lunes, 28 de diciembre de 2020

 

LUIS CANDELAS

EL BANDIDO QUE SE CONVIRTIÓ EN LEYENDA

 

La muerte de Luis Candelas el 6 de noviembre de 1837 ponía fin a las actividades del bandolero más famoso de Madrid, que cometió todos sus asaltos sin quitar la vida a ninguna de sus víctimas y se convirtió en protagonista de coplas y versos populares.



El 6 de noviembre de 1837 se ponía fin a la vida del bandolero más famoso y más buscado del Madrid en el siglo XIX. Condenado a la pena capital, tan sólo aplicada a los criminales considerados más peligrosos, Luis Candelas Cajigal fue ejecutado con el garrote vil cuando contaba 32 años de edad, en un patíbulo instalado cerca de la puerta de Toledo.

Según cuenta la tradición popular sus últimas palabras fueron: "He sido pecador como hombre, pero nunca se mancharon mis manos con sangre de mis semejantes. Adiós patria mía. Sé feliz".

UN "DANDY" CONVERTIDO EN BANDOLERO

Luis Candelas nació en una carpintería de la calle del Calvario el 9 de febrero de 1804. Fue el tercer hijo de un matrimonio que vivía sin agobios económicos y pudo ofrecer a su hijo una esmerada educación en el colegio de San Isidro. Fue precisamente aquí donde Luis formó su primera banda, de la que formó parte Francisco Villena, más conocido como Paco el Sastre –que años después pertenecería a su cuadrilla de bandoleros–. Al final, tras provocar numerosas peleas, Luis fue expulsado de la escuela cuando un clérigo le dio una bofetada y él respondió dándole dos. En estos años, el bandolerismo proliferaba en todo el país, con bandas legendarias como las de José María "el Tempranillo", Juan Caballero y José Ruiz Permana. A pesar de su expulsión, Luis no perdió las ganas de aprender y leía cualquier libro que cayese en sus manos. Ya desde muy joven, a Luis le gustaba vestir bien y mostraba buenos modales cuando quería, lo que no fue óbice para que a los quince años perpetrara su primer robo y fuera encarcelado por deambular por la plaza de Santa Ana a altas horas de la madrugada. Tras la muerte de su padre, Luis intentó replantearse su vida y empezó a trabajar como librero, pero el cambio no cuajó, ya que fue condenado a seis años de prisión por robar dos caballos y una mula.

A pesar de que Candelas fue expulsado de la escuela por propinar dos bofetadas a un clérigo, el bandolero no dejó en ningún momento de leer y aprender

 

En su primera época de delincuente, entre 1823 y 1830, Luis Candelas se dedicó a conquistar mujeres y vivir a costa de ellas, comportándose como un Don Juan. Era moreno, bien parecido, con una buena dentadura, anchas patillas y flequillo bajo el pañuelo, iba bien afeitado y vestía sombrero calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y buen calzado.

Se tiene constancia de que Luis tuvo tres amores que marcaron su vida: Manuela Sánchez, una viuda de 23 años que también había pasado por la cárcel; Lola "la naranjera" que a la vez era la amante del rey Fernando VII, y la mujer que acabaría causando su perdición, Clara, una muchacha de clase media y familia trabajadora.

UN "ESPADISTA" MUY POPULAR

Luis Candelas se hizo tan popular que el pueblo, e incluso algún agente de la autoridad, le ayudaban en sus fechorías. Era tal su fama que hasta una copla de la época ensalzaba la popularidad que había adquirido, sobre todo entre las féminas: "Con la puerta abierta y toda la noche en vela, a ver si me roba Luis Candelas. Todo Madrid espera para prenderte, y yo sólo espero para quererte".

