lunes, 1 de febrero de 2021

 

UN EXTRAORDINARIO CARTEL DE LA


 PLAZA DE TOROS DE RONDA DE 1887


En la sala de Historia de la Tauromaquia de la Plaza de Toros de Ronda se encuentra expuesto un cartel mural de gran formato (206 x 95 cm). Impreso en cuatro pliegos (el inferior mutilado en su mayor parte), corresponde a una etapa en la que la técnica litográfica permitía la impresión en varios colores, lo que se popularizó a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Es un ejemplar de tránsito entre el cartel romántico y el cartel moderno o integral, en los que el dibujo adquiere un protagonismo esencial para atraer la atención sobre el texto y contenido del espectáculo que se anuncia, rompiendo la simetría canónica de los carteles antiguos, más limitados por la evolución de las técnicas de impresión. Es también coetáneo de la aparición de grandes ilustradores en la temática taurina. En este caso, se atribuyen las ilustraciones superiores a Daniel Perea, que iluminó la histórica revista «La Lidia» con numerosas estampas.


Plaza de Toros de Ronda, Gran Corrida, 20 de mayo de 1887. Colección de la Real Maestranza de Caballería de Ronda. Foto: José Morón.


La ornamentación de viñetas y escenas solían pertenecer a empresas litográficas, que las usaban para distintos festejos taurinos cambiando las tipografías de los encabezamientos y del texto al tratarse de impresión con tipos móviles. Según el especialista Rafael Cabrera, las mismas ilustraciones con ligerísimas variantes se usaron para una célebre corrida benéfica organizada por la sociedad filantrópica El Gran Pensamiento. Y se puede comprobar también con el cartel que mostramos de la corrida en París con motivo de la Exposición Universal de 1889, celebrada dos años más tarde de la función rondeña.

En la comparación entre ambos se puede apreciar que el de París (260 x 97 cm) cuenta en el cuarto fragmento inferior con una ilustración de un caballero medieval alanceando un toro firmada con las iniciales MT, identificándose la Litografía de Luis Bravo de Madrid, así como el pie de imprenta R. Velasco, firma comercial del célebre impresor Regino Velasco, gran aficionado, que a partir de 1881 añadió a su oficio el cargo de jefe de personal de la Plaza Vieja de Madrid. Fue corneado a la edad de 74 años por un toro del marqués de Melgarejo que saltó al callejón el 4 de septiembre de 1921, suceso que conmovió a la capital al tratarse de una persona muy conocida y apreciada.



Plaza de Toros de l’Exposition, 1889. «España en 1000 carteles» (1995). Biblioteca-RMR.

 

El espectáculo que se anuncia en Ronda evocando la época de El Cid, de Felipe II, con cabalgata de pajes, libradores y cuadrillas vestidas a la moda de los tiempos de Pepe Hillo y Pedro Romero, en el que se alancean toros por caballeros en plaza, es herencia de una mojiganga teatral que se remonta al siglo XVII, trasladada posteriormente al ámbito taurino. Se solían representar escenas variadas de género burlesco con la intervención de vaquillas o novillos, antecedentes del toreo cómico. Las mojigangas taurinas o recreaciones de época como la función que nos ocupa fueron muy comunes y apreciadas por el público en el siglo XIX. En este caso fue llevada a cabo por profesionales contrastados.

Entre ellos, «el Caballero en Plaza» Mariano Ledesma, piquero que se formó en las cuadrillas de toreros como Lagartija, Gallo, Punteret o El Ecijano, y que se estrenó en Madrid en 1883. Posteriormente se dio a conocer como rejoneador, y también participó en las corridas de París de 1889. Así lo hizo también Juan Jiménez El Ecijano (Écija, 1858-Durango, 1899) por esas fechas aún novillero. Vaquero de un ganadero andaluz, se presenta vestido de luces por primera vez en Sevilla en compañía del Espartero. Un año antes de la fecha de este cartel lo hace en Madrid y marcha a Montevideo y Méjico. Tomaría la alternativa en Madrid en 1890 de manos de Guerrita. Perdería contratos a partir de entonces y en 1893 cruza el charco para torear en La Habana y luego de nuevo a Méjico, de donde nunca volvería, como cuenta Cossío. Asentado en la capital, toreó mucho y se casó con una mejicana. En la plaza de Durango caería fulminado por una peritonitis, consecuencia de una cornada sufrida el año anterior.

