anarquismo e inquisición
Américo Castro
Cuando
los españoles cristianos decidieron hacia el año 1500 que las castas judía y
mora no eran tan españolas como la suya,5 no lo hicieron para
deshacerse de los lazos que a ellos los ligaban (confundir su identidad
nacional con su identidad religiosa), sino para adentrárselos aún más en el
meollo de su vida. En otros países católicos (incluso en Italia), la política,
la administración pública, la cultura intelectual, el comercio, la industria,
etc., eran actividades separadas de la religión y no antagónicas respecto de
ella. Pero la casta cristiano-española incurrió en el funesto error de
desprestigiar y de rechazar las ocupaciones usuales de moros y judíos, en lugar
de apropiárselas (algo así como destruir las casas y bienes de los conquistados
o expulsados, en vez de aprovecharse de ellos).
Fue, en cambio, potenciado al máximo el hábito de ser
regida la vida ciudadana, en última instancia, por los eclesiásticos, lo mismo
que los moros lo eran por sus alfaquís y los judíos por sus rabinos. De ahí la
Inquisición y su absoluto imperio sobre la sociedad española desde fines del
siglo XV. Por no haberse visto claro en este punto y no haberse deducido de
ello sus encadenadas consecuencias, es la historiografía española el enredo y
trabalenguas que aún nos abruma.
Desde el bien orientado miradero de que
ahora disponemos, se percibe con claridad la amplia dimensión de la crisis
sufrida por el pueblo español a comienzos del siglo XVI. Se puso en cuestión si
había que ahincarse en el "casticismo" de la creencia reforzada, o
tomar, por el contrario, direcciones de vida de carácter secular. Los dos intentos
para lograr esta última finalidad fallaron totalmente: la guerra civil de las
Comunidades (1521), de que más adelante diré una palabra, y el movimiento
erasmista. Como justamente dice J. F. Montesinos, el rasgo común que asocia a
Alfonso de Valdés y a los agentes de Carlos V en Italia, "es la esperanza
de que sea el Emperador, la potestad secular, no la eclesiástica, la que
configure y estructure definitivamente el mundo católico".6
Pero lo que a los erasmistas urgía (muchos
de ellos conversos, como lo era Alfonso de Valdés ), no era transformar la
estructura de Europa, sino la de España, para escapar a la opresión
inquisitorial y conseguir mayor libertad ciudadana, reducidísima después del
fracaso de las Comunidades. Alfonso de Valdés llevaba al extremo la
espiritualidad erasmista, y soñaba en una iglesia sin ningún signo visible de
serIo: "Haviendo muchos buenos cristianos, dondequiera que dos o tres
estoviessen ayuntados, en su nombre [de Cristo], sería una iglesia " (op.
cit., página 170)."Si [el Emperador] de esta vez reforma la
Iglesia, pues todos ya conocen quánto es menester..., dezirse ha hasta la fin
del mundo, que Jesu Cristo formó la Iglesia y el Emperador Carlos Quinto la
restauró... El Emperador es muy buen cristiano y prudente, y tiene personas muy
sabias en su consejo. Yo espero que él lo proveerá todo a gloria de Dios y a
bien de la cristiandad" (op. cit., pág. 222).
Lope de Soria, embajador de Carlos V,
escribía de Génova en 1526: "todo el daño que V. M. pueda hacer a Su
Santidad parece que será lícito hacer, considerada su ingratitud y el poco
respeto que tiene al servicio de Dios y bien de los cristianos". Según
este embajador, el Papa debía sólo "tentar a lo espiritual y dexar lo
temporal a César".7 Era el mismo lenguaje que Carlomagno había
usado con el Pontífice en el siglo VIII.
A la sombra del poder imperial del César y
del espiritual de Erasmo, algunos conversos soñaron en manejar el reino desde
la corte, como siglos atrás lo habían hecho sus antepasados en la de Alfonso X.
Aunque en este momento ya no regían los principios de la tolerancia reflejada
en el epitafio de Fernando el Santo; la posibilidad de convivir dependía de que
pudieran ser cambiados, trastornados, los mismos fundamentos de los criterios
de autoridad. Se pretendía, ilusoriamente, crear un nuevo régimen de justa
legalidad, cimentar sobre razones humanas y objetivadas la vigente justicia de
tipo divino y castizo.
