San
Francisco de Sales, ardoroso defensor de la fe
En el mes de enero tiene lugar la conmemoración
litúrgica de San Francisco de Sales: el 24 de enero según el nuevo calendario,
y el 29 por el antiguo. San Francisco de Sales nació en 1567 en el ducado de
Saboya y murió en 1622 en Annecy, ciudad de la que era obispo. Pío XI lo
proclamó doctor de la Iglesia por la profundidad de su doctrina, así como
patrono de los periodistas y escritores católicos.
Por eso, toda nuestra batalla cultural en defensa
de la Iglesia y de la civilización cristiana está bajo su protección.
El cuerpo de San Francisco de Sales reposa y es
venerado en Annecy, junto al de su hija espiritual Santa Juana de Chantal.
Pocos saben que su corazón, íntegro e incorrupto, se conserva en la pequeña
ciudad italiana de Treviso. Vale la pena recorrer nuevamente su
agitado itinerario. El 28 de diciembre de 1622, el gran santo saboyano
fallecía en Lyon a causa de un ataque de apoplejía. Contaba 54 años. Apenas se
divulgó la noticia, los fieles se agolparon para venerar su cuerpo, el cual, no
pudo ser devuelto a la localidad de Annecy sino después de una larga disputa.
Allí había residido como obispo de la calvinista Ginebra, y con Santa Juana de
Chantal había fundado la orden de las visitandinas
o salesas.
El corazón, que en el momento de embalsamar el
cadáver se halló «grande, sano y completo», fue entregado a las salesas de
Lyon, que lo habían acogido en sus últimos años. Las monjas lionesas, cuyo
convento era el primero que se había fundado de la orden después del de Annecy,
tuvieron el honor de conservar el corazón del fundador custodiado en un
espléndido relicario de oro donado por Luis XIII de Francia. En 1658, cuando el
nuncio del papa Alejandro VII redactó el documento por el que se reconocía
oficialmente la autenticidad del corazón, lo encontró incorrupto y en óptimo
estado, y emanaba un perfume dulce y penetrante. Aquella misteriosa fragancia
era la misma que exhalaban sus restos mortales en Annecy impregnando el
claustro y las calles, así como todo cuanto había pertenecido al santo, como su
sombrero –conservado en Viena– y el breviario, que se guarda en Nevers.
Para los lioneses, el corazón de San Francisco de
Sales se convirtió en uno de los más apreciados objetos de veneración y culto.
Todos los años se exponía en los últimos días de enero durante cuatro jornadas
consecutivas y había una gran afluencia por parte del pueblo. Cuando en 1789
estalló la Revolución Francesa, la situación se volvió insostenible para las
salesas de Lyon. En 1792, las religiosas fueron sometidas a interrogatorios y
toda clase de vejaciones, obligándolas con ello a dispersarse y huir. De la
noche a la mañana decidieron dejarlo todo atrás, salvo su bien más preciado: la
reliquia del fundador, que desde aquel día las acompañó en su peregrinar. En
los primeros meses de 1793, mientras Luis XVI era conducido al patíbulo y la
Vandea se alzaba en armas, las hermanas, atravesaron Francia y Suiza divididas
en grupos pequeños para llegar tras muchas aventuras a Mantua, donde el
emperador de Austria les había ofrecido la oportunidad de abrir un monasterio.
Fueron objeto de una calurosa acogida por parte de
la población, pero la tranquilidad duró poco. A principios de abril de 1796, el
general Bonaparte cruzaba los Alpes e invadía la Llanura Padana. Las
religiosas, acosadas por los ejércitos franceses y llevando siempre consigo el
corazón de su fundador, se vieron obligadas a emprender camino de nuevo.
Llegaron a Krumau (Bohemia), pasando de ahí a Viena, y llegaron finalmente a
Venecia en 1801. El corazón de San Francisco de Sales fue acogido junto con sus
hermanas en el monasterio veneciano de San Giuseppe di Castello, junto al cual
tuvieron un colegio al que asistieron durante casi un siglo hijos de las
mejores familias venecianas. Al concluir el siglo XIX volvieron a soplar los
vientos del laicismo y el anticlericalismo, que en Italia trató de
adueñarse de los bienes religiosos, entre ellos el monasterio de San José, que
según las leyes de la época pertenecía al patrimonio nacional. S.S. Pío X, que
mientras era cardenal las había protegido, animó a las monjas a construirse un
nuevo convento en la localidad trevisana de Le Corti, no lejos de Riese, donde
había nacido y pasado un infancia campesina. El 2 de julio de 1913, fiesta
titular de la orden, monseñor Giacinto Longhin, obispo de Treviso y actualmente
beato, acogía la nueva sede de la comunidad, de la que fue infatigable
protector hasta su muerte en 1936.
Al cabo de tres siglos de agitada historia, el
andariego corazón de San Francisco de Sales parece haber encontrado descanso en
esta tranquila localidad véneta. Las herederas del monasterio de Lyon que
actualmente sobrevive en Treviso viven recogidas en la oración y el silencio en
torno al corazón del fundador, que poco antes de morir había dicho a sus hijas:
«Os dejo mi espíritu y mi corazón». Quien desee gustar la profundidad de ese
espíritu no tiene más que acceder directamente a las fuentes. No sólo las dos
obras maestras, Filotea y Tratado del amor de Dios, sino
también sus Controversias contra los protestantes, que ponen
de relieve su espíritu combativo. San Francisco de Sales, conocido como el
santo del sentimiento y la dulzura, se muestra en ellas inflexible en la
defensa de la Fe y el amor exclusivo a Dios y a su justicia. «Aunque soy el más
afectuoso de los hombres –escribía–, no amo –creo– nada en absoluto sino a Dios
y a todas las almas por Dios»”.
https://adelantelafe.com/san-francisco-de-sales-ardoroso-defensor-de-la-fe/
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