viernes, 2 de octubre de 2020

 

Reino Visigodo

Origen y decadencia

El Imperio romano, que arrastró una fuerte crisis en el siglo III, terminó por desaparecer, lo que aconteció en el año 476. La causa esencial de esa hecatombe se hallaba en los graves problemas internos, tanto políticos y militares como sociales y económicos, pero también contribuyó a su caída la presión ejercida desde el exterior de sus fronteras por los denominados pueblos bárbaros, que, como es bien sabido, en su mayor parte pertenecían al grupo germánico. La península Ibérica conoció, a comienzos del siglo V, concretamente el año 409, la invasión de dichos pueblos, en concreto los suevos y los vándalos, ambos pertenecientes al tronco germano, y los alanos, estos últimos de origen asiático. Poco después hacían acto de presencia en el solar ibérico los visigodos, que habían sellado en el año 416 un pacto con Roma, con la finalidad, al parecer, de eliminar de Hispania a los invasores antes citados. De todos modos los suevos lograron asentarse en el noroeste peninsular.

El reino visigodo, se estableció en el sur de Francia. De ahí que tras la caída del Imperio romano el reino Suevo se encuentra en Gallaecia y al norte de los Pirineos con el reino visigodo de Tolosa. Poco después el Imperio bizantino, dirigido por Justiniano, que pretendía, recomponer el viejo Imperio romano de Occidente, lanzó una ofensiva en el Mediterráneo occidental, logrando establecerse en la costa mediterránea de Hispania. No obstante, desde comienzos del siglo VI, y en particular después de su derrota en Vouillé ante el rey franco Clodoveo, en el año 507, los visigodos se fueron desplazando a la península Ibérica, al tiempo que abandonaban los dominios de su antiguo reino de Tolosa.



Consolidación del Reino Visigodo en Hispania

El asentamiento vigidodo en la península Ibérica se realizó, como zona preferente, en el ámbito de la meseta, área caracterizada por el predominio de la agricultura cerealista, pero también por su escasa población y su débil desarrollo urbano. No obstante, los visigodos, comparados con el grueso de la población hispanorromana, no dejaban de ser una minoría. Ello no impidió, sin embargo, que se afirmara su poder militar y político. Se había producido un desplazamiento del reino visigodo desde la ciudad francesa de Tolosa hasta Toledo, que pasó a ser su núcleo central en el territorio ibérico. Importantes pasos en orden a la consolidación del reino visigodo de Hispania los dio el monarca Leovigildo, el cual, en el año 585, puso fin al reino suevo de Gallaecia, tras derrotar a su rey Mirón. También combatió Leovigildo a los indómitos vascones, erigiendo frente a ellos la plaza fuerte de Vitoriaco. Leovigildo, en cambio, tuvo serios problemas con su hijo Hermenegildo, el cual abrazó el catolicismo, lo que suponía dejar el arrianismo, corriente heterodoxa a la que se había adscrito, años atrás, el pueblo visigodo. No obstante, unos años más tarde, el 589, su hijo y sucesor en el trono, Recaredo, lograba la unificación religiosa, al abandonar, en el III Concilio de Toledo, la herejía arriana y aceptar los postulados de los Concilios de Nicea y Calcedonia, o lo que es lo mismo: el catolicismo. El paso decisivo hacia la unidad política del conjunto peninsular se alcanzó en las primeras décadas del siglo VII, cuando el monarca Suintila puso fin a la presencia bizantina en el litoral levantino. Los monarcas visigodos, que en un principio habían adoptado el título de reges gottorum, pasaron a llamarse reges Hispaniae, pues su soberanía se extendía sobre todo el territorio de la antigua Hispania romana, aunque en algunas comarcas, como las de los vascones, sus habitantes siguieran luchando por su independencia. El último gran paso en orden a la unificación del espacio peninsular se dio a mediados del siglo VII con el monarca Recesvinto, al promulgar, en el año 654, el Líber Iudicum, texto más conocido como el Fuero Juzgo, el cual se basaba, lógicamente, en los Principios del Derecho romano. Dicho texto suponía la unificación jurídica, a todos los efectos, entre la población hispanorromana, que era mayoritaria, y los visigodos.

