de los perseguidos y martirizados por la Inquisición, no era menor la acción anárquica de los conversos, firmemente atrincherados en gran número de concejos municipales. Lo dicen sin ninguna atenuación en sus crónicas los conversos Alonso de Palencia y Mosén Diego de Valera. En Córdoba, los cristianos nuevos, "extraordinariamente enriquecidos por raras artes, y luego ensoberbecidos y aspirando con insolente arrogancia a. disponer de los cargos públicos, después que por dinero y fuera de toda regla habían logrado la orden de caballería hombres de baja extracción", suscitaban "revueltas y bandos los que antes jamás se atrevían al más insignificante movimiento de libertad". Con la ayuda de don Alonso de Aguilar, "a quien suministraban recursos en las urgencias de gastos extraordinarios y grandes salarios de las tropas, habían alistado con su favor 300 caballos bien armados, y arrojándose a mayor osadía, no se recataban de emplear a su talante ceremonias judaicas". El obispo de Córdoba, por su parte, "con el aumento de los honores, su vida y costumbres empezaron a degenerar en la vejez", y terminó siendo expulsado de su diócesis (A de Palencia, Crónica de Enrique IV, traducción de A. Paz y Melia, III, 108-109).32 La crónica de Diego de Valera, igualmente citada por Márquez, refuerza la impresión de que los cristianos nuevos oprimían a los viejos en los modos más varios. Creo inválida la explicación usual de ser estos y otros desórdenes una consecuencia de la mala gobernación del rey Enrique IV, o reflejos del llamado por Huizinga, "otoño de la Edad Media ". El caos social del siglo XV iba estrechamente unido a los encontrados intereses de las castas en pugna, una pugna que, de hecho, se traducía en la enemiga del pueblo bajo contra la burguesía ciudadana, capacitada por su cultura, su poder económico, su eficacia administrativa y técnica, e irremediablemente hispano-judaica.


       La situación de los concejos municipales no varió mucho durante el reinado de los Reyes Católicos, ni siquiera en el siglo XVI. Como dice F. Márquez en su citado artículo (pág. 539), "el ingenio de los conversos saltaba casi siempre por encima de toda clase de medidas restrictivas". Todo lo cual guarda relación con el complejo fenómeno de las Comunidades; complejo, porque en aquella turbulencia se confundían en un mismo estallido los intereses y las pasiones, tanto de los causantes como de las víctimas de un estado crónico de ilegalidad. Es razonable afirmar que los conversos incitaron y ayudaron a la revuelta cuanto estuvo en su mano. Entre las peticiones de los comuneros, figuraban éstas:


      "Que en la Inquisición se diera cierta orden como el servicio y honra de Dios se mirase.
      "Pedían más: que las personas particulares destos reinos que estaban agraviadas, fuesen oídas y desagraviadas." 33


      Comenta Pero Mejía, que "en lo tocante a la Inquisición yo no he podido saber lo que pedían" (pág. 370); pero hoy sí se sabe, gracias a las instrucciones del Emperador antes citadas (pág. 287) : que el Santo Oficio procediera abiertamente y no en secreto, y que se quitaran los sambenitos. Se sabe de cierto que judíos ricos dieron gran suma de dinero a Juan de Padilla, cabeza de la comunidad toledana, para que ayudara en lo del Santo Oficio, cosa a la que dicen se negó Padilla, aunque aceptó los escudos de oro.34 Según Pero Mejía, "a los más de los regidores [de las ciudades] les parecía bien "la sublevación contra la política seguida por el Emperador" ( pág. 368 ) ; como muchos de aquéllos eran cristianos nuevos, la causa de las libertades municipales se confunde con el interés de los conversos en mantener dentro de ellas su poder, a menudo abusivo y anarquizante.


       Si claro y justificado en cuanto a sus motivos, el movimiento de las Comunidades fue caótico en cuanto a la formulación de sus fines y a la busca de medios que hicieran realizables sus propósitos. El poder económico estaba en unas manos, y la energía bélica y dirigente en otras. Se vio a la postre que en Castilla sólo la autoridad real y los nobles a su servicio poseían auténtica capacidad de mando. Un detalle referido por Alonso de Santa Cruz (un converso) es bien revelador de la impericia de los jefes comuneros, que salieron de Torre de Lobatón (Valladolid) para ser deshechos en Villalar el 23 de abril de 1521: "De todo esto ( de sus dificultades económicas) ellos tenían la culpa, porque hallaron en Torre de Lobatón 20,000 fanegas de trigo y más de 30,000 cántaras de vino, todo lo cual destrozaron en dos meses, porque los soldados, por un par de gallinas, daban una cuba de vino; y una carga de trigo trocaban por un par de ansarones."35


        Las Comunidades fueron un zurcido mal hecho de propósitos encontrados: promover justas reformas tributarias y administrativas; supresión de las injerencias oprimentes de Chièvres y los suyos; intento quimérico de hacer de algunas ciudades de Castilla entidades políticas como las de Italia; 36 ilusión hispano-judaica de escapar a la sin duda inicua garra inquisitorial; anhelos de satisfacer inconexas ambiciones. Las Comunidades fueron además ocasión para que se revelaran algunos modos de pensar y sentir individuales, que las circunstancias no permitían manifestarse; entre los profesores de la Universidad de Alcalá, comuneros en su mayoría, florecían el utopismo y el mesianismo tan característico de los círculos erasmistas y de los cristianos nuevos. El célebre humanista Hernán Núñez, llamado el Comendador griego, y entusiasta comunero, decía "que se iría a tornar moro, si dentro de un año no viese abatido [ s] a los grandes, e que no oviesse ninguno que tuviese de cien mil maravedís arriba de renta".37


