León, julio de 1936. Fragmento del diario inédito de
Juana López
El Diario de Juana
“Cuando
nosotros nos marchemos os comerán el alma”, con esta profética
frase se despiden de Teresa Monge y Juana López los mineros asturianos que se
encontraban en León el 19 de julio de 1936; habían llegado, luego de ser
engañados por el coronel Aranda, que aprovechó su salida para sumarse al golpe
militar en Oviedo. Les había prometido que en esta ciudad les facilitarían
armas para defender Madrid, después de muchas presiones sobre el gobernador
recibieron alrededor de 200 fusiles en malas condiciones. La presencia de los mineros
determinó que las tropas del general Carlos Bosch, comandante militar de
León, retrasaran el golpe hasta las catorce horas del día 20.
Juana López hacia
1936 (foto: Tres días de julio en León)
En este espacio temporal de
los días 19 y 20 de julio se desenvuelven los hechos narrados en un cuaderno
titulado “MI DIARIO” BAJO EL RÉGIMEN FASCISTA MILITAR”, de 29 páginas,
escrito por Juana López Rodríguez y que se encuentra en la causa militar 75/37[1],
instruida contra ella y su compañera Elisa Chamorro Villafañe.
Juana, costurera de
profesión, contaba con 21 años y había nacido en la localidad pontevedresa de
Baiona (Pontevedra); su familia emigrara a Madrid y luego se estableció en la
calle Portamoneda de León, huérfana de padre, parte de su familia seguía
residiendo en Vigo y uno de sus tíos era guardia civil en aquella
localidad. De ideología socialista, estaba afiliada al Sindicato
de la Aguja (UGT) y pertenecía a la Peña
Femenina Naturista que, según declaran algunas afiliadas, tenía como
finalidad recaudar fondos entre un grupo de mujeres para pasar los domingos de
verano en el campo. Pertenecía al grupo dirigente de la sección femenina de
las Juventudes Socialistas Unificadas y su
actividad política debió ser destacada, como afirman numerosos testimonios e
informes como el de la Guardia Civil (19-2-1937): “afiliada
a las Juventudes Marxistas unificadas, figuraba en todas las manifestaciones,
era una de las más activas militantes y siendo peligrosa propagandista en favor
del Frente Popular”. Era una de las vendedoras del periódico “disolvente” ISKRA.
Además de Juana, dos gallegas ocupaban puestos destacados en la organización:
la presidenta Teresa Monge[2] (natural
de Monforte de Lemos) y la secretaria Aurelia Ramos Parodia (natural de
Carril).
Militantes
socialistas, comunistas y anarquistas leoneses ante la tumba de Manuel Durruti
el 1º de Mayo de 1936 (foto publicada en el libro de Ceferino Conti Vélez y
Wenceslao Álvarez Oblanca Historia del anarquismo leonés, Santiago García,
1993)
Pasarían varios meses desde
el golpe hasta la detención de Juana, que tiene lugar el 9 de febrero de 1937;
en el registro de su casa encuentran unos gorros rojos, cartas y fotografías,
recibos de la Peña Femenina Naturista, además del diario citado. En el
interrogatorio reconoce que permaneciera en la Casa del
Pueblo la noche del 19 siguiendo órdenes de la agrupación
socialista femenina porque, al día siguiente, debían “echarse a
la calle con los obreros”, que Teresa Monje le entregara una
pistola que guardó en un cajón y que los gorros eran de su fallecido padre.
Ingresa en el campo de concentración de San Marcos.
El fiscal Gonzalo Fernández
Valladares, juez de instrucción de Ponferrada agregado a la Auditoría de
Guerra, la considera una de las más activas militantes de las juventudes
unificadas, afirma que prestara auxilio a los mineros asturianos que estuvieran
en León “ya alzados contra la Patria” y guardara en un
cajón la pistola que le entregaran en la Casa del
Pueblo “como un tesoro, pues está en el secreto de que al
día siguiente a las tres de la tarde los mozos izquierdistas van a lanzarse a
la calle para imponer su brutal poderío”. En relación con el diario
afirma: “Su furia revolucionaria se desfoga escribiendo unas memorias que
constituyen una apología del ideario y procedimiento marxistas así como una
diatriva (sic) contra la actual
organización social”.
