CUENTOS
VIEJOS
DE
LA
VIEJA
ESPAÑA
Cuento
es la relación de un suceso. La relación de palabra o por escrito de un suceso
falso o de pura invención.
Está en punto esta aclaración a la definición primera.
Porque sin ella, en las épocas primitivas, cuando los hombres no escribían y
conservaban sus recuerdos en la tradición oral, cuento hubiera sido cuanto se
hablaba. Por algo, contar –fabular-
es lo mismo que hablar. Contaban –hablaban- sin faltar a la verdad. Contaban
–fabulaban- cuando, fallándoles la memoria, suplían con la imaginación aquellos
pasajes olvidados u oscuros de la realidad.
Como es lógico, preponderando tanto el temperamento
individual en la relación de los hechos, ¿tenía algo de particular que éstos se
fueran adulterando, deformando, a través de dos o tres generaciones de
narradores, cada uno tan hijo, como de su padre y de su madre, de su
apasionamiento, de su fácil inventiva, de su expedita facundia? La verdad más
verdadera, luego de tamizarse por tres temperamentos sucesivamente, quedaba
transformada en una mentira bella con ribetes de verosimilitud. El Cuento
triunfaba así de la vida. La verdad del sentimiento religioso pasó a ser una
materia épica difusa –mitología- pura invención de la pura inventiva. La verdad
de los sucesos cotidianos era recogida por los poetas andariegos y sujetas a
palabras ortodoxas de ciertas leyes rítmicas convertidas en decires y recitados en lo que más se patentizaba la ilusión del anhelo que el
realismo de lo desdeñado. El hombre, desde su primer yo, ya prefirió aquel
fabular, en el que todo era asequible y con mayor emoción por añadidura, al
hablar escuetamente de lo escueto: la verdad, que no admite trampantojos ni
galimatías.
Y no se piense que esta deformación temperamental –y
verbal- de lo real fue voluntaria en el cuentista. Es improbable que para
guardar su necesidad histórica, el
hombre imaginase adrede una historia para divertir, sino que los afanes íntimos
eran quienes primero invalidaban la voluntariedad del sujeto. Cuando ya
inventada la escritura, se conservaron en prosa las verdades dignas de
memoranza por la ejemplaridad o por la sugerencia, y la crítica sutil expulsó
de la Historia todo lo falso, todo lo sospechoso de imaginativo, todo lo terne
de ilusionismo…, el cuento ya fue más cuento que nunca. Y tuvo el orgullo de
parecerlo. Sí, era, felizmente, lo fabuloso. Toda la gracia y todas las
posibilidades fracasadas en la Vida,
negadas a la Vida. Sí, felizmente, la
fantasía d los cuentistas no tenía por qué sujetarse ni con leves pespuntes a
la realidad. Sus alas ya no llevaban el plomo del escopetazo de lo
irremediable.
Cuando lo contado se escribía, luego de muy contrastado,
ya el cuento rebozado en la sensibilidad y en la fantasía personal, no tuvo
campo de experimentación “en los histórico”; los cuentistas, con plena
conciencia de lo que inventaban, libres d las trabas que les impuso hasta
entonces el testimonio de lo real, se dedicaron a dar lecciones de moral, a
vincular, con un estilo animado, reglas juiciosas de conducta en la vida. Sí, el
cuento primitivo fue místico y heroico; entregaban a los hombres dos glorias
que lo histórico no podía exigirles ni prestarles: la de la santidad y la de
superación de la personalidad en el esfuerzo bélico. Sin embargo, el cuento
primitivamente, cedió sin lucha a lo histórico la expresión literaria. El
cuento quedó para ser contado d viva voz. Parecían sospechar los cuentistas que
tan pronto como escribieran sus narraciones serían éstas adscritas al dogma
religioso o al testimonio histórico. Y esto era tanto como renunciar a la
emoción vaporosa, a los resplandores rápidos y sorprendentes, a las
recordaciones melancólicas no agriadas nunca. No es errónea la afirmación de
muchos críticos cuando aseveran que fue el cuento el último género literario
que vino a escribirse. Hubo libros religiosos, poesías, códigos, anales,
crónicas, epopeyas y hasta obras filosóficas antes de que aparecieran los
libros de cuentos. Tal vez los primeros cuentos escritos fueran aquellas
noticias exorbitantes que los críticos eliminaron de las historias reputadas
como inconmovibles en su veracidad. Y, sin embargo, no existió pueblo en la
antigüedad que no presumiera de sus colecciones de imaginancias. Podían este
pueblo o aquel ser refractarios a las filosofías, carecer de poesía épica,
desconocer el tono y el tino de la legislación; pero todos presentaban como una
supuración y como una superación de sus anhelos íntimos aquellas narraciones
encantadoras que iban sembrando entusiasmos. “Lo poco común que era comunicarse los hombres de unas naciones con las
otras; las noticias vagas sobre la geografía y lo peligroso de las
peregrinaciones por mar y por tierra, dieron origen a multitud de historias que
fueron cuentos o novelas. Gigantes enormes y descomedidos, ogros que vivían de
carne humana, pigmeos que combatían contra las grullas, arismapes y cíclopes de
un solo ojo, faunos, sátiros y centauros; repúblicas y reinos que no se saben
dónde están o que se han hundido en el seno de los mares, todo esto fue
apareciendo y dando asunto a mil relaciones orales, muchas de las cuales se
escribieron después.” (Valera) Y, como es natural, el Amor.
