https://www.universocentro.com/NUMERO59/Sinnovedadenelfrente.aspx
En esta misma línea destaca la memoria de la
Biblioteca Universitaria de Zaragoza correspondiente al año 1938, fechada el 20
de enero de 1939:
La
revolución para infiltrar sus venenosas doctrinas en la sociedad se sirvió del
libro antipatriótico y antirreligioso en la escuela laica de la República y en
otros Centros durante estos últimos años. Para destruir esta demoledora
política y contribuir a la recta formación hispana, moral, religiosa y patria,
el Excmo. Sr. Ministro de Educación Nacional ordenó la depuración de las
Bibliotecas escolares, de Misiones Pedagógicas, Circulantes, de Recreo, etc.,
retirando de ellos los libros inmorales, propaganda de doctrinas marxistas y
todo cuanto signifique atentados a la unidad patria, menosprecio a la Religión
católica y oposición al glorioso Movimiento Nacional.97
Igualmente, la Memoria de la Biblioteca
Universitaria de Tarragona de 1939 insistía en este tipo de cuestiones:
El expurgo de las Bibliotecas se imponía
como una necesidad biológica si queremos que la victoria lograda por las armas
no se vea amenazada por las ideas subversivas disparadas por esas publicaciones
contrarias al espíritu que anima el glorioso Movimiento nacional [la cursiva es
mía].98
A pesar de la depuración y de la censura de
libros, el régimen franquista utilizó la infraestructura republicana, pero con
otros fines.99 El gran logro de la política de la Segunda República fue
consolidar en la sociedad española el concepto y el servicio de biblioteca
pública. De hecho, el Estado dictatorial mantuvo el decreto de 13 de junio de
1932 sobre creación de bibliotecas municipales hasta veinte años después. Por
otra parte, tras la Guerra Civil, reapareció la Junta de Intercambio y
Adquisición de Libros y Revistas para bibliotecas públicas, encargada de
organizar bibliotecas de carácter popular en los municipios españoles, hasta la
fundación del Servicio Nacional de Lectura en 1947.100
La orden de 13 de diciembre de 1939
restableció el funcionamiento de la Junta, pero señalando que «el
aprovechamiento que de algunas de las actividades de este Organismo hicieron
los elementos del Frente Popular, durante la dominación marxista, para
propaganda de sus fines, implica la necesidad de una nueva organización que no
desvirtúe los primitivos y los encauce en las orientaciones de la España
nueva». 101
La presidencia de la nueva Junta recayó en
Melchor Fernández Almagro, después de renunciar el duque de Maura por motivos
de residencia. Lasso de la Vega, Manuel Machado y Laín Entralgo ocuparon cargos
de vocales en esta Junta de perfil reaccionario, donde apareció la función de
censor, que recayó en Luis Morales Oliver, decano de la Facultad de Filosofía y
Letras de Sevilla.
En el Catálogo de la Biblioteca Central
Circulante de 1946, este organismo reconocía la labor de la anterior Junta de
Intercambio en la creación de bibliotecas municipales, pero insistía en el
carácter popular de los establecimientos y no en el público. Además, sus
objetivos y presupuestos eran más modestos y más restringidos socialmente. Se
negaban a continuar con la labor de la Junta republicana de crear bibliotecas
municipales:
[...]
dotar a los Municipios españoles de
Bibliotecas con fondos numerosos, equivaldría, en muchos casos, a situar, en un
determinado lugar, una serie de libros que ni por el nivel intelectual de la
localidad, ni por la consulta que de los mismos pudiera hacerse, merecería
sacrificar por hoy, los esfuerzos del Estado. El plan de creación de una
Red de Bibliotecas en España, que dotase a los lugares más apartados de nuestro
territorio de una expansión cultural, representa un esfuerzo económico que
pocos Estados pueden mantener; en España, encomendada esta misión a la Junta de
Intercambio, los resultados han de ser pequeños dada la escasa consignación
disponible, para estas atenciones [la cursiva es mía].102
En este texto se manifiesta claramente lo
innecesario y costoso de crear bibliotecas públicas en todo el territorio
español, sobre todo en el medio rural, por parte de las nuevas autoridades
franquistas en materia bibliotecaria, manteniendo los prejuicios de que en esas
localidades no se van a apreciar ni entender esos fondos, aparte del derroche
económico. Las prioridades de los responsables en materia educativa y culturas
eran otras bien distintas: fomentar la cultura de las élites, no de toda la
sociedad.
