martes, 4 de diciembre de 2018


ROSALÍA DE CASTRO

LA POETISA DE LAS LETRAS GALEGAS



Como nace Rosalía
Como chove mohudiño
(cantares gallegos)




Noche compostelana de invierno. Lluvia menuda y persistente que envuelve toda la ciudad. Niebla densa de nubes bajas. Apenas la opaca luz de alguna hornacina que se proyecta en la plaza, una de las mejores plazas del mundo, adornada por cuatro soberbios edificios: la Catedral con su espléndida fachada barroca, obra ejemplar de Casas Novoa, representando la Religión; el Colegio de Fonseca, la Enseñanza; el Palacio Municipal o de Rajoy, la Justicia, y el Hospital Real, la Caridad con su rica portada plateresca. La belleza arquitectónica de la gran plaza pierde sus líneas y desaparecen los relieves de los lienzos de piedra que la demarcan en las negruras de la noche invernal. El sereno, esa clásica institución compostelana, con atuendo que asemeja traje de peregrino –gran capote, sombrero apostólico de anchas alas y un chuzo en la mano como un bordón-, chocleando sus zuecos sobre el enlosado de piedra al refugiarse en el arco del Palacio arzobispal, ha cantado “las diezzz y lloviendo”. Sobre la ciudad entera caen lentos y graves los diez golpes sonoros desde lo alto de la torre del gran templo románico.



Se cierran los portones del Palacio Municipal. Han salido ya los señores regidores. En el Gran Hospital Real, se cumple la orden dada por el administrador, el M.I. canónigo don Nicolás López Ballesteros, se dispone a trancar también la puerta de la entrada principal, ornada con el estilo del maestro Egas. Al punto de hacerlo, llega al edificio una misiva urgente –es el destinatario el médico primero de la Real Institución, señor Varela Montes, el fundador de la Escuela de Medicina compostelana-, y viene la carta de manos y de orden de doña Teresa de Castro Abadía, que se hospeda en Santiago, en el lugar llamado de las Barreiras. El médico, antigua relación de la familia de los Castro, gestiona y obtiene en el acto licencia del señor administrador para esa salida profesional y de urgencia. El retorno es ya a las tres de la madrugada. Sigue lloviendo en Compostela, acaso ahora un poco más recio. Precede al doctor un criado con amplio farol. El médico lleva cuidadosamente envuelta bajo su capa a una recién nacida. En el Hospital esperan el capellán de guardia y una mujer previamente avisada. En la capilla tiene lugar el bautizo de la niña que acaba de nacer. Su certificado de nacimiento, guardado en el Hospital Real de Santiago, dice 24 de febrero de 1836, en vez de 1837. El año es, en realidad un error de pluma, pues todas las partidas del libro que justamente anteceden y siguen a la de Rosalía son de febrero de 1837 y firmadas por el mismo presbítero:



“Folio ciento cincuenta y nueve.
En veinticuatro de febrero de mil ochocientos treinta y seis, María Francisca Martínez, vecina de San Juan del Campo, fue madrina de una niña que bauticé solemnemente y puse los santos óleos, llamándole María Rosalía Rita, hija de padres incógnitos, cuya niña llevo la madrina, y va sin número por no haber pasado a la Inclusa; y que así conste, lo firmo.-
José Vicente Varela Montero. (Rúbrica)”



La que de modo tan extraño y misterioso entra en el mundo, en las negruras de la noche invernal, bajo la inclemencia de los elementos, es nada menos que Rosalía de Castro. Ante todo, dos hechos resaltan a través de la lectura de esta acta de nacimiento. Esos dos extremos a que nos referimos son la afirmación contenida en el acta de que la niña bautizada es “hija de padres incógnitos”. La segunda, la manifestación reiterada de “que no pasa a la Inclusa”. No intentemos ahondar en el misterio, lo que aparece a la vista y sin demasiado esfuerzo, siendo la madre de Rosalía soltera y de familia hidalga, teniendo que dar a luz en Santiago, hospedándose en una casa modesta y en un barrio de la ciudad. Véase el propósito de mantener el secreto no declarando el nombre de la madre en la partida de bautismo, encargándose al fin una mujer,


“Esta nodriza, llamada María Francisca, parece estar ligada a la familia del padre de Rosalía. La niña vivió con su nodriza en Castro-Ortuño (La Mahia) hasta los ocho o diez años, en que se cree qué vuelve al lado de su madre.”


Pero véase, sobre todo, de qué modo misterioso entra en el mundo Rosalía; cuando tenemos ya a la vista por el paso del tiempo, todo el desarrollo de esta vida de mujer podemos advertir como la Providencia compensa los infortunios con las excelencias, y aquella pobre criatura, que nace en el mayor desamparo, casi sin nombre, lo va a lograr ella por el propio esfuerzo, quizá por l propio dolor, y saldrá del mundo inmortalizado ese nombre que, casi no ha heredado.
            Y, sin embargo, para un buen observador no todo es negativo en el mismo cuadro dramático de su nacimiento. Para el juicio frágil y frívolo del que sólo se atenga a las notas externas, acaso sí; pero, a la postre, esa entrada a la vida en noche invernal, falta del calor de un hogar, de la ternura de un padre, recogida bajo el manto del doctor para ingresar así por la puerta del edificio que representa la Caridad, eso mismo es, en cierto modo grandioso y simbólico. El mismo nacimiento en Santiago, la misma ascendencia materna de la ciudad de Padrón o de Iria Flavia. Ella después de todo, va a ser la poetisa que mejor representa la Galicia cristiana, y nace, y vive, y actúa precisamente entre Padrón y Santiago, que son, en resumen, el escenario de la evangelización de Galicia.
            A través de su misma poesía “Cómo chove mihudiño”…, podemos evocar algunos aspectos de la vida de la poetisa en sus primeros años:


Inda vexo onde xogaba
c´as meniñas qu´eu quería,
o enxidiño onde folgaba,
os rosales que coidaba
y a fontiña onde bebía.

Al evocar los rosales que cuidaba en su infancia y las fuentes donde bebía, nos denuncia cómo en sus tempranos años amaba ya las flores y las fuentes. El agua tiene capital importancia en la lírica de Rosalía, tan inspirada en los motivos de su tierra, porque el agua por sus virtudes creadoras y purificadoras, es en Galicia objeto de un culto supersticioso. Más tarde, ya casada, y alejada de su tierra, al glosar el canto popular adiós, ríos, adiós, fontes, nos mostrará cómo, ausente de Galicia, es la nostalgia, del agua, tan abundante en su país, lo que motiva esta composición poética, una de las primeras.
            También nos hablara en la misma poesía de la casa de sus mayores:

    E tamen vexo enlutada
d´Arreten a casa nobre,
dond´a miña nay foi nada
……………………………..
     Casa grande lle chamaban
noutro  tempo venturoso,
cand´os pobres a improraban.

             Cuando escribe es ya todo silencio en la casona. Causan miedo y pavor los salones en reposo donde hizo su nido la tristeza. No se olvida de añadir que la casa es blasonada:

Craros timbres mostra ufano

c´un  soberbio casco airoso…
Termina la evocación exclamando:
Casa grande!, triste casa!
que d´aquí tan soya miro.
Parda, oscura, triste masa,
casa  grande pasa, pasa…
Ti xa n´es más que un sospiro.

