TRADICIONES MEXICANAS
DE NAVIDAD: LAS POSADAS Y LAS
PASTORELAS y REYES
Sin duda las Posadas y las Pastorelas
son la aportación más importante que México hace a las tradiciones que nos
ayudan a celebrar el Nacimiento de Jesús, las cuales se extenderán por diversas
partes del mundo.
Ciertamente hoy en día estas
celebraciones han cambiado y muchas veces se han alejado del significado
original y en otras tantas nada tienen que ver con el aspecto religioso,
llamamos “posada” a cualquier fiesta durante el mes de diciembre, e incluso en
el mes de enero, sin embargo es importante dar una mirada al origen de estas
celebraciones y recurar su valor.
Los primeros misioneros llegados para
la evangelización de la Nueva España, en el siglo XVI, se encontraron con un
pueblo rico en tradiciones, por lo que trataron de enseñar a los indios la nueva
religión “cristianizando” muchas de sus propias celebraciones y costumbres. Los
Agustinos tendrán mucho que ver en el surgimiento de las Posadas a finales del
siglo XVI, quienes iniciaron con las primeras “Jornadas”, como se les empezó a
llamar, en el Convento de San Agustín de Acolman (hoy Acolman, Estado de
México), para recordar el camino de José y María de Nazaret a Belén. Así mismo,
los misioneros Franciscanos hacen su propio aporte con las representaciones con
imágenes y luego con representaciones teatrales de pasajes bíblicos, entre
ellos el del nacimiento de Jesús, así surgirán las primeras Pastorelas,
principalmente en Tlatelolco (hoy una Delegación del centro de la Ciudad de
México).
Origen de las Posadas
A la llegada de los españoles los antiguos
pobladores tenían una celebración muy especial, los aztecas creían que durante
el solsticio de invierno, el dios Quetzalcóatl (el sol viejo) bajaba a
visitarlos. Cuarenta días antes de la fiesta, compraban los mercaderes a un
esclavo que representaría a su dios, y al cual, después de purificarlo, lo
vestían con los ropajes del mismo dios Quetzalcóatl. Hacían una procesión por
las calles donde él iba cantando y bailando para ser reconocido como un dios.
Las mujeres y los niños le ofrecían ofrendas. Nueve días antes de la fiesta,
los ancianos del templo hacía un ritual para prepararlo a ofrecerse en
sacrificio, así, llegado el día de la fiesta, a media noche, después de
honrarlo con música e incienso, era sacrificado sacándole el corazón para
ofrecérselo a la luna. Ese día en los templos se hacían grandes ceremonias,
dirigidas por los sacerdotes, que incluían ritos y bailables sagrados,
representando la llegada de Quetzalcóatl, así como ofrendas y sacrificios
humanos en honor a él.
Pero no sólo festejaban a Quetzalcóatl,
sino que también celebraban durante el invierno las fiestas del advenimiento de
su principal deidad, Huitzilopoztli, durante el mes Panquetzaliztli, que
equivaldría aproximadamente del 6 al 26 de diciembre de nuestro calendario.
Eran fiestas solemnes que estaban
precedidas por 4 días de ayuno y en las que se coronaba al dios Huitzilopochtli
poniendo banderas en los árboles frutales. Esto es a lo que llamaban el
“levantamiento de banderas”. En el gran templo ponían el estandarte del dios y
le rendían culto. El pueblo se congregaba en los patios de los templos,
iluminados por enormes fogatas para esperar la llegada del Solsticio de
Invierno
El 24 de diciembre por la noche y al
día siguiente 25, había fiestas en todas las casas. Se ofrecía a los
invitados una rica comida y unas estatuas pequeñas de pasta llamada “tzoatl”.
Por esa razón y aprovechando la
coincidencia de fechas, los agustinos promovieron la sustitución de personajes,
en lugar de vestir a un esclavo representando a Quetzalcoatl vestían a dos
personas representando a José y a María, y así desaparecieron al dios
prehispánico y mantuvieron la celebración, dándole características cristianas.
