(4)EL MARONISMO
Los
Maronitas bajo los Otomanos
La era de los Cruzados y del
Reinado Latino en Levante terminó en 1291; empezó entonces el periodo de los
Mamelucos, famoso por su decadencia y su incuria debido a que, estos por su
origen, eran esclavos que se habían apoderado del poder en Egipto y lo habían
expandido a todo el Medio Oriente. La dinastía de los Mamelucos se distinguió
también por su incompetencia e ignorancia; algunos eran totalmente analfabetos,
mientras que los Cruzados habían dotado a Levante de una gran civilización y
una vasta cultura artística. Los Maronitas se volvieron a su montaña libanesa
en la que se atrincheraron después que los mamelucos pusieron fin a todo
contacto con el Occidente cristiano. Sin embargo, esta política aislacionista
tuvo que ser abandonada muy pronto pues los mamelucos se dieron cuenta de que
no podían prescindir de Europa, aunque fuera cristiana, y aceptaron la
necesidad de conservar el comercio europeo debido a que Europa seguía siendo el
principal consumidor de los productos de Oriente. Además, el europeo, por su
parte, proporcionaba a Levante las materias primas de que éste carecía. Y para
sorpresa de ciertos gobernadores orientales, el europeo había demostrado ser,
en general, un cliente honesto y que siempre pagaba puntualmente.
Esta toma de conciencia de los Mamelucos por los
intereses materiales y económicos del país favoreció la reanudación de las
relaciones entre el Levante musulmán y el Occidente cristiano sobre la base de
concesiones mutuas. A partir del siglo XIV podemos observar el establecimiento
en Oriente de la institución consular, por primera vez, con el principio de
extraterritorialidad a fin de facilitar el tráfico comercial y la venta de los
productos autóctonos.
Durante el reinado de los Mamelucos, el Imperio bizantino
vivió un periodo de decadencia que terminó en 1453, con la caída de
Constantinopla. Los Sultanes Otomanos se apoderaron entonces del poder en esa
región de Asia Menor y decidieron penetrar en todo Levante. El Sultán Selim I
inició una expedición contra los Mamelucos y los derrotó en Marge-Dábeq, en el
norte de Siria. Entró en Alepo sin disparar un tiro y prosiguió su marcha hacia
Egipto, en donde, en 1516, se convirtió en amo absoluto. El sultanato mameluco,
que había dominado Líbano y Siria alrededor de dos siglos y medio, fue
aniquilado por Selím, quien trasladó el poder de Egipto a Constantinopla.
Constantinopla se convirtió en el centro del Imperio Otomano. El invasor
otomano no realizó la conquista de Siria, Líbano y Palestina; más bien se
limitó a tomar nota de su resignación pues dichos pueblos trataban ya de
deshacerse del yugo de los Mamelucos, en especial d sus representantes locales
que los agobiaban con impuestos cada vez mayores. No es sorprendente, pues, que
los Sirios y Libaneses, agotados, hayan demostrado simpatía hacía los Turcos,
con la esperanza de recuperar su independencia.
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Al llegar al norte de Siria,
Selím I hizo un llamado a todos los emires o gobernadores locales de Líbano
para que acudieran en su ayuda. Respondieron los drusos de la dinastía Ma`an y
los de la nación maronita; los Ma`anides incluso combatieron a su lado hasta la
victoria final. En cuanto a los otros emires drusos, en particular los
Tannujites, hicieron oídos sordos al llamado del turco; por ello éste favoreció
a los Ma`anides al concederles autoridad y prestigio en todo el Chouf, parte
septentrional de Líbano, y darles el título de emires de la montaña. Recompensó al emir `Assaf por haberse
declarado a su favor en contra de los Mamelucos y le otorgó el poder, al igual
que a sus descendientes, en el distrito de Kesruan y Jbeil, con una autonomía
interior absoluta. Trató también a los Maronitas con la benevolencia merecida
al concederles autonomía interior y respetar todos los privilegios que gozaba
su Patriarca; eximió a éste del firman
o diploma de investidura.
