JESUITAS
INTRODUCCIÓN
El objeto de este ensayo es
investigar un poco la historia de la obra educativa de la Compañía de Jesús en
la Nueva España. Saber como era su obra educativa en comparación con las
diferentes órdenes religiosas y enterarnos de sus sistemas educativos, sus
carreras, materias y sus misiones.
Este trabajo trata de confirmar que la
visión histórica aceptada es la de que los jesuitas constituyeron una institución que jugó un papel relevante
debido a que, fueron un factor importante para las sociedades coloniales
iberoamericanas. Como institución social, la Orden no puede ser ajena a los
intereses que algunas de las clases tienen. Desde el punto de vista “cultural”,
los jesuitas aparecen a la vanguardia de la ciencia y la cultura en la Colonia,
pero analizado dentro de un contexto más amplio, se puede advertir que esta
conducta esta fundada en el interés de lograr la conservación social.
Empezaré con su llegada a la Nueva España
y los propósitos del Rey Felipe II. Como fue el Colegio Máximo de S. Pedro y S.
Pablo y la fundación de los Colegios y Misiones.
Trataré de ver el sentir del pueblo, hacia
estos Padres, como influyeron en la vida social, política, económica y que
aportaron durante su estancia
SU LLEGADA A LA
NUEVA ESPAÑA
San
Ignacio mandaba decir a sus Delegados en España, PP. Estrada y Torres: “ Al Messico envien si les parece, haciendo
que sean pedidos o sin serlo “.(1)
El primero que pensó traer jesuitas a la
Nueva España fue Vasco de Quiroga, por mediación de su canónigo Negrete, en
1547; y luego por si mismo en 1551. También Francisco del Toral en 1563.
Franciscano. Y más tarde el agustino Diego Chávez, obispo de Michoacán, en
1567, y el arcediano de Méjico, en 1568.A mediados de 1570 era la misma ciudad
de Méjico la que pedía por escrito al rey Felipe II el envío de algunos
jesuitas.
Ahora el propio monarca Felipe II el que
escribía sendas cédulas reales al provincial de Toledo, padre Manuel López, y
al general, padre Francisco de Borja, con fechas 26 de marzo y 4 de mayo,
ambas, de 1571. Le pedía hasta 12 jesuitas para la Nueva España. (Antiguamente
era normal pedir 12 religiosos). Felipe II comunicaba, con fecha 6 de agosto, a
su virrey, Martín Enríquez de Almansa, la marcha de los nuevos operarios,
encomendándole que los acogiera con la mayor bondad: “y porque mi voluntad es que se les dé para ello el favor necesario, vos
mando, pues esta obra es para servicio de Dios y exaltación de la santa fe
católica, luego que llegaren a esta tierra, los recibáis bien, con amor, y les
deís y hagaís dar, todo el favor y ayuda que viéredes convenir para fundación
de la dicha Orden en esa tierra, porque, mediante ella, logren el futuro que
esperamos”.(2)
Como superior de la expedición era
designado el padre Pedro Sánchez. Los componentes eran: Diego López, Pedro
Díaz, Alonso Camargo, Diego López de Mesa, Pedro López de la Parra, Francisco
Bazán y Hernán Suárez de la Concha; tres
estudiantes aún, Juan Curiel, Juan Sánchez Barquero y Pedro de Mercado; y
cuatro hermanos: Lope Navarro, Bartolomé Larios, Martín González y Martín de
Matilla. El superior Pedro Sánchez, designado provincial para la nueva
provincia religiosa que se fundara en Nueva España, había sido alumno,
profesor, y rector de la Universidad de Alcalá, y más tarde rector del colegio
jesuítico de Salamanca.
Todos partían del puerto de Sanlúcar de
Barrameda el 13 de junio de 1572, y desembarcaban en San Juan de Ulúa el 9 de
diciembre. En Veracruz les esperaban algunos enviados del virrey, y del inquisidor
mejicano, Pedro de Moya Contreras. El 18 del mismo mes estaban en Puebla,
hospedados en la casa del primer comisario del Santo Oficio y arcediano de la
ciudad, don Fernando Pacheco. Proseguían en cabalgaduras hasta Aystzinco, y
luego en barcas hasta la capital.
EL
COLEGIO DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
A mediados de diciembre podían ocupar unos
solares, en las afueras de la ciudad, donados por uno de los más ricos
caballeros, don Alonso de Villaseca. Con fecha 1 de noviembre de 1573, se
inauguró el Colegio. Habiendo sido este colegio Casa Matriz, especie de
Universidad Jesuítica para propios y extraños, centro intelectual y de
ministerios, me detendré un poco para dar idea de su importancia. En cuanto a
su destino fue: Residencia del Provincial,
al menos hasta el año de 1592, en que se abrió la Casa Profesa; Noviciado, Juniorado, y casa de Tercera
Probación (3) hasta que los jóvenes se trasladaron a Tepotzotlán en 1585 y
los Tercerones a Puebla; ordinario asiento de las aulas de Gramática, Filosofía y Teología para los jóvenes jesuitas y para
los seglares; centro de ministerios,
congregaciones, misiones rurales y doctrinas en la primitiva iglesia para
españoles e indios y, desde el año 1603, separadamente para españoles en la
nueva iglesia de S. Pedro y S. Pablo y, para indios, en la iglesia de San
Gregorio; residencia de teólogos y
filósofos, aunque desde el año 1625 estos últimos se trasladaron a S.
Ildefonso de Puebla; residencia ordinaria
de los profesores del Colegio Máximo y
de los encargados de los diferentes
seminarios.
Los alumnos favorecidos tenían que seguir
los cursos de la universidad. Al año siguiente 18 de octubre de de 1574, y tras
repetidas instancias del arzobispo y del virrey, y del mismo pueblo, accedió el
Provincial a abrir los estudios o clases. El primer rector fue el malogrado
Padre Diego López, fallecido el 9 de abril de 1576. Los alumnos externos
pasaban de los 300. Se daban lecciones de gramática y de retórica, para
comenzar. Entre los colegiales había 30 alumnos pagados por bienhechores y 50
internos. En 1575 se ampliaban las lecciones a materias de filosofía. Como el
número de alumnos iba creciendo, muchos de ellos de fuera de la ciudad y hasta
de zonas remotas, se pensó fundar otros colegios o seminarios, siempre bajo la
dirección de la Compañía, y sustentados económicamente por familias
bienhechoras de la ciudad. El primero de ellos fue el de San Gregorio, para 50
internos, en su mayoría pobres. Y casi al mismo tiempo el de San Bernardo, con
capacidad para 20 alumnos, de regiones remotas. Ambos edificios se levantaban
al lado del Colegio Máximo, de modo que tos los alumnos pudieran reunirse los
días festivos, para las solemnidades litúrgicas. No era necesario que su
dirección la llevaran los jesuitas; podrían ser sus directores un caballero
ejemplar, o un sacerdote secular, siempre, eso sí, bajo la supervisión de la
Compañía.