Joaquín Costa, Francisco Giner de
los Ríos, Pedro Dorado Montero, y otros eminentes escritores de fines del siglo
XIX, se sorprendían al ir encontrando antecedentes de las modernas doctrinas
libertarias en escritores del siglo XVI. Como no se conocía del pasado español,
sino lo escrito con fines polémicos (laudar o denostar), es explicable que
aquellas ideas, adversas a la autoridad del Estado y exaltadoras de la
espontaneidad y "legalidad" de las decisiones íntimas de la persona,
quedaran flotando como abstracciones que aparecían ahí y nada más. No se tenía
en cuenta la agónica realidad de la cual aquellas ideas eran expresión y
explosión. Se hablaba bien o mal del Santo Oficio, pero se cerraban los ojos y
la mente a lo significado e implicado por aquella monstruosidad -una
intolerable y crónica situación. De una parte, el cristiano viejo ya no
aguantaba la autoridad del cristiano nuevo; muchos de ellos encumbrados
hasta los más altos puestos en la corte de los Reyes Católicos. Los cristianos
nuevos, por su lado, no respetaban la autoridad de quienes sometían a los de su
casta a infamias y suplicios insufribles, y los tenían en agonía y
desesperación sin posible salida.8
El espectáculo descrito en la nota anterior
fue repetido en muchos lugares, y son conocidas las reacciones que provocaban a
través de los capaces de ponerlas por escrito. El poeta Juan Álvarez Gato
lamentó en un tratadito el atentado contra Fernando el Católico en Barcelona,
en 1492, y aprovechó la ocasión para decir que, con aquel crimen que todos
lamentaban, Dios advertía a los Reyes para que estuviesen "aperçebidos, y
aparejadas sus reales conçiencias haziendo a menudo cuenta con ellas y
conjugaçión de algunas nigligeçias para que las purifiquen y
esclarezcan cada día más". y añade: "También paresçe que lo hazes,
Señor, porque desde su humildad se acuerden que, en esta miserable vida, todos
tienen nesçesidad unos de otros, grandes y chicos." 9 La
sociedad se escindía; a la clase que hoy llamaríamos "medía", de nada
le servía que se hubiese hecho cristiana: se encontraba aplastada entre el
rencor de los de abajo y el sadismo de los de arriba. El cronista Gonzalo de
Ayora, converso, formado en Italia, y que intervino en la guerra de las
Comunidades como tantos otros de su casta, dirigió un "Razonamiento"
al Rey Católico en 1507 contra la conducta del inquisidor Rodríguez Lucero,
cuyas son estas frases: mediante amenazas, torturas y halagos lograban falsos
testimonios contra "personas ricas y constituidas en oficios y denidades
['dignidades'] ..., atormentavan a las mugeres desnudas por más las avergonçar;
e deshonraron a muchas. .." 10
Este es el clima social y moral de fines
del siglo XV y de comienzos del XVI en donde se incuba el ideario hoy llamado
anarquista. Ya en 1492 escribía Juan Álvarez Gato, con motivo del atentado
contra el Rey Católico: "No ay estado ni persona segura, grande ni chico;
que todo es peligro y batalla quanto ay sobre la
tierra, y que no está la felicidad en poderío humano."11 Lo
cual parece dotar de sentido vivo la frase retórica puesta por Fernando de
Rojas al frente de La Celestina: "Todas las cosas ser
criadas a manera de contienda e batalla..." Hay otras, en cambio, que
diríamos anticipan las "autoridades postizas" de Santa Teresa (pág.
257): Dios es un Señor "que nunca le rogaréis que no os oya, que non huirá
la cara de vos, ni se os retraerá, nin le avéis menester templar, ni es
de barro como éstos".12
Las últimas frases del poeta Álvarez Gato son significativas en alto
grado. Expresan que el ánimo del converso se replegaba defensivamente; estaban
aquéllos convencidos de ser justa su causa e injusto el tratamiento que
recibían de la sociedad, que era tan suya como de los cristianos viejos. Una de
las salidas posibles para tan amarga situación era, entre otras, huir
ascéticamente del mundo y alumbrarse el alma con el destello de justicia,
inmanente en la conciencia de uno mismo. En los genialmente dotados, se tensó
hasta el paroxismo la busca de Dios, sin las fallas de los señores "de
barro", o de las "autoridades postizas", con las cuales Teresa
de Jesús andaba en pleitos ante el tribunal de su propia intimidad, tribunal
también muy competente para el otro desesperado que editó sus obras en 1588,
fray Luis de León, un "libertario" espiritual, según Joaquín Costa.
El adentramiento en la propia alma se
intensificó en razón directa de las presiones ejercidas sobre ella, no
genéricas e indeterminadas, sino muy concretas y claramente expresadas, según
veremos al tratar de Luis de León, y hacen ver multitud de hechos y documentos
antes y después de él. El adentramiento personal es solidario de las
arremetidas contra la sociedad y contra los príncipes que ejercían autoridad
oprimente sobre ella. Dice el cristiano nuevo y erasmista Alfonso de Valdés: "
¿Entendéis vos que los príncipes tienen el mesmo señorío sobre sus súbditos que
vos sobre vuestra mula? ...Las bestias son criadas para el servicio del hombre,
y el hombre para el servicio de sólo Dios. ..El buen príncipe, sin
tener respecto a su interesse particular, será obligado a procurar solamente el
bien del pueblo, pues fue instituido por su causa." 13
Hoy no cabe ya dudar de que la
espiritualidad de los erasmistas españoles continuaba la de los conversos del
siglo XV, buscadores de la callada soledad del corazón, sólo a Dios manifiesto:
"Dios entiende el habla del corazón que es una a todos los
omnes y a todos los ángeles. Todos hablamos en la voluntad un
lenguaje, y non más, por el cual entendemos a nos mesmos. Este
entiende Dios y no el de los labios" (Juan de Lucena, Carta
exhortatoria a las letras) .14 En ese "una a todos
los omnes" se oye el clamor por la unidad justa, lograda desde dentro, ya
que toda exterioridad -la de la ley, la de los príncipes, la de las masas
rencorosas- no ofrecía garantía de justicia.
En suma, la literatura espiritual (desde la
mística a la pastoril) lo mismo que la agresiva (el teatro de la primera mitad
del siglo XVI, la picaresca), son brotes de un mismo tronco, de una misma
situación humana. Oscurecida la claridad de la ley (la de la Iglesia, la del
Estado), la única luz era la interior, la de los alumbrados directamente
por Dios. El que la secta de los alumbrados tenga raigambre musulmana (como
creo que justamente pensaba Miguel Asín), es tan significativo para mí, como el
hecho de haberse intensificado aquel fenómeno en el siglo XVI.
