miércoles, 25 de marzo de 2020


Comercio Interno en América Colonial




El comercio colonial no era sólo transatlántico, también hubo un comercio interno aunque durante mucho tiempo los investigadores, encandilados por el metal enviado a la metrópoli, descuidaron la actividad mercantil en el interior del continente. En América existían flujos comerciales, no solo locales sino también regionales e intercoloniales, orientados al abastecimiento de ciudades y centros mineros. El motor de estos flujos era la necesidad de las oligarquías locales y regionales de contar con la plata suficiente para pagar las importaciones europeas y hacer frente a otros gastos. La comunicación entre las ciudades y los centros productores con sus mercados locales y regionales originó una intensa actividad económica vinculada al comercio interior. La cría y venta de mulas y la fabricación de carretas y otros medios de transporte movilizaban recursos y generaban trabajo. Para mantener operativas las rutas comerciales se construyó una red de postas y posadas que permitiera a los arrieros, transportistas, comerciantes, mensajeros y escasos viajeros descansar durante sus travesías, ya que el mal estado de los caminos dificultaba las comunicaciones.
Pese a las prohibiciones, el 
comercio intercolonial fue un hecho en los mares interiores del Imperio, como el Caribe y el Pacífico. La necesidad de plata de las economias regionales para pagar los productos europeos impulsaba la circulación de mercancías y el comercio de larga distancia en el interior del continente. De este modo, la yerba mate de Paraguay llegaba a los mercados del Rio de la Plata (Santa Fe y Buenos Aires), de Chile, del Alto y Bajo Perú y hasta de Quito. Dada la existencia de aduanas interiores y el alto costo de los fletes, sólo determinados productos recorrían esos circuitos. Las tramas interregionales aprovechaban las rutas marítimas, por el menor impacto de sus fletes. Un circuito muy frecuentado era el del Caribe, cuyos centros eran Veracruz y La Habana, y comunicaba a colonias tan dispares como México, Venezuela, Panamá o Cuba. El cacao de Maracaibo y Caracas se comenzó a exportar regularmente a México desde 1622. Otro negocio importante fue la redistribución de los rezagos, las manufacturas europeas que los comerciantes de las flotas no habían logrado vender y que los comerciantes cubanos comenzaron a reexportar a otras colonias, pese a que en 1598 se había prohibido su tráfico entre las islas caribeñas.
El Pacífico, o Mar del Sur era otra zona de gran movimiento con sus dos subcircuitos, 
el mexicano y el peruano, siendo Panamá su punto divisorio. Los contactos entre El Callao, Guayaquil y Acapulco con América Central, eran frecuentes. Acapulco distribuía los productos orientales llegados en el Galeón de Manila. En 1591 la Corona prohibió el comercio entre México y Perú, una medida reiterada en 1631 y 1634, para evitar que la plata peruana fluyera a través de Acapulco hacia Filipinas y el Oriente en lugar de hacerlo regularmente a la metrópoli. Pese a las prohibiciones, el comercio se mantuvo y la reiteración de las órdenes sólo confirman su incumplimiento. El intenso tráfico marítimo del Pacífico Sur se vio afectado por los piratas, que obligaron a replegar las rutas, en especial las que transportaban la plata de Potosí a Lima. El metal potosino se enviaba en mula hasta el puerto de Arica, desde donde se embarcaba a El Callao. Desde allí la Armada del Mar del Sur lo remitía a Panamá. Posteriormente se decidió efectuar todo el transporte a lomo de mula, desde los yacimientos del Alto Perú hasta Lima, pese al mayor costo y duración del trayecto, ante la considerable ganancia en seguridad.
Por último, estaba el comercio local, que conectaba las mercancías con el mayor número posible de consumidores, y las ciudades con los territorios circundantes que las abastecían de productos frescos (carne, productos lácteos y vegetales). En las ciudades de cierta importancia existían mercados donde se comercializaban estos productos, y en torno suyo giraban vendedores y compradores, funcionarios de los ayuntamientos encargados de cobrar las tasas y cuidar que los pesos y medidas respetaran la legalidad, vigilantes, inspectores, jueces, etc. También existían mataderos en las afueras de las ciudades donde se faenaban las reses remitidas a los mercados. Era frecuente que los indígenas tuvieran sus propios mercados. Finalmente, vale la pena mencionar el capital que movía el comercio minorista, ya que no sólo hay que considerar las mercancías vendidas a lo largo del año, sino también el mercado inmobiliario urbano. Así, numerosas tiendas se vendían o alquilaban constantemente, especialmente en los centros urbanos, siendo las propiedades próximas a la plaza mayor las más cotizadas.



