LOS
GODOS
Estimados lectores,
para seguir con el tema de la historia, voy a poner un documento sobre “Los
Godos”, que fueron nuestra herencia, de ellos venimos, espero sea de vuestro
agrado.
La herencia goda no
vino sólo por la herencia física sino por el espíritu que dejaron en nuestras
instituciones a través de la Reconquista. Que los godos no formaban sino una
minoría en la Hispania post-romana no es un secreto. Que una minoría rectora es
la que a veces responde por todo un país y hace de él un Estado no debería porque
ser recordado, al menos no en una página nacionalista. Los godos españoles eran
los Visigodos, o Godos Nobles, que habían conquistado España en el siglo V para
perderla en el siglo VIII, antes de recuperarla a través de esa larga guerra
civil que llamamos Reconquista. Los valores Góticos fueron también los que
acabada la Reconquista conformaron nuestro Siglo de Oro. Los godos conformaron
dentro de la mitología nacional y social de esos tiempos, el mismo papel que la
Roma de Augusto tomó para los renacentistas italianos.
Para los escritores del tiempo de
la Inquisición y la creación del nuevo mundo
proveían una continuidad cultural a partir de la que se rediseño España. Eran
los descendientes míticos de los Cristianos viejos a partir de los que se había
reconquistado la hegemonía de la cultura occidental y cristiana sobre la
península. El empleo que se hizo de los antepasados góticos en la genealogía de
los reyes cristianos no fue una casualidad ni una fantasía sin sentido. Cuando
Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos e hijo del Obispo de Burgos, Pablo de
Santa María, invocó la ascendencia germánica de la Monarquía Castellana en Juan
II de Castilla tal vez no se ajustaba a la documentación, desaparecida o
ilegible desde siglos atrás, sino a la leyenda que es una forma superior de
legitimidad histórica.
A lo largo de los siglos V y VI
se asentaron en España los godos, un pueblo germánico originario de la Gothia
escandinava (Gotaland) que, después de un largo periplo, terminó por conformar
su nueva y definitiva patria en nuestra Península. Nos informa San Isidoro de
Sevilla en su obra «Historia de los Godos, Suevos y Vándalos» (Historia
Gothorum): «Como (los godos) no podían aguantar los ultrajes (de los romanos)
tomaron las armas furiosamente, invadieron la Tracia, saquearon Italia y
alcanzando España, establecieron allí hogar y dominio». Otros pueblos
germánicos se establecieron también en España como fue el caso de suevos y
vándalos, unas pocas decenas de miles; pero fueron los godos, especialmente la
rama de los visigodos o godos tervingios, los que en un número cercano
a los 300.000 individuos incidirían esencialmente en el desarrollo de las
gentes hispanas.
Se trata de una cifra pequeña en
relación a la población del conjunto peninsular (unos 5 millones de habitantes),
aunque significativa sobre todo por la trascendencia futura del lugar de su
asentamiento preferente, la Meseta Central, concretamente las cuencas de los
ríos Duero y Tajo, como así ponen de relieve las numerosas necrópolis. En este
espacio interior, escasamente poblado, los godos establecieron su hogar, su
verdadera tierra de promisión, cambiando la espada por el arado, unas tierras
aptas para su deseado cultivo del cereal y también para el desarrollo de la
ganadería extensiva, una de sus principales actividades económicas. En varias
comarcas de este territorio la proporción entre godos
e hispano-romanos era de 2 a 1 a favor de los primeros.
Debido,
pues, a la reducida población autóctona pudo efectuarse un reparto no
problemático de tierras entre ambas comunidades, pasando a establecerse los
godos en pequeñas aldeas formadas por viviendas unifamiliares próximas a sus
explotaciones agropecuarias. El peculiar modo de instalación de los godos en la
Península, mediante pactos y repartimientos con los hispano-romanos, explica
que no hubiera invasión, no hubo ni vencedores ni vencidos, sino que godos e
hispano-romanos coexistieron con sus diferencias, sin superponerse, hasta que
paulatinamente iría verificándose la fusión entre ambos.