Los alumbrados o iluminados eran también
fugitivos hacia el puerto seguro de las propias almas. Que moriscos y conversos
del judaísmo se interesaran en aquel modo de espiritualidad religiosa (conexa
con el erasmismo, como ha hecho ver Marcel Bataillon), recibe inversa
corroboración en el sorprendente hecho de que un cristiano nuevo de origen morisco,
se sintiera inclinado hacia el judaísmo después de leer las obras de fray Luis
de Granada, en las cuales la Inquisición había observado manifestaciones de
iluminismo. Un Lorenzo Escudero, comediante sevillano, "y que no era sino
morisco, hijo o descendiente de moro", se marchó a Amsterdam en 1658 a fin
de convertirse al judaísmo, "dando por raçón que el aber leydo en los
libros de fray Luis de Granada le havía hecho judío, y que lo que deseaba era
hacer su salvación".15 Este mundo español de las tres castas
es a veces tan imprevisible como insondable.
Las ideas que a algunos escritores
modernos sonaban a anarquismo, han de ser repuestas en su propia contextura de
vida; son incomprensibles sin tener presente la posición social de los
cristianos viejos y la de los conversos, los palos de ciego de la Inquisición y
la reacción contra ellos, el fomento de la perversidad entre el vulgo
desorientado,16 la exaltación de la espiritualidad religiosa y del
iluminismo evangélico. Juan Álvarez Gato, contemporáneo de Enrique IV y de los
Reyes Católicos, conocía la existencia de "ciertos devotos que llamaban
ya alumbrados" (F. Márquez, op. cit., pág.
280): "jQué vergüença para los alumbrados de la doctrina
evangélica, que sabemos que siguiéndola no solamente pasaremos este cortillo
vuelo en paz, más que, siguiéndola, gozaremos de la vida eterna!" De lo
cual, y de lo antes dicho, se deduce que el movimiento erasmista y la llamada
prerreforma española, se fundaban más en las especiales circunstancias
españolas que en paralelismos europeos.
Situarnos como hemos hecho en el
centro de los más angustiosos conflictos de fines del siglo XV y comienzos del
XVI, era exigencia previa para darse cuenta del sentido "libertario"
de algunos juicios expresados en las obras de muy graves autores. Entre éstos
ha sido muy notado fray Luis de León, del cual decía Joaquín Costa:
"El ideal de fray Luis es una
sociedad sin Estado, o más bien un Estado que diríamos, a la moderna,
"libertario", en que la gracia divina, alumbrando interiormente las
almas, hiciera veces de leyes, y donde el oficio de gobernante fuese como el de
pastor."17
Luis de León, comentando el nombre
"Pastor" dado a Cristo en la Sagrada Escritura (Nombres de
Cristo, lib. I), dice que "su govierno no consiste en dar leyes
ni en poner mandamientos, sino en apacentar y alimentar a los que govierna
...En cada tiempo y en cada ocasión ordena su govierno conforme al caso
particular del que rige... Por lo cual su govierno es govierno estremadamente
perfecto; porque, como dize Platón, no es la mejor governación la de leyes
escritas... La perfecta governación es de ley biva..., de manera que la ley sea
el bueno y sano juizio del que govierna, que se ajusta siempre con lo
particular de aquel a quien rige (República, libro IV) ".18
Si Luis de León no hubiera pasado de aquí, sus juicios
podrían explicarse como eco de doctrinas platónicas, y lo
"libertario" de su pensamiento sería tema para la llamada
"historia de ideas".19 Pero Luis de León no trata de esta
cuestión sólo por motivos teóricos y de "Cristolatría “; el tema de la ley
y de la justicia tiene aquí una dimensión vital, autobiográfica, y adquiere
sentido al coordinarlo con otros lugares de los Nombres de
Cristo. "Cristo -dice Luis de León- ordenó su reinado a nuestro provecho. ...; más estos [reyes] que agora nos mandan, reinan
para sí". Y como no han "hecho experiencia en sí de lo que duele la
aflicción y pobreza ", ponen "sobre sus súbditos...pesadíssimos
yugos..., leyes rigurosas", que hacen aplicar con "crueldad y
rigor". El cerco de la angustia se va estrechando, y va apareciendo lo que
en verdad motiva hablar de la ley y de lo justo: ¿cómo han de ser "las
condiciones de los que en este reino son súbditos? Y, a la verdad, casi todas
ellas se reducen a ésta, que es ser generosos y nobles todos, y de un
mismo linaje". He ahí el problema, la dolida llaga que hace
clamar a muchos españoles de primera clase, en 1583, lo mismo que cien años
antes. Ese es el centro de angustia del que irradian las llamadas teorías
"libertarias". Los cristianos nuevos venían blandiendo defensivamente,
desde el siglo XV, el argumento de no hacer Dios diferençia entre unos y otros
cristianos: "Acerca de Cristo Jesú -recuerda fray Luis-, ni es de estimar
la circunscisión ni el prepucio, sino la criatura nueva (Gálatas, 6,
15) ". Gran nobleza es la de este reino de Cristo, "adonde ningún
vasallo es ni vil en linaje, ni afrentado por condición, ni menos bien nacido
el uno que el otro. Y paréceme a mí que esto es ser rey propia y
honradamente, no tener vasallos viles y afrentados". Cautelosamente
atenúa este tan radical juicio uno de los interlocutores, porque "conviene
a las vezes maltratar una parte [del reino] para que las demás no se pierdan. Y
assí, cuanto, a esto, no son dignos de reprehensión nuestros príncipes"
-subentiéndase, por dejar a la Inquisición perseguirnos a nosotros los
cristianos de ascendencia judaica. Mas Sabino, replica vivamente: "No los
reprehendo yo agora, sino duélome de su condición, que por esa necessidad que,
Juliano, dezís, vienen a ser forçosamente señores de vassallos ruines y
viles." El tono de fray Luis se va alzando; será, tal vez,
necesario, continúa Sabino, que los reyes autoricen tamañas crueldades:
"Pero si hay algunos príncipes. ..que les parece que son señores cuando
hallan mejor orden, no sólo para afrentar a los suyos, sino también para que
vaya cundiendo por muchas generaciones su afrenta y que nunca se
acabe, de éstos, Juliano, ¿qué me diréis?