Exportación de metales preciosos en América Colonial

Rápidamente comenzaron a enviarse a España cantidades crecientes de metales preciosos, primero de los yacimientos aluvionales del Caribe y luego del saqueo de los tesoros de los imperios indígenas. Los metales preciosos alcanzaron un porcentaje abrumador dentro del total de los productos arribados a los puertos peninsulares. Durante los siglos XVI y XVII la mayoría de los metales embarcados en América llegaban a Sevilla. En un principio, la exportación fue fundamentalmente de oro (véanse Gráfico y Cuadro). Para tener una idea clara del predominio inicial del oro, éste no debe medirse en peso sino en valor, que era más de diez veces superior al de la plata. Las llegadas de oro comenzaron a alcanzar niveles espectaculares a partir de 1530, obteniéndose en las décadas centrales del siglo XVI los mayores volúmenes de producción.

 

La llegada de plata a la Península aumentó con el descubrimiento de los yacimientos de Potosí y Zacatecas, y especialmente a partir de la década de 1570, con la introducción del método de patio. Las llegadas de metálico a España y Europa dieron lugar a una fuerte inflación, la llamada revolución de los precios. Si bien diversos autores cuestionan que la llegada de metales preciosos fuera la causa única de la subida de los precios, es evidente que el aumento de la oferta monetaria tuvo serias repercusiones. Mientras una cuarta parte del metal arribado, proveniente de la recaudación de las Cajas americanas, iba a la Real Hacienda, un amplio porcentaje de oro y plata, cuya cifra exacta se desconoce era para los comerciantes. También estaban las remesas de los emigrantes y los ahorros de los pasajeros que retornaban a la Península. De acuerdo con Morineau, las llegadas de metales preciosos americanos a Europa durante el siglo XVII fueron importantes (véase Gráfico).En las dos primeras décadas del siglo XVIII llegó plata a puertos europeos no españoles correspondiente al comercio directo francés y que entre 1701 y 1725 sumó más de 55 millones de pesos.




Estructura política de América Colonial



Durante el siglo XVI, la Corona controló América a través de adelantados y gobernadores, sujetos a fiscalización y disciplina, y a través de los visitadores del Consejo de Indias.
El adelantado era, por lo general, un capitán que mandaba por orden del rey aunque, dada la lejanía, poseía poderes discrecionales.


Pronto se ocuparon del gobierno de las colonias dos organismos hispanos: la Casa de Contratación de Sevilla y el Consejo de Indias. Desde la Península adoptaban disposiciones generales, pues las particulares recaían en los adelantados.


Una vez conquistada toda América, los gobernadores sustituyeron a los adelantados y se responsabilizaron desde entonces de la organización legal, administrativa y política.

El Virrey

El cargo más relevante de la administración española lo ostentaba el virrey, que hacía las veces de rey. El primer virrey, Diego Colón, hijo del Almirante, dirigió desde Santo Domingo la colonización de 1509 a 1526, año en que desapareció este virreinato, dada la magnitud de México.

Virreinatos de América

Las Indias quedaron organizadas en cuatro virreinatos:

Virreinato de la Nueva España

El virreinato de la Nueva España (México) abarcaba desde el norte de Guatemala hasta el oeste y el medio oeste de los Estados Unidos actuales, enorme extensión de difícil control, subdividida en tres provincias y doce intendencias.

Virreinato del Perú

El segundo en extensión e importancia, el virreinato de Perú, se extendía por parte de la costa americana del Pacífico, capital en la ciudad de Lima y con ocho intendencias.

Virreinato del Río de la Plata

El tercero, el virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, ocupaba lo que es el actual Cono Sur (Argentina, Uruguay y Paraguay) y parte de Bolivia.

Virreinato de Nueva Granada

El cuarto y último virreinato, el de Nueva Granada, comprendía los futuros países de Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador, y estaba dividido en ocho provincias.

Capitanías Generales

Las capitanías generales, territorios de menor importancia, las gobernaba un capitán general, cuya autoridad sólo la superaba el virrey.

Existían cuatro capitanías generales: capitanía de Caracas (que en la práctica se independizó del virreinato de Nueva Granada), capitanía de Guatemala (situada al sur del virreinato de Nueva España), capitanía de Chile (muy alejada del virreinato de Perú) y la capitanía de Cuba que incluía a las islas del Caribe.

En aquellos lugares donde por determinadas circunstancias la autoridad del virrey o del capitán general no llegaba, la ejercía el presidente de la Audiencia. Se crean entonces tres presidencias: la de Quito (entre los virreinatos de Perú y Nueva Granada), la de Cuzco (al sur de Lima) y la de Charcas (en Bolivia).

