La
imagen circulante del rey: el sello postal y las representaciones visuales de
la nación en España (1849-1882)
Estimados amigos, este
es un trabajo de investigación elaborado por Raquel Sánchez, muy interesante y
que creo merece la pena, que lo leáis, además sirve de aprendizaje.
Los documentos de valor
(monedas, sellos, billetes) portan imágenes con referentes identitarios. A
través de ellos circula entre la población un discurso político que remite a la
nación, la república, la monarquía, el imperio, Europa, etc. Este artículo se
propone estudiar este fenómeno en relación con la fijación de una imagen de la
nación asociada a la monarquía a través del sello postal. El diálogo entre
Estado, Monarquía y Nación a través de la imagen y el texto estampados en el
sello nos permite estudiar las consecuencias que estos elementos iconográficos
y textuales tuvieron sobre el imaginario político. La cotidiana visualización
de la Corona a través del sello postal, con la cabeza del monarca y/o el escudo
nacional, había de contribuir a fijar en la mente de los ciudadanos el icono de
la nación liberal del que la reina y el rey eran símbolos.
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En la actualidad es
cada vez menos frecuente encontrarse con cartas franqueadas por sellos
postales. El correo electrónico, la correspondencia oficial y las
comunicaciones de bancos y empresas están aparcando el uso de esas pequeñas
etiquetas que, en breve, se convertirán en objetos con una finalidad más
decorativa que práctica. Este proceso está dando paso a una recuperación del
sello como objeto de análisis histórico gracias a su plural contenido
semiótico. A diferencia de otros documentos de valor como las monedas y los
billetes, el sello favorece un análisis más fiable de los cambios políticos y
sociales de un país, pues su periodo de vigencia es relativamente corto y cada
nueva emisión es reflejo de esas transformaciones y de los objetivos
ideológicos del órgano emisor (2). El sello ha constituido el centro de
atención de los coleccionistas y, como tal, ha logrado generar una producción
escrita para especialistas, no tenida en cuenta por los historiadores por
tratarse de una literatura demasiado técnica. Los estudios filatélicos tienen
un público muy específico y responden a sus intereses. Sin embargo, también
pueden ofrecer interesantes miradas al historiador como, por ejemplo, la
atención que prestan a las falsificaciones, por las repercusiones que estas
tuvieron tanto en la recaudación del Estado como en su propia imagen interna y
externa (3) . Por otra parte, el sello postal ofrece muchas posibilidades para
el estudio histórico ya que permite el acceso a varios niveles de análisis que
nos acercan a distintos aspectos de la realidad política, social, económica y
cultural de un país. El historiador del arte Aby Warburg reivindicó el sello
como documento y soporte de información, situándolo al mismo nivel que otras
fuentes históricas de carácter visual (4) . Más modernamente, Donald M. Reid ha
reflexionado acerca de esos distintos niveles de análisis que, en su opinión,
se sustancian en tres: el sello, en su condición material, abre camino al
estudio de la tecnología de su fabricación; el sello, en tanto que tasa, nos facilita
el acceso a la historia postal y la materias relacionadas con ella: la medición
de los flujos económicos, la circulación de determinados productos (impresos,
objetos de comercio), etc.; y, por último, el sello, en tanto que expresión
visual, es el portavoz de los mensajes y valores políticos a los que se
adscriben los estados que lo emiten (5) . Es esta última la dimensión que más
nos interesa en este trabajo.
El sello postal está
intrínsecamente unido al Estado. Es un producto oficial y un monopolio estatal,
tanto en lo material como en lo simbólico. De ahí que, como dice Altman, sea su
expresión política y económica, una expresión que tiende a mostrar los aspectos
más positivos y sólidos de ese Estado, presentando una versión conservadora del
mismo que se suele manifestar tanto en su mensaje como en su diseño (6).
Portador de valores ideológicos, el sello fija en el imaginario de los usuarios
unas concepciones políticas acerca de lo que es un determinado país, de la
visión que quiere dar de sí mismo y de aquellos referentes que lo definen. Es
decir, el sello es un instrumento muy interesante para el estudio de la
identidad política. Asimismo, y aunque eso no sea tan evidente en el periodo
que se va a tratar aquí, también constituye un instrumento para reforzar los
lugares y momentos de la memoria al vincular las imágenes reproducidas al
pasado histórico o vital de los usuarios de este objeto (7).
Partiendo de tales
principios, este trabajo pretende estudiar bajo qué criterios visuales y
textuales se produjo la interacción entre Nación, Monarquía y Estado a través
de las emisiones de sellos postales en España entre 1849 y 1882 (8). En
especial, y dado que el retrato del monarca fue el icono mayoritariamente
representado en las emisiones de esta época, se pretende calibrar hasta qué
punto la imagen real fue utilizada como representación de la nación y, en tal
caso, si dicha representación se llevó a cabo en términos metonímicos o
metafóricos. Los estados de las monarquías posrevolucionarias europeas se sirvieron
de la efigie real por su tradicional sentido jurídico y político, en tanto que
esta proporcionaba al documento oficial valor institucional, sentido de
autoridad y garantía de autenticidad. Se entrecruzaban así la legitimidad
histórica de la monarquía y la legitimidad política de la nación. De esta
forma, el papel del sello postal como instrumento de nacionalización de la
monarquía y de monarquización de la nación permite un análisis desde la
perspectiva de lo que se ha denominado «monarquismo banal» (9), que consistiría
en una exposición de la imagen del monarca a sus súbditos en la tramitación de
sus asuntos cotidianos, generándose de esta forma una identificación
inconsciente entre el individuo y los valores políticos representados en el
sello. La imagen real se estampa sobre un documento de valor del Estado (el
sello) que a su vez simboliza a las instituciones políticas de la nación, es
decir, se produce una asociación entre las tres instancias por la vía de la
visualización del Estado en la efigie del monarca (10). En ese juego, las
monedas, los billetes y los sellos postales se convierten en instrumentos
portadores de mensajes pocas veces racionalizados por el individuo. Si tenemos
en cuenta, además, los elevados niveles de analfabetismo de la población
española de la época, podremos apreciar la importancia de esas imágenes para
vehicular contenidos ideológicos. Aún más, aunque el usuario no comparta el
significado político que se esconde tras dichos símbolos, no puede sustraerse a
la utilización de estos documentos de valor en su vida cotidiana.
El
sello postal como artefacto cultural
En el estudio del sello
hay que tener en cuenta varias cuestiones. En primer lugar, es necesario tomar
en consideración no solo la imagen y sus características (diseño, orientación,
ornamentación), sino también el resto de componentes que lo forman, como los
elementos informativos: valor facial, datos sobre el órgano emisor,
dimensiones, etc. En segundo lugar, y en tanto que el sello postal es un objeto
pleno de mensajes semióticos, su análisis ha de tomar en consideración sus
funciones. Los especialistas hablan de tres funciones principales del sello
postal: la función definitiva o indicativa (proporcionar información acerca del
país y del órgano emisores y del valor facial); la función representativa, que
ofrece la imagen visual del país emisor en forma de un icono que lo simbolice
(el jefe del Estado, una alegoría, etc.); y, por último, la función
conmemorativa, cuya finalidad es mostrar un elemento significativo del país por
razones diversas y que tenga que ver con su tradición histórica y/o con su
paisaje natural (11). En tercer lugar, habría que valorar otro aspecto que
resulta bastante controvertido, como es la recepción.
