Jerónimo de Aguilar
Y
Gonzalo Guerrero
El
naufragio a principios del siglo XVI de Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero
en las costas de Yucatán y su supervivencia durante años entre los mayas es una
de las historias más emocionantes de la conquista Española del Nuevo Mundo. Es
el primer encuentro entre dos mundos.
Aguilar, Jerónimo de. Écija (Sevilla), c. 1489 – México, c. 1531. Conquistador, intérprete y regidor.
https://dbe.rah.es/biografias/5343/jeronimo-de-aguilar
Los primeros días de marzo de 1519, la expedición
mandada por el capitán Hernán Cortés se hallaba en el norte de isla de la Santa
Cruz (Cozumel) frente a las costas de Yucatán abasteciéndose de agua y víveres.
Era el primer domingo de cuaresma y Cortés estaba comiendo, después de haber
oído misa, cuando le anunciaron que se acercaba a la isla una canoa a vela
navegando por el canal que la separa del continente en dirección a donde
estaban fondeados los barcos españoles. Salió el capitán a mirar y, como la
embarcación desviara su rumbo, mandó a Andrés de Tapia que con algunos hombres
vigilara aquella canoa y apresara a los ocupantes si ponían pie en tierra. Poco
después regresaron los soldados conduciendo a siete indios casi desnudos,
algunos con los cabellos trenzados anudados en la frente y armados con arcos y
flechas. Cuando los cautivos llegaron ante Cortés, se sentaron en cuclillas
frente a él. El capitán preguntó entonces a Tapia:
–¿Quién es el español?
–Yo soy –respondió un indio con el pelo trasquilado
como el de los esclavos, que cubría sus vergüenzas con un rudimentario braguero
y portaba un remo y un bulto en las manos envuelto en tela.
Cortés se dirigió a él, le ayudó a alzarse, le
abrazó y le cubrió con su capa amarilla con guarnición carmesí. A continuación,
ordenó que le dieran camisa, jubón, alpargatas y zaragüelles, los amplios
pantalones propios de los marineros de aquella época. Allí mismo en la playa,
bajo el despiadado sol del mediodía en el trópico, los soldados y marineros que
luego dominarían la Nueva España escucharon, embargados por la emoción, la
historia más sorprendente de las vividas hasta entonces por españoles en
América. Según el relato que puede establecerse a partir de las distintas
crónicas que refieren el hecho, así entraron en la historia de las
exploraciones y conquistas Jerónimo de Aguilar, natural de Écija, que había
recibido órdenes menores y estaba llamado a representar un destacado papel en
la conquista de México, y de su mano, el marinero Gonzalo Guerrero, el primero
que nació europeo y murió indio.
LA INCREIBLE HISTORIA DE AGUILAR Y
GUERRERO
En 1511, España dominaba las Antillas y el Caribe.
La América continental todavía era una gran mancha en blanco en los mapas que
se actualizaban constantemente a partir de los testimonios de los navegantes
llegados de los confines de lo conocido. Las islas La Española (Santo
Domingo-Haití) y Fernandina (Cuba) actuaban como bases avanzadas para la gran
conquista que se preparaba. Sus puertos recibían las flotas que venían de
Sevilla y de ellos partían las expediciones para la exploración de nuevos
territorios. El propio Hernán Cortés había salido de La Habana el 10 de febrero
de 1519 y recalado en la isla de Cozumel antes de lanzarse a reconocer y
conquistar la tierra firme que se hallaba al oeste. El piloto de su expedición,
Antón de Alaminos, de Palos de Moguer, conocía bien aquella isla desde la que
se veía el continente: había estado en ella en 1517, bajo el mando de Francisco
Hernández de Córdoba, y en la primavera de 1518, con Juan de Grijalva.
Los indios mayas de la península de Yucatán habían
hecho frente a las dos expediciones sin dejarse impresionar por los cañones y
las armas de fuego más ligeras de los españoles. Hernández de Córdoba perdió
veinte hombres –dos de ellos fueron sacrificados a los ídolos mayas– y él mismo
falleció poco después en su residencia cubana como consecuencia de las 33
heridas recibidas durante su incursión en tierra continental americana. El año
anterior a la llegada de Cortés, los indios yucatecos habían matado a dos
soldados de la expedición de Grijalva y herido a medio centenar. Grijalva
sufrió dos flechazos y salió de aquellos combates con dos dientes quebrados.