            Con estos rasgos auténticos, porque son de ella misma, hacemos la presentación del personaje. Es una evocación bajo la lluvia menuda de Laiño y de Lestrove, lugares próximos a la villa de Padrón:
     Cómo chove mihudiño
cómo mihudiño chove
cómo chove mihudiño
pól-a banda de Laiño,
pól-a banda de Lestrove…
es una evocación impregnada de esa melancolía que acompaña constantemente el alma de la poetisa: Es una descripción del paisaje en torno, el escenario donde se desarrollan su vida y su infancia: las vegas de Campaña, los prados de Laiño, el monte duro de Miranda, el camino de plata de Valga, Padrón, el hada blanca junto al río.

En esta poesía nos presenta su tierra, su casa blasonada, la casa de sus mayores, sola ya y abandonada, ceñida por las hiedras del olvido, con su patio, donde crece la hierba sin cuidados, y se nos presenta, por fin, ella misma, llena de una nostalgia infinita, que no es solo la propia del que considera el tiempo pasado, sino la nostalgia d algo más, de ese no sé que indefinible, que es el torcedor del alma de Rosalía y del alma de todo gallego.

El solar, el apellido

¡Padrón! ¡Padrón!
Santa María…Lestrove…
¡Adios! ¡Adios!...
(Follas Novas)

“Padrón, patria de juglares y de santos, tierra infanzona y jugosa, de amplia vega, manso sol y larga historia”, es una villa de la provincia de La Coruña, a una veintena de kilómetros, aproximadamente de Santiago, limitada por los ayuntamientos de Rois, Teo y Dodro, con una risueña vega al sudeste fecundada por dos ríos: el Ulla, que tiene por el sur de Padrón su desembocadura, y allí forma la ría, y el Sar, que ha logrado un valor literario en la pluma de Rosalía.
            Esta villa y estas tierras de Padrón, suaves melancólicas, silenciosas e íntimas, están cargadas de perfumes de pinos y de prados, pero también de las glorias del pasado. Todas las fases más importantes de la vida gallega dejaron allí una huella indeleble. Roma primero y el cristianismo después.

Padrón tiene una brillante significación histórica. Por allí pasaba una importante vía romana; es, además, casi el mismo lugar donde estuvo emplazada Iria Flavia, ciudad perteneciente al Convento Jurídico de Lugo; pero su mayor significación la alcanza dentro de la Galicia cristiana, por ser la tierra donde se deposita la santa semilla de la Iglesia católica en aquella región gallega, ya que allí mismo, en el sitio llamado el “Arsenal de la Barca”, según las tradiciones, arribó milagrosamente la barca de piedra que conducía el cuerpo del santo Apóstol, amarrando la nave en el famoso Pedrón, o sea el grueso pilar, que se conserva debajo del altar mayor en la iglesia parroquial.

            Ya en los años de plenitud de la vida gallega cuando la capitalidad religiosa radicaba en Compostela, por haberse descubierto allí la sepultura de Santiago, tras los mejores años de frondosidad lirica galaica, dos poetas que, por sus vidas tanto por sus obras, han dejado una huella inmortal en la historia de la literatura española, Macías “o Namorado” y Juan Rodríguez, son ambos nacidos y criados en Padrón.
            Es curioso que, apagándose el eco de los cantares y de la lírica gallega con dos poetas precisamente de Padrón, al finalizar el siglo XV, en el momento justo en que Galicia pierde su personalidad colectiva y queda absorbida por la política de Castilla para afirmar la unidad española, sea también en el siglo XIX otro poeta, una mujer, del mismo origen, quien encarne ahora el renacimiento literario gallego. Es decir, que si Galicia se duerme en el profundo sueño de casi cuatro siglos con los últimos ecos de las canciones de Macías y de Juan Rodríguez, es ahora otro poeta de la misma procedencia el que va a despertar a Galicia en un resurgir brillante.
            En una de las bandas de la ría, y próxima a la villa, en el término ya de Catoira se levantan las más famosas torres de Oeste construidas para la defensa del poblado contra las invasiones de los normandos. En ellas se supone que vivió en su juventud el gran arzobispo Gelmirez. Es tierra, pues, de alta significación dentro de la historia galaica.

La casa solariega

En esta villa, de significación tan notable, existía el pazo llamado “La Retén”, reedificado en el siglo XVIII, solar de los ascendientes por línea materna de Rosalía de Castro.
            Pero no es ésta la casa donde nació ni vivió la poetisa en sus frecuentes viajes a Padrón, buscando alivio a sus penas y reconfortando su salud con los aires de aquella vega. La casa donde entonces residía y había de fallecer es la llamada de “La Matanza”, que conserva esta inscripción: “n esta casa vivió y en ella murió, a 15 de julio de 1885, la poetisa popular, honra de Galicia, Rosalía de Castro, nacida n Santiago el 24 de febrero de 1837.
            Casi en la falda del monte Miranda se alza el pazo de “La Retén”, la casa solariega de los Castro. El territorio pertenece a la antigua Iria Flavia, lugares hoy solitarios por trasladarse el centro urbano a la villa de Padrón, más abajo, más adentro de la vega y al borde de uno de los ríos que la bañan.
            El pazo, un poco escondido, tiene indudable aspecto señorial. Le da un sello nobiliario el escudo donde lucen los roeles de los Castro, que se alza en la capilla, a la izquierda del cuerpo central del edificio. Un amplio y floreado balcón se levanta sobre el lienzo de la derecha. De acceso a la casa una sencilla y elegante escalinata.
            A espaldas del edificio hay una fuente historiada con angelotes de piedra que vierten frescas aguas, coronados por las conchas de Santiago.
            “Hace poco más de ochenta años resonaba en el pazo de “La Retén” la grave voz de don José Castro, dueño del vínculo y de la casa hidalga, de un buen pasar, más no de una renta portentosa; padre de unas lindas galleguitas, brotes de mujer, cuyas risas eran en las claras alboradas y n los melancólicos crepúsculos, luciese o no el sol sobre las torres de Iria Flavia, lloviese o no lloviese pol-a banda de Lestrove, una alegría aturdidora que extendía sus acentos a la fosca soledad umbrosa y lejana de los pinares de las cumbres.

Genealogía

Se afirma por algunos biógrafos de Rosalía que “Juan Rodríguez de la Cámara (1) el poeta de las Cortes de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos, fu uno de sus antepasados. Fray Martín Salgado Moscoso y sus hermanos, el mercedario fray Gabriel, rector de la Universidad de Alcalá y el escritor cisterciense fray Miguel, pertenecieron a su familia. El instinto poético de Salgado pasó a sus sobrinos, nobles militares. El mayorazgo, de gran entendimiento, destrozó la casa; se llamaba don Nicolás de Castro y fue hermano del abuelo de Rosalía. Este abuelo de Rosalía, modelo de bondad, capitán de milicias, hizo la campaña de los Pirineos de 1793 y 1799 y estuvo prisionero en Francia. Al morir su hermano vino a Galicia para encargarse del mayorazgo”. (2)
            Del examen del árbol genealógico de la familia de los Castro resulta ser bisabuelo de Rosalía el señor don Pablo de Castro, regidor de Santiago, del cual fue hijo don José, casado con doña Josefa Abadía, hija de don Francisco Abadía y de doña Josefa Taboada, natural de Asturias, de cuyo matrimonio hubieron los siguientes hijos: José María, Ramón, Josefa y Teresa, madre de Rosalía.

El solar y la casona son un marco apropiado para el nacimiento de una vida femenina qu va a llenar una época y a encarnar el alma de su tierra. La historia de Galicia, remansada en estos dulces, melancólicos e íntimos lugares santificados por la huella del Apóstol, toma aliento durante un largo intervalo de silencio para reaparecer con una vos suave femenina de indudables timbres galaicos.