El
pueblo visigodo pasó masivamente desde la Galia a Hispania en grandes carros
tirados por bueyes, como así lo atestiguan varios documentos latinos de la
época (l), sobre todo, a partir de la batalla de Vouillé (507) en la que los
francos auxiliados masivamente por los galo-romanos autóctonos y aliados con
los burgundios derrotaron al ejército visigodo, provocando el establecimiento
franco en las tierras entre el río Loira y los Pirineos, adjudicadas hacía casi
un siglo a los visigodos por el poder imperial romano, y la marcha de éstos
hacia el otro lado de las montañas pirenaicas. Así pues, la batalla de Vouillé
se convirtió en un hecho de gran trascendencia en nuestra historia ya que
terminó por identificar el reino de los godos con la Península. También durante
aquel siglo VI llegarían elementos ostrogodos a Hispania con motivo de la
regencia de su rey Teodorico el Grande sobre los visigodos (511-526) y, desde
luego, también tras la derrota de los ostrogodos instalados en Italia a manos
del ejército imperial bizantino de Justiniano.
En
el conjunto de la importante inmigración goda a Hispania, debemos diferenciar,
entonces, a la minoría político-militar dirigente, y el contingente popular
gótico. Mientras aquélla se acantonaba en las principales ciudades de la
Hispania romana (Mérida, Barcelona, Valencia, Sevilla, Córdoba y Toledo, la
capital), el otro se instalaba mayoritariamente en el ámbito rural meseteño. La
elección por el rey Leovigildo de la ciudad de Toledo como capital del Reino
hispano-godo respondía a las necesidades de control sobre el conjunto
peninsular (identificado entonces como el recinto territorial de dicho Reino),
más fácil desde su centro y en un entorno de numerosa población gótica. La
elección de Toledo hacía de la Meseta Central, por primera vez, el centro
político y cultural de la Península.
Ataúlfo
fue el primer jefe visigodo que entró en España y lo hizo en defensa de los
intereses romanos, de una Roma que, forzada por los godos, había pactado su
asentamiento en el sur de la Galia, de una Roma cada vez más débil, sobre todo,
tras su primera expugnación por el victorioso ejército visigodo dirigido por el
antecesor de Ataúlfo, Alarico, el año 410. Walia, sobrino y sucesor de Ataulfo,
renovó el pacto con Roma el año 418, comprometiéndose a restaurar el orden
imperial en Hispania, quebrantado tras las irrupciones de suevos, vándalos y
alanos años atrás. El rey Eurico (466-486), durante cuyo reinado tuvieron lugar
los primeros establecimientos populares góticos, puede ser considerado el
primer gobernante autónomo de Hispania puesto que el año 476 sucumbe
definitivamente el Imperio romano de Occidente con la conquista de Roma por el
rey de los hérulos, Odoacro.
El
reino godo se separa definitivamente del tronco del Imperio obteniendo su total
independencia y Eurico rompe el pacto que le ligaba con Roma, amplía sus
posesiones del sur de la Galia se anexiona la mayor parte de la Península
Hispánica, creando así un gran reino occidental galo-hispánico. Pero, tras la
citada derrota de Vouillé en la que resultó muerto el rey visigodo, Alarico II,
el centro de gravedad geo-político de los visigodos se trasladó definitivamente
al lado meridional de los Pirineos, pasando la capital del reino desde Tolouse
primero a Barcelona y, finalmente, a Toledo. Tan solo la Septimania, un pequeño
territorio alrededor de Narbona, se mantuvo problemáticamente en poder de los
visigodos al otro lado de los Pirineos.
El
rey Leovigildo (565-586) es el verdadero creador del Estado hispano-godo y, por
ende, de la nacionalidad hispánica misma: Hispania, reino, entidad política
independiente, sucedía a la antigua provincia sujeta al poder de Roma.
Primeramente, desde su gobierno de Toledo, a salvo de la amenaza de francos y
de bizantinos, intentó con éxito someter a la autoridad central la mayor parte
del territorio peninsular en un momento crítico de fragmentación
político-territorial, Así, tras consolidar el poder real, derrotó a los suevos
del noroeste incorporando su reino y redujo a cántabros y vascones, alzados
contra su autoridad. Leovigildo, el unificador, acuñó un ideal nacionalista que
identificaba el Reino de los Godos («Regnum Gothorum») con Hispania, acotando
nítidamente las diferencias respecto al Imperio de Bizancio, heredero oriental
de Roma.