 

Conversión de Recaredo al cristianismo

La época de dominio visigodo, sin duda alguna, hundía sus raíces en la tradición de tiempos romanos. Al fin y al cabo los visigodos eran uno de los pueblos germánicos que más fuertemente se había romanizado, comenzando por el uso de la lengua latina. No obstante, en diversos aspectos, tanto materiales como espitiruales, se observa un retroceso con respecto a los tiempos romanos. Decayó la actividad económica, perceptible por ejemplo, en campos tan significativos como la explotación minera o la actividad mercantil. En la Hispania visigoda predominaba de forma abrumadora el mundo rural, en tanto que la vida urbana había entrado en una fase de declive. La estructura de la sociedad reproducía fielmente el esquema de la época romana. El sector dominante, del que formaban parte tanto la vieja aristocracia hispanorromana como los nobles visigodos, se caracterizaba por la posesión de grandes dominios territoriales. El sector popular incluía a los artesanos y a los pequeños comerciantes de las ciudades y, básicamente, al campesinado, la mayor parte del cual trabajaba como colono en los grandes dominios de los poderosos o de la Iglesia. Asimismo subsistían los servi, es decir, los esclavos, aunque, al parecer, en retroceso. El medio rural fue en ocasiones testigo de conmociones sociales, como las revueltas armadas de los rustici de la campiña cordobesa de tiempos del monarca Leovigildo. También parece que se propagó en amplios sectores del campesinado, sobre todo del noroeste peninsular, la herejía del priscilianismo, que tenía indiscutibles connotaciones sociales. Paralelamente se fueron gestando en la sociedad de la Híspanla visigoda los elementos que, en el futuro, habían de caracterizar a la sociedad feudal. Al tiempo que se debilitaban las relaciones de carácter público triunfaban las de índole personal. Los reyes tenían fideles regis y gardingos, que eran una especie de vasallos. Por su parte, los miembros de la alta nobleza tenían también sus propios encomendados, los bucelarios y los saiones. Asimismo en el medio rural se fortalecía de día en día la autoridad de los dueños de la tierra sobre sus cultivadores o colonos, lo que anunciaba el futuro régimen señorial.


La cultura visigoda, fuertemente impregnada de la tradición romana, estaba, no obstante, claramente al servicio de la religión romana. De ahí que las figuras más relevantes pertenecieran al ámbito eclesiástico. Con la finalidad de garantizar una buena formación del clero católico surgieron diversas escuelas episcopales de las que cabe mencionar las de Toledo, Sevilla y Zaragoza. Entre los nombres más señeros de aquel tiempo, a Braulio de Zaragoza, Eugenio de Toledo, Fructuoso de Braga, Julián de Toledo o Valerio del Bierzo. No obstante, el nombre más emblemático de la cultura de los tiempos visigodos fue, sin duda alguna, el obispo de Sevilla Isidoro. Formado en la escuela que creara en Sevilla su hermano, el arzobispo Leandro, Isidoro fue autor de numerosas obras, desde crónicas de los sucesos de la época hasta escritos teológicos y epístolas de gran calidad literaria. Isidoro fue, en otro orden de cosas, uno de los más destacados defensores de la teoría política que manifestaba la supremacía del poder espiritual sobre el temporal. Pero Isidoro de Sevilla es ante todo conocido por las Etimologías. Dicha obra, de indudables pretensiones pedagógicas y cuyo principal objetivo era salvar el legado cultural del mundo antiguo, ha sido considerada tradicionalmente como la primera enciclopedia cristiana. Las Etimologías, ejercieron una gran influencia en la Europa cristiana de los siglos posteriores.