Genealogía espiritual

Aparte de la genealogía estricta o de sangre, examinaremos otra genealogía espiritual propia del apellido Castro.
            El apellido Castro, en Galicia, es un apellido ennoblecido por una serie de figuras femeninas que a lo largo de la historia lo ostentaron con alta significación dentro de la vida de nuestro país. Elegiremos tres momentos en que este apellido Castro pasa por la médula de la vida y de la historia gallega.
            Ante todo habremos de referirnos a Juana e Inés de Castro, Galicia y Portugal, recorren juntas una gran parte del camino. Todavía en los primeros años de la fundación del reino portugués por el casamiento de doña Teresa, hija de Alfonso VI, y don Enrique de Borgoña, presentan ambos países iguales características. El lirismo es el tema común. Tierra apropiada para recibir la influencia en la materia de Bretaña, que se desarrolla y crece en la zona atlántica de la Península Ibérica, este lirismo amoroso va a inundar, en el momento culminante, de mayor plenitud de la historia de Galicia, la tierra seca y calcinada de Castilla aportando este motivo del amor y de la ternura a un suelo ensombrecido por las luchas guerreras. Pero este tema amoroso de Galicia y Portugal, es como siempre, que el amor pretender ser ideal, amor de lo imposible, y, por tanto, doloroso. Amor y dolor van a ser símbolos del alma de nuestra zona atlántica. He aquí porque este tema parece encarnado en la leyenda de Inés de Castro, tan profundamente arraigada en los paisajes galaicoportugueses y común, en cierto modo, a ellos porque,  al cabo Inés es gallega; pero si no bastara con esto, tenemos también en la propia familia a Juana de Castro, esposa de un día, la última vida de amor y dolor, encierra, por tanto, caracteres semejantes con los de Inés. Triste y a la par glorioso sino el de estas dos figuras y simbolizan el momento lírico de mayor auge y plenitud.
            El segundo momento es la pérdida de nuestra personalidad colectiva, cuando los Reyes Católicos, realizando el plan de su política centralista, envían a Galicia a Fernando de Acuña, se destruye el poder feudal de aquella región, simbolizándose este hecho en la decapitación –que tuvo lugar en la plaza de Mondoñedo- del gran mariscal Pardo de Cela. La protesta de Isabel de Castro, esposa del mariscal, que viene a Madrid a gestionar su indulto y que, después de muerto, entabla una reclamación en la Chancillería de Valladolid para vindicar la memoria de su esposo, es también la protesta de toda Galicia.

(1) Murguía en un artículo del periódico de Mondariz, La Temporada, supone que Rodríguez del Padrón fue antepasado de Rosalía (G. Besada)
(2) Carré y Aldao: Boletín de la Real Academia Gallega, 1927.

Tenemos por último, ya en el siglo XIX, con Rosalía, que habrá de encarnar el renacimiento de nuestra vida regional, en el único terreno donde ya sólo era posible la actuación de nuestra personalidad, perdida la última esperanza del movimiento del 46, que termina con la ejecución de los que se llamaron mártires de Carral.
            Un fino espíritu galaico sugiere el estudio del valor vocacional de ciertas familias y de ciertos apellidos gallegos: los Feijoo, los Castro… Correspondería a este apellido cierto valor, como podría probarse con los nombres de Isabel de Castro, condesa de Altamira, escritora bilingüe del siglo XVI; de don Francisco de Castro, célebre jurisconsulto gallego, nacido en 1730; de don Diego Antonio Cernadas de Castro, nacido en Santiago a principios del siglo XVIII, célebre cura de Fruime, cultivador de las letras y al gran escultor Felipe de Castro, nacido en Noya, en 1711, y al célebre músico don Jos´González Castro (Chané), nacido en Santiago, en 1855.
Rasgos políticos de la época
Políticamente, ¿qué ocurría en España por aquellos años del nacimiento de Rosalía? ¡Qué rasgos caracterizaban la situación general del país en el orden político? En primer término se desarrolla la guerra civil, que había de finalizar con el Convenio de Vergara. Tiene lugar el movimiento que da motivo a la emigración de la reina Cristina y a la Regencia de Espartero. Momento de cierto interés para Galicia y la mujer gallega, porque se busca para desempeñar el alto cargo de aya de la reina niña Isabel II y de su hermana Luisa Fernanda, a la joven viuda de Espoz y Mina, que por entonces tenía treinta y cinco años, y que va a encontrarse muy cerca de acontecimiento históricos, como el asalto a Palacio del 7 de octubre, que cuesta la vida entre otros, al general León.
            Por todas partes sublevaciones y anarquía; alzamientos y pronunciamientos por todos lados, hasta a la expatriación del regente, duque de la Victoria.
            No mejoraron las cosas con el triunfo de Narváez. El partido vencido, el partido progresista, organiza conspiraciones en París con Mendizabal; en Madrid, Gómez Becerra; el general Infante en Lisboa, don Dionisio Capaz en Burdeos. Olózaga y Gómez de la Serna en Londres, en torno del duque de la Victoria. Las represiones eran durísimas. Desde diciembre de 1843 hasta diciembre de 1844, se fusiló por delitos políticos a 214 personas. El general Martín Zurbano se subleva con 80 hombres y hace su entrada en Nájera. Fracasado el intento, fue pasado por las armas, y como prueba de la dureza, de la represión se recuerda que fueron fusilados también sus hijos, uno de ellos menor de edad, y por el sólo delito de acompañarle. Época de tanta exaltación, sin embargo que este propio general Zurbano, al ser ejecutado el 21 de enero de 1845 en Logroño, muere dando un ¡viva! a la reina y a la Constitución. En Madrid también se producen en 1845 lamentables sucesos, con motivos de una cuestión de tributos, y a pesar de dictarse bandos, éstos no son obedecidos. En Valencia y Málaga hay también sangrientas ejecuciones. Preparadas así las cosas, llega su turno a Galicia, que también tiene su levantamiento en el año de 1846.
            Fue el fruto de los manejos de los progresistas establecidos en el extranjero, con repercusiones en la Junta Regional Gallega; pero en esta sublevación se dieron fenómenos singulares de inspiración puramente regional, que caracterizan este movimiento como un movimiento peculiar gallego.
            Todo estaba preparado de antemano para tal pronunciamiento. En Galicia se había constituido una Junta que dirigía los trabajos de esa insurrección, presidida por don Vicente Alsina, y de la que fueron secretarios los jóvenes escolares don Antonio Romero Ortiz y don Antolín Faraldo. El jefe militar de la sublevación fue don Miguel Solís, quien decidió que comenzase en Lugo. El grito de la rebelión fue el de “¡Viva la reina libre!, que iba contra la pretensión y el propósito de desposar a Isabel II con un príncipe extranjero; pero en realidad se mezclaban diferentes sentidos y diversas aspiraciones en el mismo movimiento, asistido, entre otras personalidades, por el infante don Enrique María Fernando de Borbón, nacido en Madrid en abril de 1823, hijo del infante don Francisco de paula, y que se consideraba uno de los aspirantes a la mano real.
            Al alzamiento de Lugo siguió el de Santiago, arengando Romero Ortiz a los estudiantes en la Universidad y fracasando el movimiento preparado por Rubín en Vigo, por la traición de éste. En realidad, aparte de que tal movimiento tenía un carácter político y en el que cada grupo buscaba la realización de sus ideales: los militares, como se decía, la liberación de la reina; los progresistas, sus finalidades políticas, etc.; sin embargo, el movimiento tuvo un carácter esencialmente gallego por estar asistido del aliento civil que le imprimió la juventud académica, de la cual aparecía como uno de sus directores Antolín Faraldo. Fue aquel un friso de movimientos políticos de carácter romántico que respondían al deseo de libertad sembrado por la Revolución francesa.