Surgen así las primeros “Posadas” en
Acolman. Los misioneros convocaban al pueblo al atrio de las iglesias y
conventos y ahí rezaban una novena, que se iniciaba con el rezo del Santo
Rosario, acompañada de cantos y representaciones basadas en el Evangelio, como
recordatorio de la espera del Niño y del peregrinar de José y María de Nazaret
a Belén para empadronarse.
Las posadas se llevaban a cabo los
nueve días previos a la Navidad, simbolizando los nueve meses de espera de
María. Al terminar, los monjes repartían a los asistentes fruta y dulces como
signo de las gracias que recibían aquellos que aceptaban la doctrina de Jesús.
Los primeros datos documentados de
estas tradiciones se remontan a 1587, cuando fray Diego de Soria obtuvo del
Papa Sixto V la bula autorizando la celebración en el Virreinato de la Nueva
España de unas misas, llamadas “Misas de Aguinaldo” del 16 al 24 de diciembre y
que se realizarían en los atrios de las iglesias. Junto con las misas se
representaban escenas de la Navidad. Luego de la Misa se realizaban festejos
con luces de bengala, cohetes, piñatas y villancicos.
La razón por la cual las posadas duran
nueve días es por una estrategia de los frailes, que quisieron representar los
nueve meses de embarazo de María y darle un significado a cada día, no obstante
a que el peregrinaje de José y María no duró tanto tiempo. El primer día
representa la humildad para convivir con armonía, el segundo es la fortaleza
para realizar los deberes diarios, el siguiente significa el desprendimiento
para rechazar todo deseo que desvíe de la fe cristiana y el cuarto amar al
prójimo. La confianza en la misericordia divina y la justicia para obrar con
rectitud representan el quinto y sexto día, respectivamente; el séptimo es la
pureza para rechazar al Diablo y los dos últimos la alegría para alcanzar el
cielo y la generosidad para entregarse al servicio de Dios.
Origen de las Pastorelas
La idea de representar la natividad de
Jesucristo, nació con San Francisco de Asís, que tuvo la idea de escenificar
dicho suceso en las vísperas de Navidad en el año 1223. Fue entonces, que
diferentes personas personificaron a María, a José y otras figuras
representativas del pesebre, como los Reyes Magos, el asno, el buey y los
pastores que adoraron al Niño Dios.
Sin embargo, la tradición de las
pastorelas se extendió por el continente americano a partir de la evangelización
de las colonias españolas. En México, el concepto de pastorela nació en el
siglo XVI y como ya se ha mencionado, su principal objetivo era enseñar, por
medio de representaciones cómicas, la vida de Jesucristo a los nativos
americanos.
Fue en 1533 cuando se presentó la
primera pastorela en México en Santiago Tlatelolco cuando los franciscanos
aprovecharon la facilidad histriónica de los indígenas que entre sus antiguas
costumbres, ellos también escenificaban leyendas y mitos de sus dioses, y de manera
especial resaltando sus victorias ante los pueblos o dioses enemigos, por lo
que se representó la escena bíblica del nacimiento de Jesús y las dificultades
que diversos personajes, como los pastores y los reyes magos, tuvieron para
llegar a adorar a Jesús, una lucha entre el bien y el mal donde, por lógica,
saldrá victorioso el bien, pues es el regalo que trae el Hijo de Dios.
No existen datos precisos sobre cuál
fue la primera pastorela que se haya representado en México. Para algunos
investigadores fue en Zapotlán, Jalisco, que tiene como anécdota una batalla
entre el arcángel San Miguel y Lucifer, en lengua náhuatl, donde hasta el día
se sigue representando y conservan todavía en lengua indígena el relato
de esa batalla.
Entre las más antiguas pastorelas en el
México colonial se menciona “La
Comedia de los Reyes” representada en 1527 en el atrio de la que luego sería Catedral de
Cuernavaca.
En 1530, fray Juan de Zumárraga, primer
obispo de la Nueva España, expidió una ordenanza para celebrar una “Farsa de la
Natividad Gozosa de Nuestro Salvador”.
