lunes, 1 de diciembre de 2025

 

EUROPA Y LA GENTE SIN HISTORIA

EL TRÁFICO DE PIELES

Hasta fines del siglo XVI, las flotas ibéricas dominaron el Atlántico e impidieron la expansión en Norteamérica de otras naciones de Europa. Pero, a medida que decaía el poderío ibérico, aumentaba con rapidez la colonización por parte de países del norte de Europa, que trajo consigo el florecimiento del comercio de pieles en la América del Norte. Para los europeos que buscaban riquezas, las pieles no eran bienes de alta prioridad; más deseables para ellos eran, oro, plata, azúcar, especias y esclavos pues dejaban más provecho. Así y todo, la búsqueda de pieles tendría una repercusión profunda en los pueblos nativos de la América del Norte y en sus modos de vida, y constituiría uno de los episodios más espectaculares en la historia de la expansión mercantil europea.

Fuente: Archivo:NorthAmerica-WaterDivides.png - https://es.wikipedia.org

HISTORIA DEL TRÁFICO DE PIELES

 

Para cuando los primeros comerciantes europeos en pieles iniciaron sus actividades en el continente norteamericano, el comercio de pieles ya tenía una historia larga y remunerativa en Europa y Asia. Escandinavia había proporcionado a la antigua Roma no nada más pieles sino también ámbar, marfil marino y esclavos, y recibió a cambio oro, plata y tesoros (Jones, 1968:23). A fines del siglo IX d.c. comerciantes señoriales, como Ottar, que radicaba en los fiordos noruegos cerca de donde hoy está Tromsö, recibían como tributo de los cazadores lapones pieles de marta, de reno, de oso y de nutria y las vendían en Noruega. Dinamarca e Inglaterra (Jones, 1968:161-162). En los comienzos del siglo X los rusos vikingos entregaban a los búlgaros en la comba del Volga martas cebellinas, ardillas, armiños, zorros blancos y negros, martas, castores y esclavos; en 922 d.c., el árabe Ibn Fadlan describió gráficamente el viaje Volga debajo de los comerciantes rusos llevando cebellinas y esclavas a los mercados del Levante islámico. Después de los vikingos, la Liga Hanseática de Alemania del Norte también explotó el comercio de pieles en el norte. Desde una factoría situada en Bergen explotaron sin piedad a los noruegos, y los obligaron a entregar y limpiar enormes cantidades de pieles y peces a cambio de adelantos de dinero; operaron una especie de “peonaje internacional por deudas” (Wallersstein, 1974:121.)

            En lo que hoy es Rusia, las operaciones de los rusos vikingos llevaron al desarrollo de las entidades políticas de Kiev y Novgorod en los siglos IX y X. Para dichos Estados, así como para todos sus sucesores, el comercio de pieles llegó a ser “el renglón de comercio más valioso, desde sus más remotos comienzos hasta el siglo XVIII y más allá” (Kerner, 1942:8). Y, ciertamente, el curso de la expansión rusa ha sido descrito como una búsqueda amplia de “control de cuencas fluviales sucesivas mediante la regulación del transporte entre ellas; la rapidez de esta expansión la determinaba el agotamiento de animales de piel en cada una de las sucesivas cuencas” (Kerner, 1942: 30). Los rusos, al igual que los otares que los precedieron, se hacían de pieles mediante el tributo (iasak) impuesto a las poblaciones nativas consideradas como organismo, y por medio de un diezmo sobre todas las pieles logradas por cada individuo. Las pieles así obtenidas llegaron a ser un renglón importante de los ingresos del Estado ruso; en 1589 significaron el 3.8% de todos los ingresos del estado y en 1644 esta cifra había subido al 10%. Sólo cuando Pedro el Grande lanzó a Rusia en la senda de la industrialización declinó la importancia del tributo en pieles. Y aun entonces, siguió siendo hasta el siglo XIX la contribución principal de Siberia a la economía rusa.

            Vemos, pues que el comercio de pieles no fue un fenómeno norteamericano sino mundial. El eslabón entre el Viejo y el Nuevo Mundo fue la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Hasta que Inglaterra conquistó Canadá, Amsterdam se quedó con un porcentaje elevado de las pieles obtenidas en la América del Norte; además reexportaba pieles de castor a Rusia para un procesamiento posterior que era parte de su comercio de exportación en el Báltico. Fue común que esta red internacional de re-exportaciones evitara congestionamientos en los mercados europeos, especialmente durante las guerras del siglo XVII; también mantuvo los precios estables en todo el sistema internacional (Rich, 1955). En el siglo XIX, los castores perdieron importancia; su lugar lo ocuparon las nutrias y las focas marinas exportadas principalmente de América del Norte a China. A fines del siglo XVII Rusia también perdió su papel dominante en el mercado europeo de pieles, por lo que buscó salida para sus pieles en China y en otras partes de Asia (Mancall 1971:12).

            El objetivo principal del comercio norteamericano fue el castor, especialmente después de las postrimerías del siglo XVI, en que el animal menguó mucho en Europa. Se le busco no por la piel sino por la lana de piel, una capa de pelo suave y rizado que crece junto a la piel, la cual debía ser separada del pellejo y de la capa de pelos más largos y tiesos. A esta lanilla de la piel se la procesaba y se convertía en fieltros propios para telas o sombreros. Cobró gran importancia la lana de la piel del castor para hacer sombreros. Así, en Inglaterra, inmigrantes españoles y holandeses popularizaron en el siglo XVI la moda de los sombreros en vez de las cachuchas de lana. En lo sucesivo, la legislación suntuaria no pudo evitar, pese a ser muy copiosa, la declinación de la fabricación de cachuchas; la cachucha acabó por ser una marca distintiva de las clases bajas.

            Para los miembros de las capas superiores, la forma y el tipo del sombrero se convirtieron en indicadores de las inclinaciones políticas. Los Estuardo y sus partidarios se inclinaron por el “castor español” de copa alta, alas anchas y tendiendo a lo cuadrado. Los Puritanos introdujeron el sombrero de ala ancha, achatado y un tanto desmañado, al que adornaba una pluma. La Revolución Gloriosa impuso el “sombrero clerical de teja” de copa baja y ala ancha que cedió en terreno al sombrero de tres picos. Este estilo se sostuvo hasta la Revolución Francesa, que trajo consigo la "chistera”. El sombrero de castor siguió de moda hasta principios del siglo XIX en que fue sustituido por sombreros hechos de seda o de otros materiales.

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            Sin embargo, al principio no fue la búsqueda de pieles sino de peces lo que llevo a los marinos europeos a las aguas del Atlántico del Norte. En la Europa medieval el pescado fue un artículo comercial estratégico. Seco y salado daba proteínas, y era esencial en los días de vigilia obligatoria y muy conveniente en los largos inviernos. Como en los siglos XV y XVI bajo la pesca de arenque en el Báltico, los pescadores empezaron a explorar los bancos de bacalao frente a las costas del Labrador, de Terranova y de Nueva Inglaterra. Probablemente los pescadores portugueses fueron los primeros en llegar e inclusive presentaron reclamación oficial sobre todo el litoral, pero no pudieron defenderlo contra el creciente número de competidores llegados de Normandía, de Bretaña y el occidente de Inglaterra. Al principio, las recaladas fueron esporádicas, y los marinos regresaban a sus puertos de origen con peces frescos listos para el mercado. Luego, sin embargo, los pescadores empezaron a pasar el verano en tierra remendando sus redes y secando y ahumando sus pescados para preservarlos. Por esto, “las playas de las costas de Terranova se convirtieron en campamentos estacionales regulares de una recia comunidad de pescadores, independientes y cosmopolitas” (Parry, 1966: 69).

            El comercio de pieles en América del Norte nació cuando esos pescadores empezaron a cambalachear su mercancía por pieles que les daban los algonquinos. La posibilidad de explotar “las tierras novas” con el comercio de pieles no pasó inadvertida a los agentes y colonizadores reales que exploraron los litorales de América del Norte. Sin embargo, la colonización en forma de la costa por los europeos del note hubo de esperar a la desaparición de la hegemonía marítima ibérica en el Atlántico, cosa que ocurrió a la muerte de Felipe II en 1603. Casi enseguida se establecieron varios asientos: Jamestown, fundado por la Compañía Inglesa de Virginia en 1608; Quebec, base de la Compañía de la Nueva Francia establecida en ese mismo año; Fuerte Nassau en Albany en 1614 y Nueva Amsterdam en 1624, ambas fundadas por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales; Nueva Plymouth en 1620, y Massachusetts Bay en 1630.

            Entre estos establecimientos, Quebec y Nueva Amsterdam desempeñarían un papel central en el crecimiento del comercio. Estas dos poblaciones estaban situadas sobre una ruta principal a las riquezas de tierra adentro de la región de las pieles. Quebec controlaba el curso del río San Lorenzo, que llevaba a la cadena de los Grandes Lagos y a sus sucesivos escalones. Nueva Amsterdam controlaba el río Hudson hasta Albany y la ruta occidental a Oswego sobre el Lago Ontario. Así pues, la ruta septentrional estuvo controlada largo tiempo por los franceses, y los accesos meridionales estuvieron primero en poder de los holandeses y luego, después de 1644, pasaron a manos de los ingleses. Desde el principio, por tanto, el comercio de pieles se realizó en el contexto de una competencia entre dos Estados, la cual afectó no solamente a los comerciantes europeos, sino también a las poblaciones americanas nativas que les daban las pieles.

            Una de las características del comercio fue su rápido desplazamiento hacia el oeste a medida que una población tras otra de castores se agotaba, por cuya razón los cazadores tenían que internarse más y más en busca de tierras de castores no tocadas. Esto significó, inevitablemente, que la gente que había sentido el primer impacto del comercio de pieles quedara rezagada, a la vez que nuevos grupos buscaban entrar a este comercio. Por doquier, la presencia del comercio tuvo consecuencias ramificantes en las vidas de los participantes. Trastornó relaciones sociales y hábitos culturales e indujo la formación de nuevas reacciones, tanto internas, en la vida diaria de las diversas poblaciones humanas, como externas, en las relaciones entre ellas. Los comerciantes pedían pieles a un grupo tras otro y pagaban en artefactos europeos, lo que hizo que los grupos remodelaran sus formas de vida alrededor de los manufactureros. Al mismo tiempo, las demandas de los europeos de más pieles acrecentaron la competencia entre grupos americanos nativos, competencia por nuevos terrenos de caza para satisfacer la creciente demanda europea, y competencia para el acceso a las mercancías europeas, que muy pronto se convirtieron en componentes esenciales de la tecnología nativa como señaladores de posiciones relativas diferentes. El comercio de pieles cambió el carácter de la guerra entre las poblaciones amerindias y aumentó su intensidad y alcance. Produjo bajas muy grandes en poblaciones enteras y el desplazamiento de otras de sus hábitats previos. Además, los indios no nada más daban pieles. El comercio creciente exigía también abastecimientos, de modo que al marchar hacia Occidente el comercio de pieles alteraba e intensificaba las pautas conforme a las cuales se producían alimentos para cazadores y comerciantes por igual.

            Por lo tanto, un estudio general del comercio de pieles exige considerar varias dimensiones. Franceses, ingleses interactuaron entre sí y también con varios grupos de indios. A su vez, sucesivas poblaciones amerindias se vieron obligadas a hacer nuevas concesiones a los europeos y entre ellas mismas. La mira de todos estos conflictos y acomodamientos era la utilidad que dejaba el atrapar un animalito de piel que no pesaba arriba de setecientos gramos.

 

POBLACIONES DEL NORESTE

ABENAKIS

Los abenakis del este, de habla algonquina, del litoral del Maine, fueron de las primeras poblaciones americanas nativas con quienes los europeos tuvieron comercio de pieles sostenido. Su caso pone de relieve dos efectos recurrentes de este contacto. Uno fue la caída vertical de la población nativa, el otro fue un cambio en la mezcla de actividades económicas realizadas por los grupos indígenas, y los cambios resultantes en sus relaciones sociales. En los primeros años del siglo XVII, los abenakis del este ocupaban más de veinte aldeas, cada una sometida a un jefe, con una población total de unos 10 000 individuos. En 1611 restaban 3 000, pues los demás sucumbieron a enfermedades llevadas por los europeos, contra los cuales no eran inmunes los nativos. Los sobrevivientes se dedicaron con más ahínco a intercambiar castores con los europeos. Siguieron cultivando el maíz, cierto, pero debido a la brevedad de la estación de crecimiento y a las frecuentes pérdidas de las cosechas, pronto desearon también cambiar pieles por comida; tal fue el caso de la Colonia Plymouth después de 1625. Abandonaron el litoral donde anteriormente habían pescado y cazado aves acuáticas, y se refugiaron tierra adentro, en pequeños territorios de caza; puntal decisivo de su nuevo género de vida fue la caza llevada a cabo por grupos familiares.

            En esta evolución del territorio de caza familiar, no es un caso único el de los abenakis. Es muy posible que antes de la llegada de los europeos, los cazadores nativos hayan preferido ciertos terrenos de caza en los que cazaban en invierno. Sin embargo, el territorio de caza, sostenido y defendido exclusivamente por grupitos familiares contra otros posibles usuarios, fue consecuencia de la nueva relación de intercambio individualizada entre trampero y comerciante. (Leacock, 1954). Los misioneros católicos que siguieron los pasos de los primeros exploradores aprovecharon esta subdivisión de los grandes grupos, pues así era más fácil la conversión: cada familia tomaba “su propio territorio de caza sin seguir la huella de sus vecinos” (Relaciones jesuitas, 1632; citado en Bailey, 1969:89).