La Real Audiencia

La Corona instaura la Real Audiencia para el desempeño de actividades judiciales, administrativas y gubernamentales.

Organismo judicial del más alto nivel, su poder se situaba por encima del virreinal, hasta tanto el Consejo de Indias no se pronunciase sobre cuestiones de carácter importante, en las que su decisión era inapelable.

La más antigua Audiencia se creó en Santo Domingo, a partir 1511, de la cual surgieron la de Panamá (1538), y las de Lima y Guatemala (1542). La última, la de Bogotá, se estableció a mediados del siglo XVI.

Su importancia fue fundamental, pues en las presidencias, el cargo de gobernador estuvo ocupado por el presidente de la Audiencia.

La jerarquía de estos organismos era acorde con la importancia del territorio en que se enclavaran. Así, destacaban las audiencias de los virreinatos, a las que seguían las presidenciales y después, las subordinadas y pretoriales.

De todas ellas, disfrutó de mayor poder la de Santo Domingo, la cual en realidad, fungía como avanzada del Consejo de Indias en el continente. Su estructura radicaba en un presidente, varios oidores, un fiscal y un alguacil mayor.

Por lo general, la máxima autoridad civil del territorio presidía la Audiencia de su región, aunque se tratase de un cargo meramente formal y representativo, ya que en el Consejo no contaba con voz ni con voto.

Real Audiencia de Quito



El Consejo de Indias

El organismo supremo de administración y control de toda la América española, el Consejo de Indias, se creó en 1511, aunque hasta 1524 no contó con un reglamento coherente. Sin embargo, no fue sino hasta 1574 (durante el reinado de Felipe II, con las colonias ya consolidadas) que se promulgaron las Reales Ordenanzas que fijaban definitivamente las funciones inherentes a su competencia, a pesar de haberse contemplado ya en las Leyes de Indias.

Su poder dimanaba del rey y se ejercía en representación suya, a través de su delegado, el presidente del Consejo, cargo que en ocasiones recaía sobre un eclesiástico.
El Consejo de Indias abarcaba en una sola institución los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Aprobaba o rechazaba nombramientos de altos cargos, dictaba leyes, influía en la designación de los altos prelados eclesiásticos, etc. Los funcionarios de la administración colonial debían rendirle cuentas e informarle periódicamente de la marcha de sus circunscripciones.

Estructura

Poseía una estructura administrativa vertical formada por presidentes, oidores, asesores y cronistas; y en la parte técnica, por marinos, geógrafos, cartógrafos y demás profesionales relacionados con las actividades de ultramar.

Cuando se planteaba algún problema de difícil solución o cualquier situación conflictiva nueva de cierta magnitud, el Consejo enviaba un visitador como su representante máximo; quien con poder delegado por el rey, podía someter a cualquier persona, incluso al virrey, a los juicios de residencia, en los que cualquiera podía verse involucrado por denuncia de un súbdito contra un funcionario, por humilde que fuera el acusador. El visitador debía escuchar las razones expuestas en el juicio e instruir una causa contra el procesado, lo cual se remitía al Consejo para que éste dictaminara sobre la justeza de la reclamación. Sin embargo, los juicios de residencia nunca surtieron un efecto verdadero, ya que los poderosos eran pocas veces blanco de la gente sencilla. Buena y democrática iniciativa del cardenal Cisneros que, como tantas otras de la colonia, quedó solo en el papel.

Abolición del Consejo de Indias

La larga vida del Consejo sufrió bastantes transformaciones. Con la administración ilustrada de los Borbones, el Consejo se convirtió, a la usanza de Francia, en un Ministerio de Indias, abolido por las Cortes revolucionarías de Cádiz en 1812, para resurgir con la restauración de Fernando VII. Finalmente, desapareció en 1834, poco después de la muerte del rey, cuando España sólo contaba ya con las Filipinas, Cuba y Puerto Rico, como restos de su imperio.


Poder municipal

Los ayuntamientos indianos gozaron de la mayor importancia en la fundación, consolidación y posterior administración de los territorios locales de las colonias. Estos ayuntamientos, denominados cabildos, desempeñaban funciones sobre todo urbanísticas, ya que se ocupaban de la ubicación de los edificios públicos y privados de la ciudad, de sus aguas albañales, de la limpieza general del burgo y de la defensa cuando ésta se requería.

El cabildo

El cabildo o concejo lo constituían los vecinos más influyentes y adinerados de la localidad. Pero con el tiempo, los cargos pasaron de representativos a subastados y adjudicados al mejor postor.
Los regidores, funcionarios que debían ser elegidos por votación, no pudieron desenvolverse satisfactoriamente hasta después de la independencia.