Acto de unificación
de las JSU de León, 17 de mayo de 1936 (foto: Astorga Redacción)
El consejo de guerra,
celebrado el 16 de junio de 1937, en procedimiento sumarísimo, condena a Juana,
por adhesión a la rebelión con la agravante de notoria perversidad, a 30 años
de reclusión; en el año 1943 se la conmutan por seis años y un día.[3] A
la otra encausada, Elisa Chamorro, la condenan a seis años.
El contenido del Diario de
Juana se articula en torno a dos ejes: por una parte nos proporciona un relato
de primera mano de lo sucedido los días del golpe en la capital leonesa desde
la perspectiva de la izquierda obrera, que ve como sus demandas de armas no son
atendidas por las autoridades del Frente Popular, a las que acusan de
traicionar al pueblo. Contemplan como la marcha de los mineros los deja
impotentes e indefensos ante las tropas sublevadas, armados con ineficaces
escopetas de variada procedencia y con la inacción de los cargos públicos.
Mujeres presas en la
cárcel de Saturrarán, donde Juana López cumplió condena hasta 1941 (foto cedida
por la familia de Juana López y publicada en el libro Tres días de julio
en León)
Por otra parte, se plasman en
sus páginas una serie de reflexiones que nos acercan a la ideología de la
autora, con una dura crítica de la burguesía en contraposición con los valores
de sus “hermanos” de clase.
La transcripción se hizo a
partir del original depositado en el Archivo militar de Ferrol; se ha respetado
la ortografía y redacción originales con el añadido de la puntuación
imprescindible para una mejor comprensión del texto.
Día 19 de Julio. Día
dichoso: el cual quedará grabado en el corazón de todo buen proletariado. León
tomado militarmente por los compañeros de lucha, los asturianos. Esto para mi
conciencia de buena socialista no lo debía de decir por tenernos que dar un
poco de vergüenza que compañeros de fuera tengan que venir ayudarnos a defender
la capital de León y hay más todavía, nosotros con los brazos cruzados viendo
como obraban los camaradas. En lo íntimo de mi conciencia tengo un poco de
indulgencia para conmigo y comprendo que la vergüenza no me tiene que dar a mí
ni a mis compañeros dirigentes sino a esos señores que se tienen por
republicanos… La representación del Frente Popular no quiso dar armas por ser
temprano. ¿Para qué era temprano? ¿Para hacer la revolución no se habían
levantado en protesta contra el Gobierno Burgos las milicias de Madrid? ¿Por
qué no hacer nosotros igual? Pero no, era mejor esperar a que el fascio se
echara encima y nos cogiese desprevenidos como así sucedió desgraciadamente.
Vinieron los camaradas, quisieron
entrar en la iglesia de los Agustinos por tener sobrados motivos para saber que
había armas y municiones, se opusieron ¿cómo no? el Gobernador y Frente
Popular. Ya a fuerza de andar y viendo que lo iban a tomar por la fuerza les
hicieron y dejaron hacer ¡¡ pero de ninguna de las maneras entrar y profanar
los sagrados templos…!! Entraron en el cuartel y con muy buenas palabras y
juramento de adhesión a la causa y la República los echaron (sic) con 300
fusiles, a pesar de eso no les engañaron y prueba de ello las palabras que, al
marcharse, nos dijeron los camaradas, no los citaré hasta llegar al final de la
jornada de día tan memorable para los que sentimos dentro de nosotros el
verdadero ardor de que debemos estar poseídos todos los que queremos hacer otra
generación más fuerte y más intelectual que la presente.
Estación del Norte, a
la que llegó el 19 de julio una parte de la columna de mineros asturianos
(foto: Ileon)
Las camaradas procuramos
preparar y buscar comida para los camaradas asturianos. Se les alojó en el
cuartel de San Marcos. Se fue por las tiendas a pedir (digámoslo así), no
querían dar por voluntad, hubo que recurrir a la fuerza y logramos nos dieran
comida. Teresa Monje y yo nos dirigimos a la Casa del Pueblo a preparar la
marcha para los que venían a luchar por la causa de la República. ¡¡ Qué
desconsuelo y vacío notamos al marchar las camionetas de nuestros hermanos!!
