La administración de tres haciendas durante la Revolución
María
Eugenia Ponce Alcocer
Acervos
Históricos de la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero-UIA
https://mexicotravelchannel.com.mx/servicios/20200919/5-haciendas-para-retroceder-en-el-tiempo/
José Solórzano Mata, propietario de la
hacienda de San Nicolás del Moral y del molino del mismo nombre, en Chalco en
el Estado de México, y apoderado legal de los bienes de su esposa Josefa Sanz,
dueña de las haciendas de la Concepción Mazaquiahuac y Nuestra Señora del
Rosario ubicadas en Tlaxco en el estado de Tlaxcala, además de diversas
propiedades urbanas que se rentaban en la Ciudad de México, inversiones mineras
y bancarias, así como de un capital líquido con el que se efectuaban préstamos
personales,1 murió en los
primeros meses de 1911. Por esa razón, y ante el estallido del movimiento
maderista, la viuda y sus ocho hijos decidieron hacer un viaje a Europa por
unos meses que se convirtieron en diez años, debido primero al recrudecimiento
de la Revolución mexicana, y después a que en Europa se vivió la Primera Guerra
Mundial, por lo que las condiciones para hacer la travesía marítima y regresar
a México se tornaron más difíciles.
Con el propósito de que sus bienes estuvieran
bien cuidados durante su ausencia, la viuda Josefa Sanz de Solórzano y José, su
hijo mayor, decidieron nombrar como administrador general y apoderado legal de
sus bienes al señor Antonio Castro Solórzano, sobrino de su difunto esposo,
quien conocía el funcionamiento de las haciendas, además del manejo de sus
bienes, por haber aprendido en el despacho de su tío y de su padre, un abogado,
todos los aspectos legales y administrativos de los bienes de la familia
Solórzano-Sanz.
El propósito de este artículo es mostrar cómo
se vieron afectados los bienes de esta familia, principalmente las haciendas,
por la Revolución mexicana y cuáles fueron los mecanismos que Castro Solórzano
utilizó para sortear estos problemas y lograr que las haciendas siguieran
produciendo en medio del movimiento armado.
El artículo está dividido en cuatro aspectos
estrechamente relacionados: la situación en las haciendas ante la amenaza de
las fuerzas revolucionarias, qué cambios hubo en la cuestión laboral durante
estos años, las estrategias que se utilizaron para asegurar la producción y
comercialización de las fincas, y por último los problemas adicionales causados
por el acontecer revolucionario.
Las fuentes utilizadas fueron la
correspondencia semanal que el apoderado general sostuvo con su primo José,
mejor conocido como el Chepe, con el objetivo de mantenerlo al tanto de los
negocios y de las actividades que se llevaban a cabo en las haciendas, así como
de las dificultades que tuvo que sortear debido a las circunstancias políticas,
sociales y políticas que vivía el país durante los años 1911 a 1919. Castro
Solórzano fue un testigo que perteneció a la clase alta, y desde su posición
juzgó el movimiento revolucionario. Cabe aclarar que el aspecto político ya fue
trabajado anteriormente por Ricardo Rendón Garcini,2 por lo que
sólo se mencionara marginalmente.
Las haciendas de Mazaquiahuac y El Rosario,
ubicadas en el estado de Tlaxcala, se dedicaron principalmente a la producción
de pulque, además del cultivo de la cebada y maíz, éste último en menor escala
con el propósito de satisfacer las necesidades de autoabastecimiento de los
trabajadores de las fincas. Por lo que respecta a la hacienda de El Moral,
localizada en el estado de México, estuvo dedicada principalmente a la
producción de trigo y maíz, y marginalmente a la producción de pulque.
La comercialización de los productos de las
tres haciendas se efectuaba principalmente en la Ciudad de México y en los
alrededores de Tlaxco y Chalco. La extensión de las tres haciendas era
considerable: Mazaquiahuac 4706.90 hectáreas, El Rosario 4236.21 y El Moral
1511.63; en total 10,454.76 hectáreas.3 Si bien las
tres unidades económicas funcionaban de forma independiente, en varias
ocasiones parte de la producción de granos de El Moral fue vendida a las fincas
de Tlaxcala con el propósito de tener satisfechas las necesidades de los peones
de estas haciendas.
Castro Solórzano, siguiendo la costumbre de
su tío, sostuvo correspondencia, al menos tres o cuatro veces a la semana, con
los administradores de las tres haciendas a fin de estar al tanto de su funcionamiento
y lograr el mejor aprovechamiento de sus recursos. El apoderado se encargó de
efectuar en las mejores condiciones posibles las transacciones comerciales con
las personas o compañías que pagaran los mejores precios de los productos de
las fincas, con excepción del pulque, ya que casi toda la producción de éste se
comercializaba a través de la Compañía Expendedora de Pulques, de la cual era
socia la propietaria de las fincas.
Además, se ocupaba de revisar la contabilidad
remitida por cada uno de los administradores de las fincas y de cotejarla con
la que se llevaba en el despacho de la Cuidad de México, para tener un
detallado y minucioso conocimiento de la marcha de los negocios a su cargo. Por
lo que se refiere a las propiedades urbanas, alrededor de veinte estaban
arrendadas a diferentes personas. También se encargaba de efectuar imposiciones
y de cobrar los réditos de los diferentes préstamos que se habían hecho a
personajes prominentes de la sociedad, como el licenciado Pedro Lascuráin, Francisco
Vázquez Gómez, Enrique Creel, Elena Brinque de León de la Barra, Eduardo
Cuevas, entre otros.
EL ASEDIO DE LAS FUERZAS REVOLUCIONARIAS
Uno de los problemas a los que el apoderado
de la familia Solórzano-Sanz tuvo que enfrentarse durante todo el movimiento
armado fue el de las fuerzas revolucionarias, primero las Zapatistas y luego
indistintamente las villistas y carrancistas, a quienes Castro Solórzano,
calificó de bandoleros o gavillas. Estas fuerzas primero merodearon las
haciendas, pero finalmente entraron en ellas con el propósito de hacerse de
recursos, ya fuera en efectivo o en especie, como caballos y granos, ya que las
haciendas representaban una buena fuente de abastecimiento, en la mayor parte
de los casos gratuito. Así le comunicó a su primo un acontecimiento que se iba
a repetir con bastante frecuencia:
[...] en el Moral [los Zapatistas]
sorprendieron a todos profundamente dormidos, incluso los veladores, saltaron
la barda frente a la hacienda demoliendo las soleras del pretil y abriendo el
zaguán para dar paso a la chusma de a caballo y de a pie. Esto fue como a las
dos de la mañana, el ruido despertó a don Higinio [el administrador], se asomó
por el balcón y viendo el numeroso grupo que ya estaba forzando el segundo
zaguán de la hacienda a hachazos, corrió a despertar al dependiente, así que
éstos y las criadas se descolgaron por la parte de atrás como Dios les dio a
entender.4
En 1911, el apoderado, valiéndose de
diferentes estrategias, en un principio logró que el ministro de Guerra, el
general José González Salas, autorizara una partida de las fuerzas de Chalco
para proteger el rumbo, y que se le facilitara un contingente de diez rurales
para proteger la hacienda de El Moral. Posteriormente, algunos propietarios de
las fincas aledañas se percataron de que el gobierno no siempre accedía a esta
petición, por lo que los hacendados de esa zona, incluida la propietaria de la
hacienda de El Moral, resolvieron formar un destacamento armado costeado por
ellos mismos,5 es decir, una
especie de guardias blancas.