Las reuniones de los cabildos podían adoptar el carácter de cerradas o abiertas. En estas últimas se abordaban temas de importancia, y a ellas acudía todo el pueblo de la villa y zonas colindantes. En estos cabildos abiertos se tomaban las decisiones populares, pues en ellos votaban todos los participantes. En los cerrados se trataban los asuntos menores y cotidianos, carentes de repercusión general.

El Corregidor

Como jefe de los cabildos figuraba el corregidor, con función similar a la de los alcaldes actuales, máxima autoridad local de la villa. Llegó un momento en que todos los cargos se subastaron, pues la Corona se veía necesitada de fondos. Así se sacaron a subasta los cargos públicos, que se transformaron, con el tiempo, en oligárquicos. Sólo con la independencia se modificó esta estructura poco democrática (dada la prohibición de que formaran parte de ella los artesanos, jornaleros y esclavos), que se mantuvo durante toda la colonia y constituyó un privilegio.
Los reyes habían dispuesto que toda la tierra que no hubiese sido repartida, quedase como pasto comunal o como baldía y propiedad de la comunidad, administrada a través de los cabildos. Con esto aplicaban la política de poblamiento de la Corona en las regiones que recuperaba del Islam durante la Reconquista
.

La estructura eclesiástica

La Iglesia, abanderada espiritual de la Conquista, destacó en la defensa del indio ante los desmanes de muchos conquistadores y el sistema de las encomiendas.

Fray Bartolomé de las Casas, sacerdote en Santo Domingo, Cuba y México, recibió de los reyes el título de Protector de los Indios y argumentó sus tesis en múltiples escritos, en los que denunció las tropelías cometidas. En la actualidad se le considera un precursor del anticolonialismo.

Procesión del Corpus Christi


Los Dominicos

Entre las ordenes que más destacaron en las labores humanitarias se encuentra la de los dominicos, a la que pertenecían Las Casas, fray Antonio de Montesinos (ambos dedicados a ejercer control sobre las huestes militares) y el Cardenal Cisneros.

Otras órdenes y santos

Otras órdenes, los franciscanos y capuchinos, llevaron a cabo una política cristiana y cultural extraordinaria.
Como legislador de Indias debemos mencionar la labor jurídica del padre Francisco de Vitoria, coautor de las Leyes de Indias. El franciscano catalán fray Junípero Serra logró evangelizar toda California e instaurar el sistema de misiones, que aún hoy persiste.

Los negros encontraron un defensor en el jesuíta fray Pedro Claver, al que la Iglesia elevó a los altares en 1887. El mulato fray Martín de Porres, también santificado por la Iglesia, se destacó como adalid de los huérfanos y niños desposeídos de Perú. Entre otros prelados ilustres, defensores de los desheredados, contamos con San Francisco Solano, fray Juan de Zumárraga, la escritora mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, y Santa Rosa de Lima (la patrona de América).

Misiones de la Iglesia

Las misiones de la Iglesia en América siguieron dos vertientes diferentes. Por un lado se dedicaron a propagar la religión católica entre los indios y, por ello, contribuyeron en gran medida a su alfabetización, volcando sus esfuerzos en esta labor dominicos, franciscanos y capuchinos por igual.
La otra vertiente, más completa e integradora, la asumió la Compañía de Jesús, cuyos miembros no sólo evangelizaron y alfabetizaron a los aborígenes, sino que organizaron, colonizaron, administraron e incorporaron tierras a la agricultura, para uso de las tribus indias recolectoras.

Los Jesuitas y su labor comunitaria

Destacaron los jesuítas en las llamadas reducciones, que en número de treinta y cinco fundaron para los indios guaraníes en Paraguay, el sur de Brasil y el norte de Argentina, organizando las labores de los indios como si, formasen una comunidad religiosa medieval, autosuficiente y consagrada al trabajo y a la gloria de Dios. Los padres se erigieron en únicas autoridades de territorios que descollaron por sus excelentes resultados económicos y su espíritu humanitario. El experimento tuvo tanto éxito, que despertó recelos en la Corte y en Carlos III quien, por diversas razones, dispuso la expulsión de los jesuitas de las misiones y reducciones. El rey incautó los bienes de los jesuitas en España y en las colonias, y los obligó a marchar al exilio. Es probable que algunos sacerdotes sembraran ideas que no convenían a los intereses de las Corona y en cierta medida, se anticiparon a los aires indenpententistas que comenzaron a soplar en el último tercio del siglo XVIII en algunas colonias meridionales.

Las Parroquias

La unidad básica de la organización eclesiástica en las Indias similar al cabildo, la constituían las parroquias, bajo la tutela espiritual del párroco, aunque sometidas a la autoridad eclesiástica superior de los obispos y arzobispos, que velaban por las diócesis, las cuales abarcaban varias parroquias.