"-¿Qué ? -respondió Juliano-. Que
ninguna cosa son menos que reyes. Lo uno, porque el fin adonde se endereça su oficio
es hazer a sus vassallos bienaventurados, con lo cual se encuentra por
maravillosa manera el hazerlos apocados y viles. Y.…a sí
mismos se haz en daño y se apocan. Porque, si son cabeças, ¿qué honra es
ser cabeça de un cuerpo disforme y vil? y si son pastores,
¿qué les vale un ganado roñoso? ...Así no es possible que se
añude con paz el reino cuyas partes están tan opuestas y diferenciadas,
unas con mucha honra y otras con señalada afrenta ... El reino adonde
muchas órdenes y suertes de hombres y muchas casas particulares están
como sentidas y heridas,20 y adonde la diferencia, que por estas
causas pone la fortuna y LAS LEYES, no permite que se mezclen y se concierten
bien unas con otras, está sujeto a enfermar ya venir a las armas con
cualquiera razón que se ofrece. ..Por razón de la flaqueza del hombre y de su
encendida inclinación a lo malo, las leyes, por la mayor
parte, traen consigo un inconveniente muy grande: que siendo
la intención de los que las establecen. ..retraer al hombre de lo malo e
induzirle a lo bueno, resulta lo contrario a las vezes, y el ser vedada una
cosa, despierta el apetito de ella." Por eso dice San Pablo (Romanos, 5,20),
que "el hazer y dar leyes es muchas vezes ocasión de que se quebranten las
leyes".
Cristo usó con los suyos una nueva y
extraña ley, "no solamente enseñándoles a ser buenos. ..., más de hecho haziéndolos buenos, lo
que ninguno otro rey ni legislador pudo jamás hazer". Hay, por
consiguiente, dos clases de leyes: unas "hablan con el entendimiento y le
dan luz en lo que conforme a razón se deve o hazer o no hazer. .." ;
otras, aficionan e inclinan la voluntad a "lo que merece ser apetecido por
bueno... La primera ley consiste en mandamientos y reglas; la
segunda, en una salud y cualidad celestial.21 (Lo cual
aclara y confirma lo dicho en el cap. VIl, pág. 264).
Fray Luis prefiere la ley de gracia, la
inspirada por Dios, porque las otras, o están corrompidas, o corrompen a la
sociedad al ser aplicadas. Mucho antes que fray Luis, había escrito Alfonso de
Valdés (también cristiano nuevo y erasmista): "Llamámonos cristianos y
vivimos peor que turcos y que brutos animales. Si nos parece que esta doctrina
cristiana es alguna burlería, ¿por qué no la dexamos del todo? ...Mas pues
conocemos ser verdadera. ..., ¿por qué
vivimos como si entre nosotros no hubiese fe ni ley?" 22 Pero
Alfonso de Valdés estaba más preocupado por la conducta de los papas, que por
lo que en torno suyo acontecía en España. Fray Luis, después de un largo siglo
de Inquisición, contemplaba el doloroso desgarro de la sociedad española; su
proceso yel de sus compañeros, autorizado en leyes inicuas, le llevó a trazar
el esquema de la vida contemporánea en palabras de una violencia no igualada
por nadie en aquella época: "vasallos viles y afrentados, vasallos ruines
y viles, generaciones de afrenta que nunca se acaba, vasallos apocados y viles,
un cuerpo social deforme y vil, un ganado roñoso". Algunas clases de
ocupaciones, ciertas profesiones ("órdenes y suertes de hombres")
están "sentidas y heridas", el trabajo intelectual y técnico; y luego
las familias, "muchas casas particulares". Leyes perversas impiden
"que se mezclen y se concierten bien unas con otras". Nunca fue
enjuiciada la vida en tiempo de Felipe II en modo tan directo y amargo: las
leyes cristianas no se cumplían; y las del Estado, al encizañar las castas
confundiendo los valores morales y ciudadanos con los genealógicos, creaban una
sociedad "ruin, vil, afrentada, roñosa", y desesperada, añado yo. La
alusión "a venir a las armas con cualquier razón que se
ofrece" es clara referencia a la situación de los moriscos.
Si se conecta lo escrito por fray Luis de
León con mi libro De la edad conflictiva, será fácil percibir
el sentido de los textos hasta ahora considerados como precursores de las ideas
anarquistas del siglo XIX. Mas la verdad es que el español no era anarquista,
ni podía sospechar lo que tal forma de vida político-social significara. Lo
acontecido, en verdad, fue, que muchos españoles dotados de cultura y
sensibilidad suficiente para poner en palabras lo que les aguijoneaba el alma,
se recogieron en soledad dentro de sí mismos, cada uno alumbrándose a
sí mismo con la luz a él asequible, y a esa luz sacaban razones para renegar de
la ley visible e inmediata, y anhelaban otras formas de mejor
legalidad: la de Cristo, ante todo; pero también la de la justicia musulmana,
la de los alumbrados musulmanes, la de la utopía espiritual de Erasmo o la
social de Tomás Moro, aplicada por el obispo Zumárraga y por Vasco de Quiroga
en la Nueva España. La "huida del mundo" no era una idea de
"aquel tiempo", sino una reacción contra la imposibilidad de convivir
las castas de españoles entre ellas. Es así perfectamente llano que las formas
expresivas de tal angustia surgieran entre los individuos más inteligentes de
las castas oprimidas. Ha de tenerse además en cuenta, al llegar a este punto,
el fantástico intento de sincretismo cristíano-islámico planeado por unos
moriscos de Granada, y en el cual tan beatíficamente creía el arzobispo don
Pedro de Castro.
