De la historiografía fernandina a la alfonsí
Inés
Fernández-Ordóñez
Universidad
Autónoma de Madrid
Cuando
en 1252 Alfonso X recibe en Sevilla el reino de Castilla y de León a la muerte
de su padre, el rey Sabio heredaba no sólo el señorío sobre un territorio.
También recibía en herencia la construcción simbólica e ideológica sobre la que
se apoyaba su construcción política: una producción historiográfica sin
parangón a la surgida antes en ningún otro reino o centro cultural de la
Península Ibérica. Tres fueron los responsables materiales de esa tarea de
construcción intelectual que, curiosamente, acometieron en un corto y
simultáneo lapso de tiempo. Entre 1226 y 1243 se compusieron la Chronica latina regum Castellae (1226-1230 / 1236-1239), atribuida a Juan de Soria,
obispo de Osma y canciller de Fernando III1, el Chronicon
Mundi (1230-1239)
de Lucas, canónigo de San Isidoro de León y luego obispo de Tuy2, y la Historia Gothica sive Historia
de rebus Hispanie (1240-1243
/ 1246-1247) de Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo3.
Mi
propósito hoy aquí será caracterizar estas obras en lo que tienen de común y de
diferente, tanto entre sí como en relación con la principal beneficiaria de su
labor historiográfica, la Estoria de España de Alfonso X el Sabio4.
Latín vs. Romance
castellano
Salta
a la vista que una de las principales características diferenciales de la
producción historiográfica acometida en época de Fernando III respecto de la
alfonsí es el cambio de la lengua vehicular: las crónicas escritas en latín se
ven sustituidas por Estorias redactadas en romance, la Estoria de España y la General estoria.
La
revolución que supuso componer en romance textos cultos antes reservados al
latín no fue, sin embargo, fruto de una iniciativa privativa de Alfonso X. Es
muy posible que ya en época de su padre se hubiera iniciado la traducción de
textos árabes al romance, especialmente de tratados sapienciales, y quizá
también la de la Biblia5. Además, fue bajo el canciller de
Fernando III, Juan de Soria, cuando empieza a hacerse más frecuente la
redacción de los documentos internos del reino en romance6. Y también algunos de los fueros otorgados en época de Fernando
III reciben ya versiones plenamente romances, frente a la formulación latina o
con barniz latinizante de épocas anteriores7. Pero esta incipiente revolución
lingüística no alcanzó a las producciones cronísticas, de modo que los tres
grandes historiadores que escribieron bajo Fernando III emplearon
exclusivamente el latín. El contraste es singularmente notable en el caso de
Juan de Soria, canciller de Fernando III desde que éste alcanza el trono de Castilla
en 1217 hasta 1246: el mismo individuo que impulsó el romanceamiento de los
documentos de la cancillería se habría resistido a adoptar el romance en
su Chronica. Pero también encontramos este doble
rasero en el caso de Rodrigo Jiménez de Rada: por la misma época en que concede
a Brihuega un fuero romance (hacia 1240) o en que emitía documentos en romance
relacionados con el arzobispado de Toledo, se disponía a emprender la redacción
de una producción historiográfica enteramente latina8.
La
situación lingüística que ofrece el reinado de Fernando el Santo es, pues, de
transición. En mi opinión, el factor decisivo que explica esta doble
adscripción lingüística debe buscarse en el marco de recepción de los textos. Aquellos
textos destinados a una reproducción pública oral prefirieron el romance,
mientras que aquellos otros en los que prevalecía la lectura minoritaria o en
silencio siguieron haciendo uso del latín9. Indudablemente, la Historia cambió su
marco de recepción entre los dos reinados. Mientras que estaba fundamentalmente
destinada a los reyes como speculum principis en época de Fernando III, adquiere
un ámbito de recepción mucho más amplio en la concepción alfonsí. Para Alfonso
X, los destinatarios del discurso historiográfico no sólo son los príncipes,
sino también sus súbditos. Por ello, a diferencia de De Rebus Hispanie o del Chronicon Mundi, en que nunca se alude a los potenciales
oyentes del texto, la Estoria de
España y la General estoria emplean como fórmulas habituales las interpelaciones
a la audiencia. Por ejemplo,
(Primera crónica general, p. 101a32-33). |
|
Et desta
batalla que uencio alli lo llamaron emperador primeramientre, bien cuemo
fizieron a Pompeyo por los granados fechos que fiziera, cuemo de suso oyestes |
(PCG, p. 101b47-50). |
|
(PCG, p. 103a46-48). |
|
E concibio
Helisabet bien cuemo ell angel le dixo, et cobro el la fabla al tiempo que
ella encaescio, cuemo
adelante oyredes |
(PCG, p. 108b23-25). |
|
(PCG, p. 150b40-43). |
|
Agora
sabet aqui los
que esto
oydes que
aun aquel tiempo eglesias llamauan a las
casas de oración, ca non mezquitas |
(PCG, p. 168a40-43). |
|
Estas fórmulas,
sin fundamento en las fuentes latinas de la obra, pueden caracterizarse
lingüísticamente por el recurso sistemático a elementos deícticos. Se trata de
los adverbios aquí, de suso, adelante y agora, de los pronombres personales de primera
y segunda persona nós y vós y las formas verbales concordantes, así como de los
demostrativos este, aquel.
Todos estos elementos servían para señalar, en el marco de un acto de lectura
pública, bien a los personajes actores de la historia, bien a los hechos
relatados, bien a los oyentes, bien al narrador, bien al lugar o el momento de
la enunciación. Los elementos deícticos nos recuerdan, pues, algo propio de los
textos romances medievales que muchas veces olvidamos, esto es, que con
frecuencia eran textos que estaban destinados a ser leídos en voz alta a gente
que escuchaba, como, por otra parte, nos revela el empleo repetido de los
verbos fablar y oír (y nunca, pongamos por caso, de leer)10.
En
cambio, en las historias latinas precedentes sólo se suelen encontrar alusiones
al enunciador del relato. Por ejemplo, en la Historia
Gothica del
Toledano, aunque no muy frecuentes, pueden encontrarse menciones en primera
persona al historiador. Así, al comentar el traslado de Santa Justa a León
junto a las reliquias de San Isidoro por Fernando I:
(De Rebus Hispanie, VI, 12,21-25)11. |
|
O al mencionar el
supuesto traslado de Ávila por el mismo rey de los santos Vicente, Sabina y
Cristeta:
Set quia aliqui dicunt ea esse
Abule, alii in monasterio Sancti Petri de Aslancia, alii corpus sancti
Vicencii Legione, alii corpus Christete Palencie, dubium pro certo asserere
non presumo |
(DRH, VI, 12, 41-44).12 |
|
O al discutir las
conquistas de Carlomagno en España:
Verum cum Carolus tempore
regis Casti, qui cepit regnare era DCCCXXV, fuisse noscatur, non inuenio quas ciuitates, castra uel oppida in Hispaniis
acquisisset |
(DRH IV, 11, 2-4)13 |
|
En todos estos
casos, el arzobispo expresa su opinión personal ante una cuestión controvertida
en sus fuentes, circunstancia que justifica el recurso a la primera persona del
singular e, incluso, a su pronombre ego con valor contrastivo. En otras
ocasiones menos comprometidas, en cambio, habla de su tarea recurriendo al
plural de modestia, como cuando regresa al hilo principal de la narración tras
un excurso. Por ejemplo, tras la discusión sobre el traslado de las reliquias y
la primacía, dice: «Nunc ergo ad ordinem historie reuertamur» (DRH IV, 5, 3). O tras rebatir la
supuestas conquistas de Carlomagno, afirma: «Nunc ad prosequenda facta regis Adefonsi, a quibus diuertimus, reuertamur» (DRH IV, 12, 2-3).