Los manifiestos que se dictaban eran declamatorios y ampulosos. El gobierno, desconfiando de Puig y Samper, mandó para relevarle al general Villalonga, quien obligó a Samper a ponerse al frente de una columna y salir al encuentro de los sublevados. Solís, con doble número de fuerzas, pudo vencer a su adversario; pero, generosamente, le concedió una tregua de cuarenta y ocho horas, dando con esto tiempos a Samper para aumentar sus huestes.
            El gobierno envió, por fin, al general don José de la Concha con gran refuerzo de tropas a quien le fue fácil vencer el movimiento por haber dejado cubierta la retaguardia al obtener un triunfo contra fuerzas sublevadas también en Astorga al mando de don Martín Iriarte.
            Sumadas las fuerzas de Concha con las de Puig y Samper, se encontraron con los sublevados en el lugar de Cacheiras, próximo a Santiago. Concha derrotó a Solís y le obligó a refugiarse en Compostela, donde siendo batidos y hechos prisioneros, después de defenderse en el monasterio de San Martín, los más destacados jefes fueron fusilados en el lugar de Carral, camino de La Coruña, por un Consejo de guerra constituido allí mismo.
            Entre tanto el brigadier Rubín, que se hallaba comprometido, se retiró huyendo a Portugal.
            Galicia, que tomó gran parte en este movimiento y se sumó a él a través de su generación más joven, que, como dijimos, fue el aliento civil de esta sublevación, sintiendo en sus propias entrañas el dolor de la sangre vertida, guardó en al alma colectiva, a través de este proceso de las letras del siglo XIX, un matiz de resentimiento.

Rasgos literarios de la época

El mismo año y el mismo mes que nace Rosalía muere en Madrid, de modo wertheriano, Larra, con cuyo motivo se da a conocer Zorrilla. Por estos años, después de 1830, se señala la fecha del movimiento romántico que tanta importancia tiene en el renacimiento galaico. Se fundan, del 1835 al 1837, centros literarios, como el Liceo y el Ateneo, bajo la presidencia el último de don Ángel Saavedra, duque de Rivas, y uno de los introductores del romanticismo en España, con Martínez de la Rosa, García Gutiérrez… Entre las figuras que forman parte del Ateneo de Madrid entonces se cuenta a Roca de Togores, Quintana, Donoso Cortés, Pastor Díaz… El último, gallego. Pastor Díaz fue el prologuista de las poesías de Zorrilla y estuvo a punto de prologar el primer libro de Rosalía. El pesimismo que hacía a las gentes refugiarse en la poesía alcanzaba a todos, y, como dice un historiador, todo el mundo, políticos como Ríos Rosas y Pacheco, militares como Cheste y Ros de Olano, si no hacían poesía, por lo menos lo intentaban. La tónica de esta generación romántica era el dolor real o fingido; pero en resumen, el dolor de vivir, adoptando un tono plañidero, que García Tassara resume en sus versos: “No hay más que el himno del dolor humano y el sempiterno adiós a la esperanza”. Quien no tenga un sentido religioso y sepa resignarse, tiene que entregarse a la desesperación.
            No faltaba en la constelación de esta época la figura femenina, que, como la de Gertrudis Gómez de Avellaneda, templa justamente ese tono de pesimismo con sus sentimientos de mujer católica. Por aquellos años, 1840, desaparece también la gran figura de Espronceda, y ella simboliza otra nota de ese momento romántico caracterizada por la entrega total a la poesía y a la inspiración, como él claramente muestra al decir: “Yo, con erudición, ¡cuánto sabría!”; es decir, que abandona deliberadamente el estudio y la reflexión para entregarse a los arrebatos de la creación pasional. Como se advierte, la atmósfera era el propósito para el desarrollo del espíritu de la mujer:
¡Qué inmensa pérdida para las letras españolas la de dos hombres: Larra y Espronceda! Entre la multitud de poetas que los admiraron, ni uno sólo ha podido seguirlos. En ellos empezó y acabó esa evolución del romanticismo, la más trascendental y fecunda; esa poesía grande y varonil que se descompone como la luz del sol en las aguas de una cascada. Ha sido la poesía, después que ellos se han muerto, precipitándose en un abismo. ¡Con qué superioridad dominaron su época!
            Se ha dicho en alguna parte que el romanticismo tiene su ingreso en España por el sur. En cierto sentido, los movimientos políticos de Cádiz en el 12 y en el 23 son anticipaciones del movimiento romántico, que registra en el orden literario, precisamente en Cádiz su momento inaugural con los trabajos de Böhl de Faber y el estreno de La conjuración de Venecia el año 1832. Pero existe en el noroeste un romanticismo singular, que deriva del carácter del país, y que parece encarnarlo Pastor Díaz. La “mariposa negra” encierra un sentido semejante a la “negra sombra”, de Rosalía de Castro; es decir, se trata de la inquietud trágica que no nos abandona y que no se satisface dentro de los límites de la existencia. No es esa insatisfacción vana y caprichos, puramente externa y un poco retórica, del romanticismo al uso. Es algo muy hondo y muy real; es el romanticismo de la vida y no de la literatura.
            Se afirma que es España un país romántico, y, por tanto, lo que aquí se importó fue sólo el “romanticismo”, es decir, la doctrina literaria. Pero si lo romántico es en algún modo una cierta angustia de la vida, las tinieblas de la duda, la risa del sarcasmo, todo esto se da muy singularmente en la tierra gallega. Se ha llegado a definir también el romanticismo como el anhelo de algo nuevo en cada instante de nuestra vida. En el gallego hay un ansia fundamental de otra cosa siempre; es, por tanto, por esencia romántico.

En Galicia


El segundo periodo de nuestro renacimiento social e intelectual es la época que media entre 1846 y 1858, entre las ejecuciones de Carral y la muerte de Aurelio Aguirre.
            “Neyra de Mosquera había escrito ya sus primeras leyendas y preparaba las monografías. Rúa Figueroa había dado a la escena el drama patibulario Don Suero de Toledo, y Cociña Faraldo sus folletos provincialistas. Galicia había intentado un formidable alzamiento. Había sido autónoma durante algunas semanas; pero nada quedaba de aquella vigorosa tentativa sino un airado recuerdo en las almas, y en Carral, Cacheiras y Santiago, algunas oscuras tumbas de héroes fusilados y de paisanos muertos. Los tiempos habían cambiado; eran de paz y de juventud más idealista que batalladora: En el inolvidable Liceo de San Agustín, heredero de una pedestre Sociedad dramática fundada en el ex cuartel de Compostela, se agrupaban, galanteaban y bullían, enlazados, más aún que por los vínculos universitarios, por la igualdad de gustos, Aguirre, Pondal, Rodríguez Seoane, Feijoo, Alvarado, Arteijas, Bahamonde, Bustillo, Curvia, San Julián Fernández de Ulloa, girando en torno de muy discretas y hermosas damas”.
            De todo esto nos habla Vicenti un escritor gallego autor de: La Ilustración Gallega y Asturiana:
“¡Cómo se amaba y se vivía en aquellos salones! ¡Qué amable confianza, qué sabrosas y delicadas aventuras! La juventud guardaba allí siempre vivo el fuego sagrado que, al parecer, se había extinguido en 1846. Así al sobrevivir la engañosa revolución de 1854 se convierten en milicianos nacionales todos aquellos poetas. Ellos organizaron en 1855 el célebre banquete de Conjo, llevando consigo a las poéticas frondas del antiguo monasterio a centenares de hijos del pueblo. Aún conservan los troncos de los árboles los símbolos y cifras grabados en aquella tarde; aún se acuerdan los altos y pensativos castaños de los brindis, promesas y los juramentos.”
            Hemos querido reproducir estos párrafos de un escritor casi de la época en el cuadro general de la misma, porque singularmente estos párrafos precisan el origen, dentro ya de la región galaica, del nuevo movimiento literario, de ese movimiento que iba a tener su centro en Compostela, en el Liceo de San Agustín, edificio del antiguo convento de este nombre. Fue en aquél lugar donde se consagraba la nueva generación. Era un reflejo del Liceo y del Ateneo madrileños, fundados también por entonces en la Corte. En los salones del Liceo se leían, poesías, se declamaba y, por lo visto, se amaba un poco romántica y literariamente. Allí se dio a conocer Rosalía en lecturas de poesías y declamando.
            Juan Valera nos refiere como era propio de ese tiempo la creación de estos centros literarios, llamados al estilo de los fundados en Madrid, liceos: “No quedó ciudad ni provincia donde no se estableciese un Liceo o tertulia literaria con visos de Academia, y allí el mayorazgo, el escribiente, el empleadillo y el estudiante; en fin, todo joven de cualquier condición que fuese y no pocas muchachas solían tomar los ensueños amorosos y melancólicos de la juventud por esto y por vocación política.”

