sábado, 30 de enero de 2021

 

ALBARRACÍN

Un viaje en profundidad por uno de los pueblos más bonitos e icónicos de España.

 

El turismo slow no solo consiste en mirar con otra óptica a destinos cercanos, sino en redescubrirlos para ahondar en sus singularidades y disfrutarlas en plenitud. Esto es lo que sucede con Albarracín, una localidad a la que nadie discute su belleza pero que merece ser tridimensionalizada como algo más que una postal idílica. He aquí un paseo completo para no dejarse nada. 


UNIFORMIDAD CROMÁTICA

No hace falta asomarse al mirador que hay a los pies de la catedral, donde se obtienen postales como la de la imagen, para constatar que gran parte del encanto de Albarracín está en ese color tan característico con el que se tiñen la mayoría de sus construcciones. Porque sí, la piedra está presente. Y sí, la madera también asoma en los entramados exteriores, pero la coherencia cromática es sorprendente e inesperada en un país tan alegre y anárquico (en lo estético) como España. La razón no está muy lejos. De hecho, se encuentra en el yeso rojo que se obtiene en la sierra que rodea esta localidad. Se trata de una mezcla entre yeso normal y óxido de hierro que no solo tiñe de un rojo pálido todas las postales, sino que 'agarra' mejor y tiene mayor perdurabilidad al ser un material más sólido y resistente. Todo son ventajas. 


EL CASTILLO EMBRIONARIO

La Albarracín actual empezó siendo un castillo, algo que no es noticia en la Península. Los primeros en llegar aquí fueron los miembros de la familia bereber Banu Razin, de donde proviene el nombre de este pueblo. Durante el periodo musulmán, esta localidad se convirtió en una poderosa plaza inexpugnable gracias a su caprichosa orografía ya que se ubica en un meandro vertiginoso bordeado horadado por el río Guadalaviar. Esta característica le permitió, más adelante, tener una taifa propia y desarrollar una creciente actividad comercial, por lo que fue creciendo poco a poco, levantando calles y casas en lugares casi impensables. Pero antes de seguir por estos derroteros, merece la pena subir hasta la parte más alta para contemplar lo que queda de un castillo más grande que lo que preludian sus muros y almenas. Y mucho más coqueto que las largas murallas que corretean por los montes de alrededor. 


UNA CATEDRAL MUY PECULIAR

La vista aquí alterna su foco entre las defensas militares y la torre, coronada por azulejos, de la catedral. Es cierto que, por tamaño, no parece un templo inmenso, pero tiene bastante más enjundia que la que aparenta. En primer lugar, por su acceso, que no es el clásico pórtico en calle ancha o plaza. Como sucede en el resto de la Albarracín antigua, esta construcción se erigió a duras penas al abrigo de la montaña, por lo que para llegar hasta su entrada hay que salvar una pequeña escalinata. Luego está lo exclusivo de su acceso, ya que solo se puede conocer mediante las visitas guiadas de la fundación Santa María de Albarracín, una institución creada hace décadas para explotar mejor el tirón turístico de esta localidad y revertir los beneficios en actividades culturales y en restauración del patrimonio. Por supuesto, la rehabilitación de esta catedral corrió de su parte. 


SORPRESAS EN EL INTERIOR

El recorrido guiado por este templo desvela curiosidades como el hecho de que está ubicado donde antes se emplazaba la mezquita, en una clara demostración de la conversión de la ciudad allá por 1170. Por entonces, Albarracín mantuvo cierta independencia respecto a la Corona de Aragón con el coste que ello implicaba. Es decir, que sus gobernadores, la familia Azagra, se afanaron rápido en levantar una catedral y así tener un obispo propio. 

De aquella época se conservan algunos frescos que se han descubierto gracias a las obras de restauración y una ventanuca medieval en una de las capillas laterales. Lo que actualmente se contempla es una iglesia a medio camino entre el gótico y el Renacimiento plagada de anécdotas y de hallazgos, como es el caso de la pudiente capilla de la Virgen del Pilar, que puede presumir de mármoles y linterna propia. O el retablo de San Pedro, realizado en madera de pino de la sierra de Albarracín, sorprendente por su color (sí, también rojizo) y por su dureza. O la capilla de la circucisión, donde las últimas obras han desvelado una serie de frescos en grisalla. 


DETALLES NOBLES...

Un poco más abajo de la catedral se encuentra el antiguo Palacio Episcopal, un edificio que brilla por unas dimensiones desproporcionadas para Albarracín y por una escalera interior majestuosa con la que no se añora el ascensor. Esta es una figura retórica, ya que en la actualidad esta mansión se usa para las actividades culturales y divulgativas que programa la fundación. Merece la pena un alto en el camino, también, por su fachada, en la que se deja bien claro el poder del obispo. Parte de las estancias interiores acogen el museo diocesano, no tan relevante como para hacerse un hueco en este paseo. 


...Y NEOCOSTUMBRISTAS

El deambular por las callejuelas de Albarracín tiene como recompensa llenar la cámara del móvil de detalles cuquis. Aquí lo coqueto se ha ganado su propio espacio gracias al boom turístico y al imaginario creado por urbanitas repatriados aderezados por el gusto por lo vintage. Y es resultón. No en vano, esta población vive, en gran medida, del turismo, un impulso que llevar copando portadas desde que en 1961 se declarara todo el conjunto como Monumento Nacional. Hoy, la mayoría de las construcciones acogen hotelitos con encanto, casas rurales, restaurantes y albergues. No alojarse aquí no es una opción. 


RETALES MEDIEVALES

De vuelta al callejeo, el paseo tiene una inevitable parada en el Portal del agua. Entre las muchas peculiaridades que tiene Albarracín, destaca el hecho de no tener una puerta icónica como sucede con otras plazas medievales. Aquí son, más bien, aperturas coquetas ubicadas en los principales caminos que desembocaban en esta localidad que no tenían un papel tan defensivo como en otros lugares. Y es que, para repeler los ataques ya estaban las fortalezas y baluartes que coronaban los montes de rodean esta población. Eso sí, el Portal del agua tiene una belleza indiscutible por el serpentear de la calle y por qué aquí el postureo sale de lujo. No hay nada un poquito de contrapicado y mucha piedra para sorprender en el time line.


CONSTRUCCIONES MILAGROSAS

La heroidicidad de las construcciones medievales no solo se cimenta en el hecho de haber levantado una ciudad en un risco casi imposible, sino en hacerlo conquistando el espacio de una forma sorprendente. La necesidad de albergar a una población numerosa hizo que durante la Edad Media y en los siglos posteriores se idearan soluciones de lo más creativas... y fotogénicas. Ahí están, sin ir más lejos, los bellos entramados de madera que lucen las fachadas. O las galerías y balcones que vencen a la gravedad suspendidos de cualquier pared. Y, por supuesto, los emblemáticos rascacielos de yeso rojo, madera y ventanucas que asoman en cualquier rincón. El más emblemático de ellos es el conocido como el abanico, un conjunto de casas que se superponen y se contradicen de manera inverosímil creando un paisaje más propio de un delirio de Lego infantil que de un municipio próspero. Y sin embargo, ahí están, siendo objeto de miradas curiosas que no dan crédito a lo que ven. 


EL FLATIRON TUROLENSE

Los mandamientos fotográficos en Albarracín tienen una coordenada innegociable: la vista de la Casa de la Julianeta desde el Arco de Medina. Esta puerta en la muralla vale más por lo que enmarca que por su belleza propia. Y es que detrás tiene la que es, sin duda, la casa más emblemática del casco histórico. Su gracia no está solo en la ubicación, también en la curiosa forma en la que hace esquina (de ahí su comparación con el icónico edificio neoyorquino) y en la forma en la que las estancias se van superponiendo venciendo a cualquier lógica. Pero quizás el detalle que sorprende más es que hoy en día se sigue usando como casa para aquellos residentes auspiciados por la Fundación. 


Y DE REPENTE, LA CASA AZUL

Huelga decir que cualquier escarceo por cualquier callejuela de Albarracín tiene como recompensa un inventario de espacios surrealistas y bellos. Por eso, lo que más sorprende al caminar hacia la Cuesta de Teruel (la entrada más cercana al barrio nuevo) es encontrarse con una enorme mansión de color azul. No sería noticia en otra ciudad, pero sí aquí, ya que el color rojizo es casi una ley. Para encontrar la explicación la excepción de la Casa Azul (su nombre no requiere de mucha explicación) hay que remontarse al siglo XVIII, cuando la familia  Navarro de Alzuriaga, unos pudientes empresarios de la lana, quisieron sobresalir por encima de sus vecinos. La solución, más allá de levantar una casa de manera moderna sin recurrir a materiales pobres y endebles, fue pintarla todo de azul. Tres siglos más tarde, esta construcción sigue cumpliendo con su propósito original. 


UNA PLAZA 'RACIONAL'

Aunque el recorrido ha ido sorteando el magnetismo de la Plaza Mayor, ésta acaba siendo un 'must'. Y lo es por tres razones. La primera, por una vida de terrazas que conecta el pasado con el presente de forma hedonista. La segunda, por tener una forma de rectángulo casi perfecta ya que aquí siempre se celebró el zoco y después, el mercado. Bajo el control de Aragón se levantó los soportales, la casa consistorial y la lonja que la cierran por su parte exterior y que le dan un carácter regio inesperado. Y la tercera, porque desde sus balcones vuelve a lucir esplendorosa la catedral y su campanario. 


AL RÍO

El meollo del casco antiguo se puede contrarrestar con dos pequeñas excursiones. La primera es la que permite descubrir otras vistas de Albarracín siguiendo el curso del Guadalaviar. Una senda guía por su ribera entre viejas presas y molinos mientras que varias pasarelas permiten cruzarlo en un paseo que se torna lúdico y hasta un tanto aventurero. Llegar a sus dos puntos de acceso es bastante sencillo por lo que este camino se aborda casi con la misma inercia con la que se recorre el pueblo. 


EN BUSCA DEL ATARDECER

Albarracín tiene una puesta de sol mágica ya que los últimos rayos del día matizan a su antojo el ya de por sí espectáculo cromático. Un espectáculo que justifica hacer el camino de las murallas, un recorrido con el que se visitan las fortificaciones defensivas que protegieron a la población durante tantos siglos. No hace falta llegar hasta la Torre del Andador, la más lejana, para contemplar esta panorámica, aunque merece la pena ir ganando altitud para vislumbrar una ciudad que cada vez se va haciendo más pequeña y más recogida. Rápidamente, de la inmensidad patrimonial se pasa al contexto en una preciosa metáfora del que fue en su día una imponente urbe medieval y que hoy es una pequeña joya rural. 

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/albarracin-es-mucho-mas-que-paseo_16412/13



























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