GOYA
Nadie fue más sordo que Goya al siglo XIX, pese a haber
cumplido en él casi tres décadas y haber sobrevivido a sus feroces guerras. Se
quedó sordo de verdad cuando amanecía la centuria, pero no ciego. Y a fuer de
mirar a su aire se convirtió en un visionario. Ese hombre cabal, lúcido y
baturro gestó las pesadillas que creemos tan nuestras afincado en un Versalles
provinciano y en una Ilustración de pueblo. La dieciochesca y acanallada España
que le tocó vivir le valió para todo y para nada. Su tozudez y brío fueron su
patrimonio; con tales alforjas saltó desde su infancia hasta la infancia de las
vanguardias, que en el siglo XX lo reivindicaron como maestro. Nadie se explica
aún ese raro fenómeno: fue un pintor y un profeta solitario venido desde
antiguo hasta ahora mismo sin pasar por la historia.
Goya a los 80 años (retrato de Vicente
López Portaña)
Francisco de Goya nació
en el año 1746, en Fuendetodos, localidad de la provincia española de Zaragoza,
hijo de un dorador de origen vasco, José, y de una labriega hidalga llamada
Gracia Lucientes. Avecinada la familia en la capital zaragozana, entró el joven
Francisco a aprender el oficio de pintor en el taller del rutinario José Luzán, donde estuvo cuatro años copiando estampas
hasta que se decidió a establecerse por su cuenta y, según escribió más tarde
él mismo, "pintar de mi invención".
A medida que fueron transcurriendo los años de su longeva vida,
este "pintar de mi invención" se hizo más verdadero y más acentuado,
pues sin desatender los bien remunerados encargos que le permitieron una
existencia desahogada, Goya dibujó e hizo imprimir series de imágenes insólitas
y caprichosas, cuyo sentido último, a menudo ambiguo, corresponde a una
fantasía personalísima y a un compromiso ideológico, afín a los principios de
la Ilustración, que fueron motores de una incansable sátira de las costumbres
de su tiempo.
Pero antes de su viaje a
Italia en 1771, el arte de Goya es balbuciente y tan poco académico que no
obtiene ningún respaldo ni éxito alguno; incluso fracasó estrepitosamente en
los dos concursos convocados por la Academia de San Fernando en 1763 y 1769.
Las composiciones de sus pinturas se inspiraban, a través de los grabados que tenía
a su alcance, en viejos maestros como Simon Vouet, Carlo Maratta o Correggio, pero a su vuelta de Roma, escala obligada
para el aprendizaje de todo artista, sufrirá una interesantísima evolución ya
presente en el fresco del Pilar de Zaragoza titulado La gloria del nombre de Dios.
Todavía en esta primera
etapa, Goya se ocupa más de las francachelas nocturnas en las tascas madrileñas
y de las majas resabidas y descaradas que de cuidar de su reputación
profesional, y apenas pinta algunos encargos que le vienen de sus amigos los Bayeu. De los tres hermanos pintores (Ramón, Manuel
y Francisco Bayeu), el último, que era doce años mayor que él, fue su
inseparable compañero y protector. También hermana de éstos era Josefa, con la que
contrajo matrimonio en Madrid en junio de 1773, año decisivo en la vida del
pintor porque en él se inaugura un nuevo período de mayor solidez y
originalidad.
Detalle de su
primer Autorretrato (hacia 1773)
Por esas mismas fechas pinta el primer autorretrato que le
conocemos, y no faltan historiadores del arte que supongan que lo realizó con
ocasión de sus bodas. En él aparece como lo que siempre fue: un hombre tozudo,
desafiante y sensual. El cuidadoso peinado de las largas guedejas negras indica
coquetería; la frente despejada, su clara inteligencia; sus ojos oscuros y
profundos, una determinación y una valentía inauditas; los labios gordezuelos,
una afición sin hipocresía por los placeres voluptuosos; y todo ello enmarcado
en un rostro redondo, grande, de abultada nariz y visible papada.