Aparte de la destrucción y expurgo de fondos,
otra manera de controlar las lecturas en las bibliotecas públicas fue el
establecimiento de una cuota económica para el préstamo de libros, perjudicando
de este modo a los lectores más modestos. En este sentido, en la Biblioteca
Popular de Olot, en marzo de 1940, se fijó una tarifa para los adultos de 0,15
pesetas por cada obra que se prestase a domicilio durante 8 días y de 0,10
pesetas para los niños. En abril se aumentó la tasa a 25 céntimos para los
usuarios adultos, mientras se mantuvieron los 10 céntimos para el público
infantil.
Esta nueva reglamentación era una manera
directa de dificultar el acceso a los libros y a la lectura a muchas personas,
y más en unas circunstancias económicas muy difíciles, en plena posguerra y con
una política autárquica errónea, que agravaron y alargaron las consecuencias
del conflicto bélico. De hecho, el servicio de préstamo disminuyó
considerablemente en 1940 y 1941, solo estaban exentos de este impuesto los
militares y religiosos. Este motivo y la proximidad del cuartel al
establecimiento bibliotecario explican que los militares fueran los lectores
que más utilizaron el préstamo de libros.103
Este canon económico reflejaba un claro
desprecio de las nuevas autoridades en materia bibliotecaria hacia el público
lector, en particular hacia las clases populares. O al menos un recelo, una
prevención respecto a su necesidad o capacidad para utilizar los libros, así
como reservas sobre la custodia y el cuidado de los mismos por parte de esos
colectivos, justificándose estas en el deterioro y pérdida de los ejemplares.
Reproducían mitos y prejuicios muy arraigados, tales como «esta gente es muy
bruta, no tiene interés por la cultura, apenas saben leer, van a destruir los
libros, sólo les interesa la taberna, no van a apreciar su contenido, se van a
perder los ejemplares, etc.».
Pero la experiencia republicana de fomento y
desarrollo de la lectura pública había demostrado todo lo contrario; a pesar
del uso intensivo de muchos libros, los ejemplares no estaban deteriorados, ni
se habían perdido, según constaba en los informes de inspección.
Es
leyenda corriente que en España no es posible establecer el préstamo de libros
a domicilio; eso es cosa de países más educados; en España desaparecían los
libros, serían destrozados. En algunos pueblos que visité antes de estar
organizada la biblioteca, los miembros de la Junta se resistían a organizar el
préstamo, declinaban toda responsabilidad; suponían estas personas que nadie
iría a leer a la biblioteca, pero que si se organizaba el préstamo la gente
iría, se llevaría los libros y no volvería más. Nunca me han dicho esto en los
pueblos donde ya había funcionado el préstamo, y en los pueblos donde me lo
dijeron no me lo han vuelto a decir cuando he vuelto a pasar por allí; la gente
se ha llevado los libros y los ha devuelto en perfecto estado. Es más, la
inmensa mayoría de las bibliotecas funciona hoy casi exclusivamente por medio
del préstamo.104
Incluso en Villanueva del Rosario (Málaga),
donde la colección fundacional de la biblioteca municipal, entregada por la
Junta de Intercambio y Adquisición de Libros, se dejó durante seis meses a
libre disposición de los lectores sin intervención de ningún bibliotecario, no
faltaba un solo libro. El público, en su mayoría obreros socialistas, se
acercaba al ayuntamiento, donde estaban los libros en un armario abierto para
leerlos allí mismo o en su casa, y no había desaparecido ni un solo volumen.
Cuando estaban un poco desordenados, algún espontáneo se dedicaba durante horas
a colocarlos.105
Estas actitudes estaban en consonancia con la
participación y responsabilidad ciudadanas que defendía el régimen democrático
republicano. De hecho, las bibliotecas habían adquirido vida propia gracias a
la colaboración de los usuarios, convirtiéndose en el centro cultural de sus
respectivas localidades. Por el contrario, la cuota que se implantó durante la
dictadura franquista representó una traba determinante porque impedía un acceso
público, libre y gratuito a los fondos de la biblioteca, limitando la
divulgación del libro y de la lectura de un establecimiento con más de veinte
años de trayectoria y con gran repercusión social.