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Convertido en amo de la situación, Selím I se ocupó de la
organización del país. N el Líbano y Siria conservó las antiguas
circunscripciones territoriales y mantuvo y mantuvo hasta fines del siglo XVI
los seis reinos o niabat de Damasco,
Alepo, Hamat, Trípoli, Safad en tiempo
de los mamelucos; el Medio Oriente tuvo en esa época una nueva organización:
fue dividido en tres circunscripciones o Wilayát: Damasco, Alepo y Trípoli;
nombró un pacha para cada una de ellas; cada circunscripción abarcaba
varios sandjaks o prefecturas. El
wilayát de Trípoli gozaba de un prestigio muy especial debido a su posición
estratégica, pues incluía la región `Alauites, la de la montaña libanesa y todo
el litoral libano-fenicio hasta la ciudad de Beirut. Esta ciudad dependía de la
circunscripción de Damasco al igual que las ciudades de Jerusalén, Gaza,
Nablus, Palmira y Saida. En el año 1660 la ciudad de Saida fue separada del
wilayát de damasco por considerarlo conveniente la Puerta Sublime y se
convirtió en circunscripción independiente con objeto de ejercer un mayor
control sobre la montaña libanesa.
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Al iniciarse el dominio otomano la mayoría de los
Maronitas vivía en Líbano norte y dependía, desde el punto de vista político y
administrativo, del gobernador de Trípoli. Este, sin embargo, por recomendación
del conquistador turco, concedió al Patriarca maronita y a sus colaboradores la
administración interna de su nación, como en el tiempo de los mamelucos; el moqaddem de Bécharri conservó igualmente
la preeminencia sobre los moqaddimin de Jbeil,
Batrún y Hadeth. En cuanto a la región de Kesruan, los Banu`Assaf, gobernadores
del distrito, establecieron su capital en Ghazir. El más notable de estos
`Assafites fue el emir Mansour, quien reinó de 1522 a 1580, y logró extender su
influencia desde Beirut hasta `Arqa, distrito de `Akkar, en el norte del país.
Eligió como sus más cercanos colaboradores a los notables de la familia
maronita Hobaiche, oriundos de Yanuhh; favoreció también los asentamientos
maronitas en todo el Kesruan, al brindarles ayuda y apoyo. De allí los
maronitas se dirigieron a la región de Chuf y el Sur del Líbano.
El reinado de los Banu `Assaf se distinguió por un
espíritu abierto y de libertad religiosa y es una de las páginas más gloriosa
de la historia del Líbano y del Maronismo bajo la dinastía de los otomanos. En
efecto, firmaron con los Hobaiche un tratado de coexistencia entre cristianos y
musulmanes que se centró particularmente sobre el respeto mutuo de ambas
comunidades ya que tuvo como base, no la ley del Corán, sino los derechos
humanos. Este tratado resultó por demás eficaz; fue incluso el primer pacto
firmado sobre tierra libanesa entre cristianos y musulmanes; promovió la causa
de la unidad nacional y fue el punto de partida para la creación de la nación
libanesa en sus dos alas: la cristiana y la musulmana.
El Imperio Otomano duró alrededor de cuatro siglos que
para el Líbano y el Maronismo fueron los más sombríos y menos liberales, con
excepción del periodo `Assafite. ¿Cuántos maronitas fueron dispersados,
oprimidos y martirizados a lo largo de la dinastía otomana? ¿Cuántos patriarcas
y obispos maronitas fueron maltratados y perseguidos y tuvieron que huir a las
montañas, ocultarse en los valles para mantenerse al abrigo de la tiranía de
los gobernadores turcos y de sus representantes? Sin embargo, el reinado del emir
Fakhreddine
II Ma`an (1590-1633) es una excepción.
Bajo su gobierno los maronitas
recuperaron el aliento y vivieron un periodo de paz, tranquilidad y
prosperidad, debido sobre todo a que ese gran emir no fue en absoluto fanático
y respetó todas las religiones. Bajo su gobierno se realizó la unión nacional:
por primera vez, cristianos, drusos, musulmanes sunitas y chiitas, se
entendieron de maravilla. Los Maronitas, sintieron una completa confianza en
él, especialmente cuando nombró a uno de ellos, cheij Abu-Nader El Jazen, su primer consejero e intendente para la
administración de los asuntos de su principado.
Fakhreddin accedió al poder a la edad de 19 años, bajo el
pontificado del Patriarca Sarkis (Sergio) E- Rizzi (1583-1597). Su padre, el emir Qorqomaz, se
vio obligado a huir para evitar la cólera de la Puerta Sublime desencadenada
contra él; abandonó a sus dos hijos, Fakhreddin y Yunes, y a su esposa Sitt
Nasab, mujer inteligente y enérgica quien, para proteger a sus hijos de las
persecuciones otomanas, se refugió con los cristianos. Llegó a Balluni, poblado
del distrito de Kesruan y fue huésped del Cheij Abi Sacre El Jazen quien se
encargó de la educación de los niños, considerándolos como propios. Les inculcó
los principios de justicia y honor y les enseñó el arte de gobernar.