Pero
frente a estas y otras menciones del historiador a su labor que pueden
espigarse de la Historia Gothica, sólo en dos ocasiones menciona el
Toledano al receptor de su texto y, en ellas, éste aparece aludido como lector,
no como oyente. Así, al final del prólogo, se disculpa retóricamente «por haberse atrevido a entregar a la curiosidad de los lectores un
presente tan pequeño» («pro
uenia supplicans eo quod munus tan exiguum ausus fui lecturorum diligencie», DRH, prólogo, 90-92).
Del
mismo modo, tras rebatir la supuesta primacía de la iglesia de Sevilla y
defender la falsedad de la misma, alerta a la sagacidad del lector en la
interpretación de los testimonios escritos:
Quia igitur propter diuersas
relationes scriptorum interdum de ueritate historie dubitatur,
diligencia lectoris inquirat, ut ex scripturis atenticis uideat quid
debeat aprobare |
(DRH, IV, 3, 58-60)14. |
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A la vista de lo
expuesto, me parece que el factor decisivo para la sustitución de la lengua de
las composiciones historiográficas fue el cambio de sus destinatarios. Veamos
ahora con más detenimiento cómo esta transformación del marco de recepción del
discurso historiográfico está también en relación con los cambios acaecidos en
el marco de su enunciación.
Autoría del texto y destinatarios de la historiografía
Autoría
Otro
de los rasgos que deslindan netamente la historiografía producida en época de
Fernando III de la inspirada por Alfonso X es el cambio en el sujeto
enunciador. Dejando aparte la Chronica latina regum Castellae, cuyo autor no nos proporciona su nombre
ni un prólogo con las intenciones de la obra, tanto el Chronicon mundi como
la Historia Gothica comparten dos características frente
a las Estorias alfonsíes: por un lado, sus autores
materiales se identifican y, por otro, dicen trabajar por mandato regio, de
Berenguela, la reina madre, en el caso de Lucas, y de Fernando III, en el caso
de Rodrigo.
(Chronicon Mundi, p. 3, l. 53-59). |
|
(DRH, prólogo, 82-90)15. |
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Frente a esta
situación, la historiografía regia de Alfonso X sustituye el sujeto emisor: el
rey se presenta a sí mismo no sólo como instigador de la obra, sino incluso
como autor de la misma, y nada se dice de los colaboradores que se encargaron
de redactarla. Así, el prólogo de la Estoria de España manifiesta:
(PCG, p. 4a21-26)16. |
|
Hoy día ya no es
objeto de controversia alguna la en tiempos discutida cuestión de si la obra
alfonsí fue obra personal o producto de la colaboración del rey con sabios de
su tiempo17. Sabemos, en efecto, que con Alfonso
trabajaron múltiples colaboradores, que bajo las indicaciones directrices y
supervisión del rey, se encargaron de traducir textos preexistentes o modelar
los libros que él había ideado. No se ha resaltado convenientemente, sin
embargo, el contraste entre nuestro conocimiento detallado de la nómina de los
colaboradores científicos y nuestra absoluta incertidumbre sobre los nombres de
los redactores de las obras históricas y jurídicas (así como de los poetas que
colaboraron en las Cantigas). Incluso la fórmula con que se anuncia
la autoría es en unas y otras muy diversa. En los prólogos de las obras
astrológicas se cita a los colaboradores encargados de cada libro, y se habla
de la labor del rey limitándola al encargo: «don Alfonso
mandó fazer/ Nós, don Alfonso, mandamos fazer»18. Un contexto de enunciación, pues, parecido (aunque no idéntico)
al que encontramos en los historiadores de época de Fernando III. En cambio, la
figura del rey Sabio adquiere una tutela mucho más estrecha sobre las obras
jurídicas e históricas así como sobre su creación más personal, las Cantigas de Santa María: en ellas Alfonso siempre habla en
primera persona «Nós, don Alfonso» y no se limita a
hacer el encargo («Nós mandamos»), sino que, ante la ausencia de
un responsable directo, aparece involucrado en la concreta ejecución de los
libros («Nós feziemos, compusiemos»)19.
Esta
arrogación de la autoría sólo se explica cuando conectamos el proyecto cultural
alfonsí, del que las obras históricas forman parte, con sus labores de
gobernante. Alfonso encarna el culmen del ideal sapiencial de la realeza que
venía difundiéndose por Europa desde el siglo anterior. El saber es parte
esencial del proyecto político emprendido por el rey Sabio. Pero no sólo porque
pretende fundamentar su autoridad sobre él, sino, sobre todo, porque le
confiere una suerte de fuerza transformadora de la realidad: el rey Sabio quiso
reformar las bases de su gobierno a través del ejercicio de la razón, a la cual
se accede gracias al saber, a los conocimientos que difunden sus obras. Habida
cuenta del papel central que se reservó a las obras jurídicas e históricas en
su programa de reforma del reino, no debe, pues, sorprendernos que el rey no
quiera compartir la autoría de esas compilaciones. Son obras destinadas por él,
como monarca, al adoctrinamiento de su pueblo. Y dentro de ese programa
cultural de educación de sus súbditos, la Historia ocupa un lugar principal
debido a su carácter exhaustivo, globalizador, que permite el conocimiento
auténtico y profundo de todos los hechos pasados como ejemplo y enseñanza para
el comportamiento presente y futuro20.
Destinatarios
Y
aquí entramos en otra de las notables diferencias observables entre la
historiografía fernandina y la alfonsina. Mientras que los destinatarios
fundamentales de las historias de Lucas y Rodrigo son los príncipes, la
historiografía alfonsí, como veíamos antes, amplía notablemente su marco de
recepción.
El
prólogo del Chronicon mundi constituye abiertamente un speculum principis. En efecto, tras presentar las virtudes que debe reunir el buen
gobernante (por este orden, creyente, practicante, capaz de mantener el reino
en paz, administrarlo con justicia y defenderlo de sus enemigos) para enumerar,
a continuación, los vicios que debe evitar (el vino, la lujuria y los malos
consejeros), se nos ofrece como compendio el ideal sapiencial del príncipe:
Semper solicitatur Princeps sapiens, ne suis excessibus in
temporalibus aut spiritualibus patiatur populus sibi subditus detrimentum |
(CM, prólogo, p. 1, 41-42). |
|
Y el objeto
explícito de la obra es presentar ese modelo:
vt prima fronte voluminis
discant Principes praeclaro negotio sanguine generosi non minus sapienter
& clementer, quam in manu valida regna sibi subdita gubernare |
(ibid., 56-58). |
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En el caso
de De rebus Hispaniae persisten esos fines, ya que no sólo
la obra se acoge al encargo de Fernando III y a él va dedicada, sino que se
propone tratar de:
(DRH, prólogo, 32-37)21. |
|
Sin embargo, en la
obra del Toledano podemos detectar ya una mayor amplitud de destinatarios, que
preludian el marco de recepción alfonsí: los lectores de los que antes
hablábamos y a cuya curiosidad entrega la obra (diligencie
lecturorum). En
efecto, en las producciones alfonsíes es evidente la existencia de una
duplicidad de destinatarios constituida no sólo por los príncipes sino también
por otros grupos sociales. Y esos grupos no se restringen a los lectores cultos
a los que se dirige el Toledano, sino que parecen estar compuestos por gentes
no tan letradas. Aunque en el prólogo de la Estoria de España, se traduce el pasaje anterior del Toledano y se anuncia
que la obra tratará de
(PCG, p. 3b29-33). |
|
los destinatarios no son sólo los
príncipes sino también los notables del reino, las clases nobles dirigentes, no
necesariamente letrados. Esa duplicidad se observa, por ejemplo, cuando se
incluye el panegírico postumo dedicado a Pompeyo argumentando que servirá
por dar mayores uoluntades a los altos principes et a los otros
omnes buenos que lo oyeren, et tomen y coraçones pora fazer lo meior |
(PCG, p. 82a19-22). |
|
Donde vemos, por
cierto, que estos otros destinatarios, estos omnes buenos, escuchan la obra, y no la leen.