Recordemos que la Biblioteca de Olot era una
de las bibliotecas populares que creó la Mancomunidad en localidades agrarias y
fabriles de Cataluña, que tenían una intensa actividad, con un gran movimiento
de libros y lectores.106 Estas bibliotecas perseguían aficionar a la población
a la lectura, ampliar sus conocimientos, mejorar la capacitación profesional y
formar a los estudiantes. La red de bibliotecas populares formó parte de la
organización bibliotecaria de la Mancomunidad junto con la Biblioteca de
Cataluña y la Escuela de Bibliotecarias.107
La Biblioteca de Cataluña nació vinculada al
Institut d’Estudis Catalans, pero, bajo la dirección de Jordi Rubio en 1914, se
convirtió en biblioteca regional, recogiendo y conservando todo el patrimonio
bibliográfico catalán. Asimismo, se encargó de coordinar y centralizar todos
los servicios de las bibliotecas populares como cabeza del sistema
bibliotecario. Y la Escuela de Bibliotecarias apareció al año siguiente para
preparar durante tres cursos a las profesionales encargadas del funcionamiento
de las populares.
Además de responder a la creciente demanda de
lectura pública, la Mancomunidad estableció las bibliotecas populares para
fomentar la cultura catalana y reforzar la identidad nacionalista. Las primeras
bibliotecas, fundadas en 1918, tras finalizar los estudios la primera promoción
de bibliotecarias, fueron las de Valls, Sallent, Olot y Borges Blanques. En
1919 siguió Canet de Mar, en 1920 Vendrell, y dos años después se abrieron las
de Pineda y Figueras.
Al desaparecer la Mancomunidad en 1925, bajo
la dictadura de Primo de Rivera, las bibliotecas pasaron a depender de las
respectivas Diputaciones provinciales. En 1926 apareció la de Tarragona, al año
siguiente la de Granollers, en 1928 se estableció la de Manresa y en 1930 la de
Ulldecona. Los fondos estaban a disposición de todas las personas
independientemente de su nivel de instrucción, profesión y condición social.
Habían arraigado en la vida de los pueblos, ya que ofrecían cultura y
entretenimiento a los vecinos, muchos de los cuales se convirtieron en asiduos
lectores, y además, mediante el servicio de préstamo, facilitaban libros a
habitantes de poblaciones cercanas que carecían de biblioteca.
En 1931 las bibliotecas se vieron
condicionadas por los acontecimientos políticos y el cambio de régimen. En
primer lugar, todas experimentaron un descenso de lectores en la asistencia a
la sala, ya que el público estaba más interesado en seguir y participar en la
intensa vida política. En vez de acudir a la biblioteca asistía a mítines, se
reunía para leer y comentar la prensa, acudía a las sedes de partidos y
sindicatos, o bien escuchaba las retransmisiones radiofónicas de los distintos
actos políticos.
Además, cambiaron las preferencias de los
lectores, más preocupados por cuestiones sociales y políticas. De hecho,
aumentaron las peticiones de obras de historia y de ciencias sociales en la
sala y en el préstamo. También se interesaron por conocer términos y temas que
aparecían constantemente en los periódicos, como el origen del gorro frigio o
el Pacto de San Sebastián.
Otro hecho importante relacionado con la
nueva situación política fue el traspaso de las bibliotecas populares a la
Generalitat de Cataluña, establecida como organismo autónomo por decreto del Gobierno
provisional de la República el 21 de abril de 1931. El Servicio de Bibliotecas
de la Generalitat asumió, en octubre del mismo año, la gestión coordinada de
las bibliotecas que dependían de las distintas Diputaciones provinciales desde
1925, recobrando así la unidad de funcionamiento que había existido en tiempos
de la Mancomunidad.
El Consejo de Cultura de la Generalitat
dispuso la creación de bibliotecas populares en todas las poblaciones de más de
seis mil habitantes, que a su vez debían distribuir lotes de libros circulantes
a localidades cercanas más pequeñas para aumentar su radio de acción. La
Dirección de Bibliotecas concedió gran importancia al servicio de información
al público mediante la consulta directa a la bibliotecaria y la elaboración de
guías de lectura temáticas para responder a las necesidades de los lectores.
En 1931 se abrieron dos nuevas bibliotecas en
Vic y Calella, en 1933, la de Tortosa y, al año siguiente, las de Cervera,
Vilafranca del Penedés y la de Pere Vilas en Barcelona; en 1935 se inauguró la
de Ignasi Iglesias en la barriada de Sant Andreu de Palomar de Barcelona.108 La
asistencia del público a la biblioteca dependía también de su ubicación en el
pueblo, el acondicionamiento del edificio, del tiempo y de las tareas agrícolas.
En Olot el núcleo principal de usuarios estaba constituido por maestros,
artistas y trabajadores de las fábricas de hilado, géneros de punto, calzado,
papel, material sanitario y de fundiciones de hierro y bronce.
Cabe destacar que el préstamo de obras
aumentó considerablemente en estas bibliotecas durante la República debido a la
modificación del reglamento en 1931, que facilitó el acceso del público a este
servicio. Se suprimió la cláusula, vigente durante la dictadura de Primo de
Rivera, que exigía a todo usuario la firma de alguna personalidad conocida en
el pueblo como aval para poder llevarse un libro a casa. Todo lector que
tuviese un domicilio estable en la población y presentase algún documento de
identificación a la bibliotecaria podía utilizar el préstamo a domicilio. Esta
medida democratizó el préstamo, al desaparecer las dos categorías de lectores
que existían, ya que resultaba discriminatorio que un grupo de personas, por su
situación profesional y social, tuviese acceso directo a los fondos y además
tuviese que autorizar al resto de vecinos.
Por otro lado, esta medida era inútil, porque
en muchos casos los que no cumplían las normas eran precisamente las personas
que debían garantizar el correcto comportamiento de los otros lectores. En este
sentido, la bibliotecaria de Granollers afirmaba que
en
la secció de prestec, la supressió de la tarjeta de presentació del lector, que
requería anteriorment el reglament de la Biblioteca, puc assegurar que ha
causat bon efecte, i el régim de la Biblioteca no n’ha sofert cap desavantage.
No hem perdut cap llibre de més amb el nou sistema. En canvi s’han guayant
alguns lectors, que por apatia, per timidesa, o per malentès orgull deixaven
d’inscriure’s quan els dèiem que s’havien de fer presentar per determinada
persona. 109
Este cambio había provocado lógicamente una
mayor demanda de libros por parte de los obreros, a diferencia de años
anteriores. Asimismo, la acción de las bibliotecas populares se amplió con el
reparto de lotes circulantes y la distribución de bibliotecas filiales a
pueblos más pequeños y próximos. La biblioteca de Olot distribuía libros a los
pueblos de Sant Jaume de Llierca, Sant Feliu de Pallarols, Tortellà y Les
Planes.
De este modo, la supresión del aval en el
préstamo domiciliario durante el período republicano tuvo un efecto positivo en
la vida de las bibliotecas, mientras que el canon económico exigido al
finalizar la guerra provocó un descenso notable de dicho servicio. Además, esta
injusta medida penalizaba a las gentes más humildes. En realidad, dicha
decisión cuestionaba el carácter público de las bibliotecas, ya que este
requisito económico impedía el acceso al libro a buena parte de la población.
Frente a la defensa de la lectura pública se impuso la lectura vigilada, restringida
y tutelada de la dictadura franquista. En definitiva, estas situaciones
opuestas reflejan las consecuencias de políticas bibliotecarias dispares sobre
los mismos establecimientos.
A MODO
DE CONCLUSIÓN
De la misma manera que en la España de Franco
se asesinó a miles de personas y se privó de libertad a más de un millón de
individuos, se destruyeron millones de publicaciones mediante hogueras
purificadoras. En cada plaza de los pueblos se organizaron quemas públicas del
veneno escrito de la anti-España como acto fundacional del nuevo Estado.
Asimismo, se trituraron otros tantos kilos de libros con guillotinas para
convertirse en pasta de papel de los nuevos títulos imperiales y de mártires
que se editaron durante la contienda y en la inmediata posguerra.
El fuego resultó más simbólico y efectivo en
la eliminación de las ideas del enemigo que la afilada hoja de metal en la
aniquilación de páginas. Con las teas incandescentes, toneladas de volúmenes
fueron reducidas a cenizas, quedando solo el olor a papel y cartón quemado y el
polvo de tanta infamia. Aunque menos poética, la guillotina permitía
reaprovechar las virutas de papel en pasta para nuevos ejemplares.