 

HURONES

Remontando el curso del san Lorenzo, los exploradores y comerciantes franceses no tardaron en establecer relaciones con los hurones, pueblo de habla iroquesa. Los hurones (del francés derivado de hure, que significa jabalí, rufián, salvaje), que se autollamaban wendars, formaban una confederación de 20 000 a 30 000 personas de diversos orígenes, que se establecieron tal vez desde el siglo XV: Inicialmente se dedicaron con ahínco a la horticultura; se establecieron en las orillas de la Bahía Georgiana en el Lago Hurón e iniciaron relaciones comerciales con cazadores y recolectores que vivían al norte de ellos; trocaban maíz, tabaco y cáñamo indio por pieles, ropas, peces, cobre y artículos de caza y de viaje. Los hurones se hallaban, pues, en los bosques septentrionales.

            Conforme se dedicaban más y más a este comercio, descuidaban la horticultura, por lo que pedían cantidades más y más grande maíz a sus aliados, los petunes (tiontatis), que vivían al oeste, y a los neutrales (attiwandarones, que significa “los que hablan una lengua ligeramente diferente” que vivían en el puente de tierra entre los lagos Ontario y Erie. De los habitantes de los bosques del norte tomaron la canoa de corteza de abedul, que acabó siendo el medio de transporte preferido para llevar río abajo grandes cantidades de pieles a las ferias anuales de Montreal. Por un tiempo, el idioma hurón fue la lengua francesa de los Grandes Lagos Septentrionales y del escudo canadiense. Hasta su destrucción por los iroqueses en 1648, fueron los agentes y beneficiarios principales del comercio francés con el interior, y el puntal de las operaciones militares de los franceses en la región.

            Varias fueron las razones del éxito de los hurones en este papel. Ocupaban un terreno estratégico entre la zona biótica situada al sur, donde se daban productos tales como maíz, frijoles, calabazas y tabaco, y la zona situada al norte, ocupada por cazadores y pescadores. Estos intercambios fueron varios siglos anteriores al contacto con los europeos; quizá se remonten al estímulo que proporcionó la horticultura alrededor de 1200 d.c. (McPherron, 1967). Cuando el comercio de pieles entró en la región, ya había mecanismos que permitían y facilitaban los trueques de mercancías a los cuales ahora se podían agregar las pieles de castor y de otros animales. En 1636, el padre Jean de Brebeuf indica que ciertos circuitos o líneas de trueque estaba en manos de ciertos linajes familiares que debían ser activados por un “amo”, cuyo papel era hereditario.

            Las transacciones de cualquier clase se acompañaban por intercambios de regalos que se daban como prenda de amistad; este dar regalos era también parte de ceremonias de curación y de fiestas diplomáticas (Wright, 1967). Hubo algo en verdad notable: intercambios de regalos en gran escala se llevaban a cabo en la Fiesta de los Muertos, que se celebraba cada decenio, más o menos, para enterrar los restos de los que habían muerto después de la última fiesta. En estas ocasiones se daba posesión de sus cargos a los sucesores de los jefes muertos a los que se les transfería también sus nombres. Por consiguiente, este ritual servía para asegurar la continuidad de la dirección de los grupos locales, y a la vez daba ocasión para que hubiera intercambios de regalos entre los jefes de tales grupos. Subrayaba la identidad separada y el carácter distintivo de tales grupos, y simultáneamente establecía vínculos de alianza entre ellos. Estas festividades podían reunir miembros de diferentes grupos lingüísticos y políticos, como ocurrió en la fiesta que presenció en 1641 el misionero francés Lalemant en la Bahía Georgiana, en que los nipissings locales invitaron a 2 000 personas de asentamientos situados tan al oeste como el de los saults y tan al este como el de los hurones. Era cuantiosa la cantidad de artículos ofrecidos en pieles, cuentas, ropas y utensilios. En esa ocasión, dice Lalemant, “los presentes que los nipissirianos dieron a las otras naciones habrían costado en Francia cuarenta o quizá cincuenta mil francos” (Hickerson, 1960:91). Estos intercambios de regalos, que encarnaban vínculos de alianza y reconocimiento de condiciones de mando, llegaron a ser un concomitante generalizado del comercio de pieles en su marcha al interior del país. Adoptados primeramente por individuos de habla algonquina, de los Grandes Lagos, a fines del siglo XVII se propagaron hacia el oeste cree del Lago Superior, y de la tierra de los crees a las Grandes Llanuras (Nekich, 1974).

 

IROQUESES

En Nueva Amsterdam, primero los holandeses y luego los ingleses, que los desplazaron en 1664, encontraron en la cuenca alta del río Hudson otra población de horticultores de habla iroquesa, a quienes los europeos llamaron iroqueses, versión francesa de una palabra algonquina que significa “víbora real”. Los iroqueses estaban organizados en una confederación, a la que llamaron Ganonsyoni (“La Casa Extendida a lo Largo”). Las cinco “naciones” o grupos con nombre, matrilineales, que eran miembros de la confederación, eran: los mohawks (de una palabra algonquina que significa “caníbal”), que se autollamaban ganiengehagas o “Pueblo Pedernal”; los oneidas; los onondagas; los cayugas y los sénecas (de sinneken, una traducción holandesa equivocada de una versión mohicana del nombre iroqués de los oneidas). A principios del siglo XVIII los oneidas permitieron a los tuscaroras entrar a la confederación. Para los extraños la confederación estuvo compuesta por las “Seis Naciones”, pese a que los tuscaroras nunca participaron en los consejos de la confederación. En tiempos históricos, cada una de las cinco naciones controlaba su propio campo, con sus bosques y terrenos de caza. Aunque ligados dentro de una organización política, había diferencias culturales y lingüísticas entre ellos. Las lenguas de los diferentes grupos no eran inteligibles fuera del grupo, por lo que los negocios de la confederación estaban a cargo de jefes políglotos.

            La confederación iroquesa nació probablemente en el curso del siglo XV, como medio de reducir conflictos y guerras entre los grupos, pero en poco tiempo, el creciente comercio de pieles dio a los grupos un interés convergente arrollador. Aunque los castores no abundaban en el país iroqués y en poco tiempo se volvieron aún más escasos debido a la cacería, los iroqueses no tardaron en comprender que su futuro individual y colectivo dependía del castor. Sin embargo, para aumentar su acceso a las pieles debían primero reducir o eliminar la competencia de sus vecinos. Con apoyo de los holandeses, y posteriormente de los ingleses, desencadenaron una serie de ataques destructores contra sus rivales, apoyados por los franceses. Después de que en 1640 una epidemia de viruelas debilitó a los hurones, los iroqueses atacaron y destruyeron Huronia, como entidad aparte (1648). En 1656 destruyeron a los neutrales y a los eries. En 1675 los mohawks cayeron sobre la confederación algonquina, que se había constituido para enfrentar a los colonos ingleses de Nueva Inglaterra. Ese mismo año, los sénecas, en liga con los colonos ingleses de Maryland y Virginia, terminaron con la amenaza de los susquehannocks, que controlaban el valle central de Pennsylvania. En 1680 las Cinco Naciones abrieron la guerra contra los Illinois para evitar que los franceses hicieran contacto con ellos.

            A pesar de la escala de las operaciones militares iroquesas, el número de guerreros que participaron en estas secciones fue bastante reducido. Un padre jesuita calculó en 1660 que los mohawks movilizaron unos 500 guerreros, los oneidas menos de 100, los onondagas 300, los cayugas otros tantos y los sénecas menos de 1 000 (Trelease, 1960:16). Lo que aumentó la capacidad militar de los iroqueses fue que holandeses e ingleses les dieron acceso a armas de fuego. Para 1660, es probable que cada guerrero tuviera su propio mosquete, y un poder de fuego mayor, aunado a un estilo de guerra de guerrillas, les daba gran superioridad sobre sus vecinos (Otterbein, 1964).

            Su participación en el comercio de pieles y la intensificación de la guerra causaron otros cambios en la ecología iroquesa y en su organización social. Antes del auge del comercio de pieles, la base económica de la vida iroquesa era la horticultura y la caza. La horticultura estaba más bien para las mujeres, si bien los hombres ayudaban a desmontar la tierra durante el ciclo de tumba-roza-quema. Se desconoce la composición de los grupos desmontadores, pero se sabe que otras tareas del cultivo estaban a cargo de las mujeres de la aldea a las que guiaba una matrona del linaje dominante auxiliada por matronas de otras líneas familiares. Los derechos al uso de la tierra, así como los utensilios en el cultivo y en el procesamiento de los alimentos, se trasmitían por la línea femenina; así también la distribución del producto estaba en manos de las mujeres. El peso de estos papeles económicos daba a las mujeres gran autoridad, pues podían valerse de esta facultad de dar comida y mocasines para vetar las actividades bélicas que no aprobaran (Randle, 1951: 172). También ponía en sus manos la dispensa de hospitalidad en las festividades, cosa importantísima para estrechar alianzas en y entre grupos (Brown, 1975: 247-248; Rothenberg, 1976: 112). Además, las mujeres eran dueñas de las viviendas multifamiliares y tenían el derecho de nombrar consejeros ante el Consejo de la Casa Extendida a lo Largo.

            Por el contrario, la caza y la guerra era asunto de los hombres; estas actividades cobraron importancia a medida que los iroqueses se enfrascaban en el comercio de pieles y dependían más y más de él. Desde 1570, el comercio de mercancías europeas, presumiblemente trocadas por pieles, aparece en lugares iroqueses; un siglo después, estos indios dependían casi por completo del comercio y de obsequios diplomáticos para hacerse de armas, utensilios de metal, cacerolas, ropa, joyas y licores. Hacia 1640 habían casi desaparecido los castores en la región iroquesa, de modo que sus habitantes tenían que penetrar más y más en las tierras de sus vecinos y enemigos para hacerse de los recursos necesarios para pagar mercancías europeas, o para hacer la guerra y así compensar los regalos diplomáticos que se les hacían. La separación participación en actividades extranjeras; era cosa corriente que los hombres pasaran años lejos de casa ocupados en la búsqueda de pieles o enemigos y que las mujeres se ligaran más estrechamente a sus campos y jardines. En respuesta a esta bifurcación de actividades es posible que los iroqueses se hayan vuelto más y más matrilocales después de los primeros años del siglo XVII (Richards, 1957).

            Parece también probable que, como dice Richards, las mujeres hayan contraído gradualmente el derecho a adoptar cautivos en el seno de los matrilinajes locales; esta función cobró más importancia conforme los iroqueses buscaban sustitutos de los hombres muertos en la guerra. Se dijo que en 1657 los sénecas “tenían más extranjeros que nativos del país”. En 1659 dijo el jesuita Lalemant: “Si queremos saber el número de iroqueses de pura sangre, tal vez no hallaríamos más de 1200 en las Cinco Naciones puesto que en su mayor parte no son más que agregados de las diferentes tribus que han conquistado.” En 1669, dos tercios de los oneidas eran algonquinos y hurones. Los jesuitas llegaron a quejarse de que se había hecho difícil predicar a los iroqueses en su propio idioma (Quain, 1937: 246-247).

            Estos hechos tienen consecuencias muy notables. Indican la posibilidad de que en el curso del comercio de pieles y del incremento de la guerra no hayan cambiado las formas de afiliación de parentesco, pero que su significado y función sí hayan experimentado un gran cambio. A la llegada de los europeos, La Casa Extendida a lo Largo era más bien una liga de grupos locales que adjudicaban intereses locales en tierras cultivadas y otros recursos, y que también hacían que las querellas locales se convirtieran en enemistades entre grupos y guerra abierta. Sin embargo, el hecho es que la confederación iroquesa llegó a actuar como una asociación de comerciantes de pieles y de guerreros, a veces de orígenes muy diversos, en relación con los imperativos translocales del comercio de pieles y de las contiendas políticas entre sistemas estatales europeos rivales. William Fenton ha hablado de la Liga como de un “Estado de parentesco”, con lo cual vinculó dos conceptos que a veces se consideran incompatibles. Se caracteriza mejor a la confederación iroquesa como una asociación que trató de usar las formas de parentesco en su búsqueda de funciones asociacionales. Se puede ver inclusive como un paralelo americano de la estructura de las compañías comerciales europeas, que también sumaban funciones económicas y políticas. En el campo de esta característica los iroqueses sugieren comparaciones con los aros de la región del bajo Níger en África Occidental, que también utilizaron mecanismos y rituales de parentesco para organizar y dominar el tráfico local de esclavos. Al igual que los aros, los iroqueses no fueron un Estado sino una asociación basada en afiliaciones de parentesco que se desarrolló en respuesta a presiones translocales, políticas y económicas.