Concepción de la historia
El
primer hecho que contrasta entre la producción historiográfica de época de
Fernando III y la alfonsí es la existencia simultánea de tres historias
fernandinas con una dimensión oficial, tres historias que parecen ampararse en
la casa real reinante. Aunque la Chronica
latina no
identifica a su autor, todo parece indicar que éste fue Juan de Soria,
canciller de Fernando III hasta 1246 (año en que falleció), hecho que confiere
a su texto ese carácter de historia oficial22. Frente a la única historia inspirada por
Alfonso X, el reinado de Fernando III nos presenta una situación un tanto
chocante, la de que desde la monarquía se haya fomentado la creación de varias
historias. Y no sólo eso, sino la de que esas historias ofrezcan una
reconstrucción del pasado muy diferente, es más, a veces hasta netamente
contradictoria. ¿Qué circunstancias concurrieron para que tres historiadores se
decidieran a escribir en tan corto lapso de tiempo? ¿Por qué la reina madre
Berenguela o su hijo Fernando III encargaron o sancionaron la redacción de
semejante producción historiográfica? Aunque está bien lejos de mi alcance
responder a estas cuestiones, esta dispersión parece indicar la existencia en
época de Fernando III de una cierta disgregación del poder político.
No
son pocas las diferencias que existen entre las crónicas compuestas en época de
Fernando III entre sí y en relación con la historiografía alfonsí en cuanto a
sus límites espaciales y cronológicos, propósito e ideología. Aunque el Chronicon mundi del
Tudense determinó claramente el diseño de la Historia
Gothica del
Toledano, y ambas obras influyeron en la Estoria de España de Alfonso X, entre ellas existen diferencias no
despreciables. Veámoslas grosso modo.
De
las tres historias latinas, es la Chronica
latina regum Castellae, más lejana de los moldes alfonsíes23. Más que una historia de Hispania, se trata de una historia de
Castilla, pero ni siquiera, como cabría esperar, desde sus orígenes míticos con
los alcaldes o jueces de Castilla o con la historia de su primer conde, Fernán
González. La Chronica arranca con la muerte de éste y en
pocas páginas traza la historia del reino castellano hasta alcanzar a Alfonso
VII, donde se detiene algo más. Pero son los reinados de Alfonso VIII y
Fernando III el verdadero objeto de su interés y el núcleo central de la obra
y, de ellos, hubiera sido, sin duda, el de Fernando III el principal, de estar
terminado y no interrumpirse de forma brusca24. De la lectura de la obra se sigue, en
consonancia con su estructura, una gran afinidad del autor por los intereses
castellanos, en hostilidad abierta a los del reino de León y con cierto
menosprecio de la importancia de los reyes aragoneses. Juan de Soria pretendía
colocar a Castilla en la perspectiva internacional y, con ese fin, la obra
sincroniza por períodos el relato del reino de Castilla con noticias de
Marruecos, el imperio romano de oriente, los pontífices y los reyes de Francia.
El primer período corresponde a Alfonso VII, el segundo, a Sancho III y Alfonso
VIII, y el tercero, a Enrique I y Fernando III hasta 1230. Esta técnica de ir
intercalando las noticias internacionales en la historia castellana es, quizá,
el único rasgo compositivo que recogen las Estorias alfonsíes de la Chronica
latina y que
carece de precedente en el Toledano y el Tudense. Es más, resulta notable la
continuidad entre Juan de Soria y Alfonso X en el papel concedido al imperio,
al papado y a la monarquía franca, la única de las europeas con la que se
sincroniza la historia de los reyes hispanos en la Estoria de España. Sin embargo, la Chronica
latina no es
una compilación de fuentes textuales, sino un relato construido por este
letrado de la iglesia hispánica, con notables conocimientos patrísticos,
bíblicos y de la literatura clásica latina, próximo a la familia real,
conocedor de la documentación existente en la corte, afín a la familia de los
Haro y testigo ocular de muchos de los acontecimientos que relata.
Tanto por sus
márgenes cronológicos como por el trabajo de compilación subyacente, el Chronicon mundi de
Lucas de Tuy es una obra muchísimo más ambiciosa y en ella se fijan ya gran
parte de los rasgos definitorios de sus dos principales beneficiarias, la Historia Gothica del
Toledano y la Estoria de
España de Alfonso X25. De entrada, la obra se presenta como una historia de Hispania y
de sus reyes desde los orígenes del mundo hasta la reconquista de Córdoba. Como
no podía ser menos tratándose de un canónigo de San Isidoro de León que había
dedicado gran parte de su tiempo a escribir unos Miranda Sancti Isidori (1222-24, y después de 1236), Lucas concibe su obra bajo una
perspectiva isidoriana26: así, hereda de san Isidoro el goticismo,
la identificación de los hispanos con los godos y, tras el prólogo propiamente
dicho, preludia la obra con un De
excellentia Hispaniae inspirado en el que su santo patrón colocó al comienzo de
su Historia Gothorum. En plena consonancia, recoge íntegras y
literales la Chronica universal de Isidoro, primero, y
la Historia Gothorum, después. Pero antes de ésta, redactó un
pequeño prólogo en el que narra el reparto del mundo entre los hijos de Noé
hasta enlazar a través de Jafet con Hispanus, primer rey peninsular, del que
Hispania tomó el nombre, para resumir brevemente después la dominación romana.
Este prólogo, atribuido a San Isidoro, tiene más repercusión de la que podría
en principio suponerse porque fue el que indujo al Toledano a iniciar su Historia Gothica en
el reparto de Noé, continuándolo con Hispan y los romanos, hasta que enlaza
rápidamente con la historia de los godos. El esquema inicial de la Historia Gothica estaba,
pues, ya trazado por el Tudense.
Al
finalizar la Historia Gothorum, Lucas se encontraba con el problema de
conectar el último rey godo conocido por Isidoro, Suíntila, con Wamba, el
primero conocido por su siguiente fuente, la Crónica de Alfonso III o la Crónica najerense27. Para realizar ese empalme, Lucas inventó una apócrifa Continuatio de
San Isidoro que atribuyó al arzobispo toledano Ildefonso. En esta falsificación
encontramos otra de las obsesiones de Lucas: su defensa de Sevilla para la sede
de la primacía hispánica, en abierta oposición a Toledo, y probablemente debida
también a su devoción por el famoso arzobispo de Sevilla cuyos reliquias se
conservaban en León.
A
partir de Wamba, en el Chronicon se van sucediendo los reinados de
los reyes godos hasta enlazar con los reyes astur-leoneses, leoneses y
castellanos, sin que se establezca entre ellos solución alguna de continuidad,
en coherencia con el goticismo declarado de Lucas. Sus fuentes básicas son
ahora la Najerense/Crónica
de Alfonso III y
la Silense, completadas puntualmente con la Historia Wambae de
san Julián, la Pelagiana o sus propios Miracula de
San Isidoro. Es en esta sección donde se revela netamente otra de las
características ideológicas básicas de la obra: un acusado regalismo
providencialista, en el que se argumenta continuamente sobre la proveniencia
divina del imperium temporal, en el que se exaltan las
virtudes religiosas de los reyes y en el que se critica las actitudes
levantiscas de la nobleza. Como el modelo regio queda normalmente encarnado por
los reyes de León y las rebeliones a su autoridad proceden de Castilla, se ha
dicho que Lucas es leonesista y anti-castellano. Pero Lucas es sobre todo un
defensor de una monarquía fuerte y religiosa, que sea capaz de mantener el
reino en paz y carente de divisiones internas. En realidad, el leonesismo de
Lucas no se ejerce tanto hacia su reino como hacia su ciudad de León, la de su
cenobio de San Isidoro, tildada obsesivamente como civitas regia y
expresamente alabada en la obra como lugar ameno. El Chronicon nos
transmite, pues, una concepción de la historia que constituye la piedra
fundacional sobre la que se edificarán los trabajos historiográficos del
Toledano y de Alfonso X.