Parece que les veo sedientos de venganza pero con los corazones henchidos (sic)
de alegría porque por fin iban a lograr sus anhelos de venganza, ¡¡vengaros!! Qué
bonita palabra cuando el corazón está impregnado de dolor y amargura por
sabotajes y presiones como las sostuvieron estos bravos hombres por espacio de
muchos años. ¡Qué alegría poder llegar por fin a vengar a los que sufrieron y
murieron soportando las injusticias de los convencionalismos sociales! Van a
luchar por la libertad, van a luchar para crearse un porvenir que no ponga
trabas a la fuerza arrolladora de la inteligencia obrera, que es bastante más fecunda
y rica que la del burgués (sic) porque sabe de las desdichas de la vida y la
amargura de un día sin pan…
Me voy ajustar a concretar
hechos para terminar la etapa de este día memorable. Se marcharon, como dije, dejándonos
(sic) desconsolados, mi corazón me anunciaba muchas desdichas venideras y no
muy lejanas y prueba de ello las palabras de nuestros hermanos de lucha al
despedirse (quizás para siempre) de Teresa y yo: “Amigos,
cuando nosotros nos marchemos os comerán el alma”;
emocionadas estábamos (sic) y no supimos que contestar a palabras tan ciertas
como estas.
Terminó el día, llegó la
noche con trabajo incesante y angustia de que se acercara la derrota de su
ideal y quizás la muerte. Quedará grabada para toda mi vida la noche del día 19
y madrugada del día 20, de ese día fatal en que se derrumbaron nuestras
esperanzas y murieron tantos hermanos verdaderos apóstoles de nuestra causa.
Teresa Monge,
presidenta de la sección femenina de la JSU de León, torturada y paseada en
1936 (foto: Tres días de julio en León)
Día 20 de Julio:
amanece, León está envuelto en la neblina del amanecer, hace frío; estamos en
Secretaría Teresa y yo, nos miramos y permanecemos mudas pero nuestras miradas
dicen más que las palabras, nuestro silencio es elocuente; nosotras, que
sabemos y sentimos la angustia de los que nos rodean porque es la nuestra, nos
preguntamos: ¿qué nuevas sorpresas nos reservará este día? Nos quedamos sin
contestación, es un enigma, callamos y a mi imaginación acuden las palabras de
los asturianos al marcharse “os comerán el alma amigos”,
así sucedió desgraciadamente. A las diez de la mañana (después de cuatro horas
sin dormir) nos fuimos a casa para ver si podíamos descansar un poco; al pasar
por las calles se veía a los obreros apiñados, anhelantes, esperando noticias y
a que les dieran una orden y un arma para vengar y llevar adelante su justa
causa…
Llegué a mi casa, me aseé y
no pudiendo dominar mi impaciencia me dirigí de nuevo a la Casa del Pueblo,
parecía un hervidero humano, deambulaban los grupos de obreros y entre ellos ¿cómo
iban a faltar? señoritos y burgueses (sic) de la clase media. Entré en Banca y
allí estaban (sic) reunidas todas las demás camaradas. Habló Teresa (o sea la
presidenta) diciendo que había que distribuirse, unas para atender heridos,
otras para los teléfonos y, si quedara alguna, para ayudar a defender la Casa
del Pueblo.