Al iniciarse el curso 1576-1577 aparecía
un nuevo colegio de este tipo, el de San Miguel, con 16 colegiales, al norte
del Colegio Máximo, y junto a él, un pequeño hospital, el de San Lucas,
destinado a colegiales enfermos.(4)
Desde el año de 1582, con las limosnas del
Sr. Villaseca y del Rey, se empezó a levantar la iglesia de S. Pedro y S. Pablo
que se dedicó en 1603. Hízose en ella un hermoso sepulcro para el Fundador
Villaseca, que había fallecido a finales de 1580. Las donaciones del Sr. Villaseca llegaron a
cerca de $156,690.
Colegios y residencias es la concepción
administrativa de la Compañía, o sea, colegios o casas fundadas con rentas y
propiedades para su sustentación; y residencias, casas sin fundación, que
deberían vivir de limosnas, generalmente agregadas a algún colegio, y de las
que eran prototipo las llamadas casas profesas. Citaré sólo algunos de estos
bienhechores, aparte del Sr. Villaseca.
El Rey, cuando en 1583, por el gran número
de los alumnos, hubo que ensanchar el edificio y hubo enormes gastos, dio
10,000 ducados, y mil cada año por espacio de diez.
Un labrador rico, llamado Lorenzo López,
donó la hacienda de Jesús del Monte, tres leguas distante de México, valuada en
$14,000, que además de servir de casa de campo para los estudiantes, producía
trigo, criaba unos 500 carneros y tenía parte de monte con buena leña y madera
para construir.
Poco
más tarde irían surgiendo otras residencias y colegios, en las principales
ciudades de Nueva España: Pátzcuaro en 1573, Oaxaca en 1574, Valladolid
(Morelia) en 1578, Puebla en 1578, Vera Cruz en 1578, Hitzquiluca en 1579,
Tepotzotlán en 1579, y Guadalajara en 1586.
La apretada lista de colegios que he
mencionado manifiesta como cumplían los jesuitas de Nueva España una de las
prioridades, por las que habían aceptado esa misión, la de la docencia en las
principales ciudades hispanizadas. En todas las ciudades en que iban tomando
posesión los jesuitas, su acción se dirigía sobre todo a los españoles y
colonos, claro, sin descuidar a los indios, que en cantidad, acudían a escuchar
los sermones de las iglesias y el catecismo. Trabajaban igual que en la
Península, usaban los mismos métodos.
LA
ENSEÑANZA DE LOS JESUITAS EN NUEVA ESPAÑA
No
es posible entender lo que en realidad representó la educación jesuítica, si no
parto analizando su estrecha relación con su estructura económica. El objetivo
fundamental era el de afianzar a nivel de superestructura, el poder y la
permanencia del modelo social imperante. La hacienda forma característica de su
estructura, tiene una vinculación recíproca con las instituciones educativas y,
principalmente, con la universidad, que fue la piedra de toque del modelo
educacional de la Orden. La Universidad jesuita funcionaba inicialmente a
condición de la ayuda económica prestada por las fincas rurales, y bajo este
modelo fue posible desarrollar una fuerza económica independiente que permitió
la expansión de toda una red de instituciones educativas en gran parte del
continente.
Esta expansión, se originó en “territorios
periféricos”; allí fue posible el establecimiento de la hacienda –reducción,
suprimiendo las trabas de la encomienda y estableciendo unidades económicas de
producción conforme relaciones de producción (sui generis) diferentes al mercantilismo. Así, las “reducciones
docentes” se van volviendo autosuficientes hasta constituirse en un monopolio
de la enseñanza en las colonias.
Esta situación trajo el enfrentamiento con
el Estado en América, pero ya había surgido desde el siglo XVI en la propia
España. Los jesuitas no pudieron penetrar en las Universidades españolas y
crearon las suyas propias; inicialmente crearon su propio sistema de colegios,
que en poco tiempo creció mucho y fue una amenaza para el tradicional sistema
de la educación estatal. Ante esto Felipe II prohibió a la orden otorgar grados
académicos por lo que ésta recurrió al Papa quien le concede continuar con la
enseñanza.
La Corona no pudo evitar esta situación,
debido, sobre todo al mayor nivel académico de los colegios jesuitas ya que en
ellos estudiaban lo más selecto de las clases dirigentes.(5)
La Universidad tuvo que reconocer los estudios
y otorgarles grado de bachiller. Desde el principio los colegios jesuitas
formaron una estrategia, encaminada a constituir un verdadero emporio, y por
eso su estructura interna, sus objetivos, su sistema de enseñanza, etc.,
diferían del de los centros educativos de otras órdenes religiosas. Los
jesuitas buscaron poder entrar en el campo educativo y así fue: entraron en
todos los lugares, pero en especial y por razones tácticas, pusieron todo su
esfuerzo en la educación de los futuros gobernantes y en quienes los suplirían
(peninsulares y criollos).
“Consejeros
de los grandes señores, directores espirituales de las grandes damas,
profesores solícitos de los mismos distinguidos, los jesuitas se entremezclaron
de tal modo a la vida del siglo XVI que consiguieron en poco tiempo el primer
puesto en la enseñanza…”(6)
En el plano pedagógico constituyó toda una
novedad; sin dejar de reconocer la influencia española de los sistemas de los
conventos y seminarios medievales (lectura de textos, memorismos y repetición,
etc.) lo que más aportó al carácter metodológico fue la diversidad de criterios
que se unieron en virtud de las distintas realidades sociales de la mayoría de
los miembros de la Orden.
Claro está que estas modalidades, que
enriquecieron el estudio educativo descansan a fin de cuentas en un interés de
clase: la defensa de la vieja clase propietaria. Por esta razón, la estructura
orgánica de la Orden fue concebida bajo un modelo militar. Se trataba de
defender la Iglesia ante los embates reformistas y también se tenía que dar en
el aspecto educativo.
A diferencia del tipo medieval donde se
utilizaban selectivamente las materias por el método memorístico y erudito
(retórica, escolástica, cánones, etc.) pasando por alto todo lo referente al
conocimiento emanado por Dios, los jesuitas, por el contrario, se convirtieron
en innovadores; ampliaron su conocimiento, revisaron y analizaron todo bajo sus
propios criterios cristianos; discutieron todo lo que creían positivo en cuanto
a las artes (profanas). Esta diferencia de actitud tiene que ver con la nueva
interpretación determinista del catolicismo; para los jesuitas, el hombre no
era un sujeto esclavizado al destino divino, sino que existía una imagen de
propia libertad que se permitía buscar con sus medios, su identificación con
Dios; esto estaba influenciado por el humanismo, pero a diferencia de este, que
era una búsqueda hacia el hombre mismo, el criterio de los jesuitas era poder
tener la autoridad eclesiástica, y para ello echó mano de todo, incluso de sus
antagonismos.
