Francisco
de Zurbarán. Biografía y obra
Introducción
a la vida y obra del pintor Francisco de Zurbarán
Sevilla se
va a constituir a lo largo del XVII en principal foco pictórico de la época,
alumbrando durante el primer tercio del siglo a tres de las figuras más importantes
del Barroco español, junto con Velázquez: Zurbarán, Alonso Cano y Murillo.
De todos
ellos, será el extremeño Francisco de Zurbarán el primero en iniciar esta nueva
andadura, siendo recordado a día de hoy principalmente como el “pintor de los
monjes”.
Zurbarán se
hace grande en el retrato y en la sencilla representación de la realidad,
encontrándose sin embargo en apuros cuando tenga que lidiar con perspectivas y
composiciones, que procurará siempre que sean simples. Así, es posible observar
en sus pinturas seriadas toda una galería individualizada de rostros y
expresiones, pertenecientes a, en ocasiones, figuras monolíticas de perfiles
casi geométricos que se recortan contra fondos poco elaborados pero que
destacan por la luz que las envuelve, realzando ese característico blanco
empleado por este artífice en los hábitos.
Biografía de Francisco de Zurbarán
1598-1664
Francisco de Zurbarán nace en el año de 1598 en el pueblo pacense de Fuente
de Cantos, hijo de un mercero que le enviará antes de cumplir veinte años a
Sevilla, a estudiar con el pintor Pedro Díaz de Villanueva. Una vez completado
su aprendizaje, que no durará mucho, Zurbarán regresará a su Extremadura natal,
a la localidad de Llerena, donde contraerá matrimonio por dos veces y se
establecerá, hasta la fecha de 1626 en que es reclamado a Sevilla para llevar a
cabo la ejecución de un importante encargo.
La orden de
los Dominicos deseaba una serie de cuadros acerca de la vida monástica para su
convento de San Pablo, convirtiéndose la buena realización de los mismos en el
detonante para la consecución de otro encargo más, proveniente en este caso del
convento de la Merced en 1628, transmitiendo el Ayuntamiento de Sevilla al pintor,
un año más tarde, su deseo de que se instalara de forma definitiva en la
ciudad, siendo aceptada la propuesta por éste.
Lo cierto es
que Zurbarán gozó de fama en su época, algo que propició que nunca le faltaran
los encargos, en mayor o menor medida, los cuales se sucedieron a lo largo de
los años en forma de peticiones de grandes series pictóricas por parte de
diversas órdenes religiosas (Jerónimos, Cartujos…), aunque también llegará a
enfrentarse al tema mitológico durante la breve estancia que pase en Madrid
participando en la decoración del Palacio del Buen Retiro, no saliendo
demasiado airoso de esta prueba, y al género del bodegón, del que se revelará
maestro.
Hacia la
mitad de su vida la desgracia le alcanzó en la forma de la defunción de su
segunda esposa (tras lo que se volvió a casar), una disminución de trabajo y el
sufrimiento de la peste de 1649, que se llevará a uno de sus hijos, Juan el
pintor.
Además, con
el paso de los años Francisco habrá de ser testigo de cómo el nuevo estilo de
un cada vez más apreciado Murillo se va imponiendo poco a poco, en detrimento
de su propia elección. Finalmente decidirá partir de nuevo a Madrid a la vera
de su amigo Velázquez, instalándose de forma definitiva hasta su muerte en esta
ciudad, casi una década después y rodeado de estrecheces económicas, en el año
de 1664.