Además de unirse a esa resolución, dos años
más tarde, ante la llegada de los Zapatistas a Tlaxcala y Puebla, Castro
Solórzano instruyó a sus administradores para que se defendieran de esos
"endemoniados" en Mazaquiahuac; mientras se compraban armas y parque,
se iba a hacer uso de los que hubiera, repartiéndoselos entre empleados y mozos
de confianza. Esa decisión se tomó porque sus torreones y casa eran magníficas
defensas, y porque se tenía la convicción de que era más expuesto "con
estos asesinos dejarse; pues después de robar matan con más ganas", además
de que si sabían que los propietarios estaban dispuestos a defenderse, lo
pensarían dos veces antes de atacar. Si bien el apoderado autorizó esta
defensa, advirtió que la voluntad de los propietarios era "que no se
expusieran las personas, aun cuando los intereses sufrieran".6
En 1914, en la zona de los Llanos de
Tlaxcala, los Zapatistas ya habían ocupado más de sesenta fincas. La defensa
por parte del aparato gubernamental cada vez era más complicada, por lo que el
gobierno expidió una circular para que todos los peones de las haciendas fueran
a inscribirse a sus respectivos distritos para formar parte de la guardia nacional,
y que los propietarios de las haciendas declararan claramente si estaban
dispuestos o no a hacer resistencia a los bandoleros. Los dueños de las fincas
que no estuvieran en disposición de defenderse debían entregar las armas y
caballos que tuvieran con el propósito de evitar que el armamento y los
animales fueran confiscados y utilizados por los rebeldes. En esas
circunstancias, el apoderado dio instrucciones al administrador de El Rosario,
para que declarara que en esas fincas no había ninguna existencia de armas y
caballos, ya que los asaltantes se habían llevado todo y por lo tanto no
estaban en condiciones de presentar ninguna resistencia.7
Adicionalmente, Castro Solórzano le
escribiría una carta al gobernador de Tlaxcala, Manuel Cuéllar,8 en la que le
manifestaba que las haciendas de Mazaquiahuac y El Rosario, estaban en riesgo,
ya que "había recibido una carta en la que los pillos, que se titulan los
jefes del ejército Constitucionalista e IDEALISTA, amenazaban con arrasar las
haciendas".9
A fines de julio de 1914, tan pronto como
supo que los Zapatistas se iban aproximando a la hacienda y al molino de El
Moral, el apoderado resolvió junto con el administrador salvar el ganado
trasladándolo a la Ciudad de México, donde primero estuvo en unos potreros de
San Lázaro, pagando seis centavos por cabeza; pero con el fin de economizar
gastos, decidió vender 345 cabezas de ganado caballar, mular y lanar a $3.50
cada animal y quince bueyes viejos a $60 cada uno. Menos de quince días
después, unos asaltantes, que posiblemente eran agraristas, pero a quienes
Castro Solórzano calificó de: "chusmas Zapatistas se habían robado y
destruido todo, robaron harina, trigos, parte de maquinaria y las milpas que
iban muy bonitas casi las han destrozado".10
Finalmente del 2 de agosto de 1914 al 6 de
enero de 1916, la hacienda y el molino del Moral estuvieron en poder de los
Zapatistas y más tarde de los carrancistas. Al recuperar la finca el apoderado
encontró parcialmente destruida la casa, las oficinas y las sementeras.11
En diciembre de 1914, en la región de los
Llanos de Apam, los carrancistas y las partidas de distintos bandos, así como
los constitucionalistas, ya se habían dividido, "cayeron ahí como langosta
de aves de rapiña", arrasando las fincas y las poblaciones. "En
Mazaquiahuac y Rosario han entrado varias veces llevándose cuanto han podido.
En la casa de Mazaquiahuac que encontraron sola porque todos los empleados
huyeron, rompieron cómodas, etcétera, llevándose cobertores y cuanta ropa
encontraron".12
Castro Solórzano, en septiembre de 1914,
tenía otro problema igual o más grave: el general Máximo Rojas, el gobernador
provisional y comandante militar de Tlaxcala nombrado por el general Pablo
González, en nombre de Venustiano Carranza,13 había
decretado préstamos forzosos de 200 cargas de maíz y 200 de cebada para cada
finca, y había que entregarlas en un plazo de tres días; de no cumplirse esta
disposición se confiscarían las fincas. El gobernador, según palabras del
apoderado, era "un cabecilla feroz apellidado Rojas". Pero no sólo
eso: éste había exigido el reintegro de todas las contribuciones pagadas al
gobierno usurpador [de Victoriano Huerta]. Según don Antonio, esta medida ha
colmado el plato, pues las contribuciones significan un tributo para gastos públicos
existentes, sea quien fuere el gobernante y se pagan de grado o por fuerza.
[...] La mayor parte de los hacendados de Tlaxcala han acordado dejar que hagan
cuanto quieran, antes de hacer tan injusto reintegro y en ésta estamos
nosotros.14
Pese a estas disposiciones, las haciendas en
esta zona siguieron trabajando, aunque no a toda su capacidad. En ocasiones,
como una estrategia del apoderado, se ordenó que las trillas y las pizcas en
Mazaquiahuac y El Rosario se suspendieran para evitar que se tuviera existencia
de semilla en troje y "se les antoje a los del Gobierno o [a los]
antigobiernistas".15
Si bien las distintas fuerzas siguieron
aprovisionándose en esas fincas, hubo casos excepcionales en que las fuerzas
que llegaron a las haciendas pagaron lo que consumían. Castro Solórzano le
informó a su primo que en El Rosario había entrado una partida como de cien
hombres bien montados y armados, que permanecieron unas horas sin causar el
menor problema: "todo lo que consumieron y compraron lo pagaron
religiosamente, pero nadie supo si eran Zapatistas, villistas o de alguna otra
bandera. Inmediatamente se dio parte al destacamento de Soltepec, pero no los
persiguieron". Ese mismo destacamento ya "había solicitado"
mulas, carros y semillas, pero como ya no quedaban caballos en las haciendas, exigieron
cada quince días cinco cargas para pasturas, dando recibos que significaban
pérdidas.16
La siguiente ocasión, en abril de 1916, no
corrieron con tan buena suerte, ya que una fuerza de aproximadamente 500
sublevados entró en el Rosario y se llevó entre dinero y muías, alrededor de
$7,000, dejando un recibo de 3,500 [pesos] "dizque para
fomento de la revolución Mexicana contra los americanos". El administrador
y su señora habían sido despojados "hasta de sus zarapes y de cuanto
tenían". Castro Solórzano opinaba que por el campo se tenían todavía estas
amenazas, pero consideraba: "natural que ahora que el gobierno [carrancista]
trata de consolidarse y meter el orden a tanta gente de armas [bandidos y
militares], se esparzan esta clase de gavillas por todo el país, como sucedió
antiguamente".17
Todavía en marzo de 1919, en la hacienda de
Mazaquiahuac se había recibido una carta anónima "llena de amenazas y
bravatas",18 por haber consignado
a las autoridades a una señora y dos agentes revolucionarios que entregaron una
comunicación exigiendo dos mil pesos semanales y otras cosas, bajo pena de
quemar El Rosario y asesinar a los empleados.19
Pese a la invasión de las diversas fuerzas
revolucionarias en las tres haciendas, estas, aunque en menor escala, siguieron
produciendo y comercializando sus productos. Esto se debió a que el apoderado
se mantuvo apartado de la política e instruyó a los administradores que
siguieran esa conducta y sólo en último caso, a que negociaran con los líderes
de las fuerzas que los amenzaban.
LA CUESTIÓN LABORAL
Uno de los aspectos fundamentales para que
las haciendas pudieran continuar trabajando era contar con mano de obra
suficiente y con jornales que hicieran redituable los costos de operación.
Cuando algunos trabajadores de las fincas pertenecientes a la familia
Solórzano-Sanz expresaron su deseo de que se les aumentara el salario,
situación que posiblemente se estaba dando en otras haciendas, el apoderado
manifestó de forma apasionada:
[...] ya quisieran en otras haciendas recibir
el trato que en las de acá, donde se les atendía como a hijos de Dios,
proporcionándoles toda clase de auxilios espirituales, médicos, medicinales,
escolares, y que lo del dinero era lo de menos, porque les servía de fomentar
vicios nada más y ningún bienestar.20
Podemos ver que en estas haciendas se
proporcionaban algunas de las concesiones que se enmarcan dentro de la teoría
de la economía moral.
El problema de los salarios se solucionaría
de forma favorable para los hacendados cuando a mediados de 1911 los
terratenientes de los distritos norteños de Tlaxcala y los de Hidalgo
decidieron crear una Liga de Agricultores ante un débil y vacilante gobierno
federal. Después de varios tropiezos, la Liga finalmente se formalizó en enero
de 1912, y se mostró capaz de implantar en Tlaxcala un sistema uniforme de
rayas para la mano de obra rural. De esa manera se eliminó la competencia entre
los propietarios, además de restringir la movilidad horizontal de los peones y
trabajadores. En esa junta, según noticias que tenía Castro Solórzano, se había
propuesto que se subieran los jornales a sesenta centavos, se suprimieran las
raciones y se eliminaran los abonos de cuentas.21 Es decir, que
se modificara el sistema laboral que se había establecido en la hacienda desde
fines del siglo XVI.