Su fama alcanzó a varios estamentos de la sociedad, incluso a las fuerzas de la ley, pero por encima de todo fue popular entre las féminas

 

Sin embargo no se trataba de un delincuente común. Fue conocido como el "espadista", porque utilizaba una ganzúa para acceder a las casas que asaltaba. Preparaba meticulosa y astutamente sus asaltos. Siempre salía airoso de los enredos en los que se veía involucrado, de tal manera que para él los barrotes de la prisión tampoco eran un obstáculo. En su historial se registraron seis fugas que logró consumar entre sobornos y ardides.

EL ERROR DEL MAGO DEL DISFRAZ

Su máxima fue que la riqueza estaba muy mal repartida, pero a pesar de esto nunca llegó a matar a nadie en ninguna de su acciones y jamás usó la violencia. En una de sus "visitas" a la cárcel, conoció al político Salustiano de Olózaga, a quien ayudó a escapar. Se dice que luego se reencontraron y Salustiano inició a Luis Candelas en la masonería –el bandolero ingresó en la "Logia Libertad"–. Fue partir de este momento cuando Luis Candelas lució una capa negra decorada con símbolos masónicos.

Luis Candelas era además un maestro del disfraz. Llegó a utilizar más de 200 disfraces distintos para llevar a cabo sus golpes. Entre los más sonados cabe destacar el robo en la casa del presbítero Juan Bautista Tárrega y el robo del dinero de varias cofradías días más tarde. Pero su suerte estaba a punto de cambiar. Candelas empezó a cometer errores, el primero de ellos asaltar la diligencia del embajador de Francia en Torrelodones, sustrayéndole no sólo dinero y joyas, sino también unos documentos confidenciales. Aunque el mayor error que cometió, y por el que fue condenado a muerte, fue robar en casa de la modista de la reina regente, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (madre de la futura Isabel II), la acaudalada doña Vicenta Mormín.

Convertido en un mago del disfraz, Luis Candelas perpetró sonados golpes, pero un error en la elección de su última "víctima" acabó con su condena a muerte

"ARREPENTIMIENTO" Y MUERTE

Tras el golpe, Candelas planeó huir a Inglaterra con su última esposa, Clara, pero al llegar a Gijón esta no estuvo dispuesta a marcharse, por lo que decidieron volver a Madrid. Tras pernoctar en una posada situada en la calle Real esquina con la actual calle Luis Candelas (frente a la iglesia de San Pedro), el bandolero fue detenido el 18 de julio de 1837 en el puesto de aduanas del puente Mediana, situado en el camino real de Valladolid a Toledo.

Candelas fue trasladado a Valdestillas, luego a Valladolid y de allí a Madrid, donde fue acusado de cometer más de 40 robos, por lo que fue encerrado en la cárcel de Corte. El 2 de noviembre de 1837, fue juzgado y condenado a morir por garrote vil.

La sangre fría que Candelas había demostrado siempre a la hora de cometer los delitos de los que se le acusaba fue desapareciendo mientras se acercaba el momento de enfrentarse a la muerte. Al ver que esta vez los sobornos no podrían librarle de su destino, imploró el indulto a la reina regente: "Señora, Luis Candelas, condenado por robo a la pena capital, a V. M. desde la capilla acude reverentemente. Señora, no intentará contristar a V. M. con la historia de sus errores ni la descripción de su angustioso estado. Próximo a morir sólo imploro la clemencia de V. M. a nombre de su agusta hija, a quien ha prestado servicios y por quien sacrificaría gustoso una vida que la inflexibilidad de la ley cree debida a la vindicta pública y a la expiación de sus errores. En que expone es acaso el primero de su clase que no acude a V. M. con las manos ensangrentadas. Su fatalidad le condujo a robar, pero no ha muerto, herido ni maltratado a nadie. ¿Y es posible que haya de sufrir la misma pena que los que perpetran en esos crímenes? He combatido por la causa de vuestra hija. ¿Y no le merecerá una mirada de consuelo?", pero a pesar de sus ruegos el indulto le fue denegado.

Luis Candelas Cajigal, el ídolo de una España gobernada por el absolutismo, acabó, tras ser ejecutado en una gélida mañana en la plaza de la Cebada por el cruel método del garrote vil, convertido en una leyenda.