¿Hasta qué punto puede
decirse que el sello realiza funciones de pedagogía política? Desde que empezó
a utilizarse el sello postal a mediados del siglo XIX, los gobiernos trataron
de generalizar su uso entre la población. Las razones de orden práctico fueron
prioritarias: la simplificación de la circulación postal y el incremento de la
recaudación por medio de la venta de sellos. La complejidad de la vida
económica y la necesidad de facilitar los intercambios de información y
productos estuvieron detrás de todo ello y se vieron facilitados por la rebaja
de tarifas postales que acompañó al empleo del sello, lo que acabó redundando
en una mayor utilización del correo. De todo ello puede deducirse que la
sobreexposición a la imagen representada en el sello que, en muchas ocasiones,
coincidía con la que aparecía en las monedas que manejaban los ciudadanos en su
vida cotidiana, debía revertir en una asociación más o menos inconsciente entre
la imagen del monarca (en nuestro caso) y los elementos que marcaban la
presencia del Estado en la vida de las personas: la moneda, los billetes, el
papel timbrado, los sellos, etc. En este sentido, vemos, de nuevo, cómo el
sello postal como fuente histórica se mueve en tres esferas que entremezclan
sus significados: la monárquica, la estatal y la nacional. Para el siglo XIX,
los casos más exitosos son los que lograron una identificación entre estas tres
instancias. Aun así, hay que insistir en la dificultad que ello plantea de cara
a la evaluación de la recepción del sello entre los individuos, pues nos
estaríamos moviendo un ámbito incierto (como sucede, por otra parte, con otros
elementos denotativos de la nación, como los himnos y las banderas y su acogida
entre los ciudadanos)(12).
En cualquier caso, el
éxito del mensaje del sello (entendido como la interpretación correcta de su
contenido por parte del usuario) siempre depende del contexto en el que se
emite (13). Para el caso que nos ocupa, esto fue más sencillo porque la
variedad temática de las emisiones de este periodo es muy escasa, lo que
redundó en una reiteración icónica en el imaginario de los españoles que
permitía una más poderosa asociación entre las dimensiones monárquica, estatal
y nacional. Harlan J. Strauss, a este respecto, ha planteado unas interesantes
observaciones que conviene tomar en consideración para el análisis de la
recepción del mensaje: a mayor simplicidad en el mensaje, más fácil será la
comprensión del mismo, especialmente entre los sectores sociales no
alfabetizados; a mayor complejidad del mensaje (presencia de más elementos de
información), más peligro de difuminación del mismo; a menor valor facial,
mayor capacidad de penetración interior del mensaje del sello (mayor capacidad
de influencia en el país emisor); a mayor valor facial, mayor capacidad de
proyección exterior del mensaje; a menor valor facial, más posibilidades de
influir entre las clases populares; cuanto más autoritario sea un régimen
político, más claramente ideológicos serán los mensajes contenidos en sus
documentos de valor; y cuanto menos autoritario sea un país, más contenido
social y cultural tendrán sus emisiones postales(14). Pese al interés de la
aproximación metodológica de Strauss, no todos los especialistas han sido tan
optimistas al calibrar la capacidad del sello como elemento transmisor de
mensajes políticos. Leo H. Hoek, por ejemplo, ha restado peso al potencial del
sello como vehículo comunicativo ya que, desde su perspectiva, los mensajes
contenidos en él son ambiguos y poco explícitos, por lo que en muchas ocasiones
su comprensión e intención pueden escapar al destinatario (15). En lo referente
a los procesos de nacionalización, habría que matizar un tanto esta observación
que otorga un papel prioritario al emisor del mensaje político. A este
respecto, resulta innegable que el uso cotidiano del sello postal sumerge al
ciudadano en una «experiencia de nación», una vivencia por medio de la cual no
solo recibe un mensaje, sino que lo decodifica e interpreta su significado, por
lo que en este juego comunicativo no solo el órgano emisor es un agente
políticamente activo, sino que también el usuario desempeña un papel en la
creación de la identidad política(16).
El
sello y la historia postal
Antes de la generalización del uso del sello,
los servicios postales de los países europeos seguían distintos sistemas de funcionamiento,
pero como práctica común puede señalarse el hecho de que no solía ser habitual
el franqueo previo, por lo que las cartas y los envíos debían ser abonados por
el destinatario. Como consecuencia de ello, una parte importante de la
correspondencia era rechazada por los receptores de la misma, quienes se
negaban a pagar por un servicio que no habían solicitado. En este contexto, el
servicio de correos resultaba poco eficiente y caro, de tal forma que ya desde
siglos anteriores se plantearon diversas propuestas para mejorarlo y
abaratarlo. Se considera a Rowland Hill como el «padre» del moderno sello de
correos. Rowland Hill (1795-1879) era uno de los muchos interesados en
encontrar un método que simplificase las comunicaciones postales. Sus estudios
al respecto dieron como resultado un informe titulado Post Office Reform. Its
Importance and Practicability (1837). La propuesta de Hill consistía en la
creación de un sistema postal de prepago, con una tarifa única en función del
peso del envío, y basado en una etiqueta adhesiva que indicaría el franqueo
previo. La tarifa única, que comenzaría con un penique (e iría aumentando en
función del peso) simplificaba el complejo sistema de tasas existente hasta el
momento, que combinaban multitud de factores, haciendo muy complicado el
servicio postal. El pragmatismo de Hill no se quedó solamente en la cuestión
tarifaria y el prepago, sino que también abogó por la creación de hojas para
cartas y sobres que pudieran ser comprados por el usuario para no tener que depender
de los horarios de las oficinas de correos de tal forma que, gracias a los
buzones de dichas oficinas, podría agilizarse la tramitación de los múltiples
asuntos que una sociedad industrial y moderna requería. Recomendó, asimismo, la
instalación de buzones en las casas, para que la correspondencia pudiera ser
distribuida sin necesidad de acudir a recogerla a la oficina postal (17). Sus
propuestas fueron muy bien recibidas y pronto aceptadas pues respondían a un
criterio de funcionalidad propio del diseño industrial de la época (18). El
primer sello británico se puso a disposición del público el 1 de mayo de 1840,
con el nombre de penny black, por ser
de color negro y de valor facial de un penique. Se estampó en su centro el
rostro de perfil de la reina Victoria, marcando, de este modo, una pauta a
seguir por las monarquías europeas de la época. Con la aplicación de la reforma
de Hill la circulación postal se incrementó exponencialmente, lo que condujo a
otra de las innovaciones: el dentado de los sellos. Los primeros sellos se
separaban por medio de tijeras o instrumentos similares, pero su uso masivo en
las oficinas de correos obligó a idear un sistema que permitiese su rápida
expedición. Ese sistema, creado por Henry Archer en 1854, fue la perforación de
los bordes. El dentado ha terminado siendo una marca distintiva del sello como
tal, diferenciándolo de otro tipo de etiquetas (19).
El sistema británico
fue muy pronto adoptado por otros estados. España fue, de hecho, uno de los
primeros países europeos en crear un servicio similar, sustituyendo al
tradicional sistema de franqueo por el destinatario y a las formas primarias
del sello moderno, las llamadas marcas postales (20). La adaptación del
servicio de correos a este sistema implicaba una muy distinta concepción del
mismo, lo que se manifiesta en el hecho de que entre 1833 y 1849 se asiste en
nuestro país a la transición desde el servicio de correos entendido como una
renta estancada del Estado hasta su funcionamiento como un servicio público (21).
Detrás de este proceso se esconden transformaciones de tipo fiscal y
legislativo que se originaron por la necesidad de una relación fluida entre el
Estado y sus diversas instituciones (en los distintos niveles administrativos)
y por la creciente complejidad e interrelación de la vida económica. El
servicio de correos como servicio público trajo consigo una mejora y una
ampliación de la oferta, lo que se plasmó en una bajada de tarifas y la
propuesta de nuevos productos postales como el giro mutuo, los efectos públicos
o valores declarados y, en especial, el sello postal. El primer paso se dio por
medio de la reforma tarifaria de 1845, que fijó un precio único en función de
la distancia a la que se enviaba la correspondencia. El proyecto fue elaborado
por el entonces director de Correos, Francisco Javier de Quinto (1810-1860) (22).
Sin embargo, la decisión más importante se tomó en 1849, no solo porque se
aprobó la emisión del primer sello postal español, sino porque también se
publicó en la Gaceta de Madrid el Real Decreto por el que se favorecía el
franqueo previo sobre otras modalidades postales, fijándose una tarifa
económicamente más favorable para los usuarios del nuevo sistema (23). El
franqueo previo para la correspondencia común se convirtió en obligatorio a
partir del 1 de julio de 1856, según establecía un Real Decreto de febrero del
mismo año (24).