       "Cansados de obedecer", como decía fray Alonso de Castrillo, grupos de castellanos, sin enlace entre sí, pensaron poder subvertir las jerarquías vigentes. Pero los castellanos se habían constituido como Estado y como centro de la futura monarquía española, gracias al poder imperativo de quienes consiguieron superar las divergencias de castas, y sus conflictivas jerarquías espirituales. Lo que en ello hubiese habido de opresión tiránica, no viene ahora al caso; 38 pero era simplemente fantástico que en 1520 unos miles de castellanos creyeran hacedero ordenar sus vidas de acuerdo con sus intereses horizontales; economía, cooperación artesana, administración municipal autónoma. Estos planos de coincidencia no se ensamblaban entre sí, ante todo por los contrapuestos intereses de las castas: Juan de Padilla, un negro para los cristianos nuevos, apetecía el oro bien sonante de éstos, pero se negaba a dar ningún paso en cuanto a la reforma del procedimiento inquisitorial. Otro obstáculo era, además, que las unidades "celulares" de los concejos no formaban "tejido" con las próximas a ellos. Ese sueño español de constituirse en Estado (o en no-Estado) a través de fraccionamientos sui iuris, puede ser eficaz (suponiendo que lo sea) localmente, pero no más allá de los límites concejiles. Además, por lo sabido acerca del funcionamiento interior de los concejos,39 la convivencia dentro de ellos distaba de ser perfecta. 4o La autoridad unificante era, a la postre, la del poder real y la de quienes lo representaban en Castilla, quienes entonces auténticamente encarnaban el poder imperativo y organizador del naciente Imperio: el almirante don Fadrique Enríquez y el condestable don lñigo de Velasco. Los comuneros carecían de capacidad aglutinante, y al fin y al cabo tenía razón el verboso, cínico y, a veces, clarividente, fray Antonio de Guevara: "No sé yo cómo queréis reformar el reino, pues con todo vuestro favor no hay súbdito que reconozca prelado, ni hay vasallo que guarde lealtad: por manera que, so color de libertad, vive cada cual a su voluntad." (Epístolasedic. cit., pág. 150).

      Las Comunidades expresaron violentamente el descontento de los castellanos frente al modo de ser gobernados al comienzo de la dinastía de los Habsburgos. Dominada aquella sublevación, lo mismo que la de las Germanías valencianas (de carácter aún más popular y desordenado), la protesta o el recelo contra la falta de justicia y de razonabilidad de las leyes continuó manifestándose tanto en obras de carácter literario (por ejemplo; la picaresca) como en tratados de índole jurídica y sociológica. Un contemporáneo de fray Luis de León, el doctor Tomás Cerdán de Tallada, afirma ser cosa averiguada que "las buenas leyes nacieron de las malas costumbres de los hombres, que, a no haberlas, y vivir todos bien, y a tener las repúblicas con orden y con concierto y debajo de buena administración, cosa superflua serían las leyes".41 Añade que las "demasiadas leyes" multiplican los pleitos.


      Joaquín Costa -que, sin ser anarquista, se acercaba en algunos casos a aquella doctrina- escribía en 1901: En España "podrían vivir ordenadamente los hombres en sociedad sin comercio apenas con las leyes: libres, por tanto, de la necesidad de conocerlas; y sin que, por ello, dicho se está, hubieran de chocarse entre sí las múltiples esferas individuales, ni dejaran de formar juntas -como antes y como siempre-, municipio, nación, Estado".42


      Un régimen de buenas costumbres haría innecesaria la obra del legislador; Costa llamó la atención sobre muchas de aquéllas -la del tribunal de las aguas, por ejemplo, ya antes mencionado-; pero, sobre todo, reforzó su doctrina con la de varios juristas españoles. Opinaban éstos que "el legislador promulga las leyes, tácitamente, ad referendum" ; Costa alega textos de Diego de Covarrubias, Martín de Azpilcueta, Juan de Caramuel ( éste sostenía "que la aceptación de la ley por los súbditos ha de ser libre") y de Gregorio de Valencia ("el príncipe no puede decretar leyes sino con la condición de que el pueblo las acepte") , etc.43


       Los pensadores modernos buscaban, en el XIX, el apoyo de los del siglo XVI: de Luis Vives, de Luis de León y de muchos otros. Sin tener clara noticia de cómo fuese interiormente, en el siglo XVI, la situación de los españoles conscientes de sus vidas, Francisco Giner intuyó en una frase clara y precisa el motivo ideal de coincidencia entre los modernos y los antiguos: "El poder coactivo parece, de día en día, perder la posición especial que había tenido desde Thomasius hasta Kant...; se ha empezado a volver los ojos hacia otras garantías más sólidas: sobre todo hacia el hombre interior, la disposición del espíritu, los motivos de la conducta, y, por tanto, hacia esa educación contemporánea, cuyos grandes trazos acabamos de bosquejar."44


       Ya sé que la forma y los contenidos morales del hombre interior no eran en el siglo XIX como en el XVI, aunque en una y otra época convenían en servir de norte y de acogedora orilla para muchos náufragos sin otra esperanza de salvación. El hombre interior, iluminado por la gracia divina, fortaleció a los exteriormente oprimidos, fue el primer peldaño en la escala mística de la liberación.45


      En mi libro Aspectos del vivir hispánico, 1949, pág. 25 y sigs., tracé un bosquejo de las esperanzas mesiánicas que estremecían el ánimo de varios escritores del siglo XV: "El nacimiento del príncipe don Juan, «el deseado de las gentes», se comparaba con el de San Juan. El Bachiller Palma, en estilo propio de conversos..., se expresa en formas de espiritualidad paulina". La libertad espiritual -la redención religiosa- se confundía con la libertad secular. El cronista Enríquez del Castillo escribía a la reina Isabel que Jesu Cristo vino a librarnos también de "la tirana servidumbre del mundo, para que ninguno sin cotidiano mantenimiento pueda ser compelido a servir". Lucas Fernández dice en una égloga, que "el mundo es ya librado de tributo, y restaurado". Fray Francisco de Osuna afirma en su Abecedario espiritual (tan expurgado por la Inquisición), que la gracia del Espíritu Santo "se comunica más a los viles e menospreciados, que no a los presumptuosos e altivos". Como digo en la página 35 de mi citado libro: este "cristianismo interior, espiritual, es análogo al de los [futuros] erasmistas".


