SUMARIA
RELACIÓN DE LAS
BIBLIOTECAS
DE MICHOACÁN
BIBLIOTECAS
PREHISPÁNICAS
No se conoce ningún testimonio
de la escritura de los primitivos habitantes de Michoacán, ni noticias que nos
revelen si existieron entre ellos las bibliotecas. Sin embargo, su alto nivel
de cultura, el hecho de que hayan fabricado papel de la corteza interna de la
higuera Ficus Sp., la circunferencia
de que los vocabularios de la lengua tarasca, formados por los primeros
misioneros, registren vocablos relativos a la escritura (carani “escribir o pintar”,
carácata “escritura”), al papel (siranda),
al libro y al lugar en donde conservaban sus manuscritos (siranda patzaquaro), así como la presencia de una pictografía que
representa a un escriba tarasco, reproducida por el doctor Nicolás León en uno
de sus ex libris, nos permiten
suponer que poseyeron un género de escritura expresada por signos o figuras
jeroglíficas, como las de los nahuas, mayas, mixtecos y zapotecos. Por este
medio debieron consignar sus conocimientos astronómicos, cronológicos, míticos,
rituales, históricos, geográficos, genealógicos y administrativos, y es
probable que sus libros o códices se hallasen reunidos en
bibliotecas, bajo custodia sacerdotal, hasta los días aciagos que precedieron a
la conquista.
BIBLIOTECAS
COLONIALES DE COLEGIOS Y MONASTERIOS
El sapientísimo agustino fray
Alonso de la Veracruz, fundador de la Casa de Estudios Mayores de Tiripetío en
1540, formó las primeras bibliotecas que hubo en Michoacán.
Basalenque relata que en
Tiripetío, “para adorno de la Cáthedra, fray Alonso puso una muy muy linda
librería, la que ha durado hasta oy”. El mismo cronista añade que, cuando el
insigne maestro fue promovido al priorato del convento de Tacámbaro, en 1545,
“trajo vna muy linda librería, mejor y más copiosa que la que puso en
Tiripetío, si bien ésta se ha conservado mejor por estar en tierra fría y
estrota en tierra húmeda y caliente, donde hierve la polilla. Ambas librerías
nos sirven de tierna memoria, porque todos los libros nos recuerdan la de N.P.,
pues apenas se hojea vno que no esté margenado de su letra, con que convida a
que lo estimemos y muy a menudo se hagan recuerdos de su dueño”. (1)
https://enseanzadelafilosofia.wordpress.com/2018/09/23/el-colegio-de-filosofia/
En el Museo Regional Michoacano se conservan actualmente,
ya restauradas, algunas obras procedentes de la histórica biblioteca de
Tiripetío, con anotaciones en las márgenes de puño y letra de fray Alonso de la
Veracruz. Estos libros fueron descubiertos en 1933 entre los restos de la
biblioteca de los agustinos del convento de Cuitzeo, que por varias décadas
permanecieron ocultos en un cuarto húmedo y cegado contiguo a la sacristía.
Es de los museos más antiguos y exhibe
elementos extraordinarios de diversos contextos: la mesa en la que se firmó la
Constitución de Apatzingán, códices como la Relación de Michoacán, el mural de
Alfredo Zalce “Los pueblos del mundo contra la guerra atómica”, y una de las
obras más representativas de la pintura novohispana: “El Traslado de las
Monjas”.
·
El museo era una
casona virreinal de estilo barroco en cantera rosada construida en el siglo
XVIII, construida por Isidro Huarte; un político, hacendado y comerciante
español que se asentó en la antigua Valladolid.
·
En el museo hay
algunos murales representativos que no puedes dejar de admirar, como son “Los
Defensores de la Integridad Nacional”, “Cuauhtémoc y la historia” “Los Cuatro
jinetes del Apocalipsis”, “La inquisición”, “Retablo de la Independencia”,
entre otros.
·
En el inmueble que
hoy alberga el Museo Regional Michoacano se hospedó, en su visita en 1864, el
Emperador Maximiliano I.
·
En el Museo
Regional Michoacano podrás apreciar piezas arqueológicas de los periodos
preclásico, clásico y postclásico, entre las que destacan algunas de la cultura
purépecha. También hay artículos de la época virreinal y algunos un poco menos
antiguos, del siglo XIX, igualmente importantes.
·
Cuenta con 300
piezas divididas en 10 ejes temáticos; iniciando con los primeros asentamientos
humanos en Michoacán hasta el Porfiriato.
El Real
Colegio de San Nicolás de Pátzcuaro,
fundado en 1540 por don Vasco de Quiroga, contaba desde su erección con una
biblioteca pequeña, enriquecida a la muerte del obispo con su escogida
librería, compuesta de 626 volúmenes, que por disposición testamentaria debían
servir para consulta a los maestros y alumnos del Colegio: “…dejo toda mi
librería que tengo en estas casas de mi morada, al dicho Colegio de San
Nicolás, de la cual tenga cuenta e razón el Deán y Cabildo de esta nuestra
Santa Iglesia; y los prebendados de ella se aprovechen de la librería, habiendo
siempre una persona que tenga cuenta con los libros que se sacan, porque no se
pierdan, e si por tiempo pareciere al dicho Deán y Cabildo que algunos libros
se pierden de ellos los tales, se pueden vender y comprar otros de lo que
por ellos se diere, que sean necesarios para el dicho Colegio. Cada día que
fiesta no fuere, se les dé lugar por espacio de dos horas que puedan entrar en
la librería a estudiar los dichos libros, conque ninguno de ellos saque libro
alguno”. (2)
Real
Colegio de San Nicolás de Pátzcuaro
La sede episcopal, el Colegio de San Nicolás y su naciente
biblioteca se trasladaron de Pátzcuaro a la ciudad de Valladolid (hoy Morelia)
en el año de 1580. Los fondos bibliográficos de la biblioteca nicolaíta
crecieron de manera considerable, en los dos siglos que siguieron de vida
colonial, con las compras y legados hechos a la institución. Al sobre venir la
guerra de independencia su caudal sufrió mermas sensibles, que de algún modo
fueron compensadas cpn el ingreso de las bibliotecas de Melchor Ocampo,
Clemente de Jesús Munguía, José Guadalupe Romero, Ramón Romero y Luis González
Gutiérrez, donadas por sus propietarios o compradas a sus herederos.
Colegio
Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo (Universidad Michoacana)
Los
jesuitas se avecindaron en Pátzcuaro en 1573. Un año después erigieron el
colegio de la Compañía y empezaron a formar su biblioteca, que en el transcurso
de varios años logró atesorar gran copia de libros y manuscritos de carácter
histórico y lingüístico. Entre éstos merecen consignarse las Noticias para la historia del antiguo
Colegio de Jesuítas en Pátzcuaro, ´por el P. Francisco Ramírez, el Catecismo de la doctrina cristiana en lengua
tarasca del P. Juan Ferro, el Catecismo
y doctrina en lengua tarasca del P.
Jerónimo Ramírez y el Arte, vocabulario y
sermones en lengua tarasca del P. Tomás Chacón.
Los
miembros de la Compañía de Jesús fundaron otro colegio en Valladolid en 1660,
que llegó a convertirse en centro de cultura muy importante, por la influencia
espiritual que ejerció dentro y fuera de la Provincia. Desde que se estableció
esta casa de estudios, lojítas contaron con una excelente biblioteca nutrida de
autores clásicos y de las obras más modernas del pensamiento de su época. (3)
Esta preciosa librería y la que poseía la casa
matriz de Pátzcuaro, se dispersaron a raíz de la expulsión de los miembros de
la Compañía, decretada por Carlos III el 25 de julio de 1767.
BIBLIOTECAS
MONÁSTICAS
Todas las órdenes religiosas
establecidas en Michoacán fundaron bibliotecas en sus conventos. La de los
monasterios de San Francisco y San Agustín de Valladolid datan de la segunda
mitad del siglo XVI. En la misma época existían librerías en los conventos de
Tzintzuntzan, Ucareo, Pátzcuaro, Uruapan, Tancítaro, Tzacaou, Cuitzeo y Charo.
Estas
bibliotecas, y las que se formaron en Valladolid durante los siglos XVII y
XVIII (como la de los carmelitas y dieguinos, la de la Catedral y la del
Seminario Tridentino), adquirieron proporciones notables.
https://apami.home.blog/2019/11/13/el-ex-convento-de-charo-michoacan-un-ejemplo-de-arte-novohispano/
http://miscuadernos.com.mx/m/nota.php?id=3105
Al
cronista agustino fray Matías de Escobar (4) debemos una curiosa noticia sobre la activa labor
literaria de los monjes del convento de Charo y una sucinta relación de los
tesoros acumulados en su biblioteca hasta el primer tercio del siglo XVIII:
“Sin
duda alguna que mueven a escribir y a estudiar las paredes de este santo
convento. Estantes llenos hay, en la librería, de manuscritos de religiosos que
han morado aquí; y de otros que no mandaron a los cuadernos sus estudios
pudiera hacer un dilatado catálogo. Raro libro no se hallará margenado de P.
Lector fray Diego Rodríguez, muchos del maestro fray Nicolás de Posadas, no
pocos del maestro fray Nicolás de Guerrrero, y de otros casi infinitos, en que
se reconoce que les indunde, en entrando a este convento, una propensión
notable al estudio”.
