¿QUÉ ES UN ADORADOR NOCTURNO?
Los Adoradores
Nocturnos son todos los hombres, mujeres y niños, que voluntariamente juraron a
Jesús Sacramentado, ofrecerle cada mes una noche de amor y sacrificio ante su
Santísima presencia, en reparación de sus faltas y las del mundo entero.
EXISTEN TRES TIPOS DE ADORADORES
NOCTURNOS:
Adoradores Activos: Son todos los varones
sacerdotes o seglares mayores de 18 años que se comprometieron a tomar parte en
las Vigilias Nocturnas y velar una hora cada mes en la iglesia durante las
noches, sin salir de las dependencias del templo, a imitación del mismo Jesús
que ora en el Huerto y a semejanza de la guardia que custodia el palacio del
monarca.
Adoradores Honorarios: Son todas las demás personas, hombres que por su
edad avanzada, trabajo excesivo, atenciones de la familia, estudios o
enfermedades, están impedidos a permanecer en la iglesia durante toda la noche,
así como las mujeres y los niños, pero que gozan de todas las gracias y favores
espirituales de la Adoración Nocturna.
Tarcisios e Inesitas: Llamados así en
honor a los niños mártires de la Eucaristía, son todos los niños mayores de 10
años que han hecho su primera comunión y que conforman la vanguardia de la
Adoración Nocturna.
Todos ellos juraron a Jesús Sacramentado en un acto Solemne, cumplir con el
compromiso de otorgarle una noche de cada mes durante toda su vida, teniendo
como testigos de su juramento al Sacerdote (representante de Cristo), a los
demás socios de la Sección, a todos los hermanos de las secciones de la
Diócesis representados en el Consejo Diocesano, y a todos los hermanos de las
secciones del país representados en el Consejo Nacional que los acompañaron en
esa noche (representantes de la Iglesia).
¿QUÉ GRACIAS OBTIENE UN ADORADOR
NOCTURNO?
S. S. El Papa Pío
X el 29 de junio de 1913 concedió a la Archicofradía de la Adoración
Nocturna del Santísimo Sacramento, establecida en México, disfrutar de todas las
gracias, indulgencias, beneficios espirituales y privilegios concedidos por los
Sumos Pontífices a la Venerable Archicofradía Romana.
El Adorador Nocturno obtiene la dicha de
tener un encuentro personal e íntimo con Jesús Sacramentado, “No hay nación por fuerte que fuera que tuviera sus dioses tan cerca
como nuestro Dios está cerca de nosotros”, que lo recibe en audiencia privada, para saber de él, escucharle en sus necesidades y
ofreciéndole su Cuerpo, Sangre, Alma, Divinidad y Humanidad.
El Adorador
Nocturno aspira siempre a ser Adorador en la presencia Divina de Dios. La
Adoración Nocturna Mexicana es una asociación espiritual de laicos que tiene
por objeto rendir al Señor culto de Adoración y Alabanza, tributándole homenaje
de amor y reparación por los pecados del mundo. Su espiritualialidad se expresa en el amor, sacrificio y expiación.
El adorador
nocturno del Santísimo Sacramento adora a Dios en la Eucaristía y disfruta
especialmente del regalo infinito que supone la presencia real de Jesús.
Conversa personalmente con El, en su domicilio terrestre durante el silencio de
la noche.
Como adoradores nos agrupamos en turnos, en los días de vigilias señaladas,
cubriendo distintas horas de vela; debemos sentirnos dentro de la Iglesia,
cumplidores de la misión que Cristo le encargó cuando pidió que oráramos
ininterrumpidamente.
La espiritualidad propia del adorador nocturno trata de imitar a Cristo,
adorador del Padre, que durante su vida mortal oraba frecuentemente de noche y
que ahora perpetua con su intercesión y sacrificio redentor en la
Eucaristía. Por tal razón el adorador abandona las comodidades del hogar, el
calor de su familia para ir a rezar una noche en el templo en medio de muchas
incomodidades, sufriendo las inclemencias del templo; se sacrifica por sus
hermanos, por seres desconocidos, entregados si se quiere a la disipación, al
pecado y hasta el crimen.
Habla el Papa Pío VI al
respecto:
“Los institutos y
asociaciones que por peculiar ley, confirmada por la Iglesia, se les ha
encomendado el deber de dar culto de Adoración al Sacramento de la Eucaristía,
(como es el caso de la Adoración Nocturna) sepan que realizan un oficio
preclarísimo y en nombre de la Iglesia” (1969).
“Sabemos bien amados hijos, que pasando
largas horas junto a Jesús Sacramentado, vigilando en oración mientras el mundo
exterior descansa, quereís dar a vuestra vida el complemento sobrenatural que
la sublima, la enriquece, le da una nueva dimensión. Os expresamos nuestra
complacencia y os alentamos en ese camino”(1975).
Habla Mons. Enrique R. Salazar:
“Entre los
privilegios luminosos que vienen a enriquecer nuestra amada obra de Adoración
Nocturna, en la misma Constitución sobre la Liturgia se encuentran los
siguientes: Los miembros de cualquier instituto de Estado de perfección que en
virtud de las constituciones rezan alguna parte del Oficio Divino, hacen
oración pública de la Iglesia.