       El sueño de una mesiánica redención, tan visible y tangible como espiritual, se expresa a veces con frenesí en estos escritores, unos profanos y otros religiosos. Que esta idea floreciese intensamente entre conversos es cosa natural, dada la coincidencia existente entre "redención" y "liberación de los pueblos" para algunos místicos judíos:"La redención tenía un contenido tanto político como histórico. La esperanza de liberarse los pueblos de sus yugos y de salir a una nueva libertad era un estímulo que actuaba con enorme y poderosa eficacia sobre la idea mesiánica." 46


        La situación en España se hizo muy compleja y no es fácil de entender a primera vista, por haber confluido las corrientes de espiritualidad (tanto las europeas como las orientales) en la misma zona polémica en donde se entrechocaban las castas adversas. De esas posiciones íntimas muy poco trascendió al exterior; no surgieron nuevos modos de creencia religiosa, ni se modificó visiblemente la estructura política o social. Cabría mencionar, a lo sumo, el fracasado y confuso intento de las Comunidades; o aquel proyecto de fray Juan de Zumárraga y del obispo Vasco de Quiroga de hacer vivir a los indios de Michoacán de acuerdo con las normas trazadas por Tomás Moro en su Utopía, 47 y retornar así a la incorrupta pureza de la Edad de Oro. Todo, a la postre, se tradujo en un enriquecimiento de las posibilidades dramáticas, poéticas y novelísticas del "hombre interior", como resultado de la tensión conflictiva de la existencia española. Al darnos cuenta de ello se hacen comprensibles el amplio radio y la profundidad de la literatura del Siglo de Oro, encuadrada por La Celestina, el Quijote, el teatro de Lope de Vega y la mística de San Juan de la Cruz.

[...]

 

NOTAS

 