 

Organización del poder del Reino Visigodo

La monarquía visigoda, no obstante, tenía unos cimientos muy débiles. Los reyes no accedían al trono por vía hereditaria, sino por elección de los poderosos, los cuales debían escoger a gentes de estirpe goda y de buenas costumbres, según se estableció en el VI Concilio de Toledo. No obstante, en la práctica, muchos monarcas lograron, por vía de una previa asociación, que sus hijos los sucedieran en el trono. Pero ello no impidió las acciones violentas contra los reyes, frecuentes a lo largo de la trayectoria del reino visigodo de Hispania. Los reyes, cuyo poder procedía de Dios, según las teorías dominantes en la época, eran auxiliados por personas de su confianza, las cuales formaban el Oficio palatino. Existían, asimismo, dos instituciones de suma importancia, el Aula Regia y los Concilios. El Aula Regia estaba integrada por magnates próximos al rey, siendo su principal función asesorar al monarca. Los Concilios eran instituciones eclesiásticas, pero en tiempos visigodos desempeñaron un papel político de primera fila, no sólo por las decisiones que en ellos se tomaron, sino también debido a que los reyes eran sus convocantes. El conjunto del reino estaba dividido en circunscripciones, herederas de la época romana, al frente de las cuales se encontraba un dux.

 

Caída del Reino Visigodo

Las últimas décadas del siglo VIl y la primera del VIII fueron testigo de una profunda crisis en la España visigoda. La peste causó gran mortandad en el año 693, y las malas cosechas confluían con el incremento del bandolerismo, así como con la imparable decadencia de la moralidad. Numerosos campesinos, agobiados por la creciente presión fiscal, huían de sus predios. La minoría judía, por su parte, fue objeto de drásticas medidas persecutorias. La unidad del reino visigodo estuvo a punto de resquebrajarse cuando, en las últimas décadas del siglo VII, el dux Paulo, que gobernaba la región de la Septimania, no sólo se sublevó, sino que llegó a proclamarse rey. Pero la crisis fue visible ante todo en la terrible pugna que mantuvieron dos grandes familias de la alta nobleza visigoda por ocupar el trono, las de Chindasvinto y Wamba, nombres de dos monarcas de la segunda mitad del siglo VII. Aquélla fue una auténtica guerra civil, lo que propició la invasión de Hispania por los musulmanes.

 

Batalla de Guadalete, fin del el Reino Visigodo

 

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El Derecho hispano-visigodo

Antes de la promulgación de su Código por Eurico, las normas jurídicas de los visigodos en su mayor parte eran consuetudinarias. Parece ser que hubo una codificación anterior, las leyes de Teodoredo, referentes al reparto de tierras y poco más.

El Código de Eurico, promulgado en el año 475, es una codificación de las costumbres germanas y las pocas leyes escritas anteriores. Responde a la necesidad creada por la ruptura con el Imperio de Occidente, un año antes de la desaparición del mismo; un reino nuevo necesitaba una codificación de sus leyes. Es un libro de leyes aplicable sólo al pueblo visigodo. Los problemas de Alarico II con los francos (Clodoveo) le impulsaron a redactar un código de leyes para atraerse a los galo-romanos. Es el Código de Alarico o Breviario de Aniano, promulgado el año 506, poco antes de la derrota sufrida en Vouillé. Es la lex Romana wisigothorum que recopila la legislación peculiar de los provinciales romanos. Recoge las leyes del emperador bizantino Teodosio II y algunos textos legales posteriores.

El tercer código es el Codex Revisus de Leovigildo (circa 575). Revisa el de Eurico, quitando las leyes obsoletas y añadiendo algunas nuevas. Sigue siendo un código para el pueblo visigodo. No lo conocemos directamente pues no se ha conservado ningún manuscrito, pero sí mención de sus leyes en el de Recesvinto. El legislador más importante fue Recesvinto que el año 654 promulgó el Líber Judiciorum o Lex Wisigothorum. Es ya un código único para godos e hispano-romanos; hay que tener en cuenta que en este momento ya se ha producido la unificación religiosa (589), y también la fusión étnica, que ha hecho desaparecer las palabras gothi y romani, sustituidas ahora por hispani. El rey, al promulgarlo, ordenó que fuera el único corpus legal que pudieran utilizar los jueces y tribunales, que además sólo podían aplicarlo estrictamente, sin interpretarlo. Ervigio revisó este código de Recesvinto, dividiéndolo en 12 libros intitulados, con 2 a 7 capítulos por libro y unas 31 leyes por capítulo. El nuevo Líber entró en vigor el 21 de octubre de 681, coincidiendo con el primer aniversario de la unción real del monarca. A éste Líber de Ervigio se añadieron las posteriores leyes de Egica y de Witiza.