Ante la inminente hora de su muerte, Luis Candelas envió una carta a la reina regente María Cristina de Borbón, pero esta desestimó el arrepentimiento

COPLAS Y RECUERDOS DE LUIS CANDELAS

Las coplas que le dedicó el poeta sevillano Rafael de León, se referían a Luis Candelas de esta manera: "Anoche una diligencia, ayer el palacio real, mañana quizá las joyas de alguna casa ducal. Y siempre roba que roba, y yo por él siempre igual, queriéndolo un día mucho y al día siguiente más" .

En la actualidad en la calle Cuchilleros, 1 de Madrid, existe un restaurante castizo en el que se recrea fidedignamente la época en la que vivió el bandolero, un local que en tiempos sirvió de guarida y cobijo a Luis Candelas.

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/luis-candelas-bandolero-que-se-convirtio-leyenda_14859

 

 

 

EL EMPECINADO,

MÁRTIR CONTRA LA INVASIÓN DE NAPOLEÓN

 

Pese a que fue uno de los más destacados jefes de la guerrilla que luchó contra la invasión napoleónica de 1808, Juan Martín fue ejecutado por el régimen absolutista de Fernando VII.



¿De dónde venía este curioso apodo? Pese a que Juan Martín destacó por su carácter testarudo, su apodo el Empecinado no hacía referencia a ese aspecto de su personalidad, sino a la pecina, un lodo negro que el río Botijas arrastra a su paso por el pueblo natal de Juan Martín, Castrillo de Duero, y que hacía que a sus habitantes se les llamara, despectivamente, "empecinados".

 

Como les sucedió a tantos otros españoles, en 1808 la rutinaria vida de Juan Martín Díez –un humilde labrador de 33 años que vivía en la pequeña localidad de Fuentecén, cien kilómetros al sur de Burgos– dio un giro inesperado. Un año antes Francia y España habían firmado el tratado de Fontainebleau, por el que se permitía el paso del ejército de Napoleón Bonaparte a través de España para invadir Portugal, aunque la intención de éste era poner a su propio hermano José en el trono hispano. El emperador de los franceses contaba con tener el apoyo popular frente a la desprestigiada dinastía de los Borbones, pero, desenmascaradas sus intenciones, la traición inflamó los ánimos de la mayor parte de las poblaciones y la guerra se hizo inevitable.

El Empecinado, como llamaban sus paisanos a Juan Martín, se sumó de inmediato a la resistencia patriótica. Entre 1793 y 1795 ya había participado en la guerra del Rosellón, en los Pirineos catalanes, y no guardaba un buen recuerdo de las tropas francesas y sus brutales métodos. Por ello, antes incluso de la revuelta del 2 de mayo en Madrid, realizó sus primeras acciones contra los ocupantes, dedicándose junto con otros compañeros a interceptar los correos franceses que transitaban por el camino real de Madrid a Burgos, en las proximidades de Aranda de Duero.

PRIMERAS ESCARAMUZAS CONTRA LOS FRANCESES

El conflicto subsiguiente alumbró a un gran número de partidas de guerrilleros que se dedicaron a hostigar a las tropas francesas y que dieron a la guerra de Independencia un grado de ferocidad y brutalidad inusitado. El Empecinado fue uno de los jefes guerrilleros más destacados, aunque, por su parte, intentó evitar siempre el ensañamiento y la crueldad. Así, a finales de 1808, una de sus primeras escaramuzas contra los franceses terminó con la denuncia de sus paisanos contra el Empecinado por haber dado cobijo en su propia casa a una distinguida dama francesa que viajaba en el convoy que había capturado. Juan Martín fue encarcelado en la prisión de Burgo de Osma, de la que no tardó en escaparse.