MADRID, 1856-1857

Rosalía vino a Madrid en el año de 1856 para gestionar la renovación de una providencia injusta que afectaba a los suyos. Obligada a vivir en la corte algún tiempo, se alojó en casa de una tía suya, doña Carmen Lugín de Castro, quien vivía en compañía de una hija. (3)
            Vino, pues, a Madrid, como vienen los provincianos, especialmente los gallegos a pedir justicia; la justicia en primer término, vulgar y práctica de más ideal y alta de la gloria de sus méritos. De Galicia se suele salir por uno u otro motivo. Estas son las dos clases de emigraciones. Ella, que tanto había de saber de los dolores de ambas, parece que conoció las dos.
            A poco de llegar a la corte, un suceso fortuito estuvo a punto de malograr su vida. Con motivo de una revuelta en el año de 1856, que agitaba las calles de Madrid uno de los revoltosos, al verla asomada a una ventana adonde había salido para saber lo que ocurría, intentó hacerla blanco de sus tiros.
            En esta época de estancia en la capital, ausente d su tierra, alentó en ella su sensibilidad y publicó su primer libro, La Flor, impreso en Madrid en el año de 1857. ¿Qué otro nombre podría ostentar la primera producción de una joven provinciana en una época romántica? Por lo menos tuvo perfume bastante para acabar de embriagar al joven don Manuel Murguía, que le dedicó un artículo de crítica y elogio de la autora en el periódico La Iberia.
            El 15 de mayo de 1857, El Museo Universal, donde también colaboraba Murguía, publicó algunas canciones de Enrique Heine, con la siguiente nota: “El poeta prusiano, el primero, sin duda entre los líricos alemanes que se ha hecho popular en Europa –sus poemas cortos, puestos en música, se cantaban en toda Alemania-, acaba de morir, en París, el año de 1856. Fue don Eulogio Florentino Sanz, agente diplomático de España en Alemania, el traductor de sus poesías.” En general las poesías de Heine se encierran un poco en la monotonía del tema amoroso, lo que no ocurre con nuestra poetisa de más amplitud y profundidad.
            Es de suponer, que trató y tuvo algunas relaciones con figuras y personas que le eran afines; por ejemplo: Gustavo Adolfo Bécquer. González Besada afirma que ella fue quién le proporcionó la traducción francesa de Heine, anterior a la de Florentino Sanz. De todos modos, la venida a Madrid de Rosalía, casi coincide, en el tiempo, con la de Bécquer. Gustavo Adolfo llega a Madrid un año o dos antes que ella. La precede en la entrada a la capital de España, como la precedió en la entrada en la vida. Bécquer llega a Madrid en 1854 a los dieciocho años, y Rosalía en el 56 a los diecinueve. Se conocieron a través del periódico, donde Rosalía figuraba como colaboradora a partir de 1861, y donde publicó algunas de sus poesías gallegas.
            ¿Qué hizo Rosalía en Madrid? ¿Cuál fue su actividad? ¿Qué acontecimientos sociales y literarios tuvieron lugar en la época en que se le atribuye su estancia en la corte? Se termina el año de 1856 celebrándose en los alones del Conservatorio la distribución de premios a los artistas que más se habían distinguido en la exposición celebrada en mayo de aquel año. Sus majestades la reina y el rey asisten a esa solemnidad. El señor Duque de Rivas presidente de la Academia de Nobles Artes, pronuncia u discurso sobre la importancia de los estudios artísticos; los generales Pezuela, marqués de Añón y Madrazo, don Pedro leyeron composiciones alusivas; el señor ministro de Fomento pronuncia algunas frases de estímulo, y se premia a los señores Cano Esquivel y Carlos Haes, y en escultura, a Vilches, Plácido, Zuloaga, etc.
            Rosalía con la curiosidad natural por estas manifestaciones artísticas, asistía a estos actos, acompañada de Manuel Murguía.

(3) Doña Carmen Lugín de Castro, pariente de Rosalía, había de ser la madre del escritor don Alejandro Pérez Lugín, quien por cierto parece tomó de esa señora, o sea de su madre, el nombre por lo menos, de la protagonista de su obra La casa de la Troya.

            El teatro no presentaba a principios del 57 un aspecto muy floreciente. Se ponían en escena por entonces obras de tono gris e insignificante, como Cuando ahorcaron a Quevedo, zarzuela original del señor Eguilaz; El lancero, zarzuela del señor Campodrón; La corte de Mónaco y Fra Diávolo, traducción de una mala comedia francesa.
            Un acontecimiento que repercute en el mundo literario y social tiene lugar el 11 de marzo de aquel año, con la muerte del ilustre don Manuel José Quintana.

En el teatro de la plaza de Oriente cantan la Penco y la Ortolani. Año de grandes acontecimientos en punto a obras públicas, y para que juzguemos el estado de la época, se presenta entonces un proyecto, que aprueba el Gobierno, para establecer un correo diario a las ciudades de mayor importancia de la Península, y se aprueba también otro proyecto para tender un cable submarino entre la Península, las Baleares y Canarias.
            Muere en abril don Antonio María Esquivel; enterrado en el cementerio de San Isidro, sus restos son acompañados por numerosa comitiva de poetas y artistas, y se pronuncian discursos y se leen poesías.
            Se inaugura el Hospital de la Princesa, y en mayo se estrena La herencia de las lágrimas, de Escrich, en el teatro del Príncipe, y en el Circo, La escala de la vida, de Rubí.
            Un acontecimiento que aunque no ha ocurrido en España no deja de tener influencia y seguramente habría d ser lamentado por Rosalía, es la muerte en París, de Alfredo de Musset, en mayo de aquel año, a los cuarenta y seis años.
            El Circo ha dado, con el título de Susana, la reproducción de una piza francesa, obra de Alejandro Dumas (hijo), que se representa en París con el título de Le dimi-monde.
            El otoño del año 57 se celebra con el acontecimiento teatral de la Medea de Legouvé, por Adelaida Ristori, que hace las delicias del público n Madrid, y en el teatro de Novedades se inaugura entonces con El mejor alcalde, el rey, de Lope de Vega.
            En punto a libros y publicaciones, el señor Modesto Lafuente publica el tomo XIX de su Historia General de España.
            Como vemos, ni los sucesos sociales ni literarios tienen demasiado relieve; las manifestaciones y las actividades del arte y la literatura no alcanzan demasiada resonancia en este año; pero, después de todo, Madrid es la corte que encierra los tesoros artísticos de los museos y de sus bibliotecas.
            Pero la provincianita no pasó inadvertida.