De los tres
cronistas latinos de época de Fernando III ninguno consiguió una repercusión
equiparable a la que obtuvo la Historia
de rebus Hispanie del
Toledano. Esta Historia es el tronco sobre el que se
sustenta una gran parte de la historiografía medieval hispánica. Sólo en el
siglo XIII fue traducida al romance al menos tres veces, siendo una de esas traducciones
la base del texto alfonsí de la Estoria de España. Y lejos de decaer el interés con el paso del tiempo, el Toledano
se siguió traduciendo en los siglos XIV y XV28. Sin embargo, la Historia de
don Rodrigo no fue una creación tan original como generalmente se ha supuesto.
Hoy sabemos que en su diseño conceptual y estructura es mucho más deudora del
Tudense de lo que en un principio se había imaginado29.
Entre
las novedades más destacadas de la Historia
Gothica respecto
del Chronicon mundi, están las siguientes. La primera, la de
arrancar la historia de Hispania con sus primeros pobladores, prescindiendo de
la Chronica universal isidoriana con que el
Tudense encabezaba su obra. No obstante, ese arranque, como he dicho, estaba ya
esbozado en el prólogo que Lucas antepuso a la Historia
Gothorum, y
además, desde ese punto, don Rodrigo siguió el mismo modelo que el canónigo
leonés: historia de los reyes godos, astur-leoneses, leoneses y castellanos
hasta alcanzar la conquista de Córdoba. Otra de las novedades de la obra del
Toledano es la introducción de excursos dedicados a los reyes de Navarra, de
Aragón y de Portugal, que se insertaron allí donde esas dinastías habían enlazado
con la castellano-leonesa. Estas digresiones situaban la monarquía de Castilla
y León en una perspectiva panpeninsular, más ancha que la del Tudense,
ampliando considerablemente los márgenes asignados al concepto Hispania. La
tercera novedad radical del Toledano fueron las otras historias con que
complementó la Historia Gothica y en las que trabajaba
simultáneamente: la Historia romanorum, la Ostrogothorum
historia, la Vandalorum, Suevorum et Silinguorum historia y la Historia Arabum30. Don Rodrigo dedicó historias
particulares a cada uno de los pueblos que habían habitado la Península, pero,
imbuido del mismo goticismo que Isidoro o el Tudense, identificó lo hispano con
la gens goda, como de forma programática nos dice el propio
título de su historia: Historia de Rebus Hispanie sive
Historia Gothica.
Pero
pese a las novedades, no dejan de sorprender las notables similitudes entre
la Historia Gothica y el Chronicon mundi frente
a las radicales divergencias de concepto, estructura y fuentes que presentan
ambas con la Crónica
latina. Podría
argumentarse que lo que tienen en común no debe extrañarnos, ya el Chronicon fue
la fuente principal de don Rodrigo, pero entonces ¿por qué se decidió el
Toledano a refundir una historia tan completa como la de Lucas casi
inmediatamente después de conocerla?
A
lo que parece, don Rodrigo Ximénez de Rada se dispuso a escribir su Historia Gothica,
la primera de sus composiciones historiográficas, hacia 1240, poco después de
haber recibido noticia de la existencia del Chronicon
mundi. Semejante
noticia se la habría traído, en 1239, el arcipreste Mateo, al que había enviado
a León en busca de pruebas que certificasen los derechos incontestables de
Toledo a la primacía de las sedes episcopales hispánicas31. Precisamente el Chronicon
mundi ofrecía
sobre este asunto una versión completamente opuesta a los intereses del
Toledano, ya que concedía a Sevilla el honor de la primacía, la cual residiría
para Lucas sólo circunstancialmente en Toledo. Semejante reconstrucción de los
hechos tuvo que irritar profundamente a don Rodrigo, quien se había entregado
durante años a la defensa de los intereses de la sede toledana, argumentando a
favor de la primacía ya en el IV Concilio de Letrán en 1215 y procurando desde
entonces extender al máximo su jurisdicción. Sea o no ésta la causa detonante,
lo cierto es que la Historia Gothica refuta la historia latina del
Tudense en muchos aspectos, y no sólo en el de la primacía.
A pesar
de emplear la misma nómina de fuentes que había manejado su predecesor, aparte
de la propia obra de éste, y pese a mantener el diseño general del Tudense, don
Rodrigo dio la vuelta en muchos aspectos al discurso historiográfico de Lucas.
Lo que más ha llamado la atención, aparte de la sistemática defensa de los
intereses de Toledo, es la valoración netamente positiva de la nobleza laica
como grupo sustentador de la monarquía. En la reconstrucción del Toledano,
entre la monarquía y la nobleza debe existir un vínculo solidario, un lazo
gobernado por el equilibrio creado entre la generosidad del monarca y la
lealtad del noble. La nobleza laica es, tras los reyes, el grupo social más
valorado en la Historia Gothica, obra en la que claramente se menoscaba
el protagonismo que los miembros de la iglesia alcanzan en la del Tudense. Esa
estimación de la nobleza se ha interpretado a veces como castellanismo de
Rodrigo opuesto al leonesismo de Lucas, ya que generalmente son castellanos los
nobles con los que los monarcas se ven obligados a transigir. Pero, en
realidad, las discrepancias que separan al Toledano y al Tudense tienen más que
ver con el modelo de monarquía que propugnan que con la defensa de intereses
territoriales.
Aunque
el Tudense fue su fuente fundamental, hoy sabemos que don Rodrigo no se limitó
a explotar el Chronicon mundi: también la Chronica latina fue
ampliamente aprovechada por el Toledano para la composición del Libro IX
de De Rebus Hispaniae32. Y tras la comparación de los dos textos, de nuevo vuelve a
advertirse una profunda transformación ideológica de la reconstrucción
histórica de la Chronica latina que apunta hacia lo mismo: la
defensa y la exculpación de cualquier rebeldía de la nobleza laica ante la
monarquía, por un lado, y por el otro, una profunda animadversión hacia
Fernando III, al que procura restar todo mérito ante su madre, Berenguela33.
Ninguno de esos
modelos de monarquía será, desde luego, el propuesto por el rey Sabio en
su Estoria de España. Aunque la historia alfonsí acepte el
neogoticismo de la monarquía castellano-leonesa y su carácter providencial,
Alfonso X se separa de Lucas y Rodrigo en afirmar el poder absoluto del señor
natural tanto ante las dignidades eclesiásticas como ante la nobleza laica,
postura que, como es bien sabido, acabaría por acarrearle una deposición de facto a
finales de su reinado. Por otra parte, la Estoria de España alfonsí se aleja de sus antecesoras al proponer un concepto
de Hispania basado en la unidad geográfica formada por la Península Ibérica y
que, en consecuencia, incluye a todos sus habitantes, y no sólo a los miembros
de una gens, a los practicantes de una religión o a los de una parte
del territorio. Puesto que es la entidad geográfica peninsular la que delimita
el ámbito de la obra, la historia queda estructurada como la historia del
dominio que ejercieron sobre ella los varios pueblos que la enseñorearon desde
sus primeros pobladores. No es ya la historia de uno de sus pueblos
dominadores, los godos34.