De acuerdo a la economía moral, la concesión
de "prestaciones sociales" de parte del hacendado, como fueron el
otorgamiento de parcelas de tierra, los productos alimenticios de primera
necesidad a precios subsidiados, los créditos, la habitación, el vestido, y en
algunos casos la asistencia médica, obedecía a dos motivos: uno, el de la necesidad
práctica y económica de asegurar la mano de obra necesaria mediante la garantía
de subsistencia; y el otro, desde la perspectiva de la llamada "economía
moral", implicaba que los hacendados tenían la obligación de satisfacer
esas necesidades y el derecho de premiar y censurar la conducta de los
trabajadores, tal y como un padre ejerce ese derecho sobre sus hijos. A cambio
del otorgamiento de estos beneficios, el hacendado recibía gratitud y lealtad
por parte del trabajador. Así, en esta relación de protector-protegido, el
hacendado y el trabajador establecían vínculos de reciprocidad.22
Hay que recordar que esta idea de modernizar
la relación laboral no era nueva: había estado presente entre algunos
hacendados desde la última década del siglo XIX. Hubo discusiones, reuniones de
trabajo y comentarios en congresos agrícolas, y críticas en los periódicos y
revistas como el Diario del Hogar, El Agricultor Mexicano, el Boletín
de la Sociedad Mexicana, ya que se tenían serias dudas sobre la
eficiencia y racionalidad del sistema laboral; por ello, se hizo una revisión
paulatina de la remuneración tradicional que estaba orientada a cubrir las
necesidades de los trabajadores, un ingreso establecido según el número de
hijos y la antigüedad del trabajador en el empleo. Esos esfuerzos tuvieron como
objetivo el abastecimiento de trabajadores según los requerimientos de las
fincas, así como la vinculación de éstos a las haciendas por medio de salarios
establecidos según el rendimiento. Además, los propietarios modernizadores
perseguían también la disminución de las pérdidas de capital procedentes de
deudas incobrables ocasionadas por el pago de anticipos, así como por la
concesión a los trabajadores de préstamos y créditos que muchas veces no se
podían cobrar.23 Estos
hacendados modernos consideraban que el tipo de relación laboral imperante
obstaculizaba el progreso.
Pero la Liga de Agricultores no había
acordado nada en forma definitiva, y eso angustiaba a don Antonio, ya que él
tenía que resolver para mediados del mes de febrero a cuánto aumentaría los
jornales de los peones, ya que la gente de Mazaquiahuac y El Rosario:
[...] anda muy soliviantada y hay rumores de
que exigirán jórnales de un peso diario y menos horas de trabajo, con la
circunstancia agravante de que el Gobierno en general y en particular el
gobernador de Tlaxcala [Antonio Hidalgo], que es esencialmente socialista, de
las capas bajas, los apoyan y tienen que apoyarlos para sostener su
popularidad.24
El gobernador Antonio Hidalgo fue dirigente
obrero perteneciente a las filas del Partido Liberal Antirreeleccionista de
Tlaxcala. El programa de gobierno del Partido incluía el fomento a la pequeña
agricultura; un nuevo avalúo de las fincas rústicas; la fundación de colonias
agrícolas en fincas expropiadas; la devolución de tierras y aguas enajenadas
ilícitamente, la exención del pago del impuesto predial a las pequeñas
propiedades y condiciones más justas para los obreros y trabajadores del campo,
como la situación ilegal del peonaje por deudas.25
Castro Solórzano había oído que en la
hacienda de Xalostoc y en otras haciendas de los alrededores se les iba a pagar
de 75 centavos en adelante; ignoraba si era cierto, pero él tenía urgencia de
retener a la gente de alguna manera, y le preocupaba que quedasen "en
peores condiciones"26 y no pudiera
tener la mano de obra suficiente para realizar las labores.
Finalmente los jornales de los peones de
Mazaquiahuac y El Rosario en 1912 aumentaron únicamente cuatro centavos, con el
pretexto de que con ello se obtendría más gente, y de "compasiones mal
entendidas, y tal vez trabajen menos y se hagan más viciosos los peones, pues
ya sabes que en nuestro país, mientras más ganan los jornaleros, menos trabajan
y más se emborrachan".27
En el comentario anterior podemos darnos
cuenta de la manera de pensar del apoderado de la familia Solórzano-Sanz, así
como del concepto en que tenía a la clase trabajadora. Un pensamiento que fue
compartido por diversos propietarios, y en el que se observan prejuicios,
arrogancia y soberbia.
Pero sí la agitación revolucionaria no
consiguió un mejoramiento salarial en ese momento, sí comenzó a cambiar la
mentalidad y el comportamiento de los algunos de los trabajadores que,
influidos por el liderazgo del Partido Liberal Antirreeleccionista de Tlaxcala,
comenzaron a demandar mejores condiciones laborales, lo que provocó que a
mediados de 1912 estallara una huelga de peones, aunque fracasó al retirarle su
apoyo el presidente Madero. Sin embargo, una segunda huelga se extendió en las
haciendas del norte de Tlaxcala, Xalostoc y Tepeyehualco.28
Aprovechando esas circunstancias, la cercanía
de la finca de Tepeyahualco que colindaba con Mazaquiahuac y la disminución de
mano de obra, los trabajadores de Mazaquiahuac y El Rosario se rehusaron a
trabajar si no se les disminuían las tareas. Ante esa presión, el apoderado se
vio obligado a ceder:
[...] al llegar la lumbre como las huelgas de
los campesinos, [...] a arreglar con la gente un aumento de jornal lo más
equitativo posible, bajo la base de venderles el maíz que necesiten a precio
corriente, suprimirles los abonos en deudas siempre que no se separen y
condonárselos en caso de muerte y arreglar aumentar las horas de trabajo de
seis a seis [todo ello] por la falta de brazos que hay en la actualidad.29
El apoderado aparentemente quedó en
desventaja al consentir dar un aumento en el jornal, pero al venderles el maíz
a precios corrientes los trabajadores se vieron perjudicados, porque en la
relación patrón-protegido una de las concesiones que se otorgaban era la venta
de víveres, que incluía desde luego maíz a precio preferencial.
Al año siguiente, hubo algunas semanas en que
los costos de las labores aumentaron, debido a que ascendió el número de gente
en Mazaquiahuac, en la cual había, entre acasillados y semaneros, como 200. Si
bien el administrador Trinidad Mateos aseguraba que no se habían incrementado
los jornales ni las tareas, Castro Solórzano tenía sus dudas, ya que en El
Rosario los semaneros habían exigido que se les dieran solamente 14 varas para
cortes de cebada y el administrador no había estado de acuerdo. Por esa razón,
algunos semaneros habían abandonado la finca y el administrador se vio en la
necesidad de poner en su lugar a carboneros, albañiles y cuanta gente había
para apresurar los cortes. El apoderado consideraba que "tal vez haya
cierta tolerancia o compensación en Mazaquiahuac para esa aglomeración de gente
en las actuales circunstancias, pero hay que hacerse uno el desentendido porque
de lo contrario, sería PIOR".30
En febrero de 1914 Castro Solórzano acordó
que en las rayas de Semana Santa se prestase a los peones adultos seis pesos y
a los muchachos tres, y se afrontasen las consecuencias, ya que la situación
así lo exigía. De arreglarse ésta, en opinión del apoderado, lo más conveniente
sería limitarse exclusivamente a la producción del tinacal, debido a que las
labores de cebada y maíz, con los jornales que se estaban pagando y las
exigencias de la gente, casi no costeaban. Don Antonio consideraba que en
Mazaquiahuac: la cantinela [del administrador] de compadecer a la pobre gente,
entorpece toda clase de gestiones económicas y he tenido que ponerme serio,
llamando la atención [de] que antes de la pobre PILLA gente están los intereses
ajenos, que la caridad debe hacerse con dinero propio y nada más. Por
contemporizar y estar bien con esa gente, han bajado tanto las utilidades y se
han abandonado y desatendido las fincas desde hace tiempo. Esto es urgente
modificarlo.31
Otra vez la defensa de los bienes a su
cuidado deja ver claramente su manera de pensar paternalista. Para Castro
Solórzano la mano de obra debía ser obediente, honrada, responsable, pero sobre
todo sumisa a las órdenes de la autoridad del hacendado. Desde el punto de
vista de la teoría de la economía moral, el hacendado debía proteger a sus
trabajadores como un padre a sus hijos, y sus decisiones debían ser
irrebatibles; ese tipo de autoridad, sin embargo, era la que el apoderado ya no
podía ejercer tan fácilmente.