      5 Guerra de "españoles contra españoles" llamó a la guerra contra los moriscos don Diego Hurtado de Mendoza, que estaba allí, conocía los hechos y era inteligente (Guerra de Granada, Bibl. Aut. Esp., XXI, 73).
      6 Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, Madrid, 1928, pág. 53 de la introducción.
      7 Apud J. F. Montesinos, op. cit., pág. 51.
      8 En Toledo, el 12 de febrero de 1486, setecientas cincuenta personas, hombres y mujeres, fueron obligadas a salir en procesión de la iglesia de San Pedro Mártir, "los hombres en cuerpo, las cabeças descubiertas e descalzos sin calças; e por el gran frío que hacía les mandaron llevar unas soletas debaxo los pies, por encima descubiertos, con candelas en las manos no ardiendo; e las mujeres en cuerpo sin cobertura ninguna, las caras descubiertas e descalças como los hombres e con sus candelas. ¡En la qua! gente ivan muchos hombres prinrcipales de ellos [es decir, cristianos nuevos] y hombres de honra. Y por el gran frío que hazía y de la desonra y mengua que reçebían por la gran gente que los miraba..., ivan dando grandes alaridos; y llorando, algunos se mesavan; créese más por la desonra y mengua que reçebían que no por la ofensa que a Dios hizieron". Luego en la catedral les dijeron misa y les predicaron los padres inquisidores, y a cada uno le leían públicamente las cosas en que había judaizado. (Fidel Fita, La Inquisición toledana, en "Boletín de la R. Academia de la Historia", IX, pág. 295; y Francisco Márquez, Juan Alvarez Gato, 1960, pág. 295).
        9 Ver Francisco Márquez, op. cit., pág. 297.
       10 F. Márquez, op. cit., pág. 407.
       11 Obras completas de Juan Alvarez Gato, edic. de Jenaro Artiles, pág. 185.
       12 De una carta anterior a 1480, en F. Márquez, op. cit., pág. 285.
       13 Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, edic. J. F. Montesinos, pág. 109.
       14 "Bibliófilos Españoles", XXIX, 213.
       15 Archivo Histórico Nacional de Madrid,.'Inquisición", libro 1123, apud I. S. Revah, Spinoza et Juan de Prado, La Haya, Mouton et Cie., 1959, pág. 62.
       16 Los niños jugaban a “jueces y penitenciados" por el Santo Oficio, incluso el príncipe don Juan y los donceles que jugaban con él; los cuales a poco estrangulan a un "penitenciado", el cual en efecto (sabemos ahora) era un cristiano nuevo. Por fortuna intervino la reina Isabel, a quien despertaron de su siesta: La cual, "alçando un poco las faldas y sin chapines, se fue al trascorral donde se executava el juego, que estava a pique que querían dar a los relajados garrotes y, según iva el negocio, de veras se lo dieran... Llegó al Príncipe y diole un bofetón y quitó los presos, y Ilevóselos consigo cubiertos con unas capas. Súpose esto, y a Fernán d' Alvarez [padre del presunto reo] se dio satisfacción de aquel juego". El texto en F. Márquez, Juan Alvarez Gato, pág. 94.
       17 Crisis política de España (Discurso leído en los Juegos Florales de Salamanca, 15 de septiembre de 1901); incluido en Historia política social patria, selección y prólogo de José García Mercadal, Madrid, Aguilar, 1961, pág. 250. Refiere igualmente a Luis de León, Pedro Dorado Montero, Valor social de leyes y autoridades, Barcelona, Manuales Soler, [1903], pág. 16.
       18 Edic. F. de Onís, I, págs. 131, 147.
       19 F. Giner de los Ríos citó a Platón, con referencia al anarquismo, en su artículo Para la historia de las teorías libertarías, en "Boletín de la Institución Libre de Enseñanza", 1899, XXIII, 88.
       20 Por motivos distintos, otro religioso, el jesuita Pedro de Rivadeneira, habla del poco afecto sentido por Felipe II, en 1580, poco antes de la conquista de Portugal. Todos, dice, "están amargos, desgustados y alterados contra Su Majestad". Los motivos eran múltiples: en los pueblos se quejaban por el impuesto que tenían que pagar de todo lo que vendían (alcabalas) ; los clérigos protestaban por tener que dar al rey dos novenas partes de los diezmos que percibían; los frailes "por la reformación que se ha intentado hacer de algunas religiones" ; los grandes porque "no se hace caso de ellos" ; los caballeros "por las pocas mercedes que reciben". (Bibl. Aut. Esp., LX, 589) .Los motivos aducidos por el padre Rivadeneira no son los mismos que alegaba fray Luis, pero la falta de cohesión afectiva entre el pueblo y el monarca confirma, desde otro punto de vista, el estado de mala voluntad en quienes tenían que cumplir lo ordenado por la autoridad real: "De suerte que, aunque es rey tan poderoso y tan obedecido y respetado, no es tan bien quisto como solía, ni tan amado, ni tan señor de las voluntades y de los coraçones de sus súbditos..."
       21 Nombres de Cristo, libro II, "Rey de Dios", edic. cit., II, págs. 83-103, aunque ha de tenerse en cuenta todo el capítulo.
       22 Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, edic. I. F. Montesinos, pág. 94.
       23 Ver P. Dorado Montero, op. cit., pág. 14.
       24 Un noble granadino, Yusé Banegas, expresaba su melancolía por el incumplimiento de lo pactado: "Si el rey de la conquista no guarda fidelidad, ¿qué aguardaremos de sus sucesores?" (Apud F. Márquez, Juan Alvarez Gato, pág. 303).
       25 Citado por Joaquín Costa, La ignorancia del derecho, Barcelona, Manuales Soler, s. a., pág. 37.
       26 Obras completas, traducción de L. Riber, II, 274.276.
      27 La obra de Alonso de Castrillo fue citada ya por Eduardo de Hinojosa, Influencia que tuvieron en el derecho público...los filósofos y teólogos españoles, Madrid, 1890, pág. 79. Ver, además, E. Tierno Galván, en su ensayo ."De las Comunidades", incluso en Del espectáculo a la trivialización, Madrid, 1961, págs. 287-317.
      28 Fritz Baer, Die Juden im christlichen Spanien, I, pág. 545.
      29 Apud F. Márquez, Juan Alvarez Gato, pág. 294.   
      30 El texto de las instrucciones al embajador don Lope Hurtado de Mendoza, fue publicado por Fidel Fita, en Bol. Acad. de la Historia, Madrid, 1898, XXXIII, 330-345.
      31 Memorial de los moriscos de Granada a Carlos V en 1526, en Lea, A Hist. of the lnquisition of Spain, I, 585.
      32 Para toda esta cuestión debe verse Francisco Márquez, Conversos y cargos concejiles en el siglo XV, en "Rev .de Archivos, Bibliotecas y Museos", Madrid, LXIII, 2, 1957, págs. 503.540.
      33 Pero Mejía, Relación de las Comunidades de Castilla, en Bibl. Aut. Esp., XXI, 369.
      34 Ver F. Fita en "Bol. Acad. Historia", 1908, XXXIII, 307.326. Por esos documentos se sabe que a los cristianos viejos, los nuevos los llamaban "negros"; Juan de Padilla era "negro" (pág. 319). En cuanto comenzaron los alzamientos de las Comunidades, regresaron de Fez dos judíos, uno de los cuales había sido miembro del Consejo Real; fueron quemados en Sevilla en 1521 (pág.339).
      35 Crónica del Emperador Carlos V, Madrid, 1920, I, pág. 458. Como es sabido, el autor fue cosmógrafo mayor de Carlos V, pero acompañó antes a Sebastián Cabot como tesorero en 1525, en su expedición a las islas de las Especias. Ver A. Morel.Fatio, Historiographie de Charles-Quint, 100. Santa Cruz tiene todo el aire de ser un converso.
      36 Dice Antonio de Guevara en una carta supuestamente dirigida al comunero Antonio de Acuña, obispo de Zamora: "También me ha caído en gracia el arte que habéis tenido para engañar y alterar a Toledo, a Burgos, a Valladolid, a León, a Salamanca, a Avila y Segovia, diciendo que de esta hecha quedarían exentas y libertadas, como lo son Venecia, Génova, Florencia, Sena y Luca, de manera que no las llamen ya ciudades sino señorías, y que no haya en ellas regidores, sino cónsules" (Epístolas familiares, Bib. AuL Esp., XIII, 142 a).
      37 M. Danvila, Historia de las comunidades de Castilla, III, 676, apud E. Tierno Galván, op. cit., pág. 311.
      38 Fracasaron los ensayos ocasionales, según se vio, para orientar las tres castas hacia un mismo vértice de creencia religiosa. Aquella ilusión estaba relacionada, en último término, con el anhelo (más que idea) sufí de hacer coincidir en un mismo Dios toda busca amorosa de lo divino.
      39 Ver sobre todo el citado artículo de Francisco Márquez sobre las cargos concejiles.
      40 Cervantes, cuyas ideas acerca de la justicia y la autoridad eran muy semejantes a las de los autores que vengo citando, hace decir burlescamente a Sancho, con ocasión de la famosa aventura del rebuzno: "No hace al caso a la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes o regidores, como ellos una por una hayan rebuznado, porque tan a pique está de rebuznar un alcalde como un regidor" (Quijote, II, 27) .
      41 Verdadero gobierno desta monarquia, Valencia, 1581, fol. 60. Apud P. Dorado, op. cit., pág. 15. El autor era miembro del Consejo Real.
      42 La ignorancia del derecho, 1901, pág. 43.
      43 Op. cit., págs. 101.110.
      44 Acerca de la función de la ley, Madrid, 1932, pág 47. Este ensayo fue publicado en francés, en la "Revue Internationale de Sociologie", en el número de agosto-septiembre de 1908.
      45 Contraprueba de haber sido así el sentir íntimo de la gente, es la clase de los juramentos y blasfemias proferidos, a comienzos del siglo XVI, por quienes se creían injustamente privados del sostén de la gracia y de la esperanza, y se rebelaban contra Dios por haberlos des-graciado des-esperado. En 1525 "se mandó pregonar públicamente en la plaza de Zocodover, de la ciudad de Toledo, que ninguno fuese osado de decir "descreo de Dios" ...ni "no ha poder en Dios", y "no creo en la fe de Dios" ...y "reniego de la fe y la crisma que recibí" (Alonso de Santa Cruz, Crónica del Emperador Carlos V, I, 146; II, 360).
      46 Gershom Scholem, Die jüdische Mystik in ihren Hauptstromzmgen, Frankfurt a/M, 1957, pág. 334. Ver también pág. 268: "Llevando hasta sus primarios fundamentos el proceso espiritual de la existencia, se llegaria a la noción de Redención, en el sentido de que el mundo volvería a su unidad y pureza originarias."
      47 Silvio A. Zavala, La "Utopía" de Tomás Moro en La Nueva España, México, 1937; y mi Hacia Cervantes, 1960, pág. 101.
      48 "Para sabfer si gobierna Satanás una república [y no Cristo], no hay otra señal más cierta que ver si los menesterosos andan buscando el remedio, sin atinar con la entrada a los príncipes" ( Quevedo, Política de Dios y gobierno de Cristo, Bibl. Aut. Esp., XXIII, 34). Quevedo, y otros antes de él, esperaban bajara a la tierra la justicia de Cristo, por ser mala e ineficaz la gobernación según principios puramente humanos.
       