Basta fijar la atención en los títulos de alginas
obras redactadas en el escritorio o en las celdas del convento de Charo, para
tener una idea de la calidad de los fondos bibliográficos existentes en su
biblioteca: Arte de la lengua matlatzinca
de fray Pedro de San Jerónimo; Arte,
vocabulario, sermones y los santos sacramentos en lengua matlatzinca (1639) de
fray Miguel de Guevara; (5) Arte de la lengua tarasca, Arte de la lengua
matlatzinca (1640), Vocabulario matlatzinca-castellano (1642), Doctrina
cristiana en lengua matlatzinca y
varios volúmenes de sermones en romance y tratados filosóficos, teológicos y
jurídicos, de fray Diego Basalenque; (6)
las crónicas agustinianas de la Provincia de
Michoacán, de fray Juan González de la Puente, fray Diego Basalenque, fray
Jacinto de Avilés y fray Matías de Escobar; Vida
de fray Diego Basalenque y Vida de San Guillermo, Duque de Aquitania, de
fray Pedro Salguero; nóminas de religiosos y novicios; cursos leídos en el convento;
cartularios; noticias de la labor evangelizadora de los misioneros, de la
fundación y progresos de pueblos, doctrinas, colegios, templos y hospitales;
relaciones geográficas de las regiones catequizadas por los frailes charenses y
descripciones de las costumbres y antigüedades de sus habitantes, etc.
Al
lado de estos manuscritos y de otras muchas producciones y documentos que sería
prolijo enumerar, figuraba un caudal de libros impresos sobre historia,
mitología, hagiografía, artes liberales, ciencias eclesiásticas, filosóficas y
canónicas; vocabularios, artes, confesionarios, doctrinas, sermonarios y
manuales de oración en lenguas indígenas. Junto a la Biblia, a los textos de
los Padres de la Iglesia, a los apologistas del cristianismo y a las obras
devotas, ascéticas y místicas, se alineaban en los estantes de la biblioteca
las crónicas de las órdenes monásticas, las historias de la Indias, los
diccionarios y los estudios gramaticales de Antonio de Nebrija y Ambrosio
Calepino, la Ortografía de Mateo
Alemán, el Arte de escribir de Juan
de Iciar, la Aritmética de Pérez de
Moya, las Medidas del Romano de
Sagredo y la Carpintería de lo blanco
de Diego López de Arenas, la Arquitectura
de nVitruvio y la Geometría de
Euclides, la Recognitio summularum
(1554), la Dialectica resolutio
(1554), el Speculum coniugiorum
(1556), y la Phisica speculatio
(1557) de fray Alonso de la Veracruz;
el Arte de la lengua de Michuacán
(1558), el Thesoro spiritual en
lengua de Mechuacán (1558), los Diálogos
de doctrina christiana en lengua de Mechuacán (1559), el Vocabulario de la lengua de Mechuacán (1559)
y el Thesoro spiritual de pobres en
lengua michuacana (1575) de fray Maturino Gilberti; el Arte y dictionario con otras obras en lengua michuacana (1574) de
fray Juan Bautista Lagunas; el Doctrinalis
fidei in Michuacananensium yndorum linguam (1575-1577) de fray Juan de
Medina Plaza; el Manual (trilingüe:
latino, castellano y tarasco) para
administrar los santos sacramentos a los españoles y naturales de la Provincia
de Michoacán (1697) de fray Ángel Serra y el Manual de los santos sacramentos en el idioma de Michoacán (1690) n
Martínez de Araujo. No faltaban en los anaqueles de la librería las obras de
Platón, Aristóteles, Homero Hesíodo, Esquilo, Eurípides, Sófocles, Heródoto,
Tucídides, Jenofonte, Esopo, Polibio y Plutarco; Plinio, Tito Livio,
Quintiliano, Séneca y Cicerón; Horacio, Virgilio, Juvenal, Lucano, Estacio,
Marcial, Ovidio, Terencio, Fedro; las de Petrarca y Dante, y también las de
Boscán, Garcilaso, Góngora, Lope de Vega, Tirso de Molina, Juan Ruiz de
Alarcón, fray Luis de Granada, fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús y otros
clásicos castellanos.
Esta
insigne biblioteca fue trasladada, a raíz de la guerra de independencia, al
convento de San Agustín de Valladolid, cuna de escritores brillantes y el
arsenal más rico de libros y manuscritos en suelo michoacano.
La
vida intelectual de la colonia se había concentrado en los colegios, en las
iglesias y en los conventos, como aconteció en Europa en la Edad Media. Su
esplendor se mantuvo vivo en Michoacán a lo largo de tres siglos, pero al
finalizar el siglo XVIII llegó al ocaso. Las bibliotecas monásticas entraron en
un franco periodo de decaimiento. Su suerte fue agravándose después de la
independencia; los préstamos forzosos, las frecuentes revoluciones, la Guerra
de Tres Años y más que nada las nuevas corrientes del pensamiento y las Leyes
de Reforma, vinieron a quebrantar de manera sensible el poder del clero y muy
particularmente el de las órdenes religiosas.
La
mayor parte de las bibliotecas monásticas padecieron pérdidas irreemplazables
durante nuestras convulsiones políticas y sociales y, finalmente,
desaparecieron o se dispersaron a raíz de la extinción de los conventos de
regulares y de la nacionalización de los bienes eclesiásticos.
No
quiero resistir a la tentación de reproducir algunos pasajes del interesante
artículo que escribió para su revista La
Aurora Literaria (Morelia, 1875-1876) el eminente polígrafo michoacano
Mariano de Jesús Torres, testigo ocular de la dolorosa odisea que sufrió
nuestro acervo bibliográfico al entrar en vigor las Leyes de Reforma.
“En
las bibliotecas de los conventos había datos preciosísimos para la historia,
documentos muy importantes que podían servir para el objeto indicado; pero el
gobierno liberal que ocupó los bienes eclesiásticos en Michoacán, y, por tanto,,
las bibliotecas de aquéllos, no cuidó, como era su obligación, de recoger
éstas, reunirlas y conservarlas con escrupuloso esmero, sino, antes bien, las
entregó al pillaje y a la devastación, las dejó en el abandono más lamentable y
no hizo un esfuerzo siquiera para aprovechar aquellas grandes obras… Era
doloroso mirar que respetables pergaminos, donde se encerraban tantas joyas de
grande estima, para las ciencias y las letras, se vendían en los tendajos a
precio más que vil; era triste ver que manuscritos, que valían una fortuna, se
llevaban a las coheterías para sacarles cualquier cosas… Cuando se hizo la
ocupación de la biblioteca del Seminario, donde había preciosidades históricas,
no se cuidó por desgracia de hacerlo de manera ordenada, inventariando los
libros, poniéndolos en lugar seguro y entregándolos a un empleado a propósito
para que los conservase. Recuerdo todavía con tristeza que en el edificio que
servía de prefectura estaban hacinados en el suelo, en lamentable confusión,
pilas de libros que se extraían con facilidad lo soldados que hacían la guardia
y llevaban a vender por papel viejo a las coheterías y a las tiendas de
comistrajo. Así fue como se extraviaron preciosos manuscritos; así fue, por
último, como se perdieron colecciones de periódicos, que allí existían.
BIBLIOTECAS
PARTICULARES
En
Michoacán existieron contadas bibliotecas particulares durante la dominación
española. Varios obstáculos contribuyeron a impedir su fomento y propagación:
el aislamiento geográfico, el alto precio de algunas obras, la censura del
Santo Oficio y las trabas que ponían las autoridades civiles y eclesiásticas a
la libre importación de libros a la Nueva España. Sin embargo, en el siglo
XVIII, tan fecundo para Michoacán en hombres de letras, algunos doctores,
frailes y eclesiásticos lograron formar bibliotecas privadas de manifiesta
importancia, como el cronista fray Pablo de la Concepción Beaumont, el canónigo
Juan José Moreno, biógrafo de Quiroga, el historiador Mateo de Híjar y
Espinosa, Juan Bautista Arachederreta y Escalada, Francisco Uraga, Vicente
Gallaga, Buenaventura Minaur y Mendieta, Pedro Alejandro Tejeda, José Sotero
Castañeda y otros más.
LAS
BIBLIOTECAS DEL SEMINARIO TRIDENTINO
El
Seminario Tridentino de Morelia (hoy Palacio de Gobierno) se erigió el 23 de
enero de 1770. Por esa misma fecha se empezó a formar su biblioteca, que con el
tiempo llegó a ser una de las más ricas de Michoacán.
Ex Seminario Tridentino de Valladolid
El edificio ubicado en la esquina que forman
la avenida Madero y la calle Benito Juárez frente a la Catedral de Morelia,
originalmente fue construido en el Virreinato para ser sede del Seminario
Tridentino del Obispado de Michoacán el cual funcionó unas décadas del siglo
XVIII y XIX.
Origen
Antes de la construcción del inmueble del
Seminario Tridentino, el seminario del obispado era el Colegio de San Nicolás
Obispo fundado por el primer obispo de Michoacán Vasco de Quiroga en Pátzcuaro,
y en donde al ser trasladada la capital y la sede del obispado de aquella
ciudad a Valladolid hoy Morelia también se trasladó la función del colegio.
Sin embargo con el tiempo el Obispado de
Michoacán planeo fundar un nuevo seminario que estuviera acorde a las nuevas disposiciones
del Concilio de Trento, por lo que era necesario fundar un Seminario
propiamente Tridentino.
Construcción
y utilidad original
En 1760 el Obispo Sánchez de Tagle inició la
construcción del Seminario Tridentino de Valladolid siendo inaugurado en 1770,
el seminario recibió el nombre de “Pontificio y Real Colegio de San Pedro”
el cual formaría sacerdotes de la diócesis, además de brindar educación a
jóvenes de la sociedad.
En ese tiempo tanto el Colegio de San Nicolás
Obispo así como el Seminario Tridentino o Colegio de San Pedro pertenecieron al
Obispado de Michoacán. Estudiantes tomaban algunas clases en ambos edificios.