Tanto él como Ledesma se enfrentaron a toros de Valentín Collantes, rico hacendado de Coria del Río que había fundado la ganadería diez años antes con vacas y toros entre los que se contaban reses con gérmenes de la legendaria casta vazqueña, como se anuncia en el cartel. De ganadería más relevante eran los seis toros destinados a ser «lidiados a la moderna» en un mano a mano por las primeras figuras. Ángel González Nandín había formado la suya en 1877 cuando no era muy conocido en el universo ganadero, pero muy famoso como militar. Con grado de coronel era el ayudante del general Prim, entonces jefe del Gobierno, y lo acompañaba en el coche cuando se produjo el atentado de la calle del Turco en Madrid el 27 de diciembre de 1870, que acabaría costándole la vida. En su intento por protegerlo, Nandín fue gravemente herido en una mano que le quedaría «seca e inservible», como le diagnosticaron los médicos que le atendieron.

De los celebérrimos Espartero y Frascuelo nos ocuparemos en próximas entradas de la serie Toreros históricos en Ronda.

Bibliografía

 

Rafael Cabrera Bonet. Orígenes y evolución del cartel taurino en España. Consejería de Gobernación y Justicia, Sevilla, 2010.

M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

Daniel Tapia. Historia del toreo, vol. I. Alianza Editorial, Madrid, 1992.

Jordi y Arnau Carulla. España en 1000 carteles. Postermil, Barcelona, 1995.

J.M. Díez Borque. El Cid torero: de la literatura al arte. Universidad Complutense de Madrid. Anales de Historia del Arte 2008, Volumen Extraordinario 375-387.

Carlos L. Olmedo. Relación de las Ganaderías de Reses Bravas en la región andaluza. Imp. Monardes, Sevilla, 1897.

Samuel Tena Lacen. Toros de lidia. Establecimiento Tipográfico hijos de F. Marqués, Madrid, 1907.

 

 https://plazaymuseormr.wordpress.com/2020/07/10/un-extraordinario-cartel-de-la-plaza-de-toros-de-ronda-de-1887/

 

TOREROS HISTÓRICOS EN LA PLAZA DE


 TOROS DE RONDA (XIII). JOSÉ


 REDONDO EL CHICLANERO, EL


 TORERO “REONDO” (II)

 

Perdices rellenas de sus menudillos, anchoas y tocino. Una de las faenas cumbres de El Chiclanero es una receta que recibe el nombre de “perdices a lo torero”, que ha quedado registrada para la historia (gastronómica). En un artículo de la revista El Campo de 1877 y reproducida en varios libros sobre la comida española, se cuenta la historia de un viajero francés que se encontraba cazando por Sierra Nevada y coincidió en una venta con Redondo y su cuadrilla camino de una corrida en Granada. La oferta culinaria del establecimiento era escasa, como era habitual, de modo que el francés puso sobre la mesa unas perdices que había cobrado. La cuadrilla entera se puso a pelarlas, y Redondo pidió que le dejaran prepararlas. No es el único plato que dejó para la posteridad, como los huevos chiclaneros. En su Guía del buen comer español de 1929, Dionisio Pérez lo describe como “practicante afortunado del fogón y un manejador hábil de peroles y sartenes”.