En Grecia son famosos muchos cuentos que, en verso y en
prosa, recitaban aquí y allá rapsodas y aedos. Cuentos milesios, chipriotas, de
Efeso y de Síbaris. ¿No son una sucesión de cuentos maravillosos –aventuras
religiosas, amorosas y guerreras- la Iliada
y la Odisea? Los apólogos
esópicos y las fábulas libycas,
cuentos son. Y la Cyropedia y las Efesiacas, de Xenofonte, y algunas de las invenciones cómicas –Timón el Misántropo, el Banquete de las
Lapitas- de Luciano de Samosata. Y las treinta y seis narraciones de las Aventuras de Amor, de Partineo de Nicea,
posible maestro de Virgilio. Y las peripecias del libro de Corón, del que
sabemos por Fosio. Egipto presenta los más antiguos cuentos del mundo,
coleccionados por Maspero, en 1889, con el título Les contes populaires de l`Egipte ancienne. Los árabes se glorían
de sus “Mil y una noches”, muchos de
cuentos son de procedencia hindú o siriáca y de una antigüedad mucho más remota
de la que les atribuyó Sacy, según intuyó sutilmente Augusto Guillermo
Schlegel.
El cuento –imaginancia, narración, de un suceso,
anécdota, chascarrillo, respuesta aguda- es tan viejo como el hombre. Porque es
el adorno de la sociabilidad y el exponente de la sapiencia. Pero el cuento
literario es de procedencia oriental. Quizá porque en Oriente se percibieron
las civilizaciones más complejas, y, en éstas, es el cuento un revulsivo del
pesimismo y una añagaza de la decadencia espiritual.
Al menos, en todo el Occidente europeo, donde apuntaron
las sorprendentes nacionalidades durante la Edad Media, son dos colecciones de
cuentos orientales los orígenes y el paradigma de la traza imaginativa
literaria en su expresión más breve: el cuento apologal. Dichas dos colecciones
son: el Pantschatantra y el Hitopadesa o provechosa enseñanza. De
ellas derivan, más o menos directamente, cuantos apólogos, narraciones
ficticias, donaires, fantasías poéticas fueron el encanto de los occidentales
europeos entre los siglos X y XV. Claro está que en cada país fueron
transformados algo, enmendados un poco, adulterados bastante.
No se crea, sin embargo, que el Pantschatantra y el Hitopadesa
fueron conocidos por la Europa medieval en sus expresiones más puras. De las
dos famosas colecciones derivaron otras tres: el Calila y Dimna, el Sendebar
y el Barlaam y Josafat, que fueron
las tres expresiones capitales que la novela oriental comunicó a la Edad Media.
El Calila y Dimna
se difundió en tres versiones distintas: la siriáca, de un monje nestoriano
llamado Bud, hacía el año 579; la árabe del siglo VII, y la hebraica, ¿siglo
VIII?, estudiada con tanto esmero por Joseph Derembourg. De esta tercera
versión, el judío converso, Juan de Capua, trasladó al latín éste libro, con el
título de Directorium vitae humanae,
entre los años 1263 y 1305, ya que está dedicada la traducción al cardenal
Mateo Orsini.
El Sendebar,
obra hindú, inició su influencia en la misma época que el anterior. Del
Sendebar se conocen las versiones árabe, siriaca y la griega de Miguel
Andreópulos –conocida con el nombre de Syntipas-,
en el siglo XI, y la hebrea, perteneciente a la primera mitad del siglo XIII, y
que lleva por título: Parábolas de
Sendebar.
Del Barlaam y
Josafat, la versión más conocida es la griega de Juan, monje del convento
de San Sabas, cerca de Jerusalén, aprincipios del siglo VII. Del Barlaam y
Josafat fue muy utilizada durante toda la Edad Media una traducción latina, muy
deficiente, atribuida a Jorge de Trebisonda.
De estas tres
colecciones nacieron cuantas occidentales alcanzaron fama imperecedera. O,
cuando menos, de ellas se influenciaron de tal forma que es facilísimo
encontrar en todos aquellos cuentos o fábulas idénticos a los recogidos en
éstas, apenas sin modificaciones. Así en el Conde
Lucanor, en los Cuentos de Canterbury,
en el Decamerón.
Por lo que a España se refiere, podemos decir que recibió
la influencia novelística oriental no por las versiones más asequibles del Calila y Dimna, el Sendebar y el Barlaam y
Josafat, sino por dos obras de singularísimo interés: “la romancada por mandato del infante don Alfonso, fijo del muy noble
rey don Fernando, en la era de mil é doszientos é noventa é nueve años”,
que recoge, de forma primorosa, el texto primitivo y auténtico de Abdalá ben
Almocaffa y el libro latino Disciplina
Clericalis, obra del judío converso de Huesca, Pedro Alfonso (Rabí Moséh
Sephardi), nacido en 1062, bautizado en 1106 y ahijado de Alfonso I el
Batallador. La Disciplina Clericalis recoge las facetas más interesantes del
Sendebar. Estos dos libros notabilísimos, removieron el interés hispánico,
hacia las obras de pura imaginación, en las que, no obstante, podían ser
colocadas ejemplaridades y consecuencias de subidísimo valor moral.
