lunes, 17 de diciembre de 2018


TRADICIONES MEXICANAS DE NAVIDAD: LAS POSADAS Y LAS 

PASTORELAS y REYES

Sin duda las Posadas y las Pastorelas son la aportación más importante que México hace a las tradiciones que nos ayudan a celebrar el Nacimiento de Jesús, las cuales se extenderán por diversas partes del mundo.

Ciertamente hoy en día estas celebraciones han cambiado y muchas veces se han alejado del significado original y en otras tantas nada tienen que ver con el aspecto religioso, llamamos “posada” a cualquier fiesta durante el mes de diciembre, e incluso en el mes de enero, sin embargo es importante dar una mirada al origen de estas celebraciones y recurar su valor.
Los primeros misioneros llegados para la evangelización de la Nueva España, en el siglo XVI, se encontraron con un pueblo rico en tradiciones, por lo que trataron de enseñar a los indios la nueva religión “cristianizando” muchas de sus propias celebraciones y costumbres. Los Agustinos tendrán mucho que ver en el surgimiento de las Posadas a finales del siglo XVI, quienes iniciaron con las primeras “Jornadas”, como se les empezó a llamar, en el Convento de San Agustín de Acolman (hoy Acolman, Estado de México), para recordar el camino de José y María de Nazaret a Belén. Así mismo, los misioneros Franciscanos hacen su propio aporte con las representaciones con imágenes y luego con representaciones teatrales de pasajes bíblicos, entre ellos el del nacimiento de Jesús, así surgirán las primeras Pastorelas, principalmente en Tlatelolco (hoy una Delegación del centro de la Ciudad de México).
Origen de las Posadas

A la llegada de los españoles los antiguos pobladores tenían una celebración muy especial, los aztecas creían que durante el solsticio de invierno, el dios Quetzalcóatl (el sol viejo) bajaba a visitarlos. Cuarenta días antes de la fiesta, compraban los mercaderes a un esclavo que representaría a su dios, y al cual, después de purificarlo, lo vestían con los ropajes del mismo dios Quetzalcóatl. Hacían una procesión por las calles donde él iba cantando y bailando para ser reconocido como un dios. Las mujeres y los niños le ofrecían ofrendas. Nueve días antes de la fiesta, los ancianos del templo hacía un ritual para prepararlo a ofrecerse en sacrificio, así, llegado el día de la fiesta, a media noche, después de honrarlo con música e incienso, era sacrificado sacándole el corazón para ofrecérselo a la luna. Ese día en los templos se hacían grandes ceremonias, dirigidas por los sacerdotes, que incluían ritos y bailables sagrados, representando la llegada de Quetzalcóatl, así como ofrendas y sacrificios humanos en honor a él.
Pero no sólo festejaban a Quetzalcóatl, sino que también celebraban durante el invierno las fiestas del advenimiento de su principal deidad, Huitzilopoztli, durante el mes Panquetzaliztli, que equivaldría aproximadamente del 6 al 26 de diciembre de nuestro calendario.
Eran fiestas solemnes que estaban precedidas por 4 días de ayuno y en las que se coronaba al dios Huitzilopochtli poniendo banderas en los árboles frutales. Esto es a lo que llamaban el “levantamiento de banderas”. En el gran templo ponían el estandarte del dios y le rendían culto. El pueblo se congregaba en los patios de los templos, iluminados por enormes fogatas para esperar la llegada del Solsticio de Invierno
El 24 de diciembre por la noche y al día siguiente 25,  había fiestas en todas las casas. Se ofrecía a los invitados una rica comida y unas estatuas pequeñas de pasta llamada “tzoatl”.
Por esa razón y aprovechando la coincidencia de fechas, los agustinos promovieron la sustitución de personajes, en lugar de vestir a un esclavo representando a Quetzalcoatl vestían a dos personas representando a José y a María,  y así desaparecieron al dios prehispánico y mantuvieron la celebración, dándole características cristianas.
Surgen así las primeros “Posadas” en Acolman. Los misioneros convocaban al pueblo al atrio de las iglesias y conventos y ahí rezaban una novena, que se iniciaba con el rezo del Santo Rosario, acompañada de cantos y representaciones basadas en el Evangelio, como recordatorio de la espera del Niño y del peregrinar de José y María de Nazaret a Belén para empadronarse.
Las posadas se llevaban a cabo los nueve días previos a la Navidad, simbolizando los nueve meses de espera de María. Al terminar, los monjes repartían a los asistentes fruta y dulces como signo de las gracias que recibían aquellos que aceptaban la doctrina de Jesús.
Los primeros datos documentados de estas tradiciones se remontan a 1587, cuando fray Diego de Soria obtuvo del Papa Sixto V la bula autorizando la celebración en el Virreinato de la Nueva España de unas misas, llamadas “Misas de Aguinaldo” del 16 al 24 de diciembre y que se realizarían en los atrios de las iglesias. Junto con las misas se representaban escenas de la Navidad. Luego de la Misa se realizaban festejos con luces de bengala, cohetes, piñatas y villancicos.
La razón por la cual las posadas duran nueve días es por una estrategia de los frailes, que quisieron representar los nueve meses de embarazo de María y darle un significado a cada día, no obstante a que el peregrinaje de José y María no duró tanto tiempo. El primer día representa la humildad para convivir con armonía, el segundo es la fortaleza para realizar los deberes diarios, el siguiente significa el desprendimiento para rechazar todo deseo que desvíe de la fe cristiana y el cuarto amar al prójimo. La confianza en la misericordia divina y la justicia para obrar con rectitud representan el quinto y sexto día, respectivamente; el séptimo es la pureza para rechazar al Diablo y los dos últimos la alegría para alcanzar el cielo y la generosidad para entregarse al servicio de Dios.
Origen de las Pastorelas