En su estudio sobre
estas cuestiones, Bahamonde ofrece datos acerca del notable aumento del número
de sellos vendidos y del incremento de la circulación de envíos, lo que
evidencia un crecimiento muy significativo del uso del correo postal por parte
de los ciudadanos (25). A ello contribuyó mucho la extensión de las vías
férreas a partir de la década de los cincuenta. Para el mundo postal, el
ferrocarril dio el impulso definitivo a un sector que, a su vez, proporcionaba
un soporte a las crecientes interacciones entre otros sectores de la economía
española (26). Con esto no se pretende decir (y los datos aportados por los
especialistas aquí mencionados así lo muestran) que este crecimiento en la
utilización del servicio de correos fuera uniforme en todo el territorio
nacional, ni que se mantuviera la tónica ascendente de forma sostenida durante
todo el siglo, pero sí que la tendencia al alza fue dominante. De hecho, entre
1854 y 1868 el volumen de correspondencia fue tres veces mayor que el existente
en 1846, además de que la correspondencia oficial tuvo un incremento del 450%
en este periodo (27). Los momentos más difíciles fueron aquellos en los que se
hizo necesario gravar las cartas con impuestos especiales, como sucedió en 1874
con el incremento de 5 céntimos para sufragar los gastos de la guerra carlista,
que se elevó en 1877 a 15 y 50 céntimos, hasta que fue suprimido
definitivamente por la Ley del Timbre de 1881. Lo que se puede afirmar, a la
vista de este panorama acerca del correo postal en España y de la implantación
del franqueo previo obligatorio, es que, si bien hay que ser cautelosos acerca
de la recepción del mensaje político contenido en los sellos, resulta innegable
que la generalización de su uso contribuyó si no a una aceptación incondicional
de dicho mensaje, sí a su socialización entre los españoles y, por tanto, a la
familiaridad con la imagen real en ellos representada y con lo que ésta significaba.
La
Reina del sello: imágenes postales de Isabel I
El primer sello postal
español comenzó a circular el 1 de enero de 1850 y se mantuvo vigente hasta el
31 de diciembre del mismo año. El Real Decreto de 24 de octubre de 1849, que
había establecido las condiciones de su emisión, insistía en la prudencia con
la que había de implantarse el nuevo sistema (de ahí que no fuera obligatorio
aún), aunque se mostraba convencido de su eficacia y sus posibilidades para los
menos favorecidos y para la difusión de los impresos (28). En las
«Instrucciones para el franqueo y certificado de cartas e impresos» no se daban
muchas especificaciones acerca del diseño del sello, aunque sí se mostraban dos
gráficos indicando dónde se tenían que pegar las etiquetas. Lo único que se
señalaba es que «los sellos son de papel; está en ellos estampado el busto de
S. M. la Reina, y tienen goma por detrás a fin de que para pegarlos baste
mojarlos» (29).
Establecía también el
Real Decreto la anulación del sello ya utilizado mediante su cancelación postal
u obliteración por medio de un timbre especial conocido popularmente con el
nombre de matasellos (30). La primera emisión, la de 1850, estableció también
un sistema para diferenciar los distintos valores faciales de los sellos en función
del uso de una gama cromática que iba desde el negro para el valor más bajo (6
cuartos), pasando por el lila/violeta (12 cuartos), el rojo (5 reales), el azul
(6 reales) y terminando en el verde (10 reales). El primero en emitirse fue el
de 6 cuartos en color negro, el más utilizado por los ciudadanos en su vida
cotidiana al ser el de menor valor facial y, por tanto, el más conocido
popularmente. Le acompañaron los de 5 y 6 reales. En marzo se pusieron en
circulación el resto de los sellos de esta primera emisión de 1850 (31). En la
siguiente emisión, la de 1851 se introdujo otro valor, 2 reales, de color
naranja. En líneas generales, y salvo cambios en el número de valores emitidos,
la asociación entre color y valor facial se mantuvo más o menos estable, de
forma tal que el empleado de correos, el expendedor y el usuario pudieran
asociar, sin grandes dificultades, el precio del sello a un color, facilitando
así su utilización. Habría que hacer algunas precisiones a este respecto, pero
se trata de indicaciones filatélicas que no constituyen objeto de interés para
este trabajo. Lo que importa ahora es constatar hasta qué punto la primera
emisión española se hizo a semejanza del penny black británico: la imagen de la
reina de perfil, con corona, dentro de un rectángulo con cuatro estrellas de
cuatro puntas en sus ángulos, en negro (32). Además de la imagen real, llevaban
una orla exterior con textos que indicaban el valor facial en la parte
superior; el año de 1850 en la inferior; y a los lados las palabras Correo
Franco. El grabador fue Bartolomé Coromina Subirá (1808-1867), profesor de la
Real Academia de San Fernando de Madrid y, desde 1864, director de la Fábrica
Nacional del Sello (33).
Durante el reinado de
Isabel II se sucedieron las distintas emisiones desde 1850 hasta la última de
1868. En ellas predomina un rasgo que las caracteriza: la reproducción de la
efigie real. Hay unas excepciones que se comentarán más adelante y que tienen
una gran importancia por el contexto en el que se produjeron, pero en líneas
generales el resto de los sellos emitidos, con sus distintos valores faciales y
colores, siguen la misma pauta. El dentado se introdujo en el sello español en
1865. Sin embargo, que fuera la efigie real la representación iconográfica
mayoritaria durante este periodo no quiere decir que no hubiera otros
indicadores semióticos de interés.
En primer lugar, habría
que hacer alusión a la forma en la que el sello refleja la evolución biológica
de la soberana. Las distintas emisiones van mostrando los cambios en el rostro
de la reina. Revela esta práctica la humanización del monarca, al que el
ciudadano va conociendo en las distintas etapas de su vida. Ya no se trata de
ese personaje pétreo reflejado en las esculturas o esa figura inmóvil de las
obras pictóricas, sino que el ciudadano asiste a la madurez de su soberano como
podría asistir a la suya propia o a la de sus hijos. De esta forma, el monarca
se hace más cercano, más próximo. Aquí hay que reiterar las posibilidades que
ofrece el sello y sus emisiones casi anuales para dar testimonio de la
evolución biológica del rey (la reina, en este caso), lo que no permiten otros
soportes visuales. El sello postal, por tanto, facilita el proceso de
acercamiento de la monarquía al ciudadano. Sin embargo, no por eso pierde
solemnidad su figura pues, gracias a los elementos denotativos de la majestad
el ciudadano sabe que se halla frente a su soberano. De la reina solo son
visibles el cuello y la cabeza, por lo que no hay posibilidad de reflejar los
signos de la majestad por medio de otro atributo que la corona, la cual,
curiosamente, no siempre está presente en las representaciones postales. El
cuello siempre se halla despejado de joyas y adornos. En un sello no hay
espacio para cetros o mantos, por lo que el mensaje ha de concentrarse en muy
pocos elementos. La reina aparece con una corona en las emisiones de 1850, 1853
y 1860-1861; y con una media corona en las de 1865, 1866, 1867 y 1868. Estas
coronas se adornan con flores de lis, haciendo alusión a la dinastía Borbón.
Isabel no fue representada con corona en 1851, 1852, 1862 y 1864, portando en
su lugar distintas variantes de diademas: las primeras de aspecto más juvenil
(la de 1852, incluso, con un porte renacentista observable también en el
peinado) y las últimas más propias de una mujer adulta (adornada con joyas y
pedrería). Entre los años 1855 y 1859 la reina fue presentada ante su pueblo
con una corona de laurel, en un posado que remite directamente (también por el
peinado) a las representaciones iconográficas de la estatuaria clásica, lo que
otorga a la imagen un aire de intemporalidad y serenidad.