Para los jesuitas, era necesario, la
preservación de los valores religiosos inamovibles, pero la ciencia fue
utilizada para sus propios fines. Esta mezcla constituyó la sustancia de la
educación jesuita:
“Se
excluía por eso del estudio (en los colegios jesuitas), todo lo referente a los
conocimientos históricos y a las disciplinas científicas, a no ser que la
historia fuera transformada de tal modo que se volviera irreconocible, o que la
ciencia se aligerara en tal forma que más pareciera juego de salón”(7)
Sus acciones estuvieron siempre cubiertas
por fachadas opuestas a sus intereses. Cada paso que daban, era con un fin
específico. Este modelo educativo, era un sistema diferente a los modelos
tradicionales. En él, la ciencia, no fue un objeto fundamental, sino un
instrumento que fortaleciera el poder espiritual contra las herejías. Así, como
su principal acción educativa fue hacia las clases dirigentes, también trató de
dar una educación gratuita.
El sistema educativo de los
jesuitas a nivel superior se basaba en el (Studium
Universale) medieval que se implantó en todos los colegios y se adecuó a
las instituciones superiores. Este sistema abarcaba cuatro grados necesarios
para el hombre, por medio de (facultas)
para conseguir el conocimiento divino:
- Conocimiento del mundo por
el hombre.
(artes liberales)
- Autoconocimiento del
hombre.
(medicina)
- Conocimientos de las
vinculaciones seculares y (jus
civile y
eclesiásticas
del hombre.
jus canonicum)
- Conocimiento de Dios por los
hombres (teología)
“El
conocimiento de Dios en la teología era la suma del estudio del esfuerzo
cognoscitivo del hombre. El que quería llegar al escalón más alto tenía que
haber pasado por todos los restantes; los maestros (magistri), de las –Artes
Liberales- eran los estudiantes de un escalón más alto”(8)
A
diferencia de Europa, donde tuvieron que luchar para establecer una educación a
nivel superior, en América contaron con el apoyo de la Corona. Ésta, vió en la
Compañía de Jesús una hábil y dinámica institución. Para la Orden, su criterio
era más ambicioso: no se trataba más de un proyecto, sino ser el pilar de una
(vocación divina) para salvar a la Iglesia. Por esto, el carácter autoritario
en el sistema educativo jesuítico siempre estuvo presente. Si los protestantes
concebían la Universidad como libre y abierta institución al servicio de la
libertad de conciencia, para la Orden, se podía aceptar todo, menos eso. Pero
su estrategia no se convirtió en un radicalismo abierto; si así hubiera sido,
hubieran rechazado todas las innovaciones metodológicas y su función hubiese
sido desastrosa.
Los jesuitas estructuraron en América un
modelo diferente. Los colegios siguieron siendo las instituciones que
aglutinaban los estudios medios y superiores y no permitieron el ingreso a las
universidades, estableciendo una admisión más estrecha con el fin de preparar a
quienes apoyarían su permanencia. Los (Collegia)
constituían la implementación del (Studium)
que significaba conocimiento total del mundo a través de la aprehensión divina.
COLLEGIA (“GIMNASIOS”) JESUITAS
Estudio
Grados
Trivium
(gramática, retórica, lógica)
Bachiller
Quadrivium
(aritmética, geometría, astronomía, música) Magíster
ESTUDIOS CLASE
SOCIALES
Teología
Peninsulares y alta burocracia
Derecho
y Jurisprudencia Criollos
y media burocracia
Filosofía
y Artes
Mestizos
Primeras
letras y oficios Indígenas
“Los
grados teológicos eran buscados sólo excepcionalmente. El doctorado en teología
era considerado como la dignidad más alta (se exigía “limpieza de sangre”); los
clérigos se conformaban, la mayoría de las veces con el titulado de maestro de
la facultad de filosofía”(9)
Todo este sistema educativo
descansaba en el principio de: (Deus est,
Ergo Oboedio) “Dios existe por tanto obedezco” y su objetivo era acatar la
disciplina impuesta de manera total con la finalidad de establecer una barrera
que evitara las nuevas ideas con todos sus sentidos transformados.
Así,
la universidad jesuita, que fue concebida originalmente para la formación de
quienes ocuparían los puestos relevantes de la dirección política, transformó
su estructura debido a que los peninsulares, sabiendo que su calidad de
“españoles europeos” les permitía adquirir un status social elevado, enviaban a sus hijos y a otros familiares
nacidos en las colonias a estudiar a las universidades españolas (Salamanca y
Alcalá). Por lo tanto, la americanizad
criolla era un obstáculo para escalar puestos en la sociedad. Esto ocasionó que
fueran cada vez menos los españoles que estudiaban en las universidades
americanas y cada vez mayor el número de criollos que ingresaron a ellas. Así,
estos estuvieron en mejores condiciones para disputar puestos importantes en la
administración colonial durante el siglo XVIII.(10)
La labor realizada por la Compañía de
Jesús en la enseñanza, fue sin duda, muy notable, pues la enseñanza fue desde
los orígenes el principal ministerio propio de su vocación. Es tan conocida su
labor pedagógica, que es por lo que más se les conoce, prácticamente fueron los
únicos que ejercieron lo que hoy llamamos enseñanza media o secundaria, y superior.
Esta labor de enseñanza la aplicaron en
todas las ramas del saber, escuelas primarias, escuelas de indios,
profesionales, colegios, internados, convictorios, clericales, colegios de
caciques, estudios superiores y universitarios.
Escuelas primarias
Para la Compañía no era suya
principalmente la hoy denominada primaria, por lo menos en Europa. La Compañía
prefería ocuparse de la enseñanza media y humanística en sus colegios; o la
universitaria. Diferente sería en América, tanto en las ciudades hispanizadas
como en las misiones. En América, eran aceptadas casi siempre, unas veces por
necesidad, y otras por exigencias de los fundadores de cada casa, pero siempre
mirando hacia la educación superior. Siempre que se abría una casa de la
Compañía, inmediatamente, se abría una escuela de primeras letras, se enseñaba
a leer, escribir, contar y cantar, dirigida por un hermano coadjutor y algunas
veces por un padre. Siempre eran gratuitas. Casi siempre acudían niños de
españoles o criollos y a veces niños indios.