El célebre crítico taurino Don Ventura dibujó su personalidad en base a los testimonios conocidos: “Fuera de la plaza necesitaba el ruido, las sensaciones enérgicas, los placeres fuertes, y de no haber rendido excesivo culto a Venus y a Baco, de no disipar su salud con exaltaciones amatorias, de no vivir tan de prisa, habría aumentado su celebridad”. Celebridad no era lo que le faltaba, precisamente. Redondo alternó con el maestro Montes en las últimas tardes de este, obligado a reaparecer por cuestiones económicas, auxiliándole en más de una ocasión cuando estaba en aprietos. Fue Redondo el que acabó con el toro que provocó la herida que precipitaría el final del maestro al que debía todo lo que sabía.

En 1851, fallecido Montes, la tisis ya invadía su organismo, que junto a la vida desarreglada había minado su salud y sus condiciones físicas, por mucho que intentara disimularlas. Ese año demostró en una función en El Puerto de Santa María su valor frío y desdeñoso. En medio de una faena al quinto de la tarde, otro toro rompió la puerta de chiqueros y salió al ruedo. Redondo, sin inmutarse, se dirigió a uno de ellos, lo sometió con un breve trasteo y acabó con él de una estocada, para continuar la lidia con el otro. A pesar de sus limitaciones, era ya “una demacración”, mantuvo en la temporada siguiente su fiera competencia con Cúchares, también aquejado de achaques reumáticos en una pierna, sin perder ocasión de humillarse el uno al otro. La afición madrileña se rindió a los dos por igual, agradecida por el espectáculo que brindaban, que impulsó el arte de la tauromaquia hacia el asombro, como hizo Montes, y le confirió una espectacularidad nunca vista antes. Amigos comunes propiciaron una reconciliación que no fue sincera por parte de ninguno.



José Redondo (Chiclanero). Dibujo de Daniel Perea. “La Lidia”, año II, nº 20, 16 de julio de 1883. Biblioteca-RMR

 

Quebrantado, Redondo tuvo que renunciar a varias corridas en provincias y se refugió en Chiclana, a la espera de una mejoría que no llegó, con el afán imperturbable de volver a Madrid al año próximo, para continuar los encarnizados duelos con su rival. Se trasladó a la capital, encargó “dos magníficos trajes”, pero no pudo salir de su cuarto, donde permaneció durante veinte días mordiéndose los puños de impotente rabia. Uno de sus peones lo encontró muerto al acercarle un caldo el 28 de marzo de 1853, justo a la hora en la que sonaban los clarines de la primera corrida de la temporada. Tenía 33 años.

“Prematura muerte del torero más animoso, más inteligente y mejor plantado que había en España. José Redondo, discípulo del célebre Francisco Montes, heredero de su justa fama y el diestro más airoso entre todos los diestros que han pisado un redondel, sucumbió ayer minutos antes de las cinco de la tarde”, se hacía eco de la noticia el periódico El clamor público. “El circo nacional, la fiesta más popular y exclusiva (sic) de España, puede decirse que ha bajado al sepulcro en el discurso de un año en la persona de dos insignes hijos de Chiclana”, decía la crónica de La Ilustración. “Rueda el carro fatal, que sus helados / míseros restos a la tumba lleva”, comenzaba el poema que se publicó en El Enano.

Su entierro fue comparable al de un jefe de Estado. Precedían el cortejo los pobres del asilo de San Bernardino con hachas encendidas. Sobre un carro fúnebre tirado por seis caballos enlutados iba el ataúd, con cuatro cintas negras que llevaban Manuel Díaz Laví, Julián Casas, Cayetano Sanz y Manuel Jiménez el Morenillo, seguidos por gran número de toreros y aficionados a pie. A continuación, el coche de gala del gobernador de Madrid, que encabezaba la comitiva de más de un centenar de carruajes con grandes y títulos de España, representantes institucionales, políticos y admiradores del torero, artistas, intelectuales y amigos. El trayecto hasta el cementerio de la sacramental de San Ginés y San Luis fue seguido por miles de personas, por la calle y desde ventanas y balcones. En su tumba se leyeron varios poemas.