En suma, han de distinguirse las reacciones
contra la ley de origen platónico,23 de las provocadas por cuanto
en efecto acaecía en torno a quienes se rebelaban contra una legalidad sentida
como inicua, y que incitaba a la desobediencia ya soñar en otros modos de ser
regidos los hombres. Este fenómeno, a su vez, se malentiende si decimos que
siempre y en todo lugar los oprimidos trataron de rebelarse contra la tiranía;
porque en la España del siglo XVI se daba la circunstancia de que, entre los
vejados por las malas leyes (Ios estatutos de limpieza de sangre y, antes de
ellos, las premáticas contra los judíos, la inobservancia de las capitulaciones
de Granada,24 la misma ley inquisitorial) se
encontraban muchos doctos e inteligentes españoles capaces de razonar sobre los
motivos de su agónica situación. Luis Vives ciertamente se inspiró en Platón e
Isócrates al pensar que "sin leyes se vive bien con corrección y
compostura de costumbres", cuando "los niños se acostumbran a tomar
gusto en las cosas buenas y aversión de las malas".25 Pero el
Vives que pensaba que "donde los hombres han hecho del amor al bien y del
odio al mal una segunda naturaleza, no hacen falta las leyes para vivir recta y
ordenadamente", es el mismo que dedica su obra De
pacificatione a don Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla e Inquisidor
general, con estas palabras: "Cosa de maravilla es que sea tan ancha la
permisión dada al juez, que no carece de pasiones humanas, o al acusador, a
quien hartas veces impelen a la calumnia el odio encubierto, la esperanza
inconfesable o alguna otra inclinación aviesa." 26 Vives,
cuya familia fue, o quemada o despojada de sus bienes por el Santo Oficio,
hablaba de la corrupción de sus procedimientos judiciales como de asunto que le
llegaba al alma.
Otro precursor de las doctrinas
libertarias es fray Alonso de Castrillo, fraile de la Merced, autor de un Tratado
de república, Burgos, 1521. Fray Alonso intervino en la guerra de las
Comunidades, tan ligada a la causa de los conversos, pues una de las peticiones
de los comuneros era que fuese modificada la legislación inquisitorial; juzgaba
el autor que los comuneros, en un principio, pedían "muy justa
justicia", aunque censura la violencia subversiva con que la reclamaban.
El autor oscila, cosa explicable, entre afirmar que sin rey "no ay república
pacífica ", y sostener (quizá con más espontaneidad) que la obediencia
"fue introducida más por fuerza de ley positiva, que por natural
justicia" ( cap. VI) ; e insiste en que "salva la obediencia
de los hijos a los padres y el acatamiento de los menores a los mayores en
edad, toda la otra obediencia es por natura injusta, porque todos
nacimos iguales y libres" ( cap. 22) .27
Fray Alonso de Castrillo, obligado
por voto a obedecer en lo espiritual, se rebela contra toda otra obediencia. Es
cierto que lo hace después de la rebelión de las Comunidades y de haber
fracasado en ellas como mediador, y en un libro calificado con razón de
"criptopolítico" por E. Tierno Galván.
Aquel conflicto fue provocado, según él,
por "hombres peregrinos y extranjeros, enemigos de nuestra República y de
nuestro pueblo" (prólogo) .La alusión a los rapaces cortesanos de Carlos I
es muy directa ; con sus atropellos incitaron "a dañar, a quemar las
casas, no tanto con celo de la justicia, como con codicia del robo; y como
hombres cansados de obedecer, por el camino de las novedades
['de la revuelta'] desean subir a ser iguales con los mayores, que ninguna cosa
puede ser tan poderosa para la perdición de los hombres como la igualdad de los
hombres. Y levantados ya los escándalos, esos dicen ‘¡mueran!’, que entienden
de huir primero".
Las Comunidades tomaron las armas para
ordenar lo sentido como mal gobierno, y dieron en seguida origen a un caos sin
forma y sin rumbo. Muy densa de sentido está la frase "cansados de
obedecer", antes subrayada. La falta de justicia justa era un mal crónico
e inevitable dado el sistema de las castas; y hay que aceptar tal realidad sin
embrollar con el "fue" el "debió ser", porque de otro modo
la historia se queda sin objeto historiable, o el historiador toma la posición
del rebelde o del tirano. La vida española se "desvivía" a sí misma y
fue insegura, justamente por no haberse creado los españoles un sistema social
de eficaces obediencias, sea por pacífico acuerdo o por una auténtica
revolución. Por no haber acontecido lo uno ni lo otro, la situación social
llegó a ser la descrita por fray Luis de León. La casta cristiana pretendió que
las otras dos se "encastaran" con ella mediante la acción mágica del
agua bautismal, y que de la noche a la mañana judíos y moros fueran creyentes y
fieles observantes de la religión de la casta más poderosa. La cuestión fue
nítidamente expuesta por Francisco de Cáceres, un judío que retornó a España en
1500, y cayó en manos de la Inquisición:
"Si el rey, nuestro señor, mandase a
los cristianos que se tornasen judíos, o se fuesen de sus reinos, algunos se
tornarían judíos, e otros se irían; e los [ cristianos] que se fuesen, desque
se viesen perdidos, tornarseían judíos por volver a su naturaleza ['a su lugar
de origen'], e serían cristianos, e rezarían como cristianos, e engañarían al
mundo; pensarían que eran judíos, e de dentro, en el corazón e voluntad, serían
cristianos." 28
Los moriscos, por su lado, pensarían y
dirían lo mismo. No pudo así crearse una justicia socialmente justa, sino
razones y criterios pragmáticos y de fuerza, cuyo peor defecto consistía en
pretender ser justos y santos. Así surgían las actitudes "escindidas"
de Luis de León o de Juan de Ávila, ambos conversos. Este último consideraba
pecado conservar odio hacia los penitenciados por el Santo Oficio y "no
considerar a los tales como prójimos" 29
Abusos, ilegalidades y tropelías eran tan
frecuentes fuera como dentro de España -sin duda alguna. Mas lo peculiar en
nuestro caso era la pérdida de la noción de lo justo y lo injusto, y la total
desorientación en cuanto a los fundamentos de la "obediencia".