 

Américo Castro
LA REALIDAD HISTÓRICA DE ESPAÑA
Capítulo VIII
EN BUSCA DE UN MEJOR ORDEN SOCIAL: ANHELOS Y REALIDADES
ANARQUISMO
(
nota EL título "ANARQUISMO E INQUISICIÓN" es obra del editor)

https://www.vallenajerilla.com/berceo/florilegio/inquisicion/anarquismo.htm



El dualismo cátaro defiende la existencia de dos Principios Supremos: el del Bien, creador de los espíritus, y el del Mal, creador de la materia... Con la muerte, libre ya el alma del cuerpo material, será arrastrada por el espíritu al reino celeste del Bien, en donde se revestirá del cuerpo espiritual y glorioso que perdiera en su descenso a este mundo

Entre las herejías medievales emerge, sin duda, como una de las más significativas, la herejía cátara o albigense. Sin otra relación que la nominal con los katharoi novacianos de la Roma del siglo III, el catarismo medieval hunde sus raíces en el dualismo oriental (mazdeísmo de Zoroastro en el siglo VII a. de C.) que, con repercusiones en el mundo esenio, y a través de los gnósticos, neoplatónicos y maniqueos de los primeros siglos cristianos, llega a los paulicianos de Armenia a fines del siglo VII. Estos, perseguidos por los emperadores bizantinos, fueron en su mayor parte trasladados a Tracia (siglo IX), donde dieron origen al bogomilismo, cuya relación con el catarismo occidental es hoy algo comprobado e indiscutible (HISTORIA 16, número 55, páginas 81-88). En 1143 tenemos noticias de cátaros en Colonia, y su nombre ketzer pasará a significar en alemán hereje.


   
En 1163 (concilio de Tours) aparece ya como normal en Francia la denominación de cátaros. En Italia se les conocía como gazzari. Y en ambos países recibirán también el nombre de patarinos, por confusión en el uso popular con el movimiento de ese nombre que tuvo lugar en Milán en el siglo XI (1056-1075). El concilio III de Letrán (1179) identifica ya a cátaros y patarinos. En cuanto al nombre de albigenses, su origen no es claro: según unos lo recibieron en Francia por haber nacido en Albi, a mediados del siglo XII, la primera diócesis cátara, reconocida con las de Toulouse, Carcassonne y Valle de Arán en el conciliábulo de San Félix de Caraman de 1167; O quizá por la consonancia del nombre de aquella ciudad con los albaneses de Italia o con albi, blancos o puros.

Doctrina y moral

   El dualismo cátaro defiende la existencia de dos Principios Supremos: el del Bien, creador de los espíritus, y el del Mal, creador de la materia. Este es el dualismo absoluto profesado en el sur de Francia e igual al de los bogomiles búlgaros y albaneses, aunque en ciertas ciudades de Italia (Concorezzo, Bagnolo) tuvo una forma mitigada, con un ángel caído, Lucifer, subordinado al Principio del Bien. A partir de esta dualidad, el cátaro admite un mundo de mezcla en el que las almas celestes, seducidas por el Principio o ángel del Mal, se encuentran aprisionadas por la materia de la que no podrán salir, sino a través de sucesivas purificaciones -una como alquimia del ser- en una incesante reencarnación. Para los cátaros no había un infierno distinto de esta cautividad de la materia y admitían la salvación universal con el fin del mundo.


   Este proceso secular de liberación de la materia no se encuentra en todos los hombres en el mismo estadio. En algunos, los perfectos, el espíritu o parte superior del ser humano que quedó en los cielos en el momento de la caída, se ha adueñado de nuevo del alma. Con la muerte, libre ya el alma del cuerpo material, será arrastrada por el espíritu al reino celeste del Bien, en donde se revestirá del cuerpo espiritual y glorioso que perdiera en su descenso a este mundo.