Principales obras de Zurbarán
Zurbarán,
como ya se ha señalado, va a representar con una gran claridad la religiosidad
que impregnará la vida española del s.XVII (es ésta la época de la Contrarreforma
y las órdenes religiosas habrán de salir beneficiadas de dicha circunstancia,
adquiriendo un mayor relieve), componiéndose la mayor parte de su obra de
series dedicadas a mostrar la vida monástica:
San Hugo en el refectorio, de los
Cartujos
Los monjes
cartujos protagonizan uno de los cuadros más emblemáticos del barroco andaluz,
obra del maestro Francisco de Zurbarán. La obra "San Hugo en el
refectorio" de 1635 narra un episodio sobrenatural ocurrido a estos
primeros monjes durante la época de Cuaresma. El primer aspecto que llama la
atención de este cuadro es que los cartujos aparecen comiendo carne a pesar de
que por motivos penitenciales está prohibido en su norma. La razón de esta
peculiaridad es que Zurbarán se inspira en el momento en el que los siete
primeros cartujos, entre los que se encuentra San Bruno, el fundador, afrontan
el dilema de si saltarse su regla que les prohíbe comer carne o si contravenir
los deseos del obispo de Grenoble, San Hugo, que se encuentra visitándolos y
les pide precisamente este tipo de comida. La carne adquiere entonces un papel
protagonista en el cuadro a nivel compositivo y conceptual ya que no sólo
aparece dispuesta en la franja del centro de la obra, sino que también es
señalada por el dedo del obispo. Poco después de esta escena la carne se
convertirá en ceniza, como indicativo de que no existen excepciones a la norma
cartujana que permitan a los monjes comer carne.
Zurbarán es uno de
los autores más característicos del siglo de oro en Andalucía que supo adaptar
su pintura a los posicionamientos religiosos de la Contrarreforma, por lo que
tuvo muy buena acogida entre los representantes de la Iglesia que le hicieron
numerosos encargos. Prueba de ello es que se le considera como el gran pintor
de la vida monástica, expresada con una gran sencillez y realismo. El
misticismo y serenidad representados en el cuadro de Zurbarán reflejan,
seguramente, el clima espiritual que también vivieron los monjes
de la Cartuja de Valldemossa.
La composición de
"San Hugo en el refectorio" está realizada en tres planos; el primero
el del obispo de Grenoble; el segundo el de los cartujos; y el tercero, el
plano ideal, representado por el cuadro religioso de la Virgen María, el Niño y
San Juan Bautista que cuelga de la pared en una clara referencia medieval.
Contrasta esta característica compositiva conservadora con la incorporación de
detalles más modernos como el que sitúa a uno de los monjes prácticamente fuera
del cuadro, como si fuera una instantánea.
Uno de los
aspectos más distintivos de Zurbarán es el trabajo de la luz y la forma en que
la utiliza para construir los volúmenes de los tejidos. Los hábitos de los
cartujos, elaborados a partir de los diferentes cromatismos de blanco, iluminan
toda la escena. Asimismo, destaca la perfección con la que Zurbarán pinta las
piezas de cerámica respetando incluso las taras del material. Los motivos
decorativos de la porcelana china muestran la relación comercial que en
aquellos momentos mantenía Sevilla.
El cuadro formaba parte de una trilogía en la que cada uno de los cuadros hacía
referencia a una norma distintos de los cartujos: la abstinencia (el cuadro que
nos ocupa), la oración y el silencio.
Actualmente se
puede contemplar el cuadro en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
La misa de fray Pedro
de Cabañuelas,
El Venerable padre
Cabañuelas, o fray Pedro de Valladolid, que era su nombre en religión,
protagonista del suceso prodigioso que nos ocupa, fue uno de los eximios
varones que ilustraron con su virtud la incipiente vida religiosa en el cenobio
guadalupense en los primeros tiempos de su establecimiento en él de la Orden de
San Jerónimo, en 1389.
Son los discípulos
aventajados, él y otros más, del Venerable padre fray Fernando Yáñez de
Figueroa, ilustre cacereño de la más rancia nobleza y primer prior del
monasterio, que brillan por su santidad a lo largo de la primera mitad del
siglo XV, algunos de los cuales, ocho en total, han quedado inmortalizados por
el pincel de Zurbarán en otros tantos lienzos de los once que decoran la
sacristía del Santuario de Guadalupe. Los tres restantes son escenas de la vida
de San Jerónimo.
El padre
Cabañuelas abrazó, siendo muy joven, la vida religiosa y siempre se distinguió
por su acendrada devoción a la Eucaristía, en cuya contemplación y meditación
gastaba gran parte de las horas del día y de la noche. Pero quiso el Señor
aquilatar aquella su fe en el gran Misterio, permitiendo al enemigo de las
almas viniera a turbar su imaginación con terribles dudas sobre la presencia
real de Cristo en el Sacramento del Altar, dudas que se acrecentaban hasta
producirle tremenda angustia, mientras celebraba el Santo Sacrificio.