 

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Reinado de Eurico

Eurico (466-484) accedió al trono de Tolosa tras asesinar a su hermano Teodorico II. Desde la perspectiva hispana, su reinado es relevante por haber promovido un considerable ensanchamiento territorial en la Península ibérica y, asimismo, el inicio de asentamientos visigodos en ella. El comienzo del reinado coincidió con la operación naval contra los vándalos, proyectada por el nuevo emperador Antemio (467-482). La reactivación imperial, en caso de victoria, hubiera comprometido las posiciones recientemente adquiridas en la Narbonense y Provenza, por lo que Eurico mantuvo una actitud de alerta y negociaciones con suevos, con los propios vándalos e, incluso, con Constantinopla. Fracasada la empresa africana, el rey tuvo las manos libres para desarrollar una gran expansión de las tierras a él sujetas al norte y sur de los Pirineos. En Galia, el dominio visigodo se extendió desde el Loira al Mediterráneo, con la excepción de Auvernia, defendida tenazmente por la aristocracia galorromana. En la Península ibérica, los objetivos se centraron en la Tarraconense y en la contención del reino suevo en el noroeste peninsular, limitando su desbordamiento meridional.

Política Visigoda

La política visigoda respecto a los suevos se vio alterada por el viraje de Remismundo, quien, del mismo modo que Agiulfo con anterioridad, se alejó de sus protectores, a la par que inicio un acercamiento a Ravena y a la propia aristocracia hispanorromana, desencantada ante la inoperancia imperial y proclive a un modus vivendi con los pobladores bárbaros. Signo claro de este acercamiento fue la ocupación de Lisboa en 408, gracias al favor de las altas clases de la ciudad, aunque el control, eso sí, fue efímero. Eurico reacciono potenciando la adhesión de las zonas ya en poder de los visigodos y desatando operaciones en la Lusitama, que redujeran o, al menos, contuvieran el expansionismo suevo. Ejemplo del primer tipo de política es la atención prioritaria dedicada a Mérida, cuyas defensas se fortalecieron y a la que se pretendió visigotizar mediante inmigraciones de cuño aristocrático. Las intervenciones militares contra los suevos no fueron de gran escala, sino tan sólo limitadas a confinar a dicho pueblo al oeste de una hipotética línea que discurría del norte del Duero medio al sur del Tajo inferior. La efectividad de esta estrategia de contención queda avalada por el mantenimiento de esta división territorial hasta mediados del siglo VI.

 

Pintura del rey visigodo Eurico

Ocupación de la Tarraconense

La provincia hispánica de la Tarraconense, a diferencia de las otras diócesis, había mantenido una presencia imperial más o menos tenue. La escena final de la crisis política romana, anunciada por la muerte de Ricimero y la discutida proclamación de Olibrio, ambas en 472, dejó ya totalmente inerme a aquella circunscripción y, por tanto, fácil presa de un poder que se había dilatado al otro lado de los Pirineos hasta incluir toda la Provenza, En dicho año y en el siguiente, 473, una doble columna visigoda penetro en la provincia romana por el Pirineo centro oriental y por la costa, ocupando el interior del valle del Ebro y también las ciudades litorales. Hubo cierta resistencia por parte de sectores de la aristocracia hispanorromana, pero también apoyos, como el del dux Vicente, el único oficial militar que restaba en la Península.

 

Código de Eurico

La intención de ensanchar territorialmente el regnum tolosanum vino acompañada de esbozos de una política de cohesión interior, que continuaría, acentuándose, en el reinado siguiente y más allá de 507. La codificación emprendida por el monarca, el denominado Código de Eurico, aunque ha sido considerado tradicionalmente como una legislación que atendía tan sólo a los visigodos, y no como un corpus territorial aplicable a ambas comunidades, pudo tener un sentido bien distinto de reconocimiento legal de las rápidas transformaciones de todo tipo que se habían operado desde 418 y habían fomentado un aglutinamiento interétnico, abarcando así, por tanto, dicho código al conjunto de godos y romanos.