A continuación, Juan Martín rehizo su partida con tres de sus hermanos y otros hombres y empezó a operar en un área que se extendía a Segovia y Salamanca. El grupo creció y sus acciones se hicieron cada vez más audaces. En 1809, contaba con varias decenas de hombres a sus órdenes y el general John Moore, al mando de las tropas británicas en la península ibérica, le entregó fondos para comprar caballos. En abril, la Junta Central le concedió el grado de teniente de caballería.

El Empecinado interceptaba correos y mensajes del ejército ocupante y atacaba a los destacamentos que los protegían. También asaltaba convoyes de víveres, armas, ropas y dinero. Él mismo describía así su actividad: "Aquí no hay descanso, aquí se come lo que se encuentra y se descabeza un sueño con el dedo puesto en el gatillo… Aquí no se corre, se vuela".

Su fama y su carisma no paraban de crecer, y a finales de 1809 fue llamado por la Junta de Sigüenza para organizar las fuerzas levantadas en la provincia de Guadalajara. Fue allí, a caballo entre Madrid y Zaragoza, donde Juan Martín desarrollaría sus operaciones más importantes. Al mando de trescientos jinetes y doscientos infantes, entorpeció las líneas de comunicación y puso en aprieto a las guarniciones francesas. La fama de sus acciones y el hecho de que pagara puntualmente a sus hombres le atrajeron gran número de voluntarios, de modo que al final de la guerra mandaba una división de más de cinco mil hombres.

José I encomendó al general José Leopoldo Hugo la misión de acabar con la partida del Empecinado. El general lo persiguió sin descanso durante tres años. Consiguió algunos éxitos, pero reconoció la dificultad del encargo: "Siempre errantes, las fuerzas del Empecinado amenazaban todos los puntos de nuestro despliegue". Hugo, después de intentar atraerlo a la causa josefina sin éxito, no cesó en su persecución e incluso detuvo a la madre de Juan Martín y amenazó con fusilarla si no se entregaba. El Empecinado lo retó a su vez con pasar a cuchillo a cien franceses que tenía en su poder y a todos los que en adelante capturara. La barbarie no fue más allá porque Hugo no se atrevió a comprobar si Martín estaba dispuesto a cumplir su amenaza y liberó a su madre.

Además de los franceses, el Empecinado tuvo que vérselas también con sus compatriotas. Nunca toleró el bandidaje y eliminó varios grupos que extorsionaban a los pueblos en nombre de la causa patriota. Su carácter indómito y apasionado le procuró entre sus paisanos una mezcla de admiración y envidia al borde del odio y sufrió motines de sus hombres, a veces estimulados por las juntas locales, poco propicias a que abandonaran el territorio en auxilio de otros ejércitos.

El Empecinado fue herido varias veces y tuvo que huir más de una vez en situaciones límite, como cuando se arrojó de un precipicio para no ser apresado. Tenía un instinto natural para la guerra de guerrillas. En cada momento sabía si reunirse para atacar o bien dispersarse y esperar un momento más propicio. Sus dotes estratégicas, unidas a su fortaleza física y a la tenacidad con la que defendió la causa patriota hicieron de él "un guerrillero insigne que siempre se condujo movido por nobles impulsos, generoso, leal y sin parentela moral con facciosos", según escribió el novelista Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios nacionales. Juan Martín acabó la guerra como mariscal de campo y Fernando VII le concedió el privilegio de firmar como "El Empecinado".

VÍCTIMA DEL ABSOLUTISMO

Juan Martín fue un liberal convencido y partidario entusiasta de la Constitución de 1812. Por ello, cuando Fernando VII volvió a España en 1814 y restauró el absolutismo, el Empecinado se retiró a Castrillo, pese a lo cual recibió varias distinciones del gobierno, como la cruz laureada de San Fernando. El pronunciamiento del general Riego en 1820 lo devolvió a la vida pública. Durante el Trienio Liberal (1820-1823), Juan Martín combatió a partidas realistas que buscaban restablecer el régimen anterior, como la del cura Merino, otro antiguo guerrillero. Cuando en 1823 se produjo la intervención de los Cien Mil hijos de San Luis para restablecer el absolutismo, el Empecinado estaba al frente de la resistencia del régimen liberal en Castilla la Vieja y hubo de capitular finalmente en Extremadura.