En
torno a ese nuevo ideal hispánico debería producirse la aproximación
definitiva, la fusión entre godos e hispano-romanos, con lo que derogó la
prohibición de matrimonios mixtos establecida por el Emperador Valentiniano.
Sin embargo, el mantenimiento de Leovigildo en su fe arriana (religión nacional
de los godos) y el intento de imponerla a sus súbditos hispano-romanos de
religión católica, impedía la constitución de ese pueblo verdaderamente
unificado. Sería su hijo, Recaredo (586-601), quien al convertirse al
catolicismo, y con él, oficialmente, todos los godos, pondría las bases de una
comunidad político-religiosa nacional diferenciada, una nueva sociedad, en
definitiva.
El
III Concilio de Toledo (589), en el que tiene lugar la conversión pública de
Recaredo, puede considerarse el punto de partida de nuestra nacionalidad en
torno a un monarca, a un poder político ejercido sobre una sociedad que
avanzaba firmemente hacia su plena integración desde sus dos elementos
conformadores, el latino y el germánico. A diferencia de lo que sucedió en
Italia o en el Norte de Africa donde ostrogodos y vándalos respectivamente
constituyeron una minoría extraña y hostil, en España se produjo una fusión
generalizada entre godos e hispano-romanos, y sobre esta unidad se pudo alzar
un Estado independiente y conformarse la nacionalidad hispánica. Durante el
siglo VII se iría consolidando la nacionalidad común de los denominados ya como
“hispano-godos”, poseedores de una religión común, gobernados por un mismo
monarca, e incorporados plenamente a la Administración los antiguos
hispano-romanos.
Suintila
(621-631) expulsa definitivamente a los bizantinos enquistados en el sur
peninsular y consigue la unificación de todo el territorio de la antigua
Hispania romana, incorporando Ceuta como cabeza de puente hacia la Mauritania
africana, además de llave del Estrecho. La labor legislativa de los reyes
Chindasvinto (642-653) y Recesvinto (653-672) refrendada en los Concilios
toledanos, culmina con la promulgación del Liber Iudiciorum (Libro de los
Juicios o Fuero Juzgo), compilado por este último rey, convirtiéndose en el
único texto legal válido ante los tribunales del reino, un texto que incorpora
la herencia jurídica romana a la costumbre germánica hasta el punto de ser
aquélla claramente predominante.
San
Isidoro de Sevilla, arzobispo de dicha ciudad, hijo de padre hispano-romano y
de madre goda, es la figura señera de la naciente cultura hispano-goda. Será él
quien mejor sabrá interpretar el nuevo tiempo, la nueva realidad nacional
hispánica a lo largo de la primera mitad del siglo VII. Autor de una obra
enciclopédica en lengua latina, Las Etimologías, el denominado «Doctor de las
Españas» en su Historia Gothorum elevará a España a la categoría de Primera
Nación de Occidente. Así, en el Laudes Hispaniae, el sabio Doctor dedica a su
patria una célebre alabanza encomiástica: De cuantas tierras se extienden desde
el Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sagrada y feliz España,
madre de príncipes y de pueblos. Con razón se te puede llamar reina de las
provincias, pues iluminas no sólo el Océano sino también el Oriente. Tú, honor
y ornato del mundo, la más ilustre porción de la tierra donde florece y recrea
la gloriosa fecundidad del pueblo godo”.
La
Gens Gothorum, el pueblo godo, como el elemento diferenciador que da
personalidad política a la antigua provincia romana, es, para San Isidoro, el
primero de los pueblos de Europa pues tal fue la grandeza de su habilidad
guerrera y notables las proezas de sus famosas victorias que aun Roma, la
conquistadora de todas las naciones, se le sometió al yugo y cedió ante sus
triunfos, y la dueña de todos los pueblos se les hizo su sierva (Historia
Gothorum). En ese mismo texto describe a los godos como gente de naturaleza
pronta y activa, que confía en la fuerza de la conciencia; de tez blanca,
tienen el cuerpo potente y son altos de estatura. Todas estas palabras de San
Isidoro, escritas hacia el año 630, alcanzada plenamente la unidad
nacional-territorial, suponen el primer texto de un protonacionalismo
ideológico en el seno de la cultura occidental. El nuevo ideal nacional que
reflejan los textos del sabio sevillano se verifica en un territorio, la
Península Hispánica, en un pueblo concreto, determinante de aquel ideal, los
Godos, hasta identificar, de este modo, Tierra y Pueblo como la Patria común y
diferenciada de todos, España.