Escuelas de niños indios
Se daban sobre todo en las misiones,
también se daba una formación de primeras letras, leer, contar, escribir.
Muchas veces se oponían los propios padres, pues preferían que sus hijos se
dedicaran a la caza, pesca, al campo y la labranza. Contra todo esto tenía que
luchar el misionero. Estas escuelas las tenían los jesuitas en todas sus
misiones.
En 1591 salieron para Sinaloa los padres
Tapia y Martín Pérez que aprendieron la lengua de los sinaloas y después se
acercaron a los menos aguerridos. Durante un enfrentamiento entre tribus
enemigas asesinaron al padre Tapia y así fue el primer mártir jesuita de las
misiones.
En cada misión los religiosos actuaban
como catequistas, maestros y protectores de los indios.(11) La labor en las
misiones era sobre todo educativa: se enseñaba la doctrina a la población, con
conocimientos prácticos. También se consideraba la conveniencia de educar a
pequeños grupos de niños indios: “aprendían a leer, escribir y cantar, para que
pudieran servir en las iglesias y dar ejemplo de virtud en sus pueblos”.
La actividad de un misionero era
diariamente la que relata en una de sus cartas el padre José Neumann, jesuita
belga, misionero en la Tarahumara a fines del siglo XVII: “Me consagré a la instrucción de los niños. Dos veces al día los reunía
en la iglesia. Por la mañana, terminada la misa, repito con ellos el
Paternóster, Ave María y Credo, los preceptos del Decálogo, los sacramentos y los
rudimentos de la doctrina cristiana. Todo esto lo tengo escrito y traducido al
tarahumar y lo voy repitiendo según está escrito. Por la tarde les repito la
lección y también hago a los niños algunas preguntas del catecismo”(12)
Escuelas profesionales
Hoy se las llama de forma más
pomposa Escuelas de Arte y Oficios. En
Nueva España con su escuela en Tepotzotlán donde los padres empezaron a enseñar
a los hijos de los caciques, religión, ceremonias, canto y primeras letras.
Eran tan apreciados los músicos y cantores
criados en estas escuelas, que les ofrecían un puesto muy bueno en las
Catedrales y en muchos pueblos eran muy codiciados para maestros de capillas.
Otros alumnos fueron elegidos Gobernadores de sus pueblos y otros pasaron a
México, donde estudiaron Gramática y Retórica y se graduaron de Bachilleres.
En la Compañía sólo se recibió a la hora
de la muerte a D. Lorenzo, noble mexicano que durante 40 años fue maestro de
leer, en México o en Tepotzotlán y fue consultor
y maestro de mexicano reverencial para todos nuestros Padres que escribían y
predicaban en esta lengua. El fue el que acomodó el famoso Mitote (danza)
de Moctezuma que, en Carnestolendas, representaban los niños de San Gregorio,
con gran asistencia de indios y españoles.(13)
Dice el padre Cardiel en su Declaración de la Verdad: “Todos los oficios se los han enseñado los
Padres, de que hay algunos que parecen nacieron maestros en todos los oficios…
Siempre se hallan indios aplicados a estos oficios, y según su inclinación se
les aplica, y a éstos se les remunera más del común del pueblo. Para hacer
iglesia, Casas de los Padres, las suyas, y cualquier otros edificios, es
menester que el Padre sea el Maestro, y sobrestante; y como hay libros e
impresos y manuscritos que tratan de la facultad, a poca aplicación salen
maestros”.
A nadie más deben Tepotzotlán y sus indios
que al noble P. Pedro de Medina, que edificó la joya del templo de San Javier y
fue nombrado Rector perpetuo del seminario de San Martín. Dio gran auge a la
Congregación de Na. Sra. de Loreto en cuya fiesta se daban dotes a varias
doncellas huérfanas o pobres para contraer matrimonio. Falleció el Padre en el
año 1726.
Los colegios
Es la obra principal de los jesuitas en
toda América y en este caso en Nueva España, eran las casas fundadas y dotadas con
rentas y que se dedicaban a la
enseñanza.
En los colegios se daban cursos de
gramática o latinidad, retórica, poesía, todo lo referente al campo de las
humanidades, que hoy conocemos como enseñanza media. Era antes un requisito
indispensable saber latín, no sólo para la carrera eclesiástica, sino también
para otras profesiones, como abogado o médico o para el ingreso en las
facultades superiores. Sus candidatos, estudiaban en colegios anexos a la universidad
o en colegios privados.
En la Nueva España, los cursos de letras y
humanidades que ya existían, adquirieron gran vigor con la llegada de los
jesuitas. Para la enseñanza de las humanidades se seguían los métodos de la ratio studiorum, recogidos de las
experiencias jesuitas del Colegio Romano.
Escribía en 1576, el padre
general Everardo Mercuriano, al provincial: “En los estudios de letras humanas deseo mucho se guarde el orden,
cuanto se pudiese, que aquí en Roma se tiene, que es el más útil y más
compendioso de todos”.
Por lo que estos estudios se programaron
en tres o cuatro clases de Gramática, y una de Retórica, con gradual estudio de
autores latinos y griegos y ejercicios prácticos. Iban acompañados de
recitaciones en versos y prosa, y representaciones en castellano y latín. Por
lo tanto, el humanismo formaba oficialmente la era humanista de la Nueva
España.
Se puede recordar algunos testimonios
sobre esta labor educativa de los colegios. En 1583 el provincial padre Juan de
la Plaza escribía: “Los estudios de
nuestras escuelas tienen puesto el blanco en que haya coloquios y comedias de
romance y florezcan los estudios”. Al año siguiente (1584) agregaba, que
cada día crecía el número de alumnos, y luego decía. “esta cuaresma se ha puesto una lección de conciencia para los clérigos
de la ciudad a instancia del Sr. Obispo, a la cual acuden muchos clérigos”.
Pasaba lo mismo, en Puebla y Veracruz.
De la primera labor de los jesuitas en la
Nueva España decía el Arzobispo de Méjico don Pedro Moya en carta del 28 de
marzo de 1576: “La Compañía de Jesús hace
en estas partes notable fruto en servicio de Dios y de vuestra Majestad,
especialmente en tres Colegios que tienen en esta ciudad, donde están recogidos
grande cantidad de hijos de vecinos, así de Méjico como de fuera de ella, de
todos estados, enseñándoles virtud, doctrina, y latinidad, y ocupándolos en
ejercicios santos y honestos harto ajenos de la libertad y ociosidad con que
solían criarse, de que por la mayor parte estaban informados, con solo el
nombre de hijos de la tierra, el cual se va trocando de manera que espero en
Dios han de salir de aquí sujetos que dignamente ocupen los lugares que otros
tuvieron, careciendo de sus buenas partes”.(14)
Los colegios de caciques
Estos eran una clase muy particular de
colegios, para los niños indios, hijos de caciques y nobles, ya sometidos al
gobierno colonial. Sus alumnos eran internos
y por eso se les daba una formación más esmerada. Los tenían todas las órdenes
religiosas, unas veces eran instituciones independientes, y otras agregadas a
conventos. Ante la imposibilidad de atender a todos los niños, por falta de
personal docente, las autoridades eclesiásticas, elegirían a los más capaces y
aptos por casta y educación, pues serían más fáciles de sustentar, porque sus
padres pagarían por ellos.