El Seminario Tridentino de Valladolid fue un
importante centro educativo e intelectual en la Nueva España, formó sacerdotes
que llegaron ocupar importantes cargos en el entonces territorio español en
México y países de Sudamérica. Además de que los maestros inculcaron a los
alumnos ideas avanzadas de la época, brindado destacados personajes como lo
fueron estudiantes que participaron en el movimiento de la Independencia de
México como los Conspiradores de Valladolid ente ellos los hermanos Michelena,
así como José María Morelos, Agustín de Iturbide entre otros.
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http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-8663.html
file:///C:/Users/Familia/Downloads/563-Texto%20del%20art%C3%ADculo-760-2-10-20210222%20(2).pdf
El canónigo Mariano Rivas, rector del Seminario de
1832 a 1843, puso especial empeño en aumentar y depurar el fondo de la
biblioteca, a la que en rasgo generoso le donó en su testamento seiscientas
obras “muy valiosas y exquisitas”. Su sucesor, el Lic. Clemente de Jesús
Mungía, emprendió una renovación desde el mismo local, que comenzó a mediados
del año de 1844 y concluyó el de 1846. Se construyó un magnífico salón a
propósito, en la planta alta del primer patio del edificio y, en él, una nueva
estantería de caoba, bajo la forma de dos intercolumnios, uno corintio y el
otro compuesto, sin perdonar gasto ni medio alguno a fin de que prestase todas
las comunidades relativas a su objeto.
De
dos mil volúmenes que poseía la biblioteca cuando se realizaron tales mejoras,
sus existencias se duplicaron, al concluir el gobierno de Mungía (1850), merced
a las constantes adquisiciones de libros que se hicieron en Europa, “con vista
de los catálogos más modernos que se hab publicado, principalmente en Francia”.
(7)
El caudal de la biblioteca ascendía a más de doce
mil títulos en los días de su apogeo. Entre ellos figuraban verdaderas joyas
bibliográficas procedentes de los más prestigiados talleres tipográficos del
Viejo Mundo, manuscritos de positivo valor histórico y literario, colecciones
de periódicos y regular número de obras raras y curiosas.
En
el mes de mayo de 1859, el gobernador de Michoacán, general Epitacio Huerta,
decretó la extinción del Seminario y la confiscación de todos sus bienes.
Con
algunos libros rescatados a raíz de la ocupación del antiguo Seminario
Tridentino de Morelia y con las obras que logró reunir desde 1868 el doctor
José Ignacio Arciga, segundo arzobispo de Michoacán, se formó otra extensa
biblioteca, inaugurada solemnemente el 2 de marzo de 1885, en el nuevo edificio
anexo a la parroquia de San José, que ocupó el citado colegio al ser
restaurado. Su monumental estantería, de tres cuerpos, se ornamentó con bustos
de los próceres del pensamiento clásico.
Enriquecida
con frecuentes compras y donaciones de libros y el ingreso de la abundante y
escogida biblioteca del propio doctor Arciga, legada al establecimiento en el
año de 1900, su acervo constaba, en el año de 1914, de más de cuarenta mil
volúmenes, sobre temas históricos, filosóficos, religiosos, científicos,
jurídicos y literarios, incluso varios incunables y algunos impresos mexicanos
del siglo XVI.
El
Seminario fue clausurado el 31 de julio de 1914 por el general Gertrudis
Sánchez, jefe de la revolución constitucionalista. Reabierto poco después, el 4
de mayo de 1915 se suprimió por decreto del gobernador Alfredo Elizondo. (8)
Como
consecuencia de tales vicisitudes, esta biblioteca sufrió pérdidas cuantiosas.
Parte de ella la recogió el Estado y el resto de dispersó en la ciudad de
México.
En
los anaqueles de la Biblioteca Central del Instituto Nacional de Antropología e
Historia, existen más de dos mil volúmenes procedentes del Seminario, comprados
hace años a particulares.
BIBLIOTECAS
PÚBLICAS Y PRIVADAS
Consumada nuestra independencia,
Michoacán comenzó a promover cuanto era conducente para difundir la instrucción
en todas las clases sociales; se introdujo la imprenta en Valladolid, hoy
Morelia, en 1821, (9)
y poco después en las principales ciudades; se multiplicaron los colegios
civiles de enseñanza primaria y superior; se proyectó la erección de las
primeras bibliotecas públicas y, del elemento culto del bajo clero y de las
profesiones liberales, surgió una pléyade de escritores, bibliófilos,
anticuarios y eruditos, entregados a la tarea de acopiar libros y manuscritos,
que en los tres siglos de dominación española habían sido patrimonio exclusivo
de las comunidades religiosas, de las altas dignidades de la Iglesia y de
contados individuos de esclarecida nobleza o de grandes recursos pecuniarios.
Entre
los bibliófilos michoacanos del siglo XIX que lograron formar bibliotecas de
cierta importancia, figuran: Francisco Uraga, Juan José Pastor Morales, Juan
José Martínez de Lejarza y Alday, Isidro Farcía de Carrasquedo, Manuel de la
Torre Lloreda, fray Manuel de Navarrete, José María Chávez y Villaseñor,
Mariano Rivas, Mucio Valdovinos, José Guadalupe Romero (originario de
Guanajuato), Clemente de Jesús Munguía, Ignacio Arciga y Ruiz de Chávez,
Antonio Florentino Mercado, José María Ortiz Izquierdo, Melchor Ocampo, Miguel
Martínez, Pedro Villalón, Pablo García Abarca, Francisco Plancarte y Navarrete,
Melchor Ocampo Manzo, Nicolás León, Francisco Elguero, Eduardo Ruiz, Luis
González Gutiérrez, Crecencio García, Ramón Sánchez, Trinidad Mendoza, Juan
Campero y Mariano de Jesús Torres.
Cinco
de estas bibliotecas merecen párrafo aparte, en virtud de la relevante
personalidad de sus propietarios y del valor intrínseco de las colecciones.
EN ORDEN CRONOLÓGICO citamos en primer
término, la biblioteca del presbítero JUAN JOSÉ PASTOR MORALES,
precursor ideológico de la guerra de independencia, diputado provincial por
Valladolid en 1821, humanista, filántropo bibliófilo, anticuario, naturalista y
autor de un curioso tratado de plantas de Michoacán, ilustrado con dibujos, que
no llegó a imprimirse.
Pastor
Morales nació en la hacienda de Tecacho, Michoacán. Estudió en el Real y
Pontificio Seminario de México, y en 1794 la Inquisición le instruyó proceso
–que se prolongó varios años- por manifestar ideas republicanas y afición a los
libros prohibidos, “de cuya lectura tomó un sumo gusto, y tedio a las materias
eclesiásticas”.
Las
declaraciones que rindieron los testigos al Tribunal del Santo Oficio –la mayor
parte condiscípulos, maestros y contertulios de Pastor- revelan la clase de
libros laicos que nutrieron la mente de este hombre inquieto y renovador, en
los años de su juventud: Tibulo, Catulo, Plauto, Ovidio, Horacio, Terenciao,
Corneille, Racine, Metastasio, Valsequi, Rousseau, Voltaire, D´Alembert y otros
doctrinarios enciclopedistas. Además solía leer a otros autores modernos,
españoles, italianos y franceses, que circulaban subrepticiamente en la Nueva
España. (10)
Pastor Morales obtuvo grado de bachiller en la Real
y Pontificia Universidad. Sirvió la cátedra de Filosofía en el Colegio de San
Juan de Letrán, de 1795 a 1802. Ordenado sacerdote, regresó a Michoacán. Fue
catedrático del Seminario de Morelia y cura en Teremendo, Coeneo, Paracho y
Huango.
Pastor
Morales dedicó buena parte de su vida a coleccionar libros, manuscritos y
antigüedades históricas y arqueológicas de los tarascos. Con los vastos
recursos económicos que poseía, logró formar una de las mejores bibliotecas
privadas de su tiempo, tanto por la cantidad como por la calidad de los cuerpos
que encerraba. Su acervo era representativo del período de transición entre la
colonia y la república, caracterizado por la pugna de las tendencias de dos
épocas antagónicas.
En
los plúteos de su biblioteca se confundían las obras de erudición, de
literatura clásica, de ciencias naturales, de religión y de filosofía
escolástica con los escritos de Descartes, Locke, Newton, Malebranche,
Condorcet, Raynal, Bayle, Adam Smith, Ricardo y otros exponentes del
pensamiento avanzado.
La
cuantiosa fortuna que heredó de su padre la aprovechó en fomentar toda
manifestación de cultura. A sus expensas se reimprimió en México, en 1805, el Arte de la lengua tarasca de fray Diego
Basalenque, cuyos ejemplares son hoy más raros que los de la primera edición de
1714.
Pastor
Morales otorgó testamento en Morelia, ante el escribano Vicente Rincón, el 10
de agosto de 1836, señalando como albaceas a Lucas Alamán, al canónigo Mariano
Rivas, rector del Seminario, y al Lic. Onofre Calvo Pintado. Al ocurrir el
deceso de aquel ilustre michoacano, el 20 de marzo de 1838, Calvo Pintado se
hizo cargo de sus bienes, evaluados en 806,224 pesos, legados casi en su
totalidad para fines de utilidad social, entre ellos: “..al rector del
Seminario de Morelia, seis mil pesos y mi librería, para la fundación de una
biblioteca pública”. (11)
En detrimento de la instrucción, el albacea no
cumplió las generosas disposiciones de Pastor Morales, ignorándose el paradero
de su riquísima biblioteca.
CLEMENTE DE JESÚS MUNGUÍA, primer arzobispo de Michoacán, teólogo, filósofo,
jurisconsulto, polemista, orador y fecundo publicista, manifestó desde su
juventud gran afición por los libros. Con acendrada pasión se dedicó a formar
una selecta y copiosa biblioteca sobre asuntos religiosos, filosóficos,
históricos, jurídicos y literarios.
