Los
bárbaros y los orígenes de las naciones europeas
El presente artículo estudia
las relaciones entre las grandes invasiones de los siglos IV a VI y las
modernas naciones de Europa occidental. Una relaciones fundamentalmente de
carácter ideológico y político. También se estudia la utilización ideológica de
esas supuestas identidades por intelectuales y políticos de Europa desde el
siglo XVI hasta el XIX. Por último se analizan las características
sociopolíticas e ideológicas de los germanos invasores que facilitaron procesos
de etnogénesis en Europa occidental en esos siglos finales de la Antigüedad y
primeros de la Edad Media
Las grandes invasiones que se abatieron sobre el Imperio romano
desde finales del siglo IV hasta mediados del siglo VI, empezando por los godos
de Alarico y terminando con los longobardos de Alboino, constituyeron objeto
privilegiado de la historiografía alemana desde el siglo XIX. Y ello por
razones obvias. La mayoría de sus principales actores político-militares eran
germanos, que habrían protagonizado así la primera gran gesta de la nación
germana, precedente histórico de la nación alemana (deutsche), que ahora
con la constitución del segundo Reich en el salón de los
espejos del palacio de Versalles parecía poder volver a cumplir con su
pretendido destino de grandeza en Europa. Por otro lado, y siguiendo la
metodología institucionalista de entonces, parecía oportuno prestar especial
atención a las instituciones sociopolíticas (Verfassungsgeschichte) que
habían encauzado esa dinámica de migración y fundación de nuevos Estados y
etnias, en un proceso contradictorio de unificación y fragmentación política.
Esa historiografía alemana ochocentista llamaba "período de la migración de los pueblos"
(Völkerwanderungszeit) a la historia europea desde finales del siglo IV
a mediados del VI. Centurias en las que se habrían desarrollado las grandes
invasiones protagonizadas por pueblos, en su mayoría germanos, que habitaban al
norte y al noreste de las fronteras europeas del Imperio romano, que habrían
acabado con la realidad estatal de este último en su porción occidental, dando
en su lugar nacimiento a una serie de reinos romanogermánicos. Este concepto de
"migración de pueblos" quería ser fundamentalmente descriptivo,
evitando cualquier valoración moral o política del proceso, como hubiera sido
la utilización del término "bárbaro" o similar, con evidentes
connotaciones éticas. Prototipo de esa historiografía alemana sería la obra de
Ludwig Schmidt (1859-1917), Historia de las estirpes alemanas durante
el período de la migración de los pueblos, con un volumen
dedicado a los llamados pueblos germanos occidentales y otro a los orientales.(1) Y resulta significativo que
esta nomenclatura haya sido capaz de superar el terrible trauma que para toda
la cultura alemana supuso la derrota en la Segunda Guerra Mundial y la
vergonzosa caída del III Imperio. De esta forma la veremos usada en dos modernas
síntesis debidas a historiadores de cultura alemana, de los que uno es de
tradición marxista. La primera sería la síntesis realizada por un grupo de
historiadores y arqueólogos, bajo la dirección de Bruno Krüger y bajo los
auspicios científicos y editoriales de la Academia de Ciencias de Berlín, de
hecho un organismo estatal de la extinta República Democrática Alemana.(2) La segunda síntesis se debe a
la pluma del académico austríaco Herwig Wolfram, sin duda el historiador vivo
más prestigioso en lengua alemana y especialista en esta época.(3)
Frente a esos usos propios de la historiografía de tradición
alemana, las lenguas románicas han popularizado la expresión "las
invasiones bárbaras" para referirse a esos mismos hechos históricos.