Y
España, en el Occidente, se opone a Bizancio, en el Oriente, sucesor del
Imperio romano, un poder imperial bizantino considerado y sentido ya como algo
extraño, ajeno, un poder invasor al que expulsar de sus amenazantes
acuartelamientos en la franja sur peninsular. En aquel tiempo se hablaba de
Toledo y Bizancio como los centros de dos polos de poder y civilización.
Mientras en España con Toledo, su capital, se produce la fecunda fusión de un
joven y dinámico pueblo germánico, los godos, con el civilizado conjunto de las
gentes hispano- romanas, fusión que supone el embrión de la nueva cultura
occidental, en Bizancio se amalgama la cultura euroasiática, sirio-helenística,
de matiz oriental, que engendrará la civilización ortodoxa y las otras
religiones cristiano-orientales.
El
reino hispano-godo derrota y expulsa a los bizantinos de todos los antiguos
territorios del Imperio de Occidente, territorio donde se está generando una
nueva interpretación y apreciación del mundo, la Civilización Occidental,
resultado fundamental de la fusión de los pueblos germánicos (godos, francos,
anglo-sajones) con los pobladores de los territorios del Imperio romano de
Occidente (hispanos, galos, britanos, ). San Isidoro canta en alabanza a la
Nación a la que pertenece, España, como una realidad ya inequívoca y distinta
del Imperio romano así como del reino de los francos o de los mauritanos del
Norte de África, destacando la decisiva acción del pueblo godo en la formación
de la nueva patria; la conciencia isidoriana es expresión ya de un sentimiento
nacional hispánico.
La
Monarquía gótica como estructura de poder desplegará una organización política
peculiar que hará posible esa nacionalidad distintiva (y, sobre todo, su
proyección futura), una organización que tiene en el monarca su cabeza. El rey
de los godos, de limpio linaje, máximo jefe político-militar, resulta de la
celebración de una asamblea de electores, destacados miembros de la comunidad,
que lo elijen “armas in sonandibus” tras la muerte del rey anterior. El rey
(Thiudans), jefe popular electo, que, según la tradición germánica, no crea
derecho, pues éste ya existe, es de carácter consuetudinario, lo produce la
propia comunidad; como protector del reino, tiene el difícil encargo de hacer
cumplir ese «derecho de la comunidad».
Prevalece,
pues, la costumbre a la ley escrita, pues aquélla es producto social que
facilita la convivencia colectiva regulando oportunamente las relaciones
sociales y resolviendo puntualmente los conflictos, en virtud del precedente
judicial (gran relevancia de los jueces, principales intérpretes del derecho
popular). La Ley, concepto romano, privilegia al que la impone amenazando así
la libertad e igualdad esencial de todos los miembros de la comunidad. La
coexistencia de godos y romanos en el Reino de Toledo supondrá la progresiva
romanización de sus estructuras jurídico-políticas, aunque nunca desaparecerán
las costumbres germánicas, sobre todo, en las comunidades rurales góticas
alejadas de la Corte toledana, costumbres jurídicas que reaparecerán con fuerza
en los primeros siglos de la Reconquista, sobre todo en Castilla, recogidas en
los fueros territoriales.
Existió
un Estado hispano-godo dirigido por el rey y organizado por una serie de
instituciones que sostenían la unidad política. El Aula Regia o Senado
visigodo, es el órgano que colabora con el monarca, asesorándole en su labor de
dirección político-militar, en su actividad legislativa y en la administración
de justicia. El núcleo fundamental del Aula Regia lo componen los miembros del
Oficio Palatino que agrupa a los nobles de la Corte, siempre de estirpe goda:
condes, jefes de los «espatarios» o guardia del rey, de las caballerizas, etc.
En definitiva, el Aula Regia reúne a los altos funcionarios del Ejército y la
Administración hispano-godos.