Como nota curiosa, puede
señalarse que del Calila y Dimna, libro
de enseñanza utilitaria y egoísta, derivan casi todos los cuentos occidentales
europeos debidos a las plumas de autores de cierta solvencia moral, como
nuestro Infante D. Juan Manuel; del Sendebar, obra picante y maligna, los
escritos por autores amorales o inmorales, como Chaucer, el Arcipreste de Hita,
Bocaccio, y de Barlaam y Josafat, conjunto de divagaciones de índole más
espiritualista que espiritual, los debidos a escritores de honda fibra
cristiana, como Gonzalo de Berceo y Jacobo de Vorágine. Y aún algún Flos Sanctorum catalán y castellano. De
todas estas colecciones, originales o meras copias, se aprovecharon los más
célebres literatos de todos los países y de todos los tiempos. Y quizá más
cuanto más famosos. Shakespeare, Lope de Vega, Calderón, entre estos.
Se debe proclamar que entre todas las naciones Europas
occidentales fueron Italia y España las que se dejaron ganar más y mejor por
éste género literario del cuento en sus diversas modalidades de chascarrillo,
anécdota, imaginancia fantástica con atisbos paradigmáticos, agudezas… Y si a
Italia le corresponde la gloria de haber logrado para el cuento su empaque
poético, nadie podrá arrebatar a España la gloria de aportación a la
novelística su glorioso ápice y la superabundancia si no siempre igual de
feliz, nunca desmentida de sal y solera.
Tal acogida recibió el género en España que puede
afirmarse que, desde el siglo XIII, apenas si existe escritor de mediana
calidad en cuya obra no pueda espigarse una narración amena, por mucha que sea
la seriedad de la materia a tratar. En España, a las traducciones de los libros
orientales de fábulas y apólogos, sucedió muy pronto la aparición de obras
originales vaciadas en el mismo molde. El más antiguo es, quizá, El
Libro de los Castigos é documentos que el Rey D. Sancho IV el Bravo,
compuso para su hijo D. Fernando en 1292 en el fragor de los cuidados del cerco
de Tarifa; libro que, modernamente, D. Pascual Gayangos ha publicado en la
Biblioteca de Autores Españoles, tomo referente a los escritores en prosa
anteriores al siglo XV. Libro este semejante a un catecismo político moral en
el que la gran copia de ejemplos históricos, anecdóticos y sencillamente
imaginativos no tienen otra razón de ser que dejar al aire la sustancia de su
ejemplaridad aleccionante.
Otro libro didáctico moral, de remarcada influencia
orientalista, más ya con solera propia, es el Llibre del Gentil é los tres
Savis, de Raimundo Lulio, quien lo compuso, en árabe. El mismo
eliminado doctor compuso el Llibre de les besties (Thierepos o epopeya
animal), que es un extenso apólogo fácilmente aislable del Libro
Félix, del que es la parte séptima.
En idénticos modelos están calcadas las obras del Infante
D. Juan Manuel: Libro del Caballero et del escudero, Libro de los Estados, Espéculo de
los legos, obra de moral ascética, en cuyos 91 capítulos se intercalan,
para confirmar la doctrina, anécdotas y parábolas seleccionadas de la Biblia,
de la doctrina de los Santos Padres, d las vidas de los santos y de la historia
romana; el Libro de los Exemplos o Suma de exemplos por A.B.C., colección
de 467 cuentos morales, precedidos de una sentencia latina, realizada por
Clemente Sánchez de Vercial; el Libro de los Gatos –traducción de
las Narraciones del monje inglés Odón
de Cheritón-, fábulas esópicas tratadas con singularidad reformadora; la Disputa
del Asno de fray Anselmo de Turmeda en 1418, conjunto de cuentos en los
que ya tanto o más que la ejemplaridad se pretende la diversión. Cada una de
estas colecciones avanza más y más en el intento de apartarse de las
influencias y de alcanzar la originalidad.
Originalidad, sin embargo, que no encontrará son en las
obras de los más afamados escritores, quienes, si utilizan algunas fuentes que
les son ajenas, logran asimilárselas con tal primor que se las disputarían por
patrimoniales.
Cuentos se encuentra ya en alguna de las obras de Gonzalo
de Berceo, el poeta castellano más antiguo de nombre conocido, que debió nacer
en los últimos años del siglo XII. En sus Milagros de Nuestra Señora,
colección de 25 casos milagrosos o leyendas devotas relativas a la Virgen, ya
se consigue la amenidad con un empaque de narrador indudable. Hasta el punto de
que muchos de sus cuentos piadosos en verso han influido en los grandes
dramáticos de muchos siglos después. Así, en La devoción de la Cruz,
de Calderón; en el Condenado por desconfiado, de Tirso; en Fausto, de Goethe; en el Cristo
de la Vega, de Zorrilla. Alfonso X el Sabio, rey de 1252 a 1284, en sus
Cántigas,
relata leyendas y casos milagrosos referentes a la Virgen. De las 420 cántigas,
360 son de tipo narrativo y muchas de ellas, según ha demostrado de manera
concluyente el Marqués de Valmar en su admirable introducción a la edición
admirable que de las “Cántigas” realizó la Academia de la Lengua en 1889, han
inspirado dramas, leyendas a grandes literatos españoles y extranjeros. Así,
Tomás Moore, en El paraíso y la Peri; Longfellow en varias leyendas que pasaban
por originales. Y Mira de Amezcua en su comedia Lo que puede el oír misa;
Avellaneda en el cuento de Los felices amantes; Lope de Vega en
La
buena guarda, y Zorrilla en Margarita la Tornera.