            El que la confederación se hubiera fundado en el parentesco fue la fuente tanto de su fuerza como de su debilidad. Hemos visto ya que las iroquesas tenían derecho a nombrar miembros varones de sus matrilinajes para ocupar posiciones en el Consejo de los onondagas. Estas posiciones asociadas con cincuenta títulos o nombres, que eran propiedad o estaban bajo el control de matrilíneas. Es importante observar que los consejeros siempre dieron fuerte apoyo a los intereses y sentimientos locales, y que cuando hablaban en el Consejo, no lo hacían en sus propios nombres sino en interés de sus representados. Esto significa que la confederación no fue nunca un instrumento político monolítico. Su función fue más bien suavizar las peleas y rivalidades internas y ganar cierto ascendiente en negociaciones con embajadores y agentes extranjeros. Podía declarar la guerra en nombre de la confederación, pero la decisión debía de ser unánime. Los casos en que hubiera desacuerdo debían ser puestos a un lado y ser resueltos por uno u otro grupo. Muchas de las actividades de la confederación eran ceremoniales, por ejemplo, los consejos de condolencia en que se lloraba a los consejeros muertos y se nombraban nuevos consejeros. Mediante estos rituales y títulos se perpetuaba la unidad del Consejo en el plano ideológico, aun cuando intereses divergentes dividieran a los electores en cuanto a problema económicos, sociales, políticos y religiosos.

            Al intensificarse la guerra creció la división en el seno del Consejo. Como dijo Quain,

            Cuando, por el estímulo del contacto europeo, la guerra se convirtió en parte de la vida diaria, los jefes guerreros, valiéndose de su popularidad militar, asumieron el papel principal gubernamental. El equilibrio del poder entre caciques y jefes guerreros, que anteriormente se inclinó en favor de los caciques, se alteró de modo que dejaron de tener importancia los motivos de cooperación del gobierno de los caciques. [1937: 267]

            A final de cuentas, desaparecieron los mecanismos que pudieran eliminar la disidencia real o potencial. Así fue como las relaciones entre los mohawks del este y los sénecas del oeste se tensaron a veces al extremo de que en 1657 estuvo a punto de estallar la guerra entre los dos. Los sénecas y los onondagas aplaudían los ataques de los franceses contra los mohawks, en tanto que éstos no ayudaban a los sénecas y a los cayugas en sus guerras con los susquehannas. A veces uno u otro grupo de poblados firmarían acuerdos separados de los demás miembros del grupo, con representantes ingleses o franceses. Muy raras veces hubo una acción unida de parte de la confederación, por cuya razón no significó un poder unido ante los franceses o ingleses.  Como ha dicho Allen Trelease (1960:342), la dificultad estribaba en que los consejeros “carecían o de la decisión o del poder para adoptar un curso de acción”. Esta misma incapacidad para formular y seguir una política común aquejó a los iroqueses durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos. Los mohawks y los onondagas se dividieron, y unos apoyaron a los rebeldes americanistas y otros a los leales proingleses. Los cayugas y los sénecas estuvieron con los ingleses y los oneidas y tuscaroras con los norteamericanos, a pesar de sus declaraciones oficiales de neutralidad.

            Por tanto, no debemos exagerar la unidad política de la confederación iroquesa ni atribuirle alguna estrategia concertada para monopolizar el comercio de pieles. Evidentemente, era de primordial importancia para los iroqueses tener castores, pero esto lo lograban o bien ocupando las tierras de caza de sus vecinos, o bien apoderándose de pieles recogidas y transportadas por otros. Aunque quitaron a los hurones su posición de intermediarios en el comercio, no pudieron evitar que esta función fuera a dar a manos de los otawas, vecinos occidentales de los hurones. Su poderío militar fue grande, pero no habría bastado para evitar una invasión europea, de no haber sido porque franceses e ingleses compartían un fuerte interés en que los iroqueses desempeñaran el papel de amortiguador entre ellos. Dando armas a los iroqueses, los ingleses podían impedir la conexión de los franceses con los otawas y con los terrenos de caza de los Grandes Lagos. Por su parte, los franceses vieron que les convenía “debilitar a los iroqueses, pero no al grado de verlos totalmente derrotados, como dijo el barón de Lahontan hacia el año de 1700 (citado en Trelease, 1960: 246, n. 44). La relación entre franceses e iroqueses fue en extremo paradójica, en cuanto que:

            A pesar de que los iroqueses significaban la mayor amenaza económica y militar contra Canadá, eran también el único factor que impedía que Albany abriera relaciones directas con los otawas, lo cual habría arruinado el comercio de pieles en Canadá. [Trelease, 1960: 246)]

            Y sin duda, de haberse abierto una ruta directa entre Albany y el oeste, Nueva Francia no habría podido competir con Nueva York. Los ingleses tenían de su lado la ventaja de costos más bajos de manufactura y de embarque, impuestos más bajos, mercancía de más calidad y acceso al ron barato de las Indias Occidentales. En 1689, con cinco pieles de castor se conseguía una pistola en Montreal, pero en Albany una bastaba; dos pieles se necesitaban para comprar una manta roja o blanca en Montreal, pero sólo una en Albany. En Albany, con el precio de una piel de castor se conseguían casi seis litros de ron, pero en Montreal es misma piel no bastaría para un litro de brandy (Trelease, 1960: 217, n. 27). Estas mismas diferencias subsistían todavía en el siglo XVIII; Cadwallader Colson las resumió diciendo: “que los comerciantes de Nueva York pueden vender sus mercancías en los territorios indios a mitad del precio que la gente de Canadá, y obtener el doble de utilidad” (Washburn, 1964: 153). O sea, que la presencia de los iroqueses protegía al comercio francés con Occidente, a pesar de que casi siempre fueron enemigos.

            Y, a la inversa, los iroqueses podían enfrentar a ingleses y franceses, aunque este juego diplomático rara vez ocurrió al nivel de la confederación; en general, algunos grupos estaban ora con los franceses, ora con los ingleses; sólo los mohawks estuvieron siempre al lado de la causa inglesa. Otros, como algunos de los sénecas, lucharon del lado de los franceses a mediados del siglo XVIII y tomaron parte en el levantamiento de Pontiac contra los ingleses, que apoyaron a los franceses.

            Estas diferentes inclinaciones de los iroqueses, afectaron su unidad. La Guerra de Independencia de los Estados Unidos enfrentó grupos contra grupos, y facciones dentro de cada grupo enfrentaron entre sí a parientes, lo cual dividió y dividió a la confederación; siguió en vigor sobre una base ceremonial, pero con la victoria de los rebeldes norteamericanos perdió sus principales funciones militares y políticas. Los iroqueses pro-ingleses se fueron a Canadá donde hoy viven sus descendientes.

            Es decir, que la confederación iroquesa tuvo debilidades esenciales. Resolvió conflictos entre grupos siempre y cuando no se volvieran insuperables. Pudo enfrentar los intereses de potencias extranjeras rivales y de sus aliados indios, pero no pudo desarrollar una estrategia concertada ante un adversario dominante. Los lazos que la mantenían unida fueron los del parentesco y del ceremonial. Al adoptar el rito de los consejos de condolencia se valió del sistema, muy generalizado entre tribus vecinas, de conmemorar la partida de jefes muertos y de anunciar a sus sucesores. Para los hurones, la Fiesta de los Muertos tenía el mismo fin, y unía a los participantes en relaciones de alianza. Hallaremos este mismo sistema entre los ojibwas y grupos aliados. En todos esos casos, con medios rituales se producía cohesión. El ritual creaba vínculos políticamente viables siempre y cuando los intereses políticos obraran en una dirección común. Sin embargo, no podía proporcionar a estas poblaciones, que estaban enfrascadas en las contradicciones del comercio de pieles y de la política, ningún mecanismo que hiciera obligatorio para todas las partes el consenso logrado de un modo temporal. Pese a lo avanzados que estaban política y militarmente, los iroqueses no lograron crear un Estado, y, en competencia con entidades políticas más centralizadas, se hallaban en clara desventaja.

 

POBLACIONES DE LOS GRANDES LAGOS

Los iroqueses nunca pudieron monopolizar el comercio de pieles al oeste del bajo San Lorenzo, a pesar de lo cual tuvieron un influjo enorme sobre la población de la región de los Grandes Lagos. Los hurones que no fueron muertos o absorbidos por los iroqueses huyeron al oeste. Los iroqueses también echaron de sus tierras a pueblos habitantes de praderas y cultivadores de maíz como los potawatomis, sauks, foxes, kikapúes, mascoutens y porciones de los Illinois. Estas poblaciones fueron empujadas de la región del bajo Michigan y Ohio, situada al norte del río Ohio, hacia el lado occidental del Lago Michigan. Allí entraron al comercio de pieles por medio de intermediarios potawatomis y ottawas y de la factoría francesa establecida en 1634 en Green Bay. Ninguno de estos pueblos era oriundo de dicha región, y ninguno se estableció allí para aprovechar la presencia del arroz silvestre: El imán que los llevó a Green Bay fueron las pieles; la fuerza que los sacó de su hábitat fueron los iroqueses (Wilson, 1956).

            Los ottawas, así llamados por la palabra algonquina adave, se hicieron cargo de la función intermedia de los hurones. La palabra, familiar a muchos hablantes de algonquino de diversas afiliaciones, servía para designar grupos del habla algonquina que abandonaban sus tradicionales actividades de subsistencia para dedicarse al comercio, y que hacia 1660 marcharon rumbo al oeste hasta los terrenos de castores situados en la bahía de Chequamegon. Desde 1683, dos tercios de todas las pieles que llegaban a manos de los franceses habían pasado por manos ottawas (Peckham, 1970:6).

            Buscando pieles, otros grupos migraron al oeste. Ya desde 1620, grupos de hablantes de algonquino con nombres de animales como Oso o Grulla empezaron a convergir en el río Salut Saint Marie, que por medio de rápidos une el Lago Hurón con el Lago Superior. Los franceses llamaron a estos rápidos Sault y a la gente de los rápidos saulteurs o saulteaux. El terreno era un lugar de reunión ideal para comerciantes de pieles, pues contaba con un alimento abundante y accesible, al pescado blanco. Pronto se unieron a los grupos saulteurs, refugiados de los iroqueses, así como los potawatomis, crees, algonquinos y winnebagos. Gradualmente la palabra saulteurs cedió ante el nombre de uno de los grupos locales, los outchibous u ojibwas.

            Estas fusiones y cambios de identidad son ejemplo de un proceso más general puesto en marcha por la intensificación del comercio de pieles en el subártico oriental. Grupos locales pequeños, con nombres localistas,

            Se desubicaron, casi siempre marchando hacia el oeste en su búsqueda de pieles; crecieron los conflictos intergrupales y los grupos se entremezclaron. Con el tiempo perdieron su identidad y acabaron formando parte de nombres de grupos mayores. En ocasiones, los nombres de esos grupos mayores se derivaron al parecer de algunos de los grupos locales menores tales como los saulteurs (saulteaux) o los “outchibous” (ojibwas). En tiempo de los franceses no hubo un grupo grande con el nombre de ojibwa o saulteaux. Más aún, el establecimiento de factorías en lugar de las estaciones de misiones alentó probablemente la formación de grupos mayores de diversos orígenes provenientes de las regiones circundantes. (Rogers 1969:38)4

            Uno de estos puntos de fusión fue la aldea de Chequamegon sobre la orilla meridional del Lago Superior. En 1679, los ojibwas ocuparon este poblado, después de haber llegado a un acuerdo con los dakotas -que cazaban y cultivaban maíz al oeste del lago- para que les dieran acceso a sus territorios de caza a cambio de mercancías que habían obtenido de los franceses. Hacia 1736 Chequamegon, que producía maíz y otras cosechas, alcanzó una población de entre 750 y 1 000 habitantes; en esa fecha el acuerdo fue desconocido y estalló una violenta guerra entre los anteriores miembros del tratado.

 

El Midewiwin

La Fiesta de los Muertos, que había sido el rito principal de intercambios y alianzas, fue sustituida por nuevas formas religiosas, de las cuales, la más conocida es el Midewiwin; este culto se originó probablemente en Chequamegon alrededor del año de 1680. Con La Fiesta de los Muertos se había celebrado la identidad del grupo local y la sucesión a la jefatura local, todo ello al mismo tiempo que fortalecía alianzas e intercambios entre grupos similares. En contraste, el Midewiwin estaba dirigido más bien hacia el individuo y hacia su integración en una asociación jerárquica que iba más allá de lo local y del linaje del grupo.

            En la ceremonia del Midewiwin, el poder individual ganado por medio del contacto directo con lo sobrenatural se transfería por medio de una concha blanca o megis. Todos los miembros de las viviendas tenían una bolsa medicinal de artefactos religiosos entre los que figuraba esa concha. A las personas se les iniciaba mediante “disparos” de “rayos” emanados de estas conchas. Las megis eran depósitos de poderes sobrenaturales y reproducían dentro de cada vivienda el poder de la asociación vista como un todo. Al mismo tiempo, el mito básico de la asociación decía que se había formado antes que cualesquier emblemas o tótems de ascendencia del grupo y que por ello tenía prioridad sobre cualquier grupo particular de linaje. La asociación en sí estaba graduada, y sus miembros avanzaban de los grandes inferiores a los grandes superiores y de niveles inferiores a superiores de saber sagrado recompensando a los funcionarios correspondientes.

            Así pues, la riqueza era un requisito para ascender dentro de la asociación; el liderazgo adscrito era menos importante que el desempeño en la guerra y en el comercio de pieles. Además, el alcance de la asociación era translocal. Los líderes y sacerdotes eran simultáneamente los portadores de un conocimiento sacro, de la más alta calidad y árbitros de relaciones sociales y jurídicas habidas en el seno de los establecimientos recién formados. También se ocupaban de los tratos con extraños: comerciantes, funcionarios del gobierno y misioneros. Conforme a las normas del comercio de pieles, los símbolos distintivos de los grupos de linaje cedían ante la evolución de una “iglesia” translocal. Y proporcionaban un mecanismo para lograr el control social e ideológico de las grandes poblaciones mezcladas que se congregaban durante los meses de invierno.    

 

EXPANSIÓN HACÍA EL OESTE

Hacia el último tercio del siglo XVII, las pieles norteamericanas llegaban a Europa principalmente a través de dos rutas fluviales, una del San Lorenzo y otra del Hudson. Así las cosas, en 1668 se abrió una nueva ruta comercial, esta vez muy al norte, cuando The Governor and Company y Adventurers of England que comerciaban en la Bahía de Hudson, construyeron un fuerte en el estuario del río Rupert, que desemboca en la Bahía de James. Al fuerte se le acabó llamando Ruperts House y a la empresa la Hudson Bay Company. Vinieron enseguida otros puestos que atrajeron a los crees y a los assiniboines de habla sioux, que anteriormente habían estado en guerra con los crees pero que ahora se unieron con ellos contra su propia parentela, los yanktonais. Como principal atractivo, la Hudson Bay Company ofrecía armas, de las cuales se intercambiaron más de 400 cada año entre 1689 y 1694 (Ray, 1974:13). Aunque muchas de las armas resultaban inútiles cuando se descomponían, su posesión daba a los crees y a los assiniboines una clara ventaja sobre sus competidores, que eran los sioux dakotas por el sur, los gros ventres y los blackfoots por el suroeste y los de lengua atabasca por el norte.

            Los franceses, que ahora temían que los cercaran por la Bahía de Hudson así como desde Nueva York y Nueva Inglaterra, iniciaron una guerra feroz por la posesión de los fuertes situados a lo largo de la bahía; además procuraron enfrentar a los dakotas contra las factorías inglesas. Sin embargo, conforme al Tratado de Utrech, la bahía quedaba en manos inglesas, en tanto que los crees y los assiboines equipados con armas inglesas aumentaron su presión sobre los dakotas. Por su parte, los franceses empezaron a llevar hacia el oeste sus factorías y misiones, y también a entrar en contacto directo con poblaciones americanas nativas en nuevos territorios de caza y a contrarrestar el avance de la Hudson Company desde el norte como, así como el movimiento de comerciantes provenientes de la colonia de Louisiana por el sur. En este punto, sólo consiguieron despertar las sospechas de los ojibwas haciéndoles temer que estaban a punto de perder su papel de intermediarios a manos de los dakotas. Fue así como los ojibwas, inclusive los procedentes de Chequamegon, se unieron con los assiniboines y los crees en una guerra sangrienta contra los dakotas, que los expulsó de sus territorios en Minnesota y en el norte de Wisconsin. Por su parte los crees y los assiniboines se desbordaron en territorio atabasca hasta el río Churchill; se detuvieron cuando la apertura del Fuerte Churchill en 1717 dio a los atabascas acceso a armas de fuego propias.

             Los conflictos entre los dakotas y los ojibwas, crees y assiniboines no fueron simples disputas entre poblaciones americanas nativas, sino una manifestación norteamericana del conflicto general entre Francia e Inglaterra. En la India, la Compañía Francesa de las Indias Orientales y la Compañía Inglesa de las Indias Orientales libraron una guerra no declarada, hasta el estallido en 1756 de la Guerra de los Siete Años (conocida en los Estados Unidos como la Guerra Francesa e india) que trajo un enfrentamiento abierto entre los dos Estados y sus aliados. Conforme al Tratado de Utrech, Inglaterra había conservado la Bahía de Hudson, pero en el intervalo entre 1713 y 1756 los franceses reforzaron su posición consolidando alianzas con grupos nativos, fundando Nueva Orleans para abrir el río Misisipí a la navegación marítima y constituyendo Fort Duquesne en Pittsburg para consolidar su control sobre Ohio. En 1755 los ingleses intentaron tomar el fuerte, pero fallaron miserablemente. Al largo de los siete años de la guerra, los ingleses derrotaron decisivamente a los franceses en tres continentes. En la India, Clive venció a los franceses y sus aliados en Plassey en 1757. El año siguiente los ingleses tomaron Fort Duquesne, y lo rebautizaron como Fort Pitt en honor del primer ministro inglés. En 1759 la armada inglesa inutilizó a la francesa frente a las costas de Francia. En 1760 los ingleses tomaron la ciudad de Quebec. En el tratado de 1763 Francia cedió Canadá a Inglaterra y la región del Alto Missouri a España.

 

Cambios en el comercio de pieles

En el curso de la segunda mitad del siglo XVIII el comercio de pieles se propagó hasta la cuenca del Saskatchewan, lo cual produjo una serie de cambios escalonados: hubo un cambio en la logística de comercio en sí, que produjo como consecuencia cambios en la estructura interna de los grupos americanos nativos que participaban en el comercio, y cambios en las relaciones entre comerciantes y tramperos. Anteriormente las rutas del comercio de pieles habían seguido los cauces naturales de penetración que partían de la costa oriental, seguían los ríos, luego unas cadenas de lagos hasta llegar a los mares interiores. Las principales factorías y fuertes interiores se habían construido al inicio de estas rutas marítimas o fluviales. Ahora se estaban haciendo esfuerzos por trazar rutas terrestres más allá del parteaguas entre el Atlántico y el Pacífico. Estos empeños también dejaron atrás las bases de aprovisionamiento del bajo San Lorenzo y los terrenos de pesca y los litorales productores de maíz de los Grandes Lagos, para entrar en una región que requería nuevas fuentes de transporte.

            Junto con estas nuevas exigencias ecológicas se produjeron cambios organizacionales en el comercio. Hasta mediados del siglo XVIII, las compañías comerciales se habían atenido a la ayuda de los intermediarios americanos nativos para la consecución de pieles. Sin embargo, esta cooperación sólo satisfacía parcialmente las necesidades de las compañías, pues como los grupos intermediarios eran autónomos, las compañías tenían únicamente control marginal sobre sus relaciones sociales y políticas, inclusive sobre sus alianzas y conflictos. Por eso las compañías procuraron prescindir de los intermediarios e ir directamente al “productor” primario, es decir a los cazadores y recolectores de pieles. Por esta razón los comerciantes penetraron más y más directamente en el interior del continente para aprovechar el abasto de pieles en su fuente.

 

La revuelta de Pontiac

Estos cambios en el comercio, que coincidieron con la guerra franco inglesa, provocaron un gran alzamiento, entre los nativos americanos, la revuelta de Pontiac de 1763. Pontiac fue un Ottawa que era miembro de un destacado grupo de intermediarios que operaban en los Grandes Lagos. Hacia 1750, los ottawas dependían ya en gran medida de los comerciantes europeos para seguir desempeñando el papel de intermediarios y para proveerse de manufacturas europeas. Al mismo tiempo, la penetración directa del interior por parte de los comerciantes europeos de pieles amenazaba su posición privilegiada. Cada vez se veía con más claridad que los europeos se quedarían ahí para siempre, no como huéspedes de los americanos nativos sino como residentes permanentes dispuestos a quedarse con todo. Esta dependencia con la relación a los mismísimos agentes que minaban simultáneamente sus posibilidades de supervivencia produjo entre las poblaciones americanas nativas de los bosques orientales fuertes corrientes de resistencia ideológica. Los profetas predicaron la reforma moral, a la vez que hacían llamamientos para expulsar a los amenazadores colonos. La revuelta de Pontiac fue tanto una respuesta mística al mensaje del Amo de la Vida como una respuesta militar a la decisión de los ingleses de que en lo sucesivo los ottawas se “sostuvieran a sí y a sus familias merced a un industrioso género de vida sin ninguna otra ayuda” (Jacobs, 1972:81; véase también Peckman, 1970; Wallace, 1970: 120-121). A la revuelta se unieron shawnees, ojibwas, hurones, miamis, potawatomis y sénecas. Después de éxitos iniciales, el movimiento se desplomó pues los rebeldes no pudieron tomar los grandes fortines ingleses de Detroit, Niágara y Pittsburg. Con pocas armas y municiones, y abandonados por los franceses que en ese año firmaron una paz separada con Inglaterra, los rebeldes cayeron víctimas de disensiones internas.

 

Atabascos del Noroeste

Al mismo tiempo que grupos de intermediarios eran excluidos de su función estratégica en el comercio de pieles, entraban directamente en dicho comercio nuevas poblaciones que vivían al oeste de la Bahía de Hudson. Los comerciantes de pieles entraron en contacto con los chipeweyanes de habla atabasca entre el Fuerte Churchill y los lagos Atabasca y de los Esclavos y a exigir pieles a los yellowknifes y a los dogribs. Hubo también fricciones entre los chipeweyanes y los crees de las tierras boscosas situadas al sur y a este; los crees, que en otro tiempo habían sido intermediarios, estaban perdiendo esa posición. Algunas bandas de crees y assiniboines se desplazaron gradualmente hacia la zona limítrofe entre el bosque subártico y la pradera, y allí empezaron a cazar bisontes. Después de 1730 se hicieron de caballos y se convirtieron en pastores de caballos plenamente especializados.

            Los comerciantes de pieles trataron de llevar el comercio a los tramperos, en vez de hacer que los tramperos llevaran el comercio a ellos. Las exigencias de la caza del caribú y de la pesca se contrapunteaban con el atrapamiento de castores. Por consiguiente, los comerciantes de pieles se esforzaron por convertir a los “comedores de caribúes” en “porteadores” (esta distinción la hicieron los chipeweyanes) a cuyo efecto adelantaron alimentos, armas de fuego y municiones, trampas, telas, mantas, licor y tabaco tanto a los “jefes” como a los indios individuales.

            A lo largo del siglo XVIII, estos anticipos de productos alimenticios tales como harina, lardo y té produjeron una declinación en las actividades autónomas de cacería de las poblaciones tramperas. Conforme la gente se atenía cada vez menos a la caza del caribú y a la pesca en grupos, perdía su función “el gran hombre a quien seguimos todos”, que organizaba las grandes bandas de cazadores de caribúes. Ahora los comerciantes de pieles contrataban cazadores para que proveyeran de carne a sus fuertes o para que negociaran con “jefes comerciantes”, que se hicieron de alguna influencia sobre sus seguidores consiguiendo anticipos de equipo de caza y de artículos básicos en las factorías. Algunos grupos basados en el parentesco empezaron a cazar y a comerciar por cuenta propia, especialmente cuando la competencia por las pieles multiplicó el número de jefes deseosos de aliarse con ellos y los conflictos entre tales jefes. Fue así como la relación de comerciante y trampero favoreció la formación de pequeñas bandas basadas en pares intervinculados situados por encima de los grandes agregados de caza de los primeros tiempos.

 

Nuevas compañías

En 1797 la Hudson Bay Company se halló frente a un nuevo competidor, la Northwest Company, que era de comerciantes de pieles desplazados procedentes de Albany que habían permanecido fieles a la Corona británica a lo largo de la Guerra de Independencia de Estados Unidos. Se fundó en la pericia adquirida por los comerciantes franceses de pieles y empleó casi únicamente viajeros franco-canadienses y veteranos escoceses que habían peleado con los ingleses durante su conquista de Canadá o contra los norteamericanos. La nueva compañía promovió con gran vigor la exploración y el comercio en los lagos y portazgos hasta las Montañas Rocosas y más allá. Con frecuencia sus hombres eran los primeros europeos en pisar los nuevos territorios del noroeste.

            Tal expansión hacia el oeste de estas dos compañías canadienses aguijoneó a los norteamericanos que querían asegurar el control del continente a favor de su recién formada república. En 1803, los Estados Unidos adquirieron el territorio de la Louisiana, entre 1804 y 1806 Lewis y Clark exploraron el Oeste en nombre del Congreso de Estados Unidos. En 1808 John Jacob Astor constituyó la American Fur Company, con la aprobación tácita del presidente Jefferson, y en 1811 la compañía estableció el Fuerte Astoria en la desembocadura del río Columbia. Aunque Astoria se rindió a los ingleses dos años después, la American Fur Company pudo desplazar a las antiguas compañías francesas que operaban desde San Luis y competir venturosamente con las compañías canadienses hasta 1842, año en que quebró.

 

Pastores de caballos en las Llanuras

En los territorios situados al oeste de los Grandes Lagos, los comerciantes de pieles se atenían cada vez más para su abasto de comida a la carne que les proporcionaban los jinetes cazadores de búfalos de las Llanuras. El desarrollo del pastoreo a caballo en esta región fue un acontecimiento histórico, posterior a la introducción del caballo por los españoles en 1519 durante la conquista de México. Los primeros americanos nativos que montaron caballos fueron los chichimecas, recolectores de alimento de las fronteras septentrionales de la Nueva España que los capturaron o robaron de los puestos avanzados españoles. A partir de entonces diversas poblaciones consiguieron caballos con los que atacaron a vecinos más débiles que vendían como esclavos a franceses y españoles.

            Hacia 1630 los chichimecas vendieron caballos a los apaches; a su vez los apaches se los dieron a utes y comanches alrededor de 1700. Los shoshones orientales del este de Wyoming y Montana, incluyendo a los snakes, cabalgaron en el primer tercio del siglo XVIII; los snakes pronto se convirtieron en los principales traficantes de caballos y en los mejores apresadores de esclavos de las praderas del norte. Por su parte, los shoshones dieron caballos a los blackfoots. Otra ruta en la difusión del caballo llegó hasta el noreste. Los comanches los proporcionaron a los kiowas hacia 1730; es probable que los kiowas hayan sido la principal fuente de caballos de los pawnes, arikaras, hidatsas y mandanos.

         El caballo daba una mayor capacidad militar y también mejores rendimientos en la caza del búfalo y en el transporte de utensilios y abastecimientos. A su vez, una mayor movilidad permitía una participación también mayor en las crecientes redes comerciales; el comerció pronto brindó acceso a un nuevo recurso militar, el arma de fuego.

            Los dakotas fueron los primeros nativos americanos que aunaron el caballo con el uso del arma de fuego; ya vimos que hasta los años 1730 los dakotas habían sido horticultores y cazadores pedestres en las boscosidades y praderas situadas al oeste del Lago Superior; en este año hicieron frente al avance de los crees, anishinaabem y ojibwe o Chippewa a quienes proporcionaban armas de fuego la Hudson Bay Company. Por su parte los franceses, en su afán de detener a los aliados de los ingleses, daban armas a los dakotas; todavía a pie, usaron estas armas para rechazar ataques provenientes del norte, para desalojar otros pueblos (por ejemplo, los cheyenes, y para saquear aldeas hortícolas a lo largo del río Missouri y hacerse de esclavos que vendían a los europeos. Sin embargo, los aldeanos a quienes los kiowas habían vendido caballos, echaron la caballería sobre los dakotas, aunque estos finalmente se hicieron de caballos con los arikaras, alrededor de 1750. Hacia 1775 los dakotas jinetes y pistoleros, señorearon las llanuras nororientales. Establecieron relaciones directas en San Luis con comerciantes europeos, merced a lo cual hicieron a un lado a los mandanos que habían monopolizado gran parte del comercio entre las Llanuras y las poblaciones ribereñas del Misisipí. Los dakotas derrotaron a los cheyenes, aislaron a los kiowas de los arikaras, e interrumpieron contactos entre los crows y los mandanos.

            En las llanuras noroccidentales cupo un papel similar a los blackfoot. Recolectores de alimentos que habían sido expulsados de su antiguo hábitat al oeste de la Bahía de Hudson por el avance de los crees y assiniboines, los blackfoots consiguieron caballos hasta 1730 y armas de fuego en la segunda mitad del siglo XVIII. Pronto estuvieron en condiciones de arrollar a sus principales competidores, los snakes, así como los kutenais y los flatheads, ninguno de los cuales tenía acceso a armas de fuego.

            La llegada del caballo no sólo alteró pautas militares y acrecentó la movilidad; también permitió un acceso más eficaz a los búfalos, los que ahora podían ser cazados en grandes números en los alrededores de las tierras tribales. Este atractivo de una nueva vida hizo que muchas poblaciones se dedicaran íntegramente a la caza de búfalos; los horticultores marginales abandonaron sus campos; algunos ejemplos son los grosventres, los dakotas, los cheyenes y los arapahos; en otras ocasiones se escindieron grupos de las poblaciones hortícolas, como en el caso de los crows, que fueron una rama de los hidatsas.

            Inclusive las aldeas permanentemente hortícolas de los mandanos, arikaras, hidatsas y pawnes situadas a lo largo de los ríos Missouri y Platte sintieron el impacto de estas nuevas oportunidades. Estos grandes poblados tenían como base el cultivo del maíz llevado a cabo por mujeres en terrenos controlados matrilinealmente. Los hombres iban a la guerra y cazaban, aunque el ritual de la jardinería y de la horticultura dominaba el ciclo anual que incluía una cacería anual de bisontes. Los matrilinajes estaban estratificados en familias de élite y comunes. De un linaje salía el jefe de la aldea, del otro el jefe del ceremonial. El jefe de la aldea mantenía el orden dentro del poblado y controlaba la guerra; el del ceremonial, junto con otros miembros de la élite, se ocupaba de los haces sagrados de los matrilinajes guardándolos en un sitio que ocupaba un lugar central en cada poblado. La élite sacaba excedentes de la muy productiva horticultura; también recibía regalos ofrecidos durante las ceremonias, cuotas pagadas por entrar en las asociaciones graduadas jerárquicamente de los hombres, y bienes provenientes de los recolectores de comida que los entregaban a cambio de productos hortícolas. La riqueza así obtenida se redistribuía conforme a las situaciones relativas diferentes de los recipientes. Al parecer la configuración general se basó en el modo ordenado por el parentesco y en la participación ceremonial es posible que se les estuvieran pegando características tributarias, a medida que la élite empezaba a usar el maíz excedente para participar en intercambios más amplios con los assiniboines (que comerciaban con armas de fuego y manufacturas que les había dado la Hudson Bay Company) y con comerciantes europeos.

            Las nuevas oportunidades que la caza del bisonte ofrecía a la empresa individual tuvieron como efecto poner en tela de juicio el control de la élite sobre la guerra, la actividad asociacional y la adquisición de poderes sobrenaturales. A medida que los guerreros jóvenes buscaban cazar, comerciar o hacer la guerra en sus propios términos, empezaron a desafiar la autoridad de los líderes de su poblado. Así, cuando los miembros de la Young Dog Society entre los pawnes robaron carne sagrada mientras patrullaban el poblado, justificaron su acto diciendo que habían estado en el oeste en un lugar donde la gente compartía sus cosas (Holder, 1970: 133). Entre los arikaras, los “jóvenes malos” que se pusieron del lado de los sioux tuvieron que ser expulsados.

            Pero lo más importante fue que esta mayor habilidad para cazar búfalos les dio un artículo nuevo e importante para comerciar con los europeos. Cuando en la segunda mitad del siglo XVIII el comercio de pieles llegó a la cuenca del Mackenzie, los comerciantes en pieles descubrieron que ahora podían tener una nueva fuente de comida entre los pastores de caballos. Era el pemmican -carne de bisonte rebanada, secada al sol o sobre el fuego, machacada con un mazo, mezclada con grasa, tuétano y con una pasta hecha de cerezas astringentes. La mezcla se empacaba en sacos de cuero que pesaban unos 40 kilos. Se ha calculado que los viajeros dedicados al comercio de pieles requerían un promedio de 700 gramos de penmican al día; esto quiere decir que cada saco servía para alimentar a cualquier viajero durante 60 días-. (Merriman, 1926: 5,7). En 1813 la Northwest Company necesitó unas 25 toneladas de penmican, 644 sacos, para abastecer a sus 219 canoas (Ray, 1974: 130, 132). Los nómadas de las Llanuras llegaron a ser los principales proveedores de penmican para los puestos de Woodland, Barren Grounds y de los ríos Chuchill, Columbia y Fraser. También empezaron a darles caballos muy necesarios para el transporte en el norte, más arriba del anclaje de canoas de Fort Edmonton.

Demostración en el Calgary Stampede de un método tradicional de secado de carne para pemmican

https://en.wikipedia.org/wiki/Pemmican#/media/File:Pemmican.jpg

Los búfalos además daban otras cosas. Gracias a ellos se estableció un comercio activo con San Luis, de lenguas y sebo de búfalo, además de que a medida que a partir del primer cuarto del siglo XIX declinaba la importancia de los castores, aumentaba el número de piezas de vestir hechas de piel de búfalo. Entre 1841 y 1870, tan sólo en Fort Benton, en el territorio de los blacksfoot, se juntaron 20 mil prendas de esta ropa (Lewis, 1942: 29).

            Así pues, la combinación de caballo y arma de fuego en el contexto de las crecientes relaciones de comercio, fue el escenario del surgimiento de la configuración del indio de las Llanuras en el curso de unos cuantos años. Esta configuración fue adoptada de inmediato por cultivadores y cazadores-recolectores pedestres. Además, a pesar de sus diversos orígenes estas diferentes poblaciones acabaron pareciéndose entre sí. Algunas de las razones de esta convergencia se pueden encontrar en el nuevo modo de adaptación ecológica. Los rebaños de bisontes se dispersaban durante el invierno, y en pequeños grupos se refugiaban en las montañas; en la primavera los animales volvían a los pastizales de las llanuras y formaban grandes rebaños durante la temporada de apareamiento en los meses de julio y agosto. La cacería de los bisontes debía ajustarse a este ritmo. Durante el invierno la gente se dispersaba en pequeñas bandas o grupos familiares y se congregaban nuevamente durante el verano. Los campamentos debían escogerse también para que pudieran satisfacer las necesidades de pastoreo y protección de los caballos.

Aborígenes norteamericanos participando en una ceremonia de potlatch.

https://es.wikipedia.org/wiki/Potlatch

            Otras razones del desarrollo convergente de la cultura de las Llanuras fueron los requerimientos de las grandes bandas, las cuales debían reunirse y mantenerse juntas para la cacería y la recolección, pero sin perder su flexibilidad de adaptación a las cambiantes exigencias estacionales. El gran rodeo anual requería que los grupos dispersos y con frecuencia diferentes se reunieran en un gran círculo común; en respuesta a esta exigencia los pastores de caballos adoptaron formas organizacionales con funciones centrípetas que tomaron de horticultores sedentarios adyacentes, tales como los mandanos y los pawnes. Entre tales formas destacaron las cofradías de varones que servían como lugares, para bailar, asociaciones militares y “policía de búfalos” que coordinaban la cacería anual. Otro mecanismo unificador fue el uso de símbolos que enlazaban las diferentes bandas, por ejemplo, el haz medicinal de los pawnes, las flechas sagradas de los cheyenes, y la pipa y la rueda sagrada de los arapahos. En este terreno tuvo particular importancia la gran ceremonia anual de la Danza del Sol, cuyos orígenes se remontan a grupos hortícolas como los arapahos, cheyenes y dakotas. Elementos particulares de este ritual tienen prototipos o análogos entre los mandanos, arikaras, y pawnes, pero en su adopción por los pastores de caballos se combinaron con la pauta del mérito individual. Esta ceremonia se realizaba generalmente en conjunción con la cacería anual de bisontes. Aunque se centraba en la auto-tortura individual, invocaba una promesa de renovación mundial para todos. Este nuevo ceremonial se propagó desde las Llanuras nororientales a prácticamente todas las poblaciones que se movían en la Llanuras.

            Las tierras, privilegios y haces medicinales de los poblados habían sido propiedad de matrilinajes o clanes, pero en las Llanuras las unidades de parentesco corporado se atenuaron o desaparecieron por completo. Se individualizaron la propiedad de los medios de producción tales como caballos y armas, también los derechos a los haces medicinales, a canciones, danzas y nombres. La terminología del parentesco se asoció con líneas de ascendencia que cedieron el terreno a un acento bilateral, que subrayaron la filiación entre ambos padres; además, la ampliación de la palabra hermano a no parientes fortaleció la unidad igualitaria de los guerreros a expensas de la unidad de las líneas de ascendencia. En las aldeas el liderazgo había sido prerrogativa hereditaria de las casas de la élite que exigían obediencia a toda la población de la aldea. Pero entre los pastores de caballo el liderazgo dependió primordialmente de los logros en la guerra y en el comercio; en estos casos el jefe recibía la mayor parte de su apoyo en su propio grupo y no de la tribu en general; o sea, que, si bien es cierto que la configuración en las llanuras atraía elementos centrípetos de las aldeas hortícolas, también lo es que debilitó vínculos de parentesco y autoridad.

            Esta descentralización de la toma de decisiones y la mayor movilidad de los grupos de a caballo en las Llanuras tuvo también sus raíces en los requisitos del comercio en expansión. Para tener más armas y municiones, sartenes y utensilios de metal, tabaco y licor, los pastores de caballos debían disponer de más penmican y caballos que vender a los comerciantes de pieles. Hubo, pues, una demanda mayor de caballos y un aumento concomitante en la monta y robo de caballos, lo cual acrecentó, a su vez, la necesidad de caballos para la defensa y el ataque. Creció el número de caballos para hacerse de una esposa; esto aumentó la demanda de caballos, pues a más caballos más esposas para preparar pemmican.

            A mayor cantidad de penmican que un hombre pudiera encauzar hacia el comercio, mayor era su capacidad para hacerse de armas y equipo para dotar a un grupo y mayor su capacidad para liberar a sus parientes varones y dependientes para hacer la guerra. Así pues, los empresarios y jefes más venturosos, aquellos que tenían vínculos con factorías, llegaron a ser también buenos jefes guerreros. El resultado fue una concentración de caballos y mercancías valiosas en las manos de los ricos y afortunados, que produjo una diferenciación entre los más ricos y los más pobres, entre jefes y sus dependientes. Dado que el logro de posición social requería distribuciones generosas de riquezas, de cuotas de entrada y ascenso en asociaciones, de pagos por hacer medicinales y prerrogativas de danza y gastos para conseguir esposa, el tener acceso a caballos y armas significaba tener éxito en relaciones sociales y sobre naturales. Inclusive el desarrollo de relaciones escalonadas en los blackfoots, arapahos y gros ventres pudo no deberse a haber pedido prestados elementos de las tribus de aldeas. Esto vino a ocurrir tardíamente, probablemente alrededor de 1830. Las asociaciones proporcionaron “un mecanismo ideal para expresar y canalizar la movilidad vertical que se presentó con el aumento en la riqueza” (Lewis, 1942: 42).

 

Los metis del río rojo

Los indios de las Llanuras no fueron por mucho tiempo los únicos proveedores de penmican para el comercio de pieles, ni tampoco su adaptación ecológica fue privativa de los indios. A principios del siglo XIX unos inmigrantes escoceses se establecieron en la región del río Rojo en Manitoba, que casi enseguida recurrieron a la caza para reforzar una agricultura pobre. Con el tiempo se les unieron los llamados metis, que eran una mezcla de europeos y de americanos, muchos de los cuales habían sido desplazados como tramperos e intermediarios para la racionalización del comercio de pieles, así como por bandas de crees y ojibwas. Cuando la Northwest Company quiso equipar sus brigadas de saskatchewans y atabascos se dirigió a estos cazadores y tramperos del río Rojo para que le proporcionaran penmican; esto significa que a lo largo del río Rojo se presentó un ciclo de actividades similares a las de los aldeanos de Missouri. La gente del río Rojo viviría casi todo el año en lugares estables, en cabañas de troncos cercanas a sus fincas; las compañías les adelantarían dinero. En la temporada de celo de los animales vivían en tiendas, siguiendo a los búfalos y acarreando sus presas en carros de dos ejes con capacidad de carga de unos 400 kilos de carne de búfalo. A veces pelearían con los dakotas. Durante una cacería de dos meses (1840), los metis del río Rojo obtuvieron unos 400 000 kilos de carne de búfalo, que vendieron a la compañía para saldar deudas y comprar mercancías para el hogar; hubo, empero muchos cazadores en esa misma temporada que tuvieron que salir una segunda y una tercera vez para hacerse carne suficiente para que sus familias pasaran el invierno. Los metis fueron excluidos de las reservaciones que el gobierno canadiense dio a los grupos nativos americanos y a la mitad nativos afiliados a tales grupos. Manifestaron su descontento con dos grandes rebeliones, una en 1869 y otra en 1885, ambas bajo la dirección de Louis Riehl.

 

EL LITORAL DEL NOROESTE

En el último cuarto del siglo XVIII se abrió una nueva frontera al comercio de pieles en el Litoral del Noroeste de América del Norte. El Resolution y el Discovery, naves del capitán Cook, fondearon en 1778 en la sonda de Nootka, donde adquirieron varias pieles de nutrias marinas; las llevaron a vender a China, donde por las mejores les dieron 120 dólares. Se propagó la noticia y ya en 1792 había 21 barcos europeos entregados al empeño de conseguir más pieles de nutrias marinas. El comercio marítimo llegó a su culminación entre 1792 y 1812. Poco después de sus comienzos, los comerciantes de pieles de la Northest Company llegaron por la tierra a la costa, y en 1805 se estableció la primera factoría de pieles al oeste de las Rocosas. Al terminar la guerra Anglo-norteamericana de 1812, la Northwest Company tenía ya pleno control sobre la pendiente del Pacífico. No fue sino hasta 1821, año en que la Northwest Company se fusionó con la Hudson Bay Company, cuando dio comienzo el comercio sistemático por tierra. Los fuertes más importantes de la compañía fueron Fort Simpson, construido en 1831 entre los tsimshianos cerca del “gran mercado” en la desembocadura del río Nass, y Fort Rupert, establecido en 1849 entre los kwakiutles.

 

El comercio de pieles de Siberia

Al entrar los europeos en las aguas del Litoral del Noroeste sus mercantes toparon con los rusos que desde el año 1730 habían empezado a explorar la costa. Ya dijimos que desde el siglo X los rusos habían empezado a buscar pieles; su búsqueda cobró bríos después de sus victorias de mediados del siglo XVI sobre los khanates mongoles-turcos de la Cuenca del Volga. En 1581 un contingente de cosacos a sueldo de la casa comercial de Stroganov cruzó los Urales y destruyó a los khanates de Sibir. Luego, los cosacos siguieron su avance hasta que en 1638 llegaron al litoral del Pacífico. En 1690 ya había establecimientos permanentes en Kamchatka, amén de que entre 1730 y 1740 se exploraron las Kuriles y las Aleutianas. En 1797 se constituyó una compañía comercial estatal para explorarlos recursos que en pieles hubiera en el Lejano Noreste; estableció una base en la isla de Kodiak y fundó colonias hacia el sur, hasta la propia California. En 1839 la Hudson, a cambio de proporcionar abastecimientos a los fuertes septentrionales rusos. En 1867, mediante una pasó a manos de Estados Unidos.

            En contraste marcado con el comercio norteamericano, que significaba intercambio de bienes básicos por pieles, el comercio ruso de pieles se atuvo principalmente al tributo, es decir, a pagos en pieles hechos como reconocimiento de sometimiento político. Así, cuando conquistaron Sibir, se impuso de inmediato un tributo anual que debía cubrirse con martas y zorros plateados. Boris Godunov, mejor conocido como el zar que impuso la servidumbre a los campesinos rusos, fijó los términos del tributo en pieles de diez martas cebellinas por cada hombre casado, cinco por cada soltero, amén de un 10% de todas las demás pieles cazadas. La palabra rusa para comercio de pieles era iasak, palabra común a mongoles y turcos que significa “regular” o “fijar”. (Grousset, 1970: 586), n. 106), que es un legado de la estatificación mongólica. La expansión en Siberia corrió al parejo que la imposición de tributos en pieles. El mapa etnográfico (Remezoff Atlas) hecho en 1673 para Pedro el Grande muestra la distribución del iasak en relación con establecimientos y grupos sociales (Baddeley, 1919, I: cxxxvi). Al principio los comandantes militares estaban a cargo de la recolección de las pieles; luego esta tarea se asignó a “hombres juramentados” a los que no se les pagaba pero que tenían permiso de destilar alcohol y tener tabernas, además de que con frecuencia recibían pieles a cambio de bebidas. Allá muy al principio, los comerciantes privados desempeñaban un papel muy restringido, pero en el siglo CVIII cobraron importancia, pues empezaron a llevar pieles a China, cde donde traían té, sedas, telas y ruibarbo. En estas empresas, los comerciantes contaron con el apoyo de los clanes y jefes tribales de los buriats, tunguses y yakuts a quienes los rusos atrajeron volviéndolos nobles hereditarios. Se les dieron títulos y privilegios rusos y después e los años 1760, el derecho a cobrar el iasak (Watrous, 1966: 75).

            Sin embargo, al igual que en la América del Norte, el aumento de la caza para satisfacer los requerimientos del iasak llevó al borde de la extinción a los animales de piel. En el siglo XV las cebellinas habían merodeado tan al oeste como Finlandia; hacia 1674 se habían circunscrito a Siberia y para 1750 al sureste de Siberia. En el siglo XVIII el interés del comercio pasó de las cebellinas a la nutria marina.

            La propagación del comercio ruso en la órbita del Pacífico requirió un enorme esfuerzo logístico. Irkutsk era el centro del comercio; las mercaderías debían llevarse desde Yeniseisk, mu al oeste. Los yakuts locales fueron obligados no nada más a dar ganado sino también caballos para llevar el grano al litoral y a las penínsulas. Se juntaban muchos caballos con sus guías yakuts bajo el mando de jefes (toiones) que actuaban como armadores; los yakuts estaban sujetos a requisa. Los animales pequeños pero recios que usaban eran los famosos caballos ictiógafos del Yakut; comían pescado fresco, además de pasto, cortezas y ramitas de sauces (Gibson, 1969: 191). En invierno, el transporte se hacia mediante perros; la pesca debía intensificarse para conseguir el gran número de peces necesarios para alimentar a los seis perros que necesitaba cada uno de los hombres.

            Los rusos, además de atenerse a la población local para conseguir pescado, necesitaban ser buenos marinos para cazar nutrias. Primeramente, emplearon kamchadales, si bien en Kamchatka se cazaba la nutria marina desde 1750. En ese decenio los comerciantes rusos se desplazaron a las Aleutianas, e impusieron a en sólo 70 año; hacia 1789 la nutria marina se volvió muy rara en las Aleutianas. A partir de este año casi todo el comercio de la nutria de mar se pasó al Litoral del Noroeste de América del Norte; estuvo casi por completo en manos de naves inglesas y norteamericanas con base en Boston; casi no participaron los rusos en él.

 

Poblaciones del Litoral del Noroeste

Al llegar a la costa, los europeos penetraron en un medio muy diferente del de la América septentrional. El clima es templado; aire tibio y húmedo proveniente de la Corriente de Japón se eleva y condensa como lluvia y niebla sobre las serranías del litoral. Copiosa precipitación fluvial da vida a tupidos bosques de coníferas -abetos, piceas, cedros, tejos y pinos gigantes. Los habitantes del Litoral de Noroeste fueron primordialmente pescadores, que dependían en gran medida del salmón y del arenque del mar, a los que cogían en sus migraciones río arriba cuando los peces iban en busca de aguas dulces y frías propias para desove. La cosecha se completaba pescando en aguas costeras, cazando aves silvestres y recogiendo crustáceos y raíces comestibles. Un grupo, los nootkas, se especializó en la pesca de ballenas; en la costa abundaba la comida, si bien periodos de mal tiempo y fluctuaciones anuales en el desove de los peces ocasionaban escaseces.

            El primer encuentro de que se tiene memoria entre navegantes europeos y habitantes de la costa, tuvo lugar en 1774, año que la nace española Santiago comerció con un grupo de haidas a los que dio ropa, cuentas y cuchillos a cambio de pieles de nutria, mantas y cajas de madera tallada y otros artículos. Cuatro años después, las naves del capitán Cook echaron anclas y comerciaron pieles de nutria marina en la Sonda de Nootka.

            Los recién llegados se dieron cuenta enseguida de que estaban tratando con socios comerciales tan astutos y calculadores como los que habían conocido en sus viajes. Lo cierto es que se hallaban en un territorio de amplio comercio nativo; como los recursos del Litoral del Noroeste eran con frecuencia locales, desde hacía mucho había habido comercio entre isleños y la tierra firme, así como entre poblaciones costeras y del interior. Así, sólo en lugares limitados había peces olachen, por ejemplo, en el Nass y en otros ríos y a lo largo de la Sonda de la Reina Carlota; desde muy lejos venía gente a comerciar el aceite de olachen, que estaba monopolizado por grupos con derechos sobre los territorios de pesca. La caza de animales terrestres fue de importancia particular para las comunidades situadas río arriba. Los tlingits del norte tejían las mantas chilcats con lana de cabras monteses y corteza de cedro, pero como no había cedros en su hábitat, debían recibir la corteza y el cedro del sur. De la región del río Copper se llevaba el cobre al los chilkats, los cuales a su vez lo llevaban al sur. Haidas y Nootkas fueron famosos por la calidad de sus canoas; y las ropas, hechas de corteza de cedro amarillo por los nootkas y los kwakiutles, así como las hechas por los salishes de lana de cabra montés, de pelo de perro y de plumas del pecho de aves silvestres se comerciaban a lo largo de la costa. Los isleños daban a los del interior venado seco, aceite de foca, pescado seco, mariscos, jades para hacer utensilios, corteza de cedro, cestas de corteza de cedro, madera de cedro para hacer artefactos ceremoniales y madera de tejo para hacer arcos y cajas de almacenaje. Por su parte, los del interior daban a los isleños cueros y pieles, telas y ropa, olachen y su aceite, arándanos, cucharas de cuerno, cestas de raíces de abeto y mantas chilkats.

            Aunque los viajes comerciales de los nativos no entrañaban internarse en el mar abierto sino separarse de la costa, a veces cubrían grandes distancias. Los grupos tlingites viajaban casi 500 kilómetros para comerciar con los haidas o los tsinsianos. Los de la tierra firme también comerciaban con hablantes de atabasco del interior, llevándoles cestas de corteza de cedro, aceite de pescado, hierro y adornos de concha, y regresando a sus tierras con cueros, mocasines, correas y cobre de placer (Drucker, 1963: 107-108). Una población situada a lo largo del bajo río Columbia, los chinooks, tuvieron un papel importante como intermediarios en el comercio entre la costa y el interior. Comerciaban con esclavos desde California hasta Columbia y luego hasta el litoral (French, 1961: 363-364), cambiándolos por canoas nootkas y cochas de dentaliums. Su idioma, que contenía características chinooks y nootkas y palabras inglesas, acabó siendo la “jerga” Chinook, el lenguaje comercial del Litoral del Noroeste.

            Los que los europeos buscaban, sobre todo en la costa, eran pieles de nutrias marinas. Entre 1785 y 1825 hay datos que unos 330 barcos visitaron la costa; unos dos tercios comerciaron en dos o más temporadas (Fisher, 1977: 13). Al principio, las pieles de nutria marina se obtenían a cambio de hierro y otros metales; después, a cambio de ropa, de telas y mantas; y más tarde, de ron, tabaco, melaza y mosquetes. Los comerciantes americanos nativos eran casi siempre “jefes” que se valían de sus seguidores y de sus contactos personales para entregar las pieles de nutrias; su poder creció al mismo tiempo que se desarrollaba el comercio.

            Estos jefes ocupaban las posiciones cimeras en las unidades de parentesco de la región. Entre las poblaciones situadas al norte del canal Douglas -tlingits, haidas y tsinsianos- la unidad básica era matrilinajes; al sur del canal, sobre todo, entre los nootkas y los Kwakiutles, las unidades esrab familias o “casas” extendidas ambilateralmente. Cada linaje o grupo de casas formaban una agrupación local que sostenía derechos, como cuero, sobre recursos tales como terrenos de pesca, territorios de caza, campos de conchas y mariscos y parcelas de bayas, además de que poseían prerrogativas ceremoniales. Los derechos al manejo de estos recursos correspondían a ciertas posiciones, cuyos ocupantes eran jefes; los españoles los llamaron tais y en jerga Chinook se les llamó tyees. Por ser los organizadores de los recursos del grupo estos jefes que ostentaba el título de Maquinna, con quien se tuvo el primer contacto en 1791. Controlaba una red comercial de poblaciones que vivían en la costa oriental de la isla de Vancouver; pronto fue reconocido como el principal comerciante de la región. En 1803, ya era lo suficientemente rico como para ofrecer en un solo lote 200 mosquetes, cerca de 200 metros de tela, 100 camisas, 100 espejos y siete barriles de pólvora (Jewitt, 1815, citado en Fisher, 1977: 18). Hubo otros jefes así, que no sólo dedicaron su gente a la intensificación de la caza de nutrias, sino que metieron en sus redes comerciales a otros pueblos, cuyas pieles reexportaban.

            Donde la gente se agrupaba en matrilinajes, cada uno de estos grupos compartía una genealogía común y un conjunto de títulos ceremoniales. El ocupante del cargo debía de provenir de la línea principal de ascendencia, si bien la regla sólo determinaba los elegibles, no el heredero real. La elección del sucesor dependía de la aptitud del individuo para validar la herencia por medio de obsequios que se ofrecían a invitados escogidos entre linajes afines reales o potenciales. A estos obsequios se les llamaba potlatches, de una palabra Chinook que significaba “dar”. El ascender a cualquier cargo exigía alguna forma de obsequiar a las personas apropiadas, pero entre los pueblos del norte, el potlatch estratégico era el que anunciaba la sucesión a la jefatura (esta función recuerda la Fiesta de los Muertos de los hurones y de los algonquinos de los Grandes Lagos). Como consecuencia del comercio de pieles creció mucho el alcance de estos obsequios. Antes de la llegada de los europeos, se daban más bien ropas de pieles y comida. Una vez implantado el comercio de pieles los obsequios abarcaban toda la gama de mercancías europeas importadas, así como productos alimenticios y artesanales conseguidos mediante el comercio.

            Entre los grupos meridionales, las “casas” ambilaterales extensas se jerarquizaban unas con respecto a otras, pero los pretendientes a un rango alto debían presentar un “conjunto” de títulos tanto por el lado paterno como por el materno. Por consiguiente, la senda hacia el éxito entre estos pueblos no era la herencia siguiendo la línea principal de ascendencia, sino la acumulación bilateral de títulos siguiendo varios ritos de aceptación, el más significativo de los cuales era le matrimonio. Cada rito de aceptación iba acompañado por un obsequio; el matrimonio los potlatches desempeñaban un papel determinante en el establecimiento del conjunto de títulos de un aspirante al puesto de jefe.

            Desde luego, los miembros de un matrilinaje o de una casa extendida ambilateralmente estaban ligados por parentesco, pero estaban divididos por el rango. En el norte, los descendientes de la línea senior, y en el sur, los pretendientes bien nacidos, formaban un estrato distintivo de nobles que se diferenciaban por la ropa, el comportamiento y prerrogativas rituales, del estrato de los comuneros. La nobleza del norte reforzaba su posición especial mediante matrimonios entre primos, con lo que mantenía la pureza del linaje y la riqueza potlatch dentro de líneas circunscritas. En el sur, donde el ascenso en la posición y los obsequios potlatches eran más abiertos, sucedía que los títulos estratégicos eran acaparados por cada generación de titulares en beneficio de sus descendientes inmediatos.

            Poseer títulos, tenía sus ventajas: la nobleza recibía entre un quinto y la mitad de los alimentos producidos por los comuneros (Ruylc, 1973: 615). DE entre los nobles salían los administradores de los recursos del linaje, los líderes guerreros, los empresarios comerciales y los organizadores de los intercambios ceremoniales, y recibían todos los requisitos que correspondían a tales cargos.

            Además, la nobleza tenía esclavos y traficaba con ellos. En general eran cautivos de guerra, o si no, hombres y mujeres trocados en la sonda de Puget o el norte de California. Se ha calculado que el porcentaje de esclavos en diferentes grupos de población era de un séptimo a un cuarto del total (Ruyle, 1973: 613-614). Maquinna el jefe nootka, tuvo casi 50 esclavos, según dice Jewitt que fue esclavo de Maquinna durante tres años. Roderick Finlayson, empleado de la Hudson Bay Company, decía que en Fort Stikine había dos jefes tinglit cada uno con entre 90 y 100 esclavos, en su mayoría comprados a los haidas (Hays, 1975: 45). Los esclavos podían ser rescatados por sus grupos familiares, cosa frecuente cuando los captores vivían cerca o cuando el cautivo era persona importante. Entre los tinglits, durante el primer decenio del siglo XIX, el rescate consistió principalmente en pieles de nutria marina (Langsdorff, 1817, citado en Gunther, 1972:191). Mientras más distante estaba el cautivo de su grupo de origen menos probable era que fuese rescatado.

            La esclavitud era hereditaria. Los esclavos eran de sus dueños y no podían abandonarlos; en cambio los comuneros podían irse a formar nuevos establecimientos. Los esclavos podían ser sacrificados o entregados en intercambios de obsequios. También se les podía poner a trabajar por lo general en trabajos domésticos humildes, pero al crecer el comercio de pieles se les puso a secar y extender las pieles con objeto de alistarlas para su venta. No sabemos cuanto valían los esclavos cuando llegaron los europeos. Sin embargo, hacia 1840, los jefes tinglits del Fuerte Stikine los vendían a 10 dólares. En el decenio de 1870 los tinglits chilkats rentaban sus esclavos a los blancos por entre 9 y 12 dólares la carga. En 1931, los viejos informantes de Oberg dijeron que cuan do eran jóvenes (sobre el último cuarto del siglo XIX) un esclavo valía cuatro mantas chilkats o un rifle de retrocarga; entre diez y quince esclavos podían comprar una gran canoa.

            Vemos que los jefes se valían de sus puestos de influencia en el comercio de pieles para acumular riqueza potlatch, aumentar sus conexiones de afinidad mediante matrimonios prometedores, ensanchar sus redes comerciales y reforzar sus prerrogativas sociales. Algunos usaban el trabajo de sus esclavos para aumentar la producción de objetos de valor. Sin embargo, el despliegue básico del trabajo social en las sociedades del Litoral del Noroeste siguió basándose en el modo ordenado por el parentesco. El jefe ocupaba su posición directriz como ejecutivo de su grupo de parentesco. Las casas aportaban mercancías a cambio de sus prestaciones por razón de sus conexiones de parentesco y por esperar beneficios provenientes de la redistribución. La frecuencia con que “gente sin valor” aparece en relatos etnográficos hace pensar que las contribuciones de los parientes a los jefes, en forma de trabajo o de riqueza potlatch,(**) no siempre era automática. Si el jefe no le parecía, la gente podía separarse y de hecho lo hacía y se establecía en otra parte. Finalmente, si un jefe mal administraba los recursos del grupo, era reo de muerte.

            A medida que las autoridades civiles de Columbia se entrometían más y más en las guerras nativas, probablemente se acrecentó la función política del potlatch en las rivalidades y en la concertación de alianzas; contuvieron ríos de sangre con ríos de riqueza. Ciertamente, la creciente utilidad económica de los esclavos disminuyó su sacrificio ceremonial y de paso ayudó al venturoso ascenso de empresarios advenedizos; los jefes empero, no podían independizarse del sistema potlatch. Si en verdad el potlatch constituía una especie de banco, como sugirió el jefe Maquinna de Nootka en 1896 en una carta al Daily Colonist consistía en operaciones de relaciones ordenadas conforme al parentesco, no de riqueza o de capital de naturaleza tributaria.

            Hacia el decenio de 1830 empezó a escasear la nutria marina y el comercio pasó de los isleños a la tierra firme, cuyos comerciantes tenían interés en establecer y mantener control sobre los abastos de pieles provenientes de las montañas del interior. En Wrangell, los tlingits mandados por el jefe Shakes monopolizaban el comercio de los atabascos en las fuentes del río Stikine. En Taku, los tlingits controlaban el comercio corriente abajo y arriba del río Taku, y en Chilkat, el valle del río Chilhat. Los habitantes de la Sonda de Milbanke dominaban las rutas entre el Fuerte Mcloughlin y el Chilcat interior. En el Fuerte Simpson de la Hudson Bay Company, los tsinsianos bajo el jefe Legaic monopolizaban el comercio sobre el alto Skeena con los gitskans, que a su vez controlaban el comercio con los sekanis; los bella coolas desem peñaron el mismo papel en relación con los alkatcho carriers (*). Cuando la Hudson Bay Company estableció el Fuerte Rupert en 1849, los kwakiutles, que se fueron a vivir allí, controlaron el comercio con otras poblaciones.

            En estas relaciones entre grupos costeros y del interior, era común que los vínculos de parentesco estructuraran la asociación de comercio asimétrico. Por ejemplo, los bella coolas integraron a los alkatcho carriers en su red de socios comerciales, pues aceptaron varones alkatchos como yernos. Estos afines alkatchos se entresacaban de “los cazadores afortunados, los comerciantes astutos y enérgicos y los jugadores con suerte” (Goldman, 1940: 344): aquellos que podían dar a sus suegros bella coolas buen número de pieles. A cambio recibían esposas bella collas Nobles, así como títulos y nombres destacados del linaje de la esposa. La consecuencia fue que se creó una aristocracia alkatcho que se entremezcló con el sistema potlatch de los bella coolas. El “noble” alakatcho más importante de una aldea se convertía en su jefe potlatch y su agente en potlatches inter-aldeas. Sin embargo, la autoridad real de estos personajes era bastante limitada. La base de subsistencia de los alkatchos era demasiado limitada como para permitir intercambios potlatches de cuantía; “un intercambio ordinario comprendía unas diez mantas”. Entre los bella coolas la propiedad se destruía en verdad, pero entre los alkatchos sólo simbólicamente era “arrojada al fuego”. El Potlatch aumentó la productividad de las familias ampliadas que participaban en él, e hizo que algunos empresarios alkatchos consiguieran pieles con los vecinos carrier y chilcotin, aunque la base productiva restringida acabó por limitar el ascenso del potlatch.

            Las poblaciones comerciales dominantes estaban prestas a defender sus monopolios. Así, en 1834, cuando la Hudson Bay Company quiso construir un fuerte sobre el Stikine para interceptar el comercio de pieles de los tlingits con los rusos, los tlingits amenazaron con destruirlo (Fue construido en 1839 con el consenso de los rusos.) En 1854 los tlingits chilkats enviaron una partida de guerra para que destruyera el fuerte Selkirk de la Hudson Bay Company situado en el Valle del Yukón, casi 500 kilómetros tierra adentro, porque sentían que estorbaba su comercio.

            Este control por la fuerza, de los canales de comercio, beneficiaba a los intermediarios costeros a expensas de los grupos del interior. Todavía en los años de 1930 algunos tlingits evocaban con deleite los tiempos en que conseguían fusiles de chispa con los traficantes europeos a cambio de una pila de pieles del propio rifle y que luego cambalacheaban el mismo rifle a los atabascos por una pila de pieles del doble del alto.  Hubo también un gran aumento en las correrías en busca de esclavos y en el comercio de esclavos. La posesión temprana de rifles por los habitantes que estaban al norte de la sonda de Puget les dio gran ventaja sobre los salishes del litoral que todavía peleaban con arcos y flechas. Se volvieron tan frecuentes las correrías en busca de esclavos que muy pronto quienes vivían río arriba temieron llegar al mar en el curso de su ciclo anual (Collins, 1950: 337). Tanto el Fuerte Simpson como The Dalles llegaron a ser grandes mercados de esclavos.