   Esos Perfectos Bons Hommes no poseían bienes propios ni tenían comercio sexual alguno. Se abstenían de carne y lacticinios. No podían jurar ni ir a la guerra. Iban vestidos de negro (en tiempo de persecución sustituido por un cordón de lino o lana bajo la ropa) y vivían en comunidad, hombres y mujeres por separado. Entre los hombres se escogían los obispos y diáconos y viajaban constantemente, predicando e impartiendo el consolamentum.  
  


   Pero no todos los cátaros alcanzaban ese grado. La mayoría, los Creyentes, no han recibido aún el espíritu y -salvo que lo hagan antes de la muerte- habrán de pasar por sucesivas reencarnaciones. Les está permitido el matrimonio y aun el amor libre (mejor que aquél, ya que el matrimonio supone la institucionalización de la relación sexual -la régularisation de la débauche, en frase de Guiraud- ordenaba a la perpetuación de la materia). Pueden comer carne y tener bienes propios, aunque les están vedados el juramento y el matar animales, posibles receptáculos de reencarnación. Todos en general condenaban la pena de muerte.


   En cuanto a Cristo, los cátaros sostenían que hasta su venida la Humanidad había estado bajo el imperio de Satán (Principio del Mal), al que atribuían incluso la personificación de Jehovah en el Antiguo Testamento. Sin embargo, no consideraban a Cristo como Dios, sino como un eón emanado y adoptado por Dios como Hijo y venido al mundo a través del seno de María para enseñar a los hombres el valor del espíritu y el camino de la liberación de la materia, sin misión expiatoria alguna, sino puramente didáctica y ejemplar. Él no podía ser contaminado por la materia: su cuerpo era aparente o fantasmal y por tanto no había sufrido ni muerto realmente en la Cruz -sino sólo simbólicamente- ni resucitado corporalmente. De acuerdo con su Cristología, la Iglesia católica, con sus sacramentos materiales, su culto visible -cruces, imágenes y ornamentos- y su organización externa, era para los cátaros la gran Babilonia, la cortesana, la basílica del diablo sinagoga de Satán.


  
El acto fundamental de la vida cátara recibía el nombre de Consolamentum o comunicación del Espíritu Consolador (Paráclito) -junto con el individual dejado en el cielo cuando la caída-. El acto consistía en la imposición de manos de un Perfecto, por la que el Creyente -hombre o mujer- alcanzaba el grado de Perfecto. Desde ese momento el Espíritu se adueñaba de su alma y en él lo veneraban los demás creyentes mediante el melioramentum o genuflexión, besando el suelo y pidiendo la bendición. Los creyentes que no se sentían con fuerzas para llegar a Perfectos hacían, sin embargo, con frecuencia la convenentia convenensa o pacto de recibir el Consolamentum antes de morir.


   Esta recepción dio lugar tardíamente a la endura o suicidio voluntario pasivo, institución denigrada por los adversarios del catarismo pero sin la difusión que algunos suponen ni el significado que se le dio. Practicada por los enfermos graves que habían recibido el Consolamentum, tuvo más bien algo del nirvana budista o del estoicismo clásico, o aun si se quiere de la huelga de hambre de nuestros días, y era algo perfectamente concordante con el espíritu de liberación de la materia propio del catarismo. Claro que en esto hubo también su picaresca: a veces herederos ansiosos o cónyuges infieles provocaban la endura.


   
El culto cátaro, sin cruces, imagenes ni sacramentos, se reducía a reuniones en las que se leía el Nuevo Testamento traducido a lengua vulgar (cosa que prohibiría el concilio de Toulouse de 1229). Seguía una homilía, la recitación del pater y la bendición del pan, reservadas al Perfecto, y a veces una comida en común. Una vez al mes tenía lugar el apparelhamentum o confesión genérica de los pecados ante los diáconos (la específica y secreta se dio alguna vez).

Un terreno abonado: el Languedoc

   La doctrina cátara halló en los siglos XII y XIII un humus ideal y un ambiente apto para su expansión en el desarrollo burgués del norte de Italia y del sur de Francia y en el mutuo tráfico comercial. Ya el marco geográfico-político favorecía la libre expansión de la doctrina: en las comunas italianas, por su posición independiente del control imperial y papal equidistante de ambos poderes; en el Languedoc, por su situación de neutralidad entre el poder francés del norte, el inglés de Aquitania al oeste, el catalano-aragonés al sur y el imperial al este. Por otra parte, la conducta de los grandes dignatarios de la Iglesia (creaturas ciegas, perros mudos, les increpaba Inocencio III) dejaba mucho que desear y favorecía el auge de la contestación herética.


  Como observa Charles Molinier, de 1200 a 1250 todas las clases sociales contribuyeron a engrosar la secta. Los grandes señores feudales, si no pertenecían al catarismo, estaban estrechamente ligados a él por lazos de parentesco, vasallaje o amistad. Raimundo VI de Toulouse (1194-1222) llevaba siempre consigo un séquito de Perfectos dispuestos a darle el Consolamentum en peligro de muerte. Ramón Roger de Foix (1188-1223) vio recibirlo a su mujer Philippa y a su hermana Esclaramunda, dos grandes damas del catarismo.