El suceso
milagroso que disipó todas sus dudas y le curó radicalmente de todas sus
incertidumbres para el resto de su vida, podemos situarlo cronológicamente
hacia 1420, como a los cincuenta años de su edad, y es él mismo quien nos lo
refiere, aunque en tercera persona, en una relación que de su puño y letra se
halló entre sus papeles después de su muerte, y que transcribimos a
continuación.
"A un fraile
de esta casa, dice, acaeció que un sábado, diciendo Misa, después que hubo
consagrado el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, vio una cosa como nube que cubrió
el ara y el cáliz, de manera que no veía otra cosa sino un poco de la cruz que
estaba detrás del ara, lo cual le puso gran temor y con muchas lágrimas rogaba
al Señor que pluguiese a su piedad de manifestarle qué cosa era aquélla y lo
librase de tan gran peligro. Y estando así muy atribulado y espantado, poco a
poco se fue quitando aquella nube; y, desde que se quitó, no halló la Hostia
consagrada y vio la hijuela que estaba sobre el cáliz, quitada; y acató en el
cáliz y lo vio vacío. Y cuando él vio esto, comenzó a llorar muy fuertemente,
demandando misericordia a Dios y encomendándose devotamente a la Virgen María.
"Y estando
así afligido, vio venir la Hostia consagrada puesta en una patena muy
resplandeciente, y púsose sobre el cáliz; y comenzó a salir de ella gotas de
sangre, en abundancia. Y desde que la sangre hubo caído en el cáliz, púsose la
hijuela encima del cáliz y la Hostia encima del ara, como antes estaba. Y el
dicho fraile, estando así muy espantado y llorando, oyó una voz que le dijo: Acaba
tu oficio, y sea a ti en secreto lo que viste".
El momento en que
Zurbarán lo representa en el lienzo, uno de los mejores, junto con “La
Perla", por la belleza de su composición, expresión de los rostros,
luminosidad y colorido, de cuantos salieron de su pincel, es aquel en que,
viendo aparecer de nuevo por el aire la resplandeciente patena con la Hostia
consagrada, cae de rodillas, entre atónito y arrobado, reconociendo y rindiendo
su inteligencia a la evidencia del milagro, mientras que el lego que le servía,
de rodillas también, semeja no haberse percatado lo que también hace notar el
padre Cabañuelas en su relación del prodigio eucarístico operado en aquella
"Misa milagrosa".
El hecho fue
pronto conocido y divulgado por todos los ámbitos de la nación, y hasta los
mismos reyes de Castilla, don Juan II y su esposa doña María de Aragón, junto
con el príncipe don Enrique, el futuro Enrique IV, acudieron a Guadalupe, por
conocer y tratar al siervo de Dios, elegido ya a la sazón prior del monasterio,
quedando tan prendados de su virtud y santidad, que la reina le eligió por su
consejero en materias del espíritu, y mandó en su testamento que, cuando
trajeran sus restos al Santuario, colocaran a su lado los del padre Cabañuelas,
como en efecto se hizo.
Aún nos queda un
precioso testimonio de la "Misa milagrosa": los corporales y la
hijuela, con unas gotas de sangre, usados en la misma, reconocidos ante notario
apostólico en el siglo XVII, fueron declarados auténticos y son hoy la más
preciada reliquia con que se honra el relicario guadalupense, como fueron
también preclara reliquia eucarística, expuesta a la veneración de los fieles,
entre dos velas encendidas, en el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo,
octubre de 1926.
El padre Cabañuelas murió el 20 de marzo de 1441, en olor de santidad, muy
querido y venerado de todos.
El adiós de fray Juan
de Carrión a sus hermanos, 1637-40
https://www.flickr.com/photos/24364447@N05/6329260638
La Cartuja
de Jerez, San Pablo el Real, el Monasterio de los Jerónimos de Guadalupe o la
Merced de Sevilla fueron algunos de los sitios para los que llevó a cabo sus
principales series.