Martín se convirtió en una de las piezas más codiciadas de la represión absolutista. Apresado cerca de su pueblo, fue llevado a la vecina Roa, donde durante diez meses sufrió insultos y vejaciones de todo tipo, hasta el punto de que los días de mercado lo exhibían en la plaza dentro de una jaula de hierro. En el juicio se le acusó de la muerte de varios civiles en Cáceres durante el último conflicto. El juez instructor, enemigo personal del Empecinado, no dudó en condenarlo a la horca, muerte que se reservaba a los bandidos. "¿No hay balas en España para fusilar a un general?", se lamentó el reo.

Una calurosa tarde de agosto de 1825, Juan Martín era llevado a la horca a lomos de un burro desorejado en señal de deshonra, mientras una plebe embrutecida seguía su recorrido lanzándole improperios y objetos. Al acercarse al cadalso, en un titánico esfuerzo, el Empecinado rompió las cadenas que le sujetaban y trató de refugiarse en sagrado, pero los soldados se lo impidieron tras un forcejeo en el que sufrió algún bayonetazo. Ante su desesperada resistencia, fue arrastrado con una soga hasta el suplicio y colgado sin más ceremonia.

 

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/empecinado-guerrillero-y-martir-contra-invasion-napoleon_11247

 

EL TRIENIO LIBERAL,

EL PRONUNCIAMIENTO

DEL GENERAL RIEGO

El primer día de 1820, el general Riego se alzó en Andalucía con el objetivo de derrocar el régimen absolutista y restablecer la Constitución


El triunfo de la Revolución

Este grabado recrea el momento en que la Constitución de Cádiz es proclamada en la plaza Mayor de Madrid, en marzo de 1820, entre el alborozo de los soldados y el pueblo. Museo de Historia, Madrid.



La jura de la Constitución

La escena que protagonizó Fernando VII en 1820 decora un estuche lacado que servía para guardar un ejemplar de la Constitución de 1812. Museo Romántico, Madrid.



Constitución española

Constitución política de la monarquía española. Edición de 1822. Biblioteca de Temas Gaditanos, Cádiz.



Vista de Cádiz

La catedral de Santa Cruz, en Cádiz, del siglo XVIII, en estilo barroco, rococó y neoclásico, vista desde el mar.



El rey absolutista

Fernando VII, el rey que combatió las ideas liberales. Retrato por Vicente López y Portaña. Museo del Prado, Madrid.



El suplicio del general Riego

El general Riego es conducido al lugar del suplicio. «Como si montarle en borrico hubiera sido signo de nobleza, llevábanle en un serón que arrastraba el mismo animal [...]; cubierta la cabeza con su gorrete negro, lloraba como un niño», escribió Pérez Galdós.

 

Las luces de Europa no permiten ya, Señor, que las naciones sean gobernadas como posesiones absolutas de los reyes. Los pueblos exigen instituciones diferentes, y el gobierno representativo […] es el que las naciones sabias adoptaron, el que todos apetecen, el gobierno cuya posesión ha costado tanta sangre y del que no hay pueblo más digno que el de España». En estos términos se dirigían al rey Fernando VII los militares que el 1 de enero de 1820 se habían alzado en armas en Andalucía, en las comarcas próximas a Cádiz. Su propósito era forzar al monarca a abandonar el régimen absolutista que había restaurado en 1814, al término de la guerra contra Napoleón, y establecer la constitución de las Cortes de Cádiz de 1812. «Resucitar la Constitución de España, he aquí su objeto: decidir que es la Nación legítimamente representada quien tiene solo el derecho de darse leyes a sí misma, he aquí lo que les inspira el ardor más puro y los acentos del entusiasmo más sublime», decía asimismo el texto. La revolución victoriosa inauguraría el llamado trienio liberal, un período en el que, por primera vez en la historia de España, el conjunto del país estaría regido por un sistema constitucional.


El héroe de la revolución


El gran protagonista del alzamiento de 1820 fue el teniente coronel Rafael del Riego. Nacido en una familia asturiana, noble pero de escasos recursos económicos, Riego tuvo una buena formación, a diferencia de otros compañeros de generación. Realizó estudios secundarios y en 1807 ingresó en un regimiento prestigioso, la Compañía Americana de Guardias de la Real Persona.


Al año siguiente, la sacudida de la guerra de la Independencia lo alcanzó de pleno. Capturado por los franceses ya en abril de 1808, consiguió escapar de su prisión en El Escorial y marchó a Asturias para sumarse al levantamiento contra los franceses. Dio muestras de valor y arrojo en la batalla de Espinosa de los Monteros, que tuvo lugar en noviembre de 1808, en la que fue capturado. A continuación fue enviado a Francia, donde estuvo encarcelado en varios centros durante unos cinco años. Pasó también por Holanda e Inglaterra. Según algunos autores, fue en ese tiempo cuando Riego se convirtió al liberalismo, de modo que cuando regresó a España, en el año 1814, se aprestó a jurar la Constitución de Cádiz.


Pero 1814 sería un año de aciaga memoria para el liberalismo español. El retorno de Fernando VII puso fin al ensayo de régimen liberal de Cádiz y dio paso a la restauración del absolutismo. Mientras sus partidarios gritaban « ¡Vivan las cadenas!», el rey abolió la Constitución y la casi totalidad de la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, «como si no hubiesen pasado jamás», al tiempo que ponía en marcha una dura represión contra todos los elementos sospechosos de simpatías liberales. Rafael del Riego hubo de adaptarse a este estado de cosas para seguir en el ejército, pero pronto se sumó a los movimientos clandestinos de oposición liberal que fueron cristalizando en distintas ciudades españolas. Destinado en 1817 al ejército de Andalucía, dos años más tarde fue introducido, en Cádiz, en la masonería.


Las logias masónicas fueron uno de los resortes más poderosos de la lucha contra el absolutismo; por su carácter de sociedades secretas permitían a sus miembros conspirar y preparar incluso un alzamiento militar contra el gobierno. Se produjeron varias intentonas de alzamiento, los llamados pronunciamientos, que el gobierno logró desbaratar. La ocurrida en enero de 1819 se saldó con la ejecución de 18 implicados. El general Elío declaró entonces: «La Divina Providencia, que vela sobre nosotros, se vale de medios incomprensibles para procurarnos el poder exterminar a los enemigos del trono, de las leyes y de la religión».


Pocos meses después, sin embargo, las circunstancias sonrieron a los rebeldes. El gobierno decidió reunir en la región de Cádiz varios destacamentos, con un total de 20.000 hombres –aunque al final fueron menos–, que debían embarcarse rumbo a América para participar allí en la represión de las revoluciones independentistas que se desarrollaban en el Imperio español. La mayoría de los soldados tenían muy escasos deseos de marchar a ultramar, y además pronto descubrieron que la flota que debía trasladarlos, recién comprada a Rusia, se encontraba en un estado deplorable. Todo ello hizo que prestaran oídos a los oficiales que los preparaban para amotinarse. Estos últimos habían entrado en contacto con los conspiradores civiles de las ciudades andaluzas, sobre todo en Cádiz, donde a partir de una logia masónica se constituyó una sociedad secreta llamada Taller Sublime, «un cuerpo donde estaban juntos los más arrojados y dirigentes de los conspiradores», según recordó más tarde uno de los promotores del movimiento, Alcalá Galiano. Los fondos aportados por Álvarez Mendizábal, influyente hombre de negocios de origen judío, fueron también decisivos.


La operación estuvo a punto de fracasar por la traición de dos oficiales, el conde de La Bisbal y el general Sarsfield, que llevó a la detención de quince militares en El Palmar (Cádiz). Pero el proyecto siguió adelante gracias a los oficiales que habían podido evitar la detención. Finalmente, en la noche del 27 al 28 de diciembre, los conspiradores celebraron una reunión secreta en la que acordaron su plan de acción: tres cuerpos de ejército, dirigidos respectivamente por Quiroga, López Baños y Riego, se alzarían en tres puntos diferentes de Andalucía y a continuación se dirigirían a Cádiz. En cuanto le fue dado a conocer el plan de la conjuración, Riego se implicó en cuerpo y alma, pero su papel inicialmente tenía que ser secundario. Nadie podía imaginar que acabaría convirtiéndose en el alma del movimiento.


El pronunciamiento


A las ocho de la mañana del 1 de enero de 1820, las tropas dirigidas por Riego se alzaron en Las Cabezas de San Juan, a unos 45 kilómetros al norte de Sevilla. El propio comandante leyó un manifiesto a sus hombres, en el que hacía referencia a la injusta orden de embarcarse a América: «Soldados, mi amor hacia vosotros es grande. Por lo mismo yo no podía consentir, como jefe vuestro, que se os alejase de vuestra patria, en unos buques podridos, para llevaros a hacer una guerra injusta al nuevo mundo; ni que se os compeliese a abandonar a vuestros padres y hermanos, dejándolos sumidos en la miseria y la opresión». Pero Riego, que según un contemporáneo «procedía sin atenerse a más regla que a su voluntad propia», tomó una decisión que no estaba prevista por sus compañeros de conspiración: proclamar la Constitución de Cádiz. Según Antonio Alcalá Galiano, tres días antes del levantamiento los conspiradores tenían planes muy vagos y varios de ellos consideraban que la Constitución de Cádiz era demasiado radical. Riego, sin embargo, mantenía intacta su fe en el régimen de Cádiz, de modo que se dirigió a la tropa con voz enérgica y tono paternal, apelando a las obligaciones filiales de sus hombres: «España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la nación. El rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución; la Constitución, pacto entre el monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda nación moderna. La Constitución española, justa y liberal, ha sido elaborada en Cádiz entre sangre y sufrimiento. Mas el rey no la ha jurado y es necesario, para que España se salve, que el rey jure y respete esa Constitución de 1812».


Mensajeros de la libertad


Durante varias semanas, el resultado del levantamiento fue incierto. A pesar de los éxitos iniciales, logrados gracias al factor sorpresa, los sublevados no lograron ocupar Cádiz; las autoridades reales en la ciudad, avisadas por el telégrafo del avance de la insurrección, organizaron una mínima defensa y dos cañonazos desde el frente de la Cortadura bastaron para repeler a las fuerzas de Quiroga. La llegada de Riego tampoco sirvió para inclinar la balanza. Además, al pasar por las localidades andaluzas los sublevados encontraron una actitud de indiferencia entre la población, y muchos soldados se desanimaron rápidamente y decidieron desertar.


En aquellas circunstancias, el tiempo corría en contra de los insurgentes. Después de que fracasasen varios asaltos a Cádiz, Riego, en un intento de reactivar el movimiento, decidió ponerse en marcha al frente de una columna, con el objetivo de sumar el mayor número de adeptos posible. A partir del 27 de enero recorrió parte de Andalucía, deteniéndose en diversas poblaciones para proclamar la Constitución. A los realistas que capturaban los dejaban en libertad para poner de manifiesto que no estaban haciendo una guerra. Sin embargo, el entusiasmo inicial se desvanecía a medida que iban pasando los días. El cansancio, el acoso de las fuerzas absolutistas y la falta de recursos hicieron mella en el estado de ánimo de los sublevados, y las deserciones redujeron de forma drástica el número de soldados de la columna. El 11 de marzo, Riego se hallaba en un pueblo perdido de Extremadura y tenía a sus órdenes a poco más de cincuenta soldados. Estaba a punto de darse por vencido, disolver la columna y refugiarse él mismo en Portugal. Pero justo en ese momento le llegó la noticia de que la revolución había estallado en las principales ciudades de toda España.