Resultado de esta crónica situación fue la falta de respeto por la ley y por
quienes la administraban, fueran estos cristianos, judíos o conversos. La única
forma de justicia que dio motivo a ilusorias añoranzas fue la de los moros
(pág. 255}. En el siglo XVI, las más justas pretensiones trataban de abrirse
camino a través de la corrupción y el cohecho. Escribía Carlos V al papa León
X, en 1519, que los conversos habían ofrecido a Fernando el Católico, "mi
señor y agüelo que aya gloria", 300,000 ducados a fin de librar de los
sambenitos a los penitenciados por la Inquisición, y de que fuesen quitados los
que había en las iglesias. De nada sirvió que los "de su linaje" (los
conversos del judaísmo) dijesen "que les fue fecho agravio e sinjusticia", y
que intentaran librarse "del recelo y temor con que
biven". El Emperador se oponía violentamente a que el papa diese
una bula para modificar el procedimiento inquisitorial, "siendo el
secreto, como lo es, la fuerza del Santo Oficio".30 Los
conversos, igual que los moriscos, pedían que en la Inquisición "los
testigos y cárceles sean públicos", para que los jueces no vean en secreto
"doncellas y casadas de buenos justos".31
Pero si el poder real era sordo a las
demandas de los perseguidos y martirizados por la Inquisición, no era menor la
acción anárquica de los conversos, firmemente atrincherados en gran número de
concejos municipales. Lo dicen sin ninguna atenuación en sus crónicas los
conversos Alonso de Palencia y Mosén Diego de Valera. En Córdoba, los
cristianos nuevos, "extraordinariamente enriquecidos por raras artes, y
luego ensoberbecidos y aspirando con insolente arrogancia a. disponer de los
cargos públicos, después que por dinero y fuera de toda regla habían logrado la
orden de caballería hombres de baja extracción", suscitaban
"revueltas y bandos los que antes jamás se atrevían al más insignificante
movimiento de libertad". Con la ayuda de don Alonso de Aguilar, "a
quien suministraban recursos en las urgencias de gastos extraordinarios y
grandes salarios de las tropas, habían alistado con su favor 300 caballos bien
armados, y arrojándose a mayor osadía, no se recataban de emplear a su talante
ceremonias judaicas". El obispo de Córdoba, por su parte, "con el
aumento de los honores, su vida y costumbres empezaron a degenerar en la
vejez", y terminó siendo expulsado de su diócesis (A de Palencia, Crónica
de Enrique IV, traducción de A. Paz y Melia, III, 108-109).32 La
crónica de Diego de Valera, igualmente citada por Márquez, refuerza la
impresión de que los cristianos nuevos oprimían a los viejos en los modos más
varios. Creo inválida la explicación usual de ser estos y otros desórdenes una
consecuencia de la mala gobernación del rey Enrique IV, o reflejos del llamado
por Huizinga, "otoño de la Edad Media ". El caos social del siglo XV
iba estrechamente unido a los encontrados intereses de las castas en pugna, una
pugna que, de hecho, se traducía en la enemiga del pueblo bajo contra la
burguesía ciudadana, capacitada por su cultura, su poder económico, su eficacia
administrativa y técnica, e irremediablemente hispano-judaica.
La situación de los concejos
municipales no varió mucho durante el reinado de los Reyes Católicos, ni
siquiera en el siglo XVI. Como dice F. Márquez en su citado artículo (pág.
539), "el ingenio de los conversos saltaba casi siempre por encima de toda
clase de medidas restrictivas". Todo lo cual guarda relación con el
complejo fenómeno de las Comunidades; complejo, porque en aquella turbulencia
se confundían en un mismo estallido los intereses y las pasiones, tanto de los
causantes como de las víctimas de un estado crónico de ilegalidad. Es razonable
afirmar que los conversos incitaron y ayudaron a la revuelta cuanto estuvo en
su mano. Entre las peticiones de los comuneros, figuraban éstas:
"Que en la Inquisición se diera cierta
orden como el servicio y honra de Dios se mirase.
"Pedían más: que las personas
particulares destos reinos que estaban agraviadas, fuesen oídas y
desagraviadas." 33
Comenta Pero Mejía, que "en lo tocante
a la Inquisición yo no he podido saber lo que pedían" (pág. 370); pero hoy
sí se sabe, gracias a las instrucciones del Emperador antes citadas (pág. 287)
: que el Santo Oficio procediera abiertamente y no en secreto, y que se
quitaran los sambenitos. Se sabe de cierto que judíos ricos dieron gran suma de
dinero a Juan de Padilla, cabeza de la comunidad toledana, para que ayudara en
lo del Santo Oficio, cosa a la que dicen se negó Padilla, aunque aceptó los
escudos de oro.34 Según Pero Mejía, "a los más de los
regidores [de las ciudades] les parecía bien "la sublevación contra la
política seguida por el Emperador" ( pág. 368 ) ; como muchos de aquéllos
eran cristianos nuevos, la causa de las libertades municipales se confunde con
el interés de los conversos en mantener dentro de ellas su poder, a menudo
abusivo y anarquizante.