Y la situación se modificó, pero no de una
manera favorable para los intereses que el apoderado de los bienes de la
familia Solórzano-Sanz tenía a su cuidado. En Puebla y Tlaxcala, el comandante
militar, el general Pablo González introdujo en 1914 el salario mínimo legal de
80 centavos y una jornada máxima de ocho horas diarias para los empleados de
las empresas agrícolas e industriales. Simultáneamente expidió el decreto por
el cual se declaraba la abolición inmediata de las cuentas de deudas, lo que
significaba el fin del sistema de anticipos y créditos; asimismo se suprimía el
peonaje y se les permitía a los trabajadores dejar las haciendas.32
Don Antonio le comunicó a su administrador
que dicho jornal era por ocho horas efectivas de trabajo; por lo que se refería
a los muchachos, es decir, los peones jóvenes, se les debía pagar
proporcionalmente a lo que hicieran. Así, a los sirvientes, carreros, arrieros,
plataformeros, coleros, tlacualeros y ganaderos se les ajustaría
proporcionalmente un sueldo mensual, procurando que toda clase de trabajos del
campo con cortes de cebada, barbechos, etcétera, se ajustase por tarea o
destajo proporcionalmente a dicha unidad de trabajo.33 Esto, desde
luego, significaba un aumento en los costos de producción.
Lo que más molestó al apoderado de la familia
Solórzano-Sanz, fue que el gobierno de Tlaxcala no sólo obligaba a pagar 80
centavos diarios a los trabajadores, "sino que arbitrariamente ampara a
los que por falta de trabajo o sobra de vicios se suprimen".34 Se observa
así el papel que el Estado revolucionario empieza a tener en la defensa de los
derechos laborales de la clase trabajadora, y se constata la reacción de
disgusto y enojo del representante de la dueña de las haciendas.
Al considerar el administrador de El Rosario
que sobraba gente en el corte de cebada, decidió suprimir una cuadrilla de
semaneros y recibió un citatorio de Tlaxcala; por estar enfermó no acudió y
"acto seguido recibió otro citatorio, que aunque fuera en camilla se
presentara. [...] por lo pronto les dio otra vez trabajo a los de la
cuadrilla, significando esto, otra pérdida".35 Lo anterior,
pone en evidencia que la hacienda era una empresa manejada con el propósito de
obtener utilidades y evitar pérdidas, en la que los salarios debían mantenerse
lo suficientemente bajos para que la producción fuera costeable y generara
ganancias; era una unidad económica de carácter capitalista.
Si bien Castro Solórzano defendía los
intereses que le habían encomendado sus familiares, no era insensible a la
situación de los trabajadores de las fincas a su cargo. Esto puede observarse
cuando en marzo de 1916, el malestar generado por la carestía de Porfirio de
primera necesidad había alcanzado proporciones increíbles, lo que había
provocado que mucha gente regresara a su tierra para comer siquiera tortillas.
El apoderado había decidido subirles provisionalmente el 25% a los principales
empleados, contando con la aprobación de los propietarios, mientras pasaba esa
terrible crisis. Les había advertido que no era un aumento de sueldo, sino
solamente un auxilio extraordinario. "Eso lo he hecho porque ya era
verdaderamente imposible que les alcanzase con los sueldos acostumbrados".36
Este comportamiento del apoderado volvió a
observarse en la Navidad de 1918, cuando a pesar de que el vínculo tradicional
entre el propietario y los trabajadores ya se había roto desde 1914 en
Tlaxcala, debido a las disposiciones establecidas por el general González
mencionadas anteriormente, al darse cuenta de que "la gente est[ab]a muy
necesitada y en las haciendas, est[ab]an todos los peones encuerados y como el
frío est[ab]a presentándose muy crudo compr[ó] 150 frazadas [...] para
repartírselas".37
Posiblemente la mentalidad del hacendado y
sus valores, fuertemente influidos por la religión cristiana y sus deberes
característicos señalados por la encíclica Rerum Novarum38 unido todo
esto a la fuerza de la tradición y a su preocupación por la mínima subsistencia
de los trabajadores, expliquen esa conducta que puede enmarcarse dentro de lo
señalado por la teoría de la economía moral.
Para poder cumplir de manera satisfactoria
con sus responsabilidades como apoderado de los bienes de la familia
Solórzano-Sanz, don Antonio debía tener en la cúspide de la jerarquía laboral
de las haciendas buenos administradores, es decir, hombres de toda su confianza
que fueran capaces de organizar eficazmente los trabajos en la hacienda, pero
que además impusieran disciplina y orden dentro de la misma. Si bien estaba
consciente de que cambiar a estos empleados o a los escribientes causaba
trastornos, no dudó en hacerlo cuando consideró que estos empleados abusaban de
la confianza de sus patrones o bien no cumplían satisfactoriamente con sus
obligaciones.
En octubre de 1917 Castro Solórzano le comunicó
a su primo el Chepe, que había contratado para hacerse cargo de la
administración de El Rosario a una persona parecida a don Higinio, el actual
administrador de Mazaquiahuac, quien estaba al pendiente de las labores y
cuidando que los peones trabajasen y no abusasen, por lo que se había ganado el
odio de sus subalternos. Es "un indiote por el estilo del que está en
Mazaquiahuac, que ha metido en cintura a todos, ambos son incultos, pero
conocedores de campo y trabajadores y en esta épocas son los que convienen".39
El apoderado tenía esperanzas de que el nuevo
administrador se "fajara los pantalones", ya que era de la opinión de
que había "gente mala" en la misma finca que estaba en contacto con
los "bandoleros", informándoles cuándo era el momento propicio para
asaltar a la hacienda, y el saber que todos los trabajadores, incluido el
administrador abandonaban la hacienda, "los anim[ab]a a cometer sus
fechorías, pues sab[ía]n que no ha[bía] un valiente que les par[as]e los tacos.
El indio que est[ab]a en Mazaquiahuac ha sabido imponerse y le alz[ab]an pelo,
por eso creo que no le lleg[ab]an".40 En los dos
párrafos anteriores puede observarse la manera de pensar de Castro Solórzano:
la necesidad de que los empleados sean obedientes, que acaten sin discutir y
que una autoridad los someta al orden; pero también se observa un desdén hacia
la persona que los hará obedecer: un "indiote" inculto, pero
valiente.
Poco tiempo después, el administrador general
de los bienes de la familia Solórzano-Sanz se enteró con gran pesar y coraje de
que en El Rosario el herrero Rivera tenía en su casa piezas de la batería y
vajilla de la hacienda de Mazaquiahuac, alegando que su compadre Gallegos se
las había dado a guardar, porque María Mateos, la esposa del administrador
anterior, se las había dado. Don Antonio manifestaba:
Será o no verdad, pero lo que no cabe duda
[es] que entre administradores, empleados y sublevados, saquearon las haciendas
en 1914, 1915 y parte de 1916, y que el Rosario era una madriguera de ladrones
y gente nociva. [El anterior administrador] se hizo de la vista gorda con los
pobrecitos [...] Mazaquiahuac participaba del mismo bolcheviquismo, pero ya
está algo purgado, pero en el Rosario se necesita limpia completa.41
El administrador general consideraba que
estos problemas se debían en gran parte a la Revolución, ya que ésta había
descompuesto a los trabajadores, a los empleados y hasta a los administradores,
"en todos sentidos, pues unos con sus exigencias, insubordinaciones e
ignorancia, otros con su malestar, peligro y separación de familias que han
tenido que traer a México por los riesgos, y que ya les gustó la corte a las
señoras, haciéndoseles pesado volver al campo, etcétera, la cosa no anda nada
bien".42
El problema, según Castro Solórzano, era que
ya no eran fieles, ni mantenían el lugar que según él debían ocupar en el
mundo, en donde los trabajadores ocupaban la escala más baja; éstos se habían
insubordinado, habían dejado de ser sumisos alterando el orden social que se
había mantenido durante varios siglos. Esta concepción se adapta al modelo
paternalista y a la economía moral que se vio alterada por el movimiento
revolucionario.