La idea de representar la natividad de Jesucristo, nació con San Francisco de Asís, que tuvo la idea de escenificar dicho suceso en las vísperas de Navidad en el año 1223. Fue entonces, que diferentes personas personificaron a María, a José y otras figuras representativas del pesebre, como los Reyes Magos, el asno, el buey y los pastores que adoraron al Niño Dios.
Sin embargo, la tradición de las pastorelas se extendió por el continente americano a partir de la evangelización de las colonias españolas. En México, el concepto de pastorela nació en el siglo XVI y como ya se ha mencionado, su principal objetivo era enseñar, por medio de representaciones cómicas, la vida de Jesucristo a los nativos americanos.
Fue en 1533 cuando se presentó la primera pastorela en México en Santiago Tlatelolco cuando los franciscanos aprovecharon la facilidad histriónica de los indígenas que entre sus antiguas costumbres, ellos también escenificaban leyendas y mitos de sus dioses, y de manera especial resaltando sus victorias ante los pueblos o dioses enemigos, por lo que se representó la escena bíblica del nacimiento de Jesús y las dificultades que diversos personajes, como los pastores y los reyes magos, tuvieron para llegar a adorar a Jesús, una lucha entre el bien y el mal donde, por lógica, saldrá victorioso el bien, pues es el regalo que trae el Hijo de Dios.
No existen datos precisos sobre cuál fue la primera pastorela que se haya representado en México. Para algunos investigadores fue en Zapotlán, Jalisco, que tiene como anécdota una batalla entre el arcángel San Miguel y Lucifer, en lengua náhuatl, donde hasta el día se sigue representando y conservan todavía en lengua indígena el relato de  esa batalla.
Entre las más antiguas pastorelas en el México colonial se menciona “La Comedia de los Reyes” representada en 1527 en el atrio de la que luego sería Catedral de Cuernavaca.
En 1530, fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la Nueva España, expidió una ordenanza para celebrar una “Farsa de la Natividad Gozosa de Nuestro Salvador”.
Sin embargo, otros historiadores indican que posiblemente la primera pastorela escrita de manera formal es la de Fray Andrés de Olmos escrita probablemente entre los años 1533 y 1539, titulada “La Adoración de los Reyes Magos”. Esta pastorela fue escrita en idioma náhuatl para facilitar su comprensión y contiene pasajes hechos especialmente para la mentalidad de los indígenas, como el del rey Herodes quien dice a los mensajeros de los tres reyes: "Id a darles la bienvenida; dadles el parabien de su llegada. Haya música, haya baile. Dadles honores, ponedles guirnaldas de flores..." Por medio de la música, las danzas y la profusión de flores, el padre Olmos llegó directo al corazón de los nativos, quienes consideraban estos elementos indispensables para todo festejo.
Durante el virreinato, las órdenes religiosas aprovecharon la fuerte tradición teatral de la cultura náhuatl, como fue el caso de los jesuitas, llegados en 1572, quienes ejercieron una gran influencia en la educación del pueblo y fueron unos de los mayores promotores de esta manifestación teatral y religiosa.
Posadas y Pastorelas, hoy.