Su obra
adeuda los contrastes tenebristas de Ribera, protagonizados por una tendencia
naturalista típica de la época, algo que se aprecia excepcionalmente bien en
sus sencillas y táctiles naturalezas muertas (en la actualidad Zurbarán ha sido
redescubierto como bodegonista). Sin embargo, lo más característico de este
pintor son sus representaciones de religiosos y santas, a las que viste a la
manera de la época, desplegando todas sus cualidades como retratista y
ejerciendo un dominio absoluto en rostros y telas (a pesar de la aparente
sencillez de su pintura, Zurbarán disfruta con la suntuosidad de las telas).
Uno de sus
mejores cuadros, La visión de San Pedro Nolasco (1628),
procedente del sevillano Convento de la Merced, ejemplifica a la perfección el
lenguaje de este pintor, de una sencillez a la búsqueda de la realidad concreta
de las cosas. Formas dibujadas, distintos tonos de blanco, contrastes entre
sombras y luces, cabezas expresivas…en un marco muy sencillo que acoge la
representación de un milagro protagonizado por el fundador de la orden.
A esta misma
serie pertenece también uno de sus cuadros más perturbadores, la Aparición
de San Pedro Apóstol a San Pedro Nolasco, donde el el apóstol aparece
representado en una violenta posición en escorzo, boca abajo y envuelto por un
halo de luz anaranjada.
Entre los años
1630 y 1640, el maestro del barroco, Francisco de Zurbarán, pintará una serie
de lienzos dedicados a diferentes santas, pertenecen a una etapa en la que el
artista combinaba los encargos de la Corte con los particulares, ya fueran de
religiosos españoles o de los diferentes virreinatos de América, que pujaban
con la metrópoli por su próspera situación económica.
Se trata de pinturas al óleo sobre lienzo en las que Zurbarán muestra, por un
lado, la devoción por el culto a estas advocaciones que se pintaron para
decorar los altares de conventos de España e Hispanoamérica, y por otro,
refleja cómo fueron, en su mayoría, damas de la época las escogidas por el
maestro de Fuente de Cantos para servir de modelos en estos cuadros. Esto fue
especialmente comentado en su época, ya que muchas personas no comprendieron
que estas santas mártires encerraran esas dosis de vistosidad.
Francisco de Zurbarán y Taller, Santa
Bárbara (1640-50), Museo Bellas Artes de Sevilla
Francisco de Zurbarán y Taller, Santa
Matilde (1640-50), Museo de Bellas Artes de Sevilla
Francisco de
Zurbarán y Taller, Santa Inés (1640-50), Museo Bellas Artes de Sevilla.
Santa Margarita por Francisco
de Zurbarán
Cuidaba del rebaño de ovejas
de su niñera1
y fue encarcelada y torturada por defender su virginidad frente a los intentos
de un prefecto romano.
Santa
Águeda, 1630-1633
Santa
Polonia, Zurbarán (ca. 1631). Museo del Louvre procedente del convento de la
Merced Descalza del Señor San José (Sevilla)
Hija de un calificado funcionario de Alejandría (en
Egipto), quien nació en el año 200 y recibió una educación de excelencia.
Además de contar con grandes aptitudes por el conocimiento, tenía a su
disposición la Biblioteca de Alejandría, lo que reforzó sus dotes
intelectuales. La tradición dice que Apolonia se convirtió al cristianismo al
saber que su madre rezaba a la virgen María para poder concebir. Predicó la fe
cristiana durante toda su juventud y hasta su adultez lo que la llevó a ocupar
uno de los grados máximos de la jerarquía católica: dictante de catequesis y
presbítera.
En el año 249 se le acusa de promover un levantamiento
contra la autoridad romana. La sentencia fue el castigo corporal en la boca:
destrucción de maxilares y la extracción de sus dientes.
Santa
Casilda de Toledo (Toledo, 950-1050 – Briviesca, 1050-1107).
Era una andalusí hija del emir de Toledo, que
practicando la caridad cristiana, llevaba alimentos a los prisioneros cristianos de su padre;
descubierta, los alimentos que ocultaba entre sus ropas se convirtieron en
rosas. Según la leyenda, fue martirizada y elevada a los altares. Es patrona de
las mujeres que buscan milagros relacionados con la fertilidad y la sanación de
enfermedades ginecológicas.
Según el Martirologio Romano, Santa
Casilda de Toledo “ayudó con misericordia a los cristianos detenidos en la
cárcel y después, ya cristiana, vivió como eremita”.