Si claro y justificado en cuanto a
sus motivos, el movimiento de las Comunidades fue caótico en cuanto a la
formulación de sus fines y a la busca de medios que hicieran realizables sus
propósitos. El poder económico estaba en unas manos, y la energía bélica y
dirigente en otras. Se vio a la postre que en Castilla sólo la autoridad real y
los nobles a su servicio poseían auténtica capacidad de mando. Un detalle
referido por Alonso de Santa Cruz (un converso) es bien revelador de la
impericia de los jefes comuneros, que salieron de Torre de Lobatón (Valladolid)
para ser deshechos en Villalar el 23 de abril de 1521: "De todo esto ( de
sus dificultades económicas) ellos tenían la culpa, porque hallaron en Torre de
Lobatón 20,000 fanegas de trigo y más de 30,000 cántaras de vino, todo lo cual
destrozaron en dos meses, porque los soldados, por un par de gallinas, daban
una cuba de vino; y una carga de trigo trocaban por un par de ansarones."35
Las Comunidades fueron un
zurcido mal hecho de propósitos encontrados: promover justas reformas
tributarias y administrativas; supresión de las injerencias oprimentes de
Chièvres y los suyos; intento quimérico de hacer de algunas ciudades de
Castilla entidades políticas como las de Italia; 36 ilusión
hispano-judaica de escapar a la sin duda inicua garra inquisitorial; anhelos de
satisfacer inconexas ambiciones. Las Comunidades fueron además ocasión para que
se revelaran algunos modos de pensar y sentir individuales, que las
circunstancias no permitían manifestarse; entre los profesores de la
Universidad de Alcalá, comuneros en su mayoría, florecían el utopismo y el
mesianismo tan característico de los círculos erasmistas y de los cristianos
nuevos. El célebre humanista Hernán Núñez, llamado el Comendador griego, y
entusiasta comunero, decía "que se iría a tornar moro, si dentro de un año
no viese abatido [ s] a los grandes, e que no oviesse ninguno que tuviese de
cien mil maravedís arriba de renta".37
"Cansados de
obedecer", como decía fray Alonso de Castrillo, grupos de
castellanos, sin enlace entre sí, pensaron poder subvertir las jerarquías
vigentes. Pero los castellanos se habían constituido como Estado y como centro
de la futura monarquía española, gracias al poder imperativo de quienes consiguieron
superar las divergencias de castas, y sus conflictivas jerarquías espirituales.
Lo que en ello hubiese habido de opresión tiránica, no viene ahora al
caso; 38 pero era simplemente fantástico que en 1520 unos
miles de castellanos creyeran hacedero ordenar sus vidas de acuerdo con sus
intereses horizontales; economía, cooperación artesana, administración
municipal autónoma. Estos planos de coincidencia no se ensamblaban entre sí,
ante todo por los contrapuestos intereses de las castas: Juan de Padilla, un negro para
los cristianos nuevos, apetecía el oro bien sonante de éstos, pero se negaba a
dar ningún paso en cuanto a la reforma del procedimiento inquisitorial. Otro
obstáculo era, además, que las unidades "celulares" de los concejos
no formaban "tejido" con las próximas a ellos. Ese sueño español de
constituirse en Estado (o en no-Estado) a través de fraccionamientos sui
iuris, puede ser eficaz (suponiendo que lo sea) localmente, pero no
más allá de los límites concejiles. Además, por lo sabido acerca del
funcionamiento interior de los concejos,39 la convivencia dentro de ellos
distaba de ser perfecta. 4o La autoridad unificante era, a la postre, la del
poder real y la de quienes lo representaban en Castilla, quienes entonces auténticamente
encarnaban el poder imperativo y organizador del naciente Imperio: el almirante
don Fadrique Enríquez y el condestable don lñigo de Velasco. Los comuneros
carecían de capacidad aglutinante, y al fin y al cabo tenía razón el verboso,
cínico y, a veces, clarividente, fray Antonio de Guevara: "No sé yo cómo
queréis reformar el reino, pues con todo vuestro favor no hay súbdito que
reconozca prelado, ni hay vasallo que guarde lealtad: por manera que, so color
de libertad, vive cada cual a su voluntad." (Epístolas, edic.
cit., pág. 150).
Las Comunidades expresaron violentamente
el descontento de los castellanos frente al modo de ser gobernados al comienzo
de la dinastía de los Habsburgos. Dominada aquella sublevación, lo mismo que la
de las Germanías valencianas (de carácter aún más popular y desordenado), la
protesta o el recelo contra la falta de justicia y de razonabilidad de las
leyes continuó manifestándose tanto en obras de carácter literario (por
ejemplo; la picaresca) como en tratados de índole jurídica y sociológica. Un
contemporáneo de fray Luis de León, el doctor Tomás Cerdán de Tallada, afirma
ser cosa averiguada que "las buenas leyes nacieron de las malas costumbres
de los hombres, que, a no haberlas, y vivir todos bien, y a tener las
repúblicas con orden y con concierto y debajo de buena administración, cosa
superflua serían las leyes".41 Añade que las
"demasiadas leyes" multiplican los pleitos.