LA PRODUCCIÓN Y COMERCIALIZACIÓN DE LAS HACIENDAS
Una cuestión fundamental para Castro
Solórzano consistía en que en las haciendas se pudiera producir el pulque,
cultivar los diferentes granos y comercializar los productos de las fincas. Con
ese propósito, ante la escasez de la mano de obra y debido a que "los
trabajadores se chiquean demasiado"; decidió autorizar la compra de una
máquina sembradora que hacía el trabajo de 15 peones.43 Probablemente
esta decisión solucionó el problema de la fuerza de trabajo, pero creó el
problema de no tener suficiente mano de obra calificada para utilizar la
maquinaria.
Pese a los problemas que causaba la
Revolución, durante los primeros meses de 1912 Castro Solórzano consiguió
vender 50 mil kilogramos de cebada de la nueva cosecha, a un precio de $40.50
por tonelada puesta en Soltepec, y tenía otra "apalabrada" de 15,000
kilogramos a $41. Días más tarde, ante el temor de que los
"revoltosos" y "bandidos", penetraran en las fincas y se
las robaran, las estrategias de venta tuvieron que cambiarse. En lugar de
guardar la cosecha de cebada en las trojes y tratar de obtener mejores precios,
optó por vender parte de ella a un precio un poco menor al anterior: dos
partidas de 200,000 kilogramos, una a $40 la tonelada y la otra a $39.50. La
última parte de la cebada la vendió en agosto al "mejor precio posible"
$57 la tonelada.44
Si comparamos los precios a los que el
propietario vendió en agosto de 1908, entre 52 y 55.50 pesos la tonelada,45 se observa
que sólo en la última venta obtuvo un precio superior, pero el temor de que las
fuerzas revolucionarias decomisaran la producción lo inclinó en su decisión de
esperar para obtener mejores ganancias.
Por lo que se refiere a la producción de
maíz, la vendió a $11 los 150 kilogramos, porque ya no pudo obtener mejor
precio debido a que, según la opinión del hacendado, los precios habían bajado
porque los hacendados de Toluca habían inundado el mercado de maíz ante la
proximidad de los Zapatistas. Además, no podía esperar más, pues el maíz se
picaría.46
Si contrastamos esto con la venta de maíz
realizada en 1909 a un precio de $8.93 ¾ los 150 kilogramos,47 se observa
que en 1912 aparentemente obtuvo un mejor precio, pero se tendría que disponer
de los datos del costo de la cosecha de maíz de estos dos años para saber si
obtuvo ganancias.
En cambio, en el molino de El Moral había
escasez de trigo y precios elevados; esto se debía, según explicaba Castro
Solórzano, a un fenómeno producido por la Revolución: en los últimos meses las
ventas habían aumentado considerablemente y se había tenido que forzar la
molienda, ya que toda la zona de tierra caliente se surtía de los molinos de
Chalco, y por las irregularidades en la vía del Ferrocarril Interoceánico, los
arrieros acudían a los molinos cercanos para llevar pan a los Zapatistas y
federales. "Ahora nos vamos a ver apurados por trigos, pues todo el rumbo
de Juchi,48 está apestado
de sublevados y las tapas y trillas han sido dificilísimas".49
Al agotarse las existencia de trigo, en el
estado de México se pagaron precios exorbitantes que oscilaban entre 20 y hasta
22 pesos por carga,50 si bien el
apoderado se percataba de que a todos les afectaba esta situación, "como
quiera nos la barajaremos subiendo el precio a la harina y granos".51 Las ganancias
no se perderían, ya que los costos los pagaría el consumidor.
Sin embargo, en septiembre de 1914, las
pérdidas ya fueron considerables, debido a que la hacienda y el molino de El
Moral estaban en poder de los Zapatistas, y no se podían preparar las siembras
del año siguiente.52
Pero al saber el apoderado que el coronel
Zapatista que estaba al mando de esas fuerzas en la zona de Chalco deseaba
sembrar seis u ocho fanegas de maíz en forma de aparcería, decidió aprovechar
la oportunidad. Le informó que estaba dispuesto a llegar a ese arreglo si el
coronel les ayudaba para trabajar el resto de la finca; éste le comunicó que lo
consultaría con el general Zapata y más adelante le resolvería. Don Antonio le
advertía al propietario que si lograban esto, al menos por uno o dos años,
tendrían que dar a medias o al tercio todas las siembras, pero consideraba que
era lo menos desfavorable. Con el objetivo de lograr que el coronel pusiera más
empeño en lograr el acuerdo de manera favorable, Castro Solórzano consideró
pertinente obsequiarle un caballo.53 De esa manera
lograba proteger la hacienda, disminuir los riesgos y mantener buenas
relaciones con las fuerzas Zapatistas.
Mientras esperaba la resolución, decidió
vender toda la producción de cebada cosechada en Mazaquiahuac y El Rosario a
principios de 1915, a un precio de 62 pesos la tonelada, quedando por cuenta y
riesgo del vendedor. Además, al estar diseminados por el rumbo de Tlaxcala
tanto los Zapatistas como los carrancistas, y previendo que pudieran requisar
la producción, realizó una hábil maniobra con el propósito no sólo de proteger
el maíz cosechado y asegurar su venta, sino también para asegurar la
subsistencia de sus trabajadores. Decidió que toda la existencia de esa semilla
en ambas fincas se repartiera entre los peones para que lo conservasen en su
poder y lo protegieran, y lo fueran pagando en proporción de lo que cada semana
fueran consumiendo.54
A principios de 1916, en la región de Chalco,
el apoderado logró hacer unas gestiones y consiguió autorización del cuartel
general constitucionalista para mandar gente y empezar a realizar los cultivos
en la hacienda. En cambio, en Mazaquiahuac las labores de campo estaban
atrasadas por falta de animales, apero y voluntad del administrador, de manera
que Castro Solórzano trató de dar al tercio la mayor parte de tapas de cebada a
la persona que pusiera los animales y algo de aperos, ya que era muy peligroso y
caro conseguirlos en esos momentos.55
En 1919 Castro Solórzano se enorgullecía de
que la siembra del maíz en la hacienda de El Moral estaba en muy buenas
condiciones, ya que no había dejado de llover y se habían sembrado 90 fanegas,56 "exceptuando
unos pedacitos dados a medias con segunda intención a uno de los militares del
rumbo y a unos indios de Tlapala". Se mostraba optimista de que se pudiera
obtener una cosecha superior a las 5,000 cargas, con lo que obtendrían unas
buenas utilidades, ya que el precio del maíz fluctuaba entre 15 y 16 pesos.57
Al enterarse que había mucho maíz sembrado, y
anticipándose a que el precio bajaría por el exceso de oferta, el espíritu
comercial de don Antonio se muestra, al indicarle al propietario que en España
esa semilla se vendía bien, por lo que quizá fuera redituable exportar, de tal
manera que le recomendaba se pusiera en contacto con alguna casa importadora
fuerte y de toda confianza, a fin de que le proporcionara informes sobre el
precio y demás circunstancias orientadoras, ya que tal vez tuviera que vender
aquí a 10 o 9, o acaso menos pesos oro, los 150 kgs.58
Por lo que respecta a la producción y
comercialización del principal producto de las fincas tlaxcaltecas, es decir,
el pulque, en los primeros años de la Revolución el problema principal no fue
tanto la producción, sino la comercialización del mismo. Los propietarios de
Mazaquiahuac y El Rosario eran accionistas y socios de la Compañía Expendedora
de Pulques,59 la cual se encargaba
de su venta en la Ciudad de México. Los empleados de la Compañía se encargaban
de cuidar la calidad de la bebida, y en varias ocasiones derramaron o
rechazaron la producción por no estar en buenas condiciones, lo que significó
pérdidas para la hacienda productora.