La causa para esta pena tan severa se debía a
que esas páginas eran las responsables de la Guerra Civil para las autoridades
militares, eclesiásticas y civiles que se sublevaron el 18 de julio de 1936.
Los textos y las ideologías de esos libros eran culpables. Evidentemente, nada
se decía del golpe militar fracasado que desembocó en la guerra fratricida.
Todo lo contrario: el alzamiento que había salvado a España del comunismo, el
ateísmo y la masonería, también había librado a los españoles de esos
contenidos ponzoñosos. De este modo, se atajó la infección que se había
extendido por todo el país, extirpando los malos libros y sus ideas nocivas
para proteger así las mentes y las almas de los buenos españoles.
Aunque mucho se ha escrito sobre la censura
de prensa, en los libros o en el cine, en general esta cuestión se ha tratado
de manera desgajada del contexto general represivo contra la libertad de
pensamiento y de creación. La censura, en su versión más dura, recogida en la
eufemística Ley de Prensa de 1938, formaba parte del ciclo represivo contra el
libro, era un eslabón más, pero no el único o el más grave.
Primero se destruyó la oferta editorial y
bibliotecaria del país quemando y guillotinando libros; luego se expurgaron y
depuraron los fondos bibliográficos de los anaqueles de las bibliotecas, de los
almacenes de las editoriales y de los escaparates de las librerías. Después se
estableció la censura previa para controlar la oferta nacional e internacional
e impedir que salieran al mercado títulos prohibidos y perjudiciales, y por
último se publicaron textos sanos, de acuerdo con el nuevo decálogo franquista
y, en muchos casos, con fines propagandísticos.
La censura por sí sola no tenía sentido, o al
menos resultaba insuficiente sin los otros elementos de protocolo punitivo. En
este sentido, la legislación y las acciones de los militares rebeldes fueron
muy explícitas y expeditivas al respecto desde el comienzo de la guerra,
completando todos estos aspectos en su persecución contra el libro y la cultura
escrita.
No bastaba solo con destruir los títulos
presentes, ni siquiera con purgar los catálogos de las bibliotecas. Tampoco era
suficiente con recluir obras en salas especiales para la consulta restringida
solo de especialistas, ni prevenir la oferta científica y literaria con la
censura, ni sustituir toda esa producción bibliográfica malévola por otra
complaciente con el régimen y la Iglesia. Si solo se atendía al patrimonio
bibliográfico existente, podrían aparecer nuevas obras perniciosas, y si solo
se prohibían los nuevos títulos, podrían circular todas las obras publicadas
desde los inicios del liberalismo. Así que era tan necesario ocuparse de las
estanterías de las bibliotecas públicas y privadas, y de los fondos
editoriales, de librerías y de quioscos, como controlar los catálogos y las
novedades editoriales de sellos nacionales y extranjeros.
Con lo peor de lo peor, sobre todo en los
primeros años, se destruyó masivamente en sus dos vertientes, llamas y
cuchillas acabaron con toneladas de obras pero posteriormente y a la vez se
fiscalizaron fondos para apartar muchos títulos al gran público, reservándolos
solo a usuarios autorizados. Una vez limpia la patria de esa podredumbre
intelectual, se establecieron los filtros necesarios para impedir la aparición
de esos libros o de otros similares e igualmente peligrosos.
De este modo, se procuró no dejar resquicio
para que se colaran las ideas de la anti-España. Los libros y las ideologías
subversivas habían encolerizado a millones de personas, provocando la muerte,
el asesinato, la destrucción y el saqueo; en definitiva, eran los primeros y
directos culpables de la gran hecatombe que vivió el país. Por todo ese mal
causado, el castigo debía ser ejemplar y contundente para esos libros
criminales y delincuentes. Su aniquilación formó parte del mismo sistema
represivo que eliminó personas y privó de libertad a otras muchas.