   La pequeña nobleza se adscribió directamente en gran número. Unos y otros actuaban con una cierta independencia, y aun hostilidad a veces, ante el poder eclesiástico y civil. Junto a ellos, la burguesía mercantil, que participaba cada vez más por sus cónsules en el gobierno ciudadano y en la época inicial del capitalismo, aspiraba al libre comercio del dinero con la posibilidad de préstamo a interés condenado por la Iglesia católica, y veía con malos ojos las medidas antisuntuarias de la Inquisición y las persecuciones que ahuyentaban la mano de obra y el dinero. Los artesanos, especialmente los textiles, fueron una de las clases predilectas de los cátaros: muchos Perfectos ejercieron ese oficio y tisserand se convirtió, prácticamente. en sinónimo de cátaro. Los campesinos. en fin, en los que se refugiará el catarismo de los últimos tiempos, estarán contra los diezmos y primicias eclesiásticos y mirarán también por ello con simpatía al movimiento.


   Así pues, no podemos simplificar el fenómeno cátaro considerándolo (como parece fue prevalentemente el bogomilismo búlgaro) un movimiento social de las clases inferiores; debe añadirse a ello su carácter profundamente espiritual y de fuga mundi en su aspiración última: II est clair que le catharisme dépasse infinement le plan des reivindications capitalistes et commerciales (Evidentemente, el catarismo rebasa el plano de las reivindicaciones capitalistas y comerciales) (Nelli). Fourier consideraría una utopía el catarismo y Engels no vería en él más que un protestantismo utópico.


  
Otro factor singular favoreció su expansión: la poesía trovadoresca. Aunque no ha podido probarse (salvo en casos aislados como el de Guilhem de Durfort, señor de Fanjeaux, poeta y Creyente) la relación directa trovadores-catarismo, hay síntomas de indudable simpatía, mezclada con elementos políticos de afirmación occitana frente al norte. El punto de concomitancia más claro de los trovadores con el catarismo lo hallamos en la revalorización de la mujer. Para los cátaros la desigualdad de sexos era producto únicamente de la materia y en la transmigración se pasaba indistintamente a cuerpo de hombre o de mujer (aunque algunos parecen exigían un cuerpo de hombre para la última reencarnación).


  Ya vimos que las mujeres podían recibir el Consolamentum como los hombres, quedando sólo excluidas del episcopado y diaconado. Además, la concepción cátara de la preferencia del amor espiritual sobre el físico y, dentro de éste, del amor libre al conyugal, concordaba también plenamente con la actitud trovadoresca. Habrá en la castitatz heroica y meritoria de los trovadores por la dama, en la que se sublimaba la Iíbido, algo radicalmente coincidente con las supremas aspiraciones del catarismo.

Fase de las misiones y coloquios (1177-1208)

   El volumen adquirido en el siglo XII por el movimiento cátaro, junto al cual aparece, desde 1170, el de los Valdenses o Pobres de Lyon, da lugar al fin a la intervención oficial de Roma que, de 1177 a 1203, envía al sur de Francia diversas misiones, encomendadas en su mayoría a los cistercienses por Alejandro III e Inocencio III; éste actúa también en Italia enviando un legado a Verona en 1198, que ordena a los católicos de Viterbo desobedecer a los cónsules cátaros y exiliar a los herejes (1205) y obliga al Podesta y cónsules de Florencia a publicar un Estatuto (1206) contra los mismos. Pero el fruto de todo ello es escaso.


   Entonces aparece en el Languedoc la figura de Domingo de Guzmán, en 1203 y 1205; su fundación de la Orden de Predicadores no puede comprenderse bien fuera del contexto cátaro. Se trata de contrarrestar el influjo de los Perfectos con una predicación y ejemplo de vida semejantes. Se aborda el problema de la vida escandalosa del clero. Se organizan coloquios con los herejes buscando la vía de la persuasión, alguno de ellos, como el de Carcassonne en 1204, presidido por el mismo rey Pedro II de Aragón.

Fase de la Cruzada (1209-1229)

  Pero el asesinato del legado Pedro de Gastelnau, en 1208, acabará con esta fase pacífica. Inocencio III proclama la Cruzada. Un poderoso ejército desciende del norte, por el Ródano. La campaña será larga y sangrienta: en el saqueo de Béziers morirán 17.000 personas. Matadlos a todos: Dios reconocerá los suyos será la terrible consigna atribuida al legado papal. Pronto toma el mando Simón de Montfort. Pero Toulouse no se rinde y Pedro II, que ha regresado victorioso de Las Navas, saldrá al fin en defensa de sus depuestos parientes y perecerán en la jornada de Muret (1213). Poco tiempo después, caída ya Toulouse, el concilio de Letrán consumará la condena del catarismo (1215) .


   Inocencio muere al año siguiente y todo el Languedoc se subleva. Raimundo VI acude con tropas prestadas por Jaime I, y su hijo Raimundo VII desembarca en Marsella. En 1217 se recupera Toulouse y en 1218 muere Simón de Montfort. Sigue un largo paréntesis de respiro. Vuelven los Perfectos. Raimundo Trencavel recupera Carcassonne (1224). Pero en 1226 la contraofensiva de Luis VIII, que muere al regreso, acabará conduciendo al tratado de Meaux (1229), con la penitencia de Raimundo VII en Notre-Dame y la promesa de su hija Juana a Alfonso de Poitiers, hermano de Luis IX. Así se afianzará para el futuro el dominio nórdico, que la boda de Carlos de Anjou (otro hermano de San Luis) con Beatriz de Provenza no hará sino completar años después (1246).


  Todavía en 1240, exasperados los ánimos por la represión inquisitorial, el Languedoc alzaría la cabeza por última vez. Después de una amplia conspiración fracasada Toulouse-Inglatera-Aragón, sólo resistirá como último reducto cátaro la roca de Montségur, a 1.200 m de altura, no lejos de Foix, donde se guardaba el Tesoro fruto de los donativos de los Creyentes. Al fin, el 2 de marzo de 1244 se rendía también la fortaleza. El 16, en el llano al pie del castillo hoy conocido como Prat dels crematz, 205 Perfectos fueron quemados. Así terminó prácticamente la resistencia cátara, aunque otro foco fortificado, el que Quéribus, no se rendiría hasta 1255. Montségur quedó para el futuro como un símbolo misterioso y legendario, templo y fortaleza de carácter solar (como ha pretendido demostrar Fernando Niel) y relacionado incluso con la leyenda del Graal.