Especial
consideración merecen los Concilios de Toledo, precedente histórico de las
futuras Cortes medievales, que aconsejaban en cuestiones militares, judiciales
y eclesiásticas. Estos Concilios supondrán la expresión fundamental de la
colaboración entre la Iglesia y el Estado, una Iglesia que era el recipiente
principal, y mantenedor entonces, de la cultura y los saberes. En este sentido
resultó muy influyente la doctrina jurídica de San Isidoro que establecía la
sumisión de la potestad civil a las leyes o normas de la comunidad, en contra
de la tradición cesarista del derecho romano y de la práctica oligárquica
bizantina. Los Concilios de Toledo son, entonces, el punto de confluencia entre
la potestad del Estado y la autoridad moral e intelectual de la Iglesia, de
modo que los reyes godos solicitaban de los Concilios su asistencia y apoyo en
el gobierno del Estado y en las tareas legislativas, e incluso enviaban a los
magnates del Aula Regia a las reuniones de los mismos.
Existía,
pues, una relativa intervención de estos organismos en el ejercicio del poder
aunque éste residía fundamentalmente en el rey, jefe electo, que detentaba un
enorme poder, causa de las sangrientas disputas que se desataban en el momento
de la sucesión entre las distintas facciones y clientelas nobiliarias. El rey,
que debía ser de estirpe gótica y caracterizado por sus buenas costumbres, era
el jefe supremo de la comunidad y representación personal del Estado. Es él
quien dirige las relaciones con otros países declarando la paz o la guerra. Es
el jefe de la Administración del Estado, ostenta la potestad legislativa, y es
el juez supremo con jurisdicción sobre todos los súbditos, correspondiéndole
también la convocatoria de los Concilios de Toledo.
El
Reino («regnum, patria»), al frente del cual estaba el rey, lo integran el
pueblo (godos y romanos: los hispano godos) y el territorio de la Península y
zonas adyacentes. El Estado visigodo tenía por finalidad procurar el bien
común, la defensa del territorio contra los enemigos del interior y del
exterior, y la aplicación del derecho mediante la actividad legislativa y
judicial. El Estado visigodo no tuvo el carácter de Estado patrimonial, ni la
comunidad hispano-goda se fundamentó en relaciones jurídico-privadas, se ordenó
para fines de índole pública.
La
ciudad de Toledo, capital del Estado godo-hispánico, suponía la concreción de
un centro general de imputaciones, sede de la Corte del monarca, cabeza
metropolitana de la Iglesia hispana y sede de los Concilios, residencia de los
magnates rectores del reino y capital cultural. Toledo será el referente de la
unidad hispánica cuando ésta se derrumbe tras la invasión islámica. El año 711
y tras tres décadas de crisis general motivada por las terribles luchas
partidistas para apoderarse del trono, el reino hispano-godo se extinguiría
definitivamente cuando aquella unificación nacional peninsular era todavía
incipiente y corría serios riesgos de una progresiva feudalización.
Los
árabes y bereberes, unidos en la nueva fe mahometana, derrotarán al ejército
hispano-godo en las cercanías de Jerez de la Frontera. Sería decisivo en el
fatal desenlace el apoyo recibido por los musulmanes por parte de los judíos y
de una facción nobiliaria, la de los witizanos, es decir, los partidarios de la
familia del recientemente fallecido rey Witiza, opuestos al rey Rodrigo, y que
incluso recabaron la presencia de los mahometanos en la Península como sus aliados.
El gobernador árabe de África del Norte al servicio del Califato de Damasco,
Musa ibn Nusair, respondió a la demanda de los witizanos enviando a su
lugarteniente, el jefe bereber Tarik ibn Ziyad, que cruzó el estrecho de
Gibraltar en el 711 al mando de un ejército de bereberes recientemente
islamizados. Rodrigo fue derrotado y muerto en la batalla que con estos tuvo
lugar, probablemente, a orillas del río Guadalete. Al año siguiente, en el 712,
el propio Musa desembarcó con tropas de refuerzo, la intervención de los
musulmanes, en un principio como apoyo a la facción witizana, se estaba
convirtiendo en un proyecto de conquista a gran escala, aprovechando la impotencia
de los jefes visigodos, agotados en una guerra civil sin sentido.