Las destrucciones del patrimonio
bibliográfico por sus contenidos y autores, junto con las restricciones a la
libertad de pensamiento y de creación, explican el retroceso cultural y
educativo que vivió el país durante el régimen franquista. De todos es conocida
la expresión páramo cultural para referirse al panorama cultural del
franquismo; sobre todo, durante el primer franquismo. Con estos mimbres no es
de extrañar —si atendemos a la represión cultural solo en el mundo de los
libros, las bibliotecas, las editoriales y las librerías, según hemos analizado
anteriormente— que el término páramo se quede escaso; sería más propio utilizar
erial.
Textos convertidos en cenizas y virutas,
infiernos en las bibliotecas, censura oficial en la edición y autocensura en
los creadores, graves dificultades para introducir libros prohibidos en España
y, por tanto, notables problemas para hacer llegar el pensamiento de los
exiliados y autores extranjeros. Así que, desde 1936 hasta 1951, se puede
hablar claramente de un vasto desierto cultural, a pesar de las obras
renovadoras y valiosas que aparecieron entonces, como La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela; Nada, de Carmen Laforet; La sombra del ciprés es alargada, de
Miguel Delibes, o Hijos de la ira, de
Dámaso Alonso.
Recordemos incluso que la famosísima obra de
Cela La colmena tuvo que publicarse
en Buenos Aires en 1951 y no fue editada oficialmente en España hasta 1963.
Será precisamente en la década de los sesenta cuando la situación comenzó a
cambiar con el desarrollo económico y la modernización social, junto con la
tímida apertura de la dictadura que representó la nueva Ley de Prensa de 1966,
que acabó con la censura previa, pero no con el sistema represivo.
En este sentido, confluyeron los puentes que
establecieron los escritores del interior con los desterrados y las iniciativas
de los profesionales del libro. Por un lado, algunos editores publicaron obras
al límite, aprovechando los resquicios de la censura y, por otro, un grupo de
libreros se la jugaron, aparte del negocio, introduciendo en sus trastiendas,
en lugares escondidos, libros prohibidos.
A pesar de todas las inspecciones, requisas,
incautaciones y depuraciones, las autoridades franquistas tuvieron problemas
para acabar con todos los libros prohibidos debido a su carácter peligroso para
la ideología y la moral del régimen. La circulación reducida de estas obras
estaba relacionada con la amplia oferta bibliográfica nacional y extranjera que
había que eliminar, la falta de medios, la carencia de normas homogéneas en la
censura y las complejidades del negocio editorial y librero.
Al mismo tiempo, el sistema censor provocó
una pugna entre Falange y la Iglesia por imponer sus criterios, sus censores y
sus hombres de máxima confianza en los puestos de responsabilidad de la
censura. Además, si la destrucción de ejemplares, la reclusión de otros muchos
en los infiernos y la censura resultaran de por sí insuficientes en el proceso
de control de la publicación y difusión de textos, aparecieron otros
inconvenientes y trabas burocráticas, desde la falta de la principal materia
prima, el papel, la escasez de divisas o la suspensión continua del servicio
eléctrico hasta los trámites del nuevo Instituto Nacional del Libro, encargado
de la política oficial y del intervencionismo en las actividades de las
empresas privadas.
NOTAS
1
Gimeno Blay, 1995.
2
Aróstegui Sánchez, 1996 y 2012.
3
Aróstegui, 2007.
4
Vid. Martínez Rus, 2014 y 2016.
5
Vid. «Auto de fe en la Universidad Central», Ya, 2 de mayo de 1939, p. 2.
6
Andrés-Gallego y Pazos, 2006.
7
En Arriba España, Pamplona, 23 de abril de 1938, p. 1.
8
Olarra Jiménez, 2003.
9
Trapiello, 2002: 231.
10
Fernández Baez, 2004; Polastron, 2007, y Fuld, 2013.
11
Andrés de Blas, 2006.
12 Graf y
Kuebler, 1983; Walberer, 1983; Richard, 1988; Stern, 1990; Stieg, 1992, y
Rose, 2001.
13
Moreno Gómez, 1986: 307 y 2008: 575.
14
Gállego Rubio, 2010 y Blanco, 2006.
15
Del Amo, 2005.
16
Sobre la trayectoria y el asesinato de Daniel Linacero, vid. Fontana, J., «La
caza del maestro», El País, 10 de agosto de 2006.
17
Pérez, 1937: 11, y Massot i Muntaner, 1978, 1996 y 1997.