Ejemplo expresivo de un tal uso puede ser la última gran síntesis francesa
sobre esos siglos decisivos de la historia europea: la escrita por la profesora
de Montpellier Emilienne Demougeot con el título de La formación de
Europa y las invasiones bárbaras.(4) Lo que
constituye todo un símbolo, pues había sido la historiografía francesa del XIX
la que tuvo más interés en hacer una valoración negativa de las invasiones
germanas, por más que el mismo origen de Francia como nación debiera mucho a la
monarquía franca de los Merovingios. Así, por ejemplo, la síntesis sobre el
Imperio romano del siglo IV que a finales de los años treinta publicó el gran
André Piganiol, y que de inmediato se constituyó en un clásico de la
historiografía francesa sobre el Bajo Imperio, contestando a la siempre
inquietante pregunta acerca de la desaparición del Imperio romano en Occidente
y sobre el fin de la cultura antigua, terminaba afirmando que aquél "no
había muerto de muerte natural, sino que había sido asesinado" por esos
invasores bárbaros.(5)
Fíbula de oro del tesoro anglosajón de Sutton
Hoo (siglo VII). Pieza representativa del arte de los reinos germánicos que
sucedieron al Imperio romano de Occidente.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/tesoros-sutton-hoo-lucen-nuevo_8328
La verdad es que estos diversos usos y tradiciones
historiográficos6 tienen su explicación última en la misma historia de nuestra
civilización occidental y europea, tal y como ha venido desarrollándose en los
tiempos contemporáneos. El testimonio más elocuente de una tal afirmación lo
ofrece el francés Fustel de Coulanges (1830-1889). El autor de la
admirable Cité antique constituyó con el épico Michelet el
otro gran historiador francés especialmente preocupado por ofrecer una versión
francesa sobre la época de la entonces llamada "primera dinastía
nacional" o de los Merovingios.(7) Lo que no dejaba de ser una
empresa harto arriesgada en la medida en que esa historia estaba entonces
dominada por la aparentemente imbatible historiografía alemana de inspiración
institucionalista-jurídica y con metodología filológica. Pues bien, en un
provocativo artículo Fustel -autor de las Instituciones de
la antigua Francia, por las que sería reconocido como una de las
grandes autoridades en ese período histórico-(8) se atrevió a afirmar que las
invasiones germánicas "no habían existido".
Ante una tan aparente boutade cualquier lector
tendría derecho a preguntarse si la frase no era otra cosa que el exabrupto
propio de un exaltado patriota que, como tantos otros franceses, no había
digerido aún la sangrienta derrota de Sedán, la masacre de los cadetes de
Saint-Cyr, la última carga de los coraceros imperiales y la proclamación del
Segundo Reich hecha por Bismarck y los príncipes alemanes en
Versalles, precisamente la antigua Corte del Rey Sol. Pero la verdad es que un
lector más avispado y entendido en la temática podrá ver que en el ensayo hay
bastante más de genial postura historiográfica que de resentimiento personal.
Pues que Fustel no venía a negar la realidad, por lo demás incontrovertible, de
unos hechos militares y políticos, sino a señalar la mayor importancia que en
la explicación del proceso histórico tienen los fenómenos de civilización.(9) Y la verdad es
que, desde esa óptica, las grandes invasiones germánicas habían terminado por
modificar muy poco el mapa lingüístico de Europa occidental, y prácticamente
nada había cambiado de las tradiciones culturales y creencias de la sociedad
romana tardía, o en todo caso eran estas últimas las que habían pasado a
implantarse en las tierras de la otrora libera Germania. Y
ello por no hablar del pequeño impacto que según Fustel en la historia agraria
profunda de Europa occidental tuvieron las invasiones, un fenómeno militar más
que de poblamiento.(10)
En una perspectiva más alargada, la verdad es que la polémica
suscitada por Fustel de Coulanges venía a enlazar con otras razones y
motivaciones también políticas que en la Edad Media y en las Modernas europeas
habían dominado el debate historiográfico sobre el significado y la valoración
de las invasiones de los siglos IV a VI. Me refiero, principalmente, a la
querella de las Investiduras y al desarrollo de las grandes monarquías
nacionales y del absolutismo regio más o menos ilustrado.
En la primera, frente a las pretensiones teocráticas del
papado, el emperador teutón respondió que los alemanes de su Imperio eran los
herederos legítimos y directos de los germanos de la Antigüedad. Es más,
el Kaiser venía a ser también el heredero del primer emperador
de Roma, Julio César, de cuyo patronímico venía así a derivar su mismo título.