Sin duda, las Posadas y las Pastorelas son una gran aportación cultural de México para el mundo, pero es necesario rescatar su gran valor religioso y aprovecharlas para reafirmar nuestra fe y como medios para continuar la evangelización siguiendo el ejemplo de los primeros misioneros en tierras mexicanas que no desaprovecharon estos elementos como medios didácticas para la catequesis y la educación cristiana.
Es importante darle a nuestras Posadas el verdadero sentido: acompañar durante 9 días a María y a José en su camino a Belén donde nacerá el Salvador.
No debemos olvidad que el centro de nuestras posadas deberá ser la oración, no la fiesta, pues es una preparación para la celebración de la Navidad. La familia o la comunidad parroquial o los vecinos, debemos reunirnos en torno a las figuras de María y José, de ser posible rezar el rosario o por lo menos las “letanías” (como tradicionalmente se ha hecho por mucho tiempo), leer un pasaje del evangelio sobre el nacimiento de Jesús (especialmente Lucas 1,26-56 ; Lucas 2,1-20; Mateo 1,18-25; Mateo 2,1-12) para después hacer el canto de petición de posada y terminar con la reunión familiar donde lo importante es el convivir y mostrar el amor y aprecio por los demás.
En cuanto a las pastorelas, debemos considerar que seguirán siendo una buena herramienta didáctica y pedagógica para enseñar la doctrina cristiana, por lo que debemos cuidar que, aunque se resalten las cosas con comicidad y humos, siempre debe manifestarse el respeto por las personas, evitar caer en lo vulgar y en las palabras altisonantes, pero sobre todo debemos tener mucho cuidado en dar el mensaje preciso: Dios viene a nosotros y debemos dejarle entrar en nuestra vida venciendo todo lo malo que hay a nuestro alrededor y dejando el bien siempre nos conduzca a una vida mejor.
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La tradición de la adoración de los Reyes, así como sus representaciones, llegaron a tierras americanas después de la Conquista española. Hoy podemos apreciar grandes obras europeas sobre el tema en museos mexicanos.

Fuente: DOMÉNIKOS THEOTOKÓPOULOS, EL GRECO, ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS, CA. 1568, ÓLEO SOBRE TELA, 42.8 X 51 CM, COL. MUSEO SOUMAYA·FUNDACIÓN CARLOS SLIM, A. C.

Tradición de los Reyes Magos a la mexicana

En la tradición católica, la Epifanía, fiesta de la Iluminación, adoración de los Reyes o Día de los Reyes, celebra la visita de los magos de Oriente a Jesús después de su nacimiento. Santiago de la Vorágine, en La leyenda dorada, propone que este evento fue a los trece días de nacido Jesús, incluso comentó que treinta años más tarde, en esa misma fecha, fue bautizado por San Juan; mientras que en los Evangelios apócrifos se menciona que fue a los dos años, tras la circuncisión y presentación al templo.

Como se puede observar, existe contradicción en la tradición. No obstante, prevaleció la idea de que el suceso fue contemporáneo a la Natividad, tras la adoración de los pastores. Se trata de la revelación de Dios a todos los pueblos, pues los magos sabían de las profecías y la llegada del Redentor; se toma como la primera manifestación al mundo pagano de la existencia del Hijo de Dios hecho hombre. La importancia de este evento radica en que el Mesías inaugura una nueva era, abierta a todos los pueblos.