Lo mismo Gonzalo de Berceo que Alfonso X el Sabio, además
de utilizar fuentes narrativas que eran conocidas entonces,, aportan un
brillante acerbo de originalidad netamente castellana. Para aquél, la fuente
principal de inspiración pudo ser Gautier de Coincy, prior de Vic-sur-Aisne, y
autor de unos Miracles de la Sainte Vierge, de los cuales, 18, han pasado a
numerarse entre los 25 sobrios que rima el clérigo secular de San Millán de la
Cogolla. Las fuentes de las Cántigas fueron el Speculum historiales, de
Vicente de Beauvais, las poesías de Gautier de Coincy y el mismo Gonzalo de
Berceo.
Cuentista y bastante original, y sumamente inspirado y
graciosos es Joan Ruiz, Arcipreste de Hita. Entre los elementos líricos de su
famoso Libro de buen amor, hay que señalar un conjunto copioso de
apólogos, muchos de ellos procedentes de la colección esópica, pero algunos
originales o tratados de manera singular.
Pero quien en verdad merece el calificativo de primer
cuentista español es el Infante D. Juan Manuel. Primero por su empaque literario,
por su castellanía, por sus afanes de originalidad. El Conde Lucanor,
colección de 50 cuentos de tendencia educadora, precede en trece años a la
composición del Decamerón, de Boccacio. Obra maestra de la prosa castellana, El
Conde Lucanor comprende fábulas esópicas, parábolas, cuentos maravillosos y
cuentos alegóricos y satíricos.
Son famosísimos y numerosos los escritores que han
inspirado obras suyas en cuentos del Conde Lucanor. Tirso de Molina en El
condenado por desconfiado, no hace sino ampliar el cuento del Salto
del Rey Richarte de Inglaterra. El cuento titulado De lo que acaesció a un home que
por pobreza et mengua de otra vianda comia atramuces sirve de apólogo
de los dos sabios en la Vida es Sueño de Calderón. Lope de Vega
aprovechó en su comedia La pobreza estimada, el cuento
del conde de Provenza y el consejo que
le dio Saladino respecto del matrimonio de su hija. El cuento del mancebo
que casó con una mujer muy fuerte e muy brava, sirvió de argumento a
Shakespeare para su The Taming of the shrew (La fierecilla domada). L cuento de Los
tres burladores que labraron el paño mágico, sirve de idea fundamental
a El
Retablo de las Maravillas de Cervantes, y a otro cuento del famoso
escritor danés Andersen. El cuento de lo que aconteció a un hombre que viajaba con
su hijo y llevaban un asno, lo aprovechó Cobin, en Les coupes ravissantes.
La Fontaine en una de sus fábulas y el poeta lusitano Ballesteros en su apólogo
As
opiniós. El cuento de La golondrina que vio sembrar el lino,
inspiró a La Fontaine L´hirondelle et les petits oiseaux.
Del cuento de Lo que contesció a un Dean de Sanctiago con D. Illán el gran maestre de
Toledo, derivan, entre otras obras, La prueba de las promesas de
Alarcón; don Juan de Espina en Milán de Cañizares; Le Doyen de Badajoz del
Abate Blanchel. Y hasta la moderna palabra perillán, aplicada a los sutiles
tergiversadores de la verdad, deriva del D. Illán.
A partir del Infante D. Juan Manuel, en efecto, como sí
éste hubiera sembrado el gusto para recoger el regusto del género, los
escritores españoles ya no interrumpieron la cadena gloriosa de la ficción a
medias y de la realidad disfrazada que es el cuento. Insistimos en la
afirmación de que sería una auténtica excepción no encontrar en la obra literaria
de cualquiera de los innumerables ingenios como ensalzan y realzan y engarzan
las letras españolas entre los siglos XIV y XVIII, una narración novelesca. Aún
en aquellos cuyas aficiones o inspiraciones se desarrollaron en campos muy
alejados del de la novelística. Matemáticos, físicos, teólogos, filósofos,
críticos…, todos ellos acuden alguna vez, sin pensarlo quizá, a la anécdota, al
ejemplo, a la ficción con decoro literario. Es…. Como una tendencia
temperamental a la que hay que rendirse. El espíritu más severo se deja vencer
por el prurito de manifestarse fácilmente ingenioso. Muy pocos, casi ninguno,
se libran del deseo de recordar en voz alta o pluma en ristre, de pasar el
espejo de su curiosidad a lo largo del camino de la vida, lo que es en resumidas
cuentas, según opinó Stendhal, contar, novelar.
El cuento, en España, desde entonces, fue una modalidad
social. A vivir del cuento se le ha dado modernamente una interpretación
despectiva y perifrástica. Sin embargo, a vivir del ingenio noble, del recuerdo
amable, de la ilusión magnífica, llamársele durante varios siglos, ¡gracias a
Dios!, en España, vivir del cuento.