El turno de las ciudades


En efecto, la noticia del levantamiento del ejército en Andalucía fue difundiéndose por los círculos liberales de todo el país y alentando conspiraciones locales contra las autoridades. Galicia tomó la delantera. El general Félix Álvarez Acevedo se levantó en La Coruña, donde una Junta proclamó la Constitución de 1812. Acto seguido, Acevedo ocupó Orense y Santiago de Compostela, pero murió de un disparo cuando arengaba a los enemigos. La sublevación de La Coruña fue clave para el éxito final del movimiento. A partir de entonces, la llama de la rebelión se propagó por todo el territorio. El 5 de marzo se proclamó la Constitución en Zaragoza, y en los días siguientes el resto de Aragón se sumó al movimiento revolucionario. En Barcelona, la revuelta se desencadenó el 10 de marzo, sin que el capitán general, el veterano general Castaños, pudiera frenarla. Según diversos testimonios, por las calles sólo se oían los gritos de «¡Viva la Constitución!» y «¡Viva el rey constitucional!». La euforia se desbocó. La sede del tribunal de la Inquisición fue saqueada y los presos liberados. Se publicaron manifiestos que proclamaban: «Nosotros no pretendemos sustraernos de la obediencia del rey… Sólo queremos el gobierno de las leyes bajo la potestad real, lo mismo que nuestros vecinos los aragoneses y que lo restante de la nación». El resto de Cataluña no tardó en seguir el ejemplo de la capital.


Otras poblaciones, como Pamplona, también se sumarían a la proclama constitucional, en un clima de fervor popular y con escasa resistencia por parte de las fuerzas del rey. Cádiz, en cambio, corrió una suerte muy distinta. En la mañana del día 10 de marzo, cuando una multitud se congregó en la plaza de San Antonio para asistir al juramento de la Constitución, las tropas realistas fueron a su encuentro al grito de « ¡Viva el rey!» y abrieron fuego indiscriminadamente, dejando el suelo de la plaza sembrado de cadáveres. A continuación, la soldadesca protagonizó espeluznantes escenas de violencia y pillaje.


La hipocresía de Fernando VII


Entre tanto, en Madrid, Fernando VII se sentía cada vez más desbordado por los acontecimientos. Sus ministros le aconsejaban hacer concesiones, como convocar las Cortes según el modelo tradicional. Pero la revolución se aproximaba cada vez más a Madrid y el 6 de marzo el ejército, al mando del conde de La Bisbal, proclamaba la Constitución en Ocaña, a 60 kilómetros de la capital. Al día siguiente el rey capitulaba y anunciaba su intención de jurar la Constitución de 1812. El marqués de Miraflores cuenta en sus Apuntes histórico-críticos que el rey la juró «delante de cinco o seis desconocidos, que se llamaban representantes del pueblo». La Gaceta Extraordinaria de Madrid del 12 de marzo reproducía el texto firmado en palacio dos días antes en el que el soberano afirmaba: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Unas palabras que se han hecho famosas como ejemplo de doblez e hipocresía, pues en los tres años que seguirían el rey Fernando VII y sus adictos no cesaron de maniobrar para hacer descarrilar el ensayo liberal. Éste terminaría en 1823, con la invasión de un ejército francés enviado por las potencias absolutistas de Europa, que habían decidido cortar de raíz la revolución que amenazaba el orden europeo.


Para saber más


El trienio liberal. Alberto Gil Novales. Siglo XXI, Madrid, 1980.


La Fontana de oro. Benito Pérez Galdós. Alianza, Madrid, 2007.

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/trienio-liberal-pronunciamiento-general-riego_7470/6













 



 




 

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