El otro elemento
observable es la naturaleza femenina del personaje representado, la reina. El
hecho de que nos encontremos ante una mujer permite al grabador mayores
posibilidades expresivas no solo por las coronas y diademas, sino por el
peinado. El trabajo sobre el cabello es un fácil indicador de la evolución de
las modas de la época. Los sellos con la efigie de la reina evolucionan desde
el peinado con “bandós” hasta formas más ligeras de moños y trenzados en la
nuca. Ello indica un deseo de actualizar la imagen de la reina y hacerla
asimilable a la apariencia de las mujeres de su tiempo, creando así unos lazos
invisibles con una parte de sus súbditos, las mujeres, unos lazos que se verían
reforzados por la condición femenina de quien ostentaba el cargo. En este
sentido, la reina Isabel, cúspide de un entramado social cortesano y
aristocrático cuyos usos en materia de joyas, peinados y vestimentas eran
observados con interés imitatorio, aparecía como un referente en estas
cuestiones de estilo para las mujeres de clase alta y media (34).
Durante el reinado de
Isabel II hay tres emisiones de sellos postales que presentan cierto interés
por lo que respecta a la efigie real. La primera de ellas fue una serie postal
para el correo interno de Madrid que estuvo circulando entre abril de 1853 y
octubre de 1854 (35). El real decreto que autorizó la emisión con minaba al
franqueo previo en el casco urbano de la capital. Puede decirse que, en buena
medida, esta emisión fue un primer intento de implantar el franqueo
obligatorio, que no se instituyó en el resto del país hasta 1856. Lo
significativo de esta emisión es que, tratándose de dos sellos cuya circulación
se circunscribía a la capital del reino, no reproducen la efigie real, sino el
escudo de la ciudad de Madrid, en el que se mezclan elementos cívicos con otros
que aluden a la monarquía. El tradicional escudo con el oso y el madroño dentro
de una guirnalda se halla rodeado de la corona cívica de hojas de roble. Esta
condecoración le fue otorgada a la ciudad de Madrid por las Cortes el día 27 de
diciembre de 1822, como homenaje a la participación del Ayuntamiento y la
Diputación Provincial en la defensa de la legalidad constitucional durante los
acontecimientos del 7 de julio (36). Aunque no se utilizaba en el escudo
oficial de la capital cuando se emitió este sello, se implantó en la
remodelación de la insignia oficial de la ciudad en 1869 (37). Las alusiones a
la monarquía se encuentran en la corona real cerrada que se sitúa encima del
escudo. De nuevo, hay una variante: en ese momento, el escudo de la ciudad se
cerraba con una corona real abierta, que había sido signo distintivo desde que
Carlos I otorgó a la ciudad el derecho de portar en su escudo la corona (1544).
Es decir, la corona aparece en este sello porque forma parte del escudo de
Madrid, no porque haga alusión a la monarquía española en la persona de Isabel
II. Resulta llamativo, por tanto, que un sello creado para la circulación
postal en la capital del reino se halle decorado con motivos que aluden a la
propia ciudad, no reflejándose una asociación directa entre la monarquía de
Isabel II y la capital de su reino. Sí con la monarquía, pero no directamente
con la reina (38). La segunda emisión interesante es la de 1854, cuyos cuatro
primeros sellos estuvieron en circulación entre el 1 de enero y el 31 de
octubre de 1854 (6 cuartos, 2, 5 y 6 reales). Los otros tres valores (2 y 4
cuartos y 1 real) entre el 1 de noviembre de 1854 y el 31 de marzo de 1855. Se
trata del primer y único sello de circulación general que durante el reinado de
Isabel II prescinde de la efigie de la reina y la sustituye por el escudo
simplificado de España, que contiene solamente las armas de Castilla, León y
Granada, el Toisón de Oro y las alusiones a la dinastía Borbón en las flores de
lis del escusón. Es decir, que del antiguo escudo simplificado de Felipe V con
las armas de España se han eliminado los elementos simbólicos del reino de Navarra
y de la corona de Aragón. La tercera de estas emisiones peculiares es la del
llamado «servicio oficial». Se trata de una serie postal destinada al franqueo
de la correspondencia oficial que, no fue, por tanto, de uso para particulares.
Al igual que en el sello interno de Madrid, esta emisión tuvo por objeto la
generalización del franqueo previo en las comunicaciones oficiales,
constituyendo, de nuevo, paso previo a la obligatoriedad de dicha modalidad de
franqueo, como estableció el Real Decreto que le dio vigencia (39). Tampoco en
esta emisión aparece la efigie real como centro del sello. Se trata de
distintas variantes del escudo nacional: enmarcado en orla y en rectángulo,
pero con la misma estructura que el mencionado anteriormente.
El escudo que hemos
visto repetirse en las series de mediados de los cincuenta es el llamado por la
heráldica «escudo pequeño (o simplificado) del rey de España» (40). Se trata de
una representación del reino que se instauró con los primeros Borbones
españoles y que se mantuvo con José Bonaparte. Se utilizó también en las
acuñaciones numismáticas desde tiempos de Carlos III y tuvo una clara intención
propagandística durante el siglo XVIII (41). Lo más llamativo, para el objetivo
de este artículo, es preguntarse por qué se decidió utilizar este icono y no la
efigie real, como había venido siendo costumbre desde el primer sello postal y
como seguiría siendo habitual durante todo el reinado de Isabel II (42). Es más
interesante aún si nos planteamos que hay una clara diferencia entre la
correspondencia del servicio oficial (la correspondencia institucional) y la
correspondencia particular en la visualización de la monarquía y en la
presencia del Estado en la vida cotidiana por medio del sello postal. En este
diálogo entre las tres instancias, monarquía, nación y Estado, se decidió que
la insignia que había de figurar en esos sellos pasara por la
despersonalización de la monarquía y su simbolización en un escudo plagado de
referencias históricas. Es decir, el Estado liberal no creó un escudo distinto
al real, identificando a la nación con la monarquía. Además, para las
comunicaciones oficiales y en el ensayo de 1854- 1855, prescindió de los
sujetos que coyunturalmente ostentaban la corona, presentándola como una
institución atemporal, a salvo de las contingencias políticas concretas
protagonizadas por los monarcas individualmente considerados (43). De este
modo, el Estado se presentaba como una institución sólida, arraigada en la
tradición y a la vez prestadora de servicios a los ciudadanos. Por otra parte,
no hay que dejar de lado el hecho de que ese escudo tiene una lectura muy
concreta. Detrás de esta representación iconográfica, que no deja de ser un
símbolo real, se esconde una concepción castellano-céntrica de la monarquía y de
la nación, sostenida por una buena parte de la clase política e intelectual de
la época (44).
Para terminar con el
reinado de Isabel II cabe hacer una última observación de gran interés. En las
emisiones postales de este reinado no aparece la palabra «España» hasta el año
1862. Desaparece en las emisiones de 1864 y 1866 para reaparecer en las dos
últimas emisiones del reinado con el marbete de «Correos de España» (1867,
1868-1869). La imagen de la reina se representa con el nombre de la nación y,
en casi todas estas emisiones de los años sesenta, aparecen los símbolos de los
reinos originarios: castillos y leones en los ángulos. No se representa el
escudo, pero sí ha quedado claramente instalada en la iconografía postal la
raigambre histórica del reino. A partir de este momento, el sello se convierte
en un emisor de mensajes plurales que mezclan la tradicional apelación a la
monarquía como referencia general, con la cada vez más pujante presencia de la
nación tanto en su pasado histórico con en su denominación (España, no reino de
España) y con la imparable irrupción del Estado, como encarnación institucional
de ese reino-nación que se halla presente en las actividades cotidianas de la
ciudadanía (una tendencia que, por otra parte, no hará más que ampliarse a lo
largo del tiempo). Durante este periodo, no hubo ninguna duda acerca de la
fusión entre ambas instancias: monarquía y nación (45). Esta pluralidad de
mensajes tiene ciertas similitudes con la evolución de las emisiones postales
en la monarquía europea que nos sirve de referencia, tanto en cuestiones
iconográficas como en la historia postal: Gran Bretaña. A lo largo de todo el
reinado de Victoria los sellos emitidos por el Royal Mail para la metrópoli no
incluyeron ninguna leyenda que hiciera referencia a la denominación del reino.