Destrozados
en la batalla el ejército y el Estado hispano-godos, los musulmanes ocuparían
la casi totalidad del reino en un periodo de siete años (con la importante
colaboración de los judíos residentes en las ciudades hispanas que abrieron las
puertas de muchas de ellas), arrasando, en unos casos, o pactando, en otros,
con los opositores. Algunos nobles visigodos, no aceptando el dominio musulmán
buscaron refugio en las montañas del norte peninsular. Los montes cantábricos y
pirenaicos quedarían libres del efectivo dominio musulmán y en ellos se
formarían prontamente dos reinos, Asturias y Navarra, resultado del pacto
alcanzado entre las gentes autóctonas y los refugiados godos.
La
realeza astur-leonesa, la aragonesa y también los Condes de Barcelona,
reivindicarán su estirpe gótica como factor de legitimación histórica de los
nuevos poderes resultantes de la articulación territorial de la resistencia
hispánica frente al invasor islámico. Entramos aquí en otro periodo histórico,
sucesivo de la Monarquía gótica, la Reconquista, denominado así por la
pretensión de los nuevos poderes autóctonos de recuperar el territorio peninsular
ocupado por los árabes (pérdida de España), a los que en todo momento se les
consideró extraños usurpadores, invasores de unas tierras que detentan
ilegítimamente, poseedores de una religión y una cultura contrarias, africanos
para los que Hispania (al-Andalus) era un territorio colonial, susceptible de
ser explotado en su beneficio a base de fuertes tributos, un botín en
definitiva.
La
gran herencia hispano-goda permitió restaurar en España, por medio de la acción
resistente articulada político-militarmente en el norte peninsular, la
civilización occidental de raíz grecolatina, cristiana y germánica, superando
así el tremendo y prolongado impacto de la dominación islámico oriental, a
diferencia de lo que sucedió en el Norte de África que, integrado en el ámbito
occidental antes de la invasión de los árabes, permanecería ya definitivamente
islamizada y arabizada.
El
rey Alfonso I de Asturias (739-759) y verdadero creador del nuevo reino, hijo
de Pedro, duque de Cantabria, del linaje de Recaredo, realizó una importante
incursión en las tierras de la cuenca del Duero sometidas entonces a los
mahometanos, situadas al otro lado de la Cordillera Cantábrica, bastión natural
del reino astur. En aquella incursión, y tras golpear duramente a los ocupantes
islámicos allí establecidos tras la invasión, trasladó a la gran mayoría de los
pobladores hispano-godos del norte de la Meseta hacia el otro lado de las
montañas, instalándolos con una motivación claramente política en los valles
cantábricos que se extienden desde las rías altas gallegas hasta el río
Nervión, hecho que recoge destacadamente la Crónica de Alfonso III (2).
La
fusión de estas gentes del Duero de estirpe gótica y de lengua latina con los
habitantes autóctonos de aquellos valles (cántabros principalmente) conformaría
finalmente un nuevo pueblo, los castellanos, que, dirigidos por sus caudillos y
reyes, protagonizarían ese periodo histórico fundamental para la adecuada
comprensión de la cultura e identidad hispánicas: la Reconquista y la
consiguiente Repoblación, un verdadero «empuje hacia el sur» que terminaría con
la toma de Granada en 1492. Sólo aquellos hispano-godos refugiados en
territorio cántabro-astur (nobles, clérigos, campesinos) poseerán la conciencia
de una «Hispania por restaurar», conciencia de la que carecerían casi por
completo los pueblos autóctonos de aquellos valles norteños, en los enfrentados
al poder central toledano. Por lo tanto corresponde a aquel aluvión de
refugiados la creación de un poder político nuevo, el reino astur-leonés (y
posteriormente, a partir del siglo XI, su heredero: Castilla-León) guiado por
un objetivo de recuperación de las tierras de Hispania, situadas al otro lado
de la Cordillera Cantábrica, y que constituían su originario solar patrio. (3)
Estos
sucesos coadyuvarán decisivamente en la “gotización” y, por ende, “hispanización”
del reino astur-leonés como principal poder autóctono, opuesto al emirato y
posterior califato islámico con sede en Córdoba. Alfonso II el Casto (791-842)
reinstauraría en Oviedo el “Orden de los Godos” existente en Toledo, tanto en
el Palacio como en la Iglesia, como así nos informa la Crónica Albeldense,
primera de una serie de crónicas latinas, conformadoras de una verdadera
historiografía medieval nacional (4).