Técnicas de composición historiográfica
Manejo de fuentes
Por
encima de todo, existe una divergencia profunda de planteamiento entre la Chronica de
Juan de Soria y las otras dos historias latinas y la Estoria de España alfonsí: mientras que la primera es un relato aparentemente
nacido de la memoria de su autor, sin fuentes textuales, las segundas son obras
creadas sobre la manipulación de textos previamente existentes. Memoria vs. auctoritas35.
En
el aprovechamiento de fuentes textuales, no pueden alegarse grandes diferencias
entre los procedimientos seguidos por Lucas, Rodrigo o Alfonso: en todos los
casos los métodos son los propios de la compilación medieval36.
Para
cada sección, tiene lugar la selectio o elección de la fuente textual
fundamental, que se ve suplementada con las informaciones adicionales de otras
fuentes. Por lo general, existe una jerarquía establecida entre ellas: primero,
la fuente textual básica; en segundo lugar, la fuente alternativa, empleada
como complemento a lo largo de extensas secciones, y, en tercer lugar, la
fuente puntual u ocasional.
Por
ejemplo, en la historia de los reyes godos, el Tudense completó el relato de
la Crónica Najerense/Crónica de
Alfonso III con
la Historia Silense. En cambio, de Pelayo en adelante, el
texto básico seleccionado fue la Historia Silense, adicionada entonces con las noticias de la Najerense. En ambas secciones serían fuentes de la tercera categoría
la Historia Wambae de San Julián, sólo aprovechada en
ese reinado, o las fuentes legendarias, que sólo venían al caso cuando tocara
tratar de los hechos contados por la leyenda o el poema correspondiente37.
En
el caso de don Rodrigo, se mantiene esta alternancia jerarquizada de dos
fuentes. Para los primeros reyes godos, Jordanes fue completado con Isidoro.
Luego, el texto base lo proporcionó el Tudense, si bien matizado con la Chronica Muzarabicorum y la Crónica de Alfonso III como segundas fuentes. Como fuentes puntuales o de la
tercera categoría, don Rodrigo empleó la Crónica de Rasis, la Crónica Najerense o los relatos legendarios38.
Y
los mismos principios compilatorios se reencuentran en la Estoria de España de Alfonso X: desde el inicio del señorío de los
godos, son las Historias del Toledano la fuente fundamental,
anotadas con el Chronicon mundi como segunda fuente. Los relatos
épicos o legendarios son también aquí las fuentes de la tercera categoría, así
como, por ejemplo, el Liber Chronicorum de Pelayo o el Liber Regum39.
Por
tanto, las discrepancias entre estos tres autores tienen más que ver con las
maneras de reproducir las fuentes que con diferencias en los procedimientos de
compilación de las mismas: mientras que el Tudense suele seguir verbatim sus
modelos salvo las supresiones o adiciones puntuales, don Rodrigo vuelve a
redactar el texto de sus fuentes, que no son, así, tan inmediatamente
reconocibles. Esa labor de reformulación lingüística es, obviamente, máxima en
el caso de Alfonso X, y no sólo por la sustitución de la lengua del texto, sino
por el recurso sistemático a técnicas de glosa y comentario, que arrojan ese
resultado prolijo y explícito tan característico de la prosa alfonsí.
Divisiones formales del texto40
La
forma de cualquier composición es muestra tan reveladora de sus propósitos como
el contenido mismo. Cabe preguntarse, por ello, si los procedimientos seguidos
en la organización y segmentación del relato de nuestras historias es
reveladora de diferencias conceptuales entre ellas. Es bien sabido que las
rupturas discursivas, las pausas o cualquier tipo de segmentación son un
procedimiento de conferir importancia al elemento situado en la posición
inicial tras la solución de continuidad, elemento que con frecuencia recibe el
nombre de tópico, esto es, «aquello de lo que se habla». La
fragmentación estructural de los textos históricos, analizada desde esta
perspectiva, confiere una especial relevancia a los contenidos que inauguran
cada una de las secciones en que se haya dividido la obra.
En
este aspecto, al igual que sucedía con las fuentes manejadas, la Chronica latina vuelve
a destacarse de las demás por su singularidad. La obra no presenta ningún tipo
de división formal, sino que su relato transcurre de principio a fin sin
soluciones de continuidad. No obstante, si atendemos a la estructura de la obra
y a los puntos en que se ingerían en la historia de Castilla los hechos
relativos a otros reinos peninsulares y extra-peninsulares, parece claro que
esos incisos están destinados a resaltar el inicio de los reinados de Alfonso
VIII y de Fernando III en Castilla, a los que preceden y que, como sabemos, son
el núcleo de la obra.
En el caso del
Tudense, la obra se nos ha transmitido modernamente, en cambio, dividida en
cuatro libros.
- Libro
I: Desde la creación del mundo hasta el emperador Heraclio.
- Libro
II: Historia de los godos, vándalos y suevos hasta Suíntila.
- Libro
III: Reyes godos desde Sisenando hasta Rodrigo.
- Libro
IV: Reyes de León y Castilla desde Pelayo hasta Fernando III.
Sin
embargo, todo parece indicar que esa división en cuatro libros no es original,
sino que fue introducida por el padre Mariana en su edición de 1608, quizá
siguiendo en ello el ejemplo de algún manuscrito. En realidad, el Chronicon mundi sólo
repartía su texto en tres libros (siendo el cuarto parte del tercero). El
Tudense dedicó el primer libro a la Chronica de San Isidoro, y marcó su comienzo
por un prefacio y una alabanza a España, De
excellentia Hispanie,
y su final con la frase: «Explicit
primus liber Chronicorum Beati Ysidori Yspanorum doctoris archiepiscopi Yspalensis»41. El nuevo libro se abre con dos prólogos,
que dan paso a las Historiae de San Isidoro, y termina de nuevo
con una frase conclusiva: «Explicit
Secundus Liber Chronicorum Beati Ysidori Episcopi»42. El tercero va preludiado por un párrafo
introductorio que explica la voluntad de continuar las historias de Isidoro, y
sigue con la apócrifa Continuatio Chronicorum, que el texto atribuye más tarde a San
Ildefonso, para enlazar a partir de Wamba con las crónicas hispanas que le
sirvieron de fuente (Najerense, Alfonso III, Silense, Sampiro, etc.), y proseguir de forma
ininterrumpida hasta Fernando III. No hay frase de explicit del
Libro III, por lo que no me parece que la obra acepte más divisiones que las
mencionadas43.
Dado
que Lucas de Tuy compartía el neogoticismo propio de la monarquía
castellano-leonesa, cabría preguntarse por qué introdujo una solución de
continuidad en la línea de los reyes godos entre los libros II y III. Ello
parece tener un doble fundamento. Por un lado, está la finalización de la
fuente de la sección anterior: la Historia
Gothorum de
Isidoro. Pero, por otro, este arranque del Libro III puede tener, además, una
motivación ideológica, ya que es en estos reinados previos al de Wamba (los de
Sisenando, Chíntila, Tulgas, Chindasvinto y Recesvinto) cuando el Tudense,
autorizándose en esa apócrifa crónica de San Ildefonso, se dedica a defender,
con un relato de su cosecha plagado de invenciones, los intereses de San
Isidoro de León y a atacar los de Toledo, relato que adquiere, dada esa
posición inaugural en el Libro III, singular relevancia.