Fase inquisitorial: la clandestinidad (1229-1330)

   Sometidas por las armas las regiones heréticas, se inició la búsqueda implacable de los herejes. Ya en 1228 se había organizado una inquisición secular, ofreciéndose dos marcos de propina al que capturase un hereje. En 1229 el concilio de Toulouse introducía la inquisición episcopal. En 1231 Gregorio IX confiaba la inquisición monástica a los dominicos. Las hogueras proliferan de tal modo que el mismo papa ha de moderar el celo de los inquisidores, disponiendo que cada inquisidor dominico tenga un colega franciscano a fin de que la dulzura de este último temple la demasiado grande severidad del otro (1237).


   El uso de abogados estaba prohibido. En 1252, Inocencio IV autorizó la tortura -bien que ejecutada por seculares- por su célebre Constitución Ad extirpanda. Además de la hoguera existía la pena de prisión o murus que podía ser: largus, con cierta posibilidad de movimientos; strictus, con cadenas en pies y manos, local estrecho y poca comida, y strictissimus, verdadera antecámara de la tumba como dice Belperron. También se practicó la exhumación de condenados ya difuntos: en 1234, el pueblo y autoridades de Albi se negaron a esta macabra ceremonia; entonces el inquisidor se dirigió por su cuenta al cementerio y procedió por sí mismo a desenterrar los cadáveres.


   Ante esta situación, la mayoría de los Prefectos huyeron a Italia, donde reinaban mejores condiciones. Se organizará una jerarquía en el exilio y se establecerá una corriente permanente, con guías ductores, que alimentará lo que quede del catarismo occitano hasta su desaparición. Algunos cátaros huyeron también a Cataluña (véanse los trabajos de Jordi Ventura) y en León sabemos que hubo albigenses, por la Crónica de Lucas de Tuy.


   En el Languedoc, el catarismo sobrevive clandestinamente en casas particulares, hospederías y hasta en silos y bodegas: los nuntii van a buscar secretamente a los escasos Perfectos para las reuniones nocturnas. A veces salta la chispa de la rebelión, pero en vano: en 1305, Pons de Montolieu y otros seis notables de Carcassonne son atados a la cola de un caballo y arrastrados y colgados con sus trajes consulares. Poco a poco, el movimiento, refugiado cada vez más en los campos y aldeas, se extingue bajo la represión. En 1321, el último Perfecto del Languedoc, Belibasto, es capturado después de atraerle a traición desde su refugio en España (San Mateo). Alrededor de 1330 puede decirse que todo ha desaparecido en el sur de Francia, aunque en el norte de Italia y en Sicilia se prolongue aún hasta principios del siglo XV.

Huella y sentido del catarismo

   Perdurará, sin embargo, una sensibilidad espiritual particular que, a través de los turbulentos tiempos del cisma, llegará al siglo XVI. Aun sin conexión casual directa, es incontestable que muchos descendientes de herejes del siglo XIII abrazaron el calvinismo para vengarse de Roma (Nelli) Hoy apenas quedan en el pueblo huellas del catarismo, como la marmita hallada en Moissac Patarinon, semejante a la que llevaban consigo los Perfectos para no usar aquellas en que se había cocido carne. Más interesantes son quizá los restos iconográficos como las cruces antropomórficas de Cassés y Baraigne con su Cristo Viviente de grandes manos alzadas y abiertas.


   Pero el mensaje profundo del catarismo va más allá de estos restos y rebasa con mucho el marco de un simple episodio de la vida religiosa medieval. Su dualismo de antiguas raíces (aun con el lastre que supone la vinculación de la materia al Principio del Mal) responde al intento perenne y nunca satisfecho de explicar satisfactoriamente la existencia del mal, el enigma que ya atormentara siglos antes con dolores de parto (Conf. VII, 7) el corazón de Agustín .


  Su exigencia moral (aun con su flexibilidad comprensiva de la diversidad de capacidades de Perfectos y Creyentes) desmiente el laxismo que, con demasiada facilidad, se le atribuyó desde su origen. Es significativo a este respecto el caso de Jean Tisserand que, acusado falsamente de herejía, se defendía así por las calles de Toulouse: Eschuchadme, señores: no soy un hereje. Tengo una mujer con la que me acuesto. Tengo hijos, como carne. Miento y juro. iSoy, pues, un buen cristiano! (Encarcelado pese a ello, y movido en la cárcel por el ejemplo de los herejes, abrazó el catarismo y fue quemado).


   Su talante espiritual (con sus curiosas transmigraciones, su paradójica distinción de Perfectos y Creyentes y su negación de los sacramentos) resultaba más lento, más interdependiente y más incierto, pero quizá mucho más profundamente religioso que un cierto catolicismo apresurado con su individualismo, su mecanismo y su afán inmoderado de seguridad.


   
La postura socio-eclesial, en fin, del catarismo (prescindiendo de implicaciones políticas), concomitante con otros movimientos de la época como el de los valdenses, los espirituales de Joaquín de Fiore y los fraticelli, muestra una tendencia correctiva periódicamente frustrada en el seno de la Iglesia medieval: el intento de llevarla al terreno de una espiritualidad evangélica espontánea y popular de reforma interior y sencilla de vida en común, opuesta al tentador planteamiento político, o de reforma desde el poder, escogido por Gregorio VII y continuado por Inocencio III y sus sucesores hasta Bonifacio VIII, cuando la Iglesia hubo de empezar a pagar (como durante siglos seguiría haciendo) el precio del terreno en que se había colocado.

https://www.vallenajerilla.com/berceo/florilegio/inquisicion/cataros.htm


 

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