La
sistemática y consciente repoblación de la cuenca del Duero supuso la creación
de una nueva realidad social, política y cultural, una nueva realidad étnica,
el pueblo castellano, los que habitan en el país de los castillos (en
referencia a las abundantes torres defensivas construidas en la frontera
oriental del reino de Asturias), resultado final de la profunda amalgama racial
sustanciada en los valles cantábricos a lo largo de la segunda mitad del siglo
VIII y primera mitad del siglo IX. Ya no habrá más tribus de astures,
cántabros, autrigones, várdulos o vascones, ya no se hablará de godos o
romanos; desde ahora, producto de una completa etnogénesis, se hablará de los
“castellanos”, del Reino de Castilla y León, sucesor histórico del Reino
cántabro-astur de los primeros tiempos de la Reconquista. Los castellanos,
principales herederos de los godos y base fundamental de la raza y cultura
hispanas, dirigirán con firmeza ese «empuje hacia el sur», capitaneados por sus
jefes, reyes, magnates e infanzones. (5)
El
denominado neo-goticismo astur-leonés, restaurador del unitarismo godo,
diseñado en la Corte de los reyes asturianos y leoneses y heredado por Castilla
al constituir su primer rey, Fenando el Grande (1035-1065), el Reino de
Castilla y León, consistía en un relevante programa político-militar destinado
a imprimir una coherencia definitiva al proceso reconquistador y a legitimar al
rey de Castilla como histórico sucesor del rey de los godos, el máximo jefe
político de aquella Hispania unida por la conciencia nacional goda, invadida
por los árabes y que ahora se pretende restaurar (6).
Esto
es lo que los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, ambos de la dinastía
castellana de los Trastámara, y tras la unión de Aragón a Castilla alcanzada el
año 1474 como consecuencia de su matrimonio, consiguieron cuando el 2 de enero
de 1492 entraban victoriosos en Granada, alzando los estandartes simbólicos
recibidos de sus antepasados, cumpliendo, en fin, el programa político
inspirador de la Reconquista. Dice la Crónica de Alfonso III respecto de la
batalla de Covadonga (722), punto de partida de dicha Reconquista: «Por esta
montaña será salvada España y restaurado el ejército de los godos»; eso es lo
que acabará significando la arriesgada emboscada de Don Pelayo, primer jefe
rebelde, antiguo espatario del rey Rodrigo.
No
son los Reyes Católicos los fundadores de la unidad nacional sino sus
restauradores, aunque la unidad hispánica plena se conseguiría por Felipe II, y
solo temporalmente, en 1580 al incorporar Portugal a su reino. Se equivocan, de
modo interesado o ignorante, los políticos separatistas y sus clientelas cuando
afirman que «sus pueblos» preexisten como «verdaderas naciones» a la «forzada»
unificación de Isabel y Fernando finado el siglo XV. Para estos políticos, en
su tergiversación histórica, dicha unidad fue un acto artificioso, ilegítimo e
imperialista, destructor de esas «auténticas nacionalidades», o sea,
Euskalerría o Cataluña que, dicho sea de paso, jamás existieron históricamente
como entidades políticas unitarias e independientes.
España,
como nacionalidad distintiva es muy anterior a ese siglo XV, debiéndonos
remontar, como hemos comprobado, hasta la segunda mitad del siglo VI, obra
principal de un pueblo germánico de primer orden, los godos, que como torrente,
generoso y vivificador, vino a confundirse absolutamente en el anchuroso río de
lo español hasta el punto de desaparecer como tal pueblo. Pero ellos también
somos nosotros, los españoles. Permanecen en nuestros genes, en nuestros
hábitos, en nuestra cultura (7). Ellos, los godos de España, fundaron nuestra
nacionalidad cuando se iniciaba la Edad Media.
NOTAS:
I-
La Crónica Cesaraugustana del año 497 recoge el dato de la importante
inmigración de grupos de godos a Hispania. Pero la llegada masiva de los godos
a la península tiene lugar tras la batalla de Vouillé, prolongándose dicha
entrada durante toda la primera mitad del siglo VI.