Fue la imagen real la que simbolizó, con una efigie prácticamente sin cambios a
lo largo del tiempo, la pluralidad de sensibilidades, la tradición histórica y
las instituciones del Estado. Las variantes más significativas hay que
buscarlas en la emisión del Jubileo (1887) y las emisiones coloniales, que
presentan más innovaciones (46).
Bajo
el sello de la revolución
Tras el triunfo de la
revolución en 1868, y sin haberse establecido aún la nueva forma de Estado, por
orden de la Junta Provisional de Gobierno el servicio postal siguió utilizando
los sellos de las últimas emisiones con la efigie de Isabel II (1867- 1869) con
un timbre especial que llevaba impresa la frase «Habilitado por la Nación»,
estampada «sobre el busto de la exreina» (47). El uso de estos sellos cesó
cuando empezó a circular la llamada «emisión de la Matrona», a partir del 1 de
enero de 1870 y hasta el 30 de septiembre de 1872. En este caso, y en espera de
la llegada del nuevo monarca, la efigie real fue sustituida por una alegoría de
España en forma de un rostro femenino de clara influencia clásica tocada con
una corona mural sencilla (48) y una estrella invertida de cinco puntas de
resonancias masónicas. Estos sellos tienen un triple interés: en primer lugar, es
la primera vez en la historia postal española en la que el valor facial aparece
en pesetas y céntimos de peseta; en segundo lugar, también fue la primera vez
en la que la imagen aparece en posición frontal, rompiendo una práctica que
había sido habitual tanto en la filatelia como en la numismática; en tercer
lugar, en estos sellos no aparece impresa la palabra España, personificándose
la nación y el Estado en una alegoría sin referencias semióticas en el
imaginario nacional que produce una clara indefinición en el mensaje político
subyacente. Resulta llamativo contrastar esta iconografía con la que se creó
para la peseta. El gobierno pidió un informe a la Academia de la Historia sobre
esta cuestión (49). La Academia se pronunció a favor de la personificación de
la nación en forma de la figura de Hispania, recostada sobre los Pirineos y con
una rama de olivo en la mano derecha. Así, decían los académicos, España
asimilaba su representación iconográfica a otras figuras abstractas que
simbolizaban a algunas naciones modernas, como Helvetia (Suiza), Britania (Gran
Bretaña) o Marianne (Francia). Es cierto que el informe de la Academia estaba
pensado para el nuevo sistema monetario y no para el timbre pero, dado el
paralelismo en la evolución de los documentos de valor, hubiera parecido lógico
que la imagen hubiera sido la misma, lo que habría contribuido a reforzar los
valores políticos contenidos en ambos documentos. El rostro del sello de 1870
es, claro está, el de Hispania, pero eso no resultaba tan evidente para el
usuario común (50).
Con el rey Amadeo de
Saboya, España vuelve a una cierta situación de estabilidad institucional que
recupera a la monarquía como elemento referencial de la nación. Sin embargo,
las emisiones hechas durante este breve reinado presentan unas ciertas
peculiaridades. La primera de ellas es el elevado número de valores faciales
emitidos: 2, 5, 6, 10, 12, 20, 25, 40 y 50 céntimos y 1, 4 y 10 pesetas (que se
convertirán en la tónica general a partir de este reinado y que evidencian las múltiples
variantes en el uso del servicio de correos). Por otra parte, y dejando de lado
los sellos para impresos postales (en los que sólo se imprimió el valor y la
corona real cerrada), las emisiones del reinado de Amadeo no utilizaron la
efigie real en los valores menores, es decir, los más utilizados por el común
de la población: los sellos de 2 céntimos. Los sellos de 5 céntimos (el
siguiente valor) se emitieron en dos modalidades: con cifras y con la efigie
real. La característica más llamativa de estas emisiones es la doble
iconografía del monarca. El rey Amadeo aparece representado de perfil en los
sellos de mayor valor facial (1, 4 y 10 pesetas) y de frente en los de menor
valor. Es curioso reseñar que en ninguna de las dos representaciones el rey lleva
símbolos que denoten su condición real: ni corona ni escudo. Su aspecto físico
es, además, el de un burgués corriente, con el pelo corto y el rostro barbado.
En la efigie frontal que muestra el inicio de los hombros, el rey exhibe la
parte superior de su indumentaria, lo que constituye una novedad en España en
los retratos postales. La representación frontal es especialmente interesante
porque el personaje del grabado entabla un contacto visual directo con el
usuario del sello lográndose, de esta forma, una aproximación entre los
súbditos y un monarca que no parece serlo. Otro elemento significativo de estos
sellos lo constituye la leyenda que acompaña a la efigie real. Aparte del valor
facial, todos ellos contienen dos palabras: «Comunicaciones», ya presente en
1870, y con unas connotaciones de modernidad de las que carece la antigua
leyenda «Correos»; y «España», completa en los de menor valor y con la
abreviatura ESP., en los de mayor valor facial. La conclusión es fácilmente
deducible: estas emisiones proyectan un mensaje político basado en una
concepción de la monarquía iconográficamente desnuda, apoyada en la nación y en
las instituciones del Estado, entendidas como proveedoras de un servicio
público; una monarquía constitucional salida de la voluntad general
representada en las Cortes, como fue la de Amadeo de Saboya. Acerca de las
posibilidades de este proyecto político no cabe pronunciarse en este trabajo,
pues ya lo han hecho los especialistas en historia política. Sin embargo, sí es
posible afirmar que el elevado contenido abstracto de este mensaje dificultó su
capacidad de penetración en el imaginario de la población española (dejando a
un lado la popularidad o el rechazo que pudiera generar el propio rey Amadeo
por otros conductos).
La proclamación de la
Primera República dará paso a un nuevo conjunto de símbolos que, de alguna
manera, dejarían su huella en las formas iconográficas que adoptaría la nación
española en el futuro. En los años 1873 y 1874 se emitieron varias series
filatélicas que revelan una distinta forma de entender la nación, tanto
política como territorialmente. Una vez más, los sellos para impresos presentan
unas características propias. En este caso, y en relación con épocas
anteriores, sustituyendo la corona real por la corona mural. Por lo que
respecta al resto de las emisiones, hay que señalar las diferencias entre el
sello emitido en 1873 (julio) y los demás, los que corresponden a la República
conservadora de Serrano. En el sello de 1873, con una amplitud de valores
similar a la de las emisiones del rey Amadeo, se representa a la República con
una alegoría. Al igual que sucedió con el gobierno provisional en 1868, el
gobierno republicano pidió un informe a una comisión mixta de las Academias de
la Historia y de Bellas Artes para el diseño de las acuñaciones numismáticas
del nuevo régimen. El informe fue firmado por los académicos el 30 de julio de
1873, y la emisión de los sellos con la alegoría de la República comenzó su
circulación el 1 de julio, por lo que no pudieron aplicarse a las emisiones
filatélicas las recomendaciones que los expertos propusieron al poder público
para el resto de los documentos de valor. Sin embargo, sí se observan en este
sello algunas de las observaciones del informe presentado por los académicos de
la Historia en 1868. Hispania, convertida ahora en alegoría de la República
española, ofrece un mensaje político más claro que las emisiones amadeístas: la
imagen de una mujer joven con un gorro (que no es el gorro frigio) (51) apoyada
sobre un escudo de España que, ahora sí, representa en cada uno de sus
cuarteles los antiguos reinos de Castilla y León, Navarra y la Corona de
Aragón, con Granada en la punta. Se seguía aquí otra de las recomendaciones de
los académicos: la importancia de representar la idea de la «federación». La
palabra España está impresa en ambos lados del sello, reiterando la
identificación entre la forma política (la República) y la nación (España). La
palabra «Comunicaciones» se instala en la filatelia de este periodo en la parte
superior, aludiendo, de nuevo, a elementos de modernidad que tienen un fácil
trasvase al mundo político (52).