Para
sus adquisiciones bibliográficas contaba con amigos corresponsales en México, Roma, París, Madrid y Londres.
http://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/fotografia:391228
En
1850 su biblioteca albergaba raras y costosas ediciones príncipes de la Biblia
y de algunos expositores del cristianismo; diccionarios y gramáticas de
diversas lenguas; historias antiguas y modernas; libros y opúsculos mexicanos;
colecciones de clásicos griegos, latinos y franceses, en espléndidas
impresiones de Aldus, Elzevir, Coustellier, Barbou y Didot; buen número de
obras de autores españoles (Cervantes, Garcilaso, Quevedo, etc.) procedentes de
las célebres imprentas madrileñas de Ibarra y de Sancha. En cuanto a la
literatura jurídica, no faltaban en el nutrido acervo del distinguido bibliófilo
los más acreditados canonistas y tratadistas del derecho.
Poco
antes de abandonar Munguía la ciudad de Morelia, como consecuencia de haber
sido desterrado en 1856, su biblioteca fue cuidadosamente empacada y remitida a
la capital de la República.
Munguía
falleció en Roma el 14 de noviembre de 1868. En su testamento, otorgado en esa
ciudad, expresa el destino que dio a su biblioteca:
“…4ª Item: declaro haber traspasado y cedido en un
convenio particular que tuvimos al Excelentísimo e Ilustrísimo Arzobispo D.
Pelagio Antonio de Labastida todos los libros de mi pertenencia que tengo en la
Ciudad de México, los que tengo aquí en esta ciudad (Roma), en París casa de
Monsiur Vives, y en Londres en casa del Señor D. Javier Lizardi…” (12)
El gobierno del Estado de Michoacán adquirió un
lote muy importante de la biblioteca que Munguía dejó depositada en México,
para reforzar los fondos bibliográficos del Colegio de San Nicolás de Hidalgo.
MELCHOR OCAMPO se le conoce como jurisconsulto, estadista,
tribuno, polemista, escritor y filósofo de la Reforma, pero hay otros aspectos
poco divulgados de la polifacética personalidad de este eximio michoacano.
https://www.eldiariovision.com.mx/noticia/nota,21120/titulo,Aniversario+Luctuoso+de+Melchor+Ocampo/
Ocampo
fue un hombre de esclarecido talento, de vastísima cultura y de bondad
imponderable. Desde temprana edad poseyó una selecta y bien surtida biblioteca,
que ejerció influencia decisiva en su formación intelectual.
Después
de concluir su carrera de abogado y de rehusar el título, “porque su carácter
pugnaba con la pícara manera de ejercer la profesión”, se dedicó con fervor al
cultivo de varias disciplinas y en todas logró ser versado: matemáticas,
física, química, astronomía, agrimensura, ciencias naturales, bibliografía y
filología.
La
inquietud de saber, de conocer, de ilustrarse, lo impulsó a viajar por Europa
en 1840 y 1841. Recorrió Italia, Suiza y gran parte del sur de Francia. Visitó
Sens, Dijon, Chalons, Lyon, Valence, Aviñón, Marsella, Toulon, Génova, Liorna,
Roma, Náples, Florencia y Pisa, Bolonia y Ferrara, Padua, Venecia, Mantua,
Verona, Milán Turín, Ginebra, Moret y Chambéry. (13)
Durante
su peregrinación sufrió innumerables padecimientos por falta de recursos
económicos, al extremo de tener que trabajar para subsistir y verse obligado a
cubrir a pie parte del territorio. Sin embargo, los sacrificios tuvieron su
compensación. “Es verdad –comenta en una carta dirigida al Lic. Alas- que a
veces mi estómago ha pagado el gasto, por no decir que casi siempre, pues ha
sido necesario ayunar para ver todo esto; pero le aseguro que por lo que he
visto, vale bien la pena de comer por algunos días sólo pan y manzanas”.
Otras
preocupaciones monetarias agobiaban al ilustre viajero. Su único patrimonio, la
hacienda de Pateo, situada a corta distancia de Maravatio, en el Estado de
Michoacán, estaba gravado por una deuda
importante. Desde París escribió a su tutor, el Lic. Alas: “…y de nuevo
suplico a vd. que si es necesario haga vender todos mis libros, menos a
Rozier (Diccionario de agricultura) y un Arte de la lengua mexicana, para no tener nuevos apuros. Entre mis
libros hay muchos muy buenos; me han costado cosa de cuatro mil pesos y pueden
sacárseles más de mil por mal que se vendan; coja vd. previamente los que le
gusten, pues algunos son raros y no sería fácil volverlos a ver”.
Vuelto
a la patria y a su tierra natal, precedido de gran fama y con un caudal de
experiencia y de conocimientos, poco tiempo después llegaba de Europa a Pateo
una remesa de libros con los que enriqueció su biblioteca.
En
la imposibilidad de retener su hacienda, por las deudas que contrajo durante su
permanencia en Europa unidas a la que reconocía en Pateo antes de emprender el
viaje, decidió venderla para pagar a sus acreedores, reservándose una fracción
de tierra denominada Rincón de Tafolla, en donde edificó una nueva finca
rústica bautizada con el anagrama de su apellido: Pomoca
En
Pomoca instaló su laboratorio, biblioteca y museo. Tenía herbarios, osamentas
de animales prehistóricos, aves disecadas y libreros cuajados de volúmenes, que
llamaban la atención por la abundancia y por el lujo de sus pastas. (14)
Entregado
a las labores agrícolas, a sus lecturas favoritas y al trabajo intelectual, en
poco tiempo logró prestigiar su nombre en el mundo de las letras. De los
numerosos escritos que produjo, sólo me ocuparé del erudito ensayo que publicó
en el Museo Mexicano, en 1844,
intitulado Bibliografía mexicana, que
lo sitúa entre los primeros bibliógrafos nacionales.
Ocampo
precede a Joaquín García Icazbalceta y a José Fernando Ramírez en el intento de
formar un catálogo de obras en lenguas indígenas de México. En su estudio sólo figuran descritos los libros y
manuscritos que de este género contenía su biblioteca. Del prefacio de su
artículo desprendo estas líneas que pintan al bibliófilo de cuerpo entero:
“…entiendo
que sería muy conveniente publicar un catálogo de nuestras lenguas, y de las
varias obras que sobre algunas de ellas se han impreso o existen manuscritas.
Desconocidos son en su mayor parte los tesoros de México en cuanto a lenguas, y
triste es mirar el vandalismo con que algunos de nuestros paisanos han hecho
pasar a Europa esos mismos tesoros. Ya es tiempo de que cese la
indiferencia con que vemos envolver
cohetes o azafrán en papeles que los extranjeros instruidos pagan a precio de
oro, para trasladarlos a donde nunca volveremos a ver. Ya es tiempo de que nos
anticipemos a ellos y frustremos las pesquisas que hacen, a fin de que no
llegue el día en que nuestros postreros califiquen de estúpida esa misma
indiferencia con que nos dejamos despojar de tantos documentos importantes, sin
manifestar por ello siquiera un estéril sentimiento.
“Yo
conocí un italiano, y no hace muchos años, que me enseñó en la casa de
diligencias, y llevó para Europa, cuarenta y tantos volúmenes sobre nuestras
lenguas. Yo vi llegar a París un francés muy instruido ¡con dos baúles¡ de
impresos, manuscritos, mapas, títulos, etc.”
Por ser ampliamente conocidos los pormenores de la
turbulenta vida pública de Ocampo y el fin trágico que tuvo a manos de su
adversarios ideológicos, y porque no pretendo formar la biografía de este gran
líder del liberalismo mexicano, sino ocuparme de su biblioteca, sólo me
detendré en su testamento, suscrito en Tepeji del Río el 3 de junio de 1861 y
adicionado el mismo día en la hacienda de Tlaltengo, con la cláusula que
transcribo en seguida: “Lego mis libros al Colegio de San Nicolás de Morelia,
después de que mis señores albaceas y Sabás Iturbide tomen de ellos los que les
gusten”.
Un
documento inédito que publiqué hace varios años (15)
en la
revista Estampa, prueba de manera
fehaciente que la biblioteca de Ocampo se recibió íntegra en el Colegio de San
Nicolás, en virtud de que los albaceas no quisieron hacer uso del derecho que
les confería el patricio en su testamento.
Durante
una investigación bibliográfica realizada en 1950 en la Biblioteca Pública de
Morelia, tuve la fortuna de identificar –por primera vez- los libros que
pertenecieron al re3formador, repartidos entre la citada institución y el
Colegio de San Nicolás. La mayor parte de las obras que logré localizar
ostentan marca de fuego en los cortes superiores, con las iniciales M. O., que
corresponden al nombre y apellido del poseedor. Proseguí las pesquisas y más
tarde encontré el inventario de la biblioteca de Ocampo, que conserva el
archivo de la Universidad Michoacana. Ambos hallazgos nos permiten conocer con
precisión en contenido de esa importante biblioteca, las obras y autores que
influyeron en la formación intelectual de Ocampo y la cultura general del
personaje.