 

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La economía visigoda

La principal fuente de riqueza de la economía visigoda fue la agricultura como corresponde a una sociedad mayoritariamente atada a la tierra. En esta actividad, como en otras, son herederos y continuadores de los últimos tiempos del Bajo Imperio romano, acrecentándose incluso la decadencia. Las formas de explotación del suelo continúan centradas en la villa, con división de la tierra en dos partes: la que el propietario cultiva directamente mediante siervos, el dominicatum, y el resto, que distribuye en parcelas entre los colonos. La tecnología agraria es también semejante, con uso del arado común, empleo de animales para arar y trillar, poco abono y sólo orgánico, y largos barbechos incluso de diez años.

 

La agricultura y la ganadería

Los regadíos romanos se mantuvieron, con canales y acequias, por lo que hubo sectores con riego artificial, lo que llamamos huerta. Hay leyes de Recesvinto penalizando el hurto de aguas, con multa y posterior devolución del turno de riego, así como el desvío «porque quitaba fuerza a los molinos». La producción tampoco varió sustancialmente, apenas introdujeron alguna especie nueva. Se cultivaron fundamentalmente cereales, mucha vid incluso en tierras altas, y olivo, sobre todo en la Bética. El cereal lo requerían las costumbres alimentarias; el vino era el complemento nutricional habitual, pero además era necesario en todas partes para celebrar la Misa, y en cuanto al olivo, san Isidoro distingue tres clases de aceite: el común, extraído de olivas negras, el verde, de olivas verdes, sin madurar y el hispano, que era el mejor, proveniente de aceitunas blancas. La industria aceitera fue una de las más importantes de la Hispania visigoda. Hubo cultivos de frutas y legumbres en las huertas, incluso tutelados por las leyes, así como también se protegieron algunos árboles (manzano, olivo) y se estimuló la roturación de montes y prados, otorgando al roturador un tercio de la tierra puesta en cultivo.

 


Tierras Trabajadas

Las pequeñas propiedades libres eran cultivadas por sus dueños, los privati, pero con el paso del tiempo, ya en el siglo VII, la producción se centró en la gran propiedad, concebida como una unidad, la villa, en la que no sólo se obtenían los productos agrícolas sino que también se centralizaba la actividad ganadera y se realizaban los trabajos artesanales imprescindibles para cubrir las necesidades generadas dentro de la propia explotación. Los latifundios revistieron una capital importancia desde el punto de vista económico, social y político, estaban en poder de magnates cuya base de riqueza y poder constituían, y eran cultivados por siervos, semi-libres, libertos y encomendados. Los señoríos eclesiásticos, también abundantes, eran cultivados por siervos de la Iglesia, por libertos sub obsequium o por colonos que pagaban al propietario el 10% del producto que sacaban. El patrimonio de la Corona, formado por unas tres mil villas o grandes propiedades, eran cultivado por los numerosísimos siervos fiscales, adscritos a la tierra.


Ganadería

La explotación ganadera, sobre todo lanar, como complementaria de la agricultura se produjo en todas las villas. Sin embargo hubo regiones de economía netamente ganadera (noroeste de Galicia) de rebaños trashumantes que constituían el principal medio de vida de las comunidades monásticas de esta zona, según cuenta la Vida de san Fructuoso. En alguna pizarra consta el pago de peajes por trashumar y la nomenclatura de las reses: anniculi (un año), sesquanas (año y medio) y trimos (tres años). También se criaron cerdos: Valerio de Bierzo, en las últimas décadas del siglo VII, escribió que abundaban los porquerizos entre los rústicos de las familias serviles pertenecientes a los grandes propietarios de es la zona leonesa. Tuvo importancia la cría caballar, sobre todo en la Bética.