Se cree que eran varios magos, una docena según los cristianos sirios y armenios; pero el suceso más aceptado es que fueron tres personajes que, guiados por una estrella, llegan hasta Belén (tras una parada en Jerusalén, en el palacio de Herodes) para entregar obsequios al Hijo de Dios. Se dice que al entrar al portal “vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mateo, 2:11), elementos que representan a Jesús como rey, Dios y mortal, respectivamente.

Según Herodoto, los magos eran originalmente una tribu meda que se convirtió en casta sacerdotal de los persas. Practicaban la adivinación, medicina y astrología. De la Vorágine comenta que sus nombres en hebreo fueron Apelio, Amerio y Damasco; en griego Gálgata, Malgalat y Sarathin; y en lengua latina, Gaspar, Baltasar y Melchior (Melchor).

Al principio se les consideró como astrólogos que leían el futuro en las estrellas, pero la palabra mago adquirió el sentido peyorativo de brujo en los primeros tiempos del cristianismo. Tertuliano fue el primero en convertir a los magos en reyes, y en el siglo VI Cesáreo de Arlés adoptó esta propuesta, haciendo el cambio de los gorros frigios por las coronas. Ésta sería la representación conocida en Occidente que más tarde llegó a tierras americanas y que hoy podemos observar en diversos trabajos plásticos que se exhiben en los museos.

Sus colores de piel y atuendos han cambiado, pues originalmente en Occidente representaban a las razas de Sem, Cam y Jafet, y ahora encarnan los colores del mundo: blanco, amarillo y negro, o blanco, moreno y negro. También es la representación de Europa, África y América, los tres mundos, alegoría que llegó al virreinato de Nueva España.

Rica tradición

La fiesta de los Reyes Magos que se celebra el 6 de enero es un día especial en México, ya que tiene diversos significados. Recuerda la adoración de Jesús infante por parte de los Reyes y se trata de una conmemoración medular en la liturgia católica. De esta historia surgió la costumbre de ofrecer y recibir regalos, principalmente para los niños, quienes piden, mediante carta, el juguete deseado.

También es el día en que aparece la deliciosa rosca de Reyes, manjar esperado en la merienda familiar y delicia monjil en la época virreinal, pues se dice que las religiosas solían festejar la noche de Navidad con cantos y buñuelos. Enseguida, venía la Epifanía con la llegada de los Reyes Magos y sus azucaradas roscas perfumadas de agua de azahar. Costumbre francesa desde 1311, que pasó a España y después a México, donde el haba se sustituyó por un Jesusito que originalmente era de plata dorada, muy pequeñito y coronado. Después lo vestían para llevarlo a bendecir el Día de la Candelaria. Cuentan que algunas personas se los tragaban para evitar tener que dar fiesta el 2 de febrero. Esos Jesusitos de plata se sustituyeron por los de porcelana que dicen venían de Japón y actualmente se hacen de plástico.

En esa fecha, las benditas sores no se daban abasto para despachar los encargos que a través del torno les hacían los habitantes de la ciudad y sus contornos.

Existe otra versión reciente en la que se propone que el registro de la rosca que se acostumbra para este día no se ve con notoriedad sino hasta el siglo XX. Comienza a manifestarse tímidamente hacia 1911. Se dice también que esta tradición vino de España a México en los primeros años del virreinato. Lo cierto es que en España para estas fechas se come el “roscón”. A partir de entonces se hizo tradicional acompañarla con el sabroso chocolate, café, leche o hasta refresco para los paladares más audaces.

No es fácil precisar cuándo se inició la costumbre de esconder en la masa de la rosca un Niño Dios de porcelana, pero por crónicas se sabe que la usanza de colocar una confitura o un haba en la rosca era muy antigua.

Quien encontraba el haba o el confite, estaba obligado espiritualmente a presentar el Niño Dios del Nacimiento de la casa en la iglesia cercana al 2 de febrero (llamado en México Día de la Candelaria).

En época caballeresca de México la obligación se cumplía ritualmente, y quizá la sustitución del haba o el confite por el Niño surgió porque algunas veces el comensal ingería el trozo de la rosca con todo y haba a fin de evitar el compromiso.

Seguramente alguna señora lista que un año se quedó sin fiesta de la Candelaria y sin padrino para su Niño Dios, comenzó a introducir un niñito de porcelana difícil de ingerir (y más aún de digerir), aunque a decir verdad todavía hay quienes se quedan sin fiesta porque, en alguna forma, el que encuentra al Niño se hace el disimulado o esconde discretamente la figurita. En otras palabras, para eludir el compromiso “se hace rosca”.

Es común que cuando alguien saca la figurilla escondida en este pan le llame mono o muñeco, pues pocos saben que se trata del Hijo de Dios. Cuenta la tradición que la rosca refiere el ocultamiento del Niño Dios para que Herodes no lo encuentre, como lo hizo con los Santos Inocentes, cuya celebración es el 28 de diciembre. De esta manera, el pan resguarda a Jesusito; el cuchillo personifica a Herodes Antipas.

Sin embargo, son los menos quienes se asumen felices y afortunados por haber encontrado a Jesús, pues les pesa sacarlo de la rosca porque han de pagar a los comensales los tamales y el atole para el 2 de febrero. En cambio, para otros es felicidad, pues se dice que “aquel que saque el niño tendrá suerte en el año”; algunos comentan que “ayuda al dinero, más si se carga en la cartera o monedero tras haber salido de la rosca”.

Pero unos adquieren obligación (generalmente el primero que saca la figurilla, pues actualmente hay mínimo tres escondidas), pues se convierten en madrina o padrino de vestido del Niño Dios de la casa donde se partió la rosca. Además de vestirlo, en ocasiones pagan la fiesta completa. En esta celebración de Epifanía es cuando se levanta al Niño Dios del pesebre, saliendo del contexto del Misterio.

El Día de Reyes en la capital

En el siglo XX se hizo costumbre que los Reyes Magos trajeran juguetes a los niños que se portan bien, razón por la cual cientos de ellos acostumbran hacer la famosa cartita que es enviada al cielo en un globo. Es así que en vísperas de la festividad el cielo de la Ciudad de México se llena de esféricos multicolores que se elevan por los aires, unas veces provenientes de viviendas, otras de escuelas o parques. Otros pequeños suelen ir acompañados de sus padres al correo para depositar en el buzón sus peticiones. Y los hay más audaces, que con la modernidad piden sus juguetes por internet.

La noche del día 5 los niños deben dormir temprano y profundamente para que lleguen los Reyes a casita, de lo contrario, “el pedimento se puede tardar o incluso cebar”. Algunos padres entusiasmados apoyan para que los chicos dejen galletas, agua o leche para los cansados Reyes que trajinan a lo largo de la noche para llevar los regalos a todos los hogares.

Es así que por las calles, avenidas y callejones de las diversas delegaciones que conforman la Ciudad de México, andan caminando o subidos en transportes públicos muchos Reyes cargando juguetes; desde los elaborados tradicionalmente que poco se ven en la actualidad, hasta los de moda que se observan en los anuncios publicitarios.

Otra tradición para recordar en la capital es tomarse la foto con los Reyes, lo cual se acostumbra hacer en la Alameda Central y algunas veces en la explanada del Monumento a la Revolución. Aunque si quiere, puede ir a los centros comerciales, pues es allí donde los Reyes traen atuendos elegantes y la tez remite a la procedencia de cada uno de ellos.

Esta tradición es de convivencia y sano esparcimiento entre padres, abuelos y nietos. Aquellos que guardan la costumbre de ir al centro de la Ciudad de México, además de preservar un recuerdo fotográfico pueden saborear un antojito en los puestos cercanos de comida; o tal vez vayan a comer churros con chocolate en el famoso “El Moro”.

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El artículo “Epifanía a la mexicana” de la autora Katia Perdigón Castañeda se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 53: http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/53-saturnino-cedillo



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