Joaquín Costa -que, sin ser anarquista, se
acercaba en algunos casos a aquella doctrina- escribía en 1901: En España
"podrían vivir ordenadamente los hombres en sociedad sin comercio
apenas con las leyes: libres, por tanto, de la necesidad de
conocerlas; y sin que, por ello, dicho se está, hubieran de chocarse entre sí
las múltiples esferas individuales, ni dejaran de formar juntas -como antes y
como siempre-, municipio, nación, Estado".42
Un régimen de buenas costumbres haría
innecesaria la obra del legislador; Costa llamó la atención sobre muchas de
aquéllas -la del tribunal de las aguas, por ejemplo, ya antes mencionado-;
pero, sobre todo, reforzó su doctrina con la de varios juristas españoles.
Opinaban éstos que "el legislador promulga las leyes, tácitamente, ad
referendum" ; Costa alega textos de Diego de Covarrubias, Martín
de Azpilcueta, Juan de Caramuel ( éste sostenía "que la aceptación de la
ley por los súbditos ha de ser libre") y de Gregorio de Valencia ("el
príncipe no puede decretar leyes sino con la condición de que el pueblo las
acepte") , etc.43
Los pensadores modernos buscaban, en
el XIX, el apoyo de los del siglo XVI: de Luis Vives, de Luis de León y de
muchos otros. Sin tener clara noticia de cómo fuese interiormente, en el siglo
XVI, la situación de los españoles conscientes de sus vidas, Francisco Giner
intuyó en una frase clara y precisa el motivo ideal de coincidencia entre los
modernos y los antiguos: "El poder coactivo parece, de día en día, perder
la posición especial que había tenido desde Thomasius hasta Kant...; se ha
empezado a volver los ojos hacia otras garantías más sólidas: sobre todo hacia
el hombre interior, la disposición del espíritu, los motivos de la
conducta, y, por tanto, hacia esa educación contemporánea, cuyos grandes trazos
acabamos de bosquejar."44
Ya sé que la forma y los contenidos
morales del hombre interior no eran en el siglo XIX como en el
XVI, aunque en una y otra época convenían en servir de norte y de acogedora
orilla para muchos náufragos sin otra esperanza de salvación. El hombre
interior, iluminado por la gracia divina, fortaleció a los
exteriormente oprimidos, fue el primer peldaño en la escala mística de la
liberación.45
En mi libro Aspectos del vivir
hispánico, 1949, pág. 25 y sigs., tracé un bosquejo de las esperanzas
mesiánicas que estremecían el ánimo de varios escritores del siglo XV: "El
nacimiento del príncipe don Juan, «el deseado de las gentes», se comparaba con
el de San Juan. El Bachiller Palma, en estilo propio de conversos..., se
expresa en formas de espiritualidad paulina". La libertad espiritual -la
redención religiosa- se confundía con la libertad secular. El cronista Enríquez
del Castillo escribía a la reina Isabel que Jesu Cristo vino a librarnos también
de "la tirana servidumbre del mundo, para que ninguno sin cotidiano
mantenimiento pueda ser compelido a servir". Lucas Fernández dice en una
égloga, que "el mundo es ya librado de tributo, y restaurado". Fray
Francisco de Osuna afirma en su Abecedario espiritual (tan
expurgado por la Inquisición), que la gracia del Espíritu Santo "se
comunica más a los viles e menospreciados, que no a los presumptuosos e
altivos". Como digo en la página 35 de mi citado libro: este
"cristianismo interior, espiritual, es análogo al de los [futuros]
erasmistas".
El sueño de una mesiánica redención,
tan visible y tangible como espiritual, se expresa a veces con frenesí en estos
escritores, unos profanos y otros religiosos. Que esta idea floreciese
intensamente entre conversos es cosa natural, dada la coincidencia existente
entre "redención" y "liberación de los pueblos" para
algunos místicos judíos:"La redención tenía un contenido tanto político
como histórico. La esperanza de liberarse los pueblos de sus yugos y de salir a
una nueva libertad era un estímulo que actuaba con enorme y poderosa eficacia
sobre la idea mesiánica." 46
La situación en España se hizo
muy compleja y no es fácil de entender a primera vista, por haber confluido las
corrientes de espiritualidad (tanto las europeas como las orientales) en la
misma zona polémica en donde se entrechocaban las castas adversas. De esas
posiciones íntimas muy poco trascendió al exterior; no surgieron nuevos modos
de creencia religiosa, ni se modificó visiblemente la estructura política o
social. Cabría mencionar, a lo sumo, el fracasado y confuso intento de las
Comunidades; o aquel proyecto de fray Juan de Zumárraga y del obispo Vasco de
Quiroga de hacer vivir a los indios de Michoacán de acuerdo con las normas trazadas
por Tomás Moro en su Utopía, 47 y retornar
así a la incorrupta pureza de la Edad de Oro. Todo, a la postre, se tradujo en
un enriquecimiento de las posibilidades dramáticas, poéticas y novelísticas del
"hombre interior", como resultado de la tensión conflictiva de la
existencia española. Al darnos cuenta de ello se hacen comprensibles el amplio
radio y la profundidad de la literatura del Siglo de Oro, encuadrada por La
Celestina, el Quijote, el teatro de Lope de Vega y la mística
de San Juan de la Cruz.
[...]
NOTAS
Américo Castro
LA REALIDAD HISTÓRICA DE ESPAÑA
Capítulo VIII
EN BUSCA DE UN MEJOR ORDEN SOCIAL: ANHELOS Y REALIDADES
ANARQUISMO
(nota EL título
"ANARQUISMO E INQUISICIÓN" es obra del editor)
https://www.vallenajerilla.com/berceo/florilegio/inquisicion/anarquismo.htm