Por si la influencia de El Conde Lucanor no hubiera sido
suficiente, llegó a reforzarla el conocimiento y éxito del Decamerón, muy divulgado
en España por las ediciones de Venecia de 1471, Mantua en 1472 y las trece más
que en los últimos años del siglo XV salieron de las prensas en Italia.
Cuentista y admirable el
arcipreste de Tavera Alfonso Martínez de Toledo, quién, cáustico y festivo,
intentando sentar plaza de moralizador, no logró sino inmortalizar una serie de
relatos novelescos picarescos, sazonados en una buena prosa con sales y
pimienta de la mejor calidad. El Corbacho del arcipreste de
Talavera guarda los gérmenes de La Celestina y del Lazarillo
de Tormes. Alfonso Martínez conoció el Decamerón, y le conoció a fondo,
y le admiró. En el Corbacho, la influencia boccaciana está en los temas y en lo
garrido del estilo en el análisis, en ese parecer escandalizado de aquello
mismo que cuenta con regocijo. En El Corbacho aparece esa feliz aplicación a lo
anecdótico de los refranes y proverbios del más exquisito sabor castizo. Y no
es poco el mérito del arcipreste conseguir la amenidad tratando de las artes
cosméticas y suntuarias, tan amadas por las mujeres; de los vicios y tachas y
malos métodos de vivir de las mujeres y hombres, vistos desde un punto
indiscutiblemente de la moral ortodoxa.
Después del éxito del Corbacho, recorre en triunfo España
una serie de colecciones de cuentos italianos, bien en lengua original, bien
traducidos con diversa fortuna. Además del Decamerón de Zuca de Doni; las Horas
de recreación, de Luis Guicciardini; las Historias trágicas de
Mateo Bandello; los Hecatommithi, de Giraldi Cinthio; las Piacevoli Notti, de Juan
Francisco de Caravaggio, conocido por Straporla.
Fray Antonio de Guevara (¿1482-1545?), obispo de
Mondoñedo. “Con toda su retórica, no
siempre de buena calidad, tenía excelentes condiciones de narrador y hubiera
brillado en la novela corta, a juzgar por las anécdotas que suele intercalar en
sus libros y, especialmente, en sus Epístolas
familiares”. (M.P.) En efecto,: muy ágilmente están escritos en esta
obra varios ejemplos de filósofos antiguos y modernos, y las historias de Lamia,
Ladia y Flora, algunos de los cuales le sirvieron a Timoneda de
inspiración jocunda. Un mérito mayor tiene Guevara, tanto en su parte temática
como en su estilo. Haber sido muy leído, muy imitado y muy copiado por
franceses e ingleses, entre los cuales fue inmensa su popularidad. En el libro
de Historias
prodigiosas y maravillosas de diversos sucesos acaecidos en el mundo,
que compilaron en Francia Boaystuau, Belleforest y Claudio Tesserant, y que los
tradujo y editó en castellano en 1586 el impresor, vecino de Sevilla, Andrea
Pescioni, se sigue y se traduce literalmente a Guevara en la Historia
del león de Andrócles, en la de las tres enamoradas antiquísimas:
Laima, Laida y Flora, y en el razonamiento del Villano del Danubio. Las
dos primeras, contenidas en las Epístolas de Inglaterra, la
imitación que d su estilo y sus temas hizo el autor inglés John Lily en su
novela Euphues, the anatomy of wit, de 1580, dio origen al estilo
inglés de moda en la época.
Mucho también debe el libro Historias prodigiosas, al
magnífico caballero y cronista Cesáreo Pero Mexia, de amplia cultura y grandes
aficiones a las letras, muy dado y muy ducho en mezclar los motivos históricos
con los fantásticos y legendarios. Pro Mexia, en su Silva de varia lección,
publicada en Sevilla en 1540, con éxito asombroso, se muestra espíritu de una
diversidad amable y muy sugestiva. No era un investigador original, pero tenía
una manera amenísima para exponer las curiosidades y fingir los pasatiempos en
cortas narraciones. Como dato curioso consignamos que la influencia de su obra
no fue directa en España, sino por medio delas “Historias prodigiosas” de los
franceses Pedro Boaystuau, Francisco Belleforest y Claudio Tesserant, quienes
como ya he indicado, no tuvieron empacho para podar en su ingenio, en el de
Guevara y en el de otros autores españoles e italianos. El libro de Mexia de
plan mucho más bato y también más razonable que el de la obra francesa,
interesa especialmente a los novelistas, tanto como por las cortas narraciones,
aveces verdaderas leyendas, por ser un sugestivo y palpitante repertorio de
ejemplos, de vicios y virtudes, y españolizado certeramente de autores
clásicos, como Plutarco, Valerio Máximo, Plinio, Aulio Gelio. Con sus errores
con sus deleznables argumentos, la “Silva” de Mexia, tan entretenida, exponente
d la cultura media de la época, tuvo un éxito asombroso de lectura. En muy
pocos años se hicieron de ella cerca de treinta ediciones, no sólo en España,
sino en Francia, Bélgica, Inglaterra e Italia. En Francia traducida por Gruget,
se cuentan hasta dieciséis ediciones de Les divers leçons de Messie. En
Inglaterra, las once novelas contenidas en The life and death of Willian Longbeard,
de Lodge, son un calco de otras tantas contenidas en su “Silva”.