Por una tradición cristiana antigua, el Oficio Divino está estructurado de tal
manera que la alabanza de Dios consagra el curso del día y de la noche y cuando
los sacerdotes y todos aquéllos que han sido destinados a esta función por
institución de la Iglesia, cumplen debidamente ese admirable cántico de
alabanza, o cuando los fieles oran junto con el sacerdote en la forma
establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa (La Santa
Madre Iglesia) que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su
Cuerpo, al Padre”
A partir
de su fundación, todos los Sumos Pontífices han sido adoradores. Pío VII, León XII, Pío VIII, Gregorio XVI; Pío IX siendo Papa, quiso
expresamente inscribirse en la Adoración Nocturna y no se diga del
Eucarístico, hoy San Pío X; León XIII la enriqueció, con singulares favores;
Benedicto XV fue su Presidente, antes de ser elevado a la Cátedra de San Pedro;
Pío XI y Pío XII demostraron su especial afecto hacia la Adoración
Nocturna mandando imprimir a sus propias expensas el Ritual de la misma, con la
traducción al italiano. Su Santidad Juan XXIII vio con suma complacencia el
desarrollo de la Adoración Nocturna en México.
https://adomexsanpedro.jimdofree.com/qu%C3%A9-es-un-adorador-nocturno/
LA ADORACIÓN NOCTURNA
Las vigilias de la antigüedad,
primer precedente de la AN
Las vigilias mensuales de la
Adoración Nocturna (=AN) continúan la tradición de aquellas vigilias nocturnas
de los primeros cristianos, si bien éstos, como sabemos, no prestaban todavía
una especial atención devocional a la Eucaristía reservada.
En efecto, los primeros cristianos, movidos por la
enseñanza y el ejemplo de Cristo -«vigilad y orad»-, no solamente
procuraban rezar varias veces al día, en costumbre que dio lugar a la Liturgia
de las Horas, sino que -también por imitar a Jesús, que solía orar por la
noche (+Lc 6,12; Mt 26,38-41)-, se reunían a celebrar vigilias nocturnas
de oración.
Estas vigilias tenían lugar en el aniversario de
los mártires, en la víspera de grandes fiestas litúrgicas, y sobre todo en las
noches precedentes a los domingos. La más importante y solemne de todas ellas
era, por supuesto, la Vigilia Pascual, llamada por San Agustín
«madre de todas las santas vigilias» (ML 38,1088).
En las vigilias los cristianos se
mantenían vigiles, esto es, despiertos, alternando oraciones,
salmos, cantos y lecturas de la Sagrada Escritura. Así es como esperaban en la
noche la hora de la Resurrección, y llegada ésta al amanecer, terminaban la
vigilia con la celebración de la Eucaristía. Tenemos de esto un ejemplo muy
antiguo en la vigilia celebrada por San Pablo con los fieles de Tróade (Hch 20,
7-12).
Con el nacimiento del monacato en el siglo IV, se
van organizando en las comunidades monásticas vigilias diarias, a las que a
veces, como en Jerusalén, se unen también algunos grupos de fieles laicos. Así
lo refiere en el Diario de viaje la peregrina española Egeria,
del siglo V. En todo caso, entre los laicos, las vigilias más acostumbradas
eran las que semanalmente precedían al domingo.
La costumbre de las vigilias nocturnas se hizo
pronto bastante común. San Basilio (+379), por ejemplo, respondiendo a ciertas
reticencias de algunos clérigos de Neocesárea, habla con gran satisfacción de
tantos «hombres y mujeres que perseveran día y noche en las oraciones
asistiendo al Señor», ya que en este punto «las costumbres actualmente vigentes
en todas las Iglesias de Dios son acordes y unánimes»:
«El pueblo [para celebrar las vigilias] se levanta
durante la noche y va a la casa de oración, y en el dolor y aflicción, con
lágrimas, confiesan a Dios [sus pecados], y finalmente, terminadas las
oraciones, se levantan y pasan a la salmodia. Entonces, divididos en dos coros,
se alternan en el canto de los salmos, al tiempo que se dan con más fuerza a la
meditación de las Escrituras y centran así la atención del corazón. Después, se
encomienda a uno comenzar el canto y los otros le responden. Y así pasan la
noche en la variedad de la salmodia mientras oran. Y al amanecer, todos juntos,
como con una sola voz y un solo corazón, elevan hacia el Señor el salmo de la
confesión [Sal 50], y cada uno hace suyas las palabras del arrepentimiento.
«Pues bien, si por esto os apartáis de nosotros
[con vuestras críticas], os apartaréis de los egipcios, os apartaréis de las
dos Libias, de los tebanos, los palestinos, los árabes, los fenicios, los
sirios y los que habitan junto al Éufrates y, en una palabra, de todos aquellos
que estiman grandemente las vigilias, las oraciones y las salmodias en común»
(MG 32,764).