Los Patronatos

Para regular las relaciones entre la iglesia y el Estado, íntimamente ligados en aquellos tiempos, existían los Patronatos, cuyos miembros los designaban la Corona, receptora directa de este privilegio a través del Vaticano.

La inquisición

Sin embargo, un aspecto que vela la buena labor de la iglesia en América lo constituye la existencia del Tribunal del Santo Oficio, institución religiosa policial que se conoce con el nombre de Inquisición. Este brazo armado de la iglesia cobró un inusitado auge a partir de 1569, año en que el rey Felipe II comenzó a utilizarlo como un elemento coercitivo más del absolutismo. En América residió en dos sedes, una en México y otra en Lima. Los inquisidores se dedicaron a perseguir protestantes, hugonotes franceses, judíos o criptojudíos y, también, algunas costumbres escandalosas, como la bigamia y la blasfemia.

A diferencia de la Península, el Santo Tribunal no fue aceptado en América, dada la tolerancia que los españoles tuvieron que ejercer en una sociedad de varias razas, lenguas y religiones. Los procesos se produjeron en una medida mucho menor que en España durante la segunda mitad del siglo XVI.

 

La Inquisición en la colonia


El aporte cultural de la Iglesia

Además de la enseñanza moral, social y humana que la doctrina cristiana implicaba, la alfabetización que realizó la Iglesia manifestó un carácter elitista y selectivo, pues continuaron sin alfabetizar la mayoría de los campesinos españoles pobres, los indios encomendados y los esclavos negros.

Fundación de universidades

Muy pronto irrumpió la educación superior en América, como fruto del esfuerzo combinado de la Corona y de la Iglesia, la cual regentaba en exclusiva todo el movimiento cultural universitario.
México se benefició con una Universidad, fundada por Real Decreto en 1551; en el mismo año le siguió la de Lima. Trece años antes, en 1538, Santo Domingo contaba ya con la Universidad de Santo Tomás de Aquino, que seguía las directrices y modelos de la salmantina.

Fundación de escuelas

Desde principios de la colonización, los sacerdotes dominicos y franciscanos establecieron escuelas primarias para niños y adultos. En 1505, fray Hernán Suárez comenzó la enseñanza elemental en el convento de la orden de San francisco, destinada a los hijos de españoles y de indios nobles, sobre todo en Perú y México. Fundó el Colegio de San Francisco en 1523 y, en 1525, el Colegio Imperial de la Santa Cruz, para caciques e indios notables, a fin de ganarlos para la causa del emperador y del cristianismo, y hacerlos interlocutores válidos entre la masa indígena.

Universidad Nacional de San Antonio Abad en Cusco


La cultura

La sociedad civil contribuyó en gran medida al fomento de la cultura en América. Las dos ciudades más pobladas, México y Lima, competían en adelantos culturales.
Le cabe a la ciudad de México el honor de haber sido la primera de América que, desde 1535, contó con una imprenta llevada por el virrey Mendoza, con la anuencia del emperador Carlos V. A este logro siguió la construcción, a fines del siglo XVI, de la catedral, que tardó casi tres siglos en levantarse y continúa incólume en el centro de la ciudad de México que, por entonces, constituía la mayor de toda América, tanto por el número de sus habitantes como por la riqueza de sus edificios. Lima se benefició de la imprenta a partir de 1583.

Escritores de la Colonia

A fines del siglo XVI y principios del XVII, América comenzó a contar con excelentes escritores. Entre ellos destacan la monja mexicana Sor juana Inés de la Cruz (poetisa y ensayista), el peruano Inca Garcilaso de la Vega (famoso por sus Comentarios Reales, admirable relato sobre la conquista de Perú) y el dramaturgo hispano-mexicano Juan Ruiz de Alarcón (La verdad sospechosa). Con el tiempo, esta aportación se acrecentara y enriquecerá la lengua castellana con infinidad de giros y nuevos vocablos, y dará universalidad a un idioma que hasta el siglo XVI se circunscribía solo a España.



Estructura socioeconómica de América Colonial



La estructura socioeconómica colonial estaba organizada en función de los intereses de la Península (España). La estructura económica de España estaba basada en el mercantilismo capitalista, es decir, en la acumulación de metales preciosos, la actividad económica de base del sistema colonial fue la minería, no sin antes mencionar que también se practicaron otras actividades económicas, aunque sin el estímulo estatal que gozó la minería.