¡FLORES PARA LA NOVIA!

1858. l día 10 de octubre, luz de oro en las calles alegres de Madrid; una comitiva nupcial salía de la casa número 13 de la calle de la Ballesta, casa de dos pisos,  con sólo el ancho de dos balconcillos, en cuyo cuarto bajo tiene su modesta vivienda la novia. En la comitiva destaca la figura de una joven que va a desposarse, acompañada de su tía, doña Carmen Lugín, la hija de ésta, y de unas cuantas señoras de la colonia gallega o amigas de la vecindad. Atraviesan la calle de la Puebla, enfocan la Corredera para desembocar en la plazuela de San Ildefonso. Las gentes del popular mercado madrileño, de clases burguesas, miran con curiosidad el espectáculo. “¿Quién es la novia?”, se preguntan. En realidad, nadie lo sabe. Es tan joven, que los mismos que la rodean casi no lo saben tampoco todavía.
            A la puerta del templo –sombrero de copa y levita, barba negra en punta- la figura diminuta del novio, que contrasta con la alta figura de ella, la espera rodeado de personalidades de la colonia, literatos, escritores, políticos. Entran todos en el sencillo y claro templo de San Ildefonso, iglesia pobre desde el punto de vista arquitectónico. Allí, postrados ante el altar mayor, oyen la misa de velaciones, acompañados de sus padrinos, María Rosalía de Castro y Manuel Martínez Murguía. En tanto que el sacerdote dice la misa, ella recorre con la imaginación sus veinte años de vida, con el ánimo acuñado por dolores y contrariedades. Su nacimiento oscuro e ilegítimo, las tristezas invernales en Compostela, algunas sonrisas fugaces de sus triunfos pasajeros en los años juveniles, el Liceo de San Agustín y, luego, dolores e inquietudes por su porvenir. Ausencias de su tierra y de su madre. Madrid, al fin. La Corte de España, que tiene para ella una acogida cordial. Su primer libro, su triunfo literario, y el más estimado del noviazgo que acaba ahora en boda.
            Al salir, la misma curiosidad de las gentes “¡Quién es la novia?”, “¡Quiénes son los novios?”. Las gentes del mercado la rodean. ¡Qué lejanos unos de otros! ¡Cómo añora Rosalía su iglesia románica, el atrio de las iglesias gallegas, y como lamenta que aquellas gentes no fueran las gentes aldeanas de su adorado país que la envolviesen en un murmullo de voces de su tierra!
            La boda según testimonios familiares, tuvo notoriedad. Personalidades, especialmente gallegas, concurrieron a este acto y subrayaban la trascendencia de este vínculo conyugal en que unieron su suerte el espíritu cultivado de Murguía y el genio poético de Rosalía. (4)

(4) En el libro 6 de matrimonio, al folio 213, de la parroquia de San Ildefonso se halla la siguiente partida: “En la M.H. villa de Madrid, en diez de octubre de 1858. Yo, Doctor Lozano Prieto, Teniente cura de esta Parroquia de San Ildefonso, previo despacho del Sr. Doctor Manuel de Obeso, Vicario Eco., refrendado a primero de los corrientes por el Notario Don Pedro Vicente Obejero: desposé y velé in facie eclesiae a Don Manuel Martínez Murguía, soltero de veinticinco años de edad, natural del Frogel, Diócesis de Santiago, hijo de Don Juan y Doña Concepción Murguía; con María Rosalía de Castro, soltera de veintiún años de edad, natural de la ciudad de Santiago, feligresa en esta Parroquia por vivir en la calle de la Ballesta, número 13, cuarto bajo, hija natural de Doña Teresa de Castro; habiendo precedido todos los requisitos necesarios para la validez y legitimidad de este contrato sacramental. Fueron padrinos testigos Don Cándido Luanco y Don Manuel Menéndez. Y lo firmo, L. Prieto.

            El espíritu de Rosalía era apto para la vida del hogar. Afectuosa y llena de ternura, enemiga de exhibiciones, su casa fue ya el centro de su existencia. Sus deberes de esposa, y de madre más tarde, llenaban su tiempo y se hacían compatibles con sus actividades de escritora. Después de todo, poeta su espíritu, se nutría de sí misma y de su dolor. Sus hijos fueron, su supremo consuelo, los tuvo en abundancia, la mayor de las hijas Alejandra, nace en Santiago en 1859, casi a los nueve meses de celebrado el matrimonio. Pero ya la segunda de sus hijas, doña Aurea, no nace sino diez años después, en 1869, también en Santiago. Doña Gala y Ovidio, que fue un pinto muy estimable y murió muy joven, gemelos, nacieron en Compostela, el año de 1872; doña Amara, en 1874, en A Coruña; y, por último, Adriano que murió en la infancia.
            En medio de etas fechas, sobre todo entre la primera, 1859 y 1870, Rosalía acompañaba a su marido en sus andanzas por diversas ciudades. Ha vivido este matrimonio en Madrid y Simancas. Azares y vaivenes de la vida llevaron a la juvenil pareja a varias regiones españolas. Con este motivo conoció Rosalía gran arte de la Península, y todas las bellezas y encantos de otras tierras, le hacían volver sus ojos a la suya.