Además del piloto
Alaminos, que había iniciado su carrera como grumete en el cuarto viaje de
Colón, acompañaban a Cortés algunos veteranos de las expediciones anteriores,
como el salmantino Francisco de Montejo –que tras la conquista sería el primer
gobernador del Yucatán colonial– el vallisoletano de Medina del Campo Bernal
Díaz del Castillo o el vizcaíno Martín Ramos, que conocían por experiencia la
hostilidad y bravura de los indios mayas. Estos dos últimos habían contado a
Cortes haber oído a los indígenas de Campeche mencionar varias veces la palabra
“castilian” para referirse a los españoles, señal inequívoca de que habían
visto a otros con anterioridad por aquellas costas. Uno de los cometidos
asignados por el gobernador de Cuba a la expedición de Grijalva consistía
precisamente en rescatar a posibles cautivos en poder de los indígenas.
Grabado
de Theodor de Bry acerca de la aniquilación de los nativos para la Historia de
la destrucción de las Indias.
Parte del mural de Bonampak. Autor Elelicht.
Wikipedia.
La aparición
en el horizonte de los barcos de Cortés hizo que los habitantes de la costa
norte de Cozumel abandonaran los poblados y se refugiaran en la espesura. Los
españoles los persiguieron por el monte y al encontrar a la mujer del jefe, al
que los indios llamaban calachioni, la
convencieron para que todos regresaran a sus casas con la promesa de respetar
sus personas y sus pertenencias. Sirvió de intérprete en esta conversación
Melchor o Melchorejo, que con los dos nombres aparece en las crónicas, un indio
apresado por Hernández de Córdoba dos años antes y trasladado a Cuba donde
había aprendido castellano. Melchor se uniría más adelante a los indios
hostiles a Cortés y, conocedor de las fuerzas expedicionarias y de sus
debilidades, les animaría y les guiaría para combatir a los españoles.
Cuando Hernán Cortés se reunió con los calachionis
de la isla, les preguntó si habían visto a otros españoles antes de ellos. De
nuevo con el auxilio de Melchor, los jefes le informaron que había hombres
barbados en poder de los caciques de tierra firme, a dos soles (jornadas) de la
costa y que, precisamente, unos días antes los habían visto allí algunos
mercaderes que acababan de volver de allí. Cortés ofreció entonces a estos
comerciantes numerosos regalos para que hicieran llegar a los cautivos una
carta instándoles a acudir a Cozumel. Según la versión de Francisco López de
Gómara, clérigo soriano que fue capellán de Hernán Cortés en los últimos años
de vida del conquistador, la carta decía así:
“Nobles señores: yo
partí de Cuba con once navios de armada y quinientos cincuenta españoles, y
llegué aquí a Acuzamil (Cozumel), desde donde os escribo esta carta. Los de
esta isla me han certificado que hay en esa tierra cinco o seis hombres
barbudos, y en todo a nosotros muy semejantes. No me saben dar ni decir otras
señas; mas por éstas conjeturo y tengo por cierto que sois españoles. Yo y
estos hidalgos que conmigo vienen a descubrir y poblar estas tierras, os
rogamos mucho que dentro de seis días que recibiereis ésta, os vengáis para
nosotros, sin poner otra dilación ni excusa. Si vinieseis todos, tendremos en
cuenta y gratificaremos la buena obra que de vosotros recibirá esta armada. Un
bergantín envío para que vengáis en él, y dos naos para seguridad. Hernán
Cortés”.
La carta salió hacia su destino oculta en el
cabello de uno de los dos indios mensajeros y Cortés, por sugerencia de los
calachionis, les entregó también ropas y cuentas para que pagaran rescate si lo
exigían los caciques que los tenían esclavizados. A continuación, el capitán
mandó apercibir los dos navíos de menor porte con veinte ballesteros y
escopeteros a las órdenes de Diego de Ordás para que se dirigieran al cabo
Catoche, en el extremo nororiental de la península de Yucatán, a unos cuarenta
kilómetros de donde se hallaba el grueso de la flota y aguardara allí la
llegada de los que se pudieran rescatar. Ordás esperó en vano ocho días y el
noveno regresó a donde estaba la flota.
Al día siguiente, martes de carnaval,
desesperanzado de dar con aquellos desgraciados, la escuadra española zarpó con
rumbo Norte, siguiendo la derrota de la expedición anterior de Grijalva.
Viajaban en once navíos quinientos ocho soldados –de ellos 36 ballesteros y
trece escopeteros–, ciento nueve marinos, entre maestres, pilotos y marineros y
dos capellanes. Estos efectivos, con dieciséis caballos, constituían el grueso
de la armada que iba a conquistar México. Pero poco después de haber rebasado
Isla Mujeres, navegando en dirección el cabo Catoche, uno de los barcos más
grandes disparó un cañonazo que alarmó a la flota y los que viajaban a bordo de
las naves más cercanas oyeron dar grandes voces. El bergantín mandado por Juan
de Escalante, el que llevaba el cazabe, tenía una vía de agua que las dos
bombas del barco no eran capaces de achicar. Cortés, sin dudar, dio orden a la
flota de regresar a Cozumel y descargar aquel alimento para que no se
estropease. El cazabe, que los españoles llamaban pan de las Indias, se hace
exprimiendo y amasando pulpa de yuca hasta formar una torta que, asada luego en
la plancha, se conserva durante un año. Altamente nutritivo, se había
convertido en poco tiempo en el sustento básico de las tripulaciones que
navegaban por el Caribe, donde el trigo escaseaba; la pérdida de aquel barco y
de su carga hubiera representado un serio contratiempo para la expedición de
Hernán Cortés.
Relieve centroamericano
La
reparación de la nave hendida llevó cuatro jornadas. Fue al quinto día, con la
escuadra lista para zarpar de nuevo, cuando se presentó en Cozumel Jerónimo de
Aguilar en su canoa. El encuentro del de Écjia con los españoles de Andrés de
Tapia ha sido narrado con gran emotividad por los distintos cronistas que
recogen el hecho, aunque difieren en algunos detalles. Bernal Díaz del Castillo
escribe que los indios que venían en la canoa se asustaron al ver a los
españoles y querían volverse, pero que Aguilar los tranquilizó y que, después
de saltar a tierra, se dirigió a sus compatriotas y “en español, mal mascado y peor pronunciado, dijo ‘Dios y Santa
María y Sevilla’; e luego le fue a abrazar el Tapia”. López de Gómara, que dice
que la nave averiada que motivó el regreso de la flota a Cozumel fue la de
Pedro de Alvarado y no la de Escalante, refiere así aquel momento: “El otro
(Aguilar) se adelantó, hablando a sus compañeros en lengua que los españoles no
entendieron, que no huyesen ni temiesen; y dijo luego en castellano: ‘Señores,
¿sois cristianos?’ Respondieron que sí, y que eran españoles. Alegróse tanto
con tal respuesta, que lloró de placer. Preguntó si era miércoles, pues tenía
unas horas durante las cuales rezaba cada día. Les rogó que diesen gracias a
Dios; y él se hincó de rodillas en el suelo, alzó las manos y ojos al cielo, y
con muchas lágrimas hizo oración a Dios, dándole gracias infinitas por la
merced que le hacía de sacarlos de entre infieles y hombres infernales, y
ponerle entre cristianos y hombres de su nación’” Las horas a
las que se refiere este cronista es un llamado ‘libro de horas’, especie de
manual de oraciones que recogía las plegarias propias de cada momento del día.
Estos libros eran los más frecuentes en los barcos españoles del siglo XVI y
Jerónimo de Aguilar, que había recibido órdenes menores y había conservado esta
obra religiosa durante todo su cautiverio.
Al encontrarse con Hernán Cortés, Jerónimo de
Aguilar explicó los motivos de su demora en acudir a la cita. Los comerciantes
de Cozumel le habían entregado la carta del capitán dos días después de haber
sido desembarcados en la playa pero él, al conocer la presencia de los
españoles en la costa, había corrido a llevar el mensaje a otro español,
llamado Gonzalo Guerrero, que vivía en otro poblado más alejado. Luego se había
presentado en el punto fijado para el encuentro en compañía de dos de los
mercaderes de Cozumel, pero al no encontrar los barcos, se había vuelto a su
poblado. Al ver que la flota regresaba a la isla fue cuando se embarcó en la
canoa para presentarse ante sus compatriotas.
JERÓNIMO DE AGUILAR, EL PRIMER
INTÉRPRETE DE CORTÉS
Jerónimo de Aguilar había nacido en Écija en 1489,
hijo de Alonso Hernández “El Ronco” y Juana García. Desde muy niño había leído
libros de historia que narraban las hazañas de persas, griegos y romanos. En
1509 se había embarcado con Diego Colón para La Española y en noviembre de ese
mismo año se unió a la expedición de Diego de Nicuesa, enviada a descubrir y
colonizar las costas de Veragua y el Darién (hoy en Panamá). Como consecuencia
de los enfrentamientos de Vasco Núñez de Balboa con Nicuesa por el control de
aquella porción de tierra firme, Aguilar embarcó dos años después para retornar
a La Española. López de Gómara y Bartolomé de las Casas mantienen que salió en
el barco de Juan de Valdivia enviado por Balboa a pedir al gobernador víveres y
apoyo para su causa; pero parece ser que iba con Nicuesa y sus partidarios
cuando fueron expulsados de Darién por Vasco Núñez de Balboa llevando diez mil
(Díaz de Castillo) o veinte mil (Gómara) pesos en oro para el rey, porque
Nicuesa nunca regresó a La Española. Lo cierto es que la embarcación de
Jerónimo de Aguilar naufragó en unos bajos que unos llaman de los Alacranes
(Solís) y otros de las Víboras (Gómara) cerca de Jamaica.
Veinte de
los náufragos, entre ellos dos mujeres, consiguieron subirse a un bote “sin vela, sin agua, sin pan, y con un ruin aparejo de
remos”, escribe Francisco López de Gómara. En la relación de
este cronista, Jerónimo de Aguilar cuenta en primera persona sus desventuras
: “… y así anduvimos trece o catorce días, y al cabo nos echó la corriente,
que allí es muy grande y recia, y siempre va tras el sol a esta tierra, a una
provincia que llaman Maia. En el camino se murieron de hambre siete, y hasta
creo que ocho. A Valdivia y otros cuatro los sacrificó a sus ídolos un malvado
cacique, en cuyo poder caímos, y después se los comió haciendo fiesta y plato
de ellos a otros indios. Yo y otros seis quedamos en caponera a engordar para
otro banquete y ofrenda; y por huir de tan abominable muerte, rompimos la
prisión y echamos a huir por los montes; y quiso Dios que topásemos con otro
cacique enemigo de aquél, y hombre humano, que se llama Aquincuz, señor de
Xamanzana; el cual nos amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no tardó en
morirse. De entonces acá he estado yo con Taxmar, que le sucedió. Poco a poco
se murieron los otros cinco españoles compañeros nuestros”. Cortés
quiso conocer entonces las características de aquellas tierras de Yucatán y el
número de poblados de tierra firme y Aguilar le informó que sabía que había
muchos pueblos, aunque durante su cautiverio sólo había hecho un viaje de unas
cuatro leguas (unos veinte kilómetros) para transportar una carga tan pesada
que no había podido con ella y que había enfermado en el camino; el resto del
tiempo lo había pasado acarreando agua y leña y cultivando maizales.
Hernán Cortés utilizando a la Malinche como
intérprete frente a Moctezuma en Tenochtitlán.
A continuación, Aguilar relató
así, en versión de López de Gómara, la historia del otro superviviente de aquel
naufragio de 1511: “No hay más que yo y un tal
Gonzalo Herrero, marinero, que está con Nachancan, señor de Chetemal
(Chetumal, hoy capital del estado de Quintana Roo), el cual se casó con
una rica señora de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es capitán de
Nachancan, y muy estimado por las victorias que le gana en las guerras que
tiene con sus comarcanos. Yo le envié la carta de vuestra merced, y a rogarle
que se viniese, pues había tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no quiso, creo
que de vergüenza, por tener horadada la nariz, picadas las orejas, pintado el
rostro y manos a estilo de aquella tierra y gente, o por vicio de la mujer y
cariño de los hijos”.
GONZALO GUERRERO, EL PRIMER ESPAÑOL
MAYA
https://www.historiadelnuevomundo.com/biografia-gonzalo-guerrero/
La historia de Gonzalo Guerrero o Herrero resulta
en nuestro tiempo más apasionante aún que la de Jerónimo Aguilar, pues se trata
del primer renegado seducido por la cultura indígena americana, el primer
español que se hizo maya y el padre de los primeros mestizos hispanoamericanos.
De su vida se tienen muy pocas noticias. Algunos autores le consideran natural
de Palos de Moguer; otros, como Gonzalo Fernández de Oviedo, dicen que había
nacido en Niebla. Era hombre de la mar, no soldado, y al igual que Aguilar
había llegado a América en las primera expediciones del siglo XVI. Algunos
historiadores sostienen que Guerrero sobrevivió a la desastrosa expedición de
Alonso de Hojeda a la Colombia actual en 1509 y fue rescatado por Diego de
Nicuesa. Lo incuestionable es que formaba parte de la tripulación del barco que
naufragó en los bajos próximos a Jamaica y que fue uno de los supervivientes
que las corrientes arrojaron en las costas de Yucatán.
¿Llegó a
recibir la carta de Cortés? ¿Habló Aguilar con Guerrero para instarle a que
regresara con los españoles? El franciscano Diego de Landa, en su Relación de
las cosas de Yucatán, escribe: “y que Aguilar contó allí su
pérdida y trabajos y la muerte de sus compañeros y cómo le fue imposible avisar
a Guerrero en tan poco tiempo por estar más de ochenta leguas de allí”. Los
demás historiadores de la época refieren que Jerónimo de Aguilar aseguró
haberle avisado. Bernal Díaz del Castillo hasta da una versión novelesca del
encuentro: “Y caminó Aguilar adonde estaba su compañero,
que se decía Gonzalo Guerrero, en otro pueblo, cinco leguas de allí, y como le
leyó las cartas, Gonzalo Guerrero le respondió: ‘Hermano Aguilar: Yo soy casado
y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras; idos
con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. ¡Qué dirán de mí
desde que me vean esos españoles ir de esta manera! Y ya veis estos mis hijitos
cuan bonicos son. Por vida vuestra que me deis de esas cuentas verdes que
traéis, para ellos, y diré que mis hermanos me las envían de mí tierra’. Y
asimismo la india mujer del Gonzalo habló a Aguilar en su lengua, muy enojada,
y le dijo: ‘Mira con qué viene este esclavo a llamar a mi marido; idos vos y no
curéis de más pláticas’. Y Aguilar tornó a hablar a Gonzalo que mirase que era
cristiano, que por una india no se perdiese el ánima, y si por mujer e hijos lo
hacía, que la llevase consigo si no los quería dejar. Y por más que le dijo y
amonestó, no quiso venir”.
En la
versión de Jerónimo de Aguilar que transcribe Díaz del Castillo se retrata a
Gonzalo Guerrero como el instigador de la resistencia de los mayas a los
primeros exploradores españoles de Yucatán y se recoge el desprecio de Cortés
hacia aquel renegado, un desprecio que expresarán de una u otra manera todos
los cronistas de la conquista y la colonia. “Los indios le tienen por
esforzado –dice Díaz del Castillo–; y que había poco más de un año que cuando vinieron a la punta de
Cotoche una capitanía con tres navíos – parece ser que fueron cuando vinimos
los de Francisco Hernández de Córdoba– , que él fue el inventor que nos diesen
la guerra que nos dieron, y que vino él allí por capitán, juntamente con
un cacique de un gran pueblo, según ya he dicho lo de Francisco Hernández
de Córdoba. E cuando Cortés lo oyó, dijo: ‘En verdad que le querría haber a las
manos, porque jamás será bueno’”.
DOS HOMBRES Y DOS DESTINOS
La diferente
elección tomada por los dos primeros españoles que pisaron las tierras de
Yucatán ha marcado la también distinta consideración que los historiadores de
uno y otro lado del Atlántico han tenido con estos personajes. Para los
españoles, Jerónimo de Aguilar fue un héroe, fiel a su cultura e instrumento de
incalculable valor en la conquista de Nueva España. La expedición de Cortés
salió a la mar al día siguiente de haber recuperado al náufrago cautivo de los
mayas. Navegó hacia al Norte como tenía previsto, hasta llegar a la actual
costa de Tabasco, donde los españoles pudieron hacerse entender por los
indígenas gracias a Aguilar, que hablaba con soltura su mismo idioma. Cuando
más adelante los indios del istmo regalaron a Cortes varias nativas, entre ella
Malintzin, “gran cacica e hija de grandes caciques y
señora de vasallos”, los españoles se aseguraron la traducción
fiel de sus propósitos durante toda su campaña de conquista de México.
Malintzin (bautizada Marina) había sido apresada de niña por los mayas de
Tabasco y hablaba perfectamente el idioma de Yucatán y el suyo, el nahuatl,
propio de los aztecas y otras tribus del altiplano. A partir de entonces, hasta
la toma de Tenochtitlan (la capital de México), Cortés se dirigía a Aguilar en
castellano, Aguilar traducía sus palabras al maya y Marina las expresaba en el
idioma azteca.
Jerónimo Aguilar tuvo una vida tranquila en el
México colonial; según parece murió antes de 1531, “de bubas, mal vénereo”, de
acuerdo con documentos del Archivo de la Historia de Yucatán, Campeche y
Tabasco. Aunque clérigo, tuvo dos hijas con una india llamada Elvira
Toznenitzin. En la historia indígena recogida en la Crónica de Chac-Xulub-Chen,
Aguilar se unió a una hija del cacique Ah Maum Ah Pot y la abandonó al volver
con los españoles. Años después de su muerte una de sus nietas contó episodios
de su aventura en una de las informaciones de servicios y méritos que tenían
lugar ante la administración colonial para obtener concesiones de la Corona.
Gonzalo Guerrero, el primer “hombre llamado
caballo” en América, el primer “bailando con lobos” que luego ha popularizado
el cine, es uno de los raros casos de aculturación en la que se impone la
cultura menos compleja lo que confiere a su elección una aureola de
romanticismo muy apreciada hoy día entre nosotros.
No son convincentes las razones que aducen los
autores de la época, como Diego de Landa, para explicar su decisión, basadas en
el afecto hacia su mujer indígena y sus hijos; como tampoco lo son las de los
idealistas que creen que el andaluz se sintió embelesado por la belleza y
armonía de un mundo que los europeos estaban a punto de arruinar para siempre.
En aquellos tiempos las diferencias entre las dos culturas enfrentadas en
América no eran tan profundas como las que hoy se dan entre los pueblos más
avanzados y los más atrasados del mundo; para un español emigrado que huía del
hambre, la “calidad de vida” de la civilización maya podía representar una
aceptable vía de escape. Lo verdaderamente decisivo en este caso fue, sin duda,
la intolerancia y fanatismo religioso que imperaba en la España del siglo XVI;
Gonzalo Guerrero sabía que si regresaba con los españoles su vida podía ser un
infierno, forzado al tener que explicar a la Inquisición una y otra vez sus
marcas corporales, siempre bajo sospecha de apostasía. El episodio de Jerónimo
Aguilar de rodillas en la playa de Cozumel haciendo profesión de fe y mostrando
a Andrés de Tapia el libro de las horas como prueba de que en ningún momento
había abjurado de su fe durante su cautiverio, ilustra mejor que nada los
motivos de su compañero de infortunio para seguir indio.
Gonzalo
Guerrero se hizo maya con todas las consecuencias, hasta el punto de que los
cronistas destacan su papel activo como jefe militar de los indígenas. Diego de
Landa dice que “es creíble que fuese idólatra como
ellos” y señala que “se distinguió ganando muchas
victorias contra los enemigos de su señor y les enseño a los indios a luchar,
mostrándoles como levantar fuentes y bastiones”. Se sabe con
certeza que encabezó las huestes mayas que combatieron a Alonso Dávila, enviado
por el adelantado Francisco de Montejo a conquistar Bacalar y Chetumal en 1527.
Entre 1533 y 1535 combatió con fiereza a los españoles que habían fundado una
ciudad frente a la isla de Tamalcab, en la bahía de Chetumal, hasta que los
obligó a retirarse, dejando abandonadas la iglesia y todas las construcciones.
Así, entre batallas, vivió hasta su trágico final peleando con sus antiguos
compatriotas. La última referencia que se tiene de él, figura en un documento
del contador real de Honduras Andrés de Cerezeda, redactado después de la
batalla librada en Puerto Caballos el 13 de agosto de 1536. “El cacique Cicumba, declaró que durante el combate que había
tenido lugar dentro de la albarrada, un cristiano español llamado Gonzalo Aroca
(Guerrero) había sido muerto de un escopetazo. Es el que vivía entre los indios
de la provincia de Yucatán y además, es el que dicen que arruinó al adelantado
Montejo. Ese español muerto en el combate –detalla el informe–, estaba desnudo, con tatuajes en el cuerpo y usaba los adornos
que emplean los indios”. Jerónimo Aguilar es sólo un nombre en
las historias de la conquista de América; Guerrero es, además, un mito y una
leyenda en las tierras de la península de Yucatán: fue el primer español indio;
documentadamente, el primer padre de mestizos por convicción o conveniencia y
no como fruto de ultraje y la violación de las indígenas. Por ello, el nombre
de Gonzalo Guerrero lo estudian hoy en las escuelas los niños yucatecos y
figura en numerosas calles y monumentos de los estados mexicanos de Quintana
Roo –que lo consideran uno de sus fundadores–, Campeche y Yucatán, asociado los
valores de la libertad, la tolerancia y la lucha contra el imperialismo.
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