Permanecieron bajo su protección hasta el día que el gobierno de Estambul los
perdonó y les concedió el derecho de recuperar el poder que correspondía a su
padre ya muerto. Su tío los llamó a Ba`aqlin y confió al mayor, las riendas del
poder; se convirtió así en el Emir Fakhreddin II de la dinastía Ma`an. Desde
que tomó posesión de su principado nombró a Cheij Abi Nader El Jazen intendente
de sus asuntos. Trataba de recompensar a la noble familia maronita que los
recibió con tanta benevolencia cuando estaban en desgracia y se mostró abierto
a todas las razas al condenar desde un principio en fanatismo confesional que
era y sigue siendo causa de todas las desgracias del país. En suma, él pensaba
en la creación de una nación libanesa unificada. Afortunadamente en esa época
ocupaba la Sede patriarcal Jean Majluf, a quien sucedió Georges `Amira; ambos patriarcas fueron
consejeros experimentados y un apoyo sin igual para el joven emir que a su vez
poseía una gran inteligencia y una voluntad férrea. Era además muy ambicioso y
deseaba extender su principado. Aunque enamorado del poder, siempre se mostró
agradecido a sus benefactores y fiel a la educación recibida en el hogar de los
Jazen.
Poco a poco el joven y dinámico Emir realizaba sus
proyectos de expansión territorial; agrandaba la geografía de su principado al
anexarle otros emiratos. Al principio, la Puerta Sublime no protestó, pues
dichos emiratos sólo le causaban problemas. Los mismos libaneses, cansados del
feudalismo, estaban satisfechos; desde hacía mucho tiempo deseaban la
unificación del país bajo un solo jefe y estaban conscientes y convencidos con
la obra del joven Emir quien, en su opinión, era el mejor calificado para
fundar una nación libanesa unificada. Fakhreddin II se dio cuenta del potencial
moral y material que poseía el Maronismo en el Líbano y Medio Oriente.
Comprendió también, desde el principio de su reinado, que debía colaborar con
el patriarca maronita en el interior, y con la Europa cristiana en el exterior;
si no lo hacía, le sería difícil realizar sus sueños. Por esta razón pedía consejos
del Patriarca maronita en todos los asuntos de importancia, consejos que tomaba
en cuenta. Además, Cheij Abi Nader El Jazen, su intendente, se convirtió en el
hombre todopoderoso del reino; el gran contingente de su ejército estaba
formado por maronitas. Gracias a su genio y a su discreción, pudo también
plegar a su política a las grandes familias libanesas como los Harfuch, Chéhab,
Arselan y los Abillama. Firmó después un pacto con `Ali Janbulad, gobernador de
Alepo, de origen kurdo y antepasado de los Jumblat. Eligió a los miembros de su
gobierno no por su religión ni por favoritismo, sino de acuerdo con su
competencia y espíritu nacionalista. El gobierno así elegido demostró ser
fuerte y capaz de imponerse. En pocas palabras, puso fin a toda la discriminación
religiosa que existía antes de su acceso al poder y consiguió llevar a la
práctica todas las decisiones que tomaba.
En cuanto a su política exterior, firmó diversas alianzas
con Europa, especialmente con el Gran Ducado de Toscana y permitió a los
religiosos francos, franciscanos, capuchinos y otros, establecerse en el
Líbano, lo que reforzó las relaciones entre el Líbano y Occidente.
Fakhreddin II se sentía muy seguro de sí mismo y tenía
plena confianza en su poderoso ejército. La economía de su país era más fuerte
que nunca, aunque pagara con puntualidad y sin la menor objeción todos los
impuestos. En ningún momento puso en duda la fidelidad de los cristianos
libaneses, en particular de los maronitas, ni de los europeos. Su ambición lo
llevó a dirigir su mirada hacia Estambul, que tardó demasiado tiempo en
adivinar la ambiciones de este Emir Ma`anide; ignoraba que su intención era
adueñarse dl poder y poner fin al sultanato turco en el Medio Oriente.
Para lograr sus objetivos Fakhreddin II debía contar, por
una parte, con su ejército considerado ya como invencible, que avanzaría desde
Oriente; y por la otra, con el ejército europeo que atacaría desde Occidente.
La ciudad de Estambul sería sitiada y conminada a rendirse y él se convertiría
en el amo de todo Levante. Para ello multiplicó sus contactos con los países de
Europa; fomentó el comercio entre ellos y Líbano estableciendo consulados y
cámaras de comercio en las grandes ciudades de su reino, al favorecer sus
relaciones con los príncipes cristianos y reafirmar su confianza mutua.