Durante la presidencia
de Serrano, y dada la situación de guerra que vivía el país, al franqueo normal
se añadió una sobretasa de cinco céntimos que fue el llamado «impuesto de
guerra». Solo quedaron exentas de este impuesto las tarjetas postales y la
correspondencia local. La emisión de estos sellos complementarios comenzó el 1
de enero de 1874 y estuvo en vigor hasta finales de año (53). No hay en ellos
la menor alusión a la República en ninguno de sus signos iconográficos ni en su
leyenda, en la que sólo aparecen el valor facial y el sintagma «Impuesto de
guerra». Por otra parte, la única referencia a la nación es el mantenimiento
del escudo con los reinos de España en los cuatro cuarteles y con la corona
mural en su parte superior. Las otras dos emisiones de este año 1874 presentan
dos modalidades: una con la alegoría de la justicia en forma de una mujer joven
que en una mano sostiene una balanza y en la otra una espada (en ambos casos,
una clara alusión simbólica a la situación política del país) y la otra (sólo
para los sellos de 10 céntimos) con el escudo de España ya mencionado, rodeado
por una corona cívica. En este último caso, vemos cómo se reitera la
representación más clara de la nación en la forma del escudo. La Hispania
republicana de 1873 desapareció, por tanto, de la iconografía. La alegoría de
la justicia, aludiendo a un valor moral abstracto, presenta más ambigüedades en
su mensaje, que puede ser leído de múltiples formas: una referencia a la guerra
carlista, la pacificación de la sublevación cantonal, el fin de la
inestabilidad de los gobiernos republicanos previos, etc.
Antes de finalizar este
apartado, conviene dedicar unas líneas a los sellos emitidos por los carlistas,
aunque no se van a tratar en extenso pues su análisis escapa a los objetivos de
este trabajo. Los partidarios de Carlos VII reorganizaron el sistema de correos
(existente desde los años treinta en los territorios controlados por sus
tropas) en diciembre de 1873 con la distribución de estampillas y la creación
de varias administraciones. Se emitieron sellos postales en el País
Vasco-Navarra, Cataluña y Valencia-Maestrazgo-Castilla. Varias de estas
emisiones se imprimieron en Francia. La creación de un servicio postal no solo
tenía una evidente utilidad práctica, sino que permitía visualizar al carlismo
como Estado, más allá de la figura del pretendiente de turno. Se trataba de
crear un tejido institucional que permitiese dar solidez al proyecto político
defendido por la facción y el servicio de correos era una de sus expresiones.
En los sellos carlistas, la efigie real protagoniza el espacio visual con un
tratamiento muy tradicional, con la cabeza del monarca de perfil o semiperfil y
en dos de los sellos vascos (1874 y 1875) con una corona de laurel, una
representación iconográfica que remite a los emperadores romanos y que también
se utilizó en las acuñaciones numismáticas carlistas (54). Lo más interesante
de estos sellos es la leyenda, en la que se combinan el trilema «Dios, Patria,
Rey» (cuyo uso no está generalizado) y las alusiones a España con la fijación
de precios en las antigua monedas (reales y maravedíes), mostrando un claro
rechazo a las políticas modernizadoras en materia económica puestas en marcha
por los gobiernos surgidos de la revolución de 1868. El sello más curioso, a
efectos de interpretación histórica, es el 3 cuartos emitido en Cataluña, en el
que la efigie real se ha sustituido por el escudo con las armas de Castilla y
León y la leyenda «Carlos Séptimo. Rey de las Españas». A este sello se le
conoce como «el sello fantasma», pues su veracidad ha sido puesta en duda por
algunos expertos filatélicos ya que se carece de información documental acerca
de su emisión. Por esta razón, no conviene entrar en más disquisiciones, a
pesar del interés que ofrecería un análisis político del mismo (55).
Los
Borbones retornan al sello
Con la restauración de
la monarquía en España, las representaciones iconográficas de los sellos postales
volvieron a las pautas marcadas durante el reinado de Isabel II. En líneas
generales, cabe indicar que la imagen de la nación vuelve a encontrar en la
efigie real su encarnación, salvo en un caso muy puntual y de escasa
repercusión (56). Las emisiones del reinado de Alfonso XII (1875, 1876, 1877,
1878, 1879 y 1882) presentan, como las de la reina Isabel, la evolución
biológica del monarca, que es observable tanto en los rasgos del rostro como en
la evolución del peinado (57). Como sucedía con el rey Amadeo, Alfonso ofrece
el aspecto del varón burgués característico de la sociedad mesocrática que se
aspiraba a construir. A efectos de interpretación iconográfica, las emisiones
más interesantes son la de 1875 y la de 1876. La primera muestra el retorno de
las referencias a la raigambre histórica de la nación en los ángulos del sello,
con castillos y leones que remiten, de nuevo, a una concepción
castellano-céntrica de la nación, arrinconando la propuesta republicana de la
pluralidad territorial de la misma. Por lo que respecta a la emisión de 1876,
su interés radica en el hecho de que el busto del rey aparece en posición
frontal y vestido con uniforme militar. Es esta la imagen menos estereotipada
de todas en la que el rey es presentado ante su pueblo como el rey pacificador
(58). El resto de las emisiones muestran al monarca de perfil, sin atributos de
majestad en su cabeza y con el cuello despejado, por lo que las alusiones
militares desaparecen a partir de 1877. Desde 1878 y hasta la última de 1882,
las emisiones filatélicas repiten el mismo grabado de la imagen real, con las
únicas variantes de su orientación hacia el perfil izquierdo o el derecho. Por
lo que respecta a la leyenda, es importante reseñar que la palabra «España»
desaparece totalmente de estos sellos pues, de nuevo, el rey es el símbolo de
la nación, por lo que no se hace necesario ni siquiera mencionar a esta para
reconocer la nacionalidad del timbre. El resto de la leyenda, además del valor
facial, no presenta grandes novedades, salvo la sustitución de «Comunicaciones»
por «Correos y Telégrafos» a partir de 1879. La monotonía iconográfica de las
emisiones postales del reinado de Alfonso XII no fue obstáculo para que el
mensaje político de sus sellos fuera muy claro y fácil de entender por
cualquier ciudadano: la esencia de la nación española reside en su monarquía,
restaurada en la dinastía Borbón. La repetición de la misma imagen del monarca
en varias emisiones contribuía, incluso, a la consolidación de este mensaje,
situación que se asemeja al caso inglés, caracterizado también por la monotonía
y en el que la cabeza de la reina fue expresión reiterada de soberanía y nación
(59). Tras la muerte de Alfonso XII, el conservadurismo filatélico se continuó
durante la minoría de edad de su hijo, lo que muestra la necesidad de mantener
ese mensaje político de estabilidad para evitar posibles turbulencias en un
momento especialmente difícil para la monarquía. La primera emisión de sellos
de Alfonso XIII tuvo lugar en octubre de 1889, con un Alfonso XIII niño. Es conocida
por los filatélicos como la serie del «Pelón». A partir de principios del siglo
XX, las series básicas (las que reproducen, entonces y ahora, la efigie del
jefe del Estado) se verán complementadas con las series conmemorativas, que
ampliarán enormemente el panorama iconográfico del sello español y se
convertirán en soportes más flexibles para la circulación de mensajes políticos
(60).
Conclusión
En sus Fruslerías
postales el polifacético doctor Thebussem recoge una frase de Rowland Hill en
la que el creador del sello postal moderno insiste en la necesidad de hacer
comprender al público el carácter práctico del servicio de correos (61). El
sello nació con vocación pragmática y es precisamente ese funcional disfraz el
que le convierte en un instrumento político discreto, pero muy útil. Para el
caso español, y en el periodo analizado en este trabajo, hemos visto cómo
durante la mayor parte del tiempo ha sido la imagen real la que ha vehiculado
una concepción de la nación estrechamente asociada a la monarquía. Diseñado
desde arriba, pero interpretado desde abajo, este proyecto político es también
claramente visible en otras representaciones iconográficas contemporáneas (62).