Casa del Pueblo de
León en 1936 (foto: Memoria Socialista Leonesa)
Alguien dijo: “Yo tengo
miedo” ¿Miedo a qué? A las balas no hay que tenerlo, hay que tener más miedo al
porvenir que se nos preparaba si se nos echaba (sic) encima el terrible
fascio. Una bala siega una vida, mueres y no vuelves a sentir más; pero vivir
soportando humillaciones y vejaciones de los Burgueses (sic) innobles que se
están enriqueciendo a costa del sudor de nuestros padres que tienen que exponer
sus vidas en trabajos rudos para que un señor tenga coche y se pasee mirando y
riéndose de nosotros por nuestro espíritu poco rebelde para decirles ¿qué más
privilegio posee él más que nosotros? Ninguno porque todos estamos dotados de
inteligencia, más o menos fecunda todos la poseemos: ¿pues entonces por qué esa
diferencia de unos a otros? ¿Por qué mientras los hijos de los señoritos tienen
buenas ropas, buenas comidas, buena educación el obrero el hijo del que tiene
que dedicarse desde muy pequeño a trabajos impropios de su edad porque su padre
no gana lo suficiente para mantener la casa, falto de lo necesario no poderles
dar la educación (si llaman educación a la serie de prejuicios en que esta
sociedad exige (sic) que se nos eduque). ¿Instruirse el obrero? ¿Para qué lo
necesita? para tirar de pico no hace falta, es mejor que no sepa y permanezca
en la ignorancia para así poderlo engañar mejor.
Todo esto pasa por mi
imaginación al oír las palabras de la camarada y a punto estuvieron de salir de
mis labios ¿pero para que hablar? Incapaces, por ser muy jóvenes para
comprender, lo mejor es dejarlas, la vida con sus amarguras y la tristeza de su
hogar se lo hará ver ¿para qué hacerlas comprender la podredumbre y miseria de
la sociedad actual? Seguramente estos mismos pensamientos pasaron por Teresa
porque les encomendó los teléfonos. Ella y yo con armas, que emoción
experimenté al ver entre mis manos ese terrible artefacto que llaman pistola segador
de tantas vidas de mis hermanos, me estremecí al pensarlo pero volví a la
realidad y pensé que la tenía en mis manos y que con ella haría prevalecer
nuestro derecho a la vida. Al pensar esto se me antojó menos terrible el arma,
la guardé como se pudiera guardar un tesoro en un cajón y me marché a mi casa a
comer. ¡¡Que ajena estaba (sic) de que iba a dejar para siempre quizá la Casa
del Pueblo!!
El recibimiento de
los militantes obreros de León al convoy de mineros asturianos, representado
como un «acceso de delirio anarquista» por la iconografía franquista
(ilustración de J. Valverde en Arrarás, Historia de la Cruzada española, 1941,
vol. IV, tomo XV, p. 137)
Al pasar por la calle de la
Rúa había una camioneta parada enfrente de la armería de Alonso, estaba
cargando armas ¡pero que armas! escopetas de poca fuerza con las cuales hay que
tirar a diez metros. Pregunté a un camarada que donde las llevaban (sic) y me
dijo “al Gobierno Civil”, me sonreí y pensé para mi fuero interno que quizás
esas armas se volvieran contra nosotros y tenía motivos muy fundados para
pensar así (pues sabía o por lo menos adivinaba los pensamientos del Gobernador
en la táctica a seguir).
Prueba (sic) era el ambiente,
los muchos sacerdotes, mucho militar y muchos señoritos; tres fuerzas contra
las que tenemos que pelear y las causantes de nuestra ignorancia. Todos ellos
paseaban con las caras sonrientes y satisfechos, como si se hubiesen quitado un
peso de encima ¡ y que peso!. El día 19 no se veía un sacerdote ni militar,
todos estaban metidos en casa sin atreverse a salir por los mineros y sin
embargo este día se les veía deambular por las calles con caras de sorna, como
mofándose de nosotros y de nuestra nobleza. Bien sabían que nosotros con
solamente nuestro esfuerzo, para apoderarnos de León con las pocas fuerzas que
contábamos, resultaría estéril. Bien seguro tenían el triunfo y por lo mismo
paseaban con tranquilidad, como quien tiene seguro el pan y la vida. Al
contrario que los otros, nuestros hermanos estaban tristes y pensativos aunque
con esperanza de que se lograran nuestros anhelos (o sea que les dieran armas
para defenderse) porque en nuestro corazón no se alberga la traición porque
somos muy nobles, demasiado para tener que luchar con enemigos que se ocultan
tras la máscara de la hipocresía y la traición. Para ser bien mirado y tener
cobijo bajo el burgués innoble, que ser como él depravado y capaz de todas las
maldades a que tengan que recurrir para amasar dinero, no les importa mancillar
honores ni atropellar leyes si ello es un camino para hacer fortuna; como iba
diciendo, fui a comer a mi casa, deprisa me arreglé un poco y estaba empezando
a comer cuando sentí una detonación detrás de mi casa, en la carretera de san
Francisco, paré de comer y la dije a mi madre que escuchara haber (sic) si
sentíamos más detonaciones (a mí me extrañaba que las hubiera tan pronto, pues
la hora señalada para tirarnos a la calle hacer prevalecer nuestros derechos
era a las tres de la tarde y esto era a las dos menos minutos); por eso al
sentir las primeras detonaciones tuve un sobresalto y me asaltó la idea que
hacía muchos días me perseguía, una traición.