Uno de los primeros cuentistas españoles es, Antonio de
Torqumada, escritor que se afamó entre 1553 y 1570, secretario del conde de
Benavente, Son Antonio Alfonso de Pimentel, y conocido por sus Coloquios
satíricos con un Coloquio pastoril y gracioso al cabo dellos, impresos
en Mondoñedo por Agustín de Paz en 1553. Los Coloquios, en total son siete. En
el primero se trata de los daños corporales del juego “persuadiendo a los que
lo tienen por vicio que se aparten dél, con razones muy suficientes y
provechosas para ello”; en el segundo se trata de los médicos y boticarios; en
el tercero, de las ventajas de la resignación en la pobreza y del perjuicio que
se sigue no pocas veces a la abundancia de bienes terrenales; en el cuarto, de
los desórdenes en el comer y en el beber; en el quinto, de los desafueros que
se cometen por los afanes de lujo en el vestir; en el sexto, de la honra y de
la infamia, de las salutaciones y de los títulos antiguos, y del valor y del
merecimiento de las personas. En el séptimo Coloquio pastoral, de los
amores de varios pastores. Todos los Coloquios llevan abundantes ejemplos, que
vienen a ser verdaderos cuentos pletóricos de encanto y de gracia.
La Philosophia Vulgar de 1568 del
humanista sevillano Juan de Mal Lara son cien proverbios castellanos, glosados
con erudición, agudeza y sabiduría práctica, a imitación de los Adagios,
de Erasmo.
La glosa valiéndose de apólogos, facecias, cuentecillos,
chascarros, dichos agudos y todo linaje de narraciones brevísimas, tan
abundantemente que, seleccionadas estas glosas, formarían un conjunto de una
importancia similar al Porta-cuentos de Timoneda. De todos
estos cuentos, son unos de tradición esópica; otros están tomados de la
tradición oral, y no faltan los de invención propia, que, por cierto, no son
los peores ni los que tienen menos gracejo.
En valencia, y en 1569, escribió e imprimió el librero
valenciano Juan de Timoneda una edición completa de su Sobremesa y alivio de caminantes.
Obra que quizá, mucho más restringida, estaba publicada desde 1563.
Timoneda ni tiene el estilo gallardo, ni la intención
moral elevada, ni la cultura grande de Mal Lara. Pero como éste, Timoneda sigue
el procedimiento de explicar las frases y sentidos proverbiales por medio de
charrascos, anécdotas, dichos ingeniosos y facecias. El Sobremesa consta de dos
partes: la primera, con noventa y tres cuentos, y con setenta y dos en la
segunda, muy pocos de ellos son originales. Unos proceden del Decamerón, como
el de la mala fortuna del caballero Rugero. Otros, de los Coloquios, de Torquemada.
Varios de los cuentistas italianos Bandello y Girolano Morlini. Cincuenta y
tantos pertenecen al dominio de la paremiología. Algunos de Guevara;
entre ellos, la consabida historieta de Lamia, Laida y Flora.
Timoneda narra muy bien. Con personalidad bizarra.
Carece, sin embargo, d esa finura de matices de los cuentistas italianos y de
los mismos modelos españoles. Es autor de un libro rarísimo, llamado El
Buen aviso y portacuentos de 1564, que contiene ciento setenta y cinco
cuentos del mismo género que los del Sobremesa, pero con la diferencia de
llevar aquéllos sendas moralejas en cinco o seis versos. Tampoco estos cuentos
son originales, sino que derivan de las mismas fuentes apuntadas, y aun muchos
son variantes de otros contenidos en la primera edición del Sobremesa. Todos
ellos son, eso sí, como el mismo Timoneda declara “apacibles y graciosos cuentos, dichos muy facetos y exemplos acutísimos
para saberlos contar en esta buena vida”. Como cuentos pueden considerarse
las historias contenidas en El Patrañuelo ¿1566?, la obra más
importante y conocida de Juan Timoneda. La historia que son veintidós, llevan
el nombre de patrañas, de las cuales
únicamente una puede ser original. Y digo puede, porque si sean encontrado las
fuentes de las otra veintiuna, fácil pusiera ser que se hallase la de esa única
el día menos pensado. De Herodo y Justino, de la Gesta Romanorum, de
Apolonio de Tiro, de Boccacio y demás novellieri italianos –de los más
licenciosos, como Masuccio Salernitano y Paladino degli Trienti-, de las Mil y
una noches, del Ariosto, tomó los argumentos Timoneda sin el menor
reparo. Los adaptó.
Dos colecciones de cuentos, hoy desconocidos, conviene,
sin embargo, citar aquí, a renglón seguido de los de Timoneda, por ser sus
autores escritores muy notables. Se trata de los dos libros de cuentos varios,
citados por Tamayo de Vargas y recogida la cita por Nicolás Antonio, debidos a
las plumas de dos ingenios toledanos: Alonso de Villegas, autor de la prosa
picaresca de la Comedia Selvagia y de la pía narración hagiográfica Flos
Sanctorum, y Sebastián de Orozco, ingenio picante, narrador fácil, el Teatro
Universal de proverbios, glosados en verso.