Santa
Dorotea, c. 1648.
Dorotea (también conocida como Dorotea de Cesarea)
es una santa cristiana cuya existencia real se discute. Se supone que fue
martirizada en el siglo IV.
La vida de Dorotea está narrada en una leyenda hagiográfica, una passio antigua
del Martirologio Jeronimiano que la describe como
"caritativa, pura y sabia". De fe cristiana, cuando el prefecto
Sapricio le pidió que ofreciera un sacrificio a los dioses, se negó y fue
torturada. El prefecto la confió a Crista y Calixta, dos hermanas apóstatas, para que la convencieran de que
abandonase la religión cristiana, pero ocurrió al contrario: ambas volvieron al
cristianismo y fueron por ello quemadas vivas, mientras Dorotea fue condenada a
la decapitación.
Por el camino al martirio, encontró a Teófilo, quien le dijo
irónicamente: «Esposa de Cristo, mándame manzanas y rosas del jardín de tu
esposo». Dorotea aceptó y, antes de la decapitación, mientras rezaba, apareció
un niño que le trajo tres rosas y tres manzanas, a pesar de que estaban en el crudo
invierno. Ella le pidió que se las llevara a Teófilo, quien, visto el prodigio,
se convirtió al cristianismo.
Su conmemoración litúrgica es el 6 de febrero. Es patrona de los floristas y de Pescia, y copatrona de Castro, y tiene como atributo iconográfico una cesta de fruta y flores.
Existen varias congregaciones religiosas devotas a la
santa, cuyas monjas reciben el nombre popular de doroteas.
Santa Eufemia, por Zurbarán
Eufemia era la hija de un senador llamado Filofronos y de
su mujer Teodosia, de Calcedonia (Bitinia), localidad en la entrada oriental
del Bósforo, enfrente de la ciudad de Bizancio, posteriormente denominada Constantinopla y actualmente Estambul. Desde su nacimiento fue consagrada a
la virginidad.
El gobernador de Calcedonia, Prisco había decretado que
todos los habitantes de la ciudad participaran en los sacrificios a la deidad
pagana Ares. Eufemia fue descubierta con otros cristianos que se escondían en
una casa, rindiendo culto al Dios cristiano, desafiando las órdenes del gobernador.
Debido a su negativa a sacrificar, fueron torturados durante varios días, y
luego entregados al emperador para nuevas torturas. Todo ello para que los
cristianos sacrificaran a Ares. Eufemia, la más joven de ellos, fue separada de
sus compañeros y sometida a tormentos particularmente duros, incluida la rueda,
con la esperanza de quebrantar su espíritu. Se cree que murió por las heridas
de un oso salvaje en la arena bajo el emperador Diocleciano (284-305). Posteriormente se
construyó una magnífica catedral en Calcedonia sobre su tumba
Santa Isabel de
Portugal
Mujer muy devota desde la niñez, se casó el 24 de junio
de 1282 con el rey Dionisio I de
Portugal. De su matrimonio
nacieron dos hijos:
·
el infante Alfonso (futuro Alfonso IV de Portugal).
·
la infanta Constanza de
Portugal, esposa de Fernando IV de
Castilla y madre y regente de Alfonso XI de
Castilla.
La reina dedicó parte de su tiempo libre a atender a los
enfermos, ancianos y mendigos, para los que ella misma confeccionaba ropa.
Durante su reinado ordenó construir hospitales, escuelas gratuitas y refugios
para huérfanos. Ordenó la construcción de un buen número de conventos. A pesar de
la poca moral católica del rey Dionisio, este sentía tanta admiración por
Isabel que la dejaba llevar su vida cristiana de forma libre, hasta el punto de
que la reina distribuía de forma regular las monedas del Tesoro Real entre los
más pobres. Isabel siguió estrechamente el ejemplo de su ancestro Santa Isabel
de Hungría, adoptando su filosofía de vida cristiana hasta tal punto que la
leyenda popular portuguesa adoptó el episodio de la transformación del pan en
rosas de la princesa húngara, colocando como personajes principales al rey
Dionisio y a su esposa.
En diversas ocasiones se trasladó hasta el campo de batalla para acabar con las disputas
entre su marido y su hijo Alfonso. Se colocaba entre los dos y rezaba para que
la pelea finalizara.