Las vigilias mensuales de la AN -también con
oraciones e himnos, salmos y lecturas de la Escritura- prolongan, pues, una
antiquísima tradición piadosa del pueblo cristiano, que nunca se perdió del
todo, y que hoy sigue siendo recomendada por la Iglesia. Así en la Ordenación
general de la Liturgia de las Horas, de 1971:
«A semejanza de la Vigilia Pascual, en muchas
Iglesias hubo la costumbre de iniciar la celebración de algunas solemnidades
con una vigilia: sobresalen entre ellas la de Navidad y la de Pentecostés. Tal
costumbre debe conservarse y fomentarse de acuerdo con el uso de cada una de
las Iglesias (71).
«Los Padres y autores espirituales, con muchísima
frecuencia, exhortan a los fieles, sobre todo a los que se dedican a la vida
contemplativa, a la oración en la noche, con la que se expresa y se aviva la
espera del Señor que ha de volver: "A medianoche se oyó una voz: `¡que
llega el esposo, salid a recibirlo´ (Mt 25,6)!; "Velad, pues no sabéis
cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto
del gallo o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre
dormidos" (Mc 13,35-36). Son, por tanto, dignos de alabanza los que
mantienen el carácter nocturno del Oficio de lectura» (72).
En este mismo documento se dan las normas para el
modo de proceder de «quienes deseen, de acuerdo con la tradición, una celebración
más extensa de la vigilia del domingo, de las solemnidades y de las fiestas»
(73).
Otros precedentes
Las vigilias de los antiguos cristianos, como
sabemos, no tenían, sin embargo, una referencia devocional hacia la presencia real
de Cristo en la Eucaristía. En este aspecto, los antecedentes de la devoción
eucarística de la AN han de buscarse más bien en las Cofradías del
Santísimo Sacramento, de las que ya hemos hablado, nacidas con el Corpus
Christi (1264), y acogidas después normalmente a la Bula de 1539.
Son también antecedente de la AN las
Cuarenta horas. Éstas tienen su origen en Roma, en el siglo XIII; reciben
en el XVI un gran impulso en Milán, y Clemente VIII, con la Bula de 1592, las
extiende a toda la Iglesia. Como las Cuarenta Horas de adoración en un templo
eran continuadas sucesiva e ininterrumpidamente en otros, viene a producirse
así una adoración perpetua.
Pero si buscamos antecedentes más próximos de la
Adoración actual, los hallamos en la Adoración Nocturna nacida
en Roma en 1810, con ocasión del cautiverio de Pío VII, por iniciativa del
sacerdote Santiago Sinibaldi. Y en la Adoración Nocturna desde casa,
fundada por Mons. de la Bouillerie en 1844, en París.
Pues bien, en su forma actual, la AN es iniciada,
según vimos, en Francia por Hermann Cohen y dieciocho hombres el 6 de diciembre
de 1848, con el fin de adorar en una iglesia, con turnos sucesivos, al
Santísimo Sacramento en una vigilia nocturna.
La Adoración Nocturna en España
España conoce también en su historia cristiana
muchas Cofradías del Santísimo Sacramento, agregadas normalmente a Santa
Maria sopra Minerva, iglesia de los dominicos en Roma, y que durante el XIX
se integran en el Centro Eucarístico. Pero la AN, como tal, se
inicia en Madrid, el 3 de noviembre de 1877, en la iglesia de los Capuchinos.
Allí se reúnen siete fieles: Luis Trelles y
Noguerol -está en curso su proceso de beatificación-, Pedro Izquierdo, Juan de
Montalvo, Manuel Silva, Miguel Bosch, Manuel Maneiro y Rafael González. Queda
la Adoración integrada al principio en el Centro Eucarístico.
En cuanto Adoración Nocturna Española (ANE)
se constituye de forma autónoma en 1893. A los comienzos reúne en sus grupos solamente
a hombres, pero más tarde, sobre todo en los turnos surgidos en parroquias,
forma grupos de hombres y mujeres. En 1977 celebra en Madrid, con participación
internacional, su primer centenario.
En 1925 nace en Valencia la Adoración
Nocturna Femenina (ANFE), que desde 1953, cuando se unifican
experiencias de varias diócesis, es de ámbito nacional.
ANE y ANFE están hoy presentes en casi todas las
Diócesis españolas.
La Adoración Nocturna en el mundo
La AN, iniciada en París en 1848 y en Madrid en
1877, llega a implantarse en un gran número de países, especialmente en
aquellos que, cultural y religiosamente, están más vinculados con Francia y con
España.
Alemania, Argentina, Bélgica, Benin, Brasil,
Camerún, Canadá, Colombia, Costa de Marfil, Cuba, Congo, Chile, Ecuador,
Egipto, España, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Guinea Ecuatorial,
Honduras, India, Inglaterra, Irlanda, Italia, Isla Mauricio, Luxemburgo,
México, Panamá, Polonia, Portugal, Santo Domingo, Senegal, Suiza, Vaticano y
Zaire.
Todas estas asociaciones de adoración nocturna,
desde 1962, están unidas en la Federación Mundial de las Obras de la
Adoración Nocturna de Jesús Sacramentado.