Melchor de Santa Cruz, natural de la villa de Dueñas y
vecino de la ciudad de Toledo, hombre de agudo entendimiento y de escasos
estudios, publicó en el año de 1574 su Floresta española de apotegmas
y sentencias, una de las colecciones más importantes de anécdotas y
cuentos del siglo XVI, y libro muy curioso como texto de lengua que ha dado
material suficiente y jugoso a todo género de obras literarias. Los cuentos
pasaron a la conversación y al teatro. Y aún hoy se reiteran en las hojas
volanderas de los periódicos y calendarios, sin que nadie se cuide de indagar
su procedencia. Todas las obras de Melchor de Santa Cruz pertenecen a la
literatura vulgar y paremiológica. En el prólogo de sus Cien Tratados confiesa
sencillamente: “Mi principal intento fue
solamente escribir para los que no saben leer más de romance, como yo, y no
para los doctos.” En esta obra acumula Santa Cruz máximas, proverbios,
sentencias, dichos agudos, apotegmas en tercetos o ternario de versos
octosílabos. Pero la obra maestra de nuestro autor es la Floresta española, cuya
primera edición es de 1574, en Toledo. ¿Cuál es la base de ésta obra?
Indudablemente el cuaderno de Cuentos de Garibay que posee la Academia
de la Historia y que publicó Paz y Meliá en el tomo II de sus Sales
españolas
La mayoría de los cuentos de Garibay, copiados casi
literalmente pasaron a formar el armazón de la Floresta Española. Y el mismo
gran polígrafo montañés opina que, pese a la negativa de Santa Cruz de no
conocer otra lengua que la propia, debió entender la italiana y aprovecharse
para su colección de las colecciones de Fazecie, motti buffonerie et burle del
Piovano Arlotto, de Gonella y del Barlacchia, así como de las Hore
di recreazione de Ludovico Guicciardini, y de las Facezie et motti arguti di alcuni
eccellentissimi ingegni de Ludovico Domenichi.
La Miscelánea, del caballero extremeño
don Luís Zapata, publicada en 1593, “es
mies abundantísima y que todavía no ha sido recogida enteramente en las trojes,
a pesar de la frecuencia con que la han citado los eruditos, desde que Pellicer
comenzó a utilizarla en sus notas al Quijote, y, sobre todo, después que la
sacó íntegramente del olvido don Pascual Gayangos.” (Menéndez y Pelayo). Cada
capítulo de la Miscelánea tiene su historieta o anécdota correspondiente. A
veces, más de una. Y no producto de la imaginación, sino fundadas en hechos
reales presenciados por el autor.
La Miscelánea como el Sobremesa o los Cuentos de Garibay,
no está escrita sujetándose a plan alguno; parece que fue el conjunto de unos
apuntes para una obra extensa que iba a titularse Varia Historia. En la
Miscelánea se narran supersticiones, milagros, burlas, motes, duelos y actos caballerescos, costumbres y rasgos de astucia
y agudeza… en una forma llna y desaliñada. Silva curiosa es una colección tan
divertida como poco original, ya que en ella se dan como de Íñiguez retazos
literarios de Cristóbal de Castillejo, Diego de Mendoza, Juan Aragonés,
Francisco de Figueroa, Juan de Timoneda… De unos años antes son los doce
cuentos de Juan Aragonés, de mucho carácter nacional y graciosos.
En Las seiscientas apotegmas de Juan
Rufo, impresas en Toledo en 1596, para desarrollar máximas morales, a modo de
las de Plutarco y Erasmo, se recurre a la anécdota, al breve cuento, al dicho
agudo, mitad sal y mitad azúcar, gracia y donaire.
Condiciones de prosista y cuentista muy superiores a las
de Timoneda tuvo Sebastián Mey, de una docta familia de tipógrafos y humanistas
autor de un amenísimo Fabulario en 1613. El propio Mey, en
el prólogo de su obra, dice: “Tiene
muchas fábulas y cuentos nuevos que no están en los otros (libros), y los que
hay viejos están aquí por diferente estilo.” Exacto. Aún las fábulas
esópicas que selecciona las remoza con un estilo muy original y con una
imaginación prodigiosa. Muy difíciles son de señalar los nexos que unen a Mey
con la novelística de la Edad Media. Esopo y Ariano le influencian claramente.
Pero quiénes más? Del Calila y Dimna copia dos únicos cuentos: El
amigo desleal y El mentiroso burlado. Sin embargo,
no los copia de ninguna de las versiones castellanas, ni del Directorium
vitae humanae, de Juan de Capua, sino, quizá, de alguna de sus
imitaciones castellanas. Del Infante D. Juan Manuel no imita si no una sola
narración: la del molinero, su hijo y el
asno. Parafrasea en su cuento La prueba de bien querer la facecia
116 de Poggio: De viro quae suae uxoris mortuum se ostendit. Y aún es estas
contadas ocasiones Mey no se desprende de su personalidad inconfundible,
procura dar a las narraciones color local, introduce nombres españoles de
personas y lugares, huye siempre de los abstracto y de lo impersonal. El Fabulario
es una obra de extraordinaria rareza y no una colección de fábulas literalmente
traducidas de Fedro, como, erróneamente, ha escrito Phibusque.