La propiedad de la tierra: repartimientos y encomiendas

La conquista y paulatina colonización de las regiones descubiertas por los españoles había aportado ingentes riquezas que fueron a parar en su mayor parte a manos reales, al erario hispano y, en última instancia, a los bancos de Genova, las artesanías de Flandes o las arcas de los Fugger y los Welser, banqueros alemanes del siglo XVI.

Los principales autores de la conquista, los soldados y los hombres del pueblo, responsables de los éxitos militares, de las atrocidades y de los logros económicos, quedaron algo desprovistos al término de sus servicios.

Los protagonistas de la conquista fueron entonces premiados con tierras por la Corona, conocedora de sus enormes deseos de fraguarse un futuro y, sobre todo, de huir de la pobreza de sus lugares de origen (sobre todo Andalucía y Extremadura). Así surgieron los repartimientos de tierras y las encomiendas, que se hicieron con los indios que las habitaban, para que trabajasen en ellas a cambio de que los españoles los educaran, alimentaran y cristianizaran. Los conquistadores también se comprometían a cultivar las tierras y a vivir en ellas durante determinado número de años. El cultivo de la tierra había sido ordenado por la Corona desde 1497, ya que deseaba poblarla y hacerla productiva. Para ello se enviaron aperos de labranza, semillas, posturas y ganado del Viejo Mundo.

La encomienda

 Sin embargo, los repartimientos correspondieron a las cabezas de la conquista, a los hombres que la dirigieron audazmente. El grueso de la tropa peninsular, continuó en la mayor pobreza y dependió, en muchos casos, de las concesiones de los capitanes agraciados por el favor real.

El descubrimiento de las minas de Zacatecas y Potosí, a mediados del siglo XVI en México y Perú, constituyeron una forma rápida de enriquecimiento que provocó la decadencia de la naciente economía agrícola la cual, desde entonces, sólo se auto abasteció. Los colonos pobres abandonaban las fértiles tierras en pos de la fácil fortuna, que algunos lograron en las región pródigas en metales nobles.

Las tierras descubiertas pertenecían, en virtud del 
Tratado de Tordesillas, a los monarcas por el derecho de conquista y sólo ellos podían otorgar como regalía parcelas del Nuevo Mundo, como pago por los servicios prestados a la Corona. A partir de 1512, la posesión efectiva de la tierra dará lugar a muchos problemas jurídicos, que hubieron de solventarse con la intervención de juristas como Francisco de Vitoria, por medio de las Leyes de Indias.

El feudalismo no surgió en America tal como existía en Europa, ya que las tierras constituían regalías en usufructo. El 
latifundismo nacerá en el siglo XVII, al aplicar la vieja institución castellana del mayorazgo, por la cual hereda la regalía completa el hijo mayor al efecto de mantener la integridad del patrimonio familiar.

Esta sera también la base para la creación de una aristocracia terrateniente, soporte del realismo en América durante las 
guerras independentistas.

Las encomiendas plantearon otras cuestiones. No se trataba de repartir tierras, sino seres humanos, que constituyeron la mano de obra durante la colonización. Algunas tribus, como las de la cuenca del Caribe, desaparecieron completamente en sólo dos siglos. La mayoría de los indios morían de fatigas y enfermedades europeas. Las mujeres se fueron fundiendo con los hombres europeos, ya que las primeras expediciones se componían predominantemente de hombres.

España utilizaba y explotaba a las poblaciones indígenas en la agricultura, la industria y la minería, pero, al mismo tiempo, dictaba leyes desde la Península, donde se proponían incorporar al indio como subdito, teóricamente en igualdad de condición con el hispano peninsular. Cierto que las leyes no se cumplieron con rigor.

Al morir la mayor parte de los indígenas y escasear la mano de obra tanto europea como indígena se recurrió a un sistema; el trabajo obligado de negros africanos llevados a la fuerza desde las costas del golfo de Guinea.

La esclavitud

El problema de la importación de esclavos negros ya se había planteado en La Española, al notar los encomenderos la «flojedad» de los indios, seres acostumbrados a la caza, la pesca y a una agricultura de subsistencia. Ante los abusos de los colonos, algunos sacerdotes dominicos, entre los que se contaba fray Bartolomé de Las Casas, protestaron. Vehemente abogado de la indefensión de los indios, Bartolomé de Las Casas tuvo la ingenuidad de proponer que, para aliviar su duro trabajo, debía sustituirse por el de los africanos, a quienes los europeos consideraban más fuertes, resistentes, aclimatados a los trópicos y, sobre todo, estaban acostumbrados a ver trabajar en Europa en condiciones de sujeción. La propuesta inició la trata de negros. Ante la sugerencia, el rey Fernando autoriza a la Casa de Contratación de Sevilla a realizar el trasvase obligatorio de africanos a las nuevas tierras, con lo que crea la base y el precedente jurídico para el execrable comercio humano. El primer grupo, de cincuenta esclavos, llegó a principios del siglo XVI para sustituir a algunos indios en las minas. Con el tiempo y la aparición de las plantaciones de caña de azúcar en Cuba, Santo Domingo y Brasil, de algodón en las colonias americanas de Inglaterra, y de cafe en Nueva Granada y Brasil, la trata comenzó a convertirse en un próspero negocio en el que competían Portugal, Inglaterra y Holanda. Para nutrirse de esclavos visitaban las costas atlánticas de África, en un arco que abarcaba desde Gambia hasta el desierto del Namib.