Además, se inició una batalla contra el
pulque, de la cual el instigador, según Castro Solórzano, "era el
maderismo [que] se ha aprovechado de la Nación como de cosa propia, [Madero]
tiene grandes fábricas de alcohol en Parras [Coahuila], y de tal manera y tan
descaradamente se protegen los parientes que ya es un escándalo inaudito".60
Al poco tiempo de arribar al poder, el
gobierno del general Victoriano Huerta expidió la orden de que a partir del 20
de julio de 1913, los domingos quedaba prohibido abrir las cantinas y las
pulquerías, como una medida moralizadora61 que, desde
luego, afectó las ganancias de los productores. Finalmente, en septiembre de
1914, el gobierno del Distrito Federal decidió clausurar las cantinas de la
ciudad, si bien se volvieron a abrir de junio de 1915 a enero de 1916; al
triunfo de los constitucionalistas se suprimió definitivamente la prohibición
de vender pulque en la Ciudad de México.62 Castro
Solórzano, tratando de amortiguar las pérdidas, buscó la posibilidad de que
parte de la producción pulquera se destinara a la elaboración de miel de
maguey, que según se decía, tenía buena demanda en el extranjero.63
Por otra parte, los hacendados tuvieron que
enfrentarse al problema de la paralización de las vías de comunicación, ya que
las diferentes fuerzas revolucionarias utilizaban para su transporte los
ferrocarriles y permitían normalmente sus labores, pero en algunas ocasiones
tomaban el control y no permitían el acceso a la región que controlaba la
fuerza opositora. Así, en la segunda semana de abril de 1915, los carrancistas
disponían del Ferrocarril Central Mexicano de Ometusco a Veracruz, y los
Zapatistas y arenistas el de Otumba a la Ciudad de México.64 Ello
significó pérdidas para la hacienda, ya que no se podía trasladar el pulque a
los diversos puntos de comercialización, como las ciudades de México, Puebla y
Orizaba, por lo que recurrieron a los mercados accesibles en mulas.
En octubre de 1917, debido al fuerte aumento
del precio del maíz, la gente de la hacienda y de los alrededores ya no tuvo
dinero para consumir pulque, porque fue necesario tirar en la hacienda de
Mazaquiahuac 300 barriles,65 lo que
significó pérdidas para la hacienda.
Esta situación se prolongó por más de un mes,
de manera que el apoderado de la familia Solórzano-Sanz decidió que se
destilaran en el alambique de Apan de 300 a 400 barriles diarios, tratando de
que, si bien no se obtuvieran ganancias, al menos se cubrieran los gastos.
Además, estaba tratando de instalar evaporadoras para miel o panela en
Mazaquiahuac, "pues lo del pulque tiene que ir de mal en peor". Otra
alternativa era realizar algún contrato en el que el comprador destilase o
quemase el pulque por su cuenta, lo que consideraba más conveniente no sólo con
el fin de no realizar desembolsos de aparatos e instalación, "sino por no
exponer más en caso de que haya alguna bola por los Llanos, pues todavía
merodean por los alrededores partidas sueltas de distintos bandos".66
Dos años más tarde, parecía que los negocios
habían mejorado. En Mazaquiahuac los trabajos estaban bien organizados, aunque
los cultivos de maguey resentían el abandono que habían tenido los campos en
los años anteriores, y la producción había disminuido.67
Si bien había tenido problemas durante los
años de la Revolución, el apoderado se adaptó a las nuevas circunstancias,
buscó nuevas estrategias de mercado, como la elaboración del aguamiel con el
pulque, y logró vender sus productos en otros lugares; por lo tanto, se
obtuvieron ganancias, aunque menores a las de los años previos a la Revolución.
OTRAS PREOCUPACIONES DEL APODERADO
Un tema que inquietó a Castro Solórzano
durante el tiempo en que fungió como administrador de los bienes de la familia
Solórzano-Sanz, fue el alza constante de impuestos y los préstamos forzosos que
los gobiernos estatales y federales impusieron a los hacendados. Cuando el
gobierno federal encabezado por el general Victoriano Huerta aumentó el
impuesto sobre las propiedades rústicas del 20 al 25%, la opinión general de
los propietarios en todos los estados, fue que forzosamente había que pagarlo,
"En bien de las mismas haciendas", ya que era la única manera de
proporcionarle al gobierno los medios para que éste pudiera ofrecerles
garantías a los dueños; "así la famosa revolución de 1910 va a costar cara
todavía".68
Muy diferente fue su punto de vista cuando el
gobierno de Tlaxcala convocó a los hacendados del rumbo para que proporcionaran
todas las armas, animales, leña y gente con el propósito de sostener la defensa
nacional ante la invasión estadounidense; el señor Castro Solórzano consideró
que; "no dar nada es malo, pero dar todo es peor, aun cuando se trate de
la defensa nacional, pues todo tiene sus límites y debe precederse en orden y
con cordura, y no como en un zafarrancho. La orden está concebida en el concepto
de que el Gobierno pagará, pero en estos momentos eso y nada es lo mismo".69 Se observa
muy claramente que la mentalidad del apoderado se había formado en la idea del
orden ante todo.
En enero de 1914 el apoderado se quejaba de
que las contribuciones de todo género seguían subiendo en Tlaxcala, "donde
ya es un escándalo y una ruina, ya se inician préstamos forzosos como
antiguamente y retrocedemos rápidamente a la época en que casas, haciendas,
minas, fábricas y comercio nada valían, pues sólo es negocio la política para
los que triunfaban, mientras eran derrotados para que otros los
sucedieran".70 Con esas
palabras el apoderado mostraba así su preocupación por la inestabilidad
política y sus consecuencias en las actividades económicas.
Un año más tarde, en Tlaxcala, el gobierno
encabezado por Máximo Rojas decretó nuevos impuestos para el pulque, que fueron
bastante altos, por lo que según el apoderado, "casi se hace imposible
sostener los tinacales y parece que el nuevo plan gubernativo es aniquilar y
suprimir las elaboraciones de pulque".71
Como buen empresario capitalista, don Antonio
encontró que la mejor solución para la defensa de sus intereses, era que habría
que vender a dos o más pesos el cubo de neutle [pulque] y "como le tiran a
muerte será preciso buscarle otra clase de elaboración al fruto del maguey,
para los inmensos capitales invertidos en esa planta no se pierdan".72
En junio de 1915, el administrador general le
informó a su primo José que no había vuelto a pagar la contribución predial por
la hacienda de San Nicolás del Moral porque en ese rumbo no había oficinas recaudadoras,
aunque el gobernador del Estado de México, el pasado enero, había decretado una
ley catastral que sancionaba al que no pagara la contribución con la pena de
confiscar la propiedad. El Moral no estaba confiscado, pero como todas las
fincas de la región, estaba en poder de un jefe militar que la explotaba en provecho
propio amparado por sus propias fuerzas.73 Desde el
punto de vista del apoderado no era justo que si la dueña de la hacienda no
obtenía beneficios tuviera que pagar impuestos.
Desde 1912, Castro Solórzano también estaba
preocupado de que las autoridades apoyaran un reparto de tierras en beneficio
de los pueblos colindantes a la hacienda de El Moral. Se mantenía perfectamente
enterado de la situación del país, y en su opinión "ya el monstruo del
socialismo comienza a asomar las orejas en nuestra tierra al éxito de abajo
capitalistas y haciendas".74
Posiblemente, los indígenas de Tlapala no
siguieron adelante con su petición debido a la inestabilidad del régimen
maderista, pero el apoderado no se hacía ilusiones de que no siguieran
insistiendo:
“espero de un día a otro que resuellen [los
indígenas], pues los agitadores no han de dejar la cosa así nomás, en estas
épocas dizque de reivindicaciones para los pobres que desean lo ajeno en contra
de la voluntad de su dueño. Los mandamientos de la ley de Dios, especialmente
el 7°, es lo que les habían de predicar a todos nuestros
jornaleros y paisanos, y no libertades, igualdades y maldades.75
La frase anterior refleja claramente lo que
pensaba don Antonio del reparto de tierras y de quienes lo solicitaban. Cinco
años estuvo más o menos tranquilo sobre este asunto, pero en noviembre de 1917,
proclamada la nueva Constitución, se manifestaba temeroso de que se quisiera
dotar de ejidos a los pueblos de Tlapala y Huexoculco, "lo que hoy se
estila para acabar de arruinar la agricultura nacional o para especular en
forma indebida", por lo que ya estaba estudiando la situación con el
propósito de buscar la forma más idónea de defenderse, y en tal caso,
consideraba indispensable contratar a un abogado.76
Y defendió bien los bienes a su cargo hasta
el regreso de los propietarios, ya que las primeras dotaciones de tierras de la
hacienda de El Moral a favor del ejido de la Candelaria Tlapala, no se
otorgaron sino hasta el año 1926, mientras que las haciendas de Mazaquiahuac y
El Rosario se vieron afectadas en febrero de 1934.77
Castro Solórzano siguió el ejemplo de su tío,
se abstuvo de intervenir en política, y esa fue la instrucción que dio a los
administradores de las tres haciendas, ya que tomar partido en favor de alguien
podía resultar contraproducente. Pero ante las invasiones a las haciendas por
parte de las fuerzas revolucionarias, los instruyó para que procuraran "granjeárselos,
obsequiándolos y tratándolos lo mejor posible a los Jefes que nos caigan
procurando que se pierda lo menos posible. [...] Es necesario [actuar] lo mejor
posible diplomáticamente: ya no es necesario usar armas ni valor, sino
diplomacia".78
Esa manera de proceder le proporcionó buenos
resultados: no sólo consiguió administrar con éxito los bienes a su cargo, sino
que también salvaguardó la vida de los habitantes de la hacienda.