Gaspar Lucas Hidalgo, vecino de la villa de Madrid, publicó
en el año de 1605 los Diálogos de apacible entretenimiento,
que contiene unas Carnestolendas en
Castilla, conjunto de cuentos muy populares durante todo el siglo XVII, el
lenguaje crudo y las sales gordas hasta el punto que, al aprobar éste libro,
Tomás Gracián Dantisco tuvo que decir: “Enmendado
cómo va el original, no tiene cosa que ofenda; antes, por su buen estilo,
curiosidades y donayres permitidos para pasatiempo y recreación, se podrá dar
al autor el privilegio y licencia que suplica.”. Y de él escribió Menéndez
y Pelayo: “Su libro es de los más sucios
y groseros que existen en castellano; pero lo es con gracia, con verdadera
gracia, que recuerda el Buscón, de Quevedo, siquiera sea en los peores
capítulos, más bien que la sistemática y desaliñada procacidad del Quijote, de
Avellaneda.” Entre 1605 y 1618, se hicieron nueve ediciones de esta
singular obra, especie de miscelánea y floresta cómica, en la que predominan
extraordinariamente los cuentos, Gaspar Lucas Hidalgo atribuye la mayoría de
las gracias a un famoso decidor, Colmenares, tabernero muy rico de Burgos,
quien pensaba que el frío terrible de las noches burgalesas se combatía con lo
que mejor a fuerza de vino añejo y de acre mostaza. Y si las fuentes en que
bebió Lucas Hidalgo son fáciles de señalar, lo son igualmente quienes le
imitaron con mayor traza, pero con menos llaneza y más rebuscada. Así gracia. Así Castillo Solórzano en su Tiempo
de regocijo de 1627. Antolinez de Pidrabuena en sus Carnestolendas
en Zaragoza en 1661, y Chirino Bermúdez en sus Carnestolendas en Cádiz
en 1639.
*
Hemos mencionado las más importantes colecciones de
cuentos castellanos conocidos entre los siglos XIII y XVII. Y conste que no nos
olvidamos de otros, como los de Luis de Pinedo, Liber faceciarium et
similitudinum; las glosas del sermón de Aljubarrota
atribuidas a D. Diego Hurtado de Mendoza, en manuscritos de la centuria
decimosexta; el cuaderno de los Cuentos
de Garibay, que posee la Academia de la Historia; las Clavellinas
de recreación, de Ambrosio de Salazar; las Noches de invierno, de
Antonio de Eslava… Pero todas estas colecciones enumeradas un tanto rápidamente
son de mucho menos interés. Casi ni son de cuentos, sino de dicharachos y
frases lapidarias. La de Antonio de Eslava tiene una honra especial: en el
capítulo IV de la Primera noche los mismos eruditos ingleses, han creído ver el
germen del drama fantástico de Shakespeare The Tempest, representando hacía
1613, cuatro años más tard de publicada la obra del escritor español.
Más… los cuentos, los famosos cuentos españoles, los
viejos cuentos de la vieja España, no son únicamente los contenidos en las
precedentes colecciones. Los más famosos cuentos, los cuentos más ingeniosos y
de traza singularísima, por la trama y por el estilo, hay que buscarlos en las
obras de los grandes ingenios. ¿Qué es el Lazarillo de Tormes sino una
sucesión de cuentos, sin otra defensa de su género novelesco que la reiteración
en ellos del mismo protagonista? En el Guzmán de Alfarache puede espigarse,
a docenas, los cuentos y los chascarros de la mejor calidad. Cuento, y
delicioso, es la Historia de Abindarráez y Jarifa
que Jorge de Montemayor intercala en su Diana. Y los cuentos se dan casi la
mano en El Escudero Marcos de
Obregón, de Espinel, y en Los Cigarrales de Toledo, de Tirso,
y en El
viaje entretenido, de Rojas Villandrando, y en las obras festivas y
picarescas debidas a la pluma de aquel
portentoso narrador que se llamó D. Francisco de Quevedo. Sin tanta
abundancia, pueden pescarse lindísimos cuentos en los mares novelescos de
Cervantes y Lope de Vega. Y hasta en los hermosos pero sombríos lagos de
Gracián.
Lo difícil, en abundancia tal, es el escoger. Lo difícil
es el presentar en una antología, especímenes de todas las formas en que fue
cultivado el cuento en España: desde la sencilla anécdota hasta la narración,
que por su amplitud, se confunde con la novela breve. Lo importante es dar
entrada al mayor número posible de autores para, así, dar a conocer en mayor
número posible d estilos. Lo importante es no dejar fuera de esta antología
ninguno de aquellos cuentos que han recibido consagración general, ya dentro de
la literatura española, ya dentro de la tradición novelística erudita, ya en el
folklore universal.
Como esta antología se dedica al gran público de todo el
mundo, nos hemos permitido trasladar al castellano de hoy muchos de los cuentos
de los siglos XIII, XIV y XV, que en su ortografía genuina dificultarían la
lectura del lector no avezado; pero respetando su sintaxis sencilla y solemne a
la vez.
Federico Carlos
Sainz de Robles.
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Continuará…..
Cuentos
Viejos de la Vieja España (del siglo XIII al siglo XVIII),
Estudio preliminar, retratos literarios, selección y notas de Federico Carlos
Sainz de Robles, Subdirector de la Biblioteca y Museo de Madrid, Madrid, M.
Aguilar, Editor, 1943.
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