18
Vid. El Ideal Gallego, 18 de agosto de 1936, y Fernández Santander, 1996:
82-83.
19
En Boletín Oficial de la Provincia de La Coruña, La Coruña, 14 de agosto de
1936.
20
Así denominó el obispo de Salamanca, Enrique Plá y Deniel, a los comunistas y
anarquistas en su famosa carta pastoral, «Las dos ciudades», de 30 de
septiembre de 1936, donde justificaba la sublevación militar de julio de 1936
y aportaba la fundamentación teológica de la Cruzada: «Los comunistas y
anarquistas son los hijos de Caín».
21
En El Pueblo Gallego, Vigo, 18 de agosto de 1936.
22
Vid. Grandío, 2007: 245-246.
23
Andrés de Blas, 2011.
24
Boza Puerta y Sánchez Herrador, 2007, y Rivas, 2007.
25
García Montoto, 1938: 89.
26
Ibid., IX.
27
Vid. Boletín de Educación de Zaragoza, n.º 3, diciembrenoviembre, 1936.
28
Vid. Andres de Blas, 2007.
29
Morente Valero, 1997; Claret Miranda, 2006, y Otero Carvajal, 2006.
30
Boletín Oficial del Estado, 21 de julio de 1937.
31
Hernández de León de Portilla, 2003: 253-254.
32
Boletín Oficial del Estado, 24 de diciembre de 1937.
33
Vid. Bandos y órdenes dictados por el Excmo. Sr. D. Gonzalo de Queipo de
Llano y Sierra, General Jefe de la 2ª División Orgánica y del Ejército del
Sur. Comprende desde la declaración del estado de guerra el 18 de julio de
1936 hasta el fin de febrero de 1937, Sevilla, Imprenta Municipal, 1937, pp.
24-25.
34
Rubio Mayoral, 1998.
35
Bahamonde, 2005 [1937]: 129.
36
Moreno Gómez, 2008: 454 y Asensio Rubio, 2012.
37
Vid. ABC, Sevilla, 26 de septiembre de 1936, p. 17.
38
Vid. AGA, Sección de Educación, caja n.º 4752.
39
Escolar, 1999: 11.
40
Espinosa, 2005: 471.
41
Romero Romero, 2011.
42
Castellano, 2000.
43
Navarra 1936. De la esperanza al Terror, 2003: 495 y 784.
44
En El País, 18 de noviembre de 2012. Esta carta se encuentra en el Archivo
Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana.
45
Fernández Santander, 2000: 101-102.
46
Ibid., 90.
47
Benet, 1979: 248 y 250.
48
Jiménez, 2009: 427.
49
Vid. Lasso de la Vega, 1942: XLVII.
50
En sus memorias recogió su experiencia como director literario de la CIAP.
Sáinz Rodríguez, 1978: 124-153.
51
Ibid., 261.
52
Orden circular del 10 de agosto de 1938 firmada en Vitoria por el ministro de
Educación Nacional, Pedro Sáinz Rodríguez, en AGA, Sección Educación,
archivador n.º 4654.
53
Haro Tecglen, 2005: 56.
54
En Boletín Oficial del Estado, 24 de junio de 1938. Andrés, 2013.
55
En Boletín Oficial del Estado, 17 de septiembre de 1937.
56
Ladrón de Guevara, 1933: 7
57
Ibid., 33-34, 63, 87, 354, 541.
58
Vid. Alted Vigil, 1984; Escolar, 1987; Santonja, 1996, y Ruiz Bautista, 2005.
59
En Boletín Oficial del Estado, 21 de agosto de 1938.
60
Vid. Alted Vigil, 1984: 64-65.
61
Vid. Borque López, 1997: 37 y 53.
62
Vid. «Discurso pronunciado por el Excmo. Sr. Rector en la Fiesta del Libro,
celebrada el 23 de abril de 1938», en Discursos pronunciados por el Excmo.
Sr. Rector de la Universidad de Oviedo Don Sabino Álvarez Gendín en 1938,
Oviedo, 1938, p. 43.
63
Álvarez Oblanca, 1986: 169-171.
64
Vid. Andrés de Blas, 2011
65
Martínez Rus, 2012, y Martínez Rus y Sierra Blas, 2012.
66
Ceballos Viro, 2007.
67
Montilla, 1937.