Un torero era despedido como una gloria de la nación. Se dice que la tauromaquia de Montes y el prestigio de su personalidad, instruido y cortés, alejado del acanallamiento vinculado a su profesión, suavizaron prácticas y rigores de los juegos de toros heredados del XVIII, para adecuarlos a la sensibilidad del “espíritu del siglo” de la burguesía ilustrada y la intelectualidad del momento, superando su “envoltorio popular”. Se considera el entierro de José Redondo, heredero de todo eso y genial intérprete, como el momento justo en el que las corridas de toros adquieren definitivamente su impronta de fiesta nacional.

Bibliografía

 

J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

Velázquez y Sánchez.  Anales del toreo.  Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

Velázquez y Sánchez. Colección completa de las Cartas Tauromáquicas. Fundación Real Maestranza de Sevilla. Fundación de Estudios Taurinos. Universidad de Sevilla, 2001.

J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.

Antonio García-Baquero. Razón de la tauromaquia. Obra taurina completa. (Pedro Romero de Solís, coord). Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Fundación de Estudios Taurinos, Universidad de Sevilla, 2008.

Nestor Luján. Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954.

N. Rivas Santiago. Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987).

Xavier Andreu. De cómo los toros se convirtieron en fiesta nacional: los “intelectuales” y la “cultura popular” (1790-1850). Revista Ayer, 2008.

 

https://plazaymuseormr.wordpress.com/2021/01/28/toreros-historicos-en-la-plaza-de-toros-de-ronda-xiii-jose-redondo-el-chiclanero-el-torero-reondo-ii/

 

SALA DE HISTORIA DE LA REAL


 MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE


 RONDA. RETRATO DEL INFANTE

 

 d.GABRIEL DE BORBÓN (I).

 

EL PINTOR

 

En la galería de pinturas de la sala dedicada a la Real Maestranza cuelga un retrato del Infante Don Gabriel de Borbón y Sajonia, tercer hijo de Carlos III y primer miembro de la Familia Real española que figura como Hermano Mayor de esta corporación. La obra es de Joaquín Inza, nacido en la  villa soriana de Ágreda en 1736. Pintor vinculado a círculos de la corte, se especializó en retratos de la nobleza.



Autorretrato. 1780. Joaquín Inza. Real Academia de San Fernando, Madrid.

 

Instalada su familia en Zaragoza, cimentó su formación en el taller de su padre, pintor de modesta carrera, antes de ingresar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. A los 22 años inició la representación de personajes importantes, con un retrato del marqués de Távara. Coincidiendo con la llegada de Anton Raphael Mengs en 1761, nombrado Primer Pintor del Rey, Inza tuvo acceso a la familia real, a la que retrató en varias ocasiones aunque no tuviera cargo oficial, incluyendo tres retratos de Carlos III, uno póstumo de la reina María Amalia de Sajonia y otro de un joven Carlos IV, Príncipe de Asturias.

De esas fechas es el retrato del Infante Don Gabriel de la sala de la Real Maestranza. Al igual que el de Carlos IV, presenta al hijo predilecto de Carlos III de cuerpo entero, de pie con un papel manuscrito en la mano izquierda y en la derecha bastón con empuñadura dorada, símbolo de autoridad, cuidando con esmero los detalles del rico traje cortesano a la francesa, casaca y chupa de largos faldones cruzada por banda de seda, calzones hasta la rodilla que se unían a las medias como era habitual en la época, zapatos con hebilla plateada y las condecoraciones, incluida la insignia de la Orden del Toisón de Oro que había recibido a los diez años, concedida por Fernando VI al poco de nacer. Los elementos decorativos están destinados a representar el ambiente palaciego, como la consola rococó con tapa de mármol rosa, en un lienzo de buenas dimensiones. Contaba Don Gabriel unos doce años.