Lo que se pretendía con estos colegios era
conseguir indígenas bien preparados para la administración española, de las
naciones o tribus agregadas a la Corona, para así poder convivir pacíficamente
todos. Bastaba sólo la cultura media de los españoles, la doctrina, leer,
escribir, contar y algo de música. Para que así, los más listos llegaran a la
universidad.
Los jesuitas tuvieron colegios de caciques
en Tepotzotlán, Sinaloa, Durango. Según sus estatutos no podían ser admitidos
en ellos más que los mayorazgos, esto es, aquellos que, por ser primogénitos,
habían de heredar de sus padres el gobierno del cacicazgo. Subsistieron hasta
la expulsión de los jesuitas.
Estudios superiores – Seminarios
tridentinos
Hay que delimitar primero, el concepto de seminario, los jesuitas llamaban
seminarios a toda clase de convictorios o internados. Generalmente donde los
había, corrían a cargo de las diócesis. Los alumnos recibían una formación
teológica y práctica. Puede parecer extraño. Si consideramos la actitud de la
jerarquía y de los misioneros en relación con la posible vocación sacerdotal de
los indios y de los mestizos, y aun de los criollos.
En el caso de los indios fue un verdadero
problema, pues no había vocaciones en aquellos .tiempos. Algo parecido ocurrió
con los mestizos, que por saber de lenguas, y la escasez del clero, se
empezaron a ordenar sacerdotes.
Para muchos, los mestizos eran menos de
fiar que los propios indios. Había que distinguirlos, entre legítimos e ilegítimos. Muy pocos, los legítimos. El problema era, tanto para
unos como para otros, pues los hijos así habidos, casi siempre quedaban en
manos de las madres indias, sin que el padre español se preocupara de su
educación. Sobre el caso ordenaba el III Concilio Mejicano: “Por lo mismo (por razón de su origen que era
mal mirado) no se franqueen las órdenes, sin gran puso y elección, a los mestizos, tanto de indios, como de
negros, y a los mulatos”. Los jesuitas estaban recelosos. Admitían a
algunos, al principio, pero después cerraron la puerta del todo.
Y estas prohibiciones alcanzaban también a
los criollos, no por su nacimiento, sino por su mala formación e instrucción,
por lo que se aconsejaba proceder con prudencia y cautela en su admisión. De
todas maneras, fueron bastantes los que entraron, ocasionando a veces grandes
conflictos internos.
Los convictorios o internados
Normalmente llamados seminarios, que solían fundarse al lado de los colegios, para así
poder estar más cerca de ellos y así tener alumnos de la misma ciudad, como de
otras ciudades. Muy parecidos a los colegios mayores, aunque estos eran de
rango universitario.
Su objeto era el de ofrecer, sobre todo a
los forasteros, una habitación conveniente y acomodada para sus estudios,
evitar molestias, como el peligro de los hospedajes de ocasión, tenían una
compañía apropiada, estancia cómoda en alojamiento y comida, buena biblioteca,
consultas para sus estudios, y directores espirituales que velaran por su
formación moral, religiosa y civil.
En la Nueva España, se pueden citar: el
mayor y menor de San Ildefonso y del Rosario, anejos al Colegio Máximo de
Méjico; en Puebla los del Espíritu Santo, San Jerónimo, San Ildefonso y San
Ignacio; el de San Juan de Guadalajara, el de San Pedro de Mérida y parecidos
los de Chihuahua, Querétaro, Durango, Pátzcuaro, y Chiapas y los destinados a
los indios.(15)
Los colegios mayores
Son los colegios que dirigía la Compañía
con rango universitario, ya por las clases dictadas, ya por los internados
anejos para alumnos privilegiados. En la Nueva España, estaba el Colegio Máximo
de San Pedro y San Pablo, Universidad de Mérida del Yucatán, de Puebla, y de
Guadalajara, que se daban grados académicos.
Sobresalía el Colegio Mayor de San Pedro y
San Pablo con 15, el de Mérida del Yucatán con otros 15, el de Guatemala con
14, el de Guadalajara con 13, el de la Habana, con 12, el de Durango con 12, el
de Pátzcuaro con 11 y el de San Ildefonso de Puebla con 10. Los demás tenían
menor número de cursos.
Explicaban cuatro cursos de teología el
Colegio Máximo, San Ildefonso de Puebla, Guadalajara, Pátzcuaro, Guatemala, La
Habana, Querétaro, Oaxaca, Durango, y
Mérida del Yucatán, con cuatro jesuitas, además, como profesores de la
Universidad.
LOS
ESTUDIOS UNIVERSITARIOS
Algunas
universidades americanas reconocen a los jesuitas como fundadores, no en el
sentido de universidades propiamente dichas, que no había más que dos, la de
Lima y la de México, sino de colegios universitarios llamados también, aún en
documentos oficiales <universidades>.
Estudios universitarios digo, aunque, ni
los jesuitas, ni los dominicos tuvieron universidades propiamente dichas en la
América colonial, ya que sólo estaban permitidas dos, las de México y Lima,
para los virreinatos de Nueva España y del Perú.
Ya desde el principio de la Compañía le
habían concedido los papas, la facultad de enseñar, que poseían ya las otras
órdenes religiosas. Y además de estas concesiones, el papa Julio III le había
otorgado la facultad de conferir grados académicos a sus propios escolares,
cuando rehusaran hacer ese favor a las universidades estatales. Pío IV, por su
breve Exponi Nobis, del 19 de agosto
de 1561, había extendido esa misma facultad a favor de estudiantes pobres no
jesuitas, que frecuentaban sus lecciones si las universidades se las negaban.
Gregorio XIII extendía el privilegio a 1578.
Los superiores de la Compañía pidieron la
extensión de esas facultades para la América colonial. La concedía el papa
Gregorio XV, en el 8 de agosto de 1621. El papa no dio facultad para abrir allí
las universidades, pero sí otorgó a la Compañía, la facultad de conferir grados
académicos, que no concederían los mismos jesuitas, pero si los ordinarios del
lugar en que funcionara el colegio. Por entonces se concedía como prueba, por un período de 10 años,
y sólo en los colegios que distaran por lo menos 200 millas de México. Valía lo
mismo para escolares jesuitas que no. Lo importante es que podían conseguir los
grados, a veces un requisito indispensable para acceder a puestos eclesiásticos
o civiles.
