(7) ROMANICO ESPAÑOL
Biografías de gobernantes de Al-Ándalus
Biografía de Abderramán I (Abd
al-Rahman I)
Abderramán I, príncipe Omeya
Abderramán
I "El Emigrado" (Abd al-Rahman I al-Dahil) nació en un lugar próximo
a Damasco (Siria) en el año 731 y murió en Córdoba en el 788. Era nieto del
califa Hisham.
Fue el primer emir Omeya de Al-Andalus, iniciador de una
dinastía y de un régimen político que se constituiría en la célebre Al-Andalus
Omeya (primero Emirato y más tarde Califato), uno de los estados más
importantes del Occidente altomedieval y que perviviría casi tres siglos, hasta
la caída oficial del califato en el año 1031.
Abderramán era un príncipe de la dinastía de los califas
Omeyas de Damasco. Como es bien sabido logró salvar su vida en la matanza de
Abú Futrus sufrida por su familia en el año 750 a manos de la facción enemiga
de los Abasidas. Este hecho supuso el cambio de dinastía en el Califato de
Damasco.
Huyó con algunos seguidores hacia el sur y logro llegar a
África hasta su extremo occidental, a Ceuta, donde fue acogido por la tribu de
Nafta de la que era originaria su madre.
Abderramán comprendió que podía buscar apoyos en España
en los sirios leales a su familia, descendientes de aquellos que habían
intervenido en la conquista de la Península, cuatro décadas antes.
De esta forma, Abderramán, embarcó para llegar a las
costas de Granada (Almuñécar) en el año 755, con la intención de buscar nuevos
seguidores que afianzaran sus posibilidades de alcanzar el poder que no había
logrado en África. En aquellos años Al-Ándalus era un territorio debilitado por
continuos enfrentamientos étnicos tribales. Para comprender este hecho no hay
más que percatarse en el conglomerado de razas y religiones que constituían
este territorio.
En el aspecto étnico, convivían hispanorromanos,
·
visigodos,
·
sirios,
·
árabes y
·
bereberes.
En lo relativo a los credos religiosos, coexistían:
·
musulmanes
"viejos" que no eran otros que los propios conquistadores y sus
descendientes,
·
antiguos
cristianos convertidos recientemente al Islam para evitar impuestos (llamados
muladíes),
·
cristianos que
deseaban mantener su religión (mozárabes) y
·
un importante
grupo de judíos.
Por
otro lado, el emir Yusuf al-Fihrí no era un gobernante con personalidad
suficiente para asumir un poder centralizado capaz de contener las innatas
tendencias de disidencia en Al-Ándalus.
Abderramán
reunió un ejército de leales formado por sirios, yemeníes y beréberes, y
derrotó, tras una breve guerra, al emir Yusuf. Es así como Abderramán entra en
Córdoba en el año 756 y se convierte en el primer emir independiente de Al-Ándalus.
Abderramán
I se mantendría en el trono hasta su muerte y en los más de treinta años de
gobierno sus esfuerzos fueron dirigidos a crear un estado organizado y fuerte,
siguiendo el modelo de gestión de los omeyas de Damasco.
No fue
tarea fácil porque tuvo que dedicar sus mayores esfuerzos a sofocar rebeliones
de numerosas facciones, entre las que se cuentan las del emir derrocado, Yusuf
al-Fihrí, y de sus hijos, de los sirios partidarios de los abbasíes y de los
bereberes.
Tampoco
faltaron las intrigas de palacio que Abderramán tuvo que sofocar con sangre.
Repercusión del gobierno de
Abderramán I en la historia medieval de España.
La importancia de la llegada de Abderramán a Al-Ándalus y
la instauración de emirato omeya tuvo una relevancia que pocas veces es
suficientemente destacada.
Podríamos decir, sin pecar de exageración, que la llegada
de este hombre y su instalación en el trono de Córdoba tuvo casi la misma
relevancia que la ocupación musulmana peninsular acaecida 40 años antes.
Y es que Abderramán I creó un fuerte estado
(emirato-califato de Córdoba) que a pesar de sus constantes tendencias
disgregadoras e independentistas, fue capaz consolidar un estado musulmán en la
Europa occidental y arremeter contra la nueva organización de resistencia
cristiana del norte.
Aunque sea historia-ficción no es difícil imaginar que
los nuevos reinos cristianos hubieran evolucionado mucho más rápidamente en sus
reconquistas si el enemigo musulmán hubiera sido débil y fraccionado. Algo que
es lógico suponer a la vista del rápido avance que los reinos cristianos,
especialmente Castilla y León, conseguirían en los cincuenta años de vida de
los primeros Reinos de Taifas, tras la supresión del Califato.
Sin embargo una Al-Ándalus unida (aunque con fuertes
fuerza centrífugas) logró atajar o, al menos, ralentizar durante casi tres
siglos los esfuerzos de reconquista y repoblación cristiana.
Abderramán I y el arte
Abderramán I ha pasado a la historia también por ser el
iniciador de la Mezquita de Córdoba en el solar que ocupaba la basílica
visigoda de San Vicente, en el año 785.
https://es.slideshare.net/jackerouack/arte-islmico-15732380
En ella se reutilizaron numerosos
elementos de acarreo romanos y visigodos y se mixtificaron elementos estéticos
sirios con hispanorromanos y visigodos que fue el germen del arte andalusí.
https://www.arteguias.com/biografia/abderramani.htm
Biografía de Abderramán III (Abd al-Rahman III)
Abderramán
III, Primer Califa de Al-Andalus
No es exagerado decir que le califa Abderramán III fue uno de los
gobernantes más importantes de la historia de la Humanidad. Fue un hombre de
acusados rasgos de personalidad: brillante, astuto, impetuoso, culto, violento,
cruel… una combinación de características que hizo de él uno de los hombres más
poderosos de la Edad Media occidental.
La infancia de Abd al-Rahman estuvo marcado por la violencia y las
intrigas de palacio. Era nieto del emir Abd Allah I. Se dice que su propio
abuelo mandó matar a Mohammed, su propio hijo y padre de Abderramán. El crimen
lo cometió Motarrif también hijo del emir. El caso es que Abd Allah, tras el
asesinato de Mohammed adoptó a Abderramán y le nombró su sucesor, cargo que
ocupó en el 912 cuando sólo tenía 21 años.
Cuando asumió el cargo de Emir de Córdoba, el Emirato de Al-Andalus era
más nominal que real. A lo largo ancho de Al-Andalus la desunión y práctica
independencia de los señores locales que controlaban las ciudades reducían el
control efectivo del emir a los territorios aledaños de Córdoba.
Durante los primeros años de su gobierno, Abderramán III se dedicó a
sofocar todas las rebeldías y a unificar los territorios andalusíes bajo su
mando. Quizás sus más importantes logros en este sentido fueron la sumisión de
Toledo y la derrota de Omar al Hafsún, verdadero señor de gran parte de la
Andalucía oriental.
También lidió con los cristianos del norte alternando importantes
victorias (Valdejunquera) con desastrosas derrotas (Simancas) pero terminó
siendo árbitro de las disputas de los reinos y condados cristianos.
Estos éxitos animaron a Abderramán III a terminar de romper el último
nexo con el Califato abasida de Bagdad y nombrase califa, líder espiritual no
sólo terrenal de los creyentes.
Durante su mandato Córdoba alcanzó un prestigio que alcanzó todo el mundo
conocido.
Acceso
al poder
Abd-el-Rahman era hijo de Muhammad, primogénito del emir Abd Allah, y de
Muzna una esclava de origen vascón que servía como concubina. Quizás por ello,
y según diversas crónicas, Abd-el-Rahman tendrá ojos azules y piel blanca, como
la tenía su propio padre, hijo a su vez de Abd Allah y la vascona Onneca.
Tras el asesinato de su padre, a manos de un tío de Abd-el-Rahman, su
abuelo, Abd Allah le protegió especialmente, llegando éste a realizar diversos
actos simbólicos que apuntaban a que él sería su sucesor. Y, efectivamente,
antes de morir, sería designado por su abuelo, siendo proclamado emir en
octubre de 912.
Los
inicios del emirato: Una difícil herencia
Uno de los rasgos que parecen marcar el emirato de Abd-el-Rahman III, es
la lucha que ha de desplegar en varios frentes:
- Contra
Umar Ibn Hafsún y la coalición de muladíes y mozárabes que le siguen
- Contra
los líderes territoriales que se desvinculan de la soberanía ejercida por
el emir de Córdoba
- Contra
los reinos cristianos del Norte
- Contra
los fatimíes del norte de África
Sin embargo, estos son conflictos heredados por Abd-el-Rahman III,
conflictos que se sucederán al menos, hasta la creación del reino de Granada,
al no ser manifestación sino de problemas estructurales del mundo islámico en
general, y andalusí en particular:
Para comprender el fenómeno, y dado que no es este el lugar para
desarrollar su explicación, remitimos al lector al artículo 'El nacimiento del
Islam y el Califato Omeya'; no obstante, sí podemos señalar que los invasores
árabes mantuvieron sus estructuras tribales y, en consecuencia, las diferencias
entre grupos (del sur o del norte) y clanes, lo cual, contribuiría a provocar
diversas tensiones. La incorporación de persas, bereberes o hispano-godos, como
mawlas o clientes - de lo que deriva muladí -, y como musulmanes de segunda
categoría, sin plenos derechos, también habría de generar tensiones.
De hecho, serán muladíes y bereberes los que protagonicen algunas de las
revueltas y represiones más intensas generadas en la España musulmana, como la
que en Córdoba condujo a la Jornada del Arrabal (818), las rebeliones de Ronda
(826) y Algeciras (850) o la gran revuelta toledana que lleva a la batalla de
Guadacelete (854).
Muladíes también serán los gobernadores de las Marcas o fronteras
militares andalusíes, esto es, la Frontera Inferior, con Mérida como
capital, la Media (Toledo) y la Superior (Zaragoza). Si la Media va a
resultar especialmente problemática - los mozárabes se unirán a los muladíes de
origen hispano-godo en su lucha contra el emirato -, la Superior se
caracterizará por una práctica desvinculación de la soberanía cordobesa, algo
que Musa, de los Banu Qasi, llamado Tercer Rey de España, representa a la
perfección.
Tampoco la pugna en el Norte de África es nueva, dado que tras la caída
del Califato Omeya, éste área se fragmenta en, al menos, tres grandes bloques
de poder:
- Los
aglabíes, antiguos gobernadores de Ifriqiya que se
proclaman fieles a la dinastía abbasí, que derrocara a los omeyas
- Los
idrisíes, shíies que intentan articular el actual Marruecos
- Los
rustemíes jarichíes que pugnan por mantener su
independencia frente a los anteriores y que serán ayudados por los omeyas
andalusíes.
Durante el reinado de Muhammad I, los omeyas entablan estrechas
relaciones con los dirigientes de Siyilmassa, puerta de entrada al África subsahariana,
concretamente a Tumbuctú, desde donde venían dos mercancías fundamentales para
sostener el emirato andalusí: oro y esclavos.
Sin embargo, la proclamación del califato fatimí en 909, alarmaría a las
autoridades andalusíes que veían peligrar esta ruta y, lo que es peor, su
propia posición no sólo en el Norte de África, sino en la propia al-Andalus.
Así, durante los reinados de al-Mundir (886-888) y Abd Allah (888 - 912), todas
estas tensiones y conflictos, más o menos canalizados hasta el momento, estallarán
dando lugar a graves rebeliones como las protagonizadas Ibn Marwan en Mérida,
los Banu Qasi en Zaragoza o Umar Ibn Hafsun en Málaga, secundadas por diversas
rebeldías territoriales que dan lugar a la ficción de los Tassili, gobernantes
de facto de comarcas y fortalezas diseminadas por todo al-Andalus que limitan
el poder emiral a poco más que la propia Córdoba y sus alrededores.
Etapa
emiral (912 - 929)
En este contexto llega Abd-el-Rahman al trono de al-Ándalus. A pesar de
que su acceso al trono por encima de sus tíos, no auguraba sino nuevas
rebeldías y conspiraciones, el emir de tez blanca, articuló enseguida una serie
de acciones dirigidas a acabar con el estado de cosas reinante en sus dominios.
Primero, se ocuparía de las próximas y ricas tierras que rodeaban
Córdoba: emprendió operaciones contra localidades insumisas al poder emiral,
como la bereber Caracuel y contra Écija, a las que siguieron las koras o
provincias de Jaén y Elvira, controladas por los muladíes, así como las
Alpujarras de Granada, que opusieron una vehemente resistencia, Sevilla (913),
Carmona (914), Niebla, Valencia y Murcia (917). Pechina, donde se había
levantado una singular al-miraya o torre de vigilancia marítima, dando
lugar al nombre Almería, y en la que se había constituido una suerte de
república mercantil independiente, fue también sometida.
Asegurado el dominio de estas tierras y sus hombres, pudo entonces
lanzarse contra el muladí Umar Ibn Hafsún que, desde 879, estaba poniendo en
jaque al emirato, desde su señorío de Málaga: El 17 de enero de 928, Bobastro,
la fortaleza que servía de centro neurálgico de la rebelión, se rendía,
proporcionando al emir gran prestigio.
Sin embargo, si Abd-el-Rahman III quería mantener la paz en al-Andalus,
era necesario canalizar las energías de los potenciales rebeldes y mostrarles
que, sometidos a la autoridad del emir, podrían obtener muchos beneficios: No
es casualidad que fuera en 920 cuando el emir dispusiera emprender una acción
que trascendía la mera incursión, para convertirse en una vasta operación
ofensiva al frente de la cual, se pondría él mismo. Partiendo de Córdoba, y
pasando por Toledo-Guadalajara y arrasando Osma y Calahorra, las fuerzas
musulmanas se encontraban con las cristianas en Valdejunquera, al sur de
Pamplona, donde los norteños sufrirían una terrible derrota (25 de julio 920),
a la que siguió la matanza de la guarnición del castillo de Muez.
Es significativo que, pocos años después, en 924, el emir iniciara una
nueva acción. Ahora, la ruta seguida pasaba por Murcia y Valencia, en lo que se
puede interpretar como un modo de hacer presente su poder en un área
tradicionalmente díscola. No sólo se trataba de pasar, sino de incorporar las
fuerzas comandadas por señores y gobernadores que, con ello, atestiguaban su sumisión
al poder de Córdoba. Al fin y al cabo, la ruptura que años después
protagonizarían los tuyibíes de Zaragoza, vino determinada por su negativa a
aportar hombres a una nueva campaña emprendida por Abd-el-Rahman en tierras
navarras.
Al fin y al cabo, estas campañas por el Ebro, no contribuían sino a
debilitar a navarros y castellano-leoneses, circunstanciales aliados de los
zaragozanos, y si bien en 924, los tuyibíes se unirán al emir, llegando a
penetrar con él en la ciudad de Pamplona, años más tarde optarán por
resistirse, temiendo quizás que el emir intentara someterlos a su autoridad.
El
Califato (929 - 961)
Con buena parte de al-Ándalus sometido, tras las exitosas y rentables
victorias hechas a los cristianos y tras los éxitos cosechados entre 924 y 927
en el Norte de África frente a los fatimíes, Abd-el-Rahman III y sus
colaboradores decidieron dar un paso más, a fin de consolidar su posición: La
proclamación como Califa, rompiendo así con el califato abbasida y
contrarrestando al califa fatimí con el que pugnaba en el Norte de África, y
que se había proclamado como tal no mucho antes, en 909.
El proyecto de proclamar un tercer califato debió ser fruto, además de
los éxitos militares sin los cuales hubiera resultado inviable, de una larga
reflexión: Es significativo que, ya en 928, se abriera una ceca en Córdoba, es
decir, que aún antes de proclamarse como califa, ya tenía pensado arrogarse una
serie de atributos relacionados con la soberanía, de la que la acuñación de
moneda es una manifestación.
La proclamación del califato, sin embargo, no parece que impresionara
demasiado a los poderes insumisos a Córdoba, dado que ese mismo año ha de
emprender una ofensiva contra la Marca Inferior, concretamente contra Badajoz y
Mérida. Hasta 932, por su parte, no caerá Toledo.
Efectivamente, la proclamación del califato andalusí no sólo no
impresionó a los poderes rebeldes, sino que generó en ellos aún más recelo, por
cuanto esta acción anunciaba la intensificación de la labor centralizadora del
poder que Abd-el-Rahman iniciara desde los primeros meses de su reinado. Es
ahora cuando los tuyibíes de Zaragoza se niegan a participar en la llamada
Campaña de Osma contra los reinos cristianos del Norte (934). Apoyándose en
algunos señores territoriales rivales de los tuyibíes, el ahora califa
arremeterá contra Zaragoza, que caerá en 937. Mientras esto ocurría, se
iniciaban las obras de Medinat-al-Zahra (finales de 936), en lo que pretendía
ser la nueva sede administrativa y política del califato, cuyo referente será
Bizancio.
Todo parece anunciar que el recién inaugurado califato logrará
establecer un dominio absoluto sobre la Península, tanto a un lado como al otro
de la frontera cristiano-musulmana, y que aún podrá extender su dominio sobre
parte del Norte de África, en competencia directa con el califato fatimí: En
marzo de 931, y a petición de sus habitantes, el califa tomará posesión de
Ceuta. Esta ocupación, inicialmente contestada por los idrisíes, contribuyó a
que los bereberes de la tribu Miknasa - antes favorables a los fatimíes - se
pusieran del lado de los omeyas, si bien, pedían permiso para seguir
combatiendo a los idrisíes de Tremecén, a pesar de ser aliados del omeya.
Esta confianza y la alarma producida ante la penetración de Ramiro II a
la misma Madrid (932), llevaron al califa a poner el marcha la campaña de Osma.
La confianza del califa se consolidó cuando la reina Toda de Navarra, temerosa
de la potencia musulmana, les deja entrar en su reino. Ya en tierras
castellano-leonesas, Abd-el-Rahmán se dedicará a arrasar fortalezas, pueblos y
centros culturales y religiosos como el monasterio de San Pedro de Cardeña, que
incendia en agosto de 934.
Las constantes incursiones en el Norte, proporcionan al califa
prestigio, botín y la sumisión de sus súbditos, pero en 939 la suerte del
andalusí cambiará: Las fuerzas coaligadas de León, el condado de Castilla y
Navarra, le harían frente en Simancas, infringiendo a los musulmanes una
terrible derrota que completarían en Alhándega. Este acontecimiento supuso un
duro golpe a la confianza del califa que decidió no dirigir personalmente a su
ejército nunca más. Por otro lado, aunque la derrota pudiera suponer una fuerte
impresión para Abd-el-Rahmán III desde un punto de vista psicológico, desde un
punto de vista político suponía una auténtica amenaza a su autoridad y a todo
lo logrado hasta ese momento.
Los líderes andalusíes estaban sometidos porque, entre otras cosas, las
victoriosas campañas emprendidas por él, proporcionaban un sustancioso botín,
pero cualquier muestra de debilidad, podía suponer el resquebrajamiento del
régimen y volver a una situación similar a la de los tiempos de su abuelo.
Quizás esto explique la crucifixión de unas trescientas personas a las que
responsabilizaba de la derrota, en lo que no parece más que una simple y brutal
purga de aquellos personajes que podían mostrarse díscolos. Con esta ejecución
ejemplarizante, desactivaba además, a potenciales rebeldes y disidentes. Quizás
la erección de Medinaceli como plaza fuerte principal de la Marca Media en
sustitución de Toledo, responda, así mismo, a esta labor de zapa de toda
veleidad rebelde. Por otra parte, algunos autores han sugerido que la derrota
de Simancas y sus secuelas, pudieron ser origen de la pugna que enfrentará a
los jefes mercenarios de origen eslavo (saqalibba) con los gobernadores de las
Marcas fronterizas.
Los cristianos, por su parte, iniciaron un audaz proceso de repoblación
al sur del Duero, que llevaría a los castellanos a Sepúlveda (940) y a los a
Salamanca (941), abandonadas pronto, no obstante. Tampoco en el Norte de África
las cosas se desarrollarían mucho mejor. Aunque en 955, los omeyas ocupan
Tánger, ese mismo año los fatimíes responden devastando Almería, ofensivas y
contraofensivas que, para 961, habrán dejado a los omeyas arrinconados en
Tánger y Ceuta.
Aunque las incursiones musulmanas protagonizadas por los gobernadores de
las Marcas arrojan un saldo positivo, la firme alianza navarro-leonesa,
auguraba problemas en el Norte. Sólo la crisis que estalla en los reinos
cristianos a raíz de la muerte de Ramiro II (931 - 951) frenará una situación
que podía escaparse de las manos en cualquier momento.
Efectivamente, la designación de Ordoño III (951 - 955) será contestada
por la reina Toda de Navarra, que defiende la candidatura de otro de los hijos
del difunto rey, Sancho llamado el Gordo, el cual accederá al trono a la muerte
de su hermano. Sin embargo, los notables gallegos y castellanos, recelosos de
quedar apartados de los círculos de la corte por los navarros, suscitan a
Ordoño IV (958 - 960), expulsando al orondo rey, que corre a refugiarse con su
abuela Toda. Ésta, pedirá ayuda a su vez a Abd-el-Rahman III, cuyas tropas
repondrán a Sancho I en el trono (956-958 - 960-965). Las rivalidades
dinásticas abrirán un período de preeminencia de Córdoba sobre los reinos
cristianos que, sin embargo, no podrá ver Abd-el-Rahman III, que moría en 961,
al poco de ser repuesto Sancho I en el trono leonés.
Para la Historia de al-Ándalus, quizás una de las consecuencias más
importantes de su reinado se deriva de la tendencia a emplear mercenarios
ajenos a las estructuras tribales y aún a los árabes - por ejemplo, los
saqqaliba o esclavos de origen eslavo -, cuyo poder se irá incrementando
durante el reinado de sus sucesores hasta culminar en la dictadura militar de
Almanzor.
(Autor del texto del artículo/colaborador de
ARTEGUIAS:
Jorge Martín Quintana
https://www.arteguias.com/biografia/abderramaniii.htm
Biografía de Almanzor (Abi Amir Muhammad)
Introducción a la figura de Almanzor
Almanzor se llamó verdaderamente Abi Amir Muhammad. El nombre de Almanzor es una castellanización
del calificativo árabe con que él mismo se rebautizó tras una de sus muchas
victorias guerreras: "al-Mansur
bi-Allah" (el victorioso de Dios)
Almanzor es uno de esos personajes históricos que ha
trascendido al terreno del mito al quedar su huella grabada en el acervo
colectivo.
Y es que Almanzor encarna la virulencia de las frecuentes
y encarnizadas guerras de la Reconquista que protagonizaron moros y cristianos.
No se va a profundizar aquí en los hechos pormenorizados
de la vida de Abi Amir Muhammad "Almanzor". Es sabido que este
personaje de raza árabe estudio leyes en Córdoba y fue acercándose a la figura
del joven califa Hixem II hasta lograr de él todo poder político del Califato,
siendo nombrado "hayib".
También se conocen sus esfuerzos por establecer reformas
legislativas y atraerse el afecto y admiración del pueblo llano andalusí gracias
a las victorias sobre los cristianos y los botines de guerra llevados a Córdoba
tras sus expediciones.
La Guerra Santa
Es precisamente por estas incursiones de castigo y
devastación por las que Almanzor es recordado históricamente. Fueron casi sesenta
a lo largo de su vida, todas victoriosas, en las que destruyó, entre otras,
ciudades tan emblemáticos para los reinos cristianos hispanos como León (984),
Barcelona (985) Santiago de Compostela (997) Pamplona (999) y San Millán de la
Cogolla (1002).
Por sus firmes creencias religiosas, Almanzor aplicó la
idea de guerra santa o yihad con entusiasmo durante toda su vida. Se dice que
mandaba recoger el polvo con el que sus ropas quedaban manchadas durante sus
incursiones contra los cristianos para ser enterrado con ellas cuando le
llegara el último día.
De hecho, se sabe que en su última correría que tenía
como objetivo la destrucción de uno de los focos espirituales de la cristiandad
hispana, San Millán de la Cogolla, Almanzor se puso a la cabeza de su ejército
a pesar de sentirse gravemente enfermo. Corría el año de 1002.
Su salud se deterioró durante esta última campaña y tras
quemar el cenobio riojano decidió una apresurada retirada hacia sus bases.
Probablemente murió en las cercanías de Bordecórex (sur de Soria) para ser
enterrado
Los reinos cristianos suspiraron aliviados con la muerte
de Almanzor, que había sido considerado un verdadero azote de Dios. Es
significativo que un cronista cristiano de la época celebró su desaparición con
la elocuente frase: "fue sepultado en los infiernos".
El legado de Almanzor
La paradoja de la biografía de Almanzor es que siendo un
gobernante de una energía poco frecuente y que llevó al Califato a la cima del
poder político y militar, sentó las bases para la destrucción definitiva de Al-Ándalus.
Al acaparar las riendas del gobierno, que hasta ahora
pertenecían a los califas, menoscabó el prestigio de esta figura. Además provocó
una verdadera guerra civil entre los partidarios de sus descendientes y los
sucesores de Hixem II. Tras su muerte, el Califato de Córdoba se sumió en un
continuo proceso de violencia y descomposición hasta su oficial supresión pocos
años más tarde (1032).
De haber seguido existiendo un Califato fuerte como el de
las décadas centrales del siglo X, los reinos cristianos hubieran visto muy
difícil su expansión al sur. Sin embargo, con su pronta desaparición en 1032 y
la formación de los pequeños reinos de Taifas, los castigados reinos cristianos
pudieron recuperarse y en muy poco tiempo convertirse en una amenaza real para
Al-Ándalus, que se culminaría con la toma de la emblemática ciudad de Toledo en
1085.
Otro de los históricos errores de Almanzor, y que
probablemente cometió por sus creencias y supersticiones religiosas, fue
respetar el sepulcro del apóstol Santiago, cuando tomó la ciudad en el año 997.
Si lo hubiera destruido la tumba y hecho desaparecer todo
rastro de estas importantísimas reliquias, hubiera cortado la principal arteria
dinamizadora de la que se proveía la España cristiana, tanto en el plano
espiritual, económico y cultural, que era el Camino de Santiago.
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