Moneda visigoda, Suinthila

La industria y el comercio

La minería decayó mucho respecto a la época del Bajo Imperio por agotamiento de las minas, pero aún subsistió en cierta medida la industria extractiva de la plata, plomo, cobre y estaño, así como el oro de arenas auríferas. En cuanto a la industria, entre las escasas innovaciones de los visigodos está la metalurgia con bellas realizaciones en el cabujado de piedras semipreciosas en labores de oro y plata. Hubo industria textil y curtidos con elaboración de la piel y del cuero.

La construcción

La construcción fue una industria floreciente sobre todo en el siglo VII, pese a que no son muchos los monumentos conservados, —se conservan piezas artísticas procedentes de construcciones desaparecidas—. La explicación que se ha dado de este fenómeno es que los que se mantienen están en lugares alejados de las vías de penetración de los musulmanes, en tanto que los edificios de las ciudades y zonas más pobladas, especialmente los religiosos, fueron destruidos o transformados por los conquistadores. Con esta industria se relacionan otras como la talla de la piedra para jambas y capiteles y la cerámica, cuyo foco principal se localiza en el valle del Guadalquivir.

Comercio Interior

El comercio interior fue muy escaso y el exterior se debilitó enormemente, aunque no llegó a desaparecer del todo (se exporta aceite…). El enrarecimiento del comercio interior viene dado porque hay poco para vender y falta demanda, como resultado de una economía cerrada y autosuficiente. No obstante hubo mercados, las fuentes de signan con el nombre de conventus mercantium las reuniones de mercaderes para celebrar feria que solían tenerse en la plaza mayor de muchas ciudades.

Comercio Exterior

El poco comercio exterior estuvo en manos de extranjeros de ultramar, aunque también hubo hispanos que lo practicaron. Los mercaderes dedicados este comercio se regían por un Derecho especial, el «Rodio» y tenían jueces especiales, los telonarii, así como lonjas de contratación propias, denominadas cataplus, en los puertos marítimos y en los fluviales más activos.

 

La moneda

La circulación de monedas fue escasa puesto que las clases altas laicas y eclesiásticas invertían sus ganancias en tesoros de oro y plata, sin el menor espíritu inversionista, de modo que en el ámbito rural muchas veces los impuestos se pagaron en especie. Pero esto no significa que la economía hispano-visigoda no fuese monetaria, puesto que todo se valora en dinero (multas, pagos…). El sistema monetario de los visigodos, prácticamente monometalista, se basó en el sueldo de oro de Constantino (1/72 de libra romana) y en la moneda bizantina, que primero usaron y luego imitaron. Pero no será hasta el reinado de Leovigildo cuando las acuñaciones se hagan a nombre del rey, y no del emperador de Oriente, respondiendo a la propaganda política que el concepto de Estado visigodo requería. Así pues la moneda propia, acuñada en Hispania e independiente ya del Imperio aparece con Leovigildo (573-586), quien pone su nombre en lugar del emperador bizantino, aunque conserva por un tiempo en el anverso el tema imperial de una Victoria andando, a la derecha del busto de rey y rodeando toda la leyenda Liuvigildi regis conob precedida de una pequeña cruz. En el reverso irá cuajando con el tiempo la cruz, rodeada de la leyenda con el nombre de la ceca. De todos modos los tipos difieren en cuanto a figuras, leyendas, diámetro y peso. Nunca se acuñó el sueldo, que pasó a ser una moneda de cuenta como lo era la libra; se acuñaron tremises o trientes de oro (un tercio del sueldo), que se convirtieron en la moneda nacional visigoda. Tampoco se acuñó la moneda fraccionaria, los siliquae, sirviendo como tal las piezas romanas de plata y bronce existentes, que siguieron circulando.

 

Moneda visigoda, Gundemaro

La equivalencia era la siguiente:

1 libra = 72 sueldos = 216 tremises = 1.728 siliqua

1 sueldo = 3 tremises = 24 siliqua

1 tremís = 8 siliqua

La acuñación monetaria estaba reservada al rey, como «regalía» o derecho exclusivo, aunque hay noticias de acuñaciones de particulares, tal vez reyes secesionistas cuyas aspiraciones no llegaron a cuajar. Hubo muchas cecas, cerca de 80, localizadas junto a las explotaciones auríferas; hubo también cecas móviles, por la necesidad repentina de acuñar «in situ». Los trientes de los reyes desde Leovigildo hasta Wamba poseían buena ley y correcto peso; a partir de Egica (687-702) fueron degenerando, de manera que a principios del siglo VIII eran prácticamente de plata. En cuanto al peso oficial, el del tremís de Leovigildo era de 1,45 grs. y el de Witiza 1,25. Siempre estuvo prohibido recortar o falsear las monedas.