El breve de Gregorio XV era del 8 de
agosto de 1624, y enseguida los superiores de la Compañía se apresuraban a
conseguir el Placet Regio. La única dificultad era es que habían sido
concedidas para un plazo de 10 años, hasta 1634. Por eso en Roma se empezaron a
mover, pidiendo una prolongación. La concedía el papa Urbano el 29 de marzo de
1634. Se exigía al menos, haber estudiado en esos colegios 5 años. Dijo el papa
que esos grados fueran valederos en todas partes.
LOS
DOMINICOS
De los dominicos vendría la oposición más
fuerte a estos colegios universitarios de la Compañía. Ellos también tenían
facultades concedidas como los jesuitas, pues se distinguían en América por su
apostolado de la docencia. La querella comenzó en la segunda mitad del siglo
XVII. Se apoyaban en que ellos habían conseguido un <breve> antes que los
jesuitas, en marzo de 1619, cuando los jesuitas lo habían conseguido dos años
después, en 1621.
Comparando el proceder de unos y otros,
los dominicos la obtuvieron dos años antes que los jesuitas, pero tardaron más
en llevarla a la práctica. El conflicto se sosegó después de unos escarceos.
Pero volvió en 1680, cuando una de las dos religiones quería defender sus
derechos, a veces, ignorando a la otra. Llegaron hasta el Consejo de Indias de
Madrid Inclusive lo llevaron a Roma. La solución, la dio la Sagrada
Congregación de Obispos y Regulares. Lleva fecha del 1 de febrero de 1686, y
dice así:
“La
Sagrada Congregación, habiendo examinado maduramente los escritos presentados
por ambas partes, según la referencia hecha por el Cardenal de Lauria, para
evitar los grandes escándalos y el gran detrimento de la fe católica que pueda
padecer la república cristiana, en aquellas regiones, y los daños que se puedan
temer que continuar esta discordia entre las dichas Sagradas Órdenes, juzgo que
debía suplicarse a su Santidad, el que, retirando todos los dichos pleitos y
pretensiones de cualquier Juez y Tribunal, y mandando detenerse en ellas, e
imponiendo perpetuamente silencio sobre este negocio a una y otra parte, se
digne por letras nuevas en forma de Breve, confirmar, y en cuanto sea
necesario, conceder de nuevo a los Padres de la Orden de Predicadores, y a sus
Casas de Santa Fe, el tener Universidad de estudio general y derecho de
graduar; y a los Padres de la Compañía, por medio de letras parecidas en forma
de Breve, confirmar y, en cuanto sea necesario, conceder de nuevo para siempre,
la facultad que les dio Clemente X, y fue prorrogada y ampliada por su
Santidad, no obstante las oposiciones que a ello se han hecho. Y que se les
concedan la facultad de graduar, aun en derecho o sagrados cánones (otra
controversia a la que no hemos aludido, pero que también existió) según la forma que se ha acostumbrado a
usar entre los Padres de Santo Domingo, a los estudiantes que cursen en las
escuelas de su Colegio, erigido por el Arzobispo Cristóbal de Torres, quedando
en pie y en su vigor, por lo demás, los privilegios y facultad de graduar en
las artes y ciencias que se concedieron a los Colegios de ambas Religiones que
existen en la ciudad de Quito. Roma, 1 de febrero de 1686”
EXPULSIÓN
DE LOS JESUITAS
La
corporación jesuita era una traba para la política de expansión estatal, porque
su poder ponía en peligro su estabilidad y, además, porque había efectuado una
(escandalosa intromisión) en el renglón educativo. La Corona luchó para
disputarle el poder, no le quedó más recursos que utilizar lo único que tenía
disponible: su expulsión. Esto era muy riesgoso y temerario, pues significaba
enfrentar reacciones adversas en razón del poder y popularidad de los jesuitas.
Los
Jesuitas fueron expulsados en 1767, fue una muestra de ingratitud dado por la
propia España, como dice Maeztu: “de España salió la separación de América. La
crisis de la hispanidad se inició en España”.
Los jesuitas, misioneros y educadores.
Cultivaban el alma de México en los colegios erigidos desde Chihuahua a
Guatemala. Dice Orozco y Berra: “Durante
el tiempo que reinó la Compañía, los jesuitas se mostraron solícitos, no sólo
en el desempeño de sus deberes sacerdotales, sino también en aliviar los
padecimientos públicos con todo género de cuidados: el pueblo los bendecía y se
agolpaba diariamente a sus conventos implorando su caridad, cual si de su mano
fuera más agradable recibir los beneficios”(16)
Lóbregos monipodios europeos habían
decretado: dependa Hispania. Gobernaba
Carlos III, conservó a su ministro Ricardo Wall, enemigo de los jesuitas. A
Wall sucedieron 2 italianos: Grimaldi y Esquilache, dice Menéndez y Pelayo: “mengua grande de nuestra nación en aquel
siglo, andar siempre en manos de rapaces extranjeros”.
El domingo de Ramos de 1766 estalló en
España el llamado motín de Esquilache (prohibición de usar capas y sombreros
con alas bajas). Los enemigos de los jesuitas hicieron creer a Carlos III que
esa revolución por casi toda España fue promovida por los jesuitas. Dijeron que
la Compañía aspiraba a la monarquía universal, pronosticaban la muerte del Rey,
etc.
