Matrimonio,
sexualidad y bioética en el magisterio pontificio: de Pío XI a Francisco.
Breves consideraciones históricas sobre una enseñanza insistente y prolífica
Este artículo explica
el porqué del interés creciente de los papas, a partir de 1930, en temas
relativos al matrimonio, a la sexualidad y a la bioética. Se ponen de relieve
algunos aspectos importantes de los principales documentos del magisterio
pontificio en la materia, se los contextúa históricamente y se señalan las
persistencias y también las evoluciones en el discurso papal.
Introducción
Autoproclamándose
“madre y maestra” (Juan XXIII, 1961)1, lo mismo que
“experta en humanidad” (Pablo VI, 1965)2, la Iglesia
católica3 ejerce su magisterio urbi et
orbi dirigido a modelar “todo el hombre y todos los hombres” de
acuerdo a la consigna Instaurare omnia in Christo (instaurar
todas las cosas en Cristo). En ese afán misionero de formar las conciencias y
las inteligencias, la Santa Sede ha mostrado, en los últimos decenios, un
interés constante por dar pautas sobre los temas de matrimonio, familia,
sexualidad y defensa de la vida. Esas pautas buscan orientar no solo el actuar
de los católicos, sino también el de la sociedad en general.
Sobra decir que la
doctrina expresada por el magisterio pontificio no es vivida de manera
homogénea por todos los católicos. Sociólogos e historiadores bien saben que
las enseñanzas de la Iglesia no se reciben de manera pasiva, pues las personas
no son tablas rasas. Cada quien puede terminar adoptando y adaptando dicha
doctrina según sus necesidades, costumbres y experiencias particulares. Lo cual
da lugar a una nutrida historia de cismas, herejías, anatemas, excomuniones,
inquisiciones, represiones y guerras de religión. Es muy difícil, por tanto,
conocer exactamente lo que muchas personas hacen de la doctrina oficial de la
Iglesia, saber en qué medida la admiten, la rechazan o la transforman. De todas
formas, el análisis del discurso pontificio es importante, pues, en una
estructura tan jerarquizada como la de la Iglesia, el magisterio papal le
confiere cierta unidad al conjunto definiendo, manteniendo y programando las
creencias y prácticas de sus fieles.
Por otra parte,
esa función unificadora ejercida por la figura y el magisterio del papa se
viene acentuando desde la segunda mitad del siglo XIX gracias a dos motivos. El
primero es el desarrollo de las tecnologías de transporte y de comunicación que
ha hecho posible un gobierno globalizado de la Iglesia. El segundo es un
proceso de centralización del poder —la llamada romanización de
la Iglesia—, que ha conducido a una hidrocefalia papal (De
Roux, 2014), la cual el Concilio Vaticano II (1962-1965) trató
de corregir, con escasos resultados hasta el momento.4
En cuanto a las
directivas papales en materia de familia, sexualidad y bioética, no hay que
olvidar que implican una biopolítica, es decir, la gestión “desde lo alto” del
ámbito de la vida humana y de la intimidad familiar mediante el ejercicio de un
poder sobre la vida biológica de los individuos. A la idea de biopoder —
evocadora del control que un grupo o una institución ejerce sobre el cuerpo y
la vida de sus miembros— está también asociada una forma de dominación de los
individuos que no se realiza de manera coercitiva, sino mediante la adhesión
íntima de las personas, adhesión que la Iglesia busca a través de sus
enseñanzas religiosas y morales, poniendo en práctica su función de institución
dadora de sentido a la existencia.
Analizar el
discurso papal sobre familia, sexualidad y bioética es interesante, puesto que
este no es solamente el reflejo de sí mismo o de una tradición teológica, sino
también el reflejo del trasfondo sociopolítico en el que tal discurso toma
forma, y es difundido y controvertido. Además, ese discurso proyecta un
horizonte de intervención y de cambio social, encaminado a la construcción de
un mundo conforme a las expectativas de una cúpula eclesiástica. Si los papas
insisten en los temas relativos a familia, sexualidad y vida humana, es porque
los consideran vitales para la perpetuación y la expansión del catolicismo. En
otras palabras, la biopolítica papal no es solamente cuestión de moral, sino
también de poder.
Novedad
de un prolífico discurso papal.
Durante casi
diecinueve siglos, los papas se ocuparon muy esporádicamente de la moral sexual
y familiar, y nunca de manera continua y sistemática, como ha sido costumbre en
el siglo XX y en lo que llevamos del XXI. En épocas precedentes, los pontífices,
al frente de los Estados Pontificios, tenían otras muchas preocupaciones, como
soberanos temporales, cabezas de dinastías familiares, comandantes militares y
legisladores en materias políticas. La moral sexual era, con frecuencia, tema
de intensos debates entre teólogos y confesores, pero no constituía una de las
actividades principales del magisterio pontificio. El cambio se queda
manifiesto cuando, en 1930, Pío XI condena la contracepción y la
esterilización. De ahí en adelante, el discurso sobre familia, sexualidad y
bioética se vuelve ingrediente ordinario de un magisterio pontificio
tradicionalmente intransigente e integrista contra
una combatida y temida Modernidad.
Debido a la
necesaria brevedad de un artículo, me limito a algunas observaciones en torno a
las tres encíclicas principales sobre familia, sexualidad y vida humana (Casti
connubii, de Pío XI; Humanae vitae, de Pablo VI;
Evangelium vitae, de Juan Pablo II). Analizo, además, el discurso de Pío
XII a las obstetras católicas italianas. También discurro sobre las
exhortaciones apostólicas Familiaris consortio de Juan Pablo
II y Amoris laetitia del Papa Francisco.5
Pío
XI y la Casti connubii: familia, eugenesia y neomalthusianismo.
La Casti
connubii (1930) de Pío XI (1922-1939) reafirma la santidad e la
indisolubilidad del matrimonio; expresa que los primeros deberes de los esposos
deben ser la fidelidad recíproca, el amor mutuo, y la educación recta y
cristiana de los hijos. El Papa Ratti se dirige no solo a los católicos, sino
también “a todo el género humano” para hablarle “de la naturaleza del
matrimonio cristiano, de su dignidad y de las utilidades y beneficios que de él
se derivan para la familia y la misma sociedad humana” (Pio XI, Casti connubii,
nº2).
Pío XI se apoya en
la primera encíclica sobre el matrimonio cristiano, la Arcanum divinae
sapientiae (1880), promulgada por León XIII, que invoca, desde la
introducción del documento, la famosa “restauración de todas las cosas en
Cristo” para oponerse a “que los gobernantes del Estado reivindiquen
enérgicamente sus derechos y reglamenten a su arbitrio cuanto se refiere al
matrimonio” (León XIII, Arcanum divinae sapientiae, nº 10). A fines del siglo
XIX, el problema para la Iglesia consiste en reafirmar su potestad en materias
matrimoniales frente a gobiernos liberales que aprueban el matrimonio civil y
el divorcio, cuyos «males» los denuncia León XIII. Cincuenta años después, el
contexto es otro. Y, por ello, Pío XI dice retomar el tema del matrimonio “con
mayor amplitud, por requerirlo así las circunstancias y exigencias de nuestro
tiempo”, pues ocurre que “muchos hombres desconocen por completo la santidad
excelsa del matrimonio cristiano, o la niegan descaradamente, o la conculcan,
apoyándose en falsos principios de una nueva y perversa moralidad” (Pio XI,
Casti connubii, n° 2 ).
¿Cuáles son esas
nuevas circunstancias y exigencias de las que habla Pío XI? A la lucha
decimonónica contra el laicismo de los gobiernos liberales se añade el avance
de ideologías políticas totalitarias con éticas muy diferentes a la católica,
como el comunismo, el fascismo y el nazismo. Los procesos de industrialización,
proletarización y urbanización conllevan una pérdida de la influencia de la
Iglesia, que ya no controla, en muchas partes, ni la creciente clase obrera, ni
el sistema educativo, ni la prensa, ni las antiguas “obras de caridad”,
convertidas paulatinamente en “obras de beneficencia pública”.
La expansión
demográfica y el aumento del desempleo refuerzan las tesis neomalthusianas del
control de la natalidad; en ese contexto, las investigaciones de Ogino y de
Knaus, entre 1920 y 1930, ofrecen un método anticonceptivo basado en los
periodos infecundos de la mujer. Pío XI responde con la Casti connubii,
en la que denuncia el neomalthusianismo y recuerda la doctrina tradicional de
la Iglesia, la cual condena el aborto y cualquier intervención para evitar la
procreación, considerada como uno de los fines primordiales del matrimonio. Sin
embargo, Pío XI precisa que las relaciones sexuales entre cónyuges no están
prohibidas durante los periodos infecundos de la esposa. Dos interpretaciones
se afrontan inmediatamente: para unos, el papa autoriza discretamente el método
Ogino-Knaus; para otros, no se trata, en manera alguna, de restringir las
relaciones sexuales únicamente a los periodos infecundos. Como veremos más
adelante, el sucesor de Pío XI abordará la cuestión nuevamente.