Cartonista
de la Fábrica de Tapices
Poco tiempo después,
algo más enseriado con su trabajo y asiduo de la tertulia de los neoclásicos
presidida por Leandro Fernández de Moratín, en la que concurrían los
más grandes y afrancesados ingenios de su generación, obtuvo el encargo de
diseñar cartones para la Real Fábrica de Tapices de Madrid, género donde pudo
desenvolverse con relativa libertad, hasta el punto de que las 63 composiciones
de este tipo realizadas entre 1775 y 1792 constituyen lo más sugestivo de su
producción de aquellos años. Tal vez el primero que llevó a cabo sea el
conocido como Merienda a orillas del Manzanares,
con un tema original y popular que anuncia una serie de cuadros vivos,
graciosos y realistas: La riña en la Venta Nueva, El columpio, El quitasol y, sobre todo, allá por 1786 o 1787, El albañil herido.
Este último, de formato muy estrecho y alto, condición impuesta
por razones decorativas, representa a dos albañiles que trasladan a un compañero
lastimado, probablemente tras la caída de un andamio. El asunto coincide con
una reivindicación del trabajador manual, a la sazón peor visto casi que los
mendigos por parte de los pensadores ilustrados. Contra este prejuicio se había
manifestado en 1774 el conde de Romanones, afirmando que "es necesario
borrar de los oficios todo deshonor, sólo la holgazanería debe contraer
vileza". Asimismo, un edicto de 1784 exige daños y perjuicios al maestro
de obras en caso de accidente, establece normas para la prudente elevación de
andamios, amenaza con cárcel y fuertes multas en caso de negligencia de los
responsables y señala ayudas económicas a los damnificados y a sus familias.
Goya coopera, pues, con su pintura, en esta política de fomento y dignificación
del trabajo, alineándose con el sentir más progresista de su época.
El quitasol (1776-78,
Museo del Prado)
Hacia 1776, Goya recibe
un salario de 8.000 reales por su trabajo para la Real Fábrica de Tapices.
Reside en el número 12 de la madrileña calle del Espejo y tiene dos hijos; el
primero, Eusebio Ramón, nacido el 15 de diciembre de 1775, y otro nacido
recientemente, Vicente Anastasio. A partir de esta fecha podemos seguir su
biografía casi año por año. En abril de 1777 es víctima de una grave enfermedad
que a punto está de acabar con su vida, pero se recupera felizmente y pronto
recibe encargos del propio príncipe, el futuro Carlos IV. En 1778 se hacen
públicos los aguafuertes realizados por el artista copiando cuadros de Velázquez, pintor al que ha estudiado minuciosamente en
la Colección Real y de quien tomará algunos de sus asombrosos recursos y de sus
memorables colores en obra futuras.
Pintor
de la corte
Al año siguiente
solicita sin éxito el puesto de primer pintor de cámara, cargo que finalmente
es concedido a un artista diez años mayor que él, Mariano Salvador Maella. En 1780, cuando Josefa concibe
un nuevo hijo de Goya, Francisco de Paula Antonio Benito, ingresa en la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando con el cuadro Cristo en la cruz, que en la actualidad guarda el Museo
del Prado de Madrid, y conoce al mayor valedor de la España ilustrada de
entonces, Gaspar Melchor de Jovellanos, con quien lo unirá una
estrecha amistad hasta la muerte de este último en 1811. El 2 de diciembre de
1784 nace el único de sus hijos que sobrevivirá, Francisco Javier, y el 18 de
marzo del año siguiente es nombrado subdirector de pintura de la Academia de
San Fernando. Por fin, el 25 de junio de 1786, Goya y Ramón Bayeu obtienen el
título de pintores del rey con un interesante sueldo de 15.000 reales al mes.
La familia de Carlos IV
A sus cuarenta años, el
que ahora es conocido en todo Madrid como Don Paco se ha convertido en un
consumado retratista, y se han abierto para él todas las puertas de los
palacios y algunas, más secretas, de las alcobas de sus ricas moradoras, como
la duquesa de Alba, por la que experimenta una fogosa devoción. Impenitente
aficionado a los toros, se siente halagado cuando los más descollantes
matadores, Pedro Romero, Pepe-Hillo y otros, le brindan sus faenas, y aún más
feliz cuando el 25 de abril de 1789 se ve favorecido con el nombramiento de
pintor de cámara de los nuevos reyes Carlos IV y doña María Luisa de Parma.
La
enfermedad y el aislamiento
Pero poco tiempo después, en el invierno de 1792, cayó gravemente
enfermo en Sevilla. Durante aquel año sufrió lo indecible; tras meses de
postración, empezó a recuperarse, pero, como secuela de la enfermedad, había
perdido capacidad auditiva. Además, andaba con dificultad y presentaba algunos
problemas de equilibrio y de visión. Se recuperaría en parte, pero la sordera
sería ya irreversible de por vida.
La historia ha especulado en múltiples ocasiones sobre cuál fue la
enfermedad de Goya. Los médicos (fue atendido por los mejores facultativos del
momento) no coincidieron en cuanto al diagnóstico. Algunos achacaron el mal a
una enfermedad venérea, otros a una trombosis, otros al síndrome de Menière,
que está relacionado con problemas del equilibrio y del oído. También, más
recientemente, se ha creído que podía haberse intoxicado con algunos de los
componentes de las pinturas que usaba.
Comenzó, entonces, una nueva etapa artística para Goya. Debido a
la pérdida de audición y a las secuelas de la grave enfermedad que había
padecido, el maestro tuvo que adaptarse a un nuevo tipo de vida. No menguó,
pese a lo que se ha dicho en ocasiones, su capacidad productiva ni su genio
creativo. Siguió pintando y todavía realizaría grandes obras maestras de la
historia del arte. La pérdida de capacidad auditiva le abriría, sin lugar a
dudas, las puertas de un nuevo universo pictórico. Los graves problemas de
comunicación y relación que ocasionaba la sordera harían también que Goya
iniciase un proceso de introversión y aislamiento. El pesimismo, la
representación de una realidad deformada y el matiz grotesco de algunas de sus
posteriores pinturas son, en realidad, una manifestación de su aislada y
singular (aunque extremadamente lúcida) interpretación de la época que le tocó
vivir.
Por obvios problemas de salud, Goya tuvo que dimitir como director
de pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en 1797. Un año
más tarde él mismo confesaba que no le era posible ocuparse de los menesteres
de su profesión en la Real Fábrica de Tapices por hallarse tan sordo que tenía
que comunicarse gesticulando.
Majas
y Caprichos
Desde los años de infancia, en las Escuelas Pías de Zaragoza, por
donde Goya pasó sin pena ni gloria, unía al pintor una entrañable amistad, que
perviviría hasta la muerte, con Martín Zapater, a quien a menudo escribía
cartas donde dejaba constancia de pormenores de su economía y de otras materias
personales y privadas. Así, en epístola fechada en Madrid el 2 de agosto de
1794, menciona, bien que pudorosamente, la más juguetona y ardorosa de sus
relaciones sentimentales: "Más te valía venirme a ayudar a pintar a la de
Alba, que ayer se me metió en el estudio a que le pintara la cara, y se salió
con ello; por cierto que me gusta más pintar en lienzo, que también la he de
retratar de cuerpo entero."
El 9 de junio de 1796
muere el duque de Alba, y en esa misma primavera Goya se traslada a Sanlúcar de
Barrameda con la duquesa de Alba, con quien pasa el verano, y allí
regresa de nuevo en febrero de 1797. Durante este tiempo realiza el
llamado Album A, con dibujos de la vida cotidiana, donde se
identifican a menudo retratos de la graciosa doña Cayetana. La magnánima
duquesa firma un testamento por el cual Javier, el hijo del artista, recibirá
de por vida un total de diez reales al día.
Detalle de La maja vestida
De estos hechos arranca
la leyenda que quiere que las famosísimas majas de Goya, La maja vestida y La maja desnuda, condenadas por la
Inquisición como obscenas tras reclamar amenazadoramente la comparecencia del
pintor ante el Tribunal, fueran retratos de la descocada y maliciosa doña
Cayetana de Alba; en cualquier caso, es casi seguro que los lienzos fueron
pintados por aquellos años. También se ha supuesto, con grandes probabilidades
de que sea cierto, que ambos cuadros estuvieran dispuestos como anverso y
reverso del mismo bastidor, de modo que podía mostrarse, en ocasiones, la
pintura más decente, y en otras, como volviendo la página, enseñar la desnudez
deslumbrante de la misma modelo, picardía que por aquel tiempo era muy común en
los ambientes ilustrados y libertinos de Francia.
Sea como fuere, las
obras se hallaron en 1808 en la colección del favorito Godoy; eran conocidas por el nombre de
"gitanas", pero el misterio de las mismas no estriba sólo en la
comprometedora posibilidad de que la duquesa se prestase a aparecer ante el
pintor enamorado con sus relucientes carnes sin cubrir y la sonrisa picarona,
sino en las sutiles coincidencias y divergencias entre ambas. De hecho, la maja
vestida da pábulo a una mayor morbosidad por parte del espectador, tanto por la
provocativa pose de la mujer como por los ceñidos y leves ropajes que recortan
su silueta sinuosa, explosiva en senos y caderas y reticente en la cintura,
mientras que, por el contrario, la piel nacarada de la maja desnuda se revela fría,
académica y sin esa chispa de deliciosa vivacidad que la otra derrocha.
Un nuevo misterio
entraña la inexplicable retirada de la venta, por el propio Goya, de una serie
maravillosa y originalísima de ochenta aguafuertes titulada Los Caprichos, que pudieron
adquirirse durante unos pocos meses en la calle del Desengaño nº 1, en una
perfumería ubicada en la misma casa donde vivía el pintor. Su contenido
satírico, irreverente y audaz no debió de gustar en absoluto a los celosos
inquisidores, y probablemente Goya se adelantó a un proceso que hubiera traído
peores consecuencias después de que el hecho fuera denunciado al Santo
Tribunal. De este episodio sacó el aragonés una renovada antipatía hacia los
mantenedores de las viejas supersticiones y censuras y, naturalmente, una mayor
prudencia cara al futuro, entregándose desde entonces a estos libres e
inspirados ejercicios de dibujo según le venía en gana, pero reservándose la
mayoría de ellos para su coleto y para un grupo selecto de allegados.
El sueño de la razón produce
monstruos (Capricho nº 43)
Mientras, Goya va ganando tanto en popularidad como en el favor de
los monarcas, hasta el punto de que puede escribir con sobrado orgullo a su
infatigable corresponsal Zapater: "Los reyes están locos por tu
amigo". En 1799, su sueldo como primer pintor de cámara asciende ya a
50.000 reales más cincuenta ducados para gastos de mantenimiento. En 1805,
después de haber sufrido dos duros golpes con los fallecimientos de la joven
duquesa de Alba y de su muy querido Zapater, se casa su hijo Javier, y en la
boda conoce Goya a la que será su amante de los últimos años: Leocadia Zorrilla
de Weiss.
El horror de la guerra
El 3 de
mayo de 1808, al día siguiente de la insurrección popular madrileña contra el
invasor francés, el pintor se echa a la calle, no para combatir con la espada o
la bayoneta, pues tiene más de sesenta años y en su derredor bullen las algarabías
sin que él pueda oír nada, sino para mirar insaciablemente lo que ocurre. Con
lo visto pintará algunos de los más patéticos cuadros de historia que se hayan
realizado jamás: el Dos de mayo,
conocido también como La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol de Madrid, y
el lienzo titulado Los fusilamientos del 3 de mayo
en la montaña del Príncipe Pío de Madrid.
En Los fusilamientos del 3 de mayo, la
solución plástica a esta escena es impresionante: los soldados encargados de la
ejecución aparecen como una máquina despersonalizada, inexorable, de espaldas,
sin rostros, en perfecta formación, mientras que las víctimas constituyen un
agitado y desgarrador grupo, con rostros dislocados, con ojos de espanto o
cuerpos yertos en retorcido escorzo sobre la arena encharcada de sangre. Un
enorme farol ilumina violentamente una figura blanca y amarilla, arrodillada y
con los brazos formando un amplio gesto de desafiante resignación: es la figura
de un hombre que está a punto de morir.
Los fusilamientos del 3 de mayo
Durante la llamada
Guerra de la Independencia Española (1808-1814), Goya irá reuniendo un conjunto
inigualado de estampas que reflejan en todo su absurdo horror la sañuda
criminalidad de la contienda. Son los llamados Desastres de la guerra, cuyo valor no radica
exclusivamente en ser reflejo de unos acontecimientos atroces, sino que alcanza
un grado de universalidad asombroso y trasciende lo anecdótico de una época
para convertirse en ejemplo y símbolo, en auténtico revulsivo, de la más cruel
de las prácticas humanas.
El pesimismo goyesco irá
acrecentándose a partir de entonces. En 1812 muere su esposa, Josefa Bayeu;
entre 1816 y 1818 publica sus famosas series de grabados, la Tauromaquia y los Disparates;
en 1819 decora con profusión de monstruos y sórdidas tintas una villa que ha
adquirido por 60.000 reales a orillas del Manzanares, conocida después como la
Quinta del Sordo: son las llamadas "pinturas negras", plasmación de
un infierno aterrante, visión de un mundo odioso y enloquecido. En el invierno
de 1819 cae gravemente enfermo pero es salvado in
extremis por su amigo el doctor Arrieta, a quien, en
agradecimiento, regaló el cuadro titulado Goya y su médico Arrieta (1820,
Institute of Art, Minneápolis). En 1823, tras la invasión de los Cien Mil Hijos
de San Luis, contingente del ejército francés venido para derrocar el gobierno
liberal, se ve obligado a esconderse y al año siguiente escapa a Burdeos,
refugiándose en casa de su amigo Moratín.
En 1826, Goya regresó a
Madrid, donde permaneció dos meses, para marchar de nuevo a Francia. Durante
esta breve estancia el pintor Vicente López Portaña (que se encontraba en su
mejor momento de prestigio y técnica) realizó un retrato de Goya, cuando éste
contaba ya con ochenta años. Enfrentado al viejo maestro, de rostro aún tenso y
enérgico, López Portaña llevó a cabo la obra más recia y valiosa de su
extensísima actividad de retratista, tantas veces derrochada en la minucia
cansada de traducir encajes, rasos o terciopelos con aburrida perfección. Este
lienzo, hoy en el Museo del Prado, es el retrato más conocido de Goya, mucho
más, incluso, que los también famosos autorretratos del pintor.
Saturno devorando a un hijo (detalle)
El maestro murió en Burdeos, hacia las dos de la madrugada del 16
de abril de 1828, tras haber cumplido ochenta y dos años, siendo enterrado en
Francia. En 1899 sus restos mortales fueron sepultados definitivamente en la
ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, cien años después de que Goya
pintara los frescos de dicha iglesia (1798).
En el Museo del Prado se
conserva La joven de Burdeos o La lechera de Burdeos (1825-1827), una de sus últimas obras. Pero acaso su
auténtico testamento había sido fijado ya sobre el yeso en su quinta de Madrid
algunos años antes: Saturno devorando a un hijo, es sin duda, una de las
pinturas más inquietantes de todos los tiempos, síntesis inimitable de un
estilo que reúne extrañamente lo trágico y lo grotesco, y espejo de un Goya
visionario, sutil, penetrante, lúcido y descarnado.
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Francisco de Goya. Biografía».
En Biografías y Vidas. La
enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona,
España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/monografia/goya/ [fecha
de acceso: 7 de febrero de 2023].
https://www.biografiasyvidas.com/monografia/goya/
1746 |
Nace en Fuendetodos, Zaragoza. |
1759 |
Inicia su aprendizaje con el pintor José Martínez Luján. |
1763 |
Se traslada a Madrid. |
1770-1771 |
Viaja por Italia. |
1773 |
Se casa con Josefa Bayeu, hermana de Francisco Bayeu, su
maestro. |
1775 |
Inicia su labor como cartonista en la Real Fábrica de Tapices. |
1780 |
Ingresa en la Real Academia de San Fernando. |
1789 |
Es nombrado pintor de cámara de Carlos IV. |
1792 |
Se queda sordo tras padecer una larga enfermedad. |
1800 |
Pinta La familia de Carlos IV y
retrata a la duquesa de Alba. |
1808 |
Se une al general Palafox en Zaragoza e inicia la serie de
grabados Los desastres de la guerra. |
1812 |
Muere Josefa Bayeu e inicia relaciones con Leocadia Weis, su ama
de llaves. |
1814 |
Pinta La carga de los mamelucos en
la Puerta del Sol de Madrid y Los
fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío de Madrid. |
1819 |
Se recluye en «La Quinta del Sordo» y comienza la serie de las
llamadas «pinturas negras». |
1824 |
Se exilia en la ciudad francesa de Burdeos. |
1828 |
Muere en Burdeos a causa de un ataque de apoplejía. |
Su obra
Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) no sólo ha sido
considerado el más notable pintor de su época y el artista que mejor supo
explorar todas las posibilidades abiertas por la evolución estilística del
siglo, sino que, sobre todo, es quizás el creador que con mayor precisión dio
testimonio, a través de sus pinceles, de los sentimientos que van desde el
espíritu optimista del reformismo ilustrado hasta el desengaño generado por el
fracaso de las esperanzas puestas en el progreso pacífico de la humanidad, que
debía materializarse gracias al imperio de la razón y la filantropía.
Sus primeros trabajos
importantes son los que llevó a cabo a partir de 1775 para la Real Fábrica de
Tapices de Santa Bárbara en Madrid, que le contrató para dibujar los cartones
que habían de servir de modelos a los artesanos de esta manufactura. En estos
cartones, Goya reveló sus dotes para desarrollar una pintura costumbrista y
popular llena de gracia y frescura, muy dentro de una estética próxima al
rococó en la que se vehicula la vida apacible y esperanzada de un momento
marcado por los benéficos efectos de la buena coyuntura económica y por la
ilusión que despiertan los avances del movimiento reformista. Entre las mejores
composiciones de esta serie hay escenas tan logradas como El quitasol, El cacharrero, La gallina ciega, La cometa, El columpio o El pelele, reflejo
de un mundo donde predomina el juego y la vida alegre y desenvuelta.
Confirmada su maestría,
Goya mantuvo su paleta amable y sus colores claros dentro del gusto rococó,
convirtiéndose en el retratista preferido de aristócratas, políticos e
intelectuales. De este modo, su fama, que se acrecentará con la realización de
las alegres escenas de romería que decoran la madrileña ermita de San Antonio
de la Florida, le procuró su nombramiento como primer pintor de cámara (1799) y
la posibilidad de llevar a cabo una obra maestra del retrato áulico como La familia de Carlos IV (1800), perfecta
conjunción de penetración psicológica y sutil ironía.
Detalle de La familia de Carlos IV
Sin embargo,
precisamente en estos años de triunfo, Goya había empezado a cultivar una
faceta más íntima y personal de su arte que denotaba una lúcida percepción del
desequilibrio latente en una sociedad amenazada, tal como se transparenta en
sus fantásticos Caprichos, primera serie de
grabados (84 aguafuertes, realizados entre 1792 y 1799), donde despliega una
solapada crítica de la España tradicional.
Del mismo modo, muy
pronto su estilo alegre de la primera época se entenebrece como resultado tanto
de sus circunstancias personales (en particular, su progresiva sordera) como de
la marcha negativa de los acontecimientos, pues el estallido de la Revolución Francesa ha puesto en guardia a las
clases dominantes españolas y ha frenado el proyecto reformista de la
monarquía, arrinconando el alma abierta y dinámica de la Ilustración.
Así, la crisis que
estalló en 1808 no le cogió desprevenido, sino dispuesto a ofrecer un
testimonio excepcional de ese momento histórico en dos grandes telas que
pintará en 1814: El dos de mayo de 1808 o la carga de los mamelucos y Los fusilamientos del tres de mayo. Tras esta primera
conmoción, y a raíz de su nombramiento como pintor de cámara de José Bonaparte, deberá contemporizar con los invasores
e incluso realizar algunos retratos de sus generales. Su mundo interior se
expresará más libremente en una serie de grabados sobre los Desastres de la guerra (o Fatales consecuencias de la sangrienta guerra en España contra
Bonaparte, realizada entre 1810 y 1814, aunque permanecería
inédita), que refleja las penalidades de la España dividida.
La restauración
fernandina le renovó el nombramiento oficial, pero su espíritu navegaba por
aguas más atormentadas, que se manifiestan en las nuevas series de grabados de
la Tauromaquia (1815-1816), donde además de la alusión al
tremendismo de la cultura española aparece el enfrentamiento entre el espíritu
normativo de la Ilustración y la ferocidad de la fiesta. En la tal vez
posterior colección de los Disparates culminará la plasmación de la
vertiente pesimista, grotesca y visionaria de su última época, de la cual son
paradigma las "pinturas negras" de la Quinta del Sordo, inquietante y
perturbador desfile de horribles viejos, brujas y aquelarres: Saturno devorando a un hijo, Dos viejos comiendo, Visión fantástica (Asmodea), Riña a garrotazos, El aquelarre o el Gran Cabrón.
La
lechera de Burdeos, una de sus últimas obras
La segunda restauración
y la persecución de los liberales le empujaron a un voluntario exilio en
Francia, donde moriría no sin antes esbozar pictóricamente una sonrisa, un
postrero tributo irónico a la creencia en un futuro feliz para el hombre, en
una obra de género como La lechera de Burdeos (1828),
donde parece volver la vista a un tiempo y un arte ya periclitados. Testigo de
una época turbulenta, Goya fue muy sensible a las ilusiones de un siglo que
había confiado en el progreso de la humanidad, y a las tormentas espirituales
que se abatieron sobre los años finales del Antiguo Régimen y presidieron el
nacimiento de una nueva edad de la historia de la humanidad.
Su influencia
A caballo entre dos
siglos, Goya fue un pintor tan profuso y original que bien puede afirmarse que
no sólo cierra con broche de oro el elegante arte dieciochesco, sino que
anticipa la libertad creativa que adoptarían los creadores románticos y anuncia
las innovaciones formales del impresionismo y del expresionismo, a la vez que
remite por su versatilidad a los grandes maestros de la pintura, como Velázquez y Rembrandt, y prefigura, en su paleta y en la fantasía
desbordada de sus dibujos y grabados, la fiereza de grandes artistas del siglo
XX, como Otto Dix, Picasso o Francis Bacon.
No obstante, ese Goya
que va más allá del tenebrismo de Alessandro Magnasco, del misticismo de William Blake o del demonismo de Johann Heinrich Füssli, ese Goya que no perece con el
paso del tiempo y cuya obra sigue sorprendiendo en nuestros días por sus
inagotables aportaciones es, ante todo, un crítico precursor de las formas de
ver el mundo en la época contemporánea.
El rococó plasmó, de modo elegante y amable, la gracia
dieciochesca de la primera mitad del siglo. Goya rasgó, definitivamente, esa
amabilidad, como se pone abiertamente de manifiesto en sus retratos, veraces y
en ocasiones despiadados, ricos en color y de luces difuminadas, donde los
tejidos adquieren magnificencias y luminosidades increíbles y donde los personajes
aparecen en su realidad más viva, cruda e inimaginable. Por su visión temática
y por la técnica que emplea (pincelada rápida, color denso unas veces, y muy
escaso otras, formando manchas de gran frescura y valentía) es uno de los
artistas que más ha influido en el arte moderno.
La fascinación de Goya
por las distintas manifestaciones de la cultura popular es el precedente de una
forma de realismo social que se reveló muy fecunda durante los siglos XIX y XX.
El tono satírico y la voluntad documental de muchos de sus grabados reaparecen
en las obras que realizó, a mediados del siglo XIX, Honoré Daumier: este artista francés heredó de Goya
tanto la fortaleza del dibujo (que, a menudo, rayaba lo caricaturesco) como el
compromiso social. La obra de Daumier dio continuidad a una tendencia artística
que desembocó, ya en el siglo XX, en el realismo crítico de los pintores
alemanes Otto Dix y George Grosz y en la caricatura moderna.
Por otra parte, la
visión trágica y tenebrosa de la condición humana plasmada en las llamadas
"Pinturas negras" de Goya dio origen a la importante tradición
expresionista en pintura. La pincelada libre y emocional de obras como El aquelarre y Saturno devorando a un hijo fue
recuperada por el pintor belga James Ensor y por los expresionistas alemanes a
principios del siglo XX. La pincelada gestual, que Goya utilizó para expresar
estados emocionales, también la emplearon otros artistas de dicha centuria: fue
un recurso con el que experimentó el pintor español Antonio Saura y con el que
trabajó la generación del «retorno a la pintura», cuyos principales exponentes
fueron el estadounidense Julian Schnabel, el alemán Georg Baselitz y el
italiano Francesco Clemente.
El interés por las imágenes del subconsciente y por los aspectos
oscuros de la existencia, evidente en algunas obras de Goya, prefiguró los
movimientos artísticos modernos que otorgaron gran importancia a la actividad
psíquica irracional. Así, pues, tendencias creativas como el simbolismo o el
surrealismo, que centraron su interés en los procesos mentales en los que la
razón ya no ejerce control, tuvieron su precedente en las obras del pintor
español.
Pese al paso de los
años, la sensibilidad de Goya se mantiene muy próxima a la de nuestra época.
Sus ideas y sus planteamientos artísticos continúan despertando interés. Por
este motivo, no resulta extraño que ciertos aspectos de la vida del pintor
hayan sido recreados en algunas propuestas artísticas. Esto es lo que sucede,
por ejemplo, en la ópera Goya, de Giancarlo
Menotti, estrenada por Plácido Domingo y Victoria de Vergara en el
Kennedy Center de Washington en 1986, o en la película Goya en Burdeos, de Carlos Saura, estrenada en 1999 y protagonizada
por Francisco Rabal y Maribel Verdú.
Fernández,
Tomás y Tamaro, Elena. «Francisco de Goya. Su obra». En Biografías y Vidas. La
enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona,
España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/monografia/goya/obra.htm [fecha de acceso: 7
de febrero de 2023].
https://www.biografiasyvidas.com/monografia/goya/obra.htm
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