Sin embargo, otros historiadores
indican que posiblemente la primera pastorela escrita de manera formal es la de
Fray Andrés de Olmos escrita probablemente entre los años 1533 y 1539, titulada “La Adoración de los
Reyes Magos”. Esta pastorela fue escrita en idioma náhuatl para facilitar
su comprensión y contiene pasajes hechos especialmente para la mentalidad de
los indígenas, como el del rey Herodes quien dice a los mensajeros de los tres
reyes: "Id a darles la bienvenida; dadles el parabien de su llegada. Haya
música, haya baile. Dadles honores, ponedles guirnaldas de flores..." Por
medio de la música, las danzas y la profusión de flores, el padre Olmos llegó
directo al corazón de los nativos, quienes consideraban estos elementos
indispensables para todo festejo.
Durante el virreinato, las órdenes
religiosas aprovecharon la fuerte tradición teatral de la cultura náhuatl, como
fue el caso de los jesuitas, llegados en 1572, quienes ejercieron una gran
influencia en la educación del pueblo y fueron unos de los mayores promotores
de esta manifestación teatral y religiosa.
Posadas y Pastorelas, hoy.
Sin duda, las Posadas y las Pastorelas
son una gran aportación cultural de México para el mundo, pero es necesario
rescatar su gran valor religioso y aprovecharlas para reafirmar nuestra fe y
como medios para continuar la evangelización siguiendo el ejemplo de los
primeros misioneros en tierras mexicanas que no desaprovecharon estos elementos
como medios didácticas para la catequesis y la educación cristiana.
Es importante darle a nuestras Posadas
el verdadero sentido: acompañar durante 9 días a María y a José en su camino a
Belén donde nacerá el Salvador.
No debemos olvidad que el centro de
nuestras posadas deberá ser la oración, no la fiesta, pues es una preparación
para la celebración de la Navidad. La familia o la comunidad parroquial o los
vecinos, debemos reunirnos en torno a las figuras de María y José, de ser
posible rezar el rosario o por lo menos las “letanías” (como tradicionalmente
se ha hecho por mucho tiempo), leer un pasaje del evangelio sobre el nacimiento
de Jesús (especialmente Lucas 1,26-56 ; Lucas 2,1-20; Mateo 1,18-25; Mateo
2,1-12) para después hacer el canto de petición de posada y terminar con la
reunión familiar donde lo importante es el convivir y mostrar el amor y aprecio
por los demás.
En cuanto a las pastorelas, debemos
considerar que seguirán siendo una buena herramienta didáctica y pedagógica
para enseñar la doctrina cristiana, por lo que debemos cuidar que, aunque se
resalten las cosas con comicidad y humos, siempre debe manifestarse el respeto
por las personas, evitar caer en lo vulgar y en las palabras altisonantes, pero
sobre todo debemos tener mucho cuidado en dar el mensaje preciso: Dios viene a
nosotros y debemos dejarle entrar en nuestra vida venciendo todo lo malo que
hay a nuestro alrededor y dejando el bien siempre nos conduzca a una vida
mejor.
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La
tradición de la adoración de los Reyes, así como sus representaciones, llegaron
a tierras americanas después de la Conquista española. Hoy podemos apreciar
grandes obras europeas sobre el tema en museos mexicanos.
Fuente: DOMÉNIKOS THEOTOKÓPOULOS, EL GRECO, ADORACIÓN
DE LOS REYES MAGOS, CA. 1568, ÓLEO SOBRE TELA, 42.8 X 51 CM, COL.
MUSEO SOUMAYA·FUNDACIÓN CARLOS SLIM, A. C.
Tradición de los Reyes Magos a la mexicana
En la tradición católica, la Epifanía, fiesta
de la Iluminación, adoración de los Reyes o Día de los Reyes, celebra la visita
de los magos de Oriente a Jesús después de su nacimiento. Santiago de la
Vorágine, en La leyenda dorada, propone que este evento fue a los
trece días de nacido Jesús, incluso comentó que treinta años más tarde, en esa
misma fecha, fue bautizado por San Juan; mientras que en los Evangelios
apócrifos se menciona que fue a los dos años, tras la circuncisión y
presentación al templo.
Como se puede observar, existe contradicción
en la tradición. No obstante, prevaleció la idea de que el suceso fue
contemporáneo a la Natividad, tras la adoración de los pastores. Se trata de la
revelación de Dios a todos los pueblos, pues los magos sabían de las profecías
y la llegada del Redentor; se toma como la primera manifestación al mundo
pagano de la existencia del Hijo de Dios hecho hombre. La importancia de este
evento radica en que el Mesías inaugura una nueva era, abierta a todos los
pueblos.
