lunes, 23 de agosto de 2021

 

Francisco de Zurbarán. Biografía y obra

Introducción a la vida y obra del pintor Francisco de Zurbarán




Sevilla se va a constituir a lo largo del XVII en principal foco pictórico de la época, alumbrando durante el primer tercio del siglo a tres de las figuras más importantes del Barroco español, junto con Velázquez: Zurbarán, Alonso Cano y Murillo.

De todos ellos, será el extremeño Francisco de Zurbarán el primero en iniciar esta nueva andadura, siendo recordado a día de hoy principalmente como el “pintor de los monjes”.


Zurbarán se hace grande en el retrato y en la sencilla representación de la realidad, encontrándose sin embargo en apuros cuando tenga que lidiar con perspectivas y composiciones, que procurará siempre que sean simples. Así, es posible observar en sus pinturas seriadas toda una galería individualizada de rostros y expresiones, pertenecientes a, en ocasiones, figuras monolíticas de perfiles casi geométricos que se recortan contra fondos poco elaborados pero que destacan por la luz que las envuelve, realzando ese característico blanco empleado por este artífice en los hábitos.



Biografía de Francisco de Zurbarán 1598-1664

Francisco de Zurbarán nace en el año de 1598 en el pueblo pacense de Fuente de Cantos, hijo de un mercero que le enviará antes de cumplir veinte años a Sevilla, a estudiar con el pintor Pedro Díaz de Villanueva. Una vez completado su aprendizaje, que no durará mucho, Zurbarán regresará a su Extremadura natal, a la localidad de Llerena, donde contraerá matrimonio por dos veces y se establecerá, hasta la fecha de 1626 en que es reclamado a Sevilla para llevar a cabo la ejecución de un importante encargo.

La orden de los Dominicos deseaba una serie de cuadros acerca de la vida monástica para su convento de San Pablo, convirtiéndose la buena realización de los mismos en el detonante para la consecución de otro encargo más, proveniente en este caso del convento de la Merced en 1628, transmitiendo el Ayuntamiento de Sevilla al pintor, un año más tarde, su deseo de que se instalara de forma definitiva en la ciudad, siendo aceptada la propuesta por éste.

Lo cierto es que Zurbarán gozó de fama en su época, algo que propició que nunca le faltaran los encargos, en mayor o menor medida, los cuales se sucedieron a lo largo de los años en forma de peticiones de grandes series pictóricas por parte de diversas órdenes religiosas (Jerónimos, Cartujos…), aunque también llegará a enfrentarse al tema mitológico durante la breve estancia que pase en Madrid participando en la decoración del Palacio del Buen Retiro, no saliendo demasiado airoso de esta prueba, y al género del bodegón, del que se revelará maestro.

Hacia la mitad de su vida la desgracia le alcanzó en la forma de la defunción de su segunda esposa (tras lo que se volvió a casar), una disminución de trabajo y el sufrimiento de la peste de 1649, que se llevará a uno de sus hijos, Juan el pintor.

Además, con el paso de los años Francisco habrá de ser testigo de cómo el nuevo estilo de un cada vez más apreciado Murillo se va imponiendo poco a poco, en detrimento de su propia elección. Finalmente decidirá partir de nuevo a Madrid a la vera de su amigo Velázquez, instalándose de forma definitiva hasta su muerte en esta ciudad, casi una década después y rodeado de estrecheces económicas, en el año de 1664.


Principales obras de Zurbarán

Zurbarán, como ya se ha señalado, va a representar con una gran claridad la religiosidad que impregnará la vida española del s.XVII (es ésta la época de la Contrarreforma y las órdenes religiosas habrán de salir beneficiadas de dicha circunstancia, adquiriendo un mayor relieve), componiéndose la mayor parte de su obra de series dedicadas a mostrar la vida monástica: 


San Hugo en el refectorio, de los Cartujos

Los monjes cartujos protagonizan uno de los cuadros más emblemáticos del barroco andaluz, obra del maestro Francisco de Zurbarán. La obra "San Hugo en el refectorio" de 1635 narra un episodio sobrenatural ocurrido a estos primeros monjes durante la época de Cuaresma. El primer aspecto que llama la atención de este cuadro es que los cartujos aparecen comiendo carne a pesar de que por motivos penitenciales está prohibido en su norma. La razón de esta peculiaridad es que Zurbarán se inspira en el momento en el que los siete primeros cartujos, entre los que se encuentra San Bruno, el fundador, afrontan el dilema de si saltarse su regla que les prohíbe comer carne o si contravenir los deseos del obispo de Grenoble, San Hugo, que se encuentra visitándolos y les pide precisamente este tipo de comida. La carne adquiere entonces un papel protagonista en el cuadro a nivel compositivo y conceptual ya que no sólo aparece dispuesta en la franja del centro de la obra, sino que también es señalada por el dedo del obispo. Poco después de esta escena la carne se convertirá en ceniza, como indicativo de que no existen excepciones a la norma cartujana que permitan a los monjes comer carne.

Zurbarán es uno de los autores más característicos del siglo de oro en Andalucía que supo adaptar su pintura a los posicionamientos religiosos de la Contrarreforma, por lo que tuvo muy buena acogida entre los representantes de la Iglesia que le hicieron numerosos encargos. Prueba de ello es que se le considera como el gran pintor de la vida monástica, expresada con una gran sencillez y realismo. El misticismo y serenidad representados en el cuadro de Zurbarán reflejan, seguramente, el clima espiritual que también vivieron los monjes de la Cartuja de Valldemossa.

 

La composición de "San Hugo en el refectorio" está realizada en tres planos; el primero el del obispo de Grenoble; el segundo el de los cartujos; y el tercero, el plano ideal, representado por el cuadro religioso de la Virgen María, el Niño y San Juan Bautista que cuelga de la pared en una clara referencia medieval. Contrasta esta característica compositiva conservadora con la incorporación de detalles más modernos como el que sitúa a uno de los monjes prácticamente fuera del cuadro, como si fuera una instantánea.

Uno de los aspectos más distintivos de Zurbarán es el trabajo de la luz y la forma en que la utiliza para construir los volúmenes de los tejidos. Los hábitos de los cartujos, elaborados a partir de los diferentes cromatismos de blanco, iluminan toda la escena. Asimismo, destaca la perfección con la que Zurbarán pinta las piezas de cerámica respetando incluso las taras del material. Los motivos decorativos de la porcelana china muestran la relación comercial que en aquellos momentos mantenía Sevilla.
El cuadro formaba parte de una trilogía en la que cada uno de los cuadros hacía referencia a una norma distintos de los cartujos: la abstinencia (el cuadro que nos ocupa), la oración y el silencio.

Actualmente se puede contemplar el cuadro en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.


La misa de fray Pedro de Cabañuelas,

El Venerable padre Cabañuelas, o fray Pedro de Valladolid, que era su nombre en religión, protagonista del suceso prodigioso que nos ocupa, fue uno de los eximios varones que ilustraron con su virtud la incipiente vida religiosa en el cenobio guadalupense en los primeros tiempos de su establecimiento en él de la Orden de San Jerónimo, en 1389.

Son los discípulos aventajados, él y otros más, del Venerable padre fray Fernando Yáñez de Figueroa, ilustre cacereño de la más rancia nobleza y primer prior del monasterio, que brillan por su santidad a lo largo de la primera mitad del siglo XV, algunos de los cuales, ocho en total, han quedado inmortalizados por el pincel de Zurbarán en otros tantos lienzos de los once que decoran la sacristía del Santuario de Guadalupe. Los tres restantes son escenas de la vida de San Jerónimo.

El padre Cabañuelas abrazó, siendo muy joven, la vida religiosa y siempre se distinguió por su acendrada devoción a la Eucaristía, en cuya contemplación y meditación gastaba gran parte de las horas del día y de la noche. Pero quiso el Señor aquilatar aquella su fe en el gran Misterio, permitiendo al enemigo de las almas viniera a turbar su imaginación con terribles dudas sobre la presencia real de Cristo en el Sacramento del Altar, dudas que se acrecentaban hasta producirle tremenda angustia, mientras celebraba el Santo Sacrificio.

El suceso milagroso que disipó todas sus dudas y le curó radicalmente de todas sus incertidumbres para el resto de su vida, podemos situarlo cronológicamente hacia 1420, como a los cincuenta años de su edad, y es él mismo quien nos lo refiere, aunque en tercera persona, en una relación que de su puño y letra se halló entre sus papeles después de su muerte, y que transcribimos a continuación.

"A un fraile de esta casa, dice, acaeció que un sábado, diciendo Misa, después que hubo consagrado el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, vio una cosa como nube que cubrió el ara y el cáliz, de manera que no veía otra cosa sino un poco de la cruz que estaba detrás del ara, lo cual le puso gran temor y con muchas lágrimas rogaba al Señor que pluguiese a su piedad de manifestarle qué cosa era aquélla y lo librase de tan gran peligro. Y estando así muy atribulado y espantado, poco a poco se fue quitando aquella nube; y, desde que se quitó, no halló la Hostia consagrada y vio la hijuela que estaba sobre el cáliz, quitada; y acató en el cáliz y lo vio vacío. Y cuando él vio esto, comenzó a llorar muy fuertemente, demandando misericordia a Dios y encomendándose devotamente a la Virgen María.

"Y estando así afligido, vio venir la Hostia consagrada puesta en una patena muy resplandeciente, y púsose sobre el cáliz; y comenzó a salir de ella gotas de sangre, en abundancia. Y desde que la sangre hubo caído en el cáliz, púsose la hijuela encima del cáliz y la Hostia encima del ara, como antes estaba. Y el dicho fraile, estando así muy espantado y llorando, oyó una voz que le dijo: Acaba tu oficio, y sea a ti en secreto lo que viste".

El momento en que Zurbarán lo representa en el lienzo, uno de los mejores, junto con “La Perla", por la belleza de su composición, expresión de los rostros, luminosidad y colorido, de cuantos salieron de su pincel, es aquel en que, viendo aparecer de nuevo por el aire la resplandeciente patena con la Hostia consagrada, cae de rodillas, entre atónito y arrobado, reconociendo y rindiendo su inteligencia a la evidencia del milagro, mientras que el lego que le servía, de rodillas también, semeja no haberse percatado lo que también hace notar el padre Cabañuelas en su relación del prodigio eucarístico operado en aquella "Misa milagrosa".

El hecho fue pronto conocido y divulgado por todos los ámbitos de la nación, y hasta los mismos reyes de Castilla, don Juan II y su esposa doña María de Aragón, junto con el príncipe don Enrique, el futuro Enrique IV, acudieron a Guadalupe, por conocer y tratar al siervo de Dios, elegido ya a la sazón prior del monasterio, quedando tan prendados de su virtud y santidad, que la reina le eligió por su consejero en materias del espíritu, y mandó en su testamento que, cuando trajeran sus restos al Santuario, colocaran a su lado los del padre Cabañuelas, como en efecto se hizo.

Aún nos queda un precioso testimonio de la "Misa milagrosa": los corporales y la hijuela, con unas gotas de sangre, usados en la misma, reconocidos ante notario apostólico en el siglo XVII, fueron declarados auténticos y son hoy la más preciada reliquia con que se honra el relicario guadalupense, como fueron también preclara reliquia eucarística, expuesta a la veneración de los fieles, entre dos velas encendidas, en el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo, octubre de 1926.


El padre Cabañuelas murió el 20 de marzo de 1441, en olor de santidad, muy querido y venerado de todos.


El adiós de fray Juan de Carrión a sus hermanos, 1637-40

https://www.flickr.com/photos/24364447@N05/6329260638

La Cartuja de Jerez, San Pablo el Real, el Monasterio de los Jerónimos de Guadalupe o la Merced de Sevilla fueron algunos de los sitios para los que llevó a cabo sus principales series.

Su obra adeuda los contrastes tenebristas de Ribera, protagonizados por una tendencia naturalista típica de la época, algo que se aprecia excepcionalmente bien en sus sencillas y táctiles naturalezas muertas (en la actualidad Zurbarán ha sido redescubierto como bodegonista). Sin embargo, lo más característico de este pintor son sus representaciones de religiosos y santas, a las que viste a la manera de la época, desplegando todas sus cualidades como retratista y ejerciendo un dominio absoluto en rostros y telas (a pesar de la aparente sencillez de su pintura, Zurbarán disfruta con la suntuosidad de las telas).


Uno de sus mejores cuadros, La visión de San Pedro Nolasco (1628), procedente del sevillano Convento de la Merced, ejemplifica a la perfección el lenguaje de este pintor, de una sencillez a la búsqueda de la realidad concreta de las cosas. Formas dibujadas, distintos tonos de blanco, contrastes entre sombras y luces, cabezas expresivas…en un marco muy sencillo que acoge la representación de un milagro protagonizado por el fundador de la orden.


A esta misma serie pertenece también uno de sus cuadros más perturbadores, la Aparición de San Pedro Apóstol a San Pedro Nolasco, donde el el apóstol aparece representado en una violenta posición en escorzo, boca abajo y envuelto por un halo de luz anaranjada.

Entre los años 1630 y 1640, el maestro del barroco, Francisco de Zurbarán, pintará una serie de lienzos dedicados a diferentes santas, pertenecen a una etapa en la que el artista combinaba los encargos de la Corte con los particulares, ya fueran de religiosos españoles o de los diferentes virreinatos de América, que pujaban con la metrópoli por su próspera situación económica.


Se trata de pinturas al óleo sobre lienzo en las que Zurbarán muestra, por un lado, la devoción por el culto a estas advocaciones que se pintaron para decorar los altares de conventos de España e Hispanoamérica, y por otro, refleja cómo fueron, en su mayoría, damas de la época las escogidas por el maestro de Fuente de Cantos para servir de modelos en estos cuadros. Esto fue especialmente comentado en su época, ya que muchas personas no comprendieron que estas santas mártires encerraran esas dosis de vistosidad.


Francisco de Zurbarán y Taller, Santa Bárbara (1640-50), Museo Bellas Artes de Sevilla


Francisco de Zurbarán y Taller, Santa Matilde (1640-50), Museo de Bellas Artes de Sevilla


Francisco de Zurbarán y Taller, Santa Inés (1640-50), Museo Bellas Artes de Sevilla.


Santa Margarita por Francisco de Zurbarán

Cuidaba del rebaño de ovejas de su niñera1 y fue encarcelada y torturada por defender su virginidad frente a los intentos de un prefecto romano.


Santa Águeda, 1630-1633


Santa Polonia, Zurbarán (ca. 1631). Museo del Louvre procedente del convento de la Merced Descalza del Señor San José (Sevilla)

Hija de un calificado funcionario de Alejandría (en Egipto), quien nació en el año 200 y recibió una educación de excelencia. Además de contar con grandes aptitudes por el conocimiento, tenía a su disposición la Biblioteca de Alejandría, lo que reforzó sus dotes intelectuales. La tradición dice que Apolonia se convirtió al cristianismo al saber que su madre rezaba a la virgen María para poder concebir. Predicó la fe cristiana durante toda su juventud y hasta su adultez lo que la llevó a ocupar uno de los grados máximos de la jerarquía católica: dictante de catequesis y presbítera.

En el año 249 se le acusa de promover un levantamiento contra la autoridad romana. La sentencia fue el castigo corporal en la boca: destrucción de maxilares y la extracción de sus dientes.


Santa Casilda de Toledo (Toledo, 950-1050 – Briviesca, 1050-1107).

Era una andalusí hija del emir de Toledo, que practicando la caridad cristiana, llevaba alimentos a los prisioneros cristianos de su padre; descubierta, los alimentos que ocultaba entre sus ropas se convirtieron en rosas. Según la leyenda, fue martirizada y elevada a los altares. Es patrona de las mujeres que buscan milagros relacionados con la fertilidad y la sanación de enfermedades ginecológicas.

            Según el Martirologio Romano, Santa Casilda de Toledo “ayudó con misericordia a los cristianos detenidos en la cárcel y después, ya cristiana, vivió como eremita”.


Santa Dorotea, c. 1648.

Dorotea (también conocida como Dorotea de Cesarea) es una santa cristiana cuya existencia real se discute. Se supone que fue martirizada en el siglo IV.

La vida de Dorotea está narrada en una leyenda hagiográfica, una passio antigua del Martirologio Jeronimiano que la describe como "caritativa, pura y sabia". De fe cristiana, cuando el prefecto Sapricio le pidió que ofreciera un sacrificio a los dioses, se negó y fue torturada. El prefecto la confió a Crista y Calixta, dos hermanas apóstatas, para que la convencieran de que abandonase la religión cristiana, pero ocurrió al contrario: ambas volvieron al cristianismo y fueron por ello quemadas vivas, mientras Dorotea fue condenada a la decapitación.

Por el camino al martirio, encontró a Teófilo, quien le dijo irónicamente: «Esposa de Cristo, mándame manzanas y rosas del jardín de tu esposo». Dorotea aceptó y, antes de la decapitación, mientras rezaba, apareció un niño que le trajo tres rosas y tres manzanas, a pesar de que estaban en el crudo invierno. Ella le pidió que se las llevara a Teófilo, quien, visto el prodigio, se convirtió al cristianismo.

Su conmemoración litúrgica es el 6 de febrero. Es patrona de los floristas y de Pescia, y copatrona de Castro, y tiene como atributo iconográfico una cesta de fruta y flores.

Existen varias congregaciones religiosas devotas a la santa, cuyas monjas reciben el nombre popular de doroteas.



Santa Eufemia, por Zurbarán

Eufemia era la hija de un senador llamado Filofronos y de su mujer Teodosia, de Calcedonia (Bitinia), localidad en la entrada oriental del Bósforo, enfrente de la ciudad de Bizancio, posteriormente denominada Constantinopla y actualmente Estambul. Desde su nacimiento fue consagrada a la virginidad.

El gobernador de Calcedonia, Prisco había decretado que todos los habitantes de la ciudad participaran en los sacrificios a la deidad pagana Ares. Eufemia fue descubierta con otros cristianos que se escondían en una casa, rindiendo culto al Dios cristiano, desafiando las órdenes del gobernador. Debido a su negativa a sacrificar, fueron torturados durante varios días, y luego entregados al emperador para nuevas torturas. Todo ello para que los cristianos sacrificaran a Ares. Eufemia, la más joven de ellos, fue separada de sus compañeros y sometida a tormentos particularmente duros, incluida la rueda, con la esperanza de quebrantar su espíritu. Se cree que murió por las heridas de un oso salvaje en la arena bajo el emperador Diocleciano (284-305). Posteriormente se construyó una magnífica catedral en Calcedonia sobre su tumba



Santa Isabel de Portugal

Mujer muy devota desde la niñez, se casó el 24 de junio de 1282 con el rey Dionisio I de Portugal. De su matrimonio nacieron dos hijos:

·         el infante Alfonso (futuro Alfonso IV de Portugal).

·         la infanta Constanza de Portugal, esposa de Fernando IV de Castilla y madre y regente de Alfonso XI de Castilla.

La reina dedicó parte de su tiempo libre a atender a los enfermos, ancianos y mendigos, para los que ella misma confeccionaba ropa. Durante su reinado ordenó construir hospitales, escuelas gratuitas y refugios para huérfanos. Ordenó la construcción de un buen número de conventos. A pesar de la poca moral católica del rey Dionisio, este sentía tanta admiración por Isabel que la dejaba llevar su vida cristiana de forma libre, hasta el punto de que la reina distribuía de forma regular las monedas del Tesoro Real entre los más pobres. Isabel siguió estrechamente el ejemplo de su ancestro Santa Isabel de Hungría, adoptando su filosofía de vida cristiana hasta tal punto que la leyenda popular portuguesa adoptó el episodio de la transformación del pan en rosas de la princesa húngara, colocando como personajes principales al rey Dionisio y a su esposa.

En diversas ocasiones se trasladó hasta el campo de batalla para acabar con las disputas entre su marido y su hijo Alfonso. Se colocaba entre los dos y rezaba para que la pelea finalizara.

En 1325 Isabel enviudó y poco después realizó un viaje de peregrinación a Santiago de Compostela, ingresando a su vuelta en el convento de Santa Clara-a-Velha en Coímbra, que ella misma había fundado, donde tomó el hábito de las clarisas, pero sin hacer los votos de la orden, lo que le permitía mantener la administración de su fortuna, que dedicó a las obras de caridad.

Ya retirada, tuvo que volver a mediar, esta vez entre su hijo Alfonso y su nieto Alfonso XI de Castilla. Inició un viaje hacia el campo de batalla de Castilla para poner paz entre los dos familiares. A su regreso se encontró indispuesta y murió en Estremoz el 4 de julio de 1336. Sus restos fueron sepultados en su convento de Santa Clara-a-Velha en Coímbra; pero al resultar este progresivamente anegado por las aguas del río Mondego tuvieron que ser trasladados en el siglo XVII al nuevo convento de Santa Clara-a-Nova.2

En 2009, se publicó La rosa de Coímbra (en Portugal Memórias da Rainha Santa) de la escritora española María Pilar Queralt del Hierro, biografía novelada de este personaje.



Santa Lucía de Siracusa

Posiblemente pareja de Santa Apolonia, formaba parte de una serie dedicada a santas y vírgenes. La leyenda de Lucía, cuyo nombre significa "luz", nos habla de su vida en el siglo IV, todavía bajo el agonizante Imperio romano. Lucía era hija de una familia noble y estaba prometida. Convertida al cristianismo, se erigió en su defensora, llegó a curar milagrosamente a su madre enferma, recibió las apariciones de Santa Águeda y dedicó toda su fortuna a repartirla entre los pobres. Esto hizo que su prometido la odiara y llegara a denunciarla ante los agentes del emperador Diocleciano, quien realizó varias campañas de persecución contra los cristianos. Fue juzgada y condenada a ejercer la prostitución pero ante su negativa se la torturó y degolló. La tradición quiere creer que el atributo de su suplicio, los ojos, se debe a que le fueron arrancados por sus verdugos, o a que se los arrancó ella misma para enviarlos a su prometido y alejarlo de ella. Sea como fuere, la forma típica de representar a la santa es portando en una bandeja o ensartados en una vara sus dos ojos. En el lienzo de Zurbarán, Lucía los lleva como si fueran una ofrenda, mientras que en la otra mano porta su hoja de palma. Está vestida tan lujosamente como su compañera Apolonia, a la moda de la Venecia del siglo XVI, y no como se debían vestir las rígidas damas españolas del XVII.



Santa Marina, Zurbarán la pintó vestida con sombrero oscuro, camisa blanca, corpiño negro y falda roja con sobrefalda verde. Como atributo porta una vara que termina en garfio en alusión al martirio que sufrió, y un libro de oracionesMuseo Carmen Thyssen Málaga y Museo de Bellas Artes de Sevilla.


Francisco de Zurbarán y Taller, Santa Eulalia de Mérida (1640-50), Museo de Bellas Artes de Sevilla.


Santa Rufina, Porta en la mano unos cacharros de cerámica como atributo, por su relación con la alfarería. Galería Nacional de Irlanda 


Santa Úrsula


Santa Catalina (1635-40) Colección Masaveu

Destacable asimismo es su representación de Santa Catalina (1640), una de las obras más hermosas de este artista, en la que efectúa un espléndido ejercicio de maestría en la ejecución de los paños, las pinturas de vírgenes niñas,


La Virgen niña durmiendo (1635), óleo de Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598–Madrid, 1664), una de las grandes personalidades artísticas de la pintura del Siglo de Oro español, perteneciente a la Colección Banco Santander y fechado en 1630-1635. 

Virgen niña dormida, es una de las obras más emblemáticas de la Colección Banco Santander, y en ella Zurbarán despliega todas sus cualidades como retratista y ejerce un dominio absoluto en la intensidad expresiva del rostro de la Virgen niña y demuestra una prodigiosa capacidad para reproducir las telas y los materiales con una particular concepción del color. 

Se subrayaba la delicadeza, la ternura y la profunda espiritualidad que se desprende de la composición, donde Zurbarán presenta, con simplicidad admirable, una Virgen niña, dormida en una pausa de su oración con el libro en que meditaba en la mano izquierda, soñando quizá con su futuro destino, acodada en una modestísima silla de enea. A la derecha de la composición, una mesita rústica en la que descansa un plato de metal con un cuenco de porcelana oriental con tres flores de clara significación simbólica: la rosa (el amor), la azucena (la pureza) y el clavel (la fidelidad).


Cristo en la Cruz, que tanta fama le dará,

https://sevilla.abc.es/pasionensevilla/noticias-semana-santa-sevilla/sevi-cristo-crucificado-zurbaran-114855-1500276642-201707170930_noticia.html



Francisco de Zurbarán: San Serapio, 1628.

Estilo: Barroco.

Técnica: Óleo sobre lienzo.

Temática: Religiosa.

Dimensiones: 120 x 103 cm.

Wadsworth Atheneum, Hartford, Estados Unidos.

El irlandés Peter Serapion nació en 1179. Participó en las cruzadas al servicio del rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León. También participó en la Reconquista al servicio del rey Alfonso VIII de Castilla, conoció a san Pedro Nolasco e ingresó en la Orden de la Merced en 1222. Murió en 1240 en la última de las redenciones en las que participó al no llegar a tiempo el dinero para liberarlo; los musulmanes de Argel lo martirizaron, atándolo en una cruz en forma de aspa, destripándolo y descuartizándolo. Por este hecho, se le conoce como san Serapio mártir.

Zurbarán firmó en 1628 un contrato con el convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada de Sevilla, comprometiéndose a pintar un retrato de san Serapio para la capilla De Profundis del sótano funerario del convento.

San Serapio ocupa la mayor parte del cuadro, dejando libre una estrecha franja a la derecha y la parte superior del mismo. Aparece de pie o arrodillado, con los brazos en alto, pero no vencidos, sujetos a la pared con unas cuerdas anudadas en las muñecas. La cabeza está ladeada hacia su derecha, descansa sobre el hombro; el cabello se ofrece despeinado, la frente abultada, los ojos cerrados y la boca entreabierta. La túnica es blanca, con pliegues angulosos, que permiten un juego de luces y sombras lleno de matices. Sobre la túnica se observa el escudo de la Orden Mercedaria en colores blanco, grana y oro. El fondo es negro. A la derecha aparece un papel clavado en la pared en el que se lee “Aquí estoy también yo”. No aparece ni una gota de sangre, a pesar del cruento martirio que sufrió san Serapio.

Zurbarán quiso subrayar la espiritualidad del momento eligiendo el instante último de vida de san Serapio, dado que los brazos no aparecen vencidos por el peso de un cuerpo inerte, omitiendo la presencia de los victimarios, dejando al santo en absoluta soledad y no recreándose en la brutalidad del martirio que sufrió, lo que explica la ausencia de sangre.

La paleta de colores es escasa, predominando los blancos, grises, rosados y negro, con algunas notas de grana y oro. Contrastan el blanco de la túnica y el negro del fondo.

El punto de vista alto y la luz blanca, la cual entra en la estancia por una ventana elevada que se encuentra en el lado derecho, pero no a la vista, centran la visión del espectador en el santo.

San Serapio es una de las mejores obras de los primeros años de Zurbarán y de toda su carrera artística por su composición, sobriedad en los elementos, tenebrismo, uso del color y la luz para mostrar la mística del martirio, virtuosismo en la reproducción de la textura de la túnica, expresividad del santo y contraste con otros cuadros martiriales contemporáneos en los que no se ocultan los aspectos más escabrosos del martirio.

 

https://www.arteespana.com/zurbaran.htm

https://www.cartoixadevalldemossa.com/san-hugo-en-el-refectorio-de-los-cartujos-zurbaran/

http://webcatolicodejavier.org/fraypedro.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Santas_de_Zurbar%C3%A1n

https://www.artehistoria.com/es/obra/santa-luc%C3%ADa-0

https://bajoelsignodelibra.blogspot.com/2020/04/las-santas-de-francisco-de-zurbaran.html

https://www.museobilbao.com/exposiciones/virgen-nina-dormida-208

http://artemagistral.blogspot.com/2021/03/san-serapio-de-zurbaran.html





 











































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