La trata se afianzó en el siglo XVII, gracias al comercio triangular ruta marítima que partía de los puertos del sur de Inglaterra y tenía un vértice las costas del golfo de Guinea, donde cambiaban artículos industriales ingleses por esclavos los cuales transportaban en las bodegas de las naves, hasta los centros de comercialización en los mercados de las ciudades del Caribe. Con el producto de su venta se obtenían apreciadas mercancías ultramarinas (como café, azúcar y algodón) con las cuales retornaban para venderlas en los puertos meridionales de la metrópoli.

 

Esclavitud en América Central


La mita y los obrajes

A pesar de que las Leyes de Burgos de 1521 reconocían la libertad de los indígenas y su derecho a recibir un trato humano, y de que Francisco de Vitoria había redactado las Leyes de Indías, la triste realidad se impuso.

En las grandes cuencas del Alto Perú (hoy Bolivia) se realizó un plan de explotación de sus recursos naturales. Sin embargo, la falta de mano de obra, originó un trabajo por turnos, concebido como un reparto forzoso de los naturales del lugar, para que sirvieran en la agricultura, la industria, el comercio y, especialmente, en la minería. Se trataba de una obligación real, no personal, pues se vinculaba al territorio. Consistía en una servidumbre totalmente dependiente de la tierra en que se vivía, con miras a la explotación de la plata de Potosí y de los yacimientos de mercurio de Huancavélica.

Surgen así, en el último tercio del siglo XVI, los mitayos, siervos que debían trabajar en condiciones infrahumanas durante una semana de trabajo pagado y descansar dos semanas, sin paga. Su jornada comenzaba una hora y media después de la salida del sol y duraba hasta su puesta. De este horario sólo se beneficiaban durante el invierno, de días algo más cortos, pero los gastos de transporte hasta el lugar de trabajo y de manutención corrían por cuenta del mitayo y resultaban superiores a los ingresos obtenidos, por lo que debía pedir prestado a la empresa que le «contrataba». Así quedaba perennemente endeudado y su condición de mitayo se perpetuaba, pues sólo podía exonerarse si otro compraba su puesto, si alquilaba sus servicios domésticos como yanacona o si huía a una de las catorce provincias peruanas donde la mita no existía.
Para atender a las necesidades industriales de una colonia tan extensa y tan alejada de las rutas marítimas europeas, se crearon los obrajes, primeras formas de producción industrial capitalista en la región. Empleaban el trabajo indio forzoso en fábricas de tejidos de lana, algodón, sogas de cáñamo, alpargatas, vidrio y pólvora. El horario laboral abarcaba desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, con media hora para descansar y alimentarse. Se ubicaban las industrias de hilado de lana a orillas de algún río, dada la enorme cantidad de agua que se requería. Trabajaban también mujeres y niños, a pesar de que las leyes españolas lo prohibían. Los salarios, al igual que en la mita, no alcanzaban y, paulatinamente, se iban endeudando.

 

Obrajes


La ganadería y su incipiente industria

La ganadería no era particularmente rica ni apreciada por la mayoría de las culturas aborígenes. Solo los incas se servían de la alpaca, la llama y la vicuña.

Los españoles contribuyeron al desarrollo de la cabaña americana a introducir especies domésticas como el caballo, para transporte, el cerdo, fuente de proteínas; y el ganado vacuno, con la revolución que supuso el aprovechamiento de su leche y de su carne en la alimentación, así como de sus cueros, en la fabricación de todo género de arreos, tan necesarios entonces. La oveja resultó de gran utilidad, ya que prácticamente sustituyó en las zonas altas a la alpaca. Pero no se pudo aclimatar ni en el Caribe ni en las regiones cálidas. Los cápridos soportaron perfectamente los climas extremos, así como las aves de corral, cuyos huevos y carne alimentaron a los españoles y a los indios, accediendo estos últimos por primera vez a ellos, aunque en cantidades limitadas. El único ganado que se adaptó a todas las latitudes fue el vacuno, permitió el desarrollo de una industria del curtido de sus pieles, sobre todo en las zonas septentrionales de México y en la región rio platense. Con el tiempo, estos animales originaron en determinadas regiones profundos cambios económicos y sociales al crear una economía ganadera de la que surgen la figura del cowboy, en Estados Unidos; en México, la del charro; en Argentina, la del gaucho; en Chile, la del huaso, y en Venezuela, la del llanero.

El desarrollo latifundista que exigía el ganado vacuno dio lugar a la aparición de la estancia en los países del Cono Sur, y de la hacienda en los demás. Factor social determinante en las nuevas sociedades americanas fueron el estanciero y el hacendado.

La Casa de Contratación

Este vasto imperio español implicaba una estructura comercial que, si bien en el siglo XVI era todavía endeble, con el tiempo se consolidó. Para su coordinación se había establecido un superministerio que centralizaba toda la actividad comercial: la Casa de Contratación de Sevilla. Creada en 1503 por Real Cédula de Isabel la Católica, llegó a controlar todo el comercio con las Indias. Incluía un servicio jurídico y el Tribunal de Justicia Marítima, en cuyo seno nació la primera Escuela de Navegación de Europa. Comprendía también el Tribunal del Consulado (con sede en Sevilla), el Juzgado de las Indias (radicado en Cádiz) y los Jueces de los Registros de las Indias (en las islas Canarias).

Pero la Casa ejercía funciones omnímodas no sólo sobre el comercio. Ademas de controlar los envíos y recibos de mercancías y metales preciosos, determinaba los precios de los artículos, organizaba las expediciones y canalizaba la emigración. Era, asimismo, sede de las representaciones comerciales de la Península y de las casas extranjeras que comerciaban con los nuevos productos destinados al resto de Europa.

Sevilla se enriqueció enormemente con el monopolio (que compartió después con Cádiz). De este modo se produjeron cambios sociales al crearse en la ciudad una clase burguesa comerciante, que alcanzaría gran influencia en la política española. Esta situación pasado el tiempo, daría lugar a unos privilegios contra los cuales lucharon los criollos, que pretendían diversificar las salidas comerciales de sus productos, cada vez más importantes.

Una de las primeras medidas adoptadas por la Casa en materia de comercio consistió en prohibir el fomento del cultivo o producción en las colonias de cualquier mercancía que compitiese con los productos de la metrópoli, como el lino y el cáñamo.

Este estricto control permitía el comercio libre con otros países; era rigurosamente monpolista. Las demás naciones, interesadas en los nuevos productos de gran demanda en Europa, se dedicaron al contrabando. Así continuó la siembra del tabaco, cuyo cultivo se había prohibido para perjudicar los intereses holandeses. Ante la prohibición de reexportar armas de fuego, o exportar caballos y otros animales de tiro, los americanos recurrieron al contrabando (o comercion de rescate), llevado a cabo por barcos de bandera inglesa u holandesa. Esta evidente contradicción y la penetración paulatina de los intereses de otras naciones, produjeron medidas cada vez más estrictas.

Surgen así los bucaneros (que practicaban el comercio dc rescate) y el corso, que consistía en una piratería encubierta tras una bandera nacional. Entre los corsarios famosos del siglo XVI se encuentran Francis Drake (a quien Isabel I Tudor ennobleció con el título de Sir), John Hawkins y Henry Morgan (que llegó a ser gobernador de Jamaica). Bucaneros de muchas nacionalidades y piratas sin bandera, por todas las aguas del Atlántico y del mar Caribe, se dedicaron a interceptar barcos aislados o, incluso, flotas españolas que desde La Habana, último puerto, transportaban mercancías y oro procedentes de la Nueva España y Perú.

El centro de sus correrías radicaba en la isla Tortuga (al norte de Haití), en las Antillas Holandesas y con la isla inglesa de Jamaica, excelente enclave que Inglaterra obtuvo en la época de Cromwell.
Esta actividad delictiva sirvió para socavar, en cierta medida, el rígido privilegio de las familias comerciales de Sevilla y, de Cádiz. Éstas realizaron una labor de zapa en la Corte y obtuvieron leyes cada vez más proteccionistas para mantener sus prebendas.

El florecimiento del corso y la piratería resultó lesivo para el comercio tanto de americanos como de españoles, ya que las flotas debían enfrentar además de los ciclones caribeños y los temporales del Atlántico, la piratería marina.

La situación cambió parcialmente en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando Carlos III permitió el libre comercio con todos los puertos españoles, lo que incrementó notablemente los ingresos de la Corona y abrió una brecha con los privilegios mantenidos por el estamento comercial.

Sevilla siglo XVI










 









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