https://www.colegio.umich.mx/page2.html
Sala
Melchor Ocampo
En
la biblioteca estaban representados Locke, Leibniz, Descartes, Gassendi,
Malebranche, Pascal, Montaigne, Hume, Bacon, Condillac, Condorcet, Sterne,
Quinet, Volney, Bayle, Raynal y Paine; Newton, Bentham, Bello, Constant,
Malthus, Stuart MIL, Ricardo, Say, Sismondi, Adam, Smith, Proudhon, Voltaire,
Diderot, D´Alembert y otros escritores de la Ilustración; Linneo, Cuvier,
Buffon, Lamarck, Mayne (Botanische
Kunstsprüche), Decourlitz (Flore pittoresque
et medicale des Antilles), Hernández (Nova
plantarum, animaloum et mineralium mexicanorum…, Rpma, 1651), Cavanilles (Descripción de las plantas, Madrid,
1802), De Candolle (Flore française,
París, 1805; Théorie élémentaire de la
botanique, París, 1819; Organographte
végétale, París, 1844); Boutelou (Tratado
de la huerta, Madrid, 1813), Gómez Ortega y palau (Curso elemental de botánica, Madrid, 1785), Nieremberg (Historiae Naturae maxime peregrinae libri
XVI…, Antuerpiae, ex Officina Plantiniana Balthasaris Moreti, 1635),
Humboldt (Nova genera et species
plantarum, París, 1815-1825), Bompland (Plantes
équinoxiales recueillies au Mexique…, París, 1802), Hunt, Kunth, Lajarza,
etc. Entre los historiadores figuraban Gonzalo Fernández de Oviedo, Herrera,
López de Gómara, Bernal Díaz del Castillo, Vetancourt, Boturini, etc. Otra
sección importante de la biblioteca la formaban los materiales cartográficos: Atlas encyclopédique de Rigobert Bonne
(París, 1788), Atlas complet du précis de
la géographie universelle de M. Malte-Brun (París, 1812), Mapa de los Estados Unidos de México de
White, Gallaher y White (New York, 1828), Atlas
geográfico y físico de la Nueva España de Humboldt (París, 1827), Atlas de Heck, Carta de México (1830), Mapa de México, Tejas y Estados limítrofes de
Piquet (París, 1840), Atlas de Lapie (1842),
etc. En los estantes de la biblioteca del traductor de Racine y del admirador
de Corneille había también diccionarios y gramáticas de varias lenguas,
clásicos griegos,, latinos, españoles, franceses; misceláneas de folletos
mexicanos sobre temas históricos, científicos, jurídicos, políticos y
literarios; libros de astronomía, de ciencias, de literatura, de agricultura y
de jardinería, que alternaban con su valiosa colección de obras en lenguas
indígenas de México, formada por libros rarísimos y manuscritos inéditos: Vocabulario de la lengua mexicana de
fray Alonso de Molina (México, 1571; ejemplar imperfecto), Arte de la lengua mexicana de Agustín de Vetancurt (México, 1673), Arte vocabulario y confesionario en el
idioma mexicano, como se usa en el obispado de Guadalaxara, compuesto por
el Br. Cortés y Zedeño (Puebla, 1765), Arte
de la lengua mexicana, compuesto por el Br. Antonio Vásquez Gastelu,
(Puebla, 1726), Vocabulario manual de las
lenguas castellana y mexicana… por
Pedro Arenas (México, s.f.; ejemplar imperfecto), Cathecismo romano, traducido en castellano y mexicano por el P.F.
Manuel Pérez (México, 1723), Primera
parte del sermonario, dominical, y sanctoral, en lengua mexicana, por fray
Juan de Mijangos (México, 1624); ejemplar imperfecto, sin portada), Primera parte del sermonario del tiempo del
todo el año, duplicado, en lengua mexicana, compuesto por F. Martín de León
(México, 1682, ejemplar imperfecto, sin portada), Catecismo…lo tradujo del castellano… el Padre Ignacio Paredes (México,
1758), Prontuario Manual mexicano… dispuesto
por el Padre Ignacio Paredes (México, 1759), El evangelio de San Lucas del latín al mexicano o mejor náhuatl (Londres,
1833), Sermonario en lengua mexicana… compuesto
por reverendo padre Fray Juan de la Anunciación (México, 1577), Arte novissima de la lengua mexicana, que
dictó D. Carlos de Tapia Zenteno (México, 1753), Arte y dictionario: con otras obras en lengua michuacana… compuesto
por el muy R.P. Fray Iuan Baptista de Lagunas (México,1574); ejemplar
imperfecto, falto de portada, de varias páginas en el cuerpo y en el fin), Diálogo de doctrina christiana en la lengua
de Mechuacán… por el muy reverendo padre Fray Maturino Gilberti (México,
1559), Arte de la lengua tarasca,
dispuesto con nuevo estilo y claridad por el R.P. Fray Diego Basalenque
(México, 1805); ejemplar imperfecto, carente de portada), Manual de los Santos Sacramentos en el idioma de Michuacán, por el
bachiller Iuan Martínez de Araujo (México, 1690), Manual de administrar los santos sacramentos a los españoles y
naturales de esta Provincia de los Gloriosos Apóstoles San Pedro y San Pablo de
Michuacán… compuesto por M.R.O. Fr. Ángel Serra (México, 1731), Yestimendo hachcutahperacua hinguix, yamendo
cristiano, traducción al tarasco del catecismo del P. Bartolomé Castaño,
por Fr. Ángel Serra (México, 1784), Thesoro
esoritual de pobres en lengua de Michuacán, por emuy reverendo P. Fray
Maturino Gilberti (México, 1575; ejemplar imperfecto, sin principio ni fin), Arte del idioma zapoteco, por el P. Fr.
Juan de Córdova (México, 1578), Arte de
la lengua maya, compuesto por el R.P. Fr. Gabriel de San Buenaventura
(México, 1684), Reglas de orthographía,
diccionario, y arte del idioma otomí, breveinstrucción que dictó el L. D.
Luis de Neve y Molina (México, 1767; cuatro ejemplares), Arte del idioma maya reducido a succintas reglas, y semilexicon
yucateco, por el R.O.F. Pedro Beltrán de Santa Rosa María (México, 1746), Noticia de la lengua huasteca, por
Carlos de Tapia Zenteno (México, 1767), Compendio
gramatical para la inteligencia del idioma tarahumar… compuesto por P. Fr.
Miguel Tellechea (México, 1826), Arte de
la lengua tepeguana, con vocabulario, confesionario y catecismo, por el P.
Benito Rinaldini (México, 1743), Manual
para administrar los santos sacramentos de penitencia.. a los indios de las
naciones pajalates, orejones, pacaos, pacóas, filijayas, alasapas, pausanes i
otras muchas… como son: pacuáches, mescales, pampópas, tácames, chayopines,
venados, pamáques, y toda la juventud de pihuiques, borrados, sanipaos, y manos
de perro. Compuesto por el P. F. Bartholomé García (México, 1760).
Entre
sus manuscritos señalamos los siguientes: a) un tomo en 8º manuscrito, con 339
fojas; empastado, algo picado; tiene dos hojas más, sin numerar, ocupadas por
un Index ómnium Evangeliorum quae in hoc
Libelo continentur, en que se señalan cuarenta y siete sermones para otras
tantas dominícas y siete más para otras festividades; pero nada dice del
contenido de las últimas seis hojas, formadas por una miscelánea de notas, en
latín las unas, y en castellano las otras, sobre algunas disposiciones de
diversos concilios, fechas de acontecimientos notables, y otras varias
curiosidades; la letra es redondilla, muy clara y limpia, y los textos, así
como los títulos, de buena tinta encarnada; (16)
b) un tomo en 8º, sin portada, pero que comienza
bien desde la página 1, con 224 fojas; precioso manuscrito autógrafo del
sapientísimo P. Gilberti; contiene: hasta el folio 17, uan serie de textos de
la Escritura, en latín, con su versión tarasca en seguida de cada uno,
apropiados al título de cada Thema;
llámase el primero de éstos: Para que se
oiga la voz del Señor; desde el segundo en adelante, todos tienen el nombre
de voces: vox as crédulos et incrédulos,
vox ad infructuosos, vox as charitativos et incharitatiuos, etc., y son
estas voces diez; en el fol. 17 v˚ comienza otra nueva serie de textos, por
orden alfabético, que llegan hasta el folio 76 v˚, precedidos sólo de la palabra
Thema; los cinco folios siguientes
están en blanco; en el 81 dan principio los Evangelios
de los santos, y acaban en el 118; en los dos siguientes, y de diversa
letra, está el Evangelio In festo Sancti
Francisci y desde el 121 hasta el fin (el volumen no está completo) siguen
los Evangelios dominicales de todo el
año, precedidos de un corto Auiso a
los predicadores, firmado por el autor; exceptuado este Aviso y los textos
latinos, todo está en tarasco, de muy clara y hermosa letra; la mitad casi de la
obra tiene marcos de tinta roja, y los textos y citas marginales de la misma;
no hay abreviaturas ni caprichos ortográficos que la desfiguren, y pudiera
honrar a Fr. Maturino aun como muestra de caligrafía; c) un volumen en 4º , con
460 fojas, sin contar tres portadas, y que encierran tres tomos: 1° Arte de la lengua Matlaltzinga mui copioso y
assi mismo una suma y arte abreviado. Compuesto todo por el Padre Maestro fr.
Diego Basalenque De la orden de nuestro Padre San Agustín de la Prouincia de
Michoacán. Anni I.6.4.0; 2°, Vocabulario de la lengua Matlaltzinga: vuelto en
la castellana…, anño 1642; y 3°, Vocabulario de la lengua castellana: vuelto en
la Matlaltzinga… anño 1642; (17)
d) un cuaderno en 4°, de 32 fojas, con esta
portada: Arte de el Idioma othomi en que
se hallan Reglas, modo de conjugar Nombres Verbos, Doctrina Xptiana, oraciones:
Confissionario, modo de administrar el Viático, amonestasión y casar. Escrito
en Querétaro en diez y ocho de Febrero, de mil setecientos y sincuenta y sinco.
En
la biblioteca de Ocampo existían también gramáticas de otras lenguas, como la
maypure, tagala, etc. Desgraciadamente han ido desapareciendo las mejores
piezas de esta colección. En la Biblioteca Pública de Morelia sólo se conservan
de ella la Gramática de la lengua tarasca
de Lagunas (1574; trunca y sin portada), el Vocabulario de la lengua mexicana de Molina (1571; ejemplar sin
portada y falto de algunas páginas), el Arte
de la lengua maya de Pedro Beltrán de Santa Rosa (1746), el Promptuario manual mexicano de Paredes
(1759) y la Gramática de la lengua
tagala.