Se cree que eran varios magos, una docena según los cristianos sirios y
armenios; pero el suceso más aceptado es que fueron tres personajes que,
guiados por una estrella, llegan hasta Belén (tras una parada en Jerusalén, en
el palacio de Herodes) para entregar obsequios al Hijo de Dios. Se dice que al
entrar al portal “vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo
adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y
mirra” (Mateo, 2:11), elementos que representan a Jesús como rey, Dios y
mortal, respectivamente.
Según Herodoto, los magos eran originalmente una tribu meda que se
convirtió en casta sacerdotal de los persas. Practicaban la adivinación,
medicina y astrología. De la Vorágine comenta que sus nombres en hebreo fueron Apelio,
Amerio y Damasco; en griego Gálgata, Malgalat y Sarathin; y en lengua latina,
Gaspar, Baltasar y Melchior (Melchor).
Al principio se les consideró como astrólogos que leían el futuro en las
estrellas, pero la palabra mago adquirió el
sentido peyorativo de brujo en los primeros tiempos del cristianismo.
Tertuliano fue el primero en convertir a los magos en reyes, y en el siglo VI
Cesáreo de Arlés adoptó esta propuesta, haciendo el cambio de los gorros
frigios por las coronas. Ésta sería la representación conocida en Occidente que
más tarde llegó a tierras americanas y que hoy podemos observar en diversos
trabajos plásticos que se exhiben en los museos.
Sus colores de piel y atuendos han cambiado, pues originalmente en
Occidente representaban a las razas de Sem, Cam y Jafet, y ahora encarnan los
colores del mundo: blanco, amarillo y negro, o blanco, moreno y negro. También
es la representación de Europa, África y América, los tres mundos, alegoría que
llegó al virreinato de Nueva España.
Rica tradición
La fiesta de los Reyes Magos que se celebra
el 6 de enero es un día especial en México, ya que tiene diversos significados.
Recuerda la adoración de Jesús infante por parte de los Reyes y se trata de una
conmemoración medular en la liturgia católica. De esta historia surgió la
costumbre de ofrecer y recibir regalos, principalmente para los niños, quienes
piden, mediante carta, el juguete deseado.
También es el día en que aparece la deliciosa rosca de Reyes, manjar
esperado en la merienda familiar y delicia monjil en la época virreinal, pues
se dice que las religiosas solían festejar la noche de Navidad con cantos y
buñuelos. Enseguida, venía la Epifanía con la llegada de los Reyes Magos y sus
azucaradas roscas perfumadas de agua de azahar. Costumbre francesa desde 1311,
que pasó a España y después a México, donde el haba se sustituyó por un
Jesusito que originalmente era de plata dorada, muy pequeñito y coronado.
Después lo vestían para llevarlo a bendecir el Día de la Candelaria. Cuentan
que algunas personas se los tragaban para evitar tener que dar fiesta el 2 de
febrero. Esos Jesusitos de plata se sustituyeron por los de porcelana que dicen
venían de Japón y actualmente se hacen de plástico.
En esa fecha, las benditas sores no se daban abasto para despachar los
encargos que a través del torno les hacían los habitantes de la ciudad y sus
contornos.
Existe otra versión reciente en la que se propone que el registro de la
rosca que se acostumbra para este día no se ve con notoriedad sino hasta el siglo
XX. Comienza a manifestarse tímidamente hacia 1911. Se dice también que esta
tradición vino de España a México en los primeros años del virreinato. Lo
cierto es que en España para estas fechas se come el “roscón”. A partir de
entonces se hizo tradicional acompañarla con el sabroso chocolate, café, leche
o hasta refresco para los paladares más audaces.
No es fácil precisar cuándo se inició la costumbre de esconder en la
masa de la rosca un Niño Dios de porcelana, pero por crónicas se sabe que la
usanza de colocar una confitura o un haba en la rosca era muy antigua.
Quien encontraba el haba o el confite, estaba obligado espiritualmente a
presentar el Niño Dios del Nacimiento de la casa en la iglesia cercana al 2 de
febrero (llamado en México Día de la Candelaria).