Los ejemplos analizados nos permiten afirmar que la efigie real en el sello (al
igual que en la moneda) posibilitó una cierta pedagogía política que acercaba a
la ciudadanía el abstracto y novedoso concepto de nación al corporeizarlo en la
figura del monarca, mucho más familiar en el imaginario de la población. Lo
políticamente intangible, la nación, se hacía carne en los perfiles del monarca
y así se solventaba su inconcreta representación iconográfica en el rostro del
rey, la cabeza de todos los ciudadanos de esa comunidad imaginada llamada
nación. Asimismo, el Estado se visualizaba ante los ciudadanos mediante el
mismo sistema iconográfico, contribuyendo a reforzar esa idea de comunidad
imaginada en lo político (a través de esta fusión entre monarquía y nación
encarnada administrativamente en las instituciones públicas) y en lo
territorial (a través de los ámbitos de circulación del servicio postal, al
homogeneizar el uso de una misma imagen simbólica para toda la nación en
actividades no connotadas políticamente, como el envío de cartas y paquetes).
Durante el reinado de Isabel II, la evolución del sello postal nos muestra un
consenso iconográfico entre las grandes culturas políticas del liberalismo
español (moderados, progresistas, unionistas): la reina simboliza a la nación,
aunque aún se mantengan ciertos elementos semióticos de la realeza tradicional.
Con Alfonso XII (tomando a Amadeo I como antecedente), la efigie real se
despoja de aditamentos, humanizándose, para presentarse como una monarquía
moderna, en la cual, Castilla, a través de sus indicadores heráldicos,
personifica a todo el reino, al igual que durante el reinado de su madre. En
definitiva, puede decirse que mientras que, en lo político, la monarquía fue
utilizada metafóricamente como representación de la nación, en lo territorial,
Castilla sirvió como metonimia de toda España.
NOTAS
Sánchez,
Raquel, «La imagen circulante del rey: el sello postal y las representaciones
visuales de la nación en España (1849-1882)», Hispania, 79/262 (Madrid,
2019): 443-470. https://doi.org/10.3989/hispania.2019.013.
2
STRAUSS, 1975: 164-165. En este trabajo se hablará del sello postal, y no de
otras modalidades de timbres que, como el sello fiscal, tienen un uso más
específico.
3
Véase, por ejemplo, MONTALBÁN ÁLVAREZ y CUEVAS ALLER, 1982-1984: vols. 1 y 2.
La cuestión de las falsificaciones y reutilizaciones de los sellos no debió
ser un problema menor para las arcas públicas, pues el 16 de marzo de 1854 se
publicó un Real Decreto para intentar controlar el problema (Gaceta de
Madrid, 18.03.1854) y a lo largo del siglo se imprimieron diversas circulares
acerca de las falsificaciones detectadas y las formas de actuar en las
administraciones de correos al respecto de este delito.
4
MICHELS y SCHOELL-GLASS, 30/2 (2002): 85-92. Para Warburg, el sello postal
era, de hecho, un sistema de creación simbólica.
5 REID, 19/2
(1984): 223-249. También BRIGGS, 1988: 327-368.
6 ALTMAN,
1991: 100-101.
7 SCOTT, 142/1
(2002): 107-124. El
sello postal permite, además, análisis desde el punto de vista de los
estudios culturales, en particular desde los enfoques de género, colonial y
postcolonial. Otra dimensión interesante, que aquí no se tratará por razones
de espacio, es la del sello postal como proyección internacional de la imagen
de un país.
8
Como se verá después, en 1849 se decretó la impresión de la primera emisión
postal en España. En 1882 se imprimió la última del reinado de Alfonso XII.
9
BILLIG, 1992.
10
Interesantes reflexiones sobre esta relación en otros soportes visuales en
REYERO, 2015: 31-54.
11
SCOTT, 1995: 6-8.
12
Nos movemos entre conjeturas incluso en la interpretación, pues como señaló
Peter Burke, al analizar los testimonios visuales de otra época hay que tener
en cuenta que se crearon y se entendieron en su tiempo bajo un sistema de
valores que no es el nuestro (BURKE, 2001). Una reflexión sobre los procesos
de nacionalización y sus problemáticas en QUIROGA, 90 (2013): 17-38.
13 STRAUSS,
1975: 159-161
14 STRAUSS,
1975: 177-179.
15 HOEK, 30/2
(2002): 33-44.
16 ARCHILÉS,
2007: 127-151
17
CAMPBELL-SMITH, 2012: 113-134. Véase también: MUIR, 1990.
18
ROSE, 1980: 34.
19
SCOTT, 1995: 6.
20
GUINOVART y TIZÓN, 1971. Fueron muchas las marcas postales anterior al sello,
la mayoría de ellas de carácter local-regional, que convivían con el correo
oficial, como el porteo asturiano o las mensajerías o corsarios gaditanos,
empresas privadas dedicadas al transporte de correspondencia.
21
Este proceso puede seguirse en BAHAMONDE, 1993: 25-66. Desde una perspectiva
jurídica: SALDAÑA FERNÁNDEZ, 2011.
22
Real decreto de 6.08.1845 sobre reforma de las tarifas de correos (Gaceta de
Madrid, 17.08.1845).
23
Real Decreto de 24.10.1849 sobre el modo de franquear las cartas (Gaceta de
Madrid, 31.10.1849). No puede decirse que el franqueo previo fuera algo
completamente nuevo en España, pues en el año 1843 se habían tratado de
implantar los sobres sellados, aunque el proyecto, finalmente, no logró salir
adelante (Orden del Gobierno provisional para que se estudie el
establecimiento del franqueo previo, 17.08.1843, Gaceta de Madrid,
18.08.1843).
24
Real decreto de 15.02.1856 estableciendo como obligatorio el franqueo previo
de la correspondencia pública por medio de sellos (Gaceta de Madrid,
17.02.1856). En Gran Bretaña se había implantado en 1855.
25
BAHAMONDE, 1993: 76-78.
26
SÁNCHEZ-ALBORNOZ, 114 (1970): 75-85.
27
BAHAMONDE, 1993: 81-82. Más información en: «Estado general de las cartas y
pliegos que han circulado en la Península e Islas adyacentes desde 1857 que
puede tomarse por tipo del franqueo obligatorio para las del reino
establecido en 1.º de Julio de 1856 hasta fin de 1863», Gaceta de Madrid,
25.6.1864.
28
«Real decreto sobre el modo de franquear las cartas», 24.10.1849 (Gaceta de
Madrid, 31.10.1849). 29 «Real decreto sobre instrucción para el franqueo y
certificado de cartas e impresos», 1.12.1849 (Gaceta de Madrid, 13.12.1849).28
«Real decreto sobre el modo de franquear las cartas», 24.10.1849 (Gaceta de
Madrid, 31.10.1849).
29
«Real decreto sobre instrucción para el franqueo y certificado de cartas e
impresos», 1.12.1849 (Gaceta de Madrid, 13.12.1849).
30
El primer matasellos fue el conocido como «el matasellos araña», que tenía un
círculo en medio presuntamente para no embadurnar de tinta la cara de la
reina. No se empezó a utilizar hasta febrero de 1850. Entre enero y febrero
de 1850 se cancelaron los sellos con un fechador, el «baeza», introducido en
1842 por el entonces Director General de Correos, Juan Baeza.
31
La información acerca de las fechas de circulación de los sellos que se
mencionan en este artículo procede de FERNÁNDEZ DURO, 1881.
32
Las emisiones posteriores enmarcarán el rostro de la reina en círculos o en
óvalos, creando un efecto medalla en la imagen real.
33
Para la impresión de los sellos se utilizaron diferentes técnicas. Véase:
LÓPEZ-SÁNCHEZ TODA, 1969. FREIRE SANTA CRUZ, 2015.
34
Los rostros de Isabel II en las series filatélicas de su reinado reproducen,
en la mayoría de los casos, las efigies de las colecciones numismáticas
acuñadas en este periodo, aunque no siempre son coincidentes, como sucede,
por ejemplo, entre el sello de 1853 y la moneda de 10 reales del mismo año.