Después, de acuerdo con el Patriarca maronita Lean Majluf, envió al Vaticano y
a Florencia al obispo Georges `Amaira, quien más tarde sería nombrado
Patriarca. `Amaira viajó a Roma para entrevistarse con el Papa Urbano VIII, y a
Florencia, en donde se reunió con el Gran Duque Fernando I para establecer una
alianza Líbano-europea y terminar con el Sultanato turco. Más tarde el propio
Emir visitó Europa en dos ocasiones para poner a punto la realización del
proyecto.
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Todos los preparativos de la expedición militar, tanto en
el interior como en el exterior parecían estar a punto. El Emir Fakhreddin, el
Patriarca maronita y sus colaboradores se sentían plenamente satisfechos. Sin
embargo, como decía Victor Hugo: “lo que
siempre debe prevenirse es lo imprevisible”, cosa que desafortunadamente el
gran Emir no hizo o no pudo hacer. Desde el momento en que inició la ejecución
de su proyecto se encontró solo en el campo de batalla. De un lado la peste
azotó a Italia y el Gran Duque Fernando I, muy preocupado pues ignoraba la
forma de combatir la epidemia que asolaba al país, dejó de enviar las
municiones que necesitaba el Emir. Por otro lado, la “Guerra de los Treinta
Años” pesaba excesivamente en la Europa cristiana; esto provocó nuevos
problemas al papado, que tampoco pudo enviar al Emir la ayuda ofrecida. Por
todo ello, la Puerta Sublime, notificada de esta confusión, empleó su potencial
militar para detener la marcha del ejército libanés al que derrotó sin gran
dificultad. El Emir se vio obligado a capitular y fue desterrado a Estambul; el
sueño de un Gran Líbano se desvaneció con él.
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Siempre nos hemos preguntado ¿de dónde extrae el
Maronismo su fuerza invencible y ese poder que se afirmaba de generación en
generación? La Iglesia Maronita era efectivamente fuerte pues siempre
permaneció alrededor de su Patriarca en cuerpo y alma. Gozaba también de un
gran prestigio gracias al apoyo que le concedía la santa Sede y los países
europeos, Francia en particular, país que puso oficialmente a la nación
maronita, jerarquía y fieles bajo su protección; la Santa Sede jamás dejó de
apoyar a los maronitas ni de brindarles ayuda tanto moral como material. A
fines del siglo XVI fundó el Colegio Maronita que a su vez influyó en la
reforma administrativa, eclesial y monástica de la Iglesia Maronita bajo el
imperio otomano; los prelados y sacerdotes que se formaron en dicho colegio
estuvieron siempre preparados para cumplir con sus tareas. Entre ellos destaca
Monseñor Joseph-Simón Assémani, encargado por la Santa Sede de presidir, en al
año 1736, el Síndo de Monte Líbano de la Nación Maronita.
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Con la partida del Emir se pasa una hoja del libro de la
historia y terminan sus miras ambiciosas de formar un Gran Líbano. Su sobrino,
el Emir Melhem, hijo del emir Yunnes, le sucedió en el trono en el momento en
que el obispo Georges `Amaira sucedía a Juan Majluf en la sede patriarcal. El
Emir Melhem dirigió una invitación oficial al nuevo patriarca quien la aceptó y
dejó su sede en el monasterio de Qannubin para dirigirse a la ciudad de
Deir-el-Qamar con un gran cortejo de notables y jefes maronitas. Al llegar al
palacio del emr, éste lo acogió a la entrada del gran patio, después entraron
juntos en el enorme salón mientras las fanfarrias tocaban los himnos nacionales
en honor del distinguido huésped. Melhem le ofreció hospitalidad en el propio
palacio, incluso instaló una capilla para la celebración del “Santo Sacrificio
de la Misa”.
Durante la estancia del Patriarca en Deir-el-Qamar, el
Emir le informó sobre la actitud hostil de la Puerta Sublime hacia él; se
rehusaba a reconocerlo como el auténtico sucesor de su tío y pidió al patriarca
que intercediera ante la Santa Sede para ayudarlo a salir del este problema. El
Patriarca `Amaira hizo efectivamente las gestiones necesarias y pidió al
Soberano Pontífice que intercediera ante el Rey de Francia para que éste
convenciera a su aliado, el sultán otomano, a reconocer al emir Melhem como el
verdadero heredero de su tío, y declarara que los Ma`anides siempre habían
prestado grandes servicios a la nación libanesa y habían logrado acabar con el
fanatismo confesional al concederle a los cristianos plena libertad religiosa.
Las gestiones del Patriarca tuvieron éxito y el emir Melhem ganó su causa.