En época caballeresca de México la obligación se cumplía ritualmente, y
quizá la sustitución del haba o el confite por el Niño surgió porque algunas
veces el comensal ingería el trozo de la rosca con todo y haba a fin de evitar
el compromiso.
Seguramente alguna señora lista que un año se quedó sin fiesta de la
Candelaria y sin padrino para su Niño Dios, comenzó a introducir un niñito de
porcelana difícil de ingerir (y más aún de digerir), aunque a decir verdad
todavía hay quienes se quedan sin fiesta porque, en alguna forma, el que
encuentra al Niño se hace el disimulado o esconde discretamente la figurita. En
otras palabras, para eludir el compromiso “se hace rosca”.
Es común que cuando alguien saca la figurilla escondida en este pan le
llame mono o muñeco, pues pocos saben que se trata del Hijo de Dios. Cuenta la
tradición que la rosca refiere el ocultamiento del Niño Dios para que Herodes
no lo encuentre, como lo hizo con los Santos Inocentes, cuya celebración es el
28 de diciembre. De esta manera, el pan resguarda a Jesusito; el cuchillo
personifica a Herodes Antipas.
Sin embargo, son los menos quienes se asumen felices y afortunados por
haber encontrado a Jesús, pues les pesa sacarlo de la rosca porque han de pagar
a los comensales los tamales y el atole para el 2 de febrero. En cambio, para
otros es felicidad, pues se dice que “aquel que saque el niño tendrá suerte en
el año”; algunos comentan que “ayuda al dinero, más si se carga en la cartera o
monedero tras haber salido de la rosca”.
Pero unos adquieren obligación (generalmente el primero que saca la
figurilla, pues actualmente hay mínimo tres escondidas), pues se convierten en
madrina o padrino de vestido del Niño Dios de la casa donde se partió la rosca.
Además de vestirlo, en ocasiones pagan la fiesta completa. En esta celebración
de Epifanía es cuando se levanta al Niño Dios del pesebre, saliendo del
contexto del Misterio.
El Día de Reyes en la
capital
En el siglo XX se hizo costumbre que los Reyes Magos trajeran juguetes a
los niños que se portan bien, razón por la cual cientos de ellos acostumbran
hacer la famosa cartita que es enviada al cielo en un globo. Es así que en
vísperas de la festividad el cielo de la Ciudad de México se llena de esféricos
multicolores que se elevan por los aires, unas veces provenientes de viviendas,
otras de escuelas o parques. Otros pequeños suelen ir acompañados de sus padres
al correo para depositar en el buzón sus peticiones. Y los hay más audaces, que
con la modernidad piden sus juguetes por internet.
La noche del día 5 los niños deben dormir temprano y profundamente para
que lleguen los Reyes a casita, de lo contrario, “el pedimento se puede tardar
o incluso cebar”. Algunos padres entusiasmados apoyan para que los chicos dejen
galletas, agua o leche para los cansados Reyes que trajinan a lo largo de la
noche para llevar los regalos a todos los hogares.
Es así que por las calles, avenidas y callejones de las diversas
delegaciones que conforman la Ciudad de México, andan caminando o subidos en
transportes públicos muchos Reyes cargando juguetes; desde los elaborados
tradicionalmente que poco se ven en la actualidad, hasta los de moda que se
observan en los anuncios publicitarios.
Otra tradición para recordar en la capital es tomarse la foto con los
Reyes, lo cual se acostumbra hacer en la Alameda Central y algunas veces en la
explanada del Monumento a la Revolución. Aunque si quiere, puede ir a los
centros comerciales, pues es allí donde los Reyes traen atuendos elegantes y la
tez remite a la procedencia de cada uno de ellos.
Esta tradición es de convivencia y sano esparcimiento entre padres,
abuelos y nietos. Aquellos que guardan la costumbre de ir al centro de la
Ciudad de México, además de preservar un recuerdo fotográfico pueden saborear
un antojito en los puestos cercanos de comida; o tal vez vayan a comer churros
con chocolate en el famoso “El Moro”.
El artículo “Epifanía a la mexicana” de
la autora Katia Perdigón Castañeda se publicó íntegramente en Relatos
e Historias en México número 53:
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