“Los vientos de la desgracia –dijo su esposo-, que tan rudamente destacan contra ella, empezaron por apartarla de todo cuanto amaba: de su tierra, de su madre, de sus esperanzas y hasta de los sueños, bien modestos, por cierto, posibles a una joven de provincia. Agravándose sus dolencias, aumentadas con el extrañamiento, fue preciso, si quería conservar su vida, que retornase al hogar materno abandonado. Más un terrible e inesperado golpe allí la acechaba. Apenas llegada, la muerte implacable le arrebataba el cariño de su madre idolatrada, y junto a la cual retornaba. (Cuando el médico que acababa de ver a su madre y dijo que no había ningún peligro, en una horrible crisis fallecía la madre de Rosalía. Esta herida le causa una gran enfermedad. Así fueron las poesías dedicadas a su madre en 1863, con este título: A mi madre, y del que apenas se hicieron más ejemplares, que los repartidos entre sus amistades.)
            Al fin, enfermedades del espíritu y del cuerpo la obligan a volver definitivamente a Galicia, y allí aparece residiendo en A Coruña, en 1871, donde tuvo a su cargo Murguía el Archivo de Galicia; más tarde, en Santiago, también al frente del Archivo y Biblioteca de la Universidad. Pero la zona propia de Rosalía dentro de su tierra será siempre Padrón, de donde es oriunda, y Santiago, donde ella nace y nacieron casi todos sus hijos.
            En el año de 1875 se trasladó el matrimonio a Santiago, de paso para las aguas de Cuntis. Los temores de su próximo alumbramiento la obligaron a hacer un alto, deteniéndose en Lestrove (Padrón). Cuando Murguía fue a encargarse de la dirección de La Ilustración Gallega y Asturiana (1879-1882), volvió otra vez a Lestrove, donde vivi, durante dos años, en la casa señorial de sus parientes, los Hermida de Castro, para atender al cuidado de sus hijos. En esta época, cuando reside en A Coruña y Santiago, escribe Follas Novas. Por último, en Padrón, viviendo ya en la última casa, “La Matanza”, escribe En las Orillas del Sar, cuyas primicias ofreció a sus lectores de América, porque esas poesías, en castellano, fueron allí publicadas en periódicos antes de editar el libro.
            Podríamos dividir la existencia de Rosalía en tres fases,  a partir de su matrimonio, y de ellas resultaría que en la primera publica los Cantares, libro inspirado en la ausencia de Galicia, y en que ella trata de fundirse, a través de los cantos populares, con el alma de su país para acercarse a él. Ya de regreso en Galicia, su espíritu se identifica
con las supremas inquietudes del alma galaica. Sus dolores concretos, anecdóticos; dolores grandes en su vida de casada, abren cauce en su insensibilidad para darse cuenta del supremo y profundo dolor de vivir. Es entonces cuando escribe y publica Follas Novas, que marca la segunda fase de su vida penetrando en el íntimo secreto del alma de su país. Por último, En las orillas del Sar, al volver al solar de origen, en la villa de Padrón canta la decadencia y desengaños propios de todas las vidas humanas.
            El gusto de su vida solitaria y doméstica hubiese impedido la publicación de sus obras literarias sin la voluntad decidida de su esposo. Sin Murguía acaso no hubiesen alcanzado divulgación sus libros. El lucha para obligarla para dar a la imprenta su primera obra, después incluso de engañar a Rosalía, prometiéndole que la obra saldría con otro nombre.
Nótese que no es este el mismo caso de otras mujeres gallegas que han tenido actividades semejantes, y así por ejemplo,  Concepción Arenal escribe sus obras ya en estado de viudez. La actuación más destacada de la Espoz y Mina es también después de la muerte de su marido, el general. La Pardo Bazán rompe el yugo del matrimonio para rescatar su libertad y dedicarse por entero a su labor literaria. Rosalía la hace compatible con los menudos deberes domésticos, entre dolor y dolor, entre los alumbramientos físicos de sus hijos, entre los deberes de madre y esposa, sin salir del marco familiar, resistiendo a toda tentación y a todo estímulo para salir de su casa, negándose a tomar parte en los Juegos Florales de Tolosa y Barcelona. (Cuando los felibres de la Provenza, en 1867, celebraron sus Juegos Florales en Barcelona, fue Rosalía la única escritora invitada: “Venga usted señora; será usted la reina del certamen”, le escribieron.), negándose incluso a asistir a tertulias de carácter social o literario. Su obra es un desbordamiento de su vida interior, de su propia alma, que se exterioriza en las horas de silencio y soledad. Su poesía es la realidad íntima de su vida, extraída directamente. Y esta realidad íntima era tan honda, que se confundía y enraizaba en la propia alma de su tierra. Esas horas grises y tristes, monótonas, de la vida diaria, cuando no existe un alma que las llene, se convierten en horas vacías. Cuando por el contrario, está el alma presente y se llenan con el dolor, son fecundas.
En esta atmósfera doméstica surgió la poesía. Está enraizada en su condición femenina; no se anda por las ramas, no juzga ni canta las ilusiones de vida exterior, sino que se hunde en las inquietudes más íntimas de su alma de mujer, y de mujer gallega. Adonde quiera que ha ido lleva consigo la nostalgia de Galicia; pero en su zona galaica adecuada es la Galicia cristiana de Santiago y es también la de Rosalía. La fase de su existencia en que, ya casada, vuelve siempre a Santiago para dar a luz a sus hijos, hasta quedarse a vivir allí, es también la época en que su mirada y su espíritu se centran en la consideración de la fugacidad de la vida y de las cosas contemplando la permanencia de las viejas piedras de la ciudad de Compostela y de su catedral.
La permanencia a través de los siglos de este templo fue para ella motivo de hondas reflexiones. Y así dice un día, refiriéndose a las campanas de la Basílica, cuando tocan la aurora:
     ¡Qué sorda y tristemente,
que pavorosa suenas
en mi experto oído,
mensajero de la aurora.
Cuando al romper el día
pausadamente tocas,
¿en dónde van a aquellos
despertares de dicha y de gloria?

            Y en otra ocasión, habrá de decirnos:
     Luego se acaba de la vida el triste
peregrinar :
los hombres pasan tal como pasa
nube de verano,
y las piedras quedan…, y cuando yo muera,
tú, Catedral,
tú, parda mole, pesada y triste,
cuando yo no sea, tú aún serás.
PASA ROSALÍA

            Los dolores concretos y vitales, los mil motivos de angustia que la vida nos reserva, se sumergen siempre en la gran corriente del dolor de vivir. Pero entre los mil temas de amargura que la vida nos brinda, y a ella le brinda especialmente, entre todos ellos hay uno al que se vuelve con insistencia: el desvío o la indiferencia ante sus primeras obras.

Es, por desgracia, bastante general que la popularidad y lo que se llama la gloria no se ofrezca plena en la vida de los hombres. Los escritores no son, naturalmente, una excepción. Pero, al cabo, los hombres templados en las luchas humanas tienen el corazón más fuerte para hacer frente a las dificultades e impurezas de la vida y, por tanto, a los desvíos que puedan producirse en torno de sus obras. Pero Rosalía es mujer, y mujer muy femenina, nacida para vivir en la atmósfera dulce y suave del hogar. Si se lanza y se decide a publicar sus poesías, es después del insistente  ruego de su marido y aun con la promesa de que será él quien firme su primera obra. La indiferencia de las gentes, si la hubo, tenía que producirles mayor contrariedad. De otra parte, la mujer que escribe, es siempre, y todavía más entonces, la excepción, muchísimo más viviendo en una ciudad provinciana del carácter y del tono de Santiago de Compostela. Parece ser que estos desvíos arreciaron sus ondas precisamente en Compostela. Ella habla de sus amarguras en esta ciudad. Si Rosalía hubiese tenido ojos para ver la posteridad, la suya, vería de que modo hizo Galicia entera justicia a sus méritos.
            La popularidad no es siempre el mejor camino para la inmortalidad. Y es frecuente el caso de hombres a quienes lisonjea el aura popular durante su vida, que se vean olvidados al desaparecer. Los juicios humanos se depuran en el paso del tiempo.
            Que en Santiago, en el Santiago de aquella época, pudo parecer estrafalaria esta mujer que escribe versos, que camina por sus rúas absorta, lejos de la vida social, de una vida social que por entonces tenía aún, formas aristocráticas y señoriles, y en la cual, naturalmente, los prejuicios debían servir para juzgar de manera rígida existencia tan extraña como la de Rosalía. En esas ciudades todo está clasificado: la sabiduría sacra y la profana, la categoría social…. La sabiduría se encarna fatalmente en la dignidad de un prebendado o de un catedrático universitario. El empaque corresponde al aristócrata. El oficio de escribir pertenece francamente a la bohemia. Si el escritor es mujer…
            Se comprende que sea un “sabio”, vale por hombre dedicado a libros y lecturas, el señor rector, el señor deán, el ilustre canónigo, o el profesor encanecido. Se comprende que aquella figura fina, y enlutada, cubierta su cabeza a toda hora del día con el alto sombrero de copa, sea el mejor conocedor del mundo de las instituciones del Derecho romano. Pero si esas tareas se emprenden por una mujer, entonces es, además, estrafalaria.
            Y, sin embargo, señores, sin embargo… Cuando Rosalía, en esas horas del atardecer, deja sus labores domésticas, el piano o el libro y camina por la rúa del Villar, hacía la Catedral, las gentes quedan advertidas de sus pasos. Podrá llegar hasta ella el homenaje o no, podrá oírse el rumor del elogio o no o de la crítica, pero todos dirán: “¡Ahí va Rosalía!”.