Pues, según llegó a afirmar un historiador alsaciano de principios del siglo
XIV y al servicio del Sacro Imperio, Julio César había otrora derrotado a los
galos, que de hecho eran los franceses contemporáneos, con la ayuda de gentes
germanas, que eran los alemanes de hogaño.(11) Precisamente esta simbiosis
entre Julio César y los germanos vendría a explicar un hecho social y político
que diferenciaba a los alemanes del resto de los europeos contemporáneos: la
institución de los libres caballeros al servicio de los príncipes alemanes.(12)
Unos siglos después, ya en el Renacimiento, el famoso Beato
Renano (1485-1547) podía orgullosamente declarar "nuestros (es decir, de
los alemanes) son los triunfos de los godos, vándalos y francos".(13) El humanismo tudesco vería
las bases del auténtico "hombre nuevo" del Renacimiento, liberado de
las ataduras y oscurantismo del Medioevo, en el bárbaro germano retratado por
los clásicos, especialmente en la Germania de Tácito. Allí se
encontraban por antonomasia las virtudes del valor militar (virtus) y de
la humanitas, que se reflejaba en esa alta estima que de la amistad
y la generosidad hacían gala los antiguos germanos, según el escritor latino.(14)
Para el propósito fundamental de este artículo pudiera ser
relevante verificar que, a partir de estas últimas afirmaciones, no hay más que
un paso para proponer encontrar en las antiguas estirpes germanas el origen de
las naciones europeas modernas. Y tal paso necesariamente tuvo que
darse. Un curioso y representativo ejemplo de ese proceder lo protagonizó el
escritor austríaco Wolfang Lazius, con su voluminoso libro publicado en 1600.(15) En él, Lazius trataba de
servir a los intereses de la poderosa monarquía hispano- austríaca de los
Habsburgo, entonces en titánica lucha por mantener una endeble hegemonía en
Europa. Pues según él, al igual que en otro tiempo los godos se habían
extendido desde el Mar Negro a Cádiz, ahora otro tanto habían hecho los
soberanos Austrias. En esta misma línea, el diplomático murciano Saavedra Fajardo
(1584-1648) pasaba los largos descansos de las fatigosas sesiones conducentes a
la paz de Westfalia escribiendo su Corona gótica.(16) Una historia de la monarquía
hispánica desde los tiempos de la invasión de Ataulfo, que venía a atajar las
pretensiones de la hostil monarquía sueca de ser la legítima y única heredera
de la raza de los godos y, por tanto, de las gloriosas hazañas que la historia atribuía
a éstos. Escribiendo en esas mismas fechas en un tono todavía más provinciano,
el hamburgués Krantz extendía la herencia política de los antiguos vándalos a
Rusia, Polonia y Bohemia. De esta forma Krantz fundaba en la gloria antiquísima
de los vándalos la legitimidad de la teutónica Hansa, de la que su ciudad natal
había sido miembro principal, hacia las tierras orientales habitadas por
eslavos. (17)
Por el contrario, los humanistas latinos -o, mejor dichos,
italianos y franceses- en esos mismos tiempos solían proponer opiniones muy
diferentes. Hijos del Renacimiento vinieron a plantearse la historia europea de
los siglos V a IX en términos muy distintos de la tradición institucionalista
medieval y eclesiástica. Según esta última, la continuidad entre el Imperio
romano y los tiempos medievales era algo evidente a través de la permanencia, a
lo largo de esos siglos, de dos instituciones ancladas en la realidad política
del Imperio romano del siglo IV, como eran la Iglesia y la misma institución
imperial, conforme esta última a la doctrina de la legitimidad de la translatio
Imperii que había promovido el papa Silvestre en la Navidad del 800,
al coronar como nuevo emperador a Carlomagno. Frente a esa idea de la
continuidad, lo que importaba a los sabios renacentistas italianos era la
visión de las ruinas, gloriosas y miserables a la vez, de la Roma pagana, así
como el redescubrimiento de la literatura clásica, y especialmente de la
griega, por supuesto pagana. Prototipo de esta visión sería la obra histórica
del italiano Biondo sobre estos siglos de las invasiones.(18) Impactado por la lectura de
la tradición historiográfica bizantina, los bárbaros germanos, y muy
especialmente los reyes godos Alarico y Totila, eran considerados por Biondo
como los verdaderos enemigos y destructores de la brillante civilización
clásica. Hasta el punto que se popularizó en autores italianos y franceses
-Rabelais, Lorenzo Valla, Vasari, etc.- calificar como "gótico", con
un evidente tono despectivo, todo aquello que de tenebroso consideraban había
existido en la Edad Media, desde las luminosas catedrales francesas a un
determinado tipo de letra.(19)
Cierre de un monedero hallado en Sutton Hoo, de
comienzos del siglo VII.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/tesoros-sutton-hoo-lucen-nuevo_8328
El Siglo de las Luces mostraría una primera unificación de
posturas entre historiadores "germanizantes" y
"romanizantes" en lo tocante a la valoración de estos siglos de la
historia europea, que en gran medida vendría ya a anunciar el estallido del
aprecio de lo "bárbaro" en el romanticismo.