CONSIDERACIONES FINALES
Puede observarse que pese a todo el
desequilibrio que la Revolución armada provocó en la vida de la hacienda, ésta
siguió funcionando aunque no siempre a toda su capacidad. Tuvo que sobreponerse
a las invasiones y a las requisiciones de las fuerzas de revolucionarios y de
bandoleros, que aprovechando la confusión y la falta de vigilancia en los
caminos, utilizaron las haciendas para abastecerse de ganado, cereales y
recursos económicos, por esto mismo, representaron un recurso indispensable
para las distintas facciones en el sostenimiento de sus luchas.
Si bien las incursiones de las fuerzas
revolucionarias significaron pérdidas para las haciendas aquí estudiadas,
gracias a la habilidad del apoderado y a los recursos económicos de los
propietarios, pudieron capear el temporal e inclusive, durante algunos años,
obtener buenas ganancias, pese a los necesarios aumentos salariales debidos,
primero, a la amenaza de huelgas, después debido a la escasez de brazos y
finalmente a las disposiciones gubernamentales.
Castro Solórzano supo defender bien los
intereses que habían puesto bajo su cuidado gracias a sus dotes de
administrador y buen negociador. Estaba plenamente identificado con los
principios y valores que la elite porfirista había establecido, los cuales
estaban fincados en un liberalismo económico y en una mentalidad moderna que se
reflejaba en el uso de la tecnología para mejorar la producción y en aplicar
los principios capitalistas en la comercialización de los productos, pero tenía
una cosmovisión paternalista y conservadora del mundo: los trabajadores debían
ser obedientes y sumisos, ya que ocupaban un lugar inferior no sólo en la
jerarquía laboral, sino también en el mundo.
Las haciendas, hasta poco después del regreso
de sus dueños en 1921, se mantuvieron inalterables en su superficie, debido en
gran parte a que la tierra de las haciendas tlaxcaltecas era propicia para la
siembra y comercialización del maguey, pero no para la producción del maíz.
Además, y fundamentalmente, porque no había pueblos antiguos que colindaran con
las haciendas y que en los años revolucionarios solicitaran el reparto de las
tierras. No sucedió así en la hacienda de El Moral, donde los pueblos
colindantes solicitaron tierras en el momento en que la legislación concedió
ese derecho.
El hecho de que el apoderado siguiera la
tradición familiar de mantenerse ajeno a tomar partido por un bando político,
también le ayudó a preservar los bienes de la familia Solórzano-Sanz, ya que
eso lo mantuvo al margen de revanchas o represiones de las fuerzas antagónicas.
Y también porque, hábilmente, supo adaptarse a las cambiantes circunstancias
que se le presentaban con el propósito de defender los intereses que se le
habían encomendado.
El aspecto en que se reveló más claramente la
postura conservadora de Castro Solórzano fue en el moral, donde ya que desde su
punto de vista la Revolución había provocado cambios fatales, puesto que había
"erosionado los lazos de respeto, honradez y de afecto no sólo entre las
familias, sino también entre los trabajadores de las haciendas, éstos habían
dejado a un lado la lealtad y el sometimiento, que según él debían hacia los
propietarios, a cambio de odios y ambiciones".79 Para el
apoderado, se había destruido el pacto establecido desde la época virreinal
entre el hacendado y sus trabajadores, pacto que se enmarcaba dentro de la
economía moral, la protección a cambio del trabajo y la lealtad.
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en el Estado de México, tesis doctoral, México, UIA, 1981, pp. 97-101.
2 "La revolución armada vista por el administrador de dos
haciendas tlaxcaltecas (1910-1921)" en Anuario de Humanidades, UIA,
núm. VII, 1981-1983, pp. 183-211.
3 Ponce Alcocer, Aportación al estudio sobre..., op.
cit., p. 21; Archivo de las haciendas de Tlaxcala, en adelante AHT,
Copiador 1.1.9.33 fs. 416-417, 25 de junio de 1917.
4 AHT, Copiador 1.1.7.28 fs. 187-191, 18 de diciembre de 1911.
5 Ibid., 1.1.7.28 fs. 374-6, 1 de abril de 1912.
6 Ibid, 1.1.8.30 fs.
381-383, 25 de agosto de 1913; ibid., 1.1.8.30 fs. 422-423, 8
de septiembre de 1913.
7 Ibid., 1.1.8.31
fs. 466-7, 22 de junio de 1914.
8 Raymond Buve, "El movimiento revolucionario de Tlaxcala
(1910-1914). Sus orígenes y desarrollo ante la gran crisis del año 1914 (la
rebelión arenista)" en Raymond Buve, El movimiento revolucionario
en Tlaxcala, UAT/UIA-Departamento de Historia, 1994, pp. 115-50.
9 Idem. En estas fechas los arenistas, junto con
los Zapatistas, ya estaban enfrentados a los carrancistas, además de que los
constitucionalistas ya se habían dividido; para más datos véase Juan Felipe
Leal y Margarita Menegus Borneman, "Las haciendas de Mazaquiahuac y El
Rosario en los albores de la revolución agraria" en Historia Mexicana, núm.
122, vol. XXXI, octubre-diciembre 1981, pp. 233-77.
10 AHT, Copiador 1.1.8.32 fs.
32-35, 27 de julio de 1914; ibid., 1.1.8.32 fs. 52-53, 17 de
agosto de 1914.
11 AHT, Libro Diario núm. 10 de la Hacienda de El Moral del 31
de diciembre de 1912 al 8 de junio de 1918, f. 188.
12 Ibid., 1.1.8.32
fs. 160-1, 7 de diciembre de 1914.
13 Buve, "El movimiento revolucionario de...", op.
cit., p. 142.
14 Ibid., 1.1.8.32 fs. 90-1, 14 de septiembre de
1914; Ibid., 1.1.8.32 fs. 110-11, 28 de septiembre de 1914;
Buve, "Agricultores, dominación política y estructura agraria en la
revolución mexicana: el caso de Tlaxcala (1910-1918)" en Buve, El
movimiento revolucionario en..., op. cit., pp. 217-76.
15 AHT, Copiador 1.1.8.32 fs 136-7, 19 de octubre de 1914.
16 Ibid., 1.1.8.32 fs. 476-7, 13 de marzo de
1916; ibid., 1.1.8.32 fs. 271-2, 10 de mayo de 1915.
17 Ibid., 1.1.8.
32 fs. 492-3, 3 de abril de 1916.
18 La carta fue recibida por Carmen Flores, en ese momento la
arrendataria de la tienda de El Rosario, y se la había entregado un muchacho
desconocido. Castro Solórzano se quejaba de que se le había dado la tienda en
condiciones muy ventajosas, pero la iba a "ahuyentar ya que formó una
especie de mafa para favorecer intereses particulares en contra de esa finca",
véase, Ibid., 1.1.9.35 f 59, 3 de marzo de 1919.
19 ídem.
20 Ibid., 1.1. 7.28 fs.
102-105, 30 de octubre de 1911.
21 Buve, "El movimiento revolucionario de...", op.
cit., p. 134; AHT, Copiador 1.1.7.28 fs. 257-9, 29 de enero de 1912.
22 Para más datos véase Herbert J. Nickel "Elementos de la
economía moral en las relaciones laborales de las haciendas mexicanas",
en Paternalismo y economía moral en las haciendas mexicanas del
Porfiriato. México, UIA-Departamento. de Historia/Gobierno del Estado
de Puebla, 1989, pp. 15-68.
23 Herbert J. Nickel, El peonaje en las haciendas
mexicanas. Interpretaciones, fuentes, hallazgos, Freiburg/México,
Arnold Berstraesse Institut/UIA, 1997, pp. 13-4 y 159; Ma. Eugenia Ponce
Alcocer, "La modernización en algunas haciendas mexicanas: el fin del
sistema tradicional 1867 -1920", en Historia y Grafía, núm.