La Casti
connubii enuncia por primera vez la posición vaticana de condena a la
eugenesia6, filosofía social enraizada en el darwinismo
social surgido a finales del siglo XIX (Hawkins, 1997). Los movimientos
eugenésicos que buscan la «autodirección de la evolución humana»7 y promueven políticas de salud pública
tendientes a impedir la «decadencia nacional» y a «mejorar la raza» conocen cierto
auge en los países más desarrollados de la época: en 1905, se funda, en
Alemania, la Deutsche Gesellschaft für Rassenhygiene8; en 1907, se crea
la Eugenics Education Society en Inglaterra; en 1912, se celebra, en Londres,
el Primer Congreso Internacional de Eugenesia; en 1913, se establece la Société
française d'eugénisme; y, en 1922, se instituye la American Eugenics Society.
Aunque la
eugenesia sufre un tremendo descrédito al verse asociada a la ideología y a los
crímenes nazis, cuando se publica la Casti connubii, goza de muchos
simpatizantes.9 Precisamente la encíclica ofrece una
respuesta de autoridad a las dudas que dividen a los fieles y tiene como uno de
sus objetivos restaurar la disciplina eclesiástica en materia tanto de
eugenesia como de contracepción. Dentro de su condena de las políticas
eugenésicas estatales, Pío XI reconoce, sin embargo, la conveniencia de
disuadir del matrimonio (pero no de impedirlo) a las personas de las que se
prevé que tendrán una prole defectuosa.10
El cuestionamiento
que hace Pío XI de la eugenesia no es solamente un asunto moral o religioso,
sino también político. Junto con los argumentos teológicos, se inserta en la
encíclica un discurso hostil a la creciente intervención del Estado en sectores
de la vida privada que la Iglesia considera tradicionalmente como su terreno
reservado. Con la Casti connubii, queda claro que el cuerpo
masculino y femenino se convierte en un campo de batalla. En momentos en que
Estados e individuos disputan por el derecho de utilizarlo para sus propios
fines, el Papa sostiene que el cuerpo pertenece a Dios, que lo ha creado, y que
el magisterio pontificio, representante de Dios sobre la Tierra, tiene la
autoridad de establecer cuáles son sus usos legítimos. Por eso, Pío XI no pide
solamente que se acepte una doctrina moral, sino también que los fieles se
comprometan a difundirla y defenderla.
En general, las
posiciones del papa sobre el movimiento eugenésico son bien recibidas por la
mayoría de los católicos, que, además, aceptan como un deber derivado de la fe
el engendrar una familia numerosa. Gracias a las firmes posiciones de Pío XI en
la Casti connubii y a la actividad de divulgación y aplicación
de sus consignas en el ámbito internacional, por parte de sacerdotes, laicos y
médicos católicos, la Iglesia se convierte en un actor de primer plano en las
batallas en torno a la vida humana y a la demografía (Turina,
2013).
Pío
XII, el Discorso alle partecipanti al Congresso della Unione Cattolica Italiana
Ostetriche y los métodos naturales de regulación de la natalidad.
Durante treinta y
ocho años, los temas abordados por la Casti connubii no son
objeto de una nueva encíclica; lo que no significa que la doctrina pontificia
permanece inmutable. Si Pío XII (1939-1958) no concentra sus enseñanzas sobre
familia, sexualidad y bioética en un solo gran documento, las distribuye en
numerosos discursos (a veces con ocasión de congresos científicos celebrados en
Roma). En estos, aborda problemas tales como: el recurso a los periodos
infecundos del ciclo femenino como técnica de limitación de los nacimientos, la
licitud de las terapias dirigidas a limitar el dolor, la legitimidad moral del
trasplante de órganos y las normas que se deben seguir en la terapia de
reanimación.
Me detengo en el
famoso discurso del 29 de octubre de 1951 a las obstetras católicas italianas,
pues, por su amplitud y por el eco que suscita, es considerado como la
principal contribución de Pío XII en materia de moral matrimonial católica. En
dicho discurso, la aprobación papal de los métodos naturales de regulación de
la fertilidad (el llamado método del ritmo o de Ogino-Knaus) legitima, por
primera vez, desde lo alto, la voluntad de las parejas de limitar la dimensión
de las familias. Se interrumpe así la enseñanza tradicional católica de que la
constitución de una familia numerosa es un deber derivado de la fe, de que la
dimensión de la familia debe dejarse a la voluntad divina y de que todo nuevo
hijo es un don de Dios al que no le faltarán medios de subsistencia gracias al
auxilio de la Providencia.
El método de Ogino
y Knaus era visto entonces, por la mayor parte de los teólogos, como un mal
menor y como algo moralmente discutible, pues su finalidad era limitar
voluntariamente la prole. En cambio, muchos sacerdotes, confrontados en el
confesionario con los problemas concretos de las parejas, veían en el método
del ritmo una posibilidad moralmente lícita para distanciar el nacimiento de
los hijos.11 Por otra parte, numerosas parejas
católicas cuestionaban la injerencia clerical en materia de contracepción,
además de que iba disminuyendo la eficacia de la labor de culpabilización hecha
por los clérigos conforme aumentaba la secularización de la sociedad.
Pío XII,
constatando el peligro de una división interna y tal vez admitiendo implícitamente
la existencia de un riesgo de sobrepoblación mundial,12 decreta la
legitimidad del principio de la regulación natural, omitiendo las razones
concretas —necesidades económicas, médicas, eugenésicas, demográficas— que
podrían justificarla. Es este el primer indicio de una postura diferente a la
del rigorismo en materia sexual que domina en el Vaticano en la primera mitad
del siglo XX. “De hecho, esta es la primera vez en la historia que un papa
describe favorablemente un comportamiento destinado a prevenir la procreación”
(Turina, 2013, p. 116).
La legitimación
papal del método de regulación “natural” de los nacimientos puede ser
considerada como un paso hacia la secularización de la moral sexual católica en
cuanto admite una relativización del mandato divino de fecundidad y recurre,
para ello, a un avance científico en el conocimiento de la fisiología femenina.
Sin embargo, la autorización de un solo método anticonceptivo “legítimo” pone
de relieve la voluntad de la Iglesia jerárquica de mantener su competencia en
el campo de la moral sexual.
Con la
significativa excepción de la aprobación de la regulación natural de los
nacimientos, Pío XII mantiene las anteriores prohibiciones papales en materia
de sexualidad humana. Estas son: el aborto, aun el terapéutico, es ilícito;
ninguna forma de esterilización, incluida la extirpación del útero, aunque se
teman riesgos graves para la madre en caso de embarazo, es permitida; las
prácticas de fecundación artificial —ya sea por requerir una previa
masturbación (considerada como pecado), ya sea por ser contrarias a los
designios divinos que establecen que la vida humana se reproduzca solamente por
medio de actos sexuales naturales entre esposos— son declaradas ilícitas.
Pablo
VI, la Humanae vitae y la píldora anticonceptiva.
En el
convulsionado año 1968, Pablo VI (1963-1978) promulga la Humanae vitae, también
conocida como la «encíclica de la píldora». En ese documento pontificio —uno de
los más controvertidos de la historia contemporánea de la Iglesia—, se reafirma
que los únicos métodos lícitos de control de la natalidad son la abstinencia
sexual total o periódica— con base en el cálculo del ciclo de la fecundidad
femenina. Pablo VI cierra así, de manera autoritaria, un periodo de discusión
sobre la contracepción, que se abre en la Iglesia en los años del aggiornamento promovido
por el Concilio Vaticano II (Sevegrand, 2008).
Recordemos que,
entre 1962 y 1964, numerosos obispos, teólogos y médicos católicos se
pronuncian sobre la licitud moral de la píldora anticonceptiva, comercializada
desde 1960. Si en la época de la Casti connubii el tema de la
contracepción se aborda desde la perspectiva de los desafíos planteados por la
eugenesia y por el neomalthusianismo, en esos años, bajo el influjo de la
revolución cultural de la década de 1960, los grupos denominados “progresistas”
dentro de la Iglesia abordan el problema de la contracepción sobre todo en
términos de libertad individual, tanto de sexualidad como de conciencia.
Sobre la
significación de esa revolución cultural, me parece útil hacer un paréntesis.
En los siglos XVII y XVIII, se da, en lo que llamamos civilización occidental,
un cambio significativo en la concepción del sujeto. Hasta entonces, lo normal
era pensar al ser humano como una creatura sometida al orden establecido por
Dios: su deber era someterse en todo a las normas de existencia que la
divinidad había instituido. En los dichos siglos, el humano se erige en
demiurgo de su propia vida, en “dios para él mismo”, según la fórmula de Thomas
Hobbes.13
Se instaura
también otra figura de Estado. El poder político estaba unido al orden natural
de las cosas; de esa manera, debía transcribir en sus leyes, con el apoyo
interpretativo de la Iglesia, los grandes mandamientos. La ley recibía, pues,
la misión de conducir a los humanos hacia la bona vita. Con la
llamada “edad moderna”, la política es remitida a su propia inmanencia; se les
da a los ciudadanos la permisión para usar sus derechos, por ejemplo el de
proseguir su camino hacia la felicidad: the pursuit of Happiness,
como reza la Constitución de los Estados Unidos de América (1776). Ese
“hedonismo político” encuentra en Francia su punto de cristalización política
en la Revolución de 1789.