En 1325 Isabel enviudó y poco después realizó un viaje de
peregrinación a Santiago de
Compostela, ingresando a su
vuelta en el convento de Santa Clara-a-Velha en Coímbra, que ella misma había fundado, donde
tomó el hábito de las clarisas, pero sin hacer los votos de la orden, lo
que le permitía mantener la administración de su fortuna, que dedicó a las
obras de caridad.
Ya retirada, tuvo que volver a mediar, esta vez entre su
hijo Alfonso y su nieto Alfonso XI de Castilla. Inició un viaje hacia el campo de
batalla de Castilla para poner paz entre los dos
familiares. A su regreso se encontró indispuesta y murió en Estremoz el 4 de julio de 1336. Sus restos fueron sepultados en su convento de Santa
Clara-a-Velha en Coímbra; pero al resultar este progresivamente anegado por las
aguas del río Mondego tuvieron que ser trasladados en
el siglo XVII al nuevo convento de Santa Clara-a-Nova.2
En 2009, se publicó La rosa de Coímbra (en
Portugal Memórias da Rainha Santa) de la escritora española María Pilar Queralt del Hierro, biografía novelada de este personaje.
Santa Lucía de
Siracusa
Posiblemente pareja de Santa Apolonia, formaba parte de una serie
dedicada a santas y vírgenes. La leyenda de Lucía, cuyo nombre significa
"luz", nos habla de su vida en el siglo IV, todavía bajo el
agonizante Imperio romano. Lucía era hija de una familia noble y estaba
prometida. Convertida al cristianismo, se erigió en su defensora, llegó a curar
milagrosamente a su madre enferma, recibió las apariciones de Santa Águeda y
dedicó toda su fortuna a repartirla entre los pobres. Esto hizo que su
prometido la odiara y llegara a denunciarla ante los agentes del emperador
Diocleciano, quien realizó varias campañas de persecución contra los
cristianos. Fue juzgada y condenada a ejercer la prostitución pero ante su
negativa se la torturó y degolló. La tradición quiere creer que el atributo de
su suplicio, los ojos, se debe a que le fueron arrancados por sus verdugos, o a
que se los arrancó ella misma para enviarlos a su prometido y alejarlo de ella.
Sea como fuere, la forma típica de representar a la santa es portando en una
bandeja o ensartados en una vara sus dos ojos. En el lienzo de Zurbarán, Lucía
los lleva como si fueran una ofrenda, mientras que en la otra mano porta su
hoja de palma. Está vestida tan lujosamente como su compañera Apolonia, a la
moda de la Venecia del siglo XVI, y no como se debían vestir las rígidas damas
españolas del XVII.
Santa Marina, Zurbarán la pintó vestida con sombrero oscuro, camisa blanca, corpiño negro y falda roja con sobrefalda verde. Como atributo porta una vara que termina en garfio en alusión al martirio que sufrió, y un libro de oraciones. Museo Carmen Thyssen Málaga y Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Francisco de Zurbarán y Taller, Santa Eulalia de
Mérida (1640-50), Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Santa Rufina, Porta
en la mano unos cacharros de cerámica como atributo, por su relación con la
alfarería. Galería Nacional de Irlanda
Santa Úrsula
Santa Catalina (1635-40) Colección Masaveu
Destacable asimismo es su representación de Santa Catalina (1640), una de las obras más hermosas de este artista, en la que efectúa un espléndido ejercicio de maestría en la ejecución de los paños, las pinturas de vírgenes niñas,
La Virgen niña durmiendo (1635), óleo de Francisco
de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598–Madrid,
1664), una de las grandes personalidades artísticas de la pintura del Siglo de
Oro español, perteneciente a la Colección Banco Santander y fechado en
1630-1635.
Virgen niña dormida, es una de las obras
más emblemáticas de la Colección Banco Santander, y en ella Zurbarán despliega
todas sus cualidades como retratista y ejerce un dominio absoluto en la
intensidad expresiva del rostro de la Virgen niña y demuestra una prodigiosa
capacidad para reproducir las telas y los materiales con una particular
concepción del color.