NICOLÁS LEÓN. El Dr. León nació en Quiroga, Michoacán, el 6 de
diciembre de 1859. Hizo sus estudios preparatorios y profesionales en Morelia,
donde en 1883 obtuvo el título de doctor en medicina. En dicha ciudad fue
fundador del Museo Michoacano y redactor de sus Anales (1888-1891). Desempeñó algunos cargos públicos, y durante
muchos años tuvo a su cargo la cátedra de Antropología en el Museo Nacional de
México.
http://www.elem.mx/autor/datos/119061
La producción científica de este notable
investigador es asombrosa. En su haber figuran 344 obras originales impresas,
sobre historia, arqueología, etnología, antropología, bibliografía y otras
materias; 73 o más inéditas; 9 traducciones al castellano y 104 de varios
autores que él reimprimió o que por primera vez publicó. Por todo, 529 o 530
obras en cincuenta y cinco años de producción intelectual; desde la primera,
titulada Hombres ilustres y escritores
michoacanos. Galería fotográfica y apuntamientos biográficos, publicada en
1874 en Morelia, cuando León no tenía, más que catorce años de edad, hasta los
magníficos estudios que publicó en su madurez. (18)
Museo Regional Michoacano, Dr. Nicolás León
https://www.zonaturistica.com/que-hacer/michoacan/morelia/museo-regional-michoacano
Desde muy joven empezó el Dr. León a coleccionar libros y
manuscritos relacionados con la historia de México, y en particular con la de
Michoacán. Habiendo alcanzado épocas excepcionalmente favorables, su labor fue
fecunda. No es exagerado decir que por las manos del Dr. León pasaron las obras
más raras, y que, de no haber vendido en vida, hubiera dejado a su muerte una
biblioteca mexicana única en el mundo. Mucho contribuyó a que el Dr. León
realizara con frecuencia felices hallazgos, su maciza erudición, sus vastos
conocimientos históricos y bibliográficos y sus relaciones estrechas con
frailes y eclesiásticos.
“Cuéntase
que el Dr. León había ayudado a los agustinos de Michoacán en un pleito que la
Orden tenía con el Gobierno; ganado éste a satisfacción de los agustinos, le
pidieron al doctor presentara sus honorarios, a lo que contestó solicitando
únicamente una carta del P. Provincial autorizándole para registrar los
archivos y bibliotecas de todos los conventos que tenía la Orden en la
Provincia, y con la facultad que le fue concedido. ¡Magnífica oportunidad para
un bibliófilo avisado!” (19)
Después de haber recogido abundante cosecha en el
Estado de Michoacán, pasó a los de Oaxaca, Puebla, Jalisco, Querétaro y
Guanajuato, en donde siguió con la misma suerte.
Desde 1886 se dedicó el doctor León
a canjear y vender libros entre algunos de sus amigos de México y del
extranjero: Joaquín García Icazbalceta, Vicente de P. Andrade, José María de
Agreda y Sánchez, Francisco Plancarte y Navarrete, Agustín Fischer, Adolphe
Bandelier, Karl W. Hiersemann, librero de Leipzig, Edward E. Ayer, James
Constantine Pilling y otros bibliófilos.
Cuando el distinguido hombre de
ciencia abandonó la ciudad de Morelia para radicarse en la capital de la
República, vicisitudes de fortuna le obligaron a deshacerse de sus mejores
libros. En los años de 1896 (20)
y 1897 (21) publicó dos catálogos anunciando a la venta la
porción más escogida de su biblioteca. El primero de ellos comprendía casi en
su totalidad obras y manuscritos en lenguas indígenas de México, impresos
mexicanos del siglo XVI. Todos los títulos que en él figuraban fueron
adquiridos por Mr. John Nicholas Brown, de Providence, Rhode Island; el lote se
conserva actualmente en la John Carter Brown Library. A estas ventas siguieron
otras de cierta importancia, hechas a W.W. Blake, (22) librero de la ciudad de
México, y a los coleccionistas norteamericanos Paul Wilkinson (23) y Willian E. Gates (24).
Para dar una idea, aunque sea
somera, de la riqueza que atesoró el Dr. León en su biblioteca, mencionaré
algunas de las obras más raras de su catálogo del año 1897, entre ella varias
relativas a Michoacán: Manuale
sacramentorum (Hispali, 1547); Misale
romanum (México, por Antonio de Espinosa, 1561); Regla christiana breue de fray Juan de Zumárraga (México, 1547); Tripartito del christianissimo y
consolatorio doctor Juan Gersón de doctrina christiana (México, por Juan
Cromberger, 1544; Doctrina xpiana para
instrucción e información de los indios… compuesta por fray Pedro de
Córdova (México, por Juan Cromberger, 1544); Doctrina breue muy provechosa de las cosas que pertenecen a la fe
católica, por fray Juan de Zumárraga (México, 1544; Éste es un compendio breue… compuesto por Dionisio Richel (México,
por Juan Cromberger, 1546); Doctrina
christiana más cierta y verdadera para gente sin erudición y letras, por
fray Juan de Zumárraga (México, 1546); Sucesos
de D. Fray García Gera [sic] arçobispo
de México, por Mateo Alemán (México, 1613); Desagravios de Christo en el triunpho de su Crus contra el judaísmo, por
Francisco Corchero Carreño (México, 1649); Tratado
breue de medicina y cirugía, por fray Agustín Farfán (México, 1592); Primera parte de la chrónica agustiniana de
Mechoacán, por fray Juan González de la Puente (México, 1624); Doctrina christiana y pláticas doctrinales,
traducidas en lengua ópata, por Manuel Aguirre (México, 1765); Arte de la lengua mexicana, por D. José
Agustín de Aldama y Guevara (México, 1754); Sermonario
en lengua mexicana, por Fray Juan de la Anunciación (México, 1577); Confessionario en lengua castellana y
mexicana, por fray Juan Baptista (México, 1599); Arte de la lengua mexicana y breves pláticas de los misterios de N.S.
Fee Cathólica, Fray Francisco Ávila (México, 1717); Primera parte del sermonario del tiempo del todo de todo el año,
duplicado, en lengua castellana, por Fray Martín de León (México, 1614); Camino del cielo, por Fray Martín de
León (México, 1611); Espejo divino en
lengua mexicana, por Juan de Mijangos (México, 1607); Primera parte del sermonario dominical y sanctoral en lengua mexicana, por
Fray Juan de Mijangos (México, 1624); Vocabulario
de la lengua mexicana, por Fray Alonso de Molina (México, 1555); Confessionario mayor en lengua mexicana y
castellana y Confessionario breue en lengua mexicana y castellana, por Fray
Alonso de Molina (México, 1565); Reglas
de orthographía, diccionario y arte del idioma otomí, por Luís de Neve y
Molina (México, 1767); Arte de la lengua
mexicana, por Agustín de Vetancurt (México, 1673); Diálogo de doctrina christiana enn lengua de Mechuacán, por Fray
Maturino Gilberti (México, 1559); Textos
de la sagrada escritura, evangelios y sermones para los domingos (MS. Autógrafo e inédito de Fray Maturino
Gilberti, siglo XVI, en 8º 128 folios); Diccionario
tarasco-español, fragmento que empieza en la P. ante V.; escrito a dos
columnas (MS. del siglo XVI, con 148
hojas, atribuido a Fray Maturino Gilberti); Sermones
en tarasco (MS, del siglo XVI, en 4°, con 198 hojas, sin foliatura ni
asignatura; obra de Fray maturino Gilberti).
Otro gran bibliófilo contemporáneo
del Dr. León, vecino también de la ciudad de Morelia, fue:
MARIANO DE JESÚS
TORRES, abogado,
periodista, político, historiador, poeta, dramaturgo, bibliógrafo, pintor,
impresor, editor y compilador.
http://www.cie.umich.mx/artecultura1/Arq7.html
La
fecunda producción de este constante animador de la cultura michoacana, a quien
todavía no se ha hecho justicia, podría colmar por sí sola varios estantes de
una biblioteca: Diccionario histórico,
biográfico,, geográfico, estadístico, zoológico, botánico y mineralógico de
Michoacán (3 vol., Morelia, 1905-1912-1915), Historia civil y eclesiástica de Michoacán (2 vol., Morelia, 1905),
Parnaso michoacano o antología de poetas
michoacanos (ediciones morelianas de 1905 y 1910), Poesías líricas, (ediciones morelianas de 1906 y 1915), Parnaso español y mexicano (2 vol.,
Morelia, 1908-1910), Diccionario de
legislación y jurisprudencia, dramas y comedias, etc.
Mariano
de Jesús Torres disponía en su casa de un pequeño taller de imprenta y él mismo
imprimía sus obras a costa de sacrificios y privaciones. Editó calendarios,
reimprimió la producción más representativa de nuestros poetas y escritores, y
de sus activas prensas salieron varios periódicos y revistas casi totalmente
redactadas por su pluma, como La Aurora
Literaria (Morelia, 1875-1876), La
Diadema de Gloria (4 vol., Morelia, 1896-1905), La Lira Michoacana (2 vol., Morelia, 1893-1914), El Odeón Michoacano (Morelia, 1900), La Mujer Mexicana (Morelia, 1904), El Álbum Literario (Morelia, 1910), El Liceo Michoacano (Morelia, 1911), El Centinela, etc.