Pero, como bien
señala Philippe Portier (2013), los cambios en la
esfera de la intimidad no son muchos. Si el divorcio va adquiriendo
progresivamente derecho de ciudadanía, las antiguas normas religiosas
persisten, secularizadas. Apoyándose en la referencia a la naturaleza y no en
la referencia a Dios, a lo largo del siglo XIX y de la primera parte del siglo
XX, el Estado continúa organizando las conductas sexuales como en épocas
precedentes, y se mantienen la condena del aborto, la penalización de la
homosexualidad, la prevalencia de la masculinidad.
A partir de los
años 1960-1970, es ampliamente cuestionado ese modelo, que encierra a los
humanos en roles sexuales substancialmente determinados. Dos grandes factores,
estrechamente relacionados, se asocian para desacreditarlo.
Por una parte, se
asiste a un debilitamiento de las lealtades confesionales. Bajo el influjo de
las transformaciones sociales (urbanización creciente, desarrollo de la
educación pública y de los mass media, ampliación del ámbito
laboral de las mujeres...) la religión pierde mucho de su poder de configuración
de las existencias privadas. Prácticas hasta entonces mayoritariamente
condenadas socialmente —como el aborto, la homosexualidad, el divorcio y la
libertad sexual— van entrando en el campo de lo legítimo, en nombre de la
prevalencia de la libertad de conciencia sobre la normatividad religiosa.
Por otra parte, se
da una recomposición de las evidencias axiológicas. Toda una corriente de
pensamiento se dedica a cuestionar la arbitrariedad de las distinciones
sexuales tradicionales y las obligaciones que les son asociadas. Con el apoyo
de numeroso(a)s militantes, se difunde otro modelo de la diferencia sexual.
Hasta entonces se colocaba la masculinidad y la feminidad como parte de un
orden natural de las cosas. De ese momento en adelante, utilizando el concepto
de «género» (genre), se las pasa a ver como el producto de una
construcción histórica, ella misma fruto de una dominación patriarcal,
religiosa o social.
Esa doble dinámica
de debilitamiento de las lealtades confesionales y de la recomposición de las
evidencias axiológicas no deja indemne la esfera jurídica. A partir de los años
1960-1970, al menos en muchos países del «mundo occidental», las normas del
contrato político se extienden al «contrato sexual». En el terreno de la
producción de la vida, de la gestión de la muerte, de la legitimidad de una
sexualidad no reproductiva (matrimonio entre homosexuales) y de la concepción
de la filiación, el derecho abole restricciones heredadas del período religioso
y abre nuevos horizontes en el proceso de «autonomización» de los individuos.
Era de esperar que esta expansión de la «democracia sexual» hiciera reaccionar
al magisterio eclesiástico. Cierro el paréntesis.
En marzo de 1963,
poco antes de morir, Juan XXIII crea una Comisión Pontificia sobre
Población, Familia y Natalidad para analizar el problema del control
de la natalidad y ofrecerle consejo al Papa. Después de cuatro sesiones,
realizadas entre 1963 y 1966, la mayoría de los miembros de la comisión
concluye que la doctrina tradicional en materia de control de los nacimientos
puede ser revisada y que no es conveniente determinar autoritariamente, de una
vez por todas, los procedimientos lícitos o ilícitos de contracepción para
todas las parejas. Si bien se condena el egoísmo de una mentalidad
contraceptiva, se estima que el objetivo de una paternidad responsable —deseada
por el Concilio Vaticano II— solo se realizará admitiendo cierta flexibilidad
de las normas existentes, de manera que cada pareja pueda discernir (según el
principio de libertad de conciencia) la manera más correcta de realizar la
voluntad de Dios, teniendo en cuenta las propias circunstancias económicas y
sicológicas, y la propia salud.
Después de mucho
dudarlo, Pablo VI —sucesor de Juan XXIII— hace caso omiso del parecer de la
mayoría de la Comisión14 y publica la
encíclica Humanae vitae. Señala en ella que la introducción de
los anticonceptivos favorece la degradación de la moralidad y constituye un
peligro para la fidelidad conyugal y para el respeto de la mujer, convertida en
instrumento de goce egoísta. Subraya que el matrimonio cristiano es válido solo
bajo los fundamentos de la unión, del amor, de la fidelidad y de la fecundidad.
Por ello, el acto conyugal no puede separar los dos principios que lo rigen: el
unitivo y el procreativo (n° 12). Pero el Papa no invoca ninguna fuente
concreta de la Escritura o de la Tradición para avalar la «inseparable
conexión» entre unión conyugal y procreación.15 Desde un
punto de vista argumentativo, la finalidad de esta «inseparable conexión» es
refutar la propuesta de aplicar a las relaciones sexuales el principio de
totalidad, según el cual es la totalidad de los actos conyugales la que debe
permanecer abierta a la procreación y no cada relación concreta.
Las admoniciones
de Pablo VI reiteran la nueva centralidad estratégica de la sexualidad humana
en el magisterio pontificio y son, además, un baldado de agua fría sobre las
ilusiones conciliares de reconciliar a la Iglesia con el mundo moderno, el
famoso aggiornamento. La publicación de la encíclica suscita, en el
ámbito mundial, amplias polémicas que todavía no se han apagado16 y genera una
profunda crisis de autoridad del magisterio eclesiástico entre numerosos
católicos que la combaten o que, simplemente, la ignoran.
En cuanto a las
razones que llevan a Pablo VI a publicar la Humanae vitae, se puede
considerar que la encíclica es el resultado conjunto de dos variables
principales: la acción del grupo de prelados curiales y teólogos conservadores
que aconsejan al papa en esa circunstancia, y la razón de Estado que invita a
no contradecir la enseñanza de los precedentes papas para no provocar una
crisis de legitimidad del magisterio pontificio. Además, subrayar el prestigio
espiritual de la continencia sexual contribuye a mantener el prestigio social
de un grupo sacerdotal célibe, en una época en la que disminuye
considerablemente su influjo y su atractivo como modelo de vida (Turina,
2013).
A largo plazo,
la Humanae vitae tiene consecuencias importantes para la misma
estructura institucional de la Iglesia. Durante el pontificado de Juan Pablo II
(1978-2005) —consejero decisivo de Pablo VI para la redacción de la
encíclica17—, la fidelidad a la Humanae vitae se convierte en
requisito para enseñar en las facultades de teología o en los seminarios.
Aumenta la importancia doctrinal y disciplinar del magisterio pontificio sobre
sexualidad y bioética. Disentir de la línea vaticana en esas materias se
considera un intolerable desafío y se excluye del nombramiento episcopal “a
cualquiera que se haya expresado en favor del cambio en temas como la
contracepción, la homosexualidad o la ordenación de las mujeres” (Curran
2006, p. 218).
Dado el largo
periodo de 27 años de pontificado de Juan Pablo II, casi todos los obispos en
ejercicio a principios del siglo XXI han sido nombrados por él, lográndose así
en materia de moral sexual una unidad casi sin fisuras (o que no se atreve a
expresarlas) en el vértice de la jerarquía católica. Para la masa de los
creyentes, moral sexual, bioética y autoridad papal aparecen íntimamente
unidas. De esa manera, aprobar ese magisterio pontificio significa apoyar al
poder central de la Iglesia y viceversa.
Juan Pablo II: de la defensa de la
familia (Familiaris consortio) a la defensa de la vida (Evangelium vitae).
A partir de
septiembre de 1979, un año después de su elección, Juan Pablo II (JP II) inicia
una serie de catequesis semanales dedicadas a la teología del cuerpo, pero de
hecho focalizadas sobre el matrimonio y la sexualidad. Dichas charlas se
prolongan, con intervalos, durante un quinquenio. A la palabra, siguen las
iniciativas: el sínodo de obispos de 1980 se dedica a la familia. Al año
siguiente, se crea el Consejo pontificio para la familia18 y JP II
promulga la Familiaris consortio19 (22-XI-1981), extensa exhortación apostólica sobre la misión de la
familia cristiana en el mundo actual.