 

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Fin del Reino Visigodo

El inesperado derrumbamiento del reino visigodo fue una catástrofe histórica tan absoluta y de tal calibre que no es extraño que generaciones sucesivas de historiadores se hallan planteado interrogantes y propuesto explicaciones para ello. En este post responderemos a la pregunta de ¿Por qué un Estado que había conseguido extender su poder sobre todo el territorio de la Península y Galia narbonense, que había logrado su unidad étnica, religiosa y jurídica, se hundió tan de repente? Actualmente predomina la idea de que el rápido hundimiento visigodo ante la invasión islámica se debe a causas internas, a la profunda crisis en todos los órdenes en que se encontraba el reino a principios del siglo VIII.

Afán de Obtener el Trono

En los cuarenta años que median entre la muerte de Recesvinto y la de Rodrigo, en cinco reinados, encontramos media docena de conjuras contra el soberano reinante que tuvieron amplia repercusión (duque Paulo) e incluso éxito (deposición de Wamba por Ervigio).
Por otra parte el prefeudalismo que se comprueba en este periodo significó un incremento de las clientelas nobiliarias, que fortaleció a los clanes familiares poderosos, enfrentados entre sí por el afán de alcanzar el trono. Los reyes alternaron conductas de represión (Wamba, Egica) con otras de amnistía y tolerancia (Ervigio,Witiza) hacia la nobleza, lo que imprimió una política desigual e insegura a la monarquía de la última época.

 

Problemas Económicos

En el campo socioeconómico se dejan ver síntomas de decadencia, unas veces producidos por causas naturales (pestes, malas cosechas) que no cabe duda tuvieron repercusión en la demografía. Por otra parte las hambrunas que padecieron grandes contingentes humanos llevaron a los reyes (Ervigio) a condonar los impuestos atrasados impagados.

Inseguridad

También este descontento social determinó un incremento de fugas de esclavos, a juzgar por el endurecimiento de las leyes al respecto a comienzos del siglo VIII. Estos siervos se dedicaron al bandidaje en los caminos sembrando la inseguridad, según testimonios coetáneos, mientras por otra parte hurtaban brazos al trabajo de la tierra. Se endureció enormemente, como hemos visto, la legislación contra los judíos. También tenemos noticias de un aumento de suicidios (otra forma de huir de una existencia insoportable), según se lamentan los obispos reunidos en concilio.

 

Aumento de Tributos

La moneda se degrada en esta última época; a la buena ley y peso de los trientes de Recesvinto, incluso de Wamba, se llega en el reinado de Witiza a acuñar monedas ligeras y que apenas tienen oro. Como consecuencia los precios suben, los tributos se pagan muchas veces en especie y Ervigio reforma leyes anteriores introduciendo nuevas multas pecuniarias, tal vez para incrementar los ingresos en metálico de la hacienda.

Crisis en el Clero

En el seno del clero hubo igualmente una crisis moral y de costumbres, en la que destaca el envilecimiento del episcopado, que obligó a los últimos concilios a dictar una copiosa legislación disciplinar destinada a corregir abusos del alto clero, que formaba parte de la minoría dirigente poderosa, y también del clero llano inmerso en hábitos y actitudes indignas.

Conclusión

A principios del siglo VIII el reino visigodo estaba inmerso en una profunda crisis que le restó capacidad de resistencia, sobre todo si tenemos en cuenta el desinterés por el servicio de las armas que había movido a Wamba a dictar su famosa ley militar, derogada en gran medida por Ervigio, y la división del ejército entre los clanes enfrentados de witizanos y rodriguistas.

 

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