2-
“Por él (Alfonso l) fue contenida siempre la audacia de los enemigos (los
musulmanes). Con su hermano Fruela, muchas veces, conduciendo el ejército, tomó
combatiendo muchas ciudades (…), matando con la espada a todos los árabes y
conduciendo a los cristianos (los hispano-godos de la cuenca del Duero) consigo
a la patria. En aquel tiempo (segunda mitad del siglo VIII) se poblaron las
Asturias, las Primorias, Liébana, Transmiera, Sopuerta, Carranza, las Bardulias
(que ahora llaman Castilla) y la región marítima (las rías altas gallegas)”.
3-
Debemos destacar que el periodo histórico medieval que discurre entre los años
722 y 1492 adquiere su unidad a partir de la consideración central del proceso
político-militar-cultural que supone la recuperación de las tierras ocupadas
por el invasor musulmán, recuperación territorial progresiva (Submeseta norte,
Valle del Ebro, Submeseta sur, Levante, Depresión bética y sudeste peninsular)
acompañada de la repoblación de los tierras reconquistadas, es decir, la
instalación en ellas de colonos (campesinos soldados) tras el previo desalojo,
en la mayoría de los casos, del habitante islámico. Este proceso de reconquista
y repoblación confiere una determinante homogeneidad a la sociedad que de este
modo va conformándose, homogeneidad que sin duda alguna posibilitará la
constitución de la moderna Nación Española, a fines del siglo XV, a partir de
una comunidad de raza, de cultura, religión y costumbres.
4-
Podemos destacar, junto a la Albeldense del siglo IX, la Crónica de Alfonso III
o “Chronica Visigothorum”, la “Crónica Seminense”, el “Chronicum Mundi” de
Lucas de Tuy, la “Historia Gothica” de Rodrigo Jiménez de Rada o la “Estoria
General” del rey Alfonso X el Sabio, redactada ya en lengua castellana. Todas
ellas continúan de algún modo la tradición historiográfica isidoriana,
componiendo, en conjunto, la más brillante historiografía medieval europea. En
todas ellas se describe una Historia de España que surge como comunidad
política autónoma con los visigodos españoles. Destruido el reino hispano-godo,
estas Crónicas, recogiendo primeramente el relato de San Isidoro de su “Historia
Gothorum”, revelan la legitimidad del reino astur-leonés y de su sucesor, el
reino de Castilla y León, en la restauración total del dominio sobre las
tierras de España como verdaderos y legítimos herederos de los godos.
5-
Justo Pérez de Urbel, en su magnífica obra El Condado de Castilla destaca el
hecho de que las personalidades rectoras de la Castilla emergente son de
estirpe goda, poseedores de sonoros nombres germánicos: el Conde Rodrigo,
primer conde de Castilla; Fernán González, primer conde independiente tras
aglutinar en un solo y gran condado a los distintos condados del territorio oriental
del Reino de León; Rodrigo Díaz, el infanzón de Vivar, gran guerrero y
protagonista indiscutido de la poesía épica castellana, origen de la literatura
española. Esta élite político-militar gótica, procedente genealógicamente de
destacados refugiados en los valles de Cantabria, protagonizará la formación
del Condado de Castilla y lo dirigirá victoriosamente en su enconado
enfrentamiento con las poderosas huestes árabe-islámicas organizadas por el
Emirato y posterior Califato cordobés.
6-
Sobre la legitimidad del Reino de Castilla como heredero de la Monarquía
Gótica, la historiografía castellana del siglo XV insiste en poner de relieve
esa herencia política de los godos recibida naturalmente por Castilla. De este
modo, al rey de Castilla es a quien pertenece el título de Rey de España, pues
los reyes castellanos son los herederos directos de los reyes godos, y su
misión será restaurar España en su antigua unidad peninsular. Este es el
argumento central de la Compendiosa Historia Hispánica de Rodrigo Sánchez de
Arévalo, auténtico colofón que culmina la historiografía anterior citada.
7-
La herencia de los godos, además de la biológica, se manifiesta en multitud de
facetas de la vida política y cultural hispana de la Edad Media, especialmente
en Castilla. Efectivamente, la lengua, el derecho, el orden socio-político
castellanos poseen una impronta germánica distintiva portada por la numerosa
población gótica que participó en su formación. Para este particular resulta
muy conveniente consultar autores como Claudio Sánchez Albornoz, Eduardo de
Hinojosa o Ramón Menéndez Pidal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario