La danza de las estrellas:
Leonardo Da
Vinci y Jano en primavera.
El 9 de abril de 1476, un desconocido se acercó a la ya
por entonces célebre Bocca della Verita, con una
carta entre las manos. Después, se diría que el desconocido llevaba un manto
rojo de armiño (señal de riqueza) pero que iba descalzo (lo que podría indicar
se trataba de un sirviente disfrazado), pero en lo que todos los testigos
informales coincidieron en que se encontraban bastante nervioso. No era para
menos, ubicada no lejos del Palazzo Vecchio en Florencia, la escultura era un
símbolo de delación: un texto alemán del siglo XII explica de forma detallada y
muy florida, cómo la boca de este “diablo” — que algunos identifican con
Mercurio, dios del comercio pero también de las trampas — tenía por objetivo
recibir delaciones y chismorreo malintencionados de la aristocracia florentina.
Se decía que incluso, en una de las tantas escenas mitad fantasía y mitad
alegoría que poblaban por entonces la imaginaria italiana, que la estatua había
aferrado por largo rato la mano de Juliano el Apóstata (corrupto y que tenía
varias amantes) hasta que este prometió enmendar su comportamiento, en medio de
la terrorífica sensación que la escultura cobraba vida para acusarle.
De modo, que el muchacho sin nombre, sabía lo que hacía
cuando deslizó una carta doblada en la boca del demonio, que después sería
llevada ante las autoridades de la ciudad, también por una mano misteriosa. El
papel, contenía la confesión anónima de cuatro “víctimas” que aseguraban que el
jovencísimo pintor Leonardo Da Vinci, les había seducido para llevar a cabo el
imperdonable pecado de sodomía. Una acusación tan grave — sobre todo porque
incluía el hombre Jacopo Saltarelli miembro de una ilustrísima familia
florentina — podía llevar a la muerte al pintor y a la cárcel de por vida de
Jacopo, que con diecisiete años, era célebre por su extraordinaria belleza.
El escándalo estalló de inmediato. Leonardo fue
detenido, Jacopo fue expulsado de la ciudad de manera triste y toda Florencia
se encontró debatiendo en voz alta el caso, al que se le consideró mucho más
político que sexual, porque más allá de las acusaciones — que no sorprendieron
demasiado a nadie — , era evidente que el acusador sin nombre intentaba
destruir la reputación de Da Vinci y directamente la de los Medicis, con la que
se encontraba vinculado.
Hubo grandes debates públicos sobre el comportamiento de
Leonardo, que ya por entonces era una celebridad pública. Era ambidiestro,
aprendía idiomas casi de inmediato, podía leer dos o tres libros por día.
Cantaba con una voz extraordinaria, era distraído y caótico. Pintaba desde los
tres años. Era tan curioso que irritaba a quienes les rodeaban. Pero también
tan bondadoso que despertaba lealtades eternas. Era gay, pero amo
apasionadamente a varias mujeres en su vida. Era escéptico, pero asombrado por
el poder de la naturaleza. Acudía a los hombres de la Resurrección para comprar
cadáveres que luego diseccionaba en secreto. Estuvo a punto de ser condenado
por hereje un par de veces. Escapó del puño de la Iglesia. Fue amigo de reyes y
de campesinos. Era exclusivamente vegetariano. Inventó métodos de pintura
revolucionarios. Nunca dormía y aún así amaba el amanecer. Inventó tonos de
pintura, le debemos la caja oscura de la fotografía. Bailaba de madrugada,
soñaba con volar. Se enamoró de uno de sus modelos, reía a toda hora. Era rubio
y decían que de vez en cuando se teñía la barba de verde. Se quedaba dormido
por minutos y después despertaba a pintar. Llevaba la Mona Lisa a todas partes,
tenía aprendices que eran sus amigos de parranda. Lloraba al ver las estrellas.
En medio de todo el escándalo, Leonardo — encarcelado y
con los pies encadenado al suelo — pasó buena parte su condena dedicar a tomar
apuntes desde su ventana para sus futuras pinturas, hacer retratos de sus
carceleros y deslumbrar a todos con sus enormes conocimientos. Además, se
cuenta que había una pequeña multitud de sus alumnos que acudía a diario para
llevar fruta, libros y todo tipo de obsequios para el reo más famoso de Italia.
Al final, Leonardo fue liberado y Florencia le recibió como un héroe: hubo
grandes celebraciones en su taller y de nuevo, rumores sobre su vida disipada y
desordenada. Pero también, de su amabilidad: tomó buena parte de la comida que
sus amigos y vecinos le obsequiaron, para dejarla en manos de los numerosos mendigos
y artistas pobres de las esquinas. El 22 de Mayo de 1476, Leonardo recibió el
amanecer “mientras comía queso de cabra y pan, que nunca tuvo mejor sabor”
según anoto en su diario, con una multitud de desfavorecidos y marginados de
una de las ciudades más ricas de Europa. “Siempre seré libre entre los que no
tienen nada que perder, quizás porque soy uno” escribiría después.
Un enigma entre enigmas:
Eso dice la mitología sobre Leonardo Da Vinci. Cien
hombres en uno solo. Pero el artista por excelencia del renacimiento, era mucho
más que eso. Leonardo Da Vinci era un autodidacta entusiasta de todas las ramas
de las ciencias y de las artes. Para el gran artista renacentista, aprender era
un oficio que se construía a través de la experiencia personal, lo cual claro,
es muy válido y con un enorme ingrediente de lógica. No obstante, también
enseñaba. Con frecuencia, recibía en su taller diez o doce aprendices que
aprendían de él lo básico del oficio como artista, lo cual podría resumirse en
una variada cantidad de técnicas artísticas, conocimientos comerciales y todo
lo que la experiencia de Leonardo Da Vinci — como artista y sobre todo, como
proto ingeniero — podía brindarles. Un sistema que se repetía no sólo en el
taller del genio Florentino, sino en todos los de los abundantes y
extraordinarios genios del Renacimiento a lo largo de Europa.
En 1482, Da Vinci decidió mezclar ambas percepciones
sobre el conocimiento — enseñar y aprender — y viajó desde su natal Toscana a
Milán, convencido que necesitaba construir toda una nueva percepción sobre el
aprendizaje y los métodos de elaborar un concepto sobre el arte como forma de
vida. Antes de eso, le había escrito a Ludovico Sforza, el gobernante de la
ciudad, en un intento de impresionarle y que le ofreciera empleo. En realidad,
Leonardo Da Vinci ya disfrutaba de una extraordinaria fama que le precedía allí
a donde fuera: podía dibujar puentes, crear nuevos tipo de cañones, cavar
“pasadizos secretos” (lo cual, le convertía en un especialista en el esquivo
arte de salvar la vidas y patrimonios de Nobles y cabezas coronadas), pero
además de todo, también era un artista. Uno tan extraordinario que asombraba en
Cortes de toda Italia por la asombrosa delicadeza de sus retablos pero sobre
todo, la extraordinaria técnica que convertía a todas sus obras, en pequeños
experimentos de pura curiosidad intelectual. Leonardo tenía por entonces
treinta años, era soltero, con una extraña reputación de “brujo y hereje” a
cuestas que le había puesto en peligro más de una vez y además, dueño de la más
extrañas ideas sobre la naturaleza, el poder de la imaginación y la capacidad
del arte como medio expresivo. Todo eso, lo resumió en una única frase que
cerraba la ya famosa carta al patriarca Sforza: “Del mismo modo, en la pintura,
puedo hacer todo lo posible por elaborar mundos”. Lo comentó como de pasada,
una ocurrencia tardía que sin embargo era el verdadero motivo que le llevaba a
cruzar el país. La búsqueda de una nueva forma de comprender el arte.
Pero claro está, a Ludovico Sforza, tales sutilezas le
importaban bien poco, por lo que prestó atención a las pretensiones del joven
artista sobre ingeniería militar. Y es justo esa puerta abierta a la etapa más
prolífica en la vida de Da Vinci y que comienza con la carta al jerarca
Milanés, la más conocida de sus facetas y también, la más debatida por los
historiadores. Porque del artista beatífico, amable y la mayoría de las veces
contradictorio, pasó a ser un hombre con amplios bélicos que cambió el
equilibrio de poder en Florencia. Se trata de una visión amplia y mucho más
profunda del gran erudito renacentista, que sin embargo, no cae en los
acostumbrados clichés de crear una figura desconcertante e idealizada de Da
Vinci. Porque el hombre renacentista por excelencia, era también un espíritu inquisitivo
y lleno de contradicciones, cuyo objetivo era encontrar una forma de
estructurar el saber académico con la experiencia natural. “Es inevitable que
seamos dos rostros, siempre, en contradicción. Jano en primavera” escribió en
una oportunidad en que se le acusó de hipócrita por sus grandes cuadros de
Santos y Vírgenes, a la vez que declaraba a quien quisiera escuchar que era
ateo y negaba toda doctrina eclesiástica. “¿Por qué ser claro, comprensible? El
poder de ser un enigma es inestimable” anotó en sus diarios.
Porque Leonardo Da Vinco también estaba lleno de
defectos, un comportamiento ambiguo y sobre todo, una ambición atolondrada que
es quizás el rasgo más evidente en el carácter del insigne genio. “Lo que lanzó
principalmente fue una pretensión de experiencia en ingeniería militar”, afirma
el escritor Walter Isaacson en su libro “Leonardo Da Vinci” y añade, que para
el pintor, las bellas artes fueron una consecuencia incidental de su curiosidad
por técnicas bélicas y de batalla “Para Leonardo Da Vinci, el verdadero interés
por el arte era científico Nunca había estado en una batalla ni había
construido ninguna de las armas que describió. Pero sabía podía crearlas. De la
misma manera que sabía podía pintar mejor que cualquiera” añade Isaacson. “Leonardo
construía mundos en su imaginación antes que en el mundo real”.
De hecho, el artista finalmente ingresó a la corte
Sforza no como ingeniero militar sino como diseñador teatral y concursos, dato
en el que la biografía de Isaacson se deleita y describe con mimo. Da Vinci
creó sets, vestuarios, escenarios y mecanismos escénicas para deleitar al
selecto público de la Corte y además, creó todo un sistema que convirtió a los
espectáculos de los Sforza en una maravilla mecánica que asombró al país entero.
Un fugaz esplendor que convirtió a Da Vinci en el favorito de sus empleadores y
también, en quizás el hombre más extraño de su época. Porque Leonardo no estaba
precisamente interesado en el arte por el arte, sino que en realidad, su
talento estaba enfocado hacia la búsqueda científica, una idea que por entonces
desconcertó a varios de sus poderosos mecenas “¿No desea usted comprender el
funcionamiento del Mundo al completo?” escribió cuando Sforza le reclamó sus
pocos esfuerzos en cuanto al armamento militar prometido “¿No desea entender la
forma como el tiempo se manifiesta o la belleza se construye?” Isaacson
describe la ira de los Sforza pero también, la profunda capacidad de Da Vinci
para hacerse con la buena voluntad de sus patrones “Pronto, la Corte estaba
repleta de ingenios incomprensibles y grandes inventos que llenaban de gozo a
quienes allí moraban” relata un cronista de la época. Desde cajas de música
hasta autómatas que dibujaban pequeños dibujos torpes, Da Vinci abrió la puerta
a los Sforza a un mundo mucho más sofisticado del que hasta entonces había
vivido.
Por supuesto, que además, Leonardo Da Vinci era todo un
personaje que asombró a la sofisticada Milán “Era un hombre de excepcional
belleza y gracia infinita”, escribió un contemporáneo, que dedicó páginas de
sus memorias a describir el rostro exquisito de Leonardo, “sus grandes ojos
glaucos e inteligentes” y lo que parecía ser su rasgo más llamativo: su
aparente androginia. Según cuenta el escritor Stephen Jay Gould en su libro de
1998. “Leonardo’s Mountain of Clams and the Diet of Worms”, que incluye una
maravillosa recopilación de datos de la vida cotidiana del artista, Da Vinci
era rubio, alto y esbelto, pero además tenía una inteligencia admirable y una
simpatía formidable que terminaban desconcertando a su considerable círculo de
seguidores. También era un excelente músico (sabía tocar al menos diez
instrumentos distintos con especial virtuosismo) y que vestido lujosamente, era
el centro atención en la corte. Por si eso no fuera suficiente, Leonardo Da
Vinci tenía muy públicas relaciones con hombres de su misma edad y alcurnia,
aunque al parecer su verdadero interés romántico era Gian Giacomo Caprotti,
quién convivió con Leonardo durante 10 años como su “sirviente” a pesar del
escándalo público que provocó su comportamiento. “Leonardo tenía todos los
atributos para ser un inadaptado: hijo ilegítimo de una legendaria belleza
provinciana y un Noble llamado “el hombre más hermoso de su época”, gay,
vegetariano, zurdo, fácilmente distraído y en ocasiones herético “, dice Walter
Isaacson en su libro. Una idea que también incluye Hugh Ross Williamson, en su
libro de 1974 “Lorenzo the Magnificent”, en la que describe que Leonardo era un
hombre tan fascinante que incluso los reyes y aristócratas le rendían lo que el
escritor llama “el curioso tributo del respeto”, algo rarísimo por la época.
“Leonardo asombraba por sus prodigiosa capacidad para fascinar al público, a su
entorno e incluso a sus enemigos” dice Ross Williamson “Lo que lo convierte en
un personaje fascinante, enigmático e incómodo para buena parte de los
cronistas e historiadores de arte”.
Claro está, que Leonardo era también un hombre temible,
como lo demostró cuando sus inclinaciones científicas le llevaron a transgredir
la ley eclesiástica y asistir a disecciones de cadáveres. Alrededor de esa
época — unos seis años después de haber llegado a la corte Sforza — Leonardo
comenzó a llenar cuadernos con una vertiginosa y abundante serie de ideas
científicas que abarcaban todos los estratos del saber: desde las máquinas
voladoras, trajes para buceo, extraños tipos de armamento, hasta estudios
detallados sobre la anatomía humana. Todavía, Leonardo no se había dedicado de
lleno a la pintura y de hecho, pasaba mucho más tiempo dibujando y creando
planos arquitectónicos y esbozos sobre investigaciones científicas que
cualquier otra cosa. Sólo sería durante su séptimo año en la corte de Milán,
cuando obtuvo su primera comisión realmente artística y quizás, fue el momento
en que Da Vinci descubrió una pasión artística que incluso le sorprendió por
inesperada. La obra — un retrato al óleo de Cecilia Gallerani, que hoy como la
Dama con el Armiño — es de una impresionante calidad y sobre todo, asombra por
el uso evidente que Leonardo hizo de sus conocimientos científicos para dotar a
la obra de una rara y desconcertante belleza. Se trata de una imagen
inquietante “Sus emociones parecen ser reveladas o al menos insinuadas, por la
mirada en sus ojos, el enigma de su sonrisa y la manera erótica en que se agarra
y acaricia el armiño”, afirma un cronista de la época. Pero aún más que eso,
Leonardo dotó a la pintura de lo que sería su impronta en las décadas
siguientes: una belleza inquietante y una cualidad simbólica desconocida por
entonces en buena parte de Europa. Ludovico Sforza quedó impresionado y según
Walter Isaacson, preguntó a Leonardo Da Vinci si se atrevía a crear una obra
“mucho más impresionante y hermosa” “Sin duda, puedo intentarlo” dijo Leonardo,
más llevado por la curiosidad y la pasión por su recién descubierta capacidad
para la pintura que por cualquier otra cosa.
Fue entonces cuando Leonardo pintó la que se considera
su obra más ambiciosa, incompleta y que demostró que Da Vinci, tenía un talento
único y profundamente asimilado para crear escenas y obras de envergadura
colosal. El por entonces Duque de Milán — obsesionado por la muerte y sobre
todo, por la construcción de un mausoleo a la altura de sus aspiraciones
dinásticas — escogió la Iglesia de Santa Maria delle Grazie de Milán para la que
sería la obra que demostraría que Leonardo, era algo más que una curiosidad de
su Corte, cada vez más desconcertada por las excentricidades del artista. La
Última Cena es una combinación extraordinaria de trucos de escenario — con su
perspectiva forzada, sus extrañas líneas oblicuas y toda una serie de pequeños
trucos de perspectivas, demuestran que la sabiduría de Leonardo Da Vinci sobre
la pintura era también, una expresión de su curiosidad intelectual. “Es un
ejemplo de por qué su trabajo en obras de teatro y espectáculos no se
desperdició en el tiempo”, dice Isaacson. “Para Leonardo, el arte no sólo era
una visión inspirada, sino una estructura del conocimiento”
Pero Leonardo además, era un hombre con una asombrosa
capacidad para la felicidad y la diversión. Según Bertrand Gille, en su obra Les
ingénieurs de la Renaissance, de las 7200 páginas de notas de los
cuadernos de Leonardo Da Vinci que sobreviven, la mayoría están llenas de los
más curiosisimos pensamientos, de la noción sobre la vida y su fascinante
capacidad para asombrarse incluso por los detalles más pequeños de la
naturaleza. Leonardo dibujó, creó y pasó buena parte de su vida investigando
sobre el mundo, como un gran misterio apenas revelado. Fue pionero de la
Ingeniería, anatomía y estudio de la luz (lo que le convierte en el primer
inventor en analizar algunas ideas concretas sobre la óptica) pero también, fue
un genio descuidado, que rara vez terminó una obra, que era conocido por sus
distracciones. Que muchas veces prefería “amar, sin medida, aturdido y
desvelado” que dedicar su tiempo al trabajo por el cual se le contrataba. Un
hombre extraordinario, contradictorio, asombroso y temible que aún, quinientos
años después, continúa causando asombro y admiración.
Adiós a las grandes y pequeñas cosas.
Leonardo da Vinci murió a los 67 años en el castillo de
Clos Lucé en Amboise, donde el rey de Francia lo había invitado unos años
antes. A pesar de la barba y su comportamiento cada vez más extravagante,
seguía siendo hermoso, tanto como para que varios de sus modelos — y con toda
seguridad amante — estuvieran junto al lecho de enfermo. Leonardo nunca se
recuperó del derrame cerebral que le dejó incapacitado los últimos días de su
vida, pero de alguna forma, pidió que se llevara su cama junto a la ventana.
“Porque quiero mirar las estrellas, lo único infinito en un mundo inocente”
dijo, según una de las tantas leyendas que le rodean. La servidumbre le
complació y Leonardo murió, con el rostro vuelto hacia la bóveda celeste. “La
curiosidad es la vida misma” escribió años antes “incluso en el último día de
mi vida, esa idea me intrigará y me permitirá seguir existiendo, de una forma u
otra”. Y quizás, así fue.
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