Parece ser que fue el propio Cheij Abi-Nader El Jazen quien llevó la carta del
Patriarca al Santo Padre.
Por los mismos motivos el Patriarca Etienne Duwaihi
(1670-1705) pasó un corto tiempo en el poblado de Majd-el-Me`uch, distrito de
Chuf; por una pate huía de los impuestos y por los malos tratos del gobernador
de Trípoli y sus aliados; por otra, trataba de acercarse a los emires Ma`anides
para actuar unidos por el bien de la causa libanesa. El Patriarca Simón `Awad
abandonó también el norte de Líbano para establecerse en el Convento de Nuestra
Señora de Machmuché, en el distrito de Gezin, con objeto de estar en contacto directo
con el emir Ma`anedine, príncipe de Líbano.
Las relaciones entre el patriarcado maronita y la
dinastía de los Ma`an eran por demás sólidas; se distinguieron sobre todo, por
la mutua confianza, la perfecta sinceridad y el deseo genuino de colaborar
juntos por el bien común del Líbano. El gran emir Bechir II, gobernador del
país, fue amigo íntimo del padre abad Ignacio Bleibel, superior general de la
Orden Libanesa Maronita, con quien pasó toda su niñez en el convento de San
Antonio de Sir; pero había desavenencias casi continuas entre él y el patriarca
maronita, especialmente bajo el pontificado de Joseph Tian, quien defendía la
causa de su pueblo perjudicado por los innumerables impuestos cobrados por
Bechir II. El Patriarca hizo también hasta lo imposible por poner fin al
conflicto que surgía entre Bechir y sus primos, los hijos del emir Yussef, pues
estaba convencido de que la concordia entre ellos terminaría con el
derramamiento de sangre; pero todo fue en vano. Bechir II, continuó con la
política contraria a la del Patriarcado maronita.
Además a principios del siglo
XIX, en 1804, Mohamed `Ali se adueñó del poder en Egipto y se convirtió en su
verdadero amo. El sultán otomano que lo había apoyado en los combates, le cedió
la isla de Creta pero le negó Siria, el Líbano y Palestina. Furioso, Mohamed
`Ali se alió con Francia y declaró la guerra al Imperio Otomano. En 1831 y 32,
sus ejércitos, guiados por su hijo Ibrahim, conquistaron Palestina, Líbano y
Siria, y expulsaron a los turcos. Las grandes potencias de entonces,
Inglaterra, Austria y Prusia, se alarmaron por el triunfo de Mohamed `Ali,
mismo que perturbaría el equilibrio de la política internacional, y al avanzar
hacia Estambul en sus sueños de convertirse en el amo del imperio otomano, fue
detenido por la intervención de las grandes potencias y rechazado hacia el interior
de sus país. La expedición militar de las flotas europeas tuvo lugar en 1840;
el 11 de septiembre de ese mismo año se encontraban en el litoral sirio-libanés
y obligaron al ejército egipcio a retirarse. Su tarea se facilitó por la
actitud hostil del pueblo libanés hacia Egipto, cansado de sus malos tratos. En
efecto, en 1840, en respuesta al llamado del Patriarca maronita Joseph Hobaich
(1823-1845), todos los notables y jefes religiosos libaneses representando a
todas las confesiones cristianas y musulmanas, se reunieron en la iglesia de
San Elías, en Antelias, y declararon la unidad de su rango, su solidaridad
absoluta y su coalición para recuperar la plena libertad nacional y expulsar al
ejército egipcio del territorio libanés. La Puerta Sublime, informada de este
gesto y de esta decisión histórica, concedió al Patriarca maronita una alta
distinción. Pero éste no se contentó con esta insignia honorífica y solicitó al
sultán otomano que nombrara en Estambul a un maronita, con el título de vicario
patriarcal ante la Puerta Sublime; su tarea consistiría en arreglar
directamente los asuntos de la nación maronita con el gobierno turco. La demanda
del Patriarca fu aceptada y su prestigio se reafirmó; el maronismo se hizo
todavía más fuerte en la montaña libanesa.
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Bajo el reinado de los otomanos, y gracias a la autonomía
que gozaba, el Patriarca maronita, se introdujo el Calendario Gregoriano en
Medio Oriente cuando nadie en esa parte del mundo se atrevía a declarar haberlo
adoptado. Fue el Patriarca Joseph
El-Rizzi quien dio la orden a sus
feligreses maronitas para que abandonaran el antiguo calendario juliano y
observaran el gregoriano. Furioso el Patriarca griego ortodoxo con sede en
Damasco, dirigió al Prefecto de dicha ciudad una carta en la que acusaba a los
Maronitas de crear problemas entre los cristianos por dar la orden de abandonar
el antiguo calendario y adoptar el nuevo. Pero el Prefecto hizo oídos sordos.
En Alepo, la reacción de los prelados no católicos tuvo otro cariz. En efecto,
cuando monseñor Jean El-Hasruni, bispo de la ciudad, proclamó en 1628 el nuevo
calendario, los prelados decidieron reunir la suma de cuatro mil piastras y
enviarla al Prefecto de la ciudad para que quemara vivo a monseñor El-Hasruni.
Llamado éste a la Prefectura, tuvo que comparecer ante un tribunal formado para
instruir su caso y sentenciarlo a la pena de muerte si se confesaba culpable.
Pero el obispo maronita de Alepo supo defenderse y ganar su causa; fue
declarado inocente y el nuevo calendario fue oficialmente reconocido por los
maronitas de la ciudad. Posteriormente, sus adversarios adoptaron uno tras
otro, el calendario gregoriano que se usó en todos los países de oriente
gracias a los Maronitas.
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Es indudable que los maronitas sufrieron bajo el Imperio
Otomano; sin embargo, jamás se desesperaron a pesar de las persecuciones de que
fueron víctimas, ni flaquearon en su fe ni en su decisión de salvaguardar su dignidad
y su identidad. Esta tenacidad que les reconoció todo Levante logró que otras
comunidades musulmanas y drusas, se convirtieran al Cristianismo y se
comprometieran con la nación maronita. Los emires Chehabites, musulmanes
sunitas, los notables de Harfuch, musulmanes chiitas, los emires Abillama,
drusos, recibieron el bautismo en masa y se integraron a la Iglesia Maronita.
Su conversión al Catolicismo en el seno de esta Iglesia fue la ocasión propicia
para que el Maronismo se emancipara.
A pesar del régimen otomano, y quizás a causa de éste
régimen oscurantista, la nación maronita se convirtió en la comunidad más viva
y fuerte de Levante. Por ello diríamos que maronizó
al Líbano tradicional; los dos términos, Maronismo y Libanismo,sólo forman uno,
a tal grado se impregnó el Maronismo a la Montaña Libanesa con su propia
huella, orientó su política y ayudó a reforzar las defensas del país.
Constantemente escuchamos esta pregunta: ¿De dónde
obtiene el Maronismo este potencial de influencia? En nuestra opinión, dos
factores han ayudado a los Mronitas a sostenerse y a llevar a cabo su misión en
el Medio Oriente: por una parte su unión en torno a su Patriarca quien se hizo
cargo de la administración de los asuntos temporales y espirituales; y por la
otra, la ayuda y el apoyo que constantemente le brindaban los cristianos de
Occidente.
Los Maronitas sabían muy bien que estaban –y estarán
siempre- en constante peligro. Y para sobrevivir confiaron su suerte al
Patriarca. Afortunadamente, cada periodo tuvo sus hombres de valer y sólo eran
promovidos a la Sede patriarcal aquellos que efectivamente eran capaces de
asumir esta enorme y difícil responsabilidad. Además, los Maronitas tuvieron
siempre la mirada vuelta hacia Occidente y sus gobernantes cristianos, pues
sabían que eran su único apoyo. Pero tampoco apartaron la mirada de la Puerta
Sublime; trataban de ganarse su simpatía y su favor para evitar males. A manera
de ejemplo mencionaremos la política adoptada en esa época por el Patriarca
Mussa (Moisés) de `Akkar (1524-1567). El 25 de marzo de 1527 este prelado
dirigió una carta al Emperador Carlos V en la que solicitaba su intervención
para liberar al Líbano del yugo turco; le aseguraba que tendría a su
disposición cincuenta mil maronitas perfectamente equipados y entrenados para
el combate, dispuestos a unirse a cualquier ejército de liberación.
En 1550 el mismo prelado envió al padre Antonio Al
Hasruni a Alepo para entrevistarse con el Sultán Solimán y defender la causa
maronita. El padre era inteligente y poseía una gran elocuencia, conocía a la
perfección la lengua turca; el sultán,
encantado con su alocución y convencido de la tesis que defendía, hizo llegar
al gobernador de Trípoli una orden imperial (Hamayuni) en la que recomendaba al Patriarca y a la nación
maronita, y en la que especificaba que los privilegios de que gozaban debían
ser mantenidos y respetados; y le intimaba a la orden de castigar severamente
al que osara daño a la persona del Patriarca o bien actuar en contra del
decreto.
Los privilegios concedidos por el conquistador Selím I a
los maronitas provocaron la envidia de otras comunidades cristianas del imperio
y enojaron seriamente a algunos sucesores de Selím (Solimán) I, quienes en más
de una ocasión trataron de revocarlos para que la montaña libanesa perdiera su
autonomía, y fuera incorporada directamente a la Puerta Sublime, al igual que
todas las demás circunscripciones del imperio. Sin embargo, para los maronitas
estos privilegios tenían mucha significación, de manera especial el del firman o diploma de investidura.
Desde el tiempo de los Mamelucos se había eximido a la
nación maronita del firman;
inmediatamente después de la conquista otomana. Selím I impuso este diploma de
investidura a todos los patriarcas del sultanato turco, excepto al Patriarca
maronita. Siempre que sus sucesores trataron de abolir este privilegio, los
maronitas lograban convencerlos de que lo sostuvieran, como el padre Antonio Al
Hasruni, quien ganó su causa ante el sultán Solimán. Pero existían las
envidias, el Patriarca jacobita, con sede en Alepo, dirigió una carta a la
Puerta Sublime a fines dl siglo XVII: “¿Por qué el Patriarca maronita no
solicitaba el firman como todos los
patriarcas orientales? ¿Es acaso por qué los maronitas no pertenecen a la
jurisdicción del Imperio Otomano?” La Puerta Sublime no necesitaba más y por
ello exigió al Patriarca Esteban Duwaihi que solicitara el mencionado diploma
de investidura. El prelado se negó a hacerlo, alegando por una parte los
privilegios concedidos a su nación y por la otra, al declarar estar bajo la
protección de los reyes de Francia. Además, pidió el apoyo de otros maronitas
notables cuya intervención ante el gobierno de Estambul sería eficaz. Pudo así
resolverse este problema.
Además del firman,
la Iglesia Maronita gozaba de otro privilegio, el de los tribunales. Había entonces
lo que hoy se llama el Estatuto Personal en virtud del cual los maronitas haotros
conflictos de derecho particular. El Patriarca y los obispos eran, pues, los
únicos habilitados para conocer estas causas; pertenecía al Patriarca el
derecho de intervenir tanto en asuntos temporales como espirituales, de
fulminar con la excomunión o de decretar orden de prisión.
Antes de terminar nos detendremos en dos acontecimientos
tristes ocurridos en el Líbano bajo el dominio de los otomanos.
Ante todo el genocidio de cristianos, y de manera
particular, de maronitas, que tuvo lugar en 1860. Se contaron alrededor de 22
000 muertos en menos de dos meses; 11 000 en Damasco; 3 000 en Beirut; 2 600 en
Deir-el-Qamar; 1 800 en Saida y Gezin; 1 000 en Hasbaya; 75 000 fugitivos; 10
000 huérfanos; 6 000 viudas; 3 000 mujeres o muchachas vendidas para los
harenes; 360 poblados destruidos; 560 iglesias; 28 escuelas; 42 conventos y 9
institutos religiosos europeos devastados; 117 000 km cuadrados en los que
cultivos y casas fueron aniquilados.
En 1860 la Puerta Sublime, de acuerdo con Inglaterra, fue
la que cometió el genocidio. A no ser por la intervención de las grandes
potencias europeas, especialmente Francia, estas atrocidades no hubieran tenido
fin y la cristiandad de Oriente habría sido borrada de la historia
contemporánea.
Dicho genocidio fue minuciosamente preparado. En 1845
Líbano ya había sido dividido en dos qaimaqamiat o gobiernos
locales; el de los cristianos, al norte de la ruta Beirut-Damasco con su
capital en el poblado de Bikfaya, y el de los drusos, al sur de dicha ruta,
cuya capital era el poblado de Ba`aqline. A la cabeza de cada qaimaqamiat había un gobernador o qaimaqam por un consejo de
administración formado por un sustituto del qaimaqam, un juez y un consejero
para cada una de las cinco grandes confesiones del país, a saber: musulmanes
sunitas, maronitas, drusos, griegos ortodoxos y griegos católicos; los
musulmanes chiitas estaban representados por un solo consejero, pues el Imperio
Otomano no reconocía su legislación, por esta razón el juez sunita representaba
a la vez a sunitas y chiitas. Además, si
los cristianos formaban la gran mayoría del Líbano norte, también eran muy
numerosos en el sur. Esta decisión del país en dos gobiernos era de hecho
artificial. Los cristianos que vivían en el sur del país sufrían los malos
tratos de los drusos hasta el día en que ocurrieron las masacres de 1860, que
sólo terminaron cuando Napoleón III envió un cuerpo expedicionario a Levante.