Efectivos sublevados
del Regimiento de Infantería 36 (del Cuartel del Cid) ocupando posiciones en el
fielato en la carretera de Asturias, uno de los puntos de acceso de la columna
asturiana. La pose distendida puede deberse a que foto está tomada el 30 de
julio (foto: Ileon)
Abandoné la mesa y me marché
a la calle. Habían cesado los disparos, al salir a la calle estaban puertas y
balcones llenos de personas con las caras asustadas, los niños lloraban como
vaticinando la desgracia que tendrían que soportar. Al salir me encontré con
Avelino, un camarada, le pregunté si iba a la Casa del Pueblo, me contestó que
sí, fuimos juntos. La calle de la Rúa estaba desierta, solo se veía en el
centro de la CNT muchos compañeros con las manos en los bolsillos, nos
acercamos y les preguntamos que si tenían armas, nos contestaron que las
estaban dando; seguimos adelante y al pasar por el cuartel vimos las puertas
cerradas, se lo hice (sic) notar a mi camarada y este por toda contestación me
dijo que me diese prisa en pasar; poníamos los pies en la acera cuando sentimos
a nuestras espaldas (o sea en el cuartel) una descarga de fusil, volvimos con
sobresalto la cabeza y vimos con terror que, de un grupo que venía detrás de
nosotros, caía uno. Avelino fue a recogerle (sic) pero yo se lo impedí, le agarré
del brazo y nos metimos en un portal; al mismo tiempo, otra descarga de fusil
cerrada vino a confirmar mis presentimientos. Parapetados detrás de la
puerta del cuartel, ellos nos veían, nosotros a ellos no y por la espalda
disparaban.
Después de que pasó salimos
del portal y seguimos por la calle de la Rúa, al llegar a la esquina de la
zapatería la Revoltosa encontramos al capitán Calleja[4],
venía con un grupo de obreros, entre ellos un amigo mío llamado Falagán y el
camarada Blanco; todos venían descompuestos y pálidos, al vernos se acercaron y
a mí me preguntaron qué adónde iba, dije que tenía que ir a la Casa del Pueblo.
Me dijeron el capitán Calleja que me volviera a casa y le contesté que si él
tenía que cumplir con su deber, que yo tenía que cumplir el mío y que fuera
como fuera iría a donde mi deber y mi ideal me llamaba, al lado de mis
camaradas.
Civiles partidarios
del golpe patrullan las calles de León el 22 de julio, armados y equipados por
los militares sublevados (foto: Tres días de julio en León)
Nos unimos y nos llegamos
hasta la esquina de la tienda de los Benavides; desde allí se dominaba parte de
San Marcelo, había un coche e intentamos acercarnos a él para ir a la Casa del
Pueblo. Nada más asomarnos a la esquina sonó una descarga de fusil cerrada; nos
echamos (sic) para atrás y al volver asomarnos vimos catorce soldados tirados a
tierra, volvieron a tirar contra nosotros y nos volvimos a retirar; al hacerlo
recorrí con la vista a los que me rodeaban y les vi con las caras
descompuestas, les vi con angustia pidiendo al capitán Calleja armas y vi la
desesperación de él al ver lo impotente que era para defender a los que le
pedían armas y protección. Vi al camarada Blanco con sus enormes gafas clavadas
en el coche, parece que el instinto de conservación le anunciaba su próxima
muerte. Otra nueva descarga vino [a] hacernos salir de nuestra incertidumbre,
reaccionamos y echamos (sic) a correr por la calle de la zapatería la
Revoltosa, cayó uno de los que venían con nosotros y lo recogieron (sic) el
capitán Calleja y el camarada Avelino. Nosotros nos separamos y nos dirigimos
hacia la plaza Mayor, subimos por la calle de la Paloma, al llegar a la
terminación de la calle nos echaron (sic) el alto y nos preguntaron dónde
íbamos, contesté que a la Avenida del Padre Isla, nos dejaron pasar; todo esto
entre un nutrido tiroteo.
Tras la sublevación,
miles de militantes obreros y republicanos leoneses fueron detenidos y
recluidos en San Marcos, convertido en campo de concentración, y en otros
lugares de detención (foto: ARMH)
Al pasar por la catedral
tuvimos que refugiarnos en un portal, después de cesado un momento el tiroteo
nos metimos por la carretera de los Cubos por parecernos el sitio más apropiado
para pasar a causa de las murallas; fuimos a salir a la plazuela de San
Isidoro, después de dar mil rodeos, de sufrir mil preguntas y de tener que
buscar refugio en los portales a causa de los tiros. Después fuimos a la calle
donde está la Audiencia, al llegar a dicha calle nos fue imposible continuar
nuestro camino a causa del intenso tiroteo que había. Nos quedamos en la
esquina, pegados a la pared mirando la calle por la cual, a la terminación de
ella, se veía impotente la Casa del Pueblo. Se me antojó un gigante
defendiéndose de las acometidas de sus enemigos. Me quedé absorta (sic), en
muda contemplación, y por mi imaginación pasaron como un relámpago las noches
pasadas, las fatigas, los sobresaltos y más que nada los hermanos nuestros que
sabía estaban refugiados allí, sin un arma, sin una defensa, nada más que el
cobijo que les daba la que aún era su casa, cobijo que sabían que poco les iba
a durar, pues yo veía con amargura y rabia concentrada que estábamos sufriendo
una derrota, la más grande, y que la fuerza mayor era del Ejército, maldito
Ejército y malditos todos los que hacen causa común con el clero y el capitalismo.
Creo que lloré de rabia y de coraje pensando esto, y me subía la rabia a la
boca, entraban ganas de gritar y protestar de la canallada que estaban
cometiendo, que nos atropellaban.
Notas
[1]Depositada en el Archivo Militar
Intermedio del Noroeste y en AERLE.
[2]Torturada y “paseada” luego del golpe.
[3]En un artículo del Diario de León podemos
encontrar fotografías y otros datos sobre Juana y su Diario.
(https://www.diariodeleon.es/articulo/cultura/dias-julio-taller-guerra/201903110400001834518.amp.html)
[4]Se trataba de uno de los militares que
permanecieron leales a la República: Eduardo Rodríguez Calleja.
*Xosé Álvarez Castro,
historiador, autor de Pontevedra nos anos do medo: Golpe militar e represión
(1936-1939)(Vigo, ed. Xerais,
2013). Edita el blog Pontevedra nos anos do medo, en el que el pasado 1 de septiembre apareció un extracto
comentado de este diario bajo el título O diario de Juana.
Portada: Juana López retratada
hacia 1936 por Pepe Gracia, foto cedida por la familia (foto: Tres días de
julio en León)
Ilustraciones: Conversación
sobre la historia. Varias ilustraciones proceden del libro de Víctor del
Reguero y Wenceslao Álvarez Oblanca Tres días de julio en León,
perteneciente a la colección La guerra civil en León (León, Ediciones Piélago
del Moro, 2019) y posteriormente fueron publicadas también en el artículo «Tres
días de julio, del taller a la guerra», de Cristina Fanjul,
publicado en el Diario de León el 11 de marzo de 2019. En ambas publicaciones
se extractan algunos fragmentos del diario de Juana López,
https://conversacionsobrehistoria.info/quienes-somos/
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