Para su magna labor editorial, para sus
investigaciones históricas y quehaceres literarios, contó este diligente
erudito con una variada y bien surtida biblioteca, formada con verdadera
paciencia benedictina en el transcurso de media centuria. Especialmente se
dedicó a coleccionar obras y manuscritos referentes a la historia y a la
literatura de Michoacán. Reunió los primeros libros impresos en el Estado: las Vigilias de Tasso, traducidas del
italiano por el cura independentista Manuel de la Torre Lloreda (Valladolid,
1827), las Fábulas escogidas del
insurgente Ignacio Fernández de Córdoba, médico de las tropas de Hidalgo
(Morelia, 1828), la Colección de poesías
de C.M.R.E., publicadas en Ario en 1834, y el Ensayo poético de Mariano Lama, estampado en la misma población en
1839. Su biblioteca contaba con multitud de obras raras y curiosas dadas a luz
por los principales talleres tipográficos del Estado. Acumuló memorias
oficiales de los gobiernos, constituciones, leyes y decretos,; discursos
cívicos, coronas fúnebres, pastorales, memorándums de premios de los colegios
civiles y religiosos, calendarios, ensayos estadísticos, historias crónicas
michoacanas, gramáticas, vocabularios, catecismos y cartillas en lengua
tarasca, etc. Formó, además, la colección más rica y extensa de periódicos de la
localidad, que comprendía desde el primero que se editó en Morelia, intitulado El Astro Moreliano (1829), hasta las
publicaciones que circulaban en el Estado en 1925, fecha de su fallecimiento.
Parte
de esta excepcional biblioteca se dispersó en manos de sus herederos, y el
resto, quizá lo más importante, fue adquirido por el gobierno de Michoacán para
acrecentar el patrimonio de la Biblioteca Pública de Morelia.
En Pátzcuaro existieron dos buenas
bibliotecas a fines del siglo XIX: la del Seminario,
que ocupaba la planta baja del primer patio de ese establecimiento (conocido
también con el nombre de “La Compañía”,
se formó con los restos de la librería que perteneció a los jesuitas de esa
población y con los libros que donaron el canónigo José María Chávez y
Villaseñor, el cura y Lic. Estanislao Acha y la viuda de Antonio Pérez Gil;
contaba con más de cuatro mil volúmenes que pertenecieron a la biblioteca del
P. Pedro Villalón. Ambas bibliotecas desaparecieron a raíz de la revolución.
BIBLIOTECAS
PÚBLICAS
El
primer intento para establecer bibliotecas públicas en Michoacán data del año
de 1823. En esa fecha se crearon gabinetes de lectura en los ayuntamientos de
las poblaciones más importantes de la Provincia, en acatamiento de una
disposición del Poder Ejecutivo de la Nación. Su existencia fue efímera y
escasos los rendimientos culturales que brindaron, por la falta de libros, ya
que no se contó en ellos sino con las leyes publicadas y algunos impresos de
poco interés.
México. Morelia. Biblioteca Pública de
Morelia (Ex templo de la Compañía de Jesús).
https://www.flickr.com/photos/8230500@N04/11409496844
En
la memoria manuscrita del gobierno del Estado, correspondiente al año de 1828,
que se conserva inédita en el Archivo General y Público de Morelia, se señala
la necesidad de contar con instituciones culturales de este tipo: “Ninguna hay
pública en el Estado, las tienen algunos colegios de que he hecho mención y los
conventos de regulares para su uso privado, más aun éstos carecen de aquellas
utilísimas obras modernas que hoy abundan y enseñan a los pueblos a su religión
sin fanatismo, ilustrados sin absurdos, virtuosos sin preocupaciones, libres
sin desenfreno, felices sin obstáculos e industriosos sin escasez. Éstos andan
en manos de particulares sin que aún se generalice su estudio ni sea mayor su
utilidad. No es de perderse, desde ahora, cualquier coyuntura que las ofrezca
para el uso en común.”
Desde
el año 1838 pudo haber existido en Morelia un establecimiento de este género,
si se hubieran cumplido las disposiciones testamentarias del ilustre naturalista
Juan José Pastor Morales, quien, con rasgo de generosidad que mucho enaltece su
nombre, legó seis mil pesos y su abundante librería para la fundación de una
biblioteca pública.
Tocó
al general Epitacio Huerta, gobernador dictatorial de Michoacán de 1858 a 1861,
aplicar las Leyes de Reforma en el Estado y ordenar la ocupación de los bienes
del clero y de las extinguidas comunidades religiosas, entre las que se
contaban sus ricas bibliotecas. (25)
https://www.moreliainvita.com/biblioteca-publica-de-morelia/
El
escritor y periodista Juan H. Aldayturriaga, que desempeñaba el cargo de
oficial mayor de la administración de Huerta, revivió la idea de fundar salones
públicos de lectura con los fondos bibliográficos de los colegios y monasterios
suprimidos por el gobierno liberal. En su opúsculo intitulado Gabinete de lectura, (26) nos
ha dejado varias líneas que revelan el abandono y la destrucción de estos
tesoros: “…¿Dónde están los mil volúmenes para el Gabinete?
Ahí los tenéis arrinconados hace siglos. Ahí están en el Seminario, en los
conventos y en las bodegas… Mentí; no están todos; los tenéis distribuidos
entre estos locales y entre las tiendas, en las casas particulares, en las
poblaciones, en el fuego y en el polvo. Estaban todos hace poco todavía; lo que
es hoy, gran parte ha volado en los cartuchos, gran parte se han robado los
soldados y no soldados, otra parte circula en alcatraces de cominos y de
alucema, y la mayor cantidad está destruyéndose por la polilla, por el polvo,
por el descuido y por el encierro.
“Ahí
tenéis los libros. ¿Queréis que concluyan en ese lastimoso estado?
“Los
libros se pierden, se los roban, se venden por arrobas como papel sucio. Los
locales están arruinados porque están convertidos en cuarteles… Estoy informado
de que en Pátzcuaro se han vendido multitud de libros pertenecientes a los
conventos.”
El
general Epitacio Huerta acogió con entusiasmo el proyecto de Aldayturriaga y
ministró los fondos necesarios para la apertura de bibliotecas públicas en las
ciudades de Morelia, Pátzcuaro, Zamora, Puruándiro y Tacámbaro, destinando al
efecto los libros del extinguido Seminario y los de los conventos incautados.
Dispuso, asimismo, que pasaran al Colegio de San Nicolás los 428 volúmenes
existentes en la biblioteca del Colegio de Santa Catarina Mártir de Pátzcuaro
(dirigido a los padres paulinos), clausurado por decreto del 16 de abril de
1859.
Los
graves acontecimientos políticos que conmovieron al país por esa época, y más
tarde la intervención extranjera, impidieron la realización de estos
nobilísimos propósitos.
A
moción de los diputados Luis González Gutiérrez y Félix Alva, el Congreso de
Michoacán aprobó la Ley núm. 45 del 3 de agosto de 1874, que creaba en Morelia
la Biblioteca Pública del Estado y señalaba los elementos que la formarían, los
fondos para su sostenimiento, el personal de su servicio, su inspección
semestral y la obligación de los dueños o encargados de establecimientos
tipográficos existentes en el Estado, de remitir al gobierno dos ejemplares de
las producciones científicas, políticas, religiosas o literarias que se
imprimieran en sus talleres, para fomento de la biblioteca.
La
biblioteca pública quedó instalada en la planta baja del Palacio de Gobierno
(edificio del antiguo Seminario Tridentino). Se abrió al servicio público el 16
de septiembre de 1874, con un caudal de doce mil volúmenes aproximadamente. Se
formó con los restos de las bibliotecas de los extinguidos conventos de San
Francisco, San Agustín, El Carmen, La merced y San Diego, de la ciudad de
Morelia, y con parte de los libros que pertenecieron a otros monasterios de
Michoacán, al Seminario Tridentino y al Colegio de Santa Catarina Mártir de
Pátzcuaro; del Colegio de San Nicolás se tomó un lote de obras que no se
estimaron indispensables para la consulta de los alumnos, procedentes de los
fondos del benemérito Melchor Ocampo, del canónigo José Guadalupe Romero y del
arzobispo Clemente de Jesús Munguía.
Cuando
se concluyó la reedificación del Colegio de San Nicolás, la Biblioteca Pública
se trasladó a uno de los salones de la citada institución, en donde prestó
servicio desde el 12 de enero de 1866 hasta el año de 1893, en que fue llevada
otra vez al Palacio de Gobierno y enriquecida por la administración de Aristeo
Mercado.
Por
el año de 1923, el gobernador Sidronio Sánchez Pineda ordenó el cambio de la
Biblioteca Pública a la planta baja de la Cámara de Diputados e hizo cesión de
ella a la Universidad Michoacana. Por último durante la gestión administrativa
del general Lázaro Cárdenas, la Biblioteca Pública y la Universitaria quedó
instalada definitivamente en el ex templo de la Compañía, el 6 de enero de
1930, previas reformas al edificio y el traslado de la monumental estantería de
tres cuerpos, que pertenecía al Seminario de Morelia en la época de su segunda
ocupación por parte del Estado.
La
Biblioteca Pública aumentó considerablemente sus fondos con la compra de la
rica biblioteca del polígrafo michoacano Mariano de Jesús Torres y con los
restos de la segunda biblioteca que poseyó el Seminario.
La
Biblioteca Pública de Morelia viene siendo saqueada sistemáticamente desde hace
años, se halla en el más completo desorden y por desgracia permanece aún sin
catalogar. En la actualidad cuenta con cerca de 60,000 volúmenes. Entre ellos
figura un crecido número de obras relativas al país y en particular al Estado
de Michoacán; más de 800 tomos de Papeles
varios de los siglos XVIII y XIX, que contienen más de 15,000 folletos
coloniales y republicanos sobre diversos temas; ediciones bellísimas de clásicos
griegos, latinos, españoles y franceses; multitud de libros religiosos,
filosóficos, teológicos y litúrgicos procedentes de los monasterios, estampados
en famosos talleres tipográficos del Viejo Mundo, margenados por frailes
eruditos y hasta por algunos de los primitivos evangelizadores. He aquí algunos
ejemplos: la edición de Aristóteles,
por Juan Luis Vives (Basilea, ex Officina Ioannis Oporini, 1548); Platonis Opera (Lugduni, apud Ioannem
Tornaesium, 1550); la Philosofia de
Francisco Valles (Augustae Taurinorum, apud Heredum Nicolai Botaque, 1587); Dictionarium Antonii Nebrissensis (Granatae,
año de 1555); Dictionarium Ambrosii
Calepini (1570), etc.; varios incunables y ediciones raras del siglo XVI,
como los Sermones quadragesimales de
Miguel de Mediolano (Venecia, 1492), con una curiosa nota manuscrita que indica
que la obra perteneció primero al convento de Tzintzuntzan y después al de San
Francisco de Valladolid; la Vita Christi
de Ludolfo de Sajonia (Núremberg, 1478), la Legenda
Aurea de Jacobo de Vorágine (Venecia, 1480), la Weltchronic de Hartmann Schedel (Crónica de Núremberg), edición
latina impresa en Núremberg en 1493, por Antón Koberger, adornada con 2,000
xilografías grabadas al boj por Miguel Wolgemut y Guillermo Pleydenwurff
(actualmente se exhibe en el Museo Michoacano); Tercero y quarto libro de Sebastián Serlio boloñés. En los quales se
trata de las maneras de cómo se pueden adornar los edificios: con los exemplos
de las antigüedades. Traduzido de toscano en lengua castellana por
Francisco de Villalpando, architecto (Toledo, año de 1563); Biblia Complutense, impresa en Alcalá de
Henares (1514-1517) por Guillermo Arnaldo de Brocar (de esta Biblia, llamada
también del Cardenal Jiménez de Cisneros, sólo se estamparon 600 ejemplares); Speculum coniugiorum (México, 1556), Phisica speculatio (México, 1557) y Dialectica resolutio (México, 1554) de
Fray Alonso de la Veracruz; Arte y
dictionario con otras obras en lengua michuacana… compuesto por fray Juan
Bautista de Lagunas (México, 1574); ejemplar imperfecto del fondo Ocampo) y Vocabulario de la lengua mexicana, por
Fray Alonso de Molina (México, 1571; ejemplar imperfecto del fondo Ocampo).
La
Biblioteca Pública de Morelia posee otras colecciones de importancia, como las
de geografía, ciencias, viajes y literatura. Entre los libros que tratan de
antigüedades mexicanas, sobresalen los nueve volúmenes de la monumental y
costosa obra de Lord Kingsborphh, Antiquities
of Mexico (Londres, 1830-48).
Otra
sección notable es la de los periódicos mexicanos. En ella se encuentran la Gaceta de México, el Diario de México, las Gacetas de Literatura, La Abeja Poblana, La
Avispa de Chilpancingo, La Lima de Vulcano, El Pensador Mexicano, El Conductor
Eléctrico, El Toro, El Museo Mexicano, La Ilustración Mexicana, El siglo XX, etc.
Junto a estas publicaciones se halla la más extensa –quizá única- colección de
periódicos michoacanos que existe en el país. Se anotan los que tienen mayor
interés histórico: El Astro Moreliano (1829),
La Sombra de Washington (1835), El Michoacano Libre (1830-32), El Filógrafo
(1838), La Voz de Michoacán (primera época, del 27 de febrero de 1842 al 4
de enero de 1846; segunda época, del 8 de enero de 1846 al 3 de septiembre del
mismo año), El Federalista (6 de
septiembre de 1846 a 25 de abril de 1847), El
Sentido Común (1846-47), La
Restauración (1853-67), El Porvenir (1855), Periódico Oficial (1855), El Pueblo
(1856-58), La Bandera Roja (1859-63), Boletín Oficial (1864), El
Constitucionalista (1868-70), El Progresista (1870-78), El Pensamiento Católico
(1871-75), La Aurora Literaria (1875-76), La Bandera de Ocampo (1873-76),
Gaceta Oficial (1885-93), La Lira Michoacana (1894-1913), La Libertad
(1893-1914), La Diadema de Gloria (1896-1905), El Centinela (1893-1922), Flor
de Loto (1909-11), etc.
NOTAS
(1) Historia de la
Provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán… por fray Diego Basalenque… Edición de la Voz de México, México, 1886.
(2) Aguayo Spencer, Rafael (ed.), Don Vasco de Quiroga; documentos; biografía de Juan José Moreno…, Introducción
y notas críticas de…, México, 1939.
(3) Cf. Gerard Decorme, S.J., La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial, 1572-1767…,
México, 1941.
(4) Americana Thebaida.
Vitas oatrum de los religiosos hermitaños de N.P. San Agustín de la provincia
de San Nicolás Tolentino de Michoacán, escrita por Fr. Matías de Escobar… año
1729…, México, 1924.
(5) Manuscrito existente en la biblioteca de la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
(6) Salguero, Pedro, Vida del venerable P. y exemplarisimo varón, el M. Fr. Diego
Basalenque, provincial que fue de la Provincia de San Nicolás de Michoacán…
Nuevamente impresa con los autos de su traslación al convento de Valladolid… por
el P. Lector Jub. Lucas Centeno…, Roma, 1761.
(7) Munguía, Clemente de Jesús, Memoria instructiva sobre el origen, progresos y estado actual de la
enseñanza y educación secundaria en el Seminario Tridentino de Morelia, por…,
Morelia, 1849.
(8) Buitrón, Juan B., El Seminario de Michoacán, Morelia, 1940.
(9) Fernández de Córdoba, Verdadero origen de la imprenta en Morelia, México, 1949.
(10)
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN, Los precursores ideológicos de la guerra de
independencia, 1789-1794, México, 1929.
(11)
Torres, Mariano de Jesús, Diccionario histórico, biográfico, geográfico,
estadístico, zoológico, botánico y mineralógico de Michoacán, Morelia,
1905-1912-1915.
(12)
Alday, Francisco, “Documentos inéditos.
Dn. Clemente de Jesús Munguía (1810-1868). Su testamento”, en Trento (Morelia), II: 8 (1945).
(13)
POla, Ángel, (ed.) Melchor Ocampo, Obras completas, México, 1875.
(14)
Ruiz, Eduardo, Bosquejo biográfico del ciudadano Melchor Ocampo, Morelia, 1875.
(15)
Fernández de Córdoba, Joaquín, “¿En
dónde están los libros de la biblioteca de Ocampo?”, en Estampa (México, agosto 3 de 1943.
(16)
Este manuscrito se encuentra
actualmente en la Biblioteca Pública de Berlín.
(17)
Ocampo obsequió estos manuscritos al
historiador José Fernando Ramírez, quien a su vez los donó a la biblioteca del
Museo Nacional de México, en donde aún se conservan.
(18)
Véase Ezequiel A. Chávez, “El Dr.
Nicolás León. Su vida y su obra (6 de diciembre de 1859-22 de enero de 1929”,
en Tres profesores ilustres de la
Universidad Nacional de México, México, 1937.
(19)
Teixidor, Felipe, Ex libris y bibliotecas de México, México, 1931 (Monografías bibliográficas mexicanas,
núm. 20)
(20)
Biblioteca Mexicana. Catálogo para la venta de la
porción más escogida de la Biblioteca del Dr. Nicolás León. Sección 1ª Filología
mexicana. Impresos mexicanos del siglo XVI y libros ejemplares únicos
conocidos, México, 1896.
(21)
Biblioteca Mexicana. Catálogo núm. 2 para la venta,
a precios marcados, del resto de la biblioteca del Dr. Nicolás León, México, 1897.
(22)
Fifth catalogue of the
second hand books. W.W. Blake, México,
1900. (En este catálogo se anunciaron a la venta numerosas obras relativas a
Yucatán, Tabasco, Chiapas y Guatemala, procedentes de la biblioteca del Dr.
Nicolás León.)
(23)
The library of Paul
Wilkinson of Mexico City. Scarce books, manuscripts, and other material
relating to Mexico, many early Mexican imprints, and books of the folk-lore,
languages, dialects, and mhabits of the natives of the different provinces,
with original manuscripts and photographic reproductions of unique items.
Anderson Auction Co., New York, 1914. The library of Paul Wilkinson of Mexico
City, comprising literature relating to Mexico, Central America, and the Maya
Indians. The American Art Association, New York, 1915.
(24)
The Williams Gates
Collection. Manuscripts, documents, printed literature relating to Mexico and
Central America, with special significance to linguistics, history, politics
and economics, covering the five centuries of Mexican civilization, from de
Aztec period to the present time. American Art Association, New York, 1923.
(25)
Memoria en que el C. General Epitacio Huerta dio
cuenta al Congreso del Estado del uso que hizo de las facultades con que estuvo
investido durante su administración dictatorial, que comenzó el 15 de febrero
de 1858 y terminó el 1° de mayo de 1861, Morelia, 1861.
(26)
Aldayturriaga, Juan N., Gabinete de lectura. Deber, necesidad y
facilidad de establecerlo en Morelia. Opúsculo que el autor dedica a los
demócratas redactores del Espíritu Público, Morelia, 1860.
Fernández de Córdoba, Joaquín, “Sumaria relación de
las bibliotecas de Michoacán”, en Historia
Mexicana, vol. 3, núm. 1 (9) julio-septiembre 1953. Publicado: 01-07-1953,
México, COLMEX, pp. 134-156.
http://www.tribunadigital.online/2020/10/el-colegio-de-estudios-mayores-de-tiripetio/
https://yoamomorelia.com/museo-regional-michoacano/
https://www.flickr.com/photos/quokant/4231416771
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