Las fiestas en la ciudad de
Barcelona durante la ocupación napoleónica
La ocupación de Barcelona por las tropas
napoleónicas del general Duhesme la tarde del sábado 13 de febrero de 1808,
hasta su salida a finales del mismo mes de 1814 cuando la abandonaron los
soldados del mariscal Suchet, introdujo un cambio en la administración
municipal y en la vida cotidiana de los ciudadanos.
2El objeto de este artículo es
explorar a partir del Diario que escribió el padre Raymundo Ferrer durante la
ocupación, titulado «Barcelona cautiva»1, los cambios que se
produjeron en la celebración de las fiestas, principalmente las religiosas,
señalando las continuidades o discontinuidades con la situación anterior.
3Las fiestas tienen un papel
fundamental en la vida colectiva donde se inserta el individuo, superando la
rutina y cotidianidad a partir de actitudes y comportamientos que se distancian
de él. La suspensión de las actividades laborales, la instauración de un
ambiente de solemnidad, de distensión y de diversión, que se exterioriza en las
manifestaciones públicas, ofrece la vivencia de un tiempo nuevo a la
colectividad mediante un comportamiento individual sacralizante, capaz de
superar las frustraciones, revigorizar al grupo y regenerar a los individuos2. Por otro lado la
fiesta religiosa da un sentido trascendente a la vida temporal, máxime cuando
arrecian las dificultades, como en tiempos de guerra, entonces la faceta
religiosa alcanza su mayor intensidad.
4No se puede olvidar que las
creencias forman parte del tejido de la vida cotidiana de la gente corriente y
los símbolos religiosos hay que verlos desde la perspectiva de la antropología
social y cultural como un medio de la representación y construcción activa de
las relaciones sociales así como de su transformación3.
El trasfondo religioso de la contienda
5En la construcción del
imaginario colectivo de los pueblos de Cataluña y de toda España, la visión de
Francia y los franceses desde la Edad Media es negativa a causa de los
conflictos y guerras que se sucedieron, entre ellas la de la Convención de
1793-95, o «Guerra Gran» en la denominación catalana. La francofobia sirvió
para mantener viva en la colectividad la identidad propia, la defensa del
territorio patrio, las costumbres y la tradición. Y el sentimiento español que
se desarrolló de forma mayoritaria en Cataluña durante la llamada Guerra de la
independencia o Guerra del francès de 1808-1814, en defensa del «deseado
Fernando» como contrapunto a Napoleón, promovió sobre todo un sentimiento
religioso cercano a una cruzada contra el «ateismo ilustrado y jacobino» de
origen francés, que fue impulsado sobre todo por el clero regular4.
6La guerra se convirtió en una
guerra de opinión y de propaganda y la Iglesia jugó un papel clave de mediación
entre las nuevas autoridades creadas en torno a las juntas provinciales o
corregimentales y el pueblo. La fuerza del sentimiento religioso estriba en su
carácter eminentemente popular y fue utilizada y dirigida por el bajo clero en
aras de la movilización contra los franceses, que habían «profanado» la
independencia de la patria y sometido a su rey5. Iglesias y ermitas
se convirtieron en verdaderos centros de socialización del conflicto a través
de los sermones y de los catecismos, que presentan una imagen del adversario
como enemigo de la religión y de la Iglesia. Y este sentimiento religioso que
estaba asumido por todos los grupos sociales dio a la guerra un carácter de
extraordinaria agresividad y violencia6.
7La cuestión religiosa no se
puede obviar, máxime por los graves acontecimientos que se produjeron sobre
todo durante los primeros meses de la contienda. Algunos soldados franceses,
con el consentimiento de sus mandos o por su pasividad, atacaron de forma
reiterada los símbolos religiosos que eran valores muy preciados por el pueblo.
Se cometieron numerosos actos irreverentes de iconoclastia, como refiere en su
Diario el padre Raymundo Ferrer, en menor grado en Barcelona donde se
respetaron con cierta liberalidad los centros de culto y las prácticas religiosas:
«Quien
lea la historia de España en tiempo de la invasión napoleónica, y vea templos
profanados, santuarios arruinados, imágenes de Santos mutilados, Reliquias
echadas por tierra, las Monjas dispersas, y los Frayles perseguidos de muerte,
y sepa que los que cometieron tales barbaridades y sacrilegios fueron los que
enteramente dominaron en Barcelona por 6 años cumplidos, no podrá menos de
exclamar: !Oh templos¡ ! Oh Clero¡ !Oh Frailes¡ !Oh Monjas¡ !Oh Religión¡ ! Oh
culto católico¡ ! Que persecución¡ ! Que exterminio¡ ! Que destrozos¡ !Que
olvido de Dios y de los sacramentos. Pero nada de esto se verificó (como era de
creer) por la bondad de Dios»7.
8Fueron saqueadas y profanadas,
entre otras, las iglesias de l´ Arboç, Sant Boi, Sant Esteve de l´Ordal,
Cervelló, la Palma, Vallirana, Molins de Rei, Calella, Mataró, Vallvidrera,
Sant Julià d´Altura, Jonqueres, Granollers, Cerdanyola, Manresa, Monistrol,
Castellbisbal, Cervera, Solsona, Vilafranca del Penedès, Bràfim, El Papiol,
Monistrol d´Anoia, Centellas, Moià, Arbúcies, Gualba, Vilassar de Mar, Lleida y
Tarragona.
9Al acabar la guerra las
autoridades eclesiásticas autorizaron la celebración en las parroquias de actos
litúrgicos especiales para desagraviar los ultrajes cometidos por las tropas
napoleónicas en los lugares de culto. En LLeida incluso se estableció una
fiesta anual el 14 de febrero de 1815, «en desagravio de los ultrages é
injurias que hicieron los Franceses a nuestros Templos y Altares», coincidiendo
con la huida de los franceses de la ciudad, que estuvo vigente durante gran
parte del siglo XIX”8.
Consecuencias de la política religiosa
10¿Cuál fue la política
religiosa del gobierno «intruso» en España y en Cataluña? Sin duda inició un
proceso de reformas de la Iglesia inspiradas en el proceso de la Revolución
Francesa. En los decretos de Cahamartín de Napoléon de 4 de diciembre de 1808
se vislumbra un duro golpe contra las clases privilegiadas. En lo referente a
la Iglesia, se suprimió la Inquisición, incorporándose sus bienes a la Corona y
los conventos se redujeron a una tercera parte, exclaustrándose los frailes
regulares pasando sus pertenencias a manos estatales.
11Al decreto de 19 de agosto de
1809 relativo a la reducción de las comunidades religiosas de varones, que
fueron obligados en su totalidad a secularizarse, hay que añadir el de 29 de
noviembre del mismo año sobre el embargo de la plata de las iglesias. Sus
bienes fueron desamortizados y los conventos se destinaron a cuarteles o
edificios públicos, produciéndose abundantes rapiñas, que tuvieron nefastas
consecuencias para el patrimonio artístico cultural9.
12En el caso de Barcelona se
debe tener en cuenta que las autoridades francesas ordenaron el cierre de
algunos templos y prohibieron el toque de campana, retirando sus badajos para
evitar el toque de somatén, que era el sistema de defensa utilizado
tradicionalmente en los momentos de dificultades en pueblos y ciudades ante la
presencia de enemigos. También regularon los horarios de apertura de las
iglesias con el fin de controlar la asistencia de los fieles, pues en ellas la
resistencia organizó diversas conspiraciones contra los ocupantes que siempre
fracasaron10.
13El general Duhesme tomó
diversas medidas, entre ellas impedir la entrada de civiles a los conventos y
registrarlos periódicamente en busca de armas que supuestamente escondían11. También utilizó en
los primeros meses de la ocupación a los canónigos José Antonio Sagarriga y
Pedro José Avellá para urgir a los predicadores que calmaran al pueblo. El
mismo Vicario General de la diócesis Francisco Sans y Sala envió una circular a
los sacerdotes para evitar que en sus sermones utilizasen expresiones que
pudieran excitar los ánimos del pueblo y perturbar la tranquilidad pública. Lo
cierto es que la medida no tuvo efecto, pues unos días después se vio obligado
a retirar las licencias de predicación al padre carmelita calzado Esteban
Dresyara porque a primeros de marzo de 1808 había pronunciado un sermón subido
de tono en el monasterio cisterciense de Valldozella12.
14Las relaciones entre la
autoridad eclesiástica y los militares franceses fue problemática en muchos
casos y provocó la protesta del Vicario General al realizar frecuentemente
registros en los conventos sin el permiso de la autoridad eclesiástica. Las
autoridades francesas atribuyeron a los frailes y eclesiásticos la organización
de la resistencia en Cataluña desde el principio. Así lo afirma el comisario de
policía Mr. Hubert de Beaumont Brivazac en un informe que envió al conde Decaen,
gobernador general de Cataluña, en el que califica a los monjes de «fanáticos
revolucionarios»:
«Una
muchedumbre de Frayles catalanes abandonaron el altar, y ciñeron el cinturón;
pero no fueron afortunados. La principal pérdida precisamente cayó sobre ellos.
Sus huesos blanquean aun los Campos de Molins de Rey, y a las orillas del
Llobregat el Señor General Devaux y la División Chabran hicieron justicia de
aquellos fanáticos revolucionarios. (...) ¡En el décimo nono siglo una cruzada!
¡Quando toda la Europa ilustrada de tanto tiempo á esta parte reniega de unas
empresas tan contrarias á la verdadera piedad, como á la política y á la
razón!»13.
El Carnaval y las fiestas religiosas
El Carnaval
15Las fiestas de Carnaval en
los países de tradición católica, antes del inicio de la Cuaresma, siempre han
gozado de popularidad y de simpatía frente a la prohibición y condenación de la
Iglesia. Los festejos se convirtieron en un tiempo de ruptura y de trasgresión
de la norma establecida por las autoridades e incluso de crítica social y de
sátira. Su carácter efímero ha dejado, sin embargo, escasos documentos escritos
y solo algunas referencias indirectas en el ámbito eclesiástico.
16Catorce días después de la
ocupación de Barcelona, el domingo 28 de febrero tuvo lugar la fiesta de Carnaval
en la que tradicionalmente el pueblo se entregaba al mayor regocijo e incluso a
los desórdenes. Esta vez todo quedó en suspenso y aunque en las Ramblas hubo
bullicio y juerga, en todo caso fue menor que la de años anteriores. Los bailes
de máscara se suspendieron por mandato del Gobierno en espera de las órdenes
que llegaran de París. A pesar de todo, por la noche se celebró un baile en la
casa del Marqués de Villel en la que residía el general en jefe Duhesme, «para
desvanecer toda sospecha y confirmar al pueblo de la buena armonía que reinaba
entre las dos naciones»14.
17El cuadro que describe
Raymundo Ferrer sobre las fiestas de Carnaval de ese año es el de una ciudad atemorizada
por la ocupación militar, que no se atrevió a celebrar la fiesta en la calle
pues estaba controlada por los ocupantes, más aún la gente se retiró a sus
casas y acudió religiosamente a los templos15. Contrasta esta
fiesta con la proclamación del príncipe Fernando como Rey, tras los sucesos de
Aranjuez y la abdicación de Carlos IV del 18 y 19 de marzo. Tampoco hubo en
Barcelona en esa ocasión manifestaciones públicas de regocijo, reduciéndose
todo a súplicas y oraciones en las iglesias y conventos para solicitar la ayuda
divina que llevara a buen puerto su reinado, pues los eclesiásticos tenían
mucho que ganar, sobre todo la suspensión del proceso de la desamortización eclesiástica
emprendida por Godoy en 179816.
18Al año siguiente de 1809 el
lunes de Carnaval, 13 de febrero, coincidió con el aniversario de la ocupación
de Barcelona y nada en el ambiente se parecía a una fiesta. Las Ramblas estaban
solitarias, sin apenas gente, el teatro cerrado y de bailes nadie hablaba, por
más que la policía había publicado una nota prohibiendo tales actos sin la
correspondiente licencia. El ritmo de vida de la ciudad era similar al de otros
días, tan solo había empezado en la Catedral la celebración de una novena en
honor de la patrona, Santa Eulalia, que estuvo muy concurrida17.
19En 1810 sucedió lo mismo, el
martes de Carnaval 4 de marzo no hubo «ninguna demostración de bulla, ni en la
Rambla, ni en casas particulares». Tan solo Duhesme permitió la apertura del
Oratorio de San Felipe Neri, al que pertenecía Raymundo Ferrer, que tuvo gran concurrencia
de gentes a los actos religiosos. Hubo un baile oficial por la noche en casa
del Intendente, al que solo acudieron oficiales franceses y empleados que
entregaron a las señoritas un pequeño ramo de flores de seda, y después hubo
una cena «sin excitar interés alguno sus circunstancias». Lo cual le congratula
al eclesiástico: «¡Quanto se han complacido los político-pios Barceloneses al
saber, que en dicho baile no se habia introducido ninguno de los fieles
Conciudadanos!»18. Como contraste
exalta la celebración del miércoles de ceniza, a la que concurrió mucha gente a
las iglesias para oír el sermón tradicional de ese día.
20Por lo que respecta al
Carnaval de 1811 también fue «silencioso» como los anteriores, no hubo bailes
públicos sino alguno en casas particulares, «señaladas ya por sus empleos, o
adhesión a nuestros opresores»19.
La Semana Santa
21La Semana Santa de 1808 fue
muy deslucida. No hubo ni procesión de las palmas el Domingo de Ramos, 10 de
abril, ni la de Jesús Nazareno el martes día 12. El Jueves Santo se celebraron
en las iglesias las funciones con el mismo lucimiento que los demás años; pero
por prudencia se suprimió la procesión que salía en este día de la Iglesia de
Nuestra Señora del Pino. Los soldados franceses no participaron en ningún acto
religioso y vistieron de manera ordinaria, si bien el capitán general Ezpeleta
– que había consentido la ocupación de la ciudad- participó en el oficio de las
«Estaciones». Las iglesias se cerraron por orden del Vicario General a las ocho
de la tarde, adelantándose por ello los sermones, y la procesión general de ese
día, «que con tanta majestad, como gusto y magnificencia se hacía», también se
suprimió20. El Viernes Santo
pasó sin pena ni gloria, como un día normal y al despuntar el alba el domingo
17 los franceses se sorprendieron por el ruido de los disparos de todo tipo de
armas con motivo de la Pascua de Resurrección21.
22La Semana Santa de 1809
transcurrió de la misma manera. El Domingo de Ramos, 26 de abril, se celebró en
todas las iglesias y en la Catedral las procesiones de costumbre, a excepción
de la Iglesia de los padres Servitas. También se celebró ese mismo día una
parada militar, a la que no asistió el general Saint-Cyr, y dos «opíparos»
convites, uno en su casa y otro en la casa del conde de Centellas a la que
asistió el general Duhesme22.
23El día de Jueves Santo
careció de la solemnidad tradicional y en las iglesias no se hicieron los
monumentos tan ostentosos. El de la Catedral se colocó en la capilla de San
Olegario, con un dosel rojo carmesí bordado de oro y con alumbrado muy escaso,
como en las iglesias de Santa María del Mar y en la del Pino. Los santos óleos,
procedentes de la Catedral de Vic, fueron traídos a Barcelona por un sacerdote
escoltado por soldados franceses y el Viernes Santo no hubo la procesión
acostumbrada23. El Sábado Santo, 1
de abril, tampoco repicaron las campanas por la noche en la vigilia pascual, y
después de la misa, a las 23 horas, se disparó a destiempo una salva. En la
Catedral y demás iglesias se cantaron los oficios divinos el día de Pascua con
mayor ó menor pompa, según las circunstancias particulares de cada iglesia. En
la de San Francisco de Asís acudió el general Saint-Cyr con uniforme de gala,
con la plana mayor del Ejército, en medio de dos compañías de granaderos. Tras
la misa, hubo parada militar en las Ramblas, en la que participaron 1.200
infantes, 200 coraceros y cuatro piezas de artillería24.
24Tampoco hubo procesión de
tarde el Domingo de Ramos de 1810 (15 de abril) y por la mañana se celebró la
bendición y procesión de ramos en todas las iglesias. El lunes impuso por la
fuerza el Gobierno, como Dignidad de Sacristán de la Catedral, a Mr. Voisin,
capellán de honor del mariscal Duhesme25. El Jueves Santo, 19
de abril, se celebró las funciones religiosas en la Catedral con toda la
solemnidad, si bien no acudió la corporación municipal, y el sencillo monumento
se colocó en la capilla de San Olegario con un dosel y 28 luces. En las
iglesias se solemnizó el día con la pompa que permitió las circunstancias,
faltando sacerdotes en algunas de ellas, sobre todo en la de los Capuchinos que
sólo había dos religiosos sacerdotes, y otras estaban cerradas. La novedad de
este año fue que el gobernador Lacombe Saint Michel decidió visitar como era
costumbre ese día algunas iglesias, entre ellas la Catedral, aunque al final no
lo pudo ejecutar por la alarma suscitada al aparecer en la costa un grupo de
barcos de vela, supuestamente de los enemigos. Las iglesias permanecieron
abiertas desde las cinco de la mañana hasta las siete de la tarde y no se
realizaron procesiones26. El Viernes Santo
hubo funciones religiosas en todas las iglesias con la solemnidad acostumbrada,
pero en ningún oficio de las «Peroraciones» se mencionó al rey José I ni a
Napoleón, supliéndose el vacío de Regem nostrum N. con las expresiones de
Devotisimum, ó Catholicum, «por el qual entendían el cautivo y amado Fernando
VII»27. Era una forma de
demostrar el no reconocimiento de la dinastía impuesta por la fuerza. Tampoco
hubo ese día procesión. El Sábado Santo, 21de abril, ni siquiera sonó una
campana anunciando la Pascua, ni hubo salva como el año anterior, prueba de la
volubilidad de los «opresores», y el domingo 22 el gobernador intruso Lacombe
Saint Michel, con el Ayuntamiento, asistieron a la misa mayor de la Catedral.
Lo que extrañaron todos es que no hubiesen acudido a las funciones de Jueves y
Viernes Santo.
El Corpus
25La fiesta tradicional del
Corpus, que se celebró el jueves 16 de junio
de 1808 en todas las iglesias, estuvo muy deslucida por los acontecimien-
tos de la segunda batalla del Bruc, que comportó la llegada de las tropas
francesas de Schwartz a Barcelona tras su derrota y por las acciones que
emprendieron en Mataró, El Masnou y la costa del Maresme. La procesión general
se hizo tras la misa mayor dentro de la Iglesia de la Catedral y sus claustros,
a la que asistió el Cabildo y el Ayuntamiento. El pueblo manifestó tristeza al
no tener la fiesta la magnificencia y solemnidad de costumbre28. Lo mismo aconteció
en la fiesta de la octava del Corpus el día 23 de junio, que se celebró una
procesión en las parroquias alrededor de la iglesia, con mucha tristeza por las
noticias tan negativas que llegaban de los acontecimientos del Maresme29.
26El 1 de junio de 1809 se
celebró la fiesta del Corpus de forma muy parecida, aunque con mayor pompa
dentro de la sencillez: tras la misa mayor tuvo lugar la procesión por dentro
de la iglesia, llevando el palio los sacerdotes. No tuvieron ningún papel los
nuevos regidores del Ayuntamiento y las iglesias permanecieron abiertas hasta
las 18 horas. En la parroquial de Santa María se hizo lo mismo, con la
exposición del Santísimo durante la misa y por la tarde vísperas. En todo caso
no hubo ni música, ni campanas, en un ambiente triste: «No es fácil pintar
-escribe R. Ferrer- la tétrica sensibilidad, que infunde en el ánimo de los
Barceloneses esta sencillez y quietud en día tan santo y de tanto júbilo, pues
ni se oye un instrumento músico, ni una sola campana»30.
27En 1810 se produjo un cambio
muy ostensible en la celebración del día de Corpus. El Vicario General
Francisco Sans, informó a los párrocos y ecónomos que debían de asistir a la
procesión general del Corpus. A las seis de la mañana se anunció la fiesta con
una salva, otra a las nueve al cerrarse las puertas de la ciudad y la tercera a
las once al salir la procesión. Según el programa de la ceremonia religiosa
inspirado por el gobernador St. Hilaire, las tropas vestidas de gala formaron a
las nueve horas en la plaza de la Catedral y dos columnas de soldados
franqueaban las calles por donde trascurrió la procesión (Santa Lucía, Obispo,
San Jaime, Libretería y Plaza del Rey). Las autoridades militares ocuparon los
bancos situados en la parte del Evangelio y las civiles en el de la Epístola.
En la procesión las autoridades se situaron detrás del Santísimo en el
siguiente orden: el gobernador acompañado de los generales, comandante de la
plaza y de los oficiales del Estado Mayor; el corregidor acompañado del
presidente de las Cortes de Apelación y Criminal, Tribunal Civil, comisario
principal de policía, presidente del Tribunal de Comercio y Municipalidad; los
oficiales de los diferentes cuerpos de la guarnición fuera de servicio; las
Cortes de Apelación, la Criminal, el Tribunal Civil, el cuerpo Municipal, el
Tribunal de Comercio, los jueces de paz y los comisarios de policía. Una
compañía de granaderos iba en fila a la derecha e izquierda y un pequeño
piquete de caballería cerraba la marcha después de las autoridades. Tanto el
corregidor como el comisario principal dieron las órdenes oportunas para que el
acto se celebrara con la pompa y magnificencia debida y las calles estuvieran
bien barridas y adornadas.
28No pasa desapercibido al
padre Raymundo Ferrer la actitud novedosa del gobierno intruso en la procesión.
El Ayuntamiento pagó la iluminación de la Catedral y los soldados tuvieron un
comportamiento respetuoso, si bien acudió poca gente y menos clérigos y
representantes de los gremios que otros años31.
Santiago y la Inmaculada
29La fiesta en honor de
Santiago, patrón de España, se celebró el 25 de julio de 1808 con gran
solemnidad en la Iglesia de Santa María del Pino32. En la fiesta de la
Inmaculada, el jueves 8 de diciembre, no hubo función religiosa extraordinaria
en la Catedral como años anteriores y se cerró muy pronto al público. La
sensación era de tristeza, pues no hubo redobles de campana en las iglesias ni
alegres himnos ni cánticos sonoros y el Ejército español que sitiaba la ciudad
se limitó tan solo a lanzar una salva en honor de la Virgen33. Precisamente ese
mismo día un bando del general Lechi, gobernador de la plaza, ordenó el cierre
de las iglesias y conventos de la ciudad desde las cuatro de la tarde hasta las
ocho de la mañana. La fiesta de la Inmaculada se vio también deslucida en los
años posteriores: en 1809 hubo una salva en honor de la Virgen y en 1810 la
procesión se hizo dentro de la Catedral sin pompa alguna y no acudieron los
concejales «afrancesados» del Ayuntamiento34.
Navidad
30La fiesta de Navidad careció
también de prestancia el año de 1808. La Misa del Gallo la noche del 24 de
diciembre no se pudo celebrar por estar cerradas las iglesias y tuvo lugar a
las seis de la mañana el 25, día de Navidad, celebrándose la misa de la aurora.
Hubo mucha quietud y concurso de gentes, pero a pesar de la solemnidad no
repicaron las campanas, lo que infundió mucha tristeza en un día que era de
alegría35. En 1809 la Navidad
tuvo mayor realce por la presión del general Duhesme, que se trasladó con su
séquito a la Catedral para asistir a la misa. Había amenazado al Cabildo
Catedralicio que si no se disponía la Iglesia «con la pompa, magestad e
iluminación, de lo contrario, los tendría por sospechosos, y serian tratados
militarmente». También acudió el Ayuntamiento en pleno, pero muy poca gente, no
en cambio en otras iglesias como las de Belén y Santa María del Mar donde
asistieron muchos fieles36. En 1810 en la
Catedral se cantaron las solemnes vísperas de Navidad el día 24 y el 25 se
celebraron en todas las iglesias la solemnidad de la fiesta religiosa,
acudiendo un elevado número de personas. A la Catedral asistieron a la misa
mayor los regidores presididos por el Intendente Mr. de Lupe que hacía la
función de alcalde («maire»)37.
La nueva fiesta de San Napoleón
31El cambio introducido fue la
celebración el día 15 de agosto, fiesta tradicional de la Virgen, dedicada
ahora en honor del Emperador San Napoleón. La orden del cuartel general
señalaba la fiesta de cumpleaños de S.M. el Emperador y Rey y la celebración de
San Napoleón. La víspera, el 14 por la tarde, se anunció el evento con una
salva de 100 cañonazos y al día siguiente al alba se hizo lo mismo. A las 10,30
horas se formó un cortejo con las autoridades españolas y francesas y se
realizó un desfile militar. Un destacamento de cada cuerpo junto con el
Ayuntamiento en pleno asistió a la misa en la Catedral donde se cantó un Te
Deum, y a la señal convenida se disparó otra salva de 100 cañonazos. Para
realzar la fiesta se convidó a los franceses a asistir a dicho acto y a
iluminar por la noche sus fachadas, a su vez los soldados recibieron ese día
doble ración de vino38. Lo que llama la
atención es el opíparo convite de 40 cubiertos que ofreció el general Lechi a
las autoridades, amenizándolo con una música militar marcial y dulce. Por la
noche hubo iluminación en las casas de franceses empleados o afrancesados,
siendo las más vistosas la de la casa del general Lechi en la calle Ancha y la
del pagador del Ejército francés en Escudillers. Lo importante es que el
Ayuntamiento se negó a poner iluminarias:
«Si
en alguna casa particular se ha visto alguna luz, se ha conocido bien, que mas
era por burla, que por obsequio, pues lo sucio del papel y lo melancólico de la
luz (por escasear algun quarto de aceyte) no indicaban otra cosa. El haberse
negado á hacerla el Muy Ilustre Ayuntamiento, según se vé de la contextacion
expresada, y el repetir en ella, que sin órden expresa de la Superioridad no
podian hacer iluminaciones, manifiesta, que no reconocen otro Gobierno que el
Español»39.
32El Diario de Barcelona recoge
la noticia del itinerario por donde transcurrió la comitiva: salió de la casa
del Gobernador, pasando por Las Ramblas, Puerta Ferrisa, Plaza Nueva y la calle
que conduce a la Catedral; la vuelta se hizo por la calle del Obispo, Ancha y
San Francisco. Otros datos se refieren a la misa, Te Deum, las iluminaciones
que debían de poner en las casas hasta media noche y los fuegos artificiales
como final de la fiesta40.
33En 1809 se utilizó el mismo
protocolo para la celebración de esta fiesta y se añadió un convite organizado
por el cónsul francés, canciller Dorsenac, dirigido a todos los franceses
residentes en la ciudad. Llama la atención que toda la propaganda se dirigió a
los franceses y se publicó en el Diario de Barcelona solo en lengua francesa,
lo que demostraría según Raimundo Ferrer el poco apoyo que tenía esta fiesta
entre los barceloneses. En el citado Diario de 1809, 1810 y 1812 apareció el
nombre de San Napoléon junto al de la Asunción de la Virgen y en este último
año apareció primero el de San Napoleón, en cambio en 1813 sólo se menciona la
festividad de la Virgen. Todo ello se puede interpretar como muestra de la
«volubilidad de los franceses» y del poco eco que tuvo la fiesta de San
Napoleón en Barcelona41.
34Por la noche hubo fiesta con
música en casa del general Duhesme y en otras de varios generales, comisario de
policía (Casanova), cónsul y corregidor (Uranx d’Amelin) hasta altas horas de
la mañana. Los músicos se vieron forzados contra su voluntad a participar en
estos actos y algunos no probaron bocado alguno, «frenéticos por haber de
cooperar con su habilidad á fiestas tan opuestas á sus opiniones». En los actos
religiosos celebrados en la Catedral, muchos canónigos y beneficiados excusaron
su asistencia por indisposición, actuando como maestro de ceremonias el capellán
de honor Mr. Agustin de Pierre. Acudió escaso público a la ceremonia y muchas
personas de la administración con sus mujeres, que al decir de Raymundo Ferrer
algunas «usando de la libertad galicana, asistieron con sus vestidos de color,
y con sus gorros ó nada en la cabeza, y… con bastante indecencia». De nuevo,
tras él Te Deum, los capitulares se negaron a que el celebrante pronunciara la
oración Pro Imperatore y el maestro de ceremonias introdujo la expresión Pro
gratiarum actione, que se podía entender también «por las felices armas
Españolas en Talavera»42. Los espectadores
que estaban apostados en las calles para ver pasar la comitiva tras los actos
religiosos mantuvieron una clara actitud de pasividad o de rechazo con gestos
como el no quitarse el sombrero a su paso, a pesar de las indicaciones que en
este sentido hizo el regente Madinabeytia. Tampoco asistió al almuerzo del
medio día ninguno de los vicarios generales ni otros eclesiásticos. Ese mismo
día se distribuyó por la ciudad una proclama del comandante británico, que
incitaba a la resistencia.
35La fiesta anual del Emperador
Napoleón en 1810 se anunció con salvas de artillería el 15 de agosto; a las 12
se cantó en la Catedral un Te Deum y asistieron todas las autoridades civiles y
militares presididas por el gobernador Mauricio Mathieu, incluso el
ex-corregidor Pujol y el ex-comisario general de policía Font Closas, que
habían sido apartados de su cargos por corrupción. Las calles donde pasó la
comitiva estaban limpias e iluminadas por orden del comisario general de
policía. Pero faltó la ostentación del año anterior: «Ni con tanta pompa, ni
con tanto boato, ni tropa como el año último. Nadie ha extrañado la falta de esta,
porque sabemos, que ha salido casi toda la (tropa) disponible hacia el
Llobregat»43. Por la noche hubo
una sesión de teatro con un amplio programa: zarzuela en dos actos, el Shaskespeare
enamorado (comedia en un acto) y Furores del amor, tragedia burlesca de siete
escenas. Por la noche en la Rambla de Santa Mónica se disparó un fuego
artificial, simulando un surtidor de un jardín, que duró un cuarto de hora. Por
su parte el administrador General de Correos compuso una oda en su honor, «su
nombre es inmortal»: Sur l´anniversaire du 15 aöut, tour de la naissance et de
la féte de Napoleón Le Grand44.
36En 1812 para celebrar con
pompa y esplendor esta fiesta se dispuso que los coliseos de la ciudad dieran
una representación gratuita, destinándose las lunetas para sargentos y
soldados, los palcos bajos, primer piso y anfiteatro para las personas que la
autoridad destinara y el resto para el público45. También se
celebraron fiestas con motivo del cumpleaños de la Emperatriz, con fuegos
artificiales en las Ramblas46.
Conclusiones
37Barcelona y la Cataluña
sometida al dominio francés, segregada de España en 1810 y anexionada a Francia
en 1812, estuvieron controladas por los generales y mariscales napoleónicos y
no por el nuevo rey impuesto, José I Bonaparte. En cuanto a las fiestas
religiosas hubo una clara continuidad con las tradicionales, Navidad, Semana
Santa y Corpus, aunque perdieron lustre y boato por las circunstancias. La del
Corpus buscaba llevar la conmemoración a la ciudad, imponiéndose la decoración
de ventanas y balcones, para sacralizar de esta forma el territorio urbano.
38La presencia francesa en la
ciudad y la celebración de las fiestas nada tiene que ver con la «Fiesta de la
Revolución del Año II», encaminada a hacer del pueblo francés actor y no
espectador del acontecimiento, integrando la fiesta y el arte en el movimiento
general que llevaba al pueblo hacia la libertad y la regeneración. Las fiestas,
en las ciudades ocupadas, tanto en Barcelona como en Sevilla, Zaragoza o
Madrid, no fueron nunca «laboratorio» donde desarrollar proyectos de grandes
coliseos, circos, templos o cualquier otra referencia a la «Nueva Roma» que se
buscaba durante la Revolución Francesa o el culto al Emperador (Napoleón I)47. La nueva fiesta
introducida en honor de San Napoleón el 15 de agosto nunca desplazó a la de
Virgen de Agosto tan tradicional en los pueblos y ciudades de España.
39Es cierto que se crearon
cafés, billares o librerías nuevas en las ciudades ocupadas y se adecuaron
algunos espacios de los conventos e iglesias para fines sanitarios o militares.
Durante estos años se celebraron en las iglesias de estas ciudades numerosos
actos en favor de la paz, pero las fiestas religiosas mantuvieron el
significado que tenían en el Antiguo Régimen.
40Los ocupantes se dieron
cuenta de la importancia que tenía la religión en toda España. En Cataluña
intentaron atraerse a los catalanes a partir de 1810, no solo con la
utilización del catalán en el Diario de Barcelona, convertido en Diari de
Govern de Catalunya i Barcelona, sino con una política más favorable a todo lo
relacionado con la religión. De esta manera el general Lacombe Saint-Michel,
lugarteniente de François-Charles Augereau (duque de Castiglioni), siguiendo
muy probablemente las instrucciones de Macdonald, restableció – como se ha
indicado – la fiesta del Corpus en Barcelona ese año con una brillantez
extraordinaria. Él mismo, la oficialidad y todas las autoridades y los
organismos afrancesados, asistieron vestidos de gala a los actos religiosos
junto con la tropa.
41En Barcelona las prácticas
religiosas se hicieron con normalidad, aunque sin la solemnidad de antes, como
las cuarenta horas, los octavarios y las novenas, y los ejercicios diarios de
oración mental practicados en la Iglesia del Oratorio San Felipe Neri. Algunas
iglesias se cerraron al culto y se dedicaron a actividades de tipo militar o
simplemente se utilizaron como almacenes. A principios de 1812 solamente
continuaban cerradas ocho iglesias: San Agustín, San Antonio Abad, San Lázaro,
Santa Mónica, Espíritu Santo, San Sebastián, Junqueras y San Francisco de
Paula. El número de clérigos, a pesar de los que habían huido de la ciudad, era
importante: 120 sacerdotes seculares, 107 religiosos y 369 monjas48. La reflexión de
Raymundo Ferrer es incisiva:
«Si
miramos á Barcelona à principios de 1812 baxo el punto de vista religioso
ciertamte. q. no podremos menos de alabar la misericordia del Señor, pues que
continuando á estar supeditada por unos enemigos tan barbaros como irreligiosos,
no se reparaban ningunas trabas en el Culto Católico, exerciendose todas sus
funciones con publicidad, y ostentación, pero esta ceñida a la escasez de los
tiempos, y aquella como en tiempos mas felices»49.
42El clero de Barcelona
boicoteó de forma reiterada a los franceses en sus fiestas, en sus personas y
en la administración. Así, la Catedral tenía el adorno ordinario en la fiesta
del 15 de agosto de 1809 en honor de San Napoleón y a ella asistieron pocos
canónigos y beneficiados50. Del mismo modo el
año anterior el Vicario General se negó a asistir ese mismo día a la comida
preparada por las autoridades después del oficio religioso. El boicot a las
personas se hizo al negarse a reconocer los nombramientos hechos por las
autoridades francesas de algunos eclesiásticos, como el caso del prior francés
Joan Affré que Duhesme quería investirlo como canónigo. Y el boicot
administrativo lo ejercieron los párrocos de Barcelona al negarse en 1809 y
1810 a confeccionar una lista-registro del cumplimiento pascual, como era
costumbre, para así no dar ninguna información a los ocupantes sobre la
población51. Tampoco
utilizaron el papel sellado dispuesto por el Gobierno intruso para los asuntos
eclesiásticos52.
NOTAS
1 R. Ferrer, Barcelona
cautiva, ó sea Diario exacto de lo ocurrido en la misma ciudad mientras la
oprimieron los franceses, con una idea mensual del estado religioso-político-militar
de Barcelona y de Cataluña, 7 Vols., Barcelona, Oficina de Antonio Brusi,
1815-1821. En los textos citados se conseva la grafía original.
2 A. A.
Nascimento, A festa: entre exuberancia e celebraçâo, en C.
Guardado da Silva (coord.) História das festas, Câmara
Municipal de Torres Vedras, Ed. Colibrí, 2006, pp. 9-10.
3 H. Medick, «Els
missioners en la barca de rems? Vies de coneixement etnològic com a repte per
la historia social», en A. Colomines, V. S. Olmos, edts. Les raons
del passat. Tendències historiogràfiques actuals, Catarrosa-
Barcelona, Ed. Afers, 1998, pp. 168-169.
4 A. Moliner
Prada, «La elaboración del mito absolutista del “deseado” Fernando», en Josep
Fontana. Història i projecte social, Barcelona, Crítica, 2004, Vol. 2,
pp. 952-967; Id. «La Imagen de Napoleón en España en la Guerra de la
Independencia (1808-1814)», en Napoleâo, História e Mito (coord.
de António Ventura), Centro de História da Universidade de Lisboa,
Caleidoscópio, 2008, pp. 65-101.
5 M. Moreno
Alonso, Los españoles durante la opcupación napoleónica. La vida cotidiana
en la vorágine, Málaga, 1997, pp. 189-195.
6 A. Moliner Prada,
«El papel de la Iglesia en la Guerra de la Independencia: de la movilización
patriótica a la crisis religiosa», en La Guerra
de la Independencia en Málaga y su provincia (1808-1814), Málaga,
Diputación de Málaga, pp. 277-304; Id. Catalunya contra Napoleó. La
Guerra del Francès (1808-1814), LLeida, Pagès Editor, 2007, pp.
35-42.
7 R. Ferrer, Barcelona
cautiva, Barcelona, Vol. 1, Prólogo, pp. XX-XXI.
8 R. Gras de
Esteva, Notas sobre la dominación Francesa en Lérida,
Lérida,1910, pp.120-121.
9 J. Sanz y Mª L.
Sánchez, Monjas en guerra, 1808-1814. Testimonios de mujeres desde el
claustro, Madrid, Castalia, 2009, pp. 182-183.
10 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, Vol. 1. pp. 489, 491, 549, 569 y 607.
11 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, pp. 229, 244, 250, 252,
254. 258 y 271.
12 J. Bada, L´església
de Barcelona en la crisi de l´ antic règim (1808-1833), Barcelona,
Ed. Herder, 1986, pp. 175-176.
13 Mr. H. de
Beaumont Brivazac, Historia de las
conspiraciones tramadas en Cataluña contra los exércitos franceses, Vol. 1,
Impr. J. Alzina i P. Barrera, Barcelona, 1813, p. 87.
14 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1. p. 26.
15 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1. p. 33.
16 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1. p. 55.
17 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 3, p. 118.
18 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 5, pp. 207-210.
19 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol 7, p. 242.
20 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, p. 66.
21 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, p. 70.
22 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 3, pp. 194-195.
23 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 3, pp. 196-198.
24 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 3, pp. 241-142.
25 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 5, p. 300.
26 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 5, pp. 304-306.
27 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 5, pp. 306-307.
28 R. Ferrer, Barcelona
cautiva, vol. 1, p. 169.
29 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, p. 185.
30 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 3, p. 455.
31 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 5, pp. 460-461.
32 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, p. 263.
33 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, pp. 562-563. (...«silencio
en la Iglesia, silencio en el campanario, soledad en los cláustros, soledad
casi eterna en la Iglesia, pues pocas son las horas que queda abierta. ¡Gracias
á nuestros opresores!»).
34 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 6, pp. 442-443.
35 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, pp. 607-608.
36 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 4, pp. 423-427.
37 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 6, p. 456.
38 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, pp. 320-323.
39 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 1, p. 325.
40 Diario de
Barcelona, 15 de agosto de 1808, p. 996.
41 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 4, p.120.
42 R. Ferrer, Barcelona
cautiva, vol. 4, pp. 120-122.
43 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 5, p. 123.
44 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, vol. 5, pp. 225-226.
45 Diario de
Barcelona, 13 de agosto de 1812, p. 4 y 14 de agoto de 1812, p. 3.
46 Diario de
Barcelona, 25 de agosto de 1813, p. 3.
47 C. Sambricio,
«Fiestas, celebraciones y espacios públicos en el Madrid josefino», Ponencia
presentada al Congreso La Guerra de Napoleón en España. Reacciones,
Imágenes, Consecuencias, celebrado en Alicante, Junio de 2008 (Actas en
prensa).
48 En enero de
1809 el número de monjas ascendía a un total de 402. Cf. R. Ferrer, Barcelona
cautiva, vol. 3, p. 42.
49 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, Manuscrit 1803, «Idea del Estado
de Barcelona y Cataluña á los principios del Año 1812» s/n (Biblioteca
Universtaria de Barcelona).
50 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, Vol. 4, pp. 121-123.
51 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, Vol 3, pp. 63, y Vol 5 pp. 147 y
148.
52 R.
Ferrer, Barcelona cautiva, Vol 6, p. 100.
Referência do
documento impresso
Antonio Moliner Prada, «Las fiestas en la ciudad de Barcelona durante la
ocupación napoleónica», Ler História, 58 | 2010, 137-151.
Referência
eletrónica
Antonio Moliner Prada, «Las fiestas en la ciudad de Barcelona durante la
ocupación napoleónica», Ler História [Online], 58 | 2010, posto
online no dia 07 dezembro 2015, consultado no dia 12 março
2023. URL:
http://journals.openedition.org/lerhistoria/1205; DOI:
https://doi.org/10.4000/lerhistoria.1205
·
Quijada Álamo, Diego . (2022) Las fiestas reales del dominio
napoleónico en Castilla. Un modelo urbano para su estudio (PalenciaAutor
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