Se
subrayaba la delicadeza, la ternura y la profunda espiritualidad que se
desprende de la composición, donde Zurbarán presenta, con simplicidad
admirable, una Virgen niña, dormida en una pausa de su oración con el libro en
que meditaba en la mano izquierda, soñando quizá con su futuro destino, acodada
en una modestísima silla de enea. A la derecha de la composición, una mesita
rústica en la que descansa un plato de metal con un cuenco de porcelana
oriental con tres flores de clara significación simbólica: la rosa (el amor),
la azucena (la pureza) y el clavel (la fidelidad).
Cristo en la Cruz, que tanta fama
le dará,
Francisco
de Zurbarán: San Serapio, 1628.
Estilo:
Barroco.
Técnica:
Óleo sobre lienzo.
Temática:
Religiosa.
Dimensiones:
120 x 103 cm.
Wadsworth Atheneum,
Hartford, Estados Unidos.
El irlandés Peter Serapion
nació en 1179. Participó en las cruzadas al servicio del rey de Inglaterra
Ricardo Corazón de León. También participó en la Reconquista al servicio del
rey Alfonso VIII de Castilla, conoció a san Pedro Nolasco e ingresó en la Orden
de la Merced en 1222. Murió en 1240 en la última de las redenciones en las que
participó al no llegar a tiempo el dinero para liberarlo; los musulmanes de
Argel lo martirizaron, atándolo en una cruz en forma de aspa, destripándolo y
descuartizándolo. Por este hecho, se le conoce como san Serapio mártir.
Zurbarán firmó en 1628 un
contrato con el convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada de Sevilla,
comprometiéndose a pintar un retrato de san Serapio para la capilla De
Profundis del sótano funerario del convento.
San Serapio ocupa la mayor
parte del cuadro, dejando libre una estrecha franja a la derecha y la parte
superior del mismo. Aparece de pie o arrodillado, con los brazos en alto, pero
no vencidos, sujetos a la pared con unas cuerdas anudadas en las muñecas. La
cabeza está ladeada hacia su derecha, descansa sobre el hombro; el cabello se
ofrece despeinado, la frente abultada, los ojos cerrados y la boca
entreabierta. La túnica es blanca, con pliegues angulosos, que permiten un
juego de luces y sombras lleno de matices. Sobre la túnica se observa el escudo
de la Orden Mercedaria en colores blanco, grana y oro. El fondo es negro. A la
derecha aparece un papel clavado en la pared en el que se lee “Aquí estoy
también yo”. No aparece ni una gota de sangre, a pesar del cruento martirio que
sufrió san Serapio.
Zurbarán quiso subrayar la
espiritualidad del momento eligiendo el instante último de vida de san Serapio,
dado que los brazos no aparecen vencidos por el peso de un cuerpo inerte,
omitiendo la presencia de los victimarios, dejando al santo en absoluta soledad
y no recreándose en la brutalidad del martirio que sufrió, lo que explica la
ausencia de sangre.
La paleta de colores es
escasa, predominando los blancos, grises, rosados y negro, con algunas notas de
grana y oro. Contrastan el blanco de la túnica y el negro del fondo.
El punto de vista alto y la
luz blanca, la cual entra en la estancia por una ventana elevada que se
encuentra en el lado derecho, pero no a la vista, centran la visión del
espectador en el santo.
San Serapio es una de las mejores obras de los primeros
años de Zurbarán y de toda su carrera artística por su composición, sobriedad
en los elementos, tenebrismo, uso del color y la luz para mostrar la mística
del martirio, virtuosismo en la reproducción de la textura de la túnica,
expresividad del santo y contraste con otros cuadros martiriales contemporáneos
en los que no se ocultan los aspectos más escabrosos del martirio.
https://www.arteespana.com/zurbaran.htm
https://www.cartoixadevalldemossa.com/san-hugo-en-el-refectorio-de-los-cartujos-zurbaran/
http://webcatolicodejavier.org/fraypedro.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Santas_de_Zurbar%C3%A1n
https://www.artehistoria.com/es/obra/santa-luc%C3%ADa-0
https://bajoelsignodelibra.blogspot.com/2020/04/las-santas-de-francisco-de-zurbaran.html
https://www.museobilbao.com/exposiciones/virgen-nina-dormida-208
http://artemagistral.blogspot.com/2021/03/san-serapio-de-zurbaran.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario