PERSPECTIVAS SOBRE EL ARTE MUDÉJAR EN
HISPANOAMÉRICA Y LAS ISLAS CANARIAS. DEFINICIÓN Y REFORMULACIÓN
ANTONIO MARRERO ALBERTO antomo.marrero@uai.cl
Universidad Adolfo Ibáñez, Chile
Resumen: La historiografía
en torno al estudio del arte mudejar en Hispanoamérica y las Islas Canarias ha
evolucionado con el paso de los años. Los primeros en abordarla fueron los
mudejaristas españoles, los cuales extrapolaron conocimientos, teorías y
terminología de los casos ibéricos a los existentes en los territorios colonizados.
Esto ha llevado a un uso que no responde a las necesidades propias de dichos
bienes. Con este artículo pretendemos, tras la lectura de lo postulado hasta el
momento, fijar definiciones y reformular conceptos, como pueden ser Arte
Mudéjar, pervivencias culturales mudéjares, raigambre o tradición mudéjar, y
mudejarismo.
Introducción
Las manifestaciones mudéjares han sido ampliamente
estudiadas, tanto desde un punto de vista eminentemente técnico1, que englobaría los
tratados de la carpintería de lo blanco2, como desde una
perspectiva teórica e histórica. Por el tipo de investigación que vamos a desarrollar,
atenderemos a lo postulado según la segunda vertiente, planteando como objetivo
la profundización en los términos que referencian la producción mudéjar en
Hispanoamérica y las Islas Canarias3, surgidos estos de
los estudios de especialistas con una perspectiva española, y la necesidad de
la reformulación y redefinición de dichos conceptos, atendiendo a su realidad
idiosincrática4.
El objetivo de este artículo es arrojar luz en cuanto a
la terminología empleada, ya sea por la necesidad de poner límites a ciertos
conceptos o porque, teniendo en cuenta las variables que rigen los lugares
invadidos, los términos utilizados hasta el momento se nos hacen inadecuados,
máxime si observamos que dichos vocablos se crearon para mentar obras mudéjares
ubicadas en la Península Ibérica, las cuales presentan características
diferentes a las existentes en los territorios que son objeto de nuestro
estudio (Marrero, 2017a, pp. 105-140). Sabemos de antemano de la existencia de numerosas fuentes
y de la más diversa procedencia, así que usaremos únicamente aquellas que
ilustren nuestros postulados5.
EL
ARTE MUDÉJAR. DEFINICIÓN Y CARACTERÍSTICAS DE UN LENGUAJE GENUINAMENTE HISPANO
El 19 de junio de 1859, José Amador de los Ríos, en su
discurso de ingreso a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, acuñó el
término "mudéjar" al disertar sobre este estilo en la arquitectura,
afirmando que
(...) no tiene par ni semejante en las demás naciones
meridionales, como no ha menester ninguna de ellas de la política tolerante que
da vida a los vasallos mudéjares de la corona de Castilla, ni de las leyes que
los defienden y protegen, ni de la alianza social, que demanda y obtiene su
inmediata participación en el ejercicio de las artes mecánicas, y que lleva al
fin su influencia a las esferas de las ciencias y de las letras. (López Guzmán, 2000,
p. 25)
El texto de Amador de los Ríos ha trascendido a toda la
historiografía posterior, planteándose como el inicio al que acudir, siempre
que se pretenda abordar un estudio sobre el mencionado lenguaje. De su lectura,
como bien destaca Gonzalo Borrás (2000, pp. 14-15), se desprende que se trata de un compuesto o híbrido
heredero de los precedentes locales musulmanes. Al mismo tiempo, se realiza una
delimitación tipológica y matérica, pues no solo se referencia la arquitectura,
sino otras manifestaciones como orfebrería, cerámica, carpintería, artes
textiles, marfiles, etc., hablando así de un estilo artístico con un lenguaje
propio y definido.
En un primer análisis histórico, eje de la argumentación
de Amador de los Ríos, los pilares básicos de la Reconquista fueron dos: la
fe y el patriotismo. Se puede hablar también de la tolerancia de los reyes
cristianos frente a los califas, siendo el ejemplo más claro de esta situación
el análisis etimológico del término mudéjar, procedente del árabe "mudayyan" que significa "aquel
a quien ha sido permitido quedarse", en clara alusión a los moros
sometidos en dicho proceso histórico, que permanecen en territorio cristiano,
conservando su religión y un estatus jurídico propio. Los primeros testimonios
documentales que mencionan el vocablo en cuestión se fechan en el siglo XIII y,
a medida que este término cala en el argot de
los historiadores del arte, se va despojando de su sentido puramente
etimológico, para hacer referencia a un estilo concreto y a unas
características específicas.
El rasgo fundamental que define al arte mudéjar, desde un
punto de vista formal, es la conjunción de elementos artísticos cristianos e
islámicos. A su vez, los materiales pobres como el ladrillo, la mampostería, la
argamasa, el yeso, la madera y la cerámica constituyen la base de sus elementos
constructivos y decorativos. Estos pueden considerarse aislados o integrados en
una misma obra.
Las ventajas de la arquitectura mudéjar se ven motivadas
por razones económicas: mayor abaratamiento de los materiales mencionados,
abundancia de los mismos, aumento de la rapidez en la ejecución y menor costo
de la mano de obra. En lo que se refiere al sistema de trabajo, no existe
diferencia salarial entre la mano de obra mudéjar y la cristiana por razones de
discriminación social, sino que las posibles divergencias, las cuales pueden
ser favorables a ambos colectivos indistintamente, responden a criterios de
capacitación profesional o de calidad en el resultado.
Hay que citar la fuerte especialización del sistema de
trabajo mudéjar, lo que sitúa a maestros y oficiales en condiciones de afrontar
una dura competitividad. A ello se añade la utilización de unos materiales más
acordes con los condicionamientos geográficos de los lugares reconquistados. Al
finalizar el encargo, dichos materiales, las técnicas y las formas artísticas,
se unen de modo perfecto, valorándose de manera unitaria (Borrás, 2000, p. 45). Esta es la gran característica del arte islámico y del
que es objeto de nuestra disertación: su armonía, tanto a nivel estructural
como sensorial. Pero debemos recordar que la mano de obra no es un elemento
caracterizador de la expresión artística, sino que son las técnicas mudéjares
del trabajo arquitectónico, de tradición árabe, las cuales, independientemente
de los alarifes que las utilizan, se convierten en un vehículo de transmisión
de las formas y estructuras hispanomusulmanas.
Todo lo anterior responde, sin lugar a dudas, a las
características propias de los nuevos territorios conquistados, pues estos son
ricos en madera, cuentan con materias primas para la realización de ladrillos y
tienen la necesidad de adoptar un lenguaje que les permita la rápida construcción
de sus edificios para habitarlos o desarrollar en ellos el culto cristiano,
necesidad propia de lugares de nueva evangelización (Valdés, 1992).
Al mismo tiempo, la presencia de mudéjares en dichas
áreas (Ricard, 1934) certifica la existencia de las profesiones que ya
ostentaban en la metrópoli, llevando consigo los conocimientos y, muy probablemente,
las herramientas específicas para su labor, así como libros y tratados que
reglamentaban la hechura de las obras, grabados y estampas para la reproducción
y copia de modelos estéticos y tipologías formales, etc. Esto se hace
extensible a los trabajadores de la carpintería de lo blanco, dignos herederos
de la tradición hispanomusulmana, que recrearon los máximos exponentes del
lenguaje mudéjar (Fraga, 1993).
TERMINOLOGÍA
EN CUANTO A "LO MUDÉJAR" ESTADO DE LA CUESTIÓN
En aquellos primeros coloquios en los que se intentaba
poner nombre y límite al arte mudéjar, numerosas voces plantearon el hecho de
que, independientemente de que se trataran de obras del Viejo o del Nuevo Mundo,
todas debían formar parte de una misma nómina de obras mudéjares. Otros
investigadores postularon la necesidad de acotar dicha producción a la
realizada entre los siglos XIII y XV en la Península Ibérica, y únicamente en
aquellos lugares que contaban con edificios hispanomusulmanes.
Entre los primeros6, destacamos dos
figuras: la de Diego Angulo y la de Carmen Fraga. El primero propone un
segmento cronológico y geográfico mucho más extenso del que plantearán aquellos
con propuestas de corte reduccionista, fijando su comienzo en el periodo
románico y cuyo desarrollo perduraría hasta el siglo XVI e incluso postula que
"(...) en algunos aspectos parciales, como el de las armaduras,
continuarán viviendo dos siglos, e incluso en algún país americano, hasta
mediados del siglo XIX" (Angulo, 1978, p. 521).
Fraga (1994), con una mayor profundidad en sus planteamientos,
propia de una persona que no solo planteó los estudios del mudéjar más allá de
las fronteras ibéricas, sino que labró el camino para todos aquellos
investigadores canarios y americanos que se dedican a la investigación de este
lenguaje, se expresa en los siguientes términos:
¿Qué elemento define el arte mudéjar canario? Sin duda la
carpintería es la que clasifica a la arquitectura popular de las Islas en el
amplio espacio, geográfico y temporal, de dicho arte. No hay que buscar en el
archipiélago las características construcciones de ladrillo, con adornos,
yeserías y azulejos, tal como se contemplan desde Aragón hasta Andalucía, desde
Valencia hasta Portugal. En Canarias lo mudéjar tiene el sello de la
carpintería hispanomusulmana, a través de los techos, además de los balcones y
ajimeces. (p. 13)
De hecho, Fraga (1982) hace hincapié en una cuestión netamente empírica: la
existencia y democratización del uso de las armaduras de par y nudillo para
cubrir las iglesias isleñas, no solo al modo sevillano, que centra este tipo de
elemento en la nave central, sino que "(...) las naves laterales se suelen
cerrar con ellas y no se emplean las de colgadizo; en todo caso se usan las de
par e hilera, con un estrecho madero, decorado por simple lacería a manera de
almizate (…)". (p. 306)
También el autor Jerónimo Páez (2008) aboga por la consideración de las obras canarias y americanas como
mudéjares (Fig. 1), proponiendo la
elaboración de un catálogo que al mismo tiempo funcione como guía y que permita
"(...) difundir y dar a conocer el trazado y el patrimonio existente a lo
largo del itinerario, teniendo en cuenta que este amplio recorrido no se
circunscribe únicamente a España sino que también abarca Portugal, las Islas
Atlánticas e Hispanoamérica" (p. 91).
Figura
1
Detalle del
artesonado de la nave central, Iglesia de El Salvador, Santa Cruz de La Palma,
Islas Canarias, España. La presencia de la rueda de lazo mudéjar de doce
pétalos, inserta en un cuartillejo con todos los elementos geométricos propios
de la lacería, demuestran sobrados conocimientos, no solo del oficio de los
carpinteros de lo blanco y el uso del juego de cartabones, sino de la
tratadística que en la época moderna se difundió por todos los territorios
anexionados por la corona.
A su vez, postula el hecho de que el mudéjar en el
territorio americano mantiene relaciones sincréticas con la herencia
prehispánica, dando lugar a manifestaciones que son el sello del lugar en el
que se realizaron, imposibles de encontrar en la metrópoli. Lo mudéjar se
convierte así en la marca distintiva que, por sus soluciones positivas para el
momento histórico en el que se desarrolla, tiene un papel protagónico en la
construcción de América. En definitiva, es (...) una técnica mestiza de hacer
las cosas. De ahí que en la construcción de edificios americanos, durante dos
siglos con consistencia, las formas mudéjares proliferen. Y aunque los techos
de madera con su geometría asombrosa sean las huellas más evidentes, hay todo
un concepto de la vida cotidiana que se mezcla relativamente con lo americano y
crea un nuevo espacio mudéjar que aquí y allá sobrevive o ha sido documentado.
(Páez, 2008, p. 95)7
Entre aquellos que eran contrarios a la consideración de
las obras existentes en Hispanoamérica y las Islas Canarias como arte mudéjar,
tenemos toda una serie de investigadores que, con los más variados argumentos,
esgrimen un discurso en oposición a lo mentado. Exponente de esta negación es
Gonzalo Borrás (2000), quien propone una diferenciación terminológica, pues
lo que se desarrolla en las colonias no debería ser llamado arte mudéjar en
sentido estricto, sino (...) pervivencias mudéjares o, si se prefiere, de
elementos formales mudéjares aislados, que no constituyen un sistema, sino que
van integrados en la recepción del arte español. Porque la formación, el
desarrollo y la expansión del arte mudéjar implican un territorio y un marco
histórico, los de la España cristiana medieval, cuyos límites no deben
extravasarse, a no ser que se pretenda desnaturalizar esta manifestación
artística. (p. 59)
En otro de los artículos que jalonan su prolífica y
necesaria producción, nos encontramos con la obviedad, según él, de que en los
territorios de Madeira, Canarias y el Nuevo Mundo "(...) se plantea una
nueva situación cultural que hace inviable aplicar el concepto de arte mudéjar
en sentido estricto a las manifestaciones artísticas de estos territorios" (Borrás,
1995, p. 28).
El autor llega incluso a ignorar la existencia de este
mudéjar "periférico"8, en uno de los
manuales básicos referidos al estudio del arte islámico y mudéjar (Borrás, 2006). No es este el único caso de un autor que obvia los
territorios que trabajamos: Hinojosa (2007) excluye a las Islas Canarias y José Pijoán (1960), en el volumen XII de la colección Summa Artis dedicado al arte islámico, pide disculpas
anticipadas por la omisión o los errores que puedan derivarse del estudio del
arte mudéjar o, como él lo titula, "Los últimos destellos del arte
islámico en España" (p. 543).
En otros momentos, sin embargo, el mencionado Borrás (2005) busca el origen y modelo estético que repercute y genera
el nacimiento de dichas manifestaciones, más allá de las fronteras de la
metrópoli. En el IX Simposio Internacional de Mudejarismo plantea la gran
cantidad de ocasiones que se han considerado rasgos peculiares (en palabras del
autor, demasiadas), los elementos de la producción mudéjar en el reino de
Granada, las Islas Canarias y América cuando, al fin y al cabo, su situación es
similar y semejante a lo que está ocurriendo en la corona de Castilla en el
siglo XVI, lo cual disipa cualquier posibilidad de originalidad en dichas
regiones (p. 692). Particularizando en el caso de la vivienda, plantea dos
tipologías "(…) la medieval sevillana y la moderna granadina, se elabora,
así mismo y de forma sistemática, un panorama de conjunto de la arquitectura civil
mudéjar y de su evolución en la Edad Moderna en Granada, Canarias y
América" (2004, p. 241).
En el caso de las islas, aunque exportable a los
territorios americanos, llega a hablar de "manifestaciones tardías",
asumiendo la ampliación del segmento cronológico que definía y acotaba, en su
origen, al arte mudéjar. Del mismo modo, plantea el esquema básico de los
edificios sacros del archipiélago que consiste en iglesias de tres naves
separadas por columnas de corte renacentista y que se cubre con armaduras de madera
de carácter mudéjar (Borrás, 1990, pp. 190-191).
Otra manera de referirse a las manifestaciones del
lenguaje artístico que es objeto de nuestro estudio, es la de "raigambre
mudéjar" o "tradición mudéjar", concepto que podría asociarse
con la idea de pervivencias culturales de esta índole. Por ejemplo, Fraga (1998), para justificar la presencia de armaduras de madera
como método de cerramiento y la ausencia de bóvedas hasta bien entrado el
ochocientos, habla de los trabajos lignarios de raigambre mudéjar (p. 134). El
concepto de tradición mudéjar es abordado por Fernando Martín (1978) en su libro sobre la arquitectura doméstica canaria,
refiriéndose así al modo en el que este arraiga en las techumbres de las casas,
las cuales "(…) se fabrican hasta una época tan tardía como el siglo XVIII
y parte del siguiente, pervivencia explicable, como en otras ocasiones, por la
fuerte influencia de la tradición arquitectónica" (pp. 158-160).
En el año 1982, en los inicios de los primeros encuentros
para dirimir la legitimidad y conveniencia del uso de "arte mudéjar"
desde una perspectiva inclusiva y democrática, encontramos las palabras de Avilez (1982), las cuales plantean el paso de este lenguaje a Nueva
España por una cuestión de supervivencia:
(...) desde el siglo XVI existen edificaciones que
presentan sus elementos, pero aislados, no hay ningún edificio que pueda
clasificarse como mudéjar. Por lo tanto, consideramos más correcto hablar de
supervivencias de elementos arquitectónicos o decorativos mudéjares en el arte
novohispano, que de un arte propiamente mudéjar que no se dio, pues esto último
encierra un contenido histórico y artístico de un periodo muy concreto. (...)
la carpintería de lo blanco constituye el capítulo más interesante, no solo por
el número de obras que produjo sino por la perfección técnica y riqueza de las
mismas. (p. 335)
Aunque desgranando sus palabras llegaríamos al concepto
de "pervivencia cultural mudéjar", el planteamiento está errado desde
el principio, pues los mudéjares llegan a América, tras previo paso por las
Islas Canarias, lo cual asegura su presencia y trabajo en el continente, además
de que sí existen edificios propiamente adscritos a este lenguaje, tómese como
ejemplo La Pila en Chiapa del Corzo (México), construida en 1562 y que emplea
el ladrillo como material fundamental.
Además, conviene diferenciar entre arquitectura de corte
culto, cuya estructura, paramento y decoración responde a un estilo o lenguaje
concreto, y la arquitectura popular, que cuenta con paredes lisas, enlucidas en
un único color, quedando la decoración relegada a las entradas o vanos. Este
segundo caso es el tipo de edificación que, por las necesidades constructivas
de los nuevos territorios colonizados, se utiliza en mayor medida. Es en estos
ejemplos donde el mudéjar cobra protagonismo, ya sea en el trabajo de la madera
en artesonados, alfarjes, ajimeces, balcones, puertas o ventanas.
El caso comentado de Chiapas es un tipo de arquitectura
culta donde el conjunto responde a las exigencias del arte mudéjar en su
totalidad, pero en la mayoría de los casos, este aparece solo o asociado a
otros lenguajes que le son coetáneos, aunque ello no disminuya su valor (Fig. 2). En cuanto a esta
convivencia de estilos, el estudio desarrollado por Fraga (1999), en el cual aborda el avance conseguido en cuanto a las
investigaciones de la carpintería mudéjar estructuradas por regiones, plantea
que la técnica del "carpintero de lo blanco" sobrevivió al resto de
las manifestaciones, desarrollándose armaduras en todos los países de tradición
hispano-lusitana, "aunque el componente estético de la cultura occidental
fuera ya de signo renacentista e incluso barroco" (p. 563). En este caso,
añadimos que no solo eran de dichos signos las manifestaciones que se estaban
desarrollando en Europa, pues estas llegaban al archipiélago canario y al Nuevo
Mundo, y convivían en perfecta armonía con las obras mudéjares descritas.
Figura 2
Casa del
Corregidor, Santiago de Chile. El trabajo lignario del balcón corrido en la
segunda planta recuerda las labores mudéjares extendidas por todas las colonias
españolas, aunque en el caso que nos ocupa se hayan fusionado con las formas
bávaras que triunfaron en Chile durante el siglo XVIII y que tantos ejemplos ha
dejado a lo largo del territorio.
Otro término para tener en cuenta es el que da nombre a
los Simposios Internacionales de Teruel, el Mudejarismo. Aunque usado por el
afamado investigador Joaquín Yarza (1982), inmediatamente fue desechado por considerar que no
ofrecía solución al debate terminológico que se había establecido en aquellos
años. Aun así, llama poderosamente la atención que titule de esta forma los
congresos internacionales más importantes sobre el tema. Probablemente, eso sea
debido a lo ambiguo y neutro del concepto, que actuaría a modo de paraguas,
cobijando y dando voz a todas las formas mudéjares posibles, sin acotar en base
a criterios geográficos o cronológicos.
Techumbre mudéjar de El Salvador, Santa Cruz de La Palma
Finalmente, recurrimos al investigador Santiago Sebastián (1981), el cual plantea la concepción errónea de un arte
mudéjar, pidiéndolo asumir, más bien, como un subestilo que nace de lo popular
y sin capacidad para construir estructuras que permitan considerarlo un
lenguaje a tomar en cuenta. Desde los inicios que fijaron el concepto de
mudéjar, las cuestiones estética y étnica se unieron, lo que resultó un error,
pues un lenguaje se define por sus características formales y no por sus
artífices, con lo que el propio término "mudéjar", su definición y
campo de aplicación en base a los diferentes criterios expuestos, se tambalea
desde su base.
(...) no queda sino considerar lo mudéjar como la
continuación del arte hispano musulmán, tras la desaparición de su poder
político. Este fenómeno de pervivencia es muy característico del mundo
hispánico, es como una tradición medieval siempre presente en la cultura
española desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVIII. De acuerdo con la
sensibilidad de la historiografía moderna habría que calificar el fenómeno
mudéjar como una moda o un arte, no un estilo, sino un subestilo, de un
carácter netamente popular o popularista. (p. 512)
Para clarificar aún más su postura, en su artículo
"¿Existe el mudejarismo en Hispanoamérica?", añade a lo expuesto en
el extracto anterior la imposibilidad del mudéjar de crear un espacio interior,
avalando el uso del término mudejarismo para referirse a un lenguaje que, bajo
su propio criterio, se vería relegado a la idea de un sistema ornamental:
El mudéjar, al carecer de entidad estilística, no ha
tenido poder suficiente para crear nuevas estructuras, que necesariamente
hubieran contemplado la creación espacial de un nuevo tipo de edificio al
menos. Los alarifes mudéjares repitieron los espacios ya conocidos: los
hispanomusulmanes o los góticos. Parece obvio que hay que admitir lo mudéjar
como un subestilo, como una tradición popular de raigambre hispano-musulmana
vigente especialmente hasta el siglo XV. Desde el siglo XVI tanto en España como
en Hispanoamérica esta tradición fue perdiendo fuerza hasta quedar convertida
en una supervivencia, es decir se trata de un fenómeno popular. (Sebastián, 1995, pp. 45-46)
"LO
MUDÉJAR". REFORMULACIÓN Y REDEFINICIÓN TERMINOLÓGICA Y CONCEPTUAL
Mucho ha llovido desde aquellos primeros estudios que
abrieron el campo de investigación del arte mudéjar, el cual ha despertado el
interés de numerosos historiadores del arte que han enriquecido, de manera
exponencial, las fuentes documentales para su estudio. La ya mencionada Carmen Fraga (1985) advierte sobre la continuación de las formas musulmanas
en territorio canario y, por ende, hispanoamericano, una vez que estas han
desaparecido del territorio peninsular. La misma autora, en su libro dedicado
al arte mudéjar (1985), añade que
(...) desde que en el siglo XIX se eligiera el término
mudéjar para designar una serie de edificios marcados por la huella islámica,
no han faltado los historiadores que han tratado de esclarecer su vasto campo
de acción, ya fuera en sus límites estilísticos, cronológicos o geográficos. En
sucesivos estudios se ha ampliado su ámbito, más allá de lo arquitectónico, a
las artes industriales y a otras manifestaciones estéticas, todo ello a lo
largo de varios siglos y en suelo hispánico, tanto peninsular e insular como
continental americano. (p. 7)
Dentro de este espectro de autores que han hecho versar
sus estudios sobre los límites del arte mudéjar, y atendiendo a una realidad e
idiosincrasia propias de los nuevos lugares conquistados, proponemos la
siguiente definición para los términos abordados en el capítulo anterior:
-Arte mudéjar:
partiendo de la caída en desuso de la idea de periferia, pues todo lugar es
centro de su propia historia y devenir artístico, lo cual anula el concepto de
anacronismo (Gutiérrez, 1995, p. 12), el arte mudéjar en Hispanoamérica y las Islas
Canarias engloba toda aquella manifestación que, ya sea por sus características
formales, constructivas, compositivas y decorativas, responde a la definición
que, de dicho lenguaje, realizamos al inicio de este artículo. En el territorio
que nos ocupa, podemos hablar de su uso desde la llegada de los españoles hasta
bien entrado el siglo XVIII, coincidiendo con las últimas manifestaciones
barrocas.
-Manifestación
tardía, tradición o raigambre mudéjar: manifestaciones en la línea del arte
mudéjar, aunque de realización anacrónica, posterior a las fechas que son
propias de su desarrollo en el lugar que se estudie. En el archipiélago canario
y el continente americano, nos referimos con este concepto a las últimas
construcciones y/o manifestaciones que, aunque respondan a formas mudéjares,
coinciden en tiempo con la importación de las ideas ilustradas y la
independencia de las colonias, momento en el que este lenguaje responde a
ideales hispanos que las incipientes repúblicas desean dejar atrás.
-Pervivencias
culturales mudéjares: se mantienen elementos que, aunque de evidente corte
mudéjar, están relegados a espacios puntuales, como ventanas, puertas,
pórticos, etc. o adulterados, ya sea a nivel constructivo o decorativo (Fig. 3).
-Mudejarismo:
solución terminológica ambigua que ampara a todas las manifestaciones
existentes, pero que no da respuesta a la discusión planteada. Es más
resolutiva y constructiva si la ponemos en relación con las manifestaciones
plásticas del siglo XIX, sobre todo en cuanto a su representación con soportes
y técnicas que son ajenas al mudéjar. En este caso podemos hablar de revival o revitalización histórica, lo cual
nos permite asociar el mudejarismo al incipiente neomudéjar, o a esa necesidad
artística decimonónica de resucitar lenguajes que cobran inusitada fuerza y dan
respuesta a las inquietudes de una sociedad e intelectualidad que buscan en el
pasado la base y fundamento de su historia.
-Mudejárico:
término de tipo despectivo y/o peyorativo, usado coloquialmente para referirse
a las manifestaciones mudéjares que, empleado desde la España continental, se
desarrollan en Hispanoamérica y las Islas Canarias, y que no ofrece ningún tipo
de información.
Figura 3
Ventana estrellada,
Museo de Santiago o Casa Colorada, Santiago de Chile. Esta ventana estrellada,
la cual se repite en numerosos edificios santiaguinos, es heredera del clásico
vano mudéjar, que tiene en el que ocupa la cabecera de la iglesia capitalina de
San Francisco su máxima expresión. La perpetuación de estos modelos como
fórmulas positivas factibles de repetirse es a lo que llamamos una pervivencia
cultural mudéjar.
Podríamos tomar en consideración la loable intención de Lavado (2009), que propone la realización de una base de datos que
gestione y refleje aquellos ejemplos de arte mudéjar perdidos y recuperados,
pero que contemple todos los territorios donde encontró desarrollo dicho
lenguaje.
En definitiva, cuando dejamos atrás conceptos como
periferia o mudejárico, y tomamos conciencia de nuestra propia existencia como
sociedad productora de obras de arte, cuyo sentido autocéntrico viene avalado
por su realidad idiosincrática, podemos establecer estudios que sí responden a
los procesos históricos y artísticos propios de un lugar y su comunidad.
En el caso de Hispanoamérica y las Islas Canarias, el
trabajo realizado en este artículo, ya sea en la redefinición de la
terminología empleada para referirnos a toda aquella producción artística de
evidente herencia mudéjar, como en la datación de cada unos de los conceptos
dependiendo de su uso y significado, se hace necesario para nombrar y titular
de manera idónea las manifestaciones mudéjares que se estudien en dichos
territorios.
FINANCIAMINETO
Este
artículo forma parte del proyecto CONICYT/FONDECYT de Postdoctorado N°.
3180174, "Circulación y transferencia de modelos y obras en la
conformación del patrimonio chileno colonial (siglos XVII-XVIII)".
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Notas
1 En referencia a los aspectos técnicos
que caracterizan al arte mudéjar, recomendamos las siguientes lecturas: Abad
(1984), Fernández Cabo (1997), Nuere (2008) y Prieto (1977).
2 Los tratados de la carpintería de lo
blanco han sido abordados por diferentes autores: Báez (1982), Gómez (2006) y
Nuere (1990 y 2001).
3 Si bien es cierto que podemos hablar de
un mudéjar portugués, que se extiende por las islas atlánticas que cayeron bajo
la influencia lusa durante la Edad Moderna (Vieira da Silva, 2007, pp.
283-306), así como por el territorio del Brasil, atenderemos únicamente a
aquellas manifestaciones que tienen lugar en la América española y las Islas
Canarias, pues estos territorios tienen una realidad y lengua común, y una
relación comercial incesante durante los siglos XVI, XVII y XVIII.
4 Para ello requerimos de un profundo
estudio al que es inherente la pertinente reflexión historiográfica, la cual,
por motivos de espacio, centraremos en los monográficos que abordan los
estudios de Arte Mudéjar, a excepción de algunos textos que forman parte de
obras colectivas o revistas de investigación y que ayudan en el desarrollo de
nuestro estudio.
5 Podríamos establecer una bibliografía
sistematizada según sus lugares de edición o aquellos territorios que aborde.
Todos los años surgen nuevas tesis, artículos, monografías y textos de
ponencias que tienen al arte mudéjar como motivo de estudio. Recomendamos la
lectura de las fuentes siguientes, aun conociendo de la existencia de muchas
otras: Fernández García (1985); Henares y López Guzmán (1993); López Guzmán
(2003); Mariátegui (1975); Sebastián (1965); Toussaint (1946).
6 Para una mayor profundización en el
arte mudéjar en las Islas Canarias, recomendamos la lectura de los siguientes
estudios: Borrás (2004), Calero, Castro y González (2008), López García y
Calero (2008), Marrero (2017b y 2018), y Pérez y Rodríguez (2008).
7 Al igual que ocurre en otros lenguajes,
como el barroco, Canarias presenta concomitancias o paralelismos con los
virreinatos, pues ambos heredan y beben de su pasado anterior a la
colonización, planteando así una relación indisoluble con las civilizaciones o
sociedades primigenias, además de favorecer las relaciones entre el Nuevo Mundo
y el archipiélago.
8 La consideración de
"periférico" es relativa y por eso la entrecomillamos, ya que deja de
ser un término válido cuando asumimos que, en cuanto a la producción artística
en los virreinatos y las Islas Canarias, esta responde a la idiosincrasia de un
lugar y un momento concreto. Cuando dejamos de medir y estudiar dichas
manifestaciones según los cánones y el tiempo europeo, y asumimos que la manera
idónea de abordar su estudio es a partir de su propio tiempo y realidad, la
periferia se convierte en centro y lo periférico deja de tener sentido.
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