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            Por otra parte, en el Fuerte Simpson y en el Fuerte Rupert se presentaron nuevos fenómenos políticos entre los tsinsianos y los kwakiutles. El Fuerte Simpson se construyó en territorio tsinsiano. Nueve de los catorce grupos o conjuntos tsinsianos, con lugares para pesca de salmón situados en el bajo Skeena y en terrenos Olachen sobre el Nass constituyeron un conjunto invernal común en el Paso Metlakatla (cerca de donde está hoy Prince Rupert). Estos grupos ya habían desarrollado un sistema de jerarquización de linajes dentro de cada conjunto en el cual se daba el puesto más alto al jefe del linaje de más rango. Al formar una confederación se toparon con el problema de jerarquizar los nueves grupos de linajes en su relación recíproca. Los cuatro grupos de kwakiutles que se mudaron al Fuerte Rupert en 1849 formaron, a su vez, una confederación, y se les conoció como los fort ruperts. Franz Boas describió por vez primera con detalle a esta gente; los caracterizó por una eflorescencia extraordinaria de su potlach. Lejos de constituir una región amplia del fenómeno de precontacto, los competitivos potlatches “pertenecen en realidad al reino de los estudios sobre asimilación de culturas, no de economías primitivas” (Ruyle, 1973: 625). Philip Drucker observa (1955: 137-140) que en estos dos grupos que enfrentaron problemas idénticos, se destaca particularmente el potlatch competitivo. Los fort ruperts no contaban con precedentes para jerarquizar a los jefes de los cuatro grupos constitutivos de la nueva confederación, de modo que se puso en marcha el potlatching competitivo para establecer su jerarquía. Eso mismo hicieron en el Fuerte Simpson los tsinsianos; mediante el potlatch jerarquizaron los nueve grupos de la confederación. Por tanto, cabe decir que en estos dos lugares los potlatches competitivos “alcanzaron su máximo desenvolvimiento -o tal vez sería mejor decir la cima de su más amarga rivalidad”

            El potlatching competitivo no sólo significaba una escalada en amargura, sino también un aumento en la cantidad de artículos que se daban. Helen Codere, al hablar sobre los potlatches anteriores a 1849, señala que:

            Durante las seis generaciones anteriores a 1849, cada una de unos veinte años (no hay antecedentes de potlatches muy anteriores a esto o hasta las fabulosas tres primeras generaciones del relato), cinco de los diez potlatches mencionados tienen un tamaño de 75 a 287 mantas; no se aprecia tendencia a aumentar el tamaño; los dos potlatches relativamente pequeños del relato se dieron en años posteriores. (1961: 443).

            De ahí en adelante, aumento a saltos el número de mantas distribuidas. Un potlatch habido en 1869 abarcó 9 000 mantas; otro, en 1895, más de 13 000, y el último potlatch kwakiutl más de 30 000, así como otros artículos.

            Parte de esta riqueza tuvo su origen en el comercio de pieles; se calcula que en Fuerte Rupert ganó en 1850 unas 6 000 libras de plata por ese comercio (Codere, 1961: 457); y a partir de 1858, la población en auge de Victoria ofreció empleo a los kwakiutles como jornaleros y a las kwakiutles como lavanderas y prostitutas. Un número creciente de empacadoras empleó también a los hombres como pescadores y a las mujeres como enlatadoras. Simultáneamente se presento un catastrófico descenso de la población, en gran parte debido a enfermedades como la sífilis y la viruela, desconocidas en América. Los kwakiutles, que en 1835 sumaban entre 7 500 y 8 000, bajaron a 2 300 en 1881 y a 1 200 en 1911, un sexto de lo que habían sido 75 años antes (Coder, 1961: 457). De este modo, al aumentar el volumen y la circulación del dinero bajaba el número de los aspirantes a timbres, títulos y prerrogativas, lo cual dio nuevas oportunidades a la gente social y económicamente inquieta. Un comunero podía aprovechar la desaparición de casas y heredros y lograr títulos con el dinero fruto de la prostitución y los honorarios de los delatores (Wike, 1957: 311; véase Boas, 1921: 1113-1117).

            En 1858 las poblaciones americanas nativas sufrieron un golpe final cuando llegó a California la noticia de que se había descubierto oro en el río Fraser. En unos cuantos meses llegaron miles de mineros a los que siguieron colonos ansiosos de establecerse en una tierra que según afirmaban, “era un yermo sin posibilidades de mejoramiento”. Un nativo de la isla de Vancouver vio las consecuencias de lo anterior cuando dijo, en 1860, “que pronto vendrán más hombres el Rey Jorge, y tomarán nuestras tierras, nuestros pinos gigantes, nuestros terrenos de pesca; que sólo nos dejarán un trocito de tierra y tendremos que hacer todo conforme a los caprichos de los hombres de la tierra del rey Jorge” (Fisher, 1977:117).

            A lo largo de más de tres siglos, el comercio de pieles medró y creció en la América del Norte, atrayendo inclusive a los nuevos grupos de americanos nativos a los circuitos cada vez más amplios del intercambio de mercancías que se abrieron entre los europeos y sus socios comerciales nativos. Principalmente, el comercio tocó a los recolectores de alimentos y a los horticultores de los boscajes subárticos y del este. Luego con la expulsión de los franceses y la participación entre el Canadá inglés y los Estados Unidos del territorio del norte, dejó atrás a los Grandes Lagos y llegó al subártico occidental, pero a la vez creó una nueva región de abastecimiento en la región de Las Llanuras. Finalmente en las postrimerías del siglo XVIII, el comercio estableció una cabeza de playa en el noroeste del pacífico, y acabó por unirse, cruzando las sierras de la costa, con las factorías de tierra adentro.

            Por donde fue, el comercio de pieles llevó consigo enfermedades contagiosas y guerras más y más enconadas. Muchos grupos nativos fueron destruidos y desaparecidos por completo; otros fueron diezmados, desbaratados y arrojados de sus hábitats originales. Las poblaciones sobrevivientes buscaron refugio con aliados o se unieron a otras poblaciones, con frecuencia bajo nuevos nombres e identidades étnicas. Unos cuantos, como los iroqueses, crecieron a costa de sus vecinos.

            Por su situación estratégica o su fuerza militar, algunos grupos salieron muy beneficiados por el comercio de pieles. Medraron y crearon nuevas configuraciones culturales que combinaron artefactos y pautas europeas y nativas. Esta evolución cultural fue posible merced al flujo de nuevas y valiosas mercancías europeas en una economía nativa auto-rregulante. Mientras los nativos americanos pudieron encauzar la mayor parte de su trabajo social disponible a través de relaciones ordenadas conforme al parentesco hacia el fin de garantizar su subsistencia, las mercancías obtenidas merced a la caza ocasional de pieles complementaron, no reemplazaron, sus propios medios de producción.

            Hasta finales del siglo XVIII, se buscaba a los grupos de nativos americanos como aliados de las potencias europeas enfrascadas en una competencia política y militar. Los indios eran todavía militarmente independientes y agentes políticos -naciones en la jerga de aquellos días- cuyo apoyo debía ganarse con mercancías, inclusive con armas.

            El resultado fue que el intercambio de bienes y servicios entre indios y europeos más parecía un obsequio de regalos que un intercambio de mercancías; estas relaciones trascendían lo meramente material. Como dice Marcel Mauss, el intercambio de regalos encarnaba una invitación a la amistad y a la alianza, o al cese de enemistades y guerras.

            El acceso a bienes y regalos europeos pronto alteró las pautas de interacción en los grupos y entre ellos. En grupos sociales ordenados conforme al parentesco, una mayor capacidad para obtener tales bienes y para distribuirlos entre parientes y seguidores dio prominencia a los grandes hombres o a los líderes guerreros, o amplió la influencia y el alcance de los jefes redistribuidores. Regalos y mercancías crearon también alianzas entre grupos indios, así como entre europeos e indios. Estos intercambios desempeñaron una parte importante en la formación de nuevos grupos y en el desarrollo de identidades étnicas de mayor envergadura. A veces estas entidades étnicas mayores (o confederaciones) fueron hijas de la amalgama de grupos locales anteriormente diferente alrededor de un fortín o emporio comercial. En otras ocasiones, estas alianzas o confederaciones se constituyeron con el fin de controlar nuevas tierras de caza o rutas estratégicas de acceso al comercio. Muchas de las naciones o tribus indias, reconocidas posteriormente como entidades étnicas diferentes por agentes del gobierno o antropólogos, cobraron forma en respuesta a la propagación del comercio de pieles en cuyo proceso los americanos nativos fueron participantes tan activos como los comerciantes, misioneros o soldados de los acometedores europeos. O sea, que la historia de estos pueblos supuestamente sin historia no es otra cosa que una parte de la historia de la expansión europea.

            Para unir estas nuevas entidades étnicas, los nativos americanos crearon formas y rituales colectivos de gran alcance. A veces comunicaron nuevas funciones a formas culturales tradicionales, como en la transformación de la Fiesta de Muertos de los algonquinos en el ritual del comercio, en la creación de pugnas chamánicas en la “iglesia” midewiwin, o en el empleo de potlatch del Litoral del Noroeste para aglutinar asociaciones de comercio o para coordinar grupos competidores. En otras ocasiones se crearon solidaridades más amplias por medio de combinaciones nuevas de formas culturales de orígenes diversos, como cuando los pueblos de las Llanuras crearon la Danza del Sol, un ritual de grupo apropiado a su modo de vida más móvil.

            Sin embargo, conforme los comerciantes europeos consolidaban su posición económica y política, la equilibrada relación entre tramperos nativos y europeos cedió al paso al desequilibrio. La mengua de la guerra internacional disminuyó el flujo de mercancías procedentes de autoridades europeas a aliados americanos nativos. Por su parte, estos nativos acabaron ateniéndose cada vez más a la factoría, no sólo respecto a los utensilios del comercio de pieles sino también a su propia subsistencia. Esta dependencia cada vez mayor orilló a los cazadores y proveedores nativos de penmican a dedicar más trabajo al comercio para poder pagar las mercancías que les adelantaban los comerciantes. Abandonaron las actividades relacionadas con su subsistencia, y se especializaron en un sistema de toma y daca, en el cual los empresarios adelantaban contra artículos que debían entregarse en un tiempo futuro. Esta especialización ató más firmemente a los americanos nativos en redes continentales e internacionales de intercambio, más como productores subordinados que como socios.

 

Wolf, Eric R., “El tráfico de pieles”, en Europa y la gente sin Historia, Trad. De Agustín Bárcenas, México, FCE, 2005, pp.196-239.

(*) Los Alkatcho Carrier eran un grupo de hablantes de la lengua Carrier (Dakelh) influenciados por dos culturas: la del norte (Upper Carrier) y la de los Bella Coola. Se les describe en estudios antropológicos por su sistema de crestas, que se mezclaba con características de filiación de clanes y el aspecto honorífico de las sociedades. La palabra "Carrier" en sí misma proviene de una costumbre de las viudas de llevar las cenizas de sus maridos fallecidos en unas alforjas, según explica Wikipedia. 

Los DakelhCarrier o Takuli son una tribu india del grupo na-dené, cuyo nombre proviene de takulli, “pueblo que camina sobre las aguas”, significación de origen dudoso, pero que eran llamados por los ingleses Carrier (porteador) y por los franceses Porteur, Vivían en ambas orillas del Lago Fraser y del lago Stuart, entre la costa y las Montañas Rocosas, en el centro de la Columbia Británica, en Canadá.

(**) El potlatch en Fort Rupert está intrínsecamente ligado a la historia del pueblo Kwakwaka'wakw (anteriormente conocido como Kwakiutl) y su resistencia cultural frente a la prohibición impuesta por el gobierno canadiense. Fort Rupert (Tsaxis) fue un centro importante para esta ceremonia, especialmente durante y después de la prohibición. 

Historia del Potlatch en Fort Rupert

  • Centro Cultural: Fort Rupert se convirtió en un punto focal para los Kwakwaka'wakw después de que la Compañía de la Bahía de Hudson (HBC) estableciera un puesto comercial allí en 1849. La presencia europea y el comercio influyeron en la práctica del potlatch, intensificando a veces la acumulación de bienes para su posterior distribución.
  • Significado Ceremonial: Para los Kwakwaka'wakw, el potlatch era un evento social, económico y político fundamental. Se celebraba para validar el estatus social y el rango de un anfitrión, especialmente un jefe, y se asociaba con nacimientos, bodas, muertes y la herencia de títulos y nombres. Implicaba banquetes, cantos, bailes y la generosa distribución o incluso destrucción de grandes cantidades de bienes (mantas, canoas, obras de arte) para demostrar riqueza y prestigio.
  • Prohibición Canadiense: El gobierno de Canadá prohibió la práctica del potlatch en 1885, una ley que estuvo vigente hasta 1951. Esta prohibición fue un intento de asimilar a los pueblos indígenas a la sociedad canadiense, ya que las autoridades coloniales consideraban que la práctica impedía la acumulación de capital y la "civilización".
  • El Gran Potlatch de Dan Cranmer (1921): El evento más notable relacionado con la prohibición y Fort Rupert (o más bien la comunidad cercana de 'Mimkwa̱mlis, en Village Island) fue el potlatch masivo organizado por el jefe Kwakwaka'wakw Dan Cranmer en 1921. A pesar de ser ilegal, asistieron al menos 300 invitados. Las autoridades federales descubrieron la ceremonia y allanaron el evento, lo que resultó en el arresto de 45 personas. Veintidós fueron encarceladas. 
  • Consecuencias y legado. Como resultado de la redada de 1921 se confiscaron cientos de objetos ceremoniales y máscaras de potlatch. Estos artículos fueron distribuidos entre varios museos de Canadá, Estados Unidos e Inglaterra.

Tras años de esfuerzos por parte de la comunidad Kwakwaka´wakw a partir de la década de 1960 se inició un movimiento para recuperar estos tesoros culturales. Muchos de los objetos confiscados finalmente devueltos y ahora se albergan en el U´mista Cultural Center en Alert Bay, donde se exhiben como “la Potlatch collection”, un testimonio de la resiliencia cultural del pueblo frente a la opresión. El Potlatch sigue siendo una práctica vital en la vida comunitaria de los Kwakwaka’ wakw en la actualidad.

La palabra viene de la lengua Chinook Jargon y quiere decir "regalar" o "regalo"; originalmente de la palabra paɬaˑč de la lengua Nuu-chah-nulth, que significa hacer un regalo ceremonial en un potlatch.

https://es.wikipedia.org/wiki/Potlatch











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