Retrato del Infante Don Gabriel de Borbón (siglo XVIII). Colección de la Real Maestranza de Caballería de Ronda

 

Poco después hizo una incursión en otra técnica, un trabajo al fresco para el techo de la sacristía de la Santa Capilla del templo del Pilar de Zaragoza, Santiago en Clavijo, además de tres lienzos para el mismo espacio, antes de retornar a su principal fuente de ingresos, la aristocracia de la capital entre la que tenía ganado un prestigio considerable. A lo largo de una década estuvo muy solicitado. Fue profesor de dibujo de Cayetana Silva, y dibujó en varias ocasiones a la futura duquesa de Alba. Entre sus modelos se cuenta el marqués de Perales, mayordomo de Su Majestad, la condesa-duquesa de Benavente, el conde Fernán Núñez o el conde de Aranda. Controvertido fue el encargo de varios retratos para la duquesa de Arcos, que tuvo reparos en pagarle porque la protagonista no se encontraba parecida a la figura representada en uno de los lienzos. De sus obras destaca el espléndido retrato del ilustrado Tomás de Iriarte realizado en 1785, que se exhibe en el Museo del Prado.

Con la irrupción de la gigantesca figura de Goya comenzó a declinar su producción, aunque llegó a pintar a Manuel Godoy vestido de militar en 1807. Falleció en Madrid cuatro años más tarde, soltero, dejando una considerable fortuna, resultado de su intensa actividad entre la clientela más distinguida y pudiente de su tiempo.

Bibliografía

 

J. L. Morales y Marín. Pintura en España, 1750- 1808, Madrid, Cátedra, 1994.

Morales y Marín y J. M. Arnáiz, Los pintores de la Ilustración, catálogo de exposición, Madrid, Centro Cultural Conde Duque, 1988.

 

https://plazaymuseormr.wordpress.com/2020/12/17/sala-de-historia-de-la-real-maestranza-de-caballeria-de-ronda-retrato-del-infante-d-gabriel-de-borbon-i-el-pintor/

 

SALA DE HISTORIA DE LA REAL


 MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE


 RONDA. RETRATO DEL INFANTE 


 d. GABRIEL DE BORBÓN (II). 


EL INFANTE

 

 “El nombre del Infante don Gabriel aparece de forma constante cada vez que se escribe sobre cualquier intelectual o artista relacionado con la corte de este período”, resalta el historiador Juan Martínez Cuesta (1962-1999) en la tesis doctoral que dedicó a su figura, publicada por esta Real Maestranza a la memoria de quien fue el primer miembro de la familia real española en ser su Hermano Mayor en 1763. El hecho de que Carlos III pusiera a su hijo favorito al frente de la corporación maestrante se relaciona con el deseo de hacer de Ronda una plaza fuerte que controlara el acceso al interior de Andalucía por razones estratégicas, en el contexto de las tensiones con Inglaterra por el intento de recuperación de Gibraltar.  


Juan Martínez Cuesta. “Don Gabriel de Borbón y Sajonia. Mecenas ilustrado en la España de Carlos III”. Valencia, Real Maestranza de Caballería de Ronda y Editorial Pre-Textos, 2003.

Gabriel Antonio de Borbón y Sajonia fue el tercer hijo varón de los trece que tuvieron Carlos III y María Amalia de Sajonia, nacido en el Real Sitio de Portici en 1752, cuando su padre reinaba en Nápoles y Sicilia como Carlos VII. Tenía siete años cuando embarcó junto a su familia rumbo a España para que su progenitor sucediera en el trono a su hermano Fernando VI, fallecido sin haber dejado descendencia directa. A esa edad ya había empezado a recibir una educación en italiano, español, francés y con nociones de alemán, el idioma de su madre.

En su fase de formación, ya en Madrid, el programa de educación de los infantes incluía historia, geografía, matemáticas, física, humanidades, religión, moral, lectura de libros seleccionados y también lecciones de baile. La música fue para el joven don Gabriel una de sus primeras pasiones. Los músicos de la orquesta de cámara de los infantes tuvieron mucho que ver en esa afición melómana que sería una constante en su vida, como Felipe Sabatini, Nicolás Conforto, Francisco Landini y sobre todo José de Nebra, organista y vicemaestro de la real capilla, que fuera su maestro de clave, instrumento en el que adquirió gran dominio. También recibiría lecciones del compositor Antonio Soler, padre jerónimo, una de las figuras más importantes de la escuela de música para teclado del siglo XVIII y con quien tendría una estrecha relación, hasta el punto de que le dedicara varias sonatas.