En cualquier caso, en la numismática isabelina la reproducción de la efigie
real tiende más a la monotonía que en el sello. Por otra parte, las monedas
incluyen otros mensajes políticos que están ausentes de las emisiones
filatélicas, como la leyenda del anverso «Isabel 2º. Por la gracia de Dios y
la Constitución».
35
«Real decreto de 3 de noviembre de 1852» (Gaceta de Madrid, 4.11.1852),
completado por la «Real Orden de 8 de octubre de 1853» que establecía el
sello de un cuarto para la correspondencia más habitual. Fueron dos sellos:
uno de un cuarto y otro de tres cuartos.
36
Diario de Sesiones de las Cortes, 27.12.1822, legislatura extraordinaria
1822-1823: 1139.
37
GUERRA CHAVARINO, 50 (2010): 268.
38
Fernández Duro afirma que, dado el interés local de esta serie para el
Ayuntamiento de Madrid, que contribuyó a financiar parte de la emisión, las
autoridades estatales aceptaron que la imagen impresa en ella fuera la del
escudo de la ciudad (FERNÁNDEZ DURO, 1881: 29-30).
39
Real Decreto estableciendo el franqueo previo obligatorio desde 1.º de Julio
próximo para la correspondencia oficial por medio de sellos 16.03.1854
(Gaceta de Madrid, 18.03.1854).
40
MENÉNDEZ PIDAL, 2000: 212.
41
FRANCISCO OLMOS, 2007: 177-234
42
Con la excepción de los sellos para impresos de la emisión de 1867, en los
que sólo figura el valor del timbre.
43
Sin que existan evidencias palpables que nos permitan establecer una relación
directa entre la decisión de suprimir la efigie real de este sello y la
elección del escudo en su lugar (la primera emisión de 1854 es de enero y la
revolución estalló en julio), no hay que dejar de lado que los años de estas
emisiones (1854-1855) fueron un momento especialmente crítico en el reinado
de Isabel II, en los que la popularidad de la reina se hallaba en uno de sus
peores momentos. El primer escudo verdaderamente nacional no aparecerá hasta
1869, año en el que las armas dinásticas son sustituidas por una distribución
en los cuarteles de los antiguos reinos de España con las columnas de
Hércules a los lados (HUIDOBRO MOYA, 2015: 103-104). Durante el reinado de
Amadeo I a este escudo se le añadirá la insignia de la familia Saboya (cruz
blanca sobre fondo rojo) en el escusón.
44 PELLISTRANDI, 2005: 57-86.
45
MORENO LUZÓN y NÚÑEZ SEIXAS, 2017: 52.
46
Los sellos que circularon en el interior del país llevaron siempre una imagen
de juventud de la reina. No sucedió lo mismo ni con las monedas ni con los
sellos de los territorios coloniales (GOLDEN, 2010: 3. JEFFERY, 2006). En el
caso español, las emisiones coloniales solían llevar la misma iconografía que
los sellos para España, pero indicando en la leyenda el territorio en el que
iban a utilizarse (Cuba, Filipinas, Fernando Poo, etc.).
47
«Real Orden de 30.09.1868» (FERNÁNDEZ DURO, 1881: 130-131). La expresión
«Habilitados por la Nación» se simplificó en algunas ocasiones con el
acrónimo HPN. Sobre ellos: MARTÍNEZ PINNA, 2014. En el mundo filatélico,
estos ejemplares, objeto de numerosas falsificaciones, son auténticas rarezas
para los coleccionistas.
48
La corona mural fue, en la heráldica española, tradicional símbolo de la
Corona de Castilla, aunque posteriormente ha sido utilizada por otras
entidades políticas (locales y regionales) no castellanas.
49
«Decreto de 19.10.1868 disponiendo […] y que la Academia de la Historia
informe acerca del escudo de armas y atributos que deban figurar en los nuevos
cuños» (Gaceta de Madrid, 20.10.1868). El informe en FERNÁNDEZ-GUERRA,
ROSELL, OLÓZAGA y SAAVEDRA, 1868.
50
Este es un caso claro de lo que Hoek calificaba de mensaje poco explícito,
con escasa capacidad de penetrar en el imaginario político de la población.
51
Los diseñadores de este sello no optaron por el gorro frigio por sus
connotaciones radicales. Esto es algo que también señalarían los académicos
en su informe de 1873: «[…]. El gorro frigio, en las obras del arte antiguo,
no denotaba nunca libertad, sino extranjería […] el gorro que entre los
romanos recibía el esclavo libertado […]. Por otra parte, aunque no existiera
ese error, propagado por los jacobinos de París al aceptar como enseña el
birrete de los presidiarios amnistiados de 1790, un Gobierno que desee
conducir a la República por las vías de la justicia, del orden y del
progreso, debe apartar de sus sellos un símbolo que despierta tristes
memorias de terror y de luto, y puede alentar esperanzas de desorden y de
total extravío», FERNÁNDEZ-GUERRA, RÍOS Y SERRANO, SAAVEDRA, PONZANO y
PALMAROLI, 1873.
52
Curiosamente, los timbres para impresos siempre llevan la leyenda «Correos»,
mientras que los sellos de uso común se inscribe la palabra «Comunicaciones».
Otras versiones iconográficas (no filatélicas) de la República en OROBON, 13
(2005): 79-98.
53
Ello no implicó la supresión del impuesto pues, como se dijo más arriba,
prosiguió hasta 1881. Salvo pequeños detalles, la iconografía del sello del
impuesto de guerra se mantuvo en la emisión de 1875, sustituyéndose el escudo
de España por la efigie del rey Alfonso XII en la de 1876 y 1879.
54
La pervivencia de las referencias clásicas en el imaginario político del
siglo XIX ha sido ampliamente constatada. Para el caso español, véase:
REYERO, 2010.
55
Acerca del servicio de correos carlista y de sus emisiones postales: IGLESIAS
BALDEÓN, 42 (2008-2009): 173-251. Sobre el 3 cuartos carlista: SEMPERE, 2014.
56
Se hace referencia al marcador de la correspondencia devuelta, de uso interno
de Correos, que en lugar de la efigie real lleva impreso el escudo de España,
que es el mismo que se diseñó para el Gobierno provisional de 1868-1869 y la
Primera República, manteniendo las columnas de Hércules, con la sustitución
de la corona mural por la corona real cerrada y la colocación de un escusón
con los lises borbónicos.
57
No todas estas emisiones tuvieron el mismo número de valores. Oscilan entre
un máximo de 10 (por ejemplo, la de 1875: 2, 5, 10, 20, 25, 40 y 50 céntimos
y 1, 4 y 10 pesetas) y un mínimo de dos y tres (las de 1877 y 1882). 58
FERNÁNDEZ SIRVENT, 11 (2010): 47-75.
59
REID, 19/2 (1984): 228.
60
Son, a este respecto, de obligada consulta los trabajos de GUERRA GONZÁLEZ
(2016), como ejemplo de análisis del sello temático; de NAVARRO OLTRA (2009),
para el estudio del discurso ideológico del franquismo a través de las
emisiones postales; y de MONROY-AVELLA (2011), para la iconografía y las
visualizaciones espaciales del territorio.
61
THEBUSSEM, 1895: IV.
62
PÉREZ VEJO, 2006: 217-226. REYERO, 2015: 44
|
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2019, vol. LXXIX, n.º 262, mayo-agosto, págs. 443-470 ISSN: 0018-2141, e-ISSN:
1988-8368, https://doi.org/10.3989/hispania.2019.013
FIGURAS
DE EMISIONES
Penny black británico
El primer día de venta fue el 30 de diciembre
de 1849, al menos en lo que se refiere a la capital de España
1851 – 6 cuartos –Isabel II
1851 – 2 reales – Isabel II
1852 – 2 reales –Isabel II
1853- 6 reales – Isabel II
1854 – Media onza – Escudo de
España
Frontal, Isabel II
1872 – Comunicaciones –Amadeo I
1ª República – Matrona, alegoría
de la República
España, 1875 – Carlos VII
1874, Alegoría de la Justicia
1875, 5 pesetas – Alfonso XII
Alfonso XII, 1876
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