En
conclusión, las divisiones en libros del Chronicon están condicionadas genéticamente
por sus fuentes, reforzadas formalmente por la redacción de pequeños prólogos o
prefacios adhoc y generadas también por motivaciones
de carácter ideológico en que se defiende el origen gótico de la monarquía
astur-leonesa y los intereses de la iglesia de San Isidoro. Las divisiones en
libros del Chronicon no hacen sino subrayar formalmente,
pues, las ideas del autor.
Frente a la
ausencia de división alguna (o a la modesta articulación en tres libros),
la Historia Gothica se singulariza por presentar, en
apariencia, una organización mucho más moderna. En efecto, la obra fue conocida
desde el siglo XVI dividida en nueve libros, a saber:
- Libro
I: orígenes bíblicos y míticos de Hispania (Jafet, Hércules e Hispán);
orígenes remotos de los godos hasta su establecimiento en Tracia y Mesia
(18 capítulos).
- Libro
II: reyes godos desde Atanarico hasta la muerte de Recesvinto (22
capítulos).
- Libro
III: reyes godos desde Wamba hasta Rodrigo y «destrucción» de España por
la invasión árabe (23 capítulos).
- Libro
IV: reyes astur-leoneses de Pelayo a Ordoño II (23 capítulos).
- Libro
V: reyes de León desde Fruela II (y los jueces de Castilla) hasta comienzo
del reinado de Vermudo III, donde se inserta una breve historia de los
reyes de Navarra hasta su división entre los hijos de Sancho III (26
capítulos).
- Libro
VI: historia de los reyes de Aragón desde Ramiro I hasta el contemporáneo
Jaime III, guerra entre los hijos de Sancho III de Navarra, muerte de
Vermudo III de León, y reyes de Castilla y León desde Fernando I hasta la
muerte de Alfonso VI (34 capítulos).
- Libro
VII: reyes de Castilla y León desde Urraca hasta mediado el reinado de
Alfonso VIII (hasta la pérdida de Salvatierra y la muerte de Fernando,
hijo de Alfonso VIII) (36 capítulos).
- Libro
VIII: reinado de Alfonso VIII desde la batalla de Las Navas de Tolosa
hasta su muerte (15 capítulos).
- Libro
IX: reyes de Castilla y León desde Enrique I hasta Fernando III y la
conquista de Córdoba) (18 capítulos).
Sin
embargo, y pese a la gran cantidad de interpretaciones de semantismo dudoso que
se han propuesto para justificarla, hay que subrayar que esta segmentación de
la Historia Gothica en libros no es originaria de la
obra, ni figura en ninguno de sus manuscritos ni en las versiones romances del
siglo XIII que dependen de ellos. Fue, por tanto, probablemente introducida por
su primer editor, Sancho de Nebrija, en 154544.
Pero
ello no desprovee de modernidad a la obra del Toledano, ya que, en realidad, la
gran novedad formal que aporta el arzobispo respecto de los textos
historiográficos precedentes y contemporáneos es precisamente la de haber
abandonado la fragmentación en libros para proceder a un novedoso sistema de
presentación narrativa: el de la división en capítulos. Ninguna de las crónicas
de las que el Toledano se sirvió como fuentes, ya sea anteriores al siglo XII,
ya sean posteriores como la Crónica Najerense45, la Chronica
latina regum Castellae o el Chronicon del Tudense, propusieron la división
capitular, sino que, o bien carecían de fragmentación alguna (como la Chronica latina),
o bien se limitaban a estructurar el relato en libros (como la Najerense y el Chronicon). En contraste, todas las historias
posteriores a la don Rodrigo, empezando por su inmediata sucesora, la Estoria de España, siempre fragmentan el relato en capítulos.
La
presentación del texto en capítulos responde a un profundo cambio del contexto
de emisión y de recepción de los libros que es perceptible especialmente desde
el siglo XII. A partir de esa época tiene lugar un incremento en la producción
de libros y documentos relacionado con la difusión de la capacidad de leer y
escribir y con la creación de instituciones como las escuelas catedralicias y
las universidades. Se lee más y es necesario leer más deprisa. Es por ello que
el libro a partir de los siglos XII y XIII tiende a hacer explícita en su texto
la estructura u ordinatio de los contenidos, presentándolos
cuidadosamente articulados en series de divisiones y subdivisiones, que
ayudaban al lector a localizar aquello que fuera de su interés46. Este esfuerzo va acompañado por profundas transformaciones en la
realización material de los libros, en los que se desarrollan diversos
procedimientos formales para trasladar al usuario ese orden. Entre esos
procedimientos están las iniciales coloreadas y las mayúsculas, las cabeceras,
los signos de puntuación como los calderones y, también, la práctica de dividir
el texto en capítulos, primero sólo numerados, más tarde precedidos de su
correspondiente título, muchas veces rubricado47. Así, Vincent de Beauvais afirma en su Speculum maius (h. 1245-1260)
que había segmentado su obra en libros y en capítulos para facilitar la
localización de cada parte o sección: «Ut huius operis partes singule lectori facilius eluscencant, ipsum totum
opus per libros, et libros per capitula distinguere volui»48.
Esta
nueva forma de escribir está también relacionada con el desarrollo de la
actividad notarial49. En este sentido, es preciso resaltar que
el único precedente historiográfico hispánico de la Historia de rebus Hispanie en ofrecer divisiones capitulares con títulos descriptivos
del contenido es la Historia compostellana (h. 1140)50. Aunque no fue fuente del Toledano, la Historia compostellana tiene muchos aspectos comunes con un cartulario, un registrum de
los documentos concernientes a la diócesis de Santiago de Compostela51. Y, en efecto, en los cartularios de Toledo del siglo XIII,
conocidos indudablemente por don Rodrigo, si no ordenados por él, encontramos
un precedente del sistema de presentar los varios documentos con iniciales y
epígrafes rubricados, al modo de los capítulos52.
En
suma, cuando el Toledano modificó la forma tradicional de escribir la Historia
para dar paso a la novedad de descomponerla en capítulos titulados,
probablemente pesaron en su decisión un conjunto de factores varios: los nuevos
libros que había llegado a conocer gracias a su privilegiada formación en la
universidad de París y la experiencia adquirida en el ejercicio de su actividad
notarial como arzobispo de Toledo.
Pero
¿qué criterios emplea para crear los capítulos? El análisis de los títulos que
don Rodrigo antepuso a los capítulos de su Historia
Gothica nos
muestra qué contenidos fueron los máximamente valorados por su autor y cuáles
son, por tanto, los que asignan relevancia al conjunto del capítulo
justificando su existencia como unidad diferenciada.
Dentro
de los grupos sociales, los títulos postulan claramente el protagonismo
histórico de los reyes (entre el 75 y 80% de las menciones), al tiempo que
conceden más relevancia a la nobleza laica (en torno al 15%) que a la
eclesiástica (menos del 5%). Ello se percibe tanto si computamos los
antropónimos como los nombres comunes de referencia personal:
Reyes
(e infantes) |
150 |
71% |
Reinas |
6 |
2,8% |
Condes,
duques |
26 |
12,3% |
Califas
o caudillos moros |
8 |
3,7% |
Señores
de la antigua Hispania |
6 |
2,8% |
Emperadores
romanos |
5 |
2,3% |
Prelados |
5 |
2,3% |
Papas |
3 |
1,4% |
Santos |
2 |
0.9% |
Total
de antropónimos citados |
211 |
100% |
Rex |
85 |
78,4% |
Regina |
6 |
|
Comes |
14 |
17,2% |
Magnates |
5 |
|
Dux |
1 |
|
Episcopues |
2 |
4,3% |
Primas |
2 |
|
Clerici |
1 |
El
pueblo que recibe más menciones colectivas es, con gran diferencia, los godos
(14 ocasiones), sólo seguido de los árabes (10), mientras que son escasas las
referencias colectivas a los integrantes de las monarquías hispánicas
(castellanos, 3, aragoneses, 1).
La
concepción del espacio geográfico como reflejo de un espacio político también
se encuentra resaltada en los títulos, siendo el topónimo espacial que más se
cita, como era de esperar, Hispania (11
veces), ya que define el ámbito territorial de la obra. Pero más interesante,
por menos esperado, resulta descubrir que la misma importancia adquieren Castella (junto al gentilicio Castellanus) y Legio (junto al adjetivo Legionensis),
ambos mencionados también en once ocasiones, en contradicción aparente con el
conocido castellanismo del Toledano y que, como dije antes, no es en realidad
tal. Junto a estos topónimos definidores de un espacio territorial, tenemos
aquellos designadores de un lugar. Entre ellos, y también como era de suponer
dada su entrega tenaz a la defensa de los intereses de la diócesis donde era
arzobispo, sobresale Toledo, citado en ocho ocasiones, a mucha distancia de las
tres de Córdoba, Nimes o León, o las dos de Oviedo, Calatrava, Baeza y Zamora.
En conclusión, la
novedosa estructura formal en capítulos de la Historia
Gothica revela
perfectamente tanto la concepción de la Historia de don Rodrigo como sus
obsesiones personales: por un lado, una perspectiva regalista, neogoticista y
castellano-leonesa, en la que la nobleza laica recibe un papel más relevante
que el concedido a los prelados; por otro, la apología irrenunciable de la
ciudad de Toledo y de su iglesia.
Llegamos así a
la Estoria de España. La articulación formal de la Estoria de España ofrece una importante novedad respecto de sus
antecesoras: es el primer texto en contener una doble articulación, dos tipos
de divisiones, las mayores o estructurales, y las menores o de capítulos. No
entraré a definir los criterios que gobernaron la división capitular de
la Estoria alfonsí, cuestión que desborda mis
propósitos, pero sí destacaré que su organización general está al servicio de
una nueva concepción de la Historia donde, como vimos antes, son el solar
geográfico y sus habitantes los elementos que deslindan su contenido. En
efecto, la obra estructura la historia de Hispania como una sucesión de los
dominios o señoríos que sobre ella ejercieron los
diversos pueblos que la «aseñorearon», cada uno de ellos
independizado por el título «aquí comiença la estoria del
sennorio de...». Los godos inauguran el último y definitivo dominio (o señorío) de un pueblo sobre la Península, división que se marca con una
nueva sección precedida del título «Aquí se comiença la
Estoria de los godos», última de las divisiones en que se segmentó el texto de
la Versión primitiva de la Estoria de España (h. 1270-1274) ya que, en perfecto acuerdo con
su ideología neogoticista, y al igual que el Tudense y el Toledano, no
establecía solución alguna de continuidad entre el reinado de Rodrigo, la
pérdida de España y el alzamiento de Pelayo.
- Pobladores
míticos de Hispania.
- Señorío
de los almujuces
- Señorío
de los de África
- Señorío
de los romanos
- Estoria
de los vándalos, silingos, alanos y suevos
- Estoria
de los godos: prólogo y reyes godos desde Teodorico (el primero que reinó
en Hispania) hasta Rodrigo, reyes astur-leoneses desde Pelayo hasta
Vermudo III y reyes castellano-leoneses desde Fernando I hasta Fernando
III.
Así
pues, el análisis formal de la Estoria de España de Alfonso el Sabio también nos muestra cómo marchan de
acuerdo estructura y contenido.
Función estructural de la cronología
Las
producciones historiográficas que estamos analizando difieren profundamente en
el papel que reservaron a la cronología y, de nuevo, la Chronica latina vuelve
a singularizarse netamente de las demás.
Mientras
que el Tudense y el Toledano hacen uso preferente de la era hispánica, cómputo
de carácter laico e hispano, el autor de la Chronica
latina suele
datar por una variedad de procedimientos: bien el año de reinado (Anno secundo, CL, p. **),
bien la era hispánica (Sequenti uero anno, sub era
MCCLXIII, ibid., p. **),
bien el año cristiano, sin que exista una fórmula regular de citarlo
(véase infra). El cronista muestra poco interés por
marcar formalmente la sucesión de los años, imprecisión que aumenta proporcionalmente
a la lejanía de los sucesos respecto al momento de redacción de la obra. Frente
a este relativo desinterés por la información analística, la inmensa mayoría de
referencias cronológicas contenidas en la obra se preocupan de situar
acontecimientos dentro de un año recurriendo al calendario religioso
(Pentecostés, Navidad, San Miguel, San Juan Bautista, etc.). Por ejemplo,
(CL, p. 2723-24). |
|
(CL, p. 376). |
|
(CL, p. **). |
|
(CL, p. **). |
|
Pese a la
existencia de estas indicaciones, lo cierto es que la cronología no está al
servicio de la estructuración del relato, sino que sólo constituye una más de
las informaciones aportadas por el historiador: las menciones cronológicas no poseen
en esta crónica un lugar estructuralmente asignado y predecible, sino que se
insertan, sin regularidad alguna, allí cuando su autor parece haberlo tenido a
bien. Y como hemos visto, tampoco se citan bajo una fórmula estable. En este
aspecto, de nuevo, la Chronica latina demuestra una gran impericia
técnica, o si se quiere, una gran improvisación, que contrasta con la madurez
compilatoria de los tres historiadores siguientes.
En
efecto, en el Chronicon mundi la mención de la era hispánica está
al servicio de resaltar la unidad narrativa que compone cada reinado. Al modo
de los anales, la era se cita en primer lugar, antes que el relato, y sólo al
comienzo de cada reinado, nunca en otro lugar. De la misma manera que la era
funciona como la marca formal que anuncia al lector un nuevo reinado, sirviendo
para dividir el relato, la duración del reinado es aprovechada por el Tudense
para señalar su finalización, como procedimiento formal conclusivo. Veamos, por
ejemplo, el comienzo y el final del reinado de tres reyes astur-leoneses:
(CM, p. 73). |
|
A diferencia de lo
que sucede en el Tudense, la cronología no constituye en las obras históricas
del Toledano un procedimiento tan claro de articular formalmente la narración.
Jiménez de Rada no sitúa la cronología en primer término, sino que la incardina
en el relato como un dato informativo más, sin que su mención esté al servicio
de la segmentación formal del mismo. No obstante, reserva la mención de la era
hispánica, al igual que el Tudense, para resaltar el comienzo de cada reinado.
Como ejemplo contrastivo, tomo los mismos reinados antes citados:
(DRH, IV, 5-6, pp. 120-123). |
|
En paralelo con
este empleo de la cronología tan diferente del practicado en el Chronicon Mundi,
hay que hacer notar que en De rebus Hispanie el reinado no constituye una unidad
narrativa desde el punto de vista estructural: un reinado puede repartirse en
varios capítulos y varios reinados pueden aparecer agrupados en un único
capítulo. El procedimiento formal de segmentar la narración histórica en
capítulos no se ajusta a un criterio político como en el Tudense (donde la
unidad narrativa corresponde al reinado), ni a un criterio cronológico y
político como luego sucederá en la Estoria de España (donde cada capítulo suele ir precedido de su ubicación
cronológica y ciertas sincronías especiales señalan formalmente al capítulo que
comienza cada reinado). Al subordinar la estructura narrativa a los tópicos
contenidos en los títulos, en lugar de hacerla depender de la cronología, don
Rodrigo se liberó de la tradición analística y propuso una forma mucho más
libre de narrar en la que son posibles los excursos y digresiones cuando la
relevancia del contenido así lo avalaba. Es el caso, bien conocido, de las
amazonas (1,12), la pérdida de España (III, 21-22), el traslado de las
reliquias y la cuestión de la primacía (IV, 3), la conquista de las ciudades
peninsulares (IV, 11), los condes de Castilla (V, 1-3), los reyes de Navarra (V,
1-5), los reyes de Aragón (VI, 1-5), la familia de Alfonso VI (VI, 20), los
reyes de Portugal (VII, 5-6), los almohades (VII, 10), la alabanza de la fe y
la lealtad (VII, 18), etc.
Pero,
de todas estas historias, fue, sin duda, la Estoria de España la que llevó a su máxima expresión las posibilidades
de la cronología como sistema de organización estructural. Como es bien sabido,
la técnica historiográfica de la Estoria de España supuso imponer sobre las fuentes una estructura analística53. Esta estructura, que no se da en la General estoria ni en las obras del Tudense o el Toledano, tiene
repercusiones muy importantes en cómo se organiza discursivamente la obra. Todo
acontecimiento debe estar asignado a un año concreto, de forma que la datación
siempre precede a cualquier noticia, existiendo incluso la «obligación» de
dejar constancia de los años carentes de noticias. Esta técnica historiográfica
supuso dar al año la máxima relevancia estructural, con preferencia, como
principio organizador del relato, sobre la división en capítulos. Así, la
información procedente de las fuentes de la obra se fue distribuyendo primero
por años de reinado y sólo más tarde fue seccionada en capítulos. Aunque
existió cierta tendencia a identificar la unidad analística con la unidad
capitular, lo cierto es que, dependiendo de la información disponible, podemos
encontrar más de un capítulo fechado en un año y, viceversa, capítulos que
cubren la información correspondiente a un largo número de años. Ahora bien, no
todas las informaciones, aunque todas ellas datadas, pueden considerarse de la
misma categoría. La información que «abre» los capítulos es, desde un punto de
vista estructural, señalada como preferente. Ello se observa en que en los
comienzos de capítulo la datación básica, el año del señor natural, se acompaña
de otras sincronías que la realzan, la era hispánica, el año cristiano y el año
del emperador romano-germánico, y siempre es información relativa a la historia
de la Península Ibérica (por ejemplo, infra el cap. 593). En cambio,
las noticias que son asignadas a años sucesivos al que «abre» capítulo sólo van
precedidas de la datación por el año del señor natural (el año de reinado), sin
sincronías adicionales, y por lo general son las noticias no directamente
concernientes a la Península Ibérica, como las sucesiones en el solio
pontificio o en la monarquía franca (véase el cap. 599). Esa dispar
distribución estructural tiene que ver, pues, con la jerarquización otorgada a
los diversos tipos de fuentes y de noticias.
El
hecho de que sea el año del señor natural el principio organizador del relato
no sólo es una muestra del valor otorgado a la cronología como armazón
estructural, sino que también es revelador de los contenidos defendidos en la
obra. En efecto, la preferencia por el año de reinado (en lugar de la era
hispánica que utilizaron el Tudense o el Toledano) o la era cristiana, supone
recalcar formalmente una constante de toda la historiografía medieval: el
protagonismo de los señores naturales en la construcción de la Historia. Esa
preeminencia semántica queda subrayada por el hecho que en los capítulos
inaugurales de cada reinado, pero sólo allí, las dataciones antes mencionadas
se acompañen de otras adicionales: el año de pontificado, el año del rey
franco, el del califa y la hégira (cf. cap. 592). Por todo ello, como
ya observé antes respecto del neogoticismo, la Estoria de España es un exponente interesantísimo de cómo los
principios ideológicos fueron llevados hasta sus últimas consecuencias en su
manifestación formal y estructural.
Si
contemplamos este sistema de organización narrativa en uno de los reinados
anteriores (el de Fruelal, caps. 592-600), saltan a la vista las
notables diferencias de las que hemos hablado:
(PCG, pp. 337b-343a). |
|
Final
En
suma. En el tránsito del reinado de Fernando III al de Alfonso X tiene lugar
una auténtica eclosión historiográfica que estamos hoy todavía lejos de
entender completamente. Esta proliferación fernandina de historias,
aparentemente «oficiales», quizá haya que relacionarla con una cierta
desmembración del poder político, ya que, como hemos tenido ocasión de exponer,
los modelos de monarquía propuestos en ellas no son ni mucho menos idénticos.
Pero
aunque apenas pueden mencionarse características que opongan conjuntamente las
tres historias latinas a Estoria de España alfonsí, hay que destacar que presentan ciertas extrañas
similitudes, que bien merecen una explicación.
Una
de ellas es que las tres historias se deshacen en elogios a Berenguela y a su
padre, Alfonso VIII, monarca que se nos propone como modelo regio. «Gloriosus rex» le
llama repetidamente la Chronica Latina, «Adefonsus inclitus» el
Tudense, «nobilis Adefonsus» una y otra vez el Toledano (quien
no emplea adjetivos con ninguno otro de los reyes castellano-leoneses). En
cambio, las alabanzas dedicadas a Fernando III son mucho más moderadas y menos
entusiastas, también en las tres obras, si bien es claramente la Chronica latina la
más proclive a valorar al rey y la Historia
Gothica la
que más animadversión manifiesta hacia su persona.
Otra
característica común es que las tres historias latinas sólo alcanzan hasta
contar la reconquista de Córdoba, interrumpiéndose en ese punto, 1236.
Semejante coincidencia no es casual y debe explicarse porque los tres
historiadores conocieron la obra de sus antecesores más de lo que se ha
supuesto hasta ahora. Hoy sabemos que tanto la Chronica
latina como
el Chronicon del Tudense fueron aprovechados por
el Toledano para la composición de De Rebus
Hispalaniae entre
1240 y 1243, por lo que es, pues, comprensible, en atención a sus fuentes, que
la obra no se prolongue más allá de la conquista de Córdoba54. No es, en cambio, tan claro por qué la Chronica latina y
el Chronicon mundi coinciden en esa misma fecha. Según
las últimas averiguaciones al respecto, el marco cronológico de la composición
del Chronicon debe situarse entre 1230 y 123955, esto es, simultáneamente a la segunda etapa compositiva
déla Chronica latina (entre 1236 y 1239). Igual que hasta
el momento había pasado inadvertido el empleo de la Chronica latina por
parte del arzobispo don Rodrigo, parece existir cierta conexión entre esa Chronica y
el Chronicon del Tudense. Habida cuenta de que el
relato original de la Chronica latina se interrumpía en 1230, se ha
sugerido que el historiador que decidió prolongarlo hasta 1236 habría actuado
tras tener noticia de la existencia de la nueva crónica pergeñada por un
canónigo leonés que alcanzaba a contar el glorioso momento de la reconquista de
Córdoba56. Pero, por otro, no olvidemos que poco o
nada se sabe de las fuentes del Tudense a partir del reinado de Alfonso VII
hasta el final de la obra, período supuestamente historiado ex novo por
Lucas y que, extrañamente, coincide con los límites cronológicos del relatado
por Juan de Soria.
Las
tres crónicas fernandinas, contestándose sucesivamente las unas a las otras, al
modo de los modernos debates parlamentarios o televisivos, son testigos
apasionantes de la discusión política que sacudió el reinado de Fernando III,
discusión que Alfonso el Sabio trató de silenciar en su historiografía áulica
al crear un relato del pasado controlado directamente por él mismo.
https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/de-la-historiografia-fernandina-a-la-alfonsi/html/460f4e32-ed1b-4e1d-adda-8c5e9acc4d33_7.html
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