Naturaleza de la Adoración Nocturna
Al describir en lo que sigue la AN, nos referimos
concretamente al modelo de la AN Española. Pero lo que decimos vale también más
o menos para ANFE y para otros países, especialmente para los de
Hispanoamérica, ya que usan normalmente el mismo Manual.
La AN es una asociación de fieles que, reunidos en
grupos una vez al mes, se turnan para adorar en la noche al Señor, realmente
presente en la Eucaristía, en representación de la humanidad y en el nombre de
la Iglesia.
Los adoradores, una vez celebrado el Sacrificio
eucarístico, permanecen durante la noche por turnos ante el Sacramento, rezando
la Liturgia de las Horas y haciendo oración silenciosa.
Fines principales
Los fines de la AN son los mismos de la Eucaristía.
Son aquellos fines de la adoración eucarística ya señalados por la Bula Transiturus de
1264, por el concilio de Trento, por la Mediator Dei o en
la Eucharisticum mysterium: adorar con amor al mismo Cristo; adorar
con Cristo al Padre «en espíritu y en verdad»; ofrecerse con Él, como víctimas
penitenciales, para la salvación del mundo y para la expiación del pecado;
orar, permanecer amorosamente en la presencia de Aquel que nos ama...
Éstos fines son los que una y otra vez han
subrayado los Papas al dirigirse a la AN:
«El alma que ha conocido el amor de su divino
Maestro tiene necesidad de permanecer largamente ante la
Hostia consagrada y de adoptar, en la presencia de la humildad de Dios, una
actitud muy humilde y profundamente respetuosa» (Pío XII, Alocución a
la AN, Roma, AAS 45, 1953, 417).
«La presencia sacramental de Cristo es fuente de
amor. Amor, en primer lugar al mismo Cristo. El encuentro eucarístico es un
encuentro de amor... Y amor a nuestros hermanos. Porque la autenticidad de
nuestra unión con Jesús sacramentado ha de traducirse en nuestro amor verdadero
a todos los hombres, empezando por quienes están más próximos» (Juan Pablo
II, Alocución a la AN, Madrid 31-X-1982).
En la adoración eucarística y nocturna, los fieles
se unen profundamente al Sacrificio de la redención -centro absoluto de la
vigilia-, acompañan a Jesús en su oración nocturna y dolorosa de Getsemaní:
«Quedáos aquí y velad conmigo... Velad y orad, para
que no caigáis en tentación... En medio de la angustia, él oraba más
intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían sobre la tierra»
(Mt 26,38.41; Lc 22,44).
Los adoradores alaban al Señor y le dan gracias
largamente. Le piden por el mundo y por la Iglesia, por tantas y tan gravísimas
necesidades.
«En esas horas junto al Señor, os encargo que
pidáis especialmente por los sacerdotes y religiosos, por las vocaciones
sacerdotales y a la vida consagrada» (Juan Pablo II, ib.).
Los adoradores, en las vigilias nocturnas,
permanecen atentos al Señor de la gloria, el que vino, el que viene, el que
vendrá.
«¡Felices los servidores a quienes el señor
encuentra velando a su llegada!. Yo os aseguro que él mismo recogerá su túnica,
les hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirles. ¡Felices ellos, si el
señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!» (Lc 12,37-38).
Los adoradores, perseverando en la noche a la luz
gloriosa de la Eucaristía, esperan en realidad el amanecer de la vida eterna,
de la que precisamente la Eucaristía es prenda anticipada y ciertísima:
«La sagrada Eucaristía, en efecto, además de ser
testimonio sacramental de la primera venida de Cristo, es al
mismo tiempo un anuncio constante de su segunda venida gloriosa,
al final de los tiempos.
«Prenda de la esperanza futura y aliento, también
esperanzado, para nuestra marcha hacia la vida eterna. Ante la sagrada Hostia
volvemos a escuchar aquellas dulces palabras: "venid a mí todos los que
estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28)» (Juan Pablo
II, ib.).
Fines complementarios
La AN no agota su finalidad con la pura celebración
de las vigilias mensuales. A ella le corresponde también, por Estatutos, promover
otras formas de devoción y culto a la sagrada Eucaristía, siempre dentro de
la comunión de la Iglesia y la obediencia a la Jerarquía apostólica.
Los adoradores, pues, cada uno en su familia, en su
parroquia o allí donde puedan actuar -colegios, asociaciones laicales y
movimientos, etc.-, han de promover la devoción a la Eucaristía y el culto a la
misma. Ésta es la proyección apostólica específica de la AN.
Otras actividades apostólicas podrán ser cumplidas por los adoradores en cuantos
feligreses de una comunidad parroquial o miembros de determinados movimientos
laicales. Pero en cuanto adoradores han de comprometerse en el
apostolado eucarístico. Señalaremos, a modo de ejemplo, algunos de los
objetivos que los adoradores deben pretender con todo empeño, con oración
insistente y esperanzada, y con trabajo humilde y paciente:
-Practicar con frecuencia las visitas al
Santísimo y difundir esta preciosa forma de oración. Esto ha de ir por
delante de todo. El adorador nocturno ha de ser también un adorador diurno.
-Conseguir que, según lo que dispone la Iglesia (Ritual 8; Código 937), haya
iglesias que permanezcan abiertas durante algunas horas al día, de
modo que no se abran sólo para la Misa o los sacramentos. Al menos en la ciudad
y también en los pueblos más o menos grandes, en principio, es posible
conseguirlo. Éste es un asunto muy grave. La vida espiritual del pueblo
católico se configura de un modo u otro según que los fieles dispongan o no de
templos, de lugares idóneos no sólo para la celebración del culto, sino para la
oración. El Ritual de la dedicación de iglesias manifiesta muy
claramente que las iglesias católicas han de ser «casas de oración».
-Procurar la dignidad de los sagrarios y
capillas del Santísimo.
-Fomentar en la parroquia, de acuerdo con el
párroco y en unión si es posible con otros adoradores, algún modo
habitual de culto a la Eucaristía fuera de la Misa: exposiciones del
Santísimo diarias, semanales o mensuales, celebración anual de las Cuarenta
Horas, o en fin, lo que se estime más viable y conveniente.
-Promover en alguna iglesia de la ciudad alguna
forma de adoración perpetua durante el día. Los adoradores
activos, y también los veteranos, han de ofrecerse los primeros para hacer
posible la continuidad de los turnos de vela.
-Cultivar grupos de tarsicios, es
decir, de adoradores niños o adolescentes: animarles, formarles, guiarles en
sus reuniones de adoración eucarística. San Tarsicio, en los siglos III-IV, fue
un niño romano, mártir de la Eucaristía.
-Difundir la devoción eucarística en
colegios católicos, reuniones de movimientos apostólicos, Seminario, ejercicios
espirituales, catequesis, retiros y convivencias.
-Procurar que el Corpus Christi sea
celebrado con todo esplendor, y guarde su identidad genuina, la que es querida
por Dios, de tal modo que esta solemnidad litúrgica no venga a desvanecerse,
ocultada por otras significaciones -por ejemplo, el Día de la Caridad-. Por muy
valiosas que sean estas otras significaciones, son diversas.
Insistamos en lo primero. Si un adorador tiene de
verdad amor a Cristo en la Eucaristía, si quiere ser de verdad fiel a su propia
vocación, la que Dios le ha dado, ¿cómo podrá limitar su devoción y acción a
una vigilia mensual?
Vigilias mensuales
Las vigilias mensuales se celebran normalmente en
una iglesia fija, que puede ser una parroquia, un convento o a veces, donde
existe, el oratorio propio de la AN. Y tienen «una duración mínima de cinco
horas de permanencia, incluida la santa Misa». En ocasiones, ese
tiempo se verá reducido, cuando, por ejemplo, es el grupo muy pequeño y no es
posible establecer varios turnos sucesivos de vela.
En la vigilia un sacerdote celebra la Eucaristía y,
si le es posible, administra antes el sacramento de la penitencia a los
adoradores que lo desean, les acompaña en la vigilia, y da la bendición final
con el Santísimo. Está prevista, sin embargo, la manera de celebrar vigilias
sin sacerdote, allí donde por una u otra razón no hay uno disponible.
Notas esenciales de la AN son tanto la
nocturnidad como la adoración prolongada, que para poder
serlo se realiza normalmente en turnos sucesivos. Es la modalidad tradicional
que el mismo Ritual de la Iglesia recomienda, en referencia a
comunidades religiosas:
«Se ha de conservar también aquella forma de
adoración, muy digna de alabanza, en la que los miembros de la comunidad se van
turnando de uno en uno o de dos en dos, porque también de esta forma, según las
normas del instituto aprobado por la Iglesia, ellos adoran y ruegan a Cristo el
Señor en el Sacramento, en nombre de toda la comunidad y de la Iglesia» (90).
Las vigilias de la AN se desarrollan siguiendo
un Manual propio que es bastante amplio y variado -la edición
española tiene 670 páginas-, en el que se incluyen un buen número de modelos de
vigilias, siguiendo los tiempos litúrgicos, en las diversas Horas. Recoge
también otras oraciones y cantos.
Espíritu
La AN, tras siglo y medio de existencia, tiene un
espíritu propio, que está expresado no solamente en sus Estatutos,
aprobados en cada país por la Conferencia Episcopal, sino también en una tradición viva,
que trataremos de plasmar a través de varias palabras clave.
-Vocación. En la Iglesia todos tienen
que amar y ayudar a los pobres, pero no todos tienen que trabajar en Caritas o
en instituciones análogas; eso requiere una vocación especial. En la Iglesia
todos tienen que rezar y ayudar a las misiones, pero no todos tienen que irse
misioneros; sólo aquellos que son llamados por Dios. Etc.
En la Iglesia todos tienen que adorar a Cristo en
la Eucaristía. Evidente. No serían cristianos si no lo hicieran; y en las Misas
se hace siempre. Pero no todos están llamados a venerar especialmente
la presencia de Cristo en la Eucaristía, y menos en una larga permanencia
comunitaria, nocturna, orante, litúrgica, penitencial. Para eso hace falta una
gracia especial, que reciben cuantos fieles cristianos se integran en la AN -o
en otras obras análogas centradas en la devoción eucarística-.
-Fidelidad
personal a la vocación. No se ingresa en la Adoración por una temporada.
Al menos en la intención, el cristiano ha de integrarse en la AN para
siempre. Entiende que Dios le ha llamado a ella con una vocación
especial; y que, por tanto, es un don gratuito que el Señor no piensa
retirarle, pues quiere dárselo para siempre. En efecto, «los dones y la
vocación de Dios son irrevocables» (Rom 11,29).
Los Estatutos prescriben la
obligación de asistir a las 12 vigilias mensuales, más a las 3 extraordinarias
de Jueves Santo, el Corpus Christi y Difuntos. Pero aún más fuertemente los
adoradores se ven sujetos a la perseverancia por un amor que
quiere ser fiel a sí mismo, y también por una tradición de
fidelidad muy frecuente. Ha habido adoradores que en cincuenta años no han
faltado a una sola vigilia. Si por viaje, enfermedad o por lo que sea no
pudieron asistir a su turno, acudieron otro día a otro, como está mandado. En
cualquier turno tenemos veteranos cuya fidelidad conmovedora está diciendo a
los novatos: "si no piensas perseverar fielmente en la Adoración, no
ingreses en ella. Acompáñanos en las vigilias siempre que quieras, pero no te
afilies a la Adoración Nocturna si no piensas perseverar en ella".
-Fidelidad
comunitaria al carisma original. De la Cartuja se dice nunquam
reformata, quia nunquam deformata. Algo semejante podría decirse de la AN:
no ha sido reformada desde su origen, porque nunca se ha deformado. Su misma
sencillez -de la que en seguida hablaremos- hace posible su perduración
secular.
En 1980, en la introducción a las Bases
doctrinales para un ideario de la AN, Salvador Muñoz Iglesias, consiliario
nacional de ANE, escribe: «La Adoración Nocturna en España cumplió cien años
[en 1977] sin perder su identidad. Mejor diríamos: cumplió cien años porque no
perdió su identidad, porque supo ser fiel al ideario que le diera origen».
Observación muy exacta..
Cuando el concilio Vaticano II trata de la
renovación de los institutos religiosos señala como uno de los criterios
decisivos la fidelidad al carisma original: «manténgase fielmente el espíritu y
propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones» (PC 2).
Una Obra de Iglesia, como lo es la AN, ha de crecer y crecer siempre como un
árbol: en una fidelidad permanente a sus propias raíces.
-Penitencia. Espíritu de expiación y
reparación por los pecados propios y los del mundo. La Eucaristía es un
sacrificio de expiación por el pecado del mundo, y no se puede participar
verdaderamente de ella sin un espíritu penitencial. En la Eucaristía -tanto en
el Sacrificio como en el culto al Sacramento- nos ofrecemos con Cristo al Padre
como víctimas expiatorias.
Ya vimos que muchas de las Cofradías del Santísimo
más antiguas, como las del siglo XIII, se llamaban Cofradías de Penitentes.
También vimos que, concretamente, la Adoración Nocturna ha iniciado su vida
coincidiendo con episodios muy duros del Papado. Así fue como se formaron
aquellas cofradías y así nace también la AN.
Hay muchos pecados en el mundo y en la Iglesia por
los que expiar. Los adoradores, precisamente por su espiritualidad eucarística
-sacrificial, por tanto, victimal-, se sienten muy llamados a expiar por los
pecados propios y ajenos, sobre todo por los pecados contra la Eucaristía. En
los pueblos cristianos, concretamente, muchas blasfemias se dirigen contra
ella; muchísimos bautizados viven habitualmente alejados de la Misa, de la
comunión, de toda forma de devoción a la Eucaristía... como si pudiera haber vida
cristiana que no sea vida eucarística.
En América, el párroco admirable de una enorme
parroquia, comentando unos malos sucesos, nos decía: «Las cosas están mal. Hay
muchos males y mucho pecado. Voy a hacer todo lo posible para establecer en mi
parroquia la Adoración Nocturna». Es un hombre de fe. Se ve que entiende el
mundo y la misión que en él debe cumplir.
Sin un espíritu penitencial firme no se puede
perseverar en la AN un mes y otro, año tras año, con frío o calor, con
indisposiciones corporales o cansancios, con disgustos y preocupaciones, con
viajes, espectáculos y fiestas. Sin espíritu penitencial, no puede haber
fidelidad perseverante al compromiso de la Adoración, libremente asumido por
amor a Cristo, a la Iglesia y al mundo. Se participará en sus vigilias unas
veces sí, otras no, subordinando la asistencia a cualquier eventualidad. Y se
acabará en la deserción. Es el amor, el amor capaz de cruz penitencial, el
único que tiene fuerza para perseverar fielmente.
-Diversidad de
miembros. En una Misa
parroquial se reúnen feligreses de toda edad y condición, pues la Eucaristía
-así se entendió desde el principio- es precisamente el sacramento de la unidad
de la Iglesia: «siendo muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos
de un solo pan» (1Cor 10,17). Pues bien, es también característico de la
Adoración Nocturna, desde sus inicios, que en sus turnos se reúnan en grata
fraternidad jóvenes y ancianos, personas cultas y otras ignorantes, médicos,
zapateros, funcionarios, campesinos, todos unidos en la celebración, primero, y
en la adoración después de la Eucaristía, el sacramento de la unidad.
En un Discurso al Congreso de Malinas, en 1864, el
padre Hermann hacía notar que la AN, que obtuvo un rápido desarrollo en
Inglaterra, hubo de superar en primer lugar un clasismo cerrado,
muy arraigado en aquellas gentes: «La Adoración Nocturna encuentra serios obstáculos
en el carácter, costumbres e ideas de este pueblo esencialmente dado a las
comodidades materiales, y en el que el respeto por las desigualdades sociales
hace muy difícil la fusión de las diferentes clases de la sociedad. Si un
inglés de alta alcurnia necesita tener una virtud casi heroica para pasar parte
de una noche descansando sobre un colchón duro en exceso, junto a un obrero o
al lado de un pequeño comerciante, a éstos no les cuesta menos hallarse en un
mismo pie de igualdad tan completa con el gran señor» (Sylvain 246).
-Gente
sencilla. Por supuesto,
hay en la Adoración cristianos muy cultos, económicamente fuertes,
políticamente importantes, etc. Pero, ya desde sus comienzos, es evidente que
la mayoría de sus miembros son personas socialmente modestas.
Los primeros adoradores de Jesús, el Emmanuel,
Dios-con-nosotros, son María y José: personas modestas. Y en seguida, avisados
por los ángeles, acuden a adorarle unos pastores: gente humilde. Más tarde,
conducidos por la estrella, llegaron los «magos», grandes personajes... Y así
viene a ser siempre.
En el Cincuentenario de la AN en Francia, Mr.
Cazeaux, en la Memoria, hacía recuerdo de aquel primer grupo de
diecinueve adoradores, en su mayoría gente muy modesta. «¿A quién se dirige
[nuestro Señor] para realizar sus designios, especialmente para la realización
de las obras que más caras le son, que más le interesan? A los pequeños, a los
humildes, a los menospreciados por el mundo. Claro está que veremos también [en
la AN] a personas notables y distinguidas, pero el grueso de la tropa se
compone de simples empleados y de obreros ignorados por el mundo.
«Y todavía continúa siendo lo mismo. Entre todas
las parroquias de París, las más fervientes y las que dan el mayor número de
adoradores son las parroquias de los arrabales. En ellas los obreros, que todo
el día se han afanado en el trabajo, no regatean la noche a Nuestro Señor, y se
ve a algunos que dejan la adoración de madrugada, antes de la primera Misa, que
ni siquiera pueden oír, porque deben hallarse temprano en la reanudación del
trabajo» (Sylvain 432-433).
-Sencillez. En la AN todo es muy
sencillo. Ésa es una de las razones por la que se manifiesta válida para
personas, para espiritualidades y para naciones muy diversas.
Es muy sencilla -sustancial y universal- la
doctrina espiritual que la sustenta. De hecho, es asumida por personas de
filiaciones espirituales muy diversas. Es sencilla su organización interna: un
Consejo Nacional, un Consejo Diocesano, presidentes de sección, jefes de turno.
Es sencilla la estructura de sus vigilias
nocturnas: breve reunión, rosario y confesiones, santa Misa, turnos de vela en
los que se alterna el rezo de las Horas y la oración en silencio, más una
Bendición final.
Antes hemos citado al Vaticano II, que exige a los
institutos religiosos un retorno constante «a la primitiva inspiración». Pero
el concilio también les exige para su adecuada renovación «una adaptación a las
cambiadas condiciones de los tiempos» (PC 2). Pues bien, por lo que
se refiere a los modos de celebrar las vigilias nocturnas de la Adoración, se
comprende que unas celebraciones tan perfectas en su sencillez hayan perdurado
en su forma durante tantos años.
Al menos en lo substancial, ¿qué habría que añadir,
quitar o cambiar en un orden tan armonioso, tan simple y perfecto, y tan
probado además por la experiencia?... Cristianos ajenos a la AN sienten,
a veces, la necesidad de introducir en ella grandes cambios. Pero,
curiosamente, quienes son miembros de ella y la viven, normalmente, no
sienten la necesidad de tales cambios, sino que se sienten muy
bien en ella, tal como es.
Algunos cambios, sin embargo, se han hecho al paso
de los años, y se han cumplido, sin duda, en buena hora: paso del latín a la
lengua vernácula, abandono progresivo de algunos símbolos militares o
cortesanos perfectamente legítimos, pero que han ido quedando alejados de la
sensibilidad de nuestro tiempo.
Si la AN acentuase ciertos aspectos de la
espiritualidad cristiana -lo que, por otra parte, sería perfectamente legítimo:
en tantas obras católicas se dan, por la gracia de Dios, esas acentuaciones-,
vendría a ser un camino idóneo para ciertas espiritualidades, pero no para
otras; para ciertos tiempos o lugares, pero no para otros.
Por el contrario, la noble sencillez de la AN, en
sus líneas esenciales, es idónea para acoger -y de hecho acoge- a personas,
grupos o naciones de muy diversos talantes y espiritualidades. Concretamente,
el orden fundamental de sus vigilias, tanto por la calidad absoluta de
sus ingredientes -Misa, adoración del Santísimo, rezo de las Horas, oración
silenciosa, permanencia nocturna-, como por el orden armonioso que
los une, goza de una perfecta sencillez, que le permite perdurar pacíficamente
al paso de los años y de las generaciones en muchas naciones.
En 1848, hace ciento cincuenta años
-En 1848 se publica el Manifiesto
comunista. Es elaborado por el judío Karl Heinrich Marx (1818-1883)
y por Friedrich Engels (1820-1895). Marx nace en Tréveris, al
noroeste de Alemania, cerca de Luxemburgo. Estudia derecho, pero pronto, bajo
el influjo de Hegel (1770-1831), se dedica a la filosofía, y más tarde a la
economía y la política. El marxismo, que de él deriva, se extendió desde
entonces por gran parte del mundo, y tuvo su mayor fuerza en la Unión
Soviética.
Según un informe de la KGB, de 1994, cuarenta y dos
millones de rusos fueron asesinados por los comunistas entre 1928 y 1952. El
número de muertos por el comunismo se amplía enormemente si se mira el conjunto
de las naciones en que estuvo vigente: «el total se acerca a la cifra de cien
millones de muertos» (AA.VV., El libro negro del Comunismo,
Planeta-Espasa 1998, 18). En 1989, con la caída del muro de Berlín, decayó en
gran medida el poderío del comunismo.
-En 1848, asimismo, se inicia la Adoración
Nocturna. Es fundada por el judío converso Hermann Cohen (1810-1870), nacido
en Hamburgo, al norte de Alemania, a unos 500 kilómetros de Tréveris.
La AN, que la gracia de Dios inició y mantiene, ha
dado excelentes frutos entre los laicos, ha suscitado un gran número de
vocaciones sacerdotales y religiosas, y está hoy presente, y con buena salud,
en treinta y cinco naciones.
Solamente en España, la AN tiene ya diez
Beatos que fueron adoradores, el último el gitano Ceferino Giménez
Malla, «El Pele»; en tanto que otros doce están en proceso de
beatificación. Uno de ellos, Alberto Capellán Zuazo, ha sido declarado
recientemente «venerable».
Dios lo quiere
Actualmente la AN en unos lugares crece y florece,
y en otros languidece y disminuye. Esta alternativa puede explicarse sin duda
por condicionamientos externos, por situaciones de Iglesia, como
los que hemos considerado antes al hablar de la sacralidad y la secularización.
Pero aún más se debe a causas internas, es decir, al espíritu de
los mismos adoradores. En éstas centramos ahora nuestra atención.
La AN decae y disminuye allí donde el amor a la
Eucaristía se va enfriando en sus adoradores; donde una adoración de una hora
resulta insoportable; donde los adoradores, entre una y otra vigilia, no
visitan al Señor en los días ordinarios; donde la oración es muy escasa, y no
se pide suficientemente a Dios nuevas vocaciones de adoradores, ni se procuran
éstas con el empeño necesario; donde se acepta con resignación que las iglesias
estén siempre cerradas, aún allí donde podrían estar abiertas...
Los adoradores que están en este espíritu aceptan
ya, sin excesiva pena, la próxima desaparición de la AN en su parroquia o en su
diócesis, atribuyendo principalmente esa pérdida a causas externas, sobre todo
a la falta de colaboración de ciertos sacerdotes. Y no se dan cuenta de que son
ellos mismos, los adoradores con muy poco espíritu de adoración, los que
amenazan disminuir la AN hasta acabar con ella.
La AN, por el contrario, crece y florece allí donde los
adoradores mantienen encendida la llama del amor a Jesús en la Eucaristía, y
viven con toda fidelidad las vigilias tal como el Manual y la
tradición las establecen; allí donde los adoradores adoran al Señor no sólo de
noche, una vez al mes, sino también de día, siempre que pueden; allí donde
piden al Señor nuevos adoradores con fe y perseverancia; allí donde difunden la
devoción eucarística y procuran con todo empeño que las iglesias permanezcan
abiertas...
Donde más se necesita actualmente la AN -o
cualquier otra obra eucarística- es precisamente allí donde la devoción a la
Eucaristía está más apagada. Allí es donde más quiere Dios que se encienda
poderosa la llama de la AN. Si los adoradores, fieles al Espíritu Santo, con
oración y trabajo, procuran el crecimiento de la Adoración, empezando por
vivirla ellos mismos con toda fidelidad, la AN crece: ellos plantan y riegan, y
«es Dios quien da el crecimiento» (1Cor 3,6).
Dios ha concedido por su gracia a la Adoración
Nocturna ciento cincuenta años de vida en la Iglesia. Que Él mismo, por su
gracia, le siga dando vida por los siglos de los siglos. Amén.
http://es.catholic.net/op/articulos/55985/cat/912/la-adoracion-nocturna.html#modal
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