Por influencia de otro de sus maestros, el erudito Francisco Pérez Bayer, personalidad de enorme influencia y trascendencia en las reformas universitarias y educativas emprendidas durante este reinado, se ampliaría su inclinación al coleccionismo y el interés por el universo clásico, algo a lo que no era ajeno el hecho de que fuera su padre el que ordenara durante su estancia en Nápoles las excavaciones de Herculano y Pompeya, cuyo descubrimiento tendría un impacto trascendente en el arte y el pensamiento en Europa. Con la supervisión de su maestro, tradujo al castellano y publicó en 1772 obras del historiador Cayo Crispo Salustio, La conjuración de Catilina y la guerra de Jugurta, primorosa edición considerada como la mejor impresa en España en los siglo XVI, XVII y XVIII. Por esas fechas don Gabriel ya era Gran Prior de Castilla y León de la Orden de San Juan de Jerusalén (conocida desde 1530 como Orden de Malta), junto a las encomiendas de las cuatro Órdenes militares,  nombramiento promovido por su padre en 1766.



“Obras de Cayo Salustio Crispo”. Traducidas por el Señor Infante D. Gabriel. Madrid, Imprenta Real. 1804. Biblioteca-RMR

 

Su curiosidad abarcaba diversos campos, artísticos, técnicos y científicos en el marco de las ideas de la Ilustración que se extendió por las cortes de Europa en la segunda mitad del siglo. En las órdenes de compra estudiadas se cuentan numerosos instrumentos musicales, también matemáticos y físicos, libros, relojes, pinturas, estampas y monedas. Se carteó con Benjamin Franklin en relación a un órgano de vasos o armónica, invento del norteamericano, se interesó vivamente por la ingeniería y las máquinas, e incluso promovió experiencias de vuelos con globos aerostáticos. En reconocimiento a su labor de mecenazgo, fue nombrado Académico de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1784.

En 1785 contrajo matrimonio con la infanta María Victoria de Portugal, en una doble boda entre infantes de los dos reinos. Fruto de esa unión nacería un hijo al año siguiente, el infante Pedro Carlos de Borbón. La viruela pondría fin a la vida de don Gabriel el 23 de noviembre de 1788 en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, tres años después de que su retrato presidiera desde el palco real la inauguración de la plaza de toros de su Real Maestranza de Ronda, símbolo arquitectónico junto al Puente Nuevo de la expansión urbana de la ciudad.

Bibliografía y fuentes

 

J. Martínez Cuesta. Don Gabriel de Borbón y Sajonia. Mecenas ilustrado en la España de Carlos III. Valencia, Real Maestranza de Caballería de Ronda y Editorial Pre-Textos, 2003.

A. Pau Pedrón. Los retratos del infante Don Gabriel. Madrid, Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 2006.

Inventario del archivo del Infante don Gabriel de Borbón, Gran Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén en los reinos de Castilla y León, y de sus descendientes. Madrid, Dirección General de Bellas Artes y Archivos, 1985.

J. Martínez Cuesta y B. Kenyon de Pascual. El Infante don Gabriel (1752-1788), gran aficionado a la música. En: “Revista de Musicología”XI, nº 3, 1988.