En 1761 llego de España el visitador José
de Gálvez, venía con fin de hacer reformas pero su verdadera misión era
preparar la expulsión. Dice Mariano Cuevas: “Sin poder precisar de qué rumbo ni en qué forma, ya entre los jesuitas
mexicanos había, 2 años antes, prenuncios de una grande borrasca cuya
intensidad ciertamente no previeron”(17)
La orden de expulsión llegó al virrey el
30 de mayo de 1767. Se tomaron muchas precauciones, las tropas recibieron
órdenes y nadie sabía nada. El 24 de junio, el virrey marqués de Croix reunió
en su palacio al arzobispo Lorenzana y otras personas y hizo saber que había
recibido del Rey Carlos III el decreto que ordenaba su expulsión: “Pena de la vida no abriréis este pliego
hasta el 24 de junio, a la caída de la tarde”, “El ejecutor se enterará bien de ella, con reflexión de sus capítulos, y
disimuladamente echará mano de la tropa presente, o, en su defecto, se
reforzará de otros auxilios de su satisfacción, procediendo con presencia de
ánimo, frescura y precaución”, “Os
revisto de toda mi autoridad, y de todo mi real poder, para que inmediatamente
os dirijáis a mano armada a las casas de los jesuitas. Os apoderaréis de todas
sus personas, y los remitiréis como prisioneros en el término de 24 horas al
puerto de Veracruz. Allí serán embarcados en buques destinados al efecto. En el
momento mismo de la ejecución haréis se sellen los archivos de las casas y los
papeles de los individuos, sin permitir a ninguno de ellos llevar consigo otra
cosa que sus libros de rezo y la ropa absolutamente indispensable para el
tiempo de la travesía. Si después del embarque, quedase en ese distrito un solo
jesuita, aunque fuese enfermo o moribundo, seréis castigados con pena de la
vida. Yo el Rey”(18)
En San Luis de la Paz (Guanajuato),
refiere el P. Javier Alegre: “A deshoras
de la noche cercaron con furiosos alaridos todo el Colegio, y saltando las
tapias de la huerta, se entraron hasta el patio reglar, preguntando por los
Padres hasta que los mismos se los mostraron y persuadieron a retirarse. El
Alcalde Mayor y el Comisionado, no sin grande riesgo del furor de los
amotinados, hubieron de ocultarse, y se mandó decir al Padre Rector que no pensase
en salir, como se había tratado, al otro día”(19)
El Colegio Máximo de la capital se
clausuró. El de San Ildefonso se puso a cargo de clérigos seculares. En Puebla
se suprimieron el colegio de San Ildefonso y los seminarios de San Ignacio y
San Jerónimo. Desapareció también el colegio de San Javier. Se extinguieron los
colegios de Zacatecas, Guanajuato, León, Celaya, Parral, San Luis Potosí,
Valladolid, Pátzcuaro, Chiapas, Campeche, Guatemala y Veracruz. Lo peor que
estas instituciones no fueron sustituidas por otras.
LA
CULMINACIÓN DEL PROCESO EDUCATIVO
La acción educadora abarcó siempre varios
aspectos. La enseñanza religiosa se consideró esencial, fundamento y fin de
todos los afanes. Hubo una nueva forma que afectaba a las creencias religiosas,
que se manifestaba en su forma de hablar y conducirse.
Uno de los aspectos fundamentales fue el
que afectó a las formas de expresión oral o escrita. Como lengua del imperio,
el castellano entraría primero en las ciudades y reales mineros, entre los
nobles y más cercanos a los conquistadores., encomenderos, propietarios y
hacendados. Después por necesidad o conveniencia, los jornaleros, las
sirvientas y vendedoras, los artesanos y algunos que aspiraban a cargos
públicos.
Pero la expansión del castellano no se
limitó a su imposición directa, también fue un reflejo en las lenguas
indígenas, que recibieron vocablos y otras palabras del castellano. Primero,
fueron sólo los sustantivos, para designar objetos, vegetales y animales
desconocidos; también con modificaciones fonéticas, por yuxtaposición con
raíces indígenas, en semántica, partículas plurales, también algunos verbos
castellanos, pero nunca desaparecieron las formas de conjugación prehispánica.
La fusión de elementos lingüísticos variados
fue el resultado de la convivencia de dos concepciones culturales, y es hoy
testimonio de la supervivencia del viejo orden con costumbres españolas. Los
jesuitas iniciaron pronto los estudios lingüísticos, en los que hicieron una
obra enorme, porque no se limitaron a conocer las lenguas más extendidas,
habladas en Mesoamérica, también de las regiones más apartadas, donde se
establecieron en los siglos XVII y XVIII.(20)
El Concilio de Trento, con su organizado
cuerpo de cánones y decretos, dio la norma que regularía la vida de la Iglesia
y aportó los criterios a la instrucción de los fieles en todo el orbe católico.
Esto sirvió para perfilar el sistema educativo a base de catequesis, seminarios
conciliares, instrucción previa en humanidades.
En todas las sociedades ha tenido y tiene
importancia la educación continua, la que se hace fuera de las aulas, la que se
manifiesta por medio de mensajes religiosos, etc. En la Nueva España estos
mensajes se trasmitían desde los púlpitos, en las procesiones, en las calles y
plazas, en las haciendas, en los obrajes, etc. Ningún tipo de educación fue tan
importante como ésta. La vida urbana se impuso a los naturales. A lo largo de
más de 100 años, entre 1585, con el Tercer Concilio, y 1750, cuando nuevos cambios
revolucionaron el orden, los indígenas se limitaron a las catequesis, las
viejas tradiciones en el hogar.
DE
LOS ESCOLARES QUE SE HAN DE PONER EN LOS COLEGIOS. (CONSTITUCIONES DE SAN
IGNACIO)
Ignacio de Loyola
Constituciones
Parte IV. Redactadas entre 1540-1548
Acerca
de los escolares para cuya instrucción se admiten los colegios es de considerar
en el Señor nuestro, ante todas otras cosas cuáles deben ser para enviarse o
admitirse en ellos.
…deben
ser tales sujetos que se espere, según razón que hayan de salir idóneos
operarios de la viña de Cristo nuestro Señor, con ejemplo y doctrina. Y cuanto
más hábiles y de mejores costumbres fueren y más sanos para sufrir el trabajo
del estudio tanto son más idóneos y antes se pueden enviar a los colegios y admitirse
en ellos (21)
La pobreza de los escolares de fuera de la
Compañía se estimará por el Prepósito General o a quien él comunicare tal
autoridad. Y algunas veces, por buenos respectos,(22) siendo hijos de personas ricas o nobles y haciendo ellos las espesas,(23) no parecen deban repunar(24).
La edad conveniente parece será de catorce
hasta veintitrés años, sino fueren personas que tienen principios de letras. Y
en general cuantas más partes tuvieren de las que se desean en la Compañía,
tanto serán más idóneos para admitirse. Y con todo esto se tenga miramiento en
cerrar más que en abrir la mano para semejantes; y téngase mucho delecto en los
que se admitieren(25) haciendo un examen particular para los
tales antes que se reciban.
Siendo el fin de la doctrina que se
aprende en esta Compañía ayudar con el divino favor las ánimas suyas y de sus
prójimos,(26) con esta medida se determinará en lo
universal y particular las facultades que deben aprender los nuestros y hasta
dónde deben pasar en ellas. Y porque generalmente hablando ayudan las letras de
Humanidad de diversas lenguas y la Lógica y Filosofía natural, Moral,
Metafísica y Teología escolástica y positiva y la Escritura Sacra.(27)
COMENTARIOS
El intento de construir en la Nueva España
un modelo alternativo de modernidad, a la modernidad espontánea y ciega del
capital, progreso y razón autónoma, sirvió para casi crear un modelo de
educación idóneo. El proyecto donde la Compañía de Jesús se juega (y se pierde)
es América, porque si bien el núcleo de los rasgos que definen la postura de la
Nueva España en relación con la modernidad tienen una relación estrecha con la
vida peninsular, ni la vida económica ni su dimensión simbólica estética y
discursiva habrían sido las mismas desde comienzos del siglo XVII sin la
presencia determinante de la Compañía de Jesús.