*****
            De su enfermedad física no habla nunca. No ya en sus poesías, pero pare ser que ni siquiera en su vida privada. Se cuenta a este respecto que, en una ocasión salió Murguía de su casa con dirección a Madrid, y al llegar a Pontevedra un amigo le preguntó, alarmado, por el estado de Rosalía, extrañándose porque acababa de dejar a su esposa y nada le había comunicado ésta. Rosalía no es una enferma de ocasión, su enfermedad es su vida. Nadie como ella podría decir que la vida es una enfermedad mortal. Esto la acerca una vez más al alma gallega. En Galicia como en ninguna parte, la existencia  es un estado lleno de nostalgia de una salud que no puede encontrarse jamás en la existencia misma. Galicia como la Bretaña francesa, como todos los países celtas,, ha hecho de su enfermedad un encanto el que se desprende de la propia Rosalía.
     Teño un mal que non ten cura,
un mal que naceu conmigo
y ese mal tan enemigo
levaram a sepultura.

O meu mal y meo sofrir
e meu propio corazón;
quitaimo sin compasión;
dimpois, ¡faceme vivir!
           
Muy enferma ya, quebrantado su cuerpo y destrozada su alma, busca inútilmente en los aires de la campiña de Padrón el vigor y la salud que más allá encontrara otros días. Aunque el ritornello de su espíritu, su obsesión constante, es la muerte; aunque en el fondo de su alma tiene la íntima certeza de que sólo en ella encontrará el descanso para su cuerpo fatigado y para las inquietudes de su alma, la vida tiene también sus exigencias, y ella cede a estas exigencias d la vida y de los suyos. Por otra parte, su alma de poeta siente la atracción del mar; sabemos que era una de sus pasiones. “Quería ver el mar antes de morir; el mar que había sido siempre en la Naturaleza su amor predilecto”, nos cuenta Murguía. Y ella misma nos dice cómo, dejaba que su mirada se perdiese en la ría. Ese amor al mar la lleva a ensayar una última temporada de descanso como última estación de su vida, frente al bellísimo panorama de la ría de Arosa. De Padrón abajo, siguiendo el curso del río, en un ferrocarril de juguete, inaugurado pocos años antes, se traslada Rosalía con los suyos, al puerto de Carril, uno de los más importantes en aquella época en la ría. Barcos veleros entraban y salían de continuo en navegaciones de altura, después de capear grandes temporales. Allí se encontraban las gentes gallegas que emigraban a las Américas, y allí ponían pie en tierra natal los que regresaban triunfantes o los pocos que retornaban vencidos. Por sus callejas rondaban los mozos tripulantes, despidiéndose de sus novias, antes de hacerse a la mar de madrugada.
¡Cómo sus ojos se cubrían de lágrimas ante el triste espectáculo del desfile de emigrantes! ¡Cómo por fin, se prendería su mirada de poeta en las velas blancas e hinchadas por el viento de los airosos bergantines que salvaban bravamente todos los horizontes! A Carril fue, pues, la pobre enferma en busca de salud de descanso y sabe Dios de qué íntimas nostalgias. Del mar, en fin, que para su sensibilidad de artista es siempre un bello espectáculo.
Me salto el momento de su muerte, para que permanezca en nuestros corazones, en nuestras mentes, esa vida de la mujer ideal. Sólo pondremos un fragmento de don Emilio Castelar;
“Galicia herida en lo más profundo del alma con la desaparición de la hija predilecta, se encargará de rezar su oración fúnebre. No hará, no, ruidosas manifestaciones, que los dolores profundos en silencio se devoran; pero al recordar los merecimientos de Rosalía de Castro y las amarguras de su existencia, derramará lágrimas de duelo y se apresurará a cubrir de flores su sepulcro solitario.”

CANTARES GALLEGOS

Grande atrevemento é sin duda prá un probe inxenio com´ó que me cadróu en sorte dar a luz un libro cuyas páxinas debían estar cheyas de sol, d´armonía e d´aquela, naturalidade que unida a una fonda ternura, a un arrulo incesante de palabriñas mimosas e sentidas, forman a mayor belleza d´os nosos cantos populares. A poesía gallega, toda música e vaguedade, toda queixas, sospiros e doçes sonrisiñas, mormuxando unas veces c´os ventos misteriosos d´os bosques, briland´outras c´o rayo de sol que cai sereniño por enriba d´as auguas d´un río farto e grave, que corre baixo as ramas d´os salgueiros en frol, comprialle para ser cantada un esprito subrime e cristaiño, si así ó podemos decir, una inspiración fecunda com´ á vexetación que hermosea esta nosa privilexiada terra, e sobre todo, un sentimiento delicado e penetrante prá dar a conocer tantas bellezas de pirmeiro orden, tanto fuxitivo rayo d´hermosura como se desprende de cada costume, de cada pensamento escapadado a este pobo á que moitos chaman estúpido, e a quen quisáis xusguen insensibre, extraño a devina poesía…..
     As de cantar
que  ch´ei de dar zonchos;
as de cantar
que ch´ei d dar moitos.

     As de cantar,
meniña  gaiteira,
as de cantar,
que me morro de pena.

     Canta, meniña,
na  veira da fonte,
canta, dareiche
boliños do pote.

     Canta, meniña,
con brando compás,
dereich´unha proya
da pedra do lar.

     Papiñas con leite
tamén che darei,
sopiñas con vino,
torrexas con mel.

     Patacas asadas
con  sal e vinagre,
que saben a noces,
¡qué ricas que saben!
     ¡Que feira, rapaza,
si cantas faremos!...
Festiña por fora,
festiña por dentro.

     Canta si queres
rapaza do demo;
canta si queres,
dareich´ un mantelo.

Canta si queres,
na lengua qu´eu falo;
dareich´ un mantelo,
dareich´un refaixo.

     Có son da gaitiña
có son da pandeira,
che pido que cantes,
rapaza morena.

     Có son da gaitiña,
có son da tambor,
che pido que cantes,
meniña, por Dios.

FOLLAS NOVAS
     ¡Adios!, montes e prados, igrexas e campanas;
¡adios!, Sar e Sarela, cubertos d´enramada;
¡adios!, Vidán alegre, moiños e hondonadas,
Conxo, ó d´o craustro triste y as soedades prácidas,
San Lourenzo ó escondido, cal un niño antr´as ramas.

     Balvis, para min sempre ó d´as fondas lembranzas
Santo Domingo, en onde cant´eu quixen descansa;
vidas  d´a miña vida, anacos d´as entrañas.
E vos tamén, sombrisas paredes solitarias
que me viches chorare soya e desventurada:
¡adios!, sombras queridas; ¡adios!, sombras odiadas;
outra vez os vaivéns d´a fortuna
para lonxe m´arrastran.

EN LAS ORILLAS DEL SAR
     A través del follaje perenne
que oír deja rumores extraños,
y entre un mar de ondulante verdura,
amorosa mansión de los pájaros,
desde mis ventanas veo
el templo que quise tanto.

     El templo que tanto  quise…,
pues no sé decir ya si le quiero,
que en el rudo vaivén que sin tregua
se agitan mis pensamientos,
dudo si el rencor adusto
vive unido al amor en mi pecho.



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Castro, Rosalía de, Obras Completas, Recopilación y estudio bibliográfico, “Rosalía de Castro o el Dolor d Vivir” por V. García Martí, Madrid, Aguilar, 1960.

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