R. Mateos Sáinz de Medrano. Los desconocidos infantes de España. Casa de Borbón. Barcelona, Thassàlia, 1996.

 

https://plazaymuseormr.wordpress.com/2021/01/14/sala-de-historia-de-la-real-maestranza-de-caballeria-de-ronda-retrato-del-infante-d-gabriel-de-borbon-ii-el-infante/

 

TOREROS HISTÓRICOS EN LA PLAZA DE


 TOROS DE RONDA (XI). FRANCISCO


 MONTES, PAQUIRO, EL TORERO


 CRUCIAL (III)

 

Cuando Alejandro Dumas lo disfruta como espectador en los festejos reales de 1846 en la Plaza Mayor de Madrid, la decadencia física de Paquiro ya había comenzado. Aquella ligereza de la que habla en su Tauromaquia como condición indispensable de un torero, junto al valor y al conocimiento, se iba perdiendo inexorablemente: “no se crea que la ligereza del torero consiste en estar siempre moviéndose de acá para allá de modo que jamás sienta los pies (…) La ligereza de la que hablo consiste en correr derecho con mucha celeridad, y volverse, pararse o cambiar de dirección con una prontitud grande”.

Los continuos viajes atravesando España en las penosas condiciones de la época (las diligencias de viajeros tenían un promedio de 15 km a la hora por caminos “inverosímiles”, como los definió Teophile Gautier), los percances y revolcones, algunos de los excesos que eran corrientes a los de su profesión y una inclinación por el aguardiente, motivada quizás por desavenencias matrimoniales según los rumores que circulaban, acabaron por hacer mella.  De ello se hace eco el historiador Velázquez y Sánchez, que lo trató: “Buscaba distracción y hasta embote de sus fatigas en las bebidas alcohólicas; prefiriendo el aguardiente que tanto destruye la naturaleza de quien se deja arrastrar por su excitante virtud y tónicos efectos”. Esta circunstancia se ha querido ver en el cuadro de Angel María Cortellini que se conserva en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, titulado “La despedida del torero”, en el que Paquiro parece rechazar un vaso que le ofrece una maja antes de una corrida.


Francisco Montes “Paquiro”, antes de una corrida. La despedida del torero (1847), de Ángel María Cortellini. Col. Carmen Thyssen Bornemisza

 

Añádase a esto su pérdida de visión, por la que se vería obligado a llevar lentes. Se cuenta que ese mismo año de 1846, en una reunión previa a una corrida en Sevilla, el conde de la Nava le felicitó por su actuación de Madrid. Montes reconoció su estado:

– Ya no estoy para esa briega, señor conde, y es muy triste para los hombres acostumbrados a cumplir que no alcancen las fuerzas adonde se extiende la voluntad.

Ya rechazaba numerosos contratos, reduciendo sus apariciones a  Andalucía y algunas plazas del norte. En septiembre de 1848, convocado por los duques de Montpensier para torear en Sevilla junto a Cúchares y Redondo, se reunió en la fonda del Rezo con el indomable Juan León, retirado (aunque tendría que volver dos años después por penuria económica), y al que siempre guardó un especial respeto.

– Compadre, usted me ha dado el ejemplo y no tardaré en seguirlo – le confesó a León -. Ahí queda nuestro terreno sembrado, y que los niños recojan la cosecha, si pueden y saben.

Su carrera de “triunfos y ovaciones sin límite” llegaba a su ocaso, era de dominio público que sus condiciones no eran las de antaño. El cartel de esa corrida lo advertía: “ El célebre Francisco Montes, de Chiclana, que sin embargo del mal estado de su vista, y de estar casi inútil de la mano derecha, se ha prestado gustoso a hacer lo que pueda, en obsequio del objeto a que se dedica la función”.

En 1849 rechazó todos los contratos que le ofrecieron. Refugiado en Chiclana quiso dedicarse a otro negocio y compró una bodega, compromiso que le obligó, en busca de capitalización, a retornar a los ruedos. Aceptó en 1850 ofertas de Madrid, Sevilla y La Coruña, adonde llegó por vía marítima para complacer a Isabel II, plazas en las que volvió a “coronarse de laureles” a pesar de su menoscabo físico. De regreso a Madrid para otra función, la evidencia de su estado llevó a un cronista de la época a recomendar que no se viera obligado a matar ningún toro si no le complacía, ya que su sola presencia como director de lidia era suficiente para el público.