En 1860 el gobierno turco fue amonestado por los países
de Europa, indignados por el balance sangriento de las masacres de cristianos en
el Líbano. Se estableció una comisión internacional que impuso a Estambul la
autonomía de “Monte Líbano” de
acuerdo a un “estatuto propio” o “Reglamento
Orgánico” en el que estipulaba que la Montaña
Libanesa sería constituída en moutassarrifiat autónomo dependiente
directo de la Puerta Sublime, quien nombraría un gobernador local o moutassarrefque tendría que ser aprobado
por las grandes potencias; sería cristiano, pero no libanés; reuniría en su
persona todas las atribuciones del ejecutivo; percibiría los impuestos y
aprobaría sentencias de los tribunales dictadas por magistrados autóctonos.
Estaría ayudado por un consejo administrativo, elegido por los habitantes, que
representaría a las diversas comunidades confesionales libanesas.
El régimen del moutassarrifiat
duró hasta la primera Guerra Mundial. El 29 de octubre de 1914 el Imperio
Otomano se alió con Alemania y abolió el “Reglamento Orgánico”, de la Montaña
Libanesa, imponiendo al Líbano un régimen militar presidido por el tirano Jamal Pacha del que los libaneses,
sobre todo los maronitas, sólo guardan tristes recuerdos. Este gobernador
militar prohibió todo contacto con el exterior y suprimió toda ayuda externa,
pues los Turcos sabían bien que los cristianos de Líbano, especialmente los maronitas,
eran amigos y aliados de Francia, ahora enemiga de los turcos. Los productos
alimenticios escasearon; una nube de langosta invadió el país y devastó todo,
una epidemia de tifo asoló el Líbano. Debemos recordar que en el curso de esta
triste guerra en noviembre de 1916, la Orden Libanesa Maronita, hipotecó todos
sus bienes y propiedades a la República Francesa, por un millón de francos, y
con el debido consentimiento del Patriarca y de la Delegación Apostólica. El
gobernador de la isla de Rodas, Comandante Trabot, actuó como intermediario en
esta operación. El dinero se introdujo a través de particulares y se distribuyó
entre los pobres de Líbano que carecían absolutamente de recursos a causa de la
guerra. Terminada ésta, el Gobierno
Francés, por un acto noble y humano, se negó a cobrar la citada suma diciendo: “No dejaremos que una congregación de 600
prsonas sea más generosa que Francia”.
En el curso de esta guerra, el Patriarca maronita Elías
Howayek desempeñó un gran papel; fue el hombre de las circunstancias! Jamal
Pacha decapitó a miles de libaneses; desterró a un gran número de personas;
taró con rigor a los jefes religiosos de todas las confesiones; el arzobispo de
Beirut, monseñor Butros Chebli, fue deportado con miles de libaneses y murió en
el exilio. El Patriarca, como verdadero hombre de Dios, gracias a su paciencia,
su discreción y su caridad, logró suavizar las desgracias y aliviar sus heridas.
Al saber que este prelado encarnaba en su persona el Maronismo y el Libanísmo,
Jamal trató de deshacerse de él. Lo llamó a su mansión en Aley con intención de
humillarlo, de exiliarlo en el interior de Siria y de liquidarlos después. Esta
conducta provocó la indignación de la Santa Sede y de las capitales europeas.
El Papa Benedicto XIV envió inmediatamente a Viena un delegado especial para
hablar con el emperador Carlos I y solicitar su intervención ante su aliado
otomano para salvar al Patriarca maronita. La Puerta Sublime accedió a la
demanda del Emperador austriaco y promulgó una ordenanza imperial según la cual
el Patriarca maronita debía ser tratado con respeto y los honores debidos a su
rango. La guerra terminó con la derrota de Alemania y el Imperio Otomano acabó
también. El primero de septiembre de 1920, el “Gran Líbano” fue declarado Estado independiente bajo mandato
francés; una nueva aurora brillaba sobre la montaña libanesa después de la
noche más sombría que haya vivido el Maronismo en toda su historia.
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Mahfouz, Joseph Dr. (O.L.M.), El Maronismo, eso que une al hombre con el Hijo del Hombre, (Compendio de Historia de la Iglesia Maronita Católica), México, Ed. Centro de Difusión Cultural de la Misión Libanesa de México, 1987.
Emir
Bechir Cheab II, Gobernador de Líbano 1697-1740.
Selím I
Father of Süleiman the Magnificient, Selim I was a
stern, determined sultan, the protector of the sacred cities Mecca and Medina
and the ruler who brought the caliphate to the Ottoman Empire
Palacio
Beit Eddine, erigido por el Emir Bechir Cheab II