Karol Wojtyla se
convierte así en el gran artífice de una teología de la familia20 que deja de lado la tradicional
concepción del matrimonio como remedium concupiscentiae y
resalta el valor de la sexualidad como don divino y la unión carnal de los
esposos como “imagen y símbolo de la Alianza que une a Dios con su pueblo”
(Familiares consortio, nº 12). Esta revalorización de la sexualidad no es, en
manera alguna, una concesión a la liberalización de las costumbres que se da en
los años 1960 y 1970. Todo lo contrario. La positividad juanpauliniana de la
sexualidad está subordinada a condiciones muy restrictivas —que son, de hecho,
una fuerte crítica a la “decadencia” moral de las sociedades secularizadas— y
no modifica para nada las tradicionales condenas a la masturbación, a la
fornicación, a las relaciones prematrimoniales, a la contracepción, al
adulterio y al divorcio.21
Familiaris
consortio (n° 11)
estipula que las relaciones sexuales solo son legítimas en cuanto expresión de
un don total al otro, siendo el matrimonio el lugar exclusivo donde es posible
ese don total. Y no es cualquier matrimonio, sino aquel que cumple con tres
compromisos esenciales: exclusividad, fidelidad e indisolubilidad (FC, n°
19, 20). En otras palabras, se trata del matrimonio católico. Únicamente ese
tipo de matrimonio permite que las relaciones sexuales sean aceptables. Más
aún, estas pierden su significación de “donación recíproca y total de los
esposos” si recurren a los métodos anticonceptivos artificiales (FC, n°
32)22. Se subraya, además, que solo son legítimos
los métodos naturales de regulación de la fertilidad femenina, porque reposan
enteramente en el dominio del instinto sexual, en el diálogo, en la atención al
otro cónyuge y en la superación del egoísmo (FC, n° 33).
El discurso de JP
II sobre el cuerpo, la sexualidad, el amor y la familia utiliza categorías de
la filosofía personalista (autenticidad, diálogo, don de sí mismo al otro...) y
toma prestados argumentos de la sicología y de la antropología para llegar
mejor al hombre moderno, no para hacerle concesiones. Se trata de adaptarse,
pero para resistir mejor a la “decadencia” moral, para reafirmar mejor la ley
divina, para señalar mejor el ámbito de lo pecaminoso (Carnac,
2013). Durante el reinado del Papa Wojtyla, se confirma la
condena de los actos homosexuales como “intrínsecamente desordenados” (Carta a
los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas
homosexuales), ya que la actividad homosexual “cierra el acto sexual al don de
la vida” (Catecismo de la Iglesia católica, n° 2.357). Si quieren “renunciar al
mal”, “las personas homosexuales están llamadas a la castidad” (Catecismo de la
Iglesia católica, n° 2.359).
Según JP II, la familia
es, por su naturaleza, guardiana de la vida humana, llamada a ocuparse tanto de
la concepción antes del nacimiento cuanto de los ancianos en el umbral de la
muerte. Señala el Papa que es en el seno de la familia donde casi siempre se
toman las decisiones sobre la fecundación, el aborto y la eutanasia. Por ello,
familia y bioética forman un binomio indisoluble. De ese binomio, el Papa
Wojtyla subraya el tema de la familia durante los primeros años de su
pontificado. A partir de la mitad de la década de 1990, pone el énfasis en la
defensa del carácter inviolable de la vida humana contra una “cultura de la
muerte” (Evangelium vitae, n° 12). En 1994, muestra su preocupación por las
orientaciones preparatorias de la V Conferencia Internacional sobre la Población
y el Desarrollo23; funda, el 11 de febrero, la Pontificia academia para
la vida, dedicada a alimentar la reflexión bioética y a dar a conocer las
posiciones del Vaticano en la materia, sobre todo entre las élites
intelectuales y políticas24; y promueve, desde el Vaticano, cursos de
actualización para obispos de todo el mundo sobre las cuestiones de moral
familiar y sexual, y sobre la manipulación de la vida humana. Al año siguiente,
1995, JP II sintetiza, en la extensa encíclica Evangelium vitae (EV),
las posiciones católicas en materia de bioética (anticoncepción,
esterilización, aborto, fecundación asistida, estatuto del embrión,
eutanasia...).
EV elogia la “grandeza y el valor de la
vida humana en su fase temporal” como sustrato imprescindible de la
«ultraterrenal» (n° 2), lo que muestra la capacidad de adaptación del discurso
católico pos-Vaticano II al contexto histórico contemporáneo. Pero no hay que
olvidar que la tradicional lógica católica de la prioridad de la vida
eterna pregonaba que en ciertos casos —la herejía, por ejemplo— se
puede suprimir deliberadamente la vida de los herejes para salvar el alma de
los fieles o suprimir la vida de los malhechores y de los agresores (teoría de
la guerra justa) para salvar el orden social. Por otra parte, no hay que
confundir la defensa a ultranza que hace EV de la vida humana
(así, en singular) como “realidad sagrada” (EV n° 2) y entidad
abstracta, y la preocupación secularizada por la defensa de vidas humanas
individuales, plurales y concretas.
A propósito de
familia, sexualidad y vida humana, JP II orquesta una resistencia internacional
contra las políticas bioéticas y familiares opuestas a los dictados de la
Iglesia. Ante los embates de una “religión de la subjetividad”, aparentemente
dispuesta a aceptarlo todo de la autonomía humana (de la contracepción al
aborto y de la homosexualidad a la eutanasia), el Papa Wojtyla reafirma que la
salvación del mundo viene del cristianismo, más aún, del cristianismo tal como
es propuesto por la doctrina de verdad que enuncia el magisterio papal.25
El minucioso
análisis de Philippe Portier (2006, p. 220) concluye
que el pensamiento de JP II se desarrolla a partir de una doble perspectiva de
totalización. Por una parte, hay la perspectiva de totalización de la existencia
social, pues él pretende volver a poner la integralidad de los sectores de la
vida bajo el dominio de las significaciones cristianas, desde la familia hasta
la escuela, desde las relaciones económicas hasta las relaciones
internacionales, desde la actividad sexual hasta la producción artística. Por
otra parte, hay una perspectiva de totalización de la existencia cristiana,
porque el papa busca enrolar a todos los católicos definiendo las reglas de su
militancia. Ambas perspectivas se unen alrededor de una intención central:
“restaurar todas las cosas en Cristo” (omnia instaurare in Christo) bajo
la guía del magisterio pontificio, tal como predican con insistencia los papas
en su prolongada batalla contra la Modernidad.26
Benedicto XVI: la “cuestión homosexual”
y la ley natural.
En los últimos
años del pontificado de JP II y, más aún, de su sucesor Benedicto XVI, se opera
un desplazamiento del centro de atención de las autoridades eclesiásticas hacia
el tema de la diferencia sexual y de la homosexualidad. Eso se debe a la
importancia social que adquiere la “cuestión homosexual” y al combate de la
Iglesia en varios países contra la aprobación del matrimonio entre personas del
mismo sexo y contra la adopción homoparental.27
En la lucha contra
las reivindicaciones homosexuales de la igualdad jurídica con las parejas
heterosexuales en el terreno matrimonial y de las adopciones de niños, el
discurso de la jerarquía católica no teme recurrir —cuando le conviene— a la
autoridad del derecho positivo, a través de la referencia a convenciones
internacionales sobre la familia o sobre los derechos del niño, o invocar, de
manera selectiva, nociones provenientes de la antropología, del sicoanálisis,
de la biología y de la sociología. Más que argumentos teológicos, se esgrimen
entonces argumentos racionales y sociales —como la condena del
«ultraindividualismo», la defensa de los intereses del niño28 o la necesidad de preservar un orden
social que supuestamente reposa sobre la familia de tipo tradicional.29 El discurso se desconfesionaliza para
hacerlo más universal y lograr apoyos en el ámbito de los no creyentes, pues la
Iglesia ya no logra influir con argumentos exclusivamente religiosos en las
decisiones civiles ni en el comportamiento ciudadano.30 Paradójicamente
esa desconfesionalización del discurso favorece la tendencia a una
«secularización interna del cristianismo» que ya señalaba F.-A. Isambert en la
época inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II (Isambert,
1976).
De todas formas,
no hay que perder de vista que el fundamento último de la oposición de la
Iglesia a las uniones matrimoniales homosexuales y a las adopciones
homoparentales radica en la condenación inapelable de las prácticas
homosexuales como contrarias a la «ley moral natural», como lo expresa, en 2003,
la Congregación para la doctrina de la fe, presidida por el cardenal Ratzinger,
futuro Benedicto XVI:
No existe ningún
fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las
uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. El
matrimonio es santo, mientras que las relaciones homosexuales contrastan con la
ley moral natural. (n° 4) … Toda ley propuesta por los hombres tiene razón de
ley en cuanto es conforme con la ley moral natural, reconocida por la recta
razón, y respeta los derechos inalienables de cada persona. Las legislaciones
favorables a las uniones homosexuales son contrarias a la recta razón porque
confieren garantías jurídicas análogas a las de la institución matrimonial a la
unión entre personas del mismo sexo.
(Congregación para
la doctrina de la fe, n° 6)
El discurso
bioético católico está impregnado por la categoría de «naturaleza» y por los
conceptos correlativos de ley natural y derecho natural, es decir, fundados en
la naturaleza humana y cognoscibles por medio de la razón. La afirmación, hecha
en el Nuevo Testamento, de que todos los hombres tienen una “ley escrita en sus
corazones” (Romanos 2, 13-16) se interpreta como una ley natural
dada por Dios, que se manifiesta como una moralidad innata que permite a las
personas discernir el bien y el mal. El Catecismo de la Iglesia
católica, exposición oficial de sus enseñanzas fundamentales, también
afirma eso: “La ley natural es universal e inmutable, y pone la base de los
deberes y derechos de la persona, de la comunidad humana y de la misma ley
civil” (Congregación para la doctrina de la fe, n° 1.954).
A la luz de una
más que bimilenaria e inconclusa discusión teórica sobre los contenidos de la
ley natural,31 lo menos que podemos decir es que esta
no parece ser tan «universal» ni tan «innata». Y, si lo fuera, ¿qué necesidad
habría de que el magisterio de la Iglesia católica se atribuya la «auténtica»
interpretación de la ley moral natural?32
No solo la
universalidad de la ley natural es discutible, también lo es su supuesta
inmutabilidad. El mismo magisterio católico, tan tajante en sus afirmaciones y
condenas de los actos «contra natura», ha modificado, a lo largo de la
historia, algunas de sus posiciones en la materia (Noonan,
2005). Por ejemplo, el préstamo a interés fue sistemáticamente
condenado durante siglos por la mayoría de los teólogos como contrario a la ley
natural (no es natural que el dinero engendre dinero), contrario a las leyes de
la Iglesia (así lo afirmaron tres concilios ecuménicos y varios papas) y
contrario a la ley del Evangelio (Jesús dice que hay que dar sin esperar nada a
cambio). Esa fue la posición oficial de la Iglesia, por lo menos desde 1150
hasta 1550. Lo mismo puede decirse de la esclavitud. Actualmente, ningún papa
se atrevería a decir que la esclavitud es algo «natural», pero todavía en 1886
el Santo Oficio (actual Congregación para la doctrina de la fe) declaró que
comprar y vender esclavos no era contrario a la ley natural33 (Noonan, 1999, p. 53).
No es, pues, de
extrañar que la creencia en la sujeción de los seres humanos a una inmutable y
universal ley natural haya sufrido rudos golpes, en el mundo moderno, por parte
del historicismo, del materialismo histórico, del utilitarismo, de la ciencia
experimental, del positivismo jurídico y del relativismo cultural. A la base
misma de las resistencias al discurso bioético católico, encontramos ese
cuestionamiento a la voluntad papal de normar, absolutizar y naturalizar unas
categorías que las ciencias sociales «historizan» y «deconstruyen», lo que
permite relativizar las significaciones sociales y simbólicas de lo
supuestamente «natural, universal e inmutable».
Precisamente en
esa dinámica de cuestionamiento de una ley natural universal e inmutable se
inscriben los actuales y debatidos «estudios de género» (gender studies)
que subrayan que las diferencias y desigualdades entre sexos son el resultado
de una construcción social y no de una situación «natural».34 Eso genera, a su
vez, el rechazo de estos estudios por parte del magisterio pontificio, que
tradicionalmente ha insistido en un orden natural sexual. Ese orden «natural»,
de hecho, ha favorecido relaciones de dominación masculina y dependencia
femenina. Es lo que señala con fuerza una teología feminista que cuestiona las
estructuras patriarcales de las iglesias cristianas, la dominación de teólogos
varones en la elaboración teológica y las interpretaciones masculinas de textos
y figuras bíblicas.35
Es justo reconocer
que algunos ámbitos del mundo católico han sido un espacio de expresión, de
afirmación y aun de relativa autonomía para las mujeres36. Pero es
incuestionable que el clero, masculino, acumula, de manera casi exclusiva,
dentro de la Iglesia, las funciones que tienen que ver con el poder político,
intelectual y simbólico, o, si se prefiere, jerárquico, simbólico y
sacramental. Hacer evolucionar esa situación tomará tiempo, pues las teologías
cristianas son herederas de culturas semitas fuertemente patriarcales y de una
tradición de elaboraciones filosófico-teológicas básicamente masculinas.37 Vaya un ejemplo. Es cierto que ya no se
afirma públicamente en la Iglesia el «estado natural de sumisión servil» de la
mujer «en virtud del cual debe someterse al marido», como reza el
importantísimo Decreto de Graciano, que recoge una batería de
textos anteriores a él.38 Dicho
«estado natural de sumisión» servía para explicar la incapacidad de la mujer
para el sacerdocio, como afirma Santo Tomás de Aquino (1224-1274), ilustrísimo
doctor de la Iglesia, en su Summa Theologiae, monumento del
pensamiento cristiano medieval: “El sexo femenino no puede significar eminencia
alguna de grado porque la mujer tiene un estado de sumisión (status
subiectionis); por ello no puede recibir el sacramento del orden”.39
Otra es la
argumentación que da, en 1977, la Congregación para la doctrina de la fe en
su Declaración sobre la cuestión de la admisión de las mujeres al
ministerio sacerdotal, aprobada por Pablo VI. Pero la frase
programática de la Declaración confirma la estructura patriarcal
eclesiástica: “la Iglesia, por fidelidad al ejemplo de su Señor, no se
considera autorizada a admitir a las mujeres a la ordenación sacerdotal”
(Declaración sobre la cuestión de la admisión de las mujeres al ministerio
sacerdotal, 1977).
Si en la teología
de la Iglesia antigua y de la Iglesia medieval el estatuto de la mujer venía
dado por su pretendido menor valor y «estado de sujeción»,40 la Declaración de
1977 ya no habla en esos términos y enfatiza, en cambio, la igualdad de hombres
y mujeres, aunque advierte que “igualdad no significa identidad … ; los papeles
(del hombre y de la mujer) son diversos y no deben ser confundidos”, razón por
la cual se le niega a la mujer el acceso al sacerdocio. (Declaración sobre la
cuestión de la admisión de las mujeres al ministerio sacerdotal, 1977). A la
luz de la historia de la Iglesia, es difícil no pensar que la atribución de
estos «papeles diversos» carezca de relación con una milenaria tradición que
afirma el menor valor de la mujer y su status subiectionis.
Renovación
de expectativas con el Papa Francisco.
Desde el inicio de
su pontificado, el 13 de marzo de 2013, el Papa Francisco ha suscitado muchas
esperanzas de cambio dentro de la Iglesia. Desde la «periferia católica»,
vuelven a expresarse abiertamente posiciones largo tiempo acalladas por el
«centro» sobre asuntos de bioética y de sexualidad humana. En 2014, Hans Küng,
perito oficial del Concilio Vaticano II caído en desgracia en la época de Juan
Pablo II, se pronuncia en favor de la eutanasia y del suicidio asistido.41 Y, poco después de la elección de
Francisco, Benjamín Forcano, conocido teólogo moralista español42, plantea en la revista teológica Alternativas (2013)
—una de las más importantes de Centroamérica— algunos retos que se le presentan
al papa en asuntos de moral sexual y de bioética, en particular sobre la
homosexualidad y el aborto (Forcano, 2013).
Sobre la
homosexualidad, Forcano (2013) —apoyándose en
el controvertido libro del historiador John Boswell, Las bodas de la
semejanza43— pone de relieve que esta ha recibido en
Occidente una valoración muy variada y que, incluso en la Iglesia católica del
siglo VI al XII, existía como normal la celebración litúrgica de parejas
homosexuales, según ritos y oraciones propias, presidida por un sacerdote.
Añade Forcano que “es también muy común la opinión de que se elaboró una
construcción bíblico-teológica moral justificatoria de la gravedad de este
pecado, hoy demostrada como precientífica y opuesta al contexto y sentido de
los textos bíblicos” (p.171). Y, dándole la vuelta al argumento de la ley
«natural», utilizado para condenar la homosexualidad como «antinatural», anota
que “Desde la perspectiva teológica, es bien fundada la posición de quienes
sostienen que la sexualidad humana no tiene como modelo natural exclusivo
la heterosexualidad - ese es un presupuesto no probado - sino que se da también
la homosexualidad como una variante natural legítima44, minoritaria”
(p.172).45
En cuanto al
aborto, Forcano (2013) sostiene —junto
con muchos otros moralistas— que defender el derecho a la vida no tiene que
identificarse con la defensa del proceso embrionario desde su comienzo. Saber
en qué momento nos hallamos frente a una vida humana constituida es una
cuestión abierta, que hay que dirimir con ayuda de las ciencias y que no debe
convertirse en dogma de fe. Sobre el particular, siempre existieron teorías
diferentes en la tradición cristiana. Y, desde el punto de vista científico
actual, la hipótesis más generalizada considera que el embrión no es
propiamente un ser humano hasta después de algunas semanas. Como decían los
antiguos escolásticos, el embrión es un humano en potencia, pero no en acto.46
Por ello, “la interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser
considerada como atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse
abortivos aquellos métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo
embrionario antes de esa fecha.” (p.174). De todas maneras, remacha Forcano
(2013), citando la clásica obra La ley de Cristo de
Bernhard Häring: “No está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia el resolver
el problema del momento preciso después del cual nos encontramos frente a un
ser humano en el pleno sentido de la palabra” (p.172).
El asunto es que,
si bien es cierto que la moral católica sobre familia, sexualidad y vida humana
constituye un conjunto dinámico de elementos que inevitablemente se renuevan y
se modifican, el magisterio pontificio ya ha decidido demasiado en los últimos
decenios. El principio de no contradicción del magisterio papal,47 las
oposiciones internas en la cúpula eclesiástica (Guénois, 2014; Politi,
2014) y la enorme diversidad cultural, ideológica y espiritual
en el interior mismo de la Iglesia católica48 hacen muy
difícil, por no decir imposible, que Francisco pueda satisfacer a todos.
Situación a la que él mismo alude en su reciente exhortación apostólica Amoris
laetitia, del 19 de marzo de 2016, dedicada a la familia en el mundo
actual, cuando se refiere a debates que se dan entre quienes tienen “el deseo
irreprimible de cambiarlo todo sin una reflexión suficiente o sin fundamento” y
los que pretenden “resolverlo todo aplicando normas generales o sacando
conclusiones excesivas a partir de ciertas reflexiones teológicas” (Amoris
laetitia, n° 2).
Entre esos dos
extremos, Francisco adopta una línea intermedia. Por una parte (lo que
defraudará a algunos), ratifica la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el
matrimonio (un hombre y una mujer unidos de por vida y abiertos a la
procreación), sobre el aborto, sobre la eutanasia, sobre el suicidio asistido y
sobre la homosexualidad. No obstante, por otra parte (que molestará a otros),
insiste en que esa doctrina señala un ideal al que no se debe renunciar, pero
que no todos pueden realizar, y aclara que lo más importante es “acompañar con
misericordia y paciencia” (Amoris laetitia49, n° 308) a las
personas reales en “situación irregular”, “discernir e integrar la fragilidad”50 y dejarse interpelar por la complejidad
de las situaciones humanas con “nuestra conciencia del peso de las circunstancias
atenuantes - psicológicas, históricas e incluso biológicas -...” (Amoris
laetitia, n° 308).
Amoris
laetitia: de la rigidez doctrinal a la misericordia y al discernimiento
pastorales.
La alegría del
amor es un extenso escrito —9
capítulos y 325 párrafos—, fruto de dos ciclos de consultas y de dos tensos
sínodos episcopales celebrados en Roma en octubre de 2014 y en octubre de 2015.
Con un estilo claro y directo, en el que utiliza muchas veces la primera
persona del singular, Francisco pide menos rigidez doctrinal51, más discernimiento y escucha, y mucha
misericordia. La novedad del documento no está en cambios doctrinales, sino en
la manera de plantear la moral sexual y familiar católica. He aquí algunos
elementos.
El tono no es de
condenación inapelable del «mundo decadente», sino de proposición de unos
ideales, sin pretender imponerlos a los no católicos en forma de leyes
sociales.52 Lejos estamos, pues, del «instaurar
todas las cosas en Cristo» con una mentalidad de cruzados de una Nueva Cristiandad.
Al hacer un
panorama bastante realista de la situación de la familia en el mundo
contemporáneo (n° 31-57), Francisco realiza igualmente una autocrítica, cosa
poco frecuente en los papas. Reconoce que se ha fallado en la forma de tratar a
las personas (n° 36), que muchas veces la Iglesia se ha quedado en “una
denuncia retórica de los males actuales”, que “tampoco sirve pretender imponer normas por la
fuerza de la autoridad” y que “nos cabe un esfuerzo más responsable y
generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar
por el matrimonio y la familia...” (Amoris laetitia, n° 35). Añade el Papa que
“a veces nos comportamos como controladores de la gracia y no como
facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay
lugar para cada uno con su vida a cuestas” (Amoris laetitia, n° 310). Podríamos
ver en esas afirmaciones la autoconciencia de que, en la actualidad, a las
autoridades eclesiásticas se les reconoce el derecho de proponer valores, pero,
cada vez menos, el derecho de dictar reglas detalladas de comportamiento
sexual.
A lo largo del
documento, el Papa opone «la realidad concreta» a la abstracción y lamenta que
la Iglesia haya presentado a veces “un ideal teológico del matrimonio demasiado
abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y
de las posibilidades efectivas de las familias reales” (Amoris laetitia, n°
36). Como buen jesuita, Francisco otorga un lugar importante al discernimiento
tanto pastoral (por parte de los sacerdotes)53 como
individual (por parte de los fieles), en particular en lo que se refiere a las
situaciones llamadas «irregulares»; y apela a la libertad de conciencia de los
matrimonios y de las personas, que deben discernir y decidir, ante Dios, lo que
pueden hacer en sus vidas (n° 296-300, y 303), pues “nosotros (es decir, el
magisterio eclesiástico) estamos llamados a formar las conciencias, pero no a
pretender sustituirlas” (Amoris laetitia, n° 37).
En cuanto a la ley
natural que tanto invocaban sus predecesores de manera rígida y absoluta,
Francisco se muestra bastante más flexible. Retomando el parecer de la Comisión
teológica internacional, afirma que “la ley natural no debería ser presentada
como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al
sujeto moral, sino que es más bien una fuente de inspiración objetiva para su
proceso, eminentemente personal, de toma de decisión” (Amoris laetitia,
n° 305).
Como ya hemos
visto anteriormente, los papas hablan en contextos históricos precisos.
Francisco se refiere numerosas veces a la «sociedad de consumo», en la que la
esfera comercial lo abarca todo y hasta el amor es pensado y vivido en forma de
costo-beneficio; y critica una «cultura de lo provisorio», en la que «todo es
desechable» y efímero, incluidas las relaciones afectivas. No estamos lejos de
los análisis de Zygmunt Bauman sobre el «amor líquido» (2003) de una
«modernidad líquida» (2000). En nuestro mundo globalizado, sometido a cambios
culturales acelerados, Francisco se hace el vocero de un «amor sólido» y de un
“Evangelio no licuado” (n° 311). Prolonga así, en el terreno de la moral sexual
y matrimonial, el viejo enfrentamiento entre Iglesia católica y Modernidad.
Pero el tono ha cambiado y la misericordia prima.
NOTAS
·
1
Según lo expresa la encíclica Mater
et magistra (15-V-1961) de Juan XXIII y lo repite Juan Pablo II
en Familiaris consortio (n° 33).
·
2
Pablo VI, Alocución a los
Representantes de los Estados (ONU), 4-X-1965. La expresión es
retomada por Juan Pablo II en la constitución apostólica Ex corde=
Ecclesiae (15-VIII-1990, n° 3), que se refiere a las universidades
católicas.
·
3
De aquí en adelante, cuando escribo
«Iglesia», me refiero a la Iglesia católica.
·
4
Antes de que se dieran los mencionados
adelantos tecnológicos y de que se asentara el proceso de romanización al
que hemos aludido, cada comunidad católica gozaba de mayor autonomía; el papa
era una autoridad moral y jurídica respetada, pero lejana. Desde hace más de un
siglo, la Santa Sede tiene la posibilidad de emprender campañas planetarias y
ha mostrado su capacidad para coordinar (o someter) con éxito a los obispos, al
clero y al laicado militante. Por otra parte, temas de teología moral que antes
eran objeto de debate y que se dejaban a la libre discusión académica (las
llamadas questiones disputatae) se han terminado fijando desde lo
alto, convirtiendo a los teólogos en simples defensores o comentadores de la
ortodoxia papal.
·
5
El texto integral de todos estos
documentos papales está disponible en el sitio web oficial de la Santa Sede:www.vatican.va. Las encíclicas
(del latín litterae encyclicae, que literalmente significa «cartas
circulares») son cartas públicas y formales del papa que expresan su enseñanza
en materia de gran importancia. Por definición, las cartas encíclicas tienen el
valor de enseñanza dirigida a la Iglesia universal. Sin embargo, cuando tratan
de cuestiones sociales, económicas o políticas, son dirigidas comúnmente no
solo a los católicos, sino también a todos los hombres y mujeres de buena
voluntad; esta práctica la inició Juan XXIII con su encíclica Pacem in
terris (1963). La «Exhortación apostólica» es un documento cuya autoridad
reviste menor solemnidad que la de una encíclica; es utilizada por el Papa para
comunicar a la Iglesia las conclusiones a las que llegó después de considerar
las recomendaciones que le hizo algún sínodo episcopal, aunque también se puede
hacer una exhortación apostólica por otras razones.
·
6
La eugenesia defiende la mejora de los
rasgos hereditarios humanos mediante diversas formas de intervención manipulada
y métodos selectivos favorecedores de la reproducción de los mejores ejemplares
humanos (eugenesia positiva) y desalentadores de manera más o menos coercitiva
de la reproducción de individuos no recomendables (eugenesia negativa):
criminales, alcohólicos, débiles mentales, dementes, etnias consideradas
inferiores.
·
7
“Eugenics is the self direction of
human evolution” es el lema del Segundo Congreso Internacional de Eugenesia
celebrado en 1921.
·
8
Sociedad alemana para la higiene
racial.
·
9
Ejemplo de ello es que, en 1913, la
Academia Sueca le otorga el Premio Nobel de Medicina a Charles Richet, quien,
en su obra cumbre, La sélection humaine (Paris, 1919), dedica
un capítulo a «la eliminación de los anormales». Richet fue miembro fundador de
la Société française d'eugénisme, el mismo año en que recibió el Premio Nobel.
·
10
“Y de ninguna manera se puede permitir
que a hombres de suyo capaces de matrimonio se les considere gravemente
culpables si lo contraen, porque se conjetura que, aun empleando el mayor
cuidado y diligencia, no han de engendrar más que hijos defectuosos; aunque
de ordinario se debe aconsejarles que no lo contraigan” [énfasis
adicionado], Casti connubii, n°24.
·
11
Lucia Pozzi
(2011) relata la historia de cómo el método Ogino-Knaus
terminó por convertirse en el «método católico» de control natal.
·
12
En ese mismo 1951, la Organización Mundial
de la Salud busca que las políticas de control del aumento de la población sean
una de las prioridades del consejo de la ONU, con la perspectiva de presionar a
los países del llamado Tercer Mundo para que adelanten políticas de limitación
de la natalidad como remedio contra el hambre y la pobreza.
·
13
En The Invention of Autonomy. A History of Modern Moral Philosophy, Jerome B. Schneewind
(1998) revisa minuciosamente la historia de la filosofía
ética moderna en los siglos XVII y XVIII, y reconstruye el momento y las causas
de la invención de la autonomía del sujeto, uno de los valores capitales de la
Modernidad.
·
14
Sobre la historia de la comisión
pontifical, véase Kaiser (1987).
·
15
Lo paradójico es que existe un abismo
entre el discurso papal que hace indisociable sexualidad y procreación, y la
Sagrada Familia —modelo de familia cristiana—, que consagra la disociación
perfecta de la sexualidad y de la procreación. El dogma de María virgen —antes,
durante y después del parto— hace también de la Sagrada Familia un ejemplo
paradigmático de procreación «artificial», pues Jesús es concebido sin mediar
una relación sexual (Lucas 1, 26-38; Mateo 1, 18).
·
16
El lector puede darse una idea de esas
polémicas leyendo la reseña de 123 documentos y artículos importantes
publicados solamente en los cinco meses posteriores a la proclamación de la
encíclica (Santagada ,1969) o la tesis doctoral de Juza
(2010).
·
17
Ver la biografía de George Weigel
(1999).
·
18
El Consejo “promueve y coordina los
esfuerzos pastorales relacionados con el problema de la procreación
responsable, y anima, sostiene y coordina las iniciativas en defensa de la vida
humana en todos los estadios de su existencia, desde la concepción hasta la
muerte natural. … Otros argumentos de los que se ocupa son: educación sexual,
demografía, anticoncepción y aborto; esterilización, ingeniería genética y
diagnosis prenatal; homosexualidad, y problemas éticos y pastorales
relacionados con el SIDA y otros problemas de bioética; legislación sobre el
matrimonio, la familia, las políticas familiares y la protección de la vida
humana”. Retirado el 20 de junio de 2015, de
www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/family/documents/rc_pc_family_pro_20051996_sp.html.
El Consejo fue presidido por el muy conservador cardenal colombiano Alfonso
López Trujillo desde 1990 hasta la muerte de este, en 2008. López Trujillo se
señaló como opositor acerbo y tenaz de la Teología de la liberación.
·
19
FC.
·
20
Se trata de una teología creada en gran
parte en el siglo XX. A principios de dicho siglo, el famoso Dictionnaire
de théologie catholique no incluye la entrada «familia»; los problemas
relativos a ella se tratan en la voz «matrimonio». Sobre otros diccionarios y
enciclopedias católicas, ver Melloni (2008). Debo la referencia
a Turina (2013, p. 173).
·
21
Véase el Catecismo de la Iglesia católica (promulgado
por Juan Pablo II en 1992), artículo 6: El sexto mandamiento (n° 2331-2400). Existe un Compendio,
promulgado por Benedicto XVI en 2005, que es una síntesis oficial del Catecismo
de la Iglesia católica. Tanto el Catecismo como su Compendio pueden
consultarse en el sitio web: www.vatican.va
·
22
FC reafirma explícita y repetidamente la
doctrina de la Humanae vitae sobre los métodos
anticonceptivos.
·
23
Que se celebra entre el 5 y el 13 de septiembre
en El Cairo, bajo el auspicio de las Naciones Unidas.
·
24
Se pueden consultar una serie de
documentos producidos por esta pontificia academia en: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdlife/index_sp.htm
·
25
Sigue en esto lo que ya afirmara Pío X
en su encíclica Notre charge apostolique (25-VIII-1910): “
...no se edificará la ciudad de modo distinto si la Iglesia no pone los
cimientos y dirige los trabajos... no, la civilización no está por inventar ni
la 'ciudad' nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe... es la
civilización cristiana, es la 'ciudad' católica”. (n° 11).
·
26
Pío X (1903-1914), adalid del antimodernismo, hizo
del Instaurare omnia in Christo el lema de su pontificado.
·
27
Para el caso de Francia, véase Rochefort
(2014).
·
“Como demuestra la
experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al
desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A
éstos les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad. La integración
de niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa
someterlos de hecho a violencias de distintos órdenes, aprovechándose de la
débil condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no
favorecen su pleno desarrollo humano. Ciertamente tal práctica sería
gravemente inmoral y se pondría en abierta contradicción con el principio,
reconocido también por la Convención Internacional de la ONU sobre los
Derechos del Niño, según el cual el interés superior que en todo caso hay
que proteger es el del infante, la parte más débil e indefensa” (Congregación
para la doctrina de la fe, 2003).
·
29
“La sociedad debe su supervivencia a la
familia fundada sobre el matrimonio. … Si desde el punto de vista legal, el
casamiento entre dos personas de sexo diferente fuese sólo considerado como
uno de los matrimonios posibles, el concepto de matrimonio sufriría un cambio
radical, con grave detrimento del bien común.” Congregación para la doctrina
de la fe, Consideraciones acerca de los proyectos (Congregación
para la doctrina de la fe, 2003, n° 8).
·
30 Véase al
respecto el análisis de R. Carnac (2014) sobre las
posiciones de las autoridades eclesiásticas católicas en el álgido debate que
se ha dado en Francia a propósito del reconocimiento legal de las uniones
homosexuales.
·
31
Sobre la compleja historia del concepto
de ley natural en el pensamiento ético, véase Murphy,
2011.
·
32
“Ningún fiel querrá
negar que corresponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar también la ley
moral natural. Es, en efecto,
incontrovertible —como tantas veces han declarado nuestros predecesores— que
Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al
enviarlos a enseñar a todas las gentes sus mandamientos, los constituía en
custodios y en intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no
sólo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de la
voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse
[énfasis adicionados]” Pablo VI, encíclica Humanae vitae, n° 4.
·
33
El papa Gregorio XVI ya había condenado
la trata negrera en su Carta apostólica In supremo (3-XII-1839)
con las siguientes palabras: “Prohibimos y vetamos a cualquier eclesiástico o
laico defender como lícito el tráfico de negros.” (N° 4). Pero, como puede
leerse, se trata de un problema de licitud, no de un asunto condenado por ir
«contra natura».
·
34
El pensamiento feminista, hijo de la
mentalidad moderna, sigue una lógica binaria que opone naturaleza y cultura. La philosophia
perennis católica adopta una lógica ternaria, en la que tanto
naturaleza como cultura están sometidas a una autoridad sobrenatural. El
énfasis actual de la Iglesia en la dimensión biológica del ser humano cree en
la idea de que natural y sobrenatural están estrechamente ligados y que, por
tanto, ciertas intervenciones en el nivel de la cultura constituyen no solo una
distorsión de la realidad biológica, sino también de la sobrenatural. Se alega,
entonces, que determinadas estructuras del orden natural, en cuanto creadas por
Dios, están al amparo de los artificios humanos. Pero otros consideran legítima
una transformación de ese «orden natural» con base en la misión divina de
dominar la Tierra (Génesis 1, 28). El magisterio eclesiástico
católico, al abrogarse el derecho de establecer qué realidades naturales entran
en la categoría de lo que se puede o no transformar, pretende establecer las
modalidades y los límites de una técnica moralmente lícita.
·
35
Para muchas feministas católicas (como
Rosemary Radford Ruether, Elizabeth Schüssler-Fiorenza, Mary Daly y Catherine
Halkes), el nacimiento de una nueva conciencia feminista coincide con el aggiornamento impulsado
por el Concilio Vaticano II, que suscita la esperanza de que las injusticias
infligidas a las mujeres a lo largo de siglos serían sustituidas por relaciones
estructurales justas entre hombres y mujeres en el seno de la Iglesia. La
desilusión no tardará en llegar. Para un panorama de las tres primeras décadas
de la teología feminista católica, véase Grey, 2000.
Para un panorama de la «Teología de la mujer, teología feminista, teología
mujerista y ecofeminismo en América Latina» véase Saranyana, 2002, pp. 505-568.
·
Como ha mostrado
Claude Langlois para la Francia del siglo XIX, la extraordinaria multiplicación
de congregaciones religiosas femeninas se explica, en gran parte, porque estas
les ofrecieron a las mujeres espacios de emancipación, de autonomía, de
responsabilidad y de acción legítima dentro de la sociedad, en particular
dentro del campo educativo, de la asistencia social y de la salud (Langlois,
1984). Esos espacios de autonomía y de responsabilidad también
se han dado y se siguen dando en otros países.
·
37
Es significativo que de los treinta y
seis doctores de la Iglesia que existen actualmente (octubre de 2017),
solamente cuatro son mujeres. Recordemos que doctor/a de la Iglesia es un
título otorgado por un papa o un concilio ecuménico para reconocer oficialmente
a ciertos santos como maestros de la fe. Hubo que esperar casi dos mil años de
cristianismo para que Pablo VI proclamara en 1970 a Teresa de Avila como
primera doctora de la Iglesia; las otras tres son Catalina de Siena (1970),
Teresa de Lisieux (1997) e Hildegarda de Bingen (2012). En 1923, Pío XI rechazó
la petición del obispo de Avila y de las carmelitas de que se proclamara
doctora de la Iglesia a Teresa de Avila. La razón invocada para dicha negativa
—obstat sexus (lo impide el sexo)— fue la misma que se invocó en
1933, cuando cierto número de personalidades católicas pidió la proclamación de
Teresa de Lisieux como doctora de la Iglesia. Es posible albergar, pues, la
esperanza de futuras evoluciones en lo que se refiere a ese «obstáculo del
sexo».
·
38
El texto latino dice así: “Est ordo
naturalis in hominibus, ut feminae serviant viris, et filii parentibus; quia in
illis hec iustitia est, ut maiori serviat minor.” (causa 33, quaestio 5,
capitulum 12; énfasis adicionados). El Decreto de Graciano (en latín Concordia
discordantium canonum, «Concordia de los cánones discordantes», más
conocido como Decretum Gratiani) es una obra fundamental del
derecho canónico. Fue redactada entre 1140 y 1150 y reúne más de 3.800
documentos, los cuales incluyen: cánones apostólicos, textos patrísticos,
decretales pontificias, decretos conciliares, leyes romanas y francas, etc. El
Decreto de Graciano fue autoridad indiscutible hasta la promulgación del Código
de derecho canónico de 1917. Las Decretales de
Gregorio IX (1243) completaron las prescripciones para la mujer contenidas en
el Decreto de Graciano, especificando las prohibiciones de predicar, oír
confesiones y ejercer funcionesministeriales en el recinto del altar. Véase una
interesante recopilación de textos sobre las mujeres, publicados en el Decretum
Gratiani, en:http://www.womenpriests.org/theology/gratian.asp
·
39
“Cum igitur in sexu foemineo non
possit significari aliqua eminentia gradus, quia mulier statum
subiectionis habet; ideo non potest ordinis sacramentum suscipere”
[énfasis adicionado].
·
40
Para darse cuenta de ello, basta leer
textos ampliamente utilizados del Nuevo Testamento, como 1 Corintios 11,
3-9 y 14, 34-35, o 1 Timoteo 2, 11-14: “La mujer oiga la
instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni
que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. Porque Adán fue formado
primero y Eva en segundo lugar”.
·
41
En su libro Glüklich sterben? (2014)
declara: “Yo, teólogo católico, quiero decidir cuándo y cómo he de morir”,
argumentando, por una parte, que el principio de la dignidad humana incluye la
dignidad en la última etapa, la muerte, y, por otra parte, que si la vida
humana es un regalo de Dios deberíamos aceptar la posibilidad de devolvérselo
con agradecimiento y generosidad.
·
42
En 1983, la Congregación para la
doctrina de la fe abrió contra Forcano un proceso extraordinario por los
contenidos «erróneos y peligrosos» de su libro Nueva ética sexual (1981),
en el cual se mostraba tolerante con el uso de los anticonceptivos. Entre los
numerosos procesos de la Congregación para la doctrina de la fe contra teólogos
moralistas, se destacan los que se hicieron contra el redentorista alemán
Bernhard Häring, el sacerdote estadounidense Charles Curran y el redentorista
español Marciano Vidal. Häring es considerado como el más grande teólogo
moralista católico del siglo XX. Su tesis fundamental es que, en materia de
moral, prevalece siempre la conciencia sobre la ley. Para él, la sexualidad
debe verse como «diálogo de amor» entre las personas humanas y no como simple
instrumento de la procreación. Nunca estuvo de acuerdo con el concepto de que
«todo acto sexual debe estar abierto a la procreación». Se enfrentó con la
vieja moral que prohibía la inseminación artificial y el cambio de sexo, y condenaba
la homosexualidad como algo pecaminoso. Estuvo abierto a conceder los
sacramentos a quienes, tras divorciarse, habían vuelto a contraer matrimonio
civil y, sobre todo, no aceptó el principio católico de condena de los métodos
anticonceptivos que no sean abortivos, defendiendo la «paternidad responsable».
Charles Curran, en su época considerado como el mejor especialista católico de
teología moral en los EE. UU., fue declarado, en 1986, por la Congregación para
la doctrina de la fe, “ni apto ni elegible para enseñar la teología católica”
por defender posiciones diferentes a las del Vaticano en temas como el
homosexualismo, el divorcio, las relaciones prematrimoniales y la masturbación.
Marciano Vidal, uno de los teólogos más prolíficos de España, fue obligado, en
el 2001, a retractarse y reescribir algunos de sus libros, en particular Moral
de actitudes, que desde hacía 25 años se utilizaba como manual de teología
moral en facultades y seminarios, y que había sido traducido a varios idiomas.
·
43
Título original The Marriage of Likeness: Same-Sex Unions in
Premodern Europe, Villard Books, 1994.
·
44
¿Estaría pensando en ello Francisco
cuando dijo: “Si una persona es gay y busca al Señor, y tiene
buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo?”? La frase está en la respuesta
a la última pregunta hecha en la Conferencia de prensa del Santo Padre
Francisco durante el vuelo de regreso a Roma (28-VII-2013).
·
45
Ya hace más de veinte años que el
famoso teólogo belga, católico y dominico, Edward Schillebeeckx, cuyo pensamiento
influyó en el concilio Vaticano II, afirmó: “En lo que respecta a la
homosexualidad, no existe una ética cristiana. Es un problema humano, que debe
ser resuelto de forma humana. No hay normas específicamente cristianas para
juzgar la homosexualidad” (Schillebeeckx, 1944).
·
46
Para Tomás de Aquino, cuyas enseñanzas
han tenido un fuerte influjo en la Iglesia durante siglos, Dios introduce el
alma racional solo cuando el feto adquiere, gradualmente, primero el alma
vegetativa y luego el alma sensitiva. Solo en este momento, en un cuerpo ya
formado, se crea el alma racional (Summa Theologiae, I, 90). El embrión
tiene únicamente alma sensitiva (Summa Theologiae, I, 76, 2 y I, 118,
2). En la Summa contra gentiles (II, 89), Tomás repite que hay
un orden, una graduación en la generación, “a causa de las formas intermedias
de las que está dotado el feto desde el inicio hasta su forma final”. En el
Suplemento de la Summa Theologiae (80, 4), se dice que los
embriones no participarán en la resurrección de la carne, a menos que antes sea
infundida en ellos el alma racional.
·
47
Un papa se cuida mucho de no
desautorizar a sus predecesores, so pena de zapar su propia autoridad. Por eso,
ya es significativo el simple hecho de que no insista sobre ciertos temas.
·
48
Diversidad que, sin duda, le debe
plantear al papa un problema de «rentabilidad pastoral»: ¿hay que darles
satisfacción, en temas de moral sexual y de bioética, a las reivindicaciones de
ciertas corrientes de las Iglesias occidentales donde el catolicismo está
decayendo, con el riesgo de alienarse el favor de Iglesias más jóvenes y
dinámicas, como las africanas, que no están solicitando esos cambios, o al
menos todavía no?
·
49
El tema de la misericordia es central
en la Amoris laetitia; los numerales 307 a 312 están dedicados a
“La lógica de la misericordia pastoral”. Ya en su libro El nombre de
Dios es misericordia, Francisco (2016) insiste en
que el mensaje más importante de Jesús es la misericordia de Dios y que, por lo
tanto, la misericordia ha sido eje fundamental de su fe y lo es ahora de su
pontificado.
·
50
El octavo capítulo de la Amoris
laetitia aborda extensamente el “Discernimiento de las situaciones
llamadas 'irregulares'” (n° 296-300) y los “condicionamientos y circunstancias
atenuantes” que pueden disminuir o aun suprimir la responsabilidad de las
personas en situación “irregular” (n° 301-303).
·
51
“No existen recetas sencillas” (Amoris
laetitia, n° 298). “... no todas las discusiones doctrinales, morales o
pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales” (Amoris
laetitia, n° 3).
·
52
“Muchas veces hemos actuado a la
defensiva, y gastamos las energías pastorales redoblando el ataque al mundo
decadente, con poca capacidad proactiva para mostrar caminos de felicidad” (Amoris laetitia, n° 38)
·
53
“...un pastor no puede sentirse
satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las
personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás
de las enseñanzas de la Iglesia «para sentarse en la cátedra de Moisés y
juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las
familias heridas»” (Amoris laetitia, n° 305).
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