El escritor Wenceslao Ayguals de Izco, testigo de sus hazañas, resaltaba que “la necesidad de mantener a todo trance su colosal reputación” después de tantos años de batallas en los ruedos le impedía una fuga desordenada para salir de un aprieto. “Por esto se le ve siempre impávido sin huir jamás, sin tomar nunca el olivo. He aquí porque creemos que en todas las corridas está Montes en inminente peligro”.

La inestabilidad política era moneda corriente en la “Corte de los milagros”, se había sofocado el levantamiento carlista en Cataluña y discurría la década moderada bajo el gobierno del general Narváez, cuando el 21 de julio de 1850 en Madrid tuvo lugar el incidente que precipitaría un prolongado y fatal desenlace. Se dispone de la crónica de la revista El Clarín que relata con precisión lo acontecido. A la lorquiana hora de las cinco de la tarde salió de chiqueros el primer toro de la corrida. Rumbón, retinto, de siete años, de la ganadería de Don Manuel de la Torre y Rauri. Su estampa prometía mejor juego del que dio, rehuyendo los encuentros con los caballos, y después de tomar sólo dos varas el presidente ordenó que lo adornaran con tres pares de banderillas de fuego.

Señala el cronista que Montes fue hacia la fiera con su habitual arrogancia, aunque con paso lento.

El toro había desarrollado sentido, y se defendía aquerenciado en tablas, “haciendo más por el bulto que por los capotes”. Después de un pase al natural, y otro de pecho, defensivo, “quedándose bien corto y parado para el segundo al natural, que al dárselo lo enganchó el animal por la parte superior de la pantorrilla izquierda junto al atadero de la liga”. El toro lo arrastró varios metros dejándolo muy maltrecho, por lo que tuvo que retirarse para que su paisano José Redondo se hiciera cargo. La única representación de la escena que se conoce la encontró Cabrera Bonet en las páginas de The Illustrated London News, otro indicio de la fama internacional del chiclanero.



The Illustrated London News. Bull-Fight, Madrid-accident to Montes, Matador, 1850

 

Se le practicaron las curas que eran habituales en ese tiempo, sangrías incluidas, deficientes en lo relativo a procesos infecciosos. Cuando pudo moverse se retiró a Chiclana en septiembre, sin recuperarse del todo. El 4 de abril de 1851 falleció de “calenturas malignas” según el informe del entierro, fiebres derivadas de lo que debió ser una septicemia agravada por su estilo de vida. La noticia conmovió a toda la sociedad en general. Fue enterrado en el cementerio de su pueblo, con asistencia de diez hermandades y doble general de campanas mientras seis toreros “en triste silencio” llevaban a pulso el ataúd.

Bibliografía

R. Cabrera Bonet. Francisco Montes “Paquiro”, la revolución necesaria. Datos biográficos. Universidad San Pablo CEU, Madrid, 2004.

R. Cabrera Bonet. Novedades en torno al principio y fin de Francisco Montes Paquiro. 10 años del Museo Municipal Fco. Montes Paquiro. Chiclana 2003-2013; Museo Municipal Francisco Montes Paquiro, Chiclana (Cádiz), 2013.

VV. AA. Paquiro en su segundo centenario. Revista de Estudios Taurinos num 21, marzo 2006. Fundación de Estudios Taurinos, Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Universidad de Sevilla.

Montes, Francisco (Paquiro) (1994) [1836]: Tauromaquia Completa o sea el Arte de Torear en Plaza, ed. y pról. de Alberto González Troyano, Madrid, Turner.

J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

Velázquez y Sánchez.  Anales del toreo.  Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.

Antonio García-Baquero. Razón de la tauromaquia. Obra taurina completa. (Pedro Romero de Solís, coord). Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Fundación de Estudios Taurinos, Universidad de Sevilla, 2008.

Nestor Luján. Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954.N. Rivas Santiago.Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987)

 

https://plazaymuseormr.wordpress.com/2020/12/08/toreros-historicos-en-la-plaza-de-toros-de-ronda-xi-francisco-montes-paquiro-el-torero-crucial-iii/





















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