Es por tanto una orden religiosa
perfectamente consciente y organizada no en proyectar o prolongar la
civilización europea en Nueva España, sino en aprovechar lo viejo y
regenerarlo, haciendo a un tiempo formas viejas y nuevas, generando soluciones
realmente sintéticas en los órdenes intelectual, político y socio-económico. La
Compañía de Jesús en los siglos XVII y XVIII involucra la recapitulación y
recomienzo en tierras nuevas, matizando o discrepando por influencia de fuerzas
particularizantes que nacen de condiciones y vivencias originales, y que va a
asociar con una revaloración positiva, con base en fuentes americanas de la
cultura nativa.
Por eso, la actitud y forma en que se
conduce y comporta la Compañía de Jesús la podemos llamar barroca, en tanto intenta la reconstrucción del mundo católico para
la época moderna. La actividad de la Compañía de Jesús cobrará así en la Nueva
España formas nuevas de amplitud e intensidad, llegando a ser determinante,
incluso esencial, para la existencia de ese singular mundo novohispano que se
configura en el siglo XVII. Desde la educación de la clase criolla indígena
hasta el manejo de la primera versión histórica del “capital financiero”,
pasando por los múltiples mecanismos de organización y planificación de la vida
social, la consideración de su presencia es indispensable para comprender el
primer esbozo de modernidad vivido en la Nueva España.
Todo esto va a hacer de la Compañía de
Jesús una fuerza completamente organizada y puesta al día, que se rehace, se
modifica, se adapta y readapta la idea de Dios a los pueblos distintos, mezcla
diferentes formas, culturas: se mestiza y ayuda a mestizar. Empeñados en la
evangelización, el esfuerzo mental y práctico jesuita por abrirse a otras
culturas y ser receptivo a ellas, apenas tiene parangón.
Por lo mismo a la Iglesia (especialmente a
los dominicos) no se escapó el grave problema de la suficiencia del socorro o
auxilio divino dado a todos los hombres. La Iglesia advirtió (principalmente a
través de los dominicos) que, quienes no sostienen la distinción real de acto y
potencia en el orden del ser, se ven empujados a no mantenerla ni sostenerla en
el orden de la operación entre la potencia del obrar y la acción misma, entre
la gracia suficiente y la gracia eficaz.
Esta fue la postura de la Iglesia
y dominicos frente a la posición teológica de la Compañía de Jesús. Pero lo que
los jesuitas enfrentaron ya desde el siglo XVII demandaba, por una parte,
respuestas a este “Otro” (indios, criollos, negros, mestizos) que interpelaba;
por la otra, respuesta a la crisis en la que estaba sumida la civilización
dominante ibero-europea. Y esas respuestas exigían imaginación, libertad,
apertura.
Notas
(1)Decorme, Gerard. La obra de los jesuitas
mexicanos, durante la época colonial 1572-1767
(Compendio histórico). México, Antigua Librería Robredo de José
Porrúa e hijos, 1941; vol. 1, p.3.
(2)Santos Hernández, Angel, S.J. Los jesuitas en
América. Madrid, Ed. Mapfre, 1992; p. 22.
(3)Juniorado (Juniores)
son los años de estudios literarios que preceden la Filosofía. Tercera Probación (Tercerones) es el año
de noviciado que precede el ejercicio de ministerios sacerdotales.
(4)Santos Hernández, Angel S.J., Los jesuitas en
América, Madrid, Ed. Mapfre, 1992; pp. 26-27-28.
(5)Martínez
Moya, Armando, Los jesuitas en la colonia, Guadalajara, Colección de
Ensayos y Monografías, Instituto de Estudios Sociales, Universidad de
Guadalajara, 1981; p.28.
(6)Martínez
Moya, op. cit., p. 29.
(7)Ibíd...,
p. 30.
(8)Ibíd.,
pp. 31-32.
(9)Ibíd., p. 35.
(10)Ibíd.,
p. 40.
(11)Gonzalbo Aizpuru, Pilar, Historia de la
educación en la época colonial, El mundo indígena, México, El Colegio de
México, 1990; p. 180.
(12)Gonzalbo Aizpuru, op. cit., p. 182.(13)
(13)Decorme,
Gerard, op. cit., p. 248.
(14)Santos Hernández, Ángel SJ., op. cit., p. 308.
(15)Ibíd.,
p. 313.
(16)Trueba, Alfonso. La expulsión de los jesuitas
o el principio de la revolución, (2ª. Edición), México, Editorial Jus,
1957; p. 6.
(17)Trueba, Alfonso, op. cit., p. 23.
(18)Ibíd., p. 26.
(19)Ibíd...,
p. 31.
(20)Gonzalbo,
Aizpuru, op. cit., p. 237.
(21)Gonzalbo Aizpuru, Pilar, El humanismo y la
educación en la nueva españa, México, Ediciones El Caballito, Secretaría de
Educación Pública, 1985; p. 144.
(22)“Respectos”
son razones.
(23)“Espesas”
expresión latina que se traduce por cumplir las expectativas o inspirar buenas
esperanzas.
(24)“Repuñar”
es rechazar.
(25)“Delecto”
es discernimiento, equivale a cuidado en la selección.
(26)Gonzalbo
Aizpuru, op. cit., p. 146.
(27)Ibíd.,
p.147.
Decorme,
Gerard. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial,
1572-1767 (compendio histórico), México, Antigua Librería Robredo de José
Porrúa e hijos, 1941; 2 v.: lams., mapas, retrs., 507 p.
Gonzalbo
Aizpuru, Pilar. Historia de la educación en la época colonial: el mundo indígena,
México, El Colegio de México, 1990; 274 p.
Gonzalbo
Aizpuru, Pilar. El humanismo y la educación en la nueva españa, México,
Ediciones El Caballito, Secretaría de Educación Pública, 1985; 159 p.
Martínez
Moya, Armando. Los jesuitas en la colonia, Guadalajara, Colección de
Ensayos y Monografías, Instituto de Estudios Sociales, Universidad de
Guadalajara, 1981; 50 p.
Santos
Hernández, Ángel SJ. Los jesuitas en américa, Madrid, Ed. Mapfre, 1992;
381 p.
Trueba,
Alfonso. La expulsión de los jesuitas o el principio de la revolución,
2ª ed., México, Editorial Jus, 1957; 56 p.
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