13, 1999, pp. 93-112.
24 AHT, Copiador 1.1. 7.28 fs. 278-280, 12 de
febrero de 1912.
25 Para más datos véase Buve, "El movimiento
revolucionario de...", op. cit., pp. 132-3.
26 AHT, Copiador 1.1. 7.28 fs. 278-280, 12 de febrero de 1912.
27 Ibid. 1.1.7.28
fs. 138-41, 19 de mayo de 1912.
28 Buve, "El movimiento revolucionario de...", op.
cit., pp. 134-5.
29 AHT, Copiador 1.1.7.28 f. 25, 21 de
septiembre de 1911; Ibid., 1.1. 7.28 fs. 40-41, 2 de octubre
de 1911; Ibid., fs. 219-224, 22 de enero de 1912.
30 Ibid., 1.1.8.30 fs. 471-471, 13 de octubre de
1913.
31 Ibid., 1.1.8.31 fs. 190-1, 23 de febrero de
1914.
32 Nickel, El peonaje en las..., op. cit., pp.
111-2.
33 AHT, Copiador 1.1.8.32 f. 106, 26 de
septiembre de 1914.
34 Ibid., 1.1.8.32 fs. 116-8, 5 de octubre de 1914.
35 ídem.
36 Ibid., 1.1.8.32
fs. 489-90, 27 de marzo de 1916.
37 Ibid., 1.1.10.35
f. 4, 23 de diciembre de 1918.
38 La encíclica del papa León XIII advertía sobre el cambio
obrado en las relaciones mutuas de amos y jornaleros; el hecho de que se habían
acumulado las riquezas en unos pocos y empobrecido a la multitud, por lo que
era necesario acudir pronta y oportunamente en auxilio de los hombres de la
clase proletaria, porque sin merecerlo se encontraba la mayor parte de ellos en
una condición desgraciada y calamitosa. Así, entre los principales deberes de
los amos se señalaba "el de dar a cada uno lo que es justo, para fijar
conforme a la justicia el límite de salario, muchas cosas se han de tener en
consideración; pero en general deben recordar los ricos y los amos que oprimir
en provecho propio a los indigentes y menesterosos, y explotar la pobreza ajena
para mayores lucro, es contra todo derecho divino y humano [...] el salario
debe ser suficiente para la sustentación de un trabajador frugal y de buenas
costumbres", véase León XIII, Encíclica Rerum Novarum sobre la
cuestión obrera, 18° ed., México, Ediciones Paulinas, S. A. de C. V.,
1999, pp. 9-10, 19-20 y 34.
39 AHT, Copiador 1.1.9.34 f. 41, 22 de octubre
de 1917; Ibid., 1.1.9.34 f. 64, 19 de noviembre de 1917.
40 Ibid., 1.1.9.34 fs.
166-7, 21 de enero de 1918.
41 Ibid., 1.1.9.35, f. 129, 9 de junio de 1919.
42 Ibid., 1.1.7.28, fs. 46-49, 31 de marzo de 1912.
43 Ibid., 1.1.7.28 fs. 329-331, 11 de marzo de
1912.
44 Ibid., 1.1.7.28 fs. 268-70, 5 de febrero de
1912; Ibid., 1.1.7.28 fs. 329-331, 11 de marzo de 1912; Ibid., 1.1.8.29
fs. 136-38, 5 de agosto de 1912.
45 Ibid., 1.1.7.27 f. 74, 3 de agosto de
1908; Ibid., 1.1.7.27 f. 78, 7 de agosto de 1908.
46 Ibid., 1.1.8.29 fs. 178-80, 26 de agosto de
1912.
47 Ibid., 1.1.7.27 f. 439, 1 de mayo de 1909.
48 "Juchi" proviene de xochitl, quiere
decir flor, por lo que puede tratarse de Xochimilco (D.F.), Xuchitepec (Edo. de
México), Xochicalco (Morelos), Xochitepec (Morelos), véase Antonio García
Cubas, Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados
Unidos Mexicanos. México, Oficina tipográfica de la Secretaría de
Fomento, 1889, tomo VIH, pp. 330 y 450.
49 AHT, Copiador 1.1.7.30 fs. 120-21, 12 de mayo de 1913.
50 Equivale a 161.8 kgs, Iris E. Santacruz y Luis Giménez-Cacho
García, ""Las pesas y medidas en la agricultura" en Enrique Semo
(coord.), Siete ensayos sobre la hacienda mexicana, 1780-1880, México,
INAH, 1977, pp. 247-69.
51 AHT, Copiador 1.1.8.31 fs.
124-26, 12 de enero de 1914.
52 Ibid., 1.1.8.32 fs. 80-81, 7 de septiembre de
1914.
53 Ibid., 1.1.8.32 fs. 194-5, 11 de enero de 1915.
54 Ibid., 1.1.8.32 f. 229, 22 de febrero de
1915; Ibid., 1.1.8.32 f. 284, 31 de mayo de 1915.
55 Ibid., 1.1.8.32 fs. 476-7, 13 de marzo de
1916.
56 Fanega para maíz igual a cuatro arrobas o 100 libras, es
decir, 46.02 kg, véase Santacruz y Giménez-Cacho, "Pesas y
medidas...," op. cit., p. 258.
57 AHT, Copiador 1.1.8.32 fs. 463-4, 21 de febrero
de 1916; Ibid., 1.1.9.35 f. 93, 21 de abril de 1919; Ibid., 1.1.
9.34 fs. 164-5, 1 de julio de 1919.
58 Ibid., 1.1.9.35, f. 259, 20 de octubre de
1919.
59 La Compañía Expendedora de Pulques Sociedad Cooperativa
Limitada se constituyó el 16 de marzo de 1909 con el objetivo de comercializar
el pulque cosechado en las fincas de los socios propietarios; adquiriría por
vía de aportación, compra o cualquier otro título, el mayor número posible de
casillas o expendios de pulque fino establecidos en el Distrito Federal;
promovería las actividades necesarias para incrementar el consumo de pulque,
cuidando de su higiene y calidad; representaría ante las autoridades
competentes los intereses de sus productores y comerciantes; para más datos
véase Juan Felipe Leal y Margarita Menegus, "La Compañía Expendedora de
Pulques, Sociedad Cooperativa Limitada: 1909-1914", Hacendados y
campesinos en la Revolución Mexicana. El caso de Tlaxcala: 1910-1920, México,
UNAM/Grupo Editorial Eón, 1995, pp. 151-87.
60 AHT, Copiador 1.1.7.28 fs. 224-27, 15 de enero de 1912
61 Ibid., 1.1.8.30 fs. 301-3, 21 de julio de 1913.
62 Leal y Menegus, "La Compañía Expendedora
de...," op cit., pp. 171-86.
63 AHT, Copiador 1.1.8.31 fs. 433-4, 15 de septiembre de 1913.
64 Ibid., 1.1.8.32
f. 252, 12 de abril de 1915.
65 Ibid., 1.1.9.34 fs. 33, 13 de octubre de 1917.
66 Ibid., 1.1.9.34 fs. 64, 19 de noviembre de 1917.
67 Ibid., 1.1.9.35 f. 93, 21 de abril de 1919.
68 Ibid., 1.1.8.30 fs. 259-60, 7 de julio de 1913.
69 Ibid., 1.1.8.32 fs. 352-3, 27 de abril de 1914.
70 Ibid., 1.1.8.31 fs. 124-26, 12 de enero de 1914.
71 Ibid., 1.1.8.32
fs. 420-1, 20 de diciembre de 1915.
72 Ibid., 1.1.8-32
fs. 427-8, 27 de diciembre de 1915.
73 Ibid., 1.1.8.32
fs. 291-2, 14 de junio de 1915.
74 Ibid., 1.1.7.28
fs. 28-29, 3 junio 1912.
75 Ibid., 1.1.7.28
fs. 268-70, 5 de febrero de 1912.
76 Ibid., 1.1.9.34
f. 64, 19 noviembre de 1917.
77 Para más datos ver Ponce Alcocer, Aportación al
estudio sobre..., op, cit., pp. 43 y 80.
78 AHT, Copiador 1.1.8.29 fs. 224-27, 15 de enero de
1912, Ibid., 1.1.8.31 fs. 45-6, 10 agosto de 1914.
79 Rendón, "La revolución armada vista...", op.
cit, p. 204.
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