68
Vid. Albiñana, 2008
69
Núñez de Prado y Clavel, 1992.
70
En Boletín Oficial del Estado, 27 de abril de 1938.
71
Sobre la incautación y requisas de libros, vid. la «Relación de obras
editadas por varias casas editoriales durante los años 1936- 1939», así como
el «Índice de las obras doctrinales y literarias de tendencia revolucionaria
y marxista que obran en la sección Político-Social de la Delegación del
Estado para la Recuperación de Documentos» en el Centro Documental de la
Memoria Histórica (CDMH) de Salamanca, Delegación Nacional de Servicios
Documentales de la Presidencia de Gobierno (DNSD), caja n.º 36.
72
Vid. Carta de la Auditoría del Ejército de Ocupación del 15 de junio de 1937,
en AGA, Sección de Cultura, caja n.º 1358.
73
Vid. en el CDMH, DNSD, Secretaría General, caja n.º 238.
74
Aguilar, 1973, I: 488-565, y Martínez Rus, 2005.
75
Vid. escrito e «Informe sobre publicaciones, editoriales y librerías de
Barcelona», en el CDMH de Salamanca, DNSD, Secretaría, caja n.º 3.
76
Laín Entralgo, 1976: 253.
77
Vid. la circular de la Jefatura Provincial de Propaganda de Barcelona a la
Cámara del Libro del 21 de abril de 1939, en Biblioteca Bergnes de las Casas
en la Biblioteca de Cataluña, caja n.º 213.
78
En Hoja Oficial de la Provincia de Barcelona, 1 de mayo de 1939. Caballer
Albareda y Prades Artigas, 2012.
79
Vid. Gallofré i Virgili, 1991: 489.
80
Ibid., 490-494.
81
Vid. Canal i Morell, 1989.
82
Berruezo Albéniz, 1991: 156-163 y 263-268.
83
Vid. Seguí i Francès, 2008.
84
Orquín, 2007: 29.
85
Vid. «La depuración de libros», Ya, Madrid, 17 de mayo de 1939, p. 3.
86
Vid. «Depuración de libros», Ya, Madrid, 13 de mayo de 1939, p. 4.
87
En AGA, Sección de Cultura, caja n.º 1375.
88
Salaverría, 1939.
89
Vid. en el CDMH de Salamanca, DNSD, Secretaría, caja n.º 11, expte. 11.
90
Montoliu, 2005: 48.
91
Mato, 1991, y Navarro Navarro, 2008.
92
Vid. El Ateneo intervenido 1939-1946, 2008: 67 y 68.
93
Vid. AGA, Sección de Cultura, caja n.º 2255.
94
Vid. la situación de las bibliotecas municipales, de Misiones Pedagógicas y
populares al acabar la Guerra Civil, junto con los archivos y los monumentos
de los pueblos del país, clasificados por provincias, en AGA, Sección de
Educación, cajas n.os 3827 y 4319.
95
García Ejarque, 2000: 204.
96
Vid. el informe de visita a la biblioteca municipal de Bienservida, el 15 de
septiembre de 1946, en AGA, Sección de Cultura, caja n.º 19770.
97
Vid. Memoria de la Biblioteca Universitaria de Zaragoza correspondiente al
año 1938 (20-1-1939), en AGA, Sección de Educación, caja n.º 5459. Sobre la
depuración de bibliotecas, vid. también en AGA, Sección de Educación, cajas
n.os 4753, 4754 y 4755.
98
Vid. AGA, Sección de Educación, caja n.º 5459.
99
Memoria sobre las Bibliotecas Universitarias y sus secciones populares, así
como las provinciales, s. a., ¿1939?, en AGA, Sección de Educación, caja n.º
4753.
100
Vid. el informe sobre el Servicio Nacional de Lectura. Su naturaleza. Sus
características. Su actividad, en AGA, Sección de Cultura, caja n.º 20156.
101
En Boletín Oficial del Estado, 17 de diciembre de 1939.
102
Junta de Intercambio y Adquisición de Libros y Revistas para Bibliotecas
Públicas, 1946, I: V y VI.
103
Canal i Morell, 1989.
104
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105
Martínez Rus, 2003: 143.
106 Vid.
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107 Estivill i
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108
Generalitat de Catalunya, Anuari de les biblioteques populars de 1931, Barcelona,
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109
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