Para los ilustrados, la brillante civilización clásica no
habría sido realmente asesinada por los bárbaros invasores germanos. De hecho
se trataba ya de un agonizante, de un cuerpo herido de muerte por un tumor
invasivo especialmente dañino: el cristianismo, o más específicamente el mundo
clerical y de creencias irracionales que se consideraban específicos de éste.
En su genial ensayo sobre la causa de la decadencia de los romanos, el barón de
Montesquieu afirmaba en 1776 cómo el gusto por la libertad, que había hecho grandes
a los antiguos romanos de tiempos republicanos, hacia tiempo que había
desaparecido en el Imperio romano cuando se abatieron sobre él las hordas de
Alarico. Hasta este momento el cristianismo, en especial el papado, había
venido a legitimar la más opresiva y oscurantista de las tiranías. Por el
contrario, los germanos invasores habían supuesto un cierto alivio, con su
nueva sangre no corrompida y su primordial instinto y amor por la libertad.(20) Por supuesto que tampoco el
pensador francés podía ocultar su chovinista desprecio por la España borbónica
de la Inquisición, y así no olvidaba clavar su aguijón despectivo sobre
el Liber Iudicum hispanogodo, el más grande monumento legal de
aquellos tormentosos tiempos, calificándolo de auténtico monumento de barbarie,
irracionalidad, idiotismo e incoherencia;(21) aunque maliciosamente
advertía que la razón de esos defectos no debía verse tanto en los godos
germanos como en la inmensa mayoría de sus súbditos hispanorromanos dominados
por una Iglesia inquisitorial y tenebrosa, que había venido a corromper la
primitiva pureza de las instituciones jurídicas germanas.
No voy a insistir aquí en mostrar cómo estas ideas de la
Ilustración sobre los germanos de las grandes invasiones, a través de su
versión tudesca o Aufklärung, habrían de influir en la historiografía
alemana, desde Herder(22) a Jacobo Burkhardt, pasando
por Hegel. En todos ellos, además de una deleitable aceptación, más o menos
explícita, de la gloriosa herencia germana en los alemanes contemporáneos,
latía la idea de que el cristianismo, y en especial la Iglesia romana, habían
sido los grandes culpables de la decadencia de la cultura antigua, o, cuando
menos, habían sido su más invasivo tumor en forma de "demonización",
para utilizar la genial etiqueta acuñada por Burkhardt, el genial historiador
de la Florencia renacentista. En todo caso, los germanos invasores habrían sido
culpables de sucumbir también ellos a esa versión clerical del cristianismo y
de la cultura antigua, de no haber sido lo suficientemente bárbaros para
arrasar con lo viejo e imponer su nuevo y prístino instinto por la libertad.(23) A caballo entre el siglo XIX
y el XX, heredero de una admirable tradición de historiografía filológica y
deslumbrado por las contemporáneas teorías de Lamarck y Darwin,(24) el teutón Otto Seeck, el más
importante de los discípulos del gran Mommsen, escribía su monumental historia
del fin del mundo romano, afirmando que la caída de éste, más que por las
invasiones y la misma germanización de sus ejércitos, se había producido por un
proceso de selección a la inversa (Ausröttung der besten) que había
carcomido desde mucho antes a los grupos dirigentes romanos; una perversa
persecución de los ejemplares más esclarecidos de la raza en la que el
cristianismo había jugado un papel preponderante.( 25)
Más significativa de estos nuevos rumbos valorativos de la
época de las grandes migraciones puede ser la visión que en la cultura
anglosajona impuso la voluminosa y épica obra de Edward Gibbon (1737-1794).
Su Declinamiento y caída del Imperio romano asumía
implícitamente los presupuestos y las tesis de la obrita predecesora de
Montesquieu, pero la fundamentaba con un impresionante acopio y dominio de los
testimonios literarios existentes a este respecto, además de prolongar su
historia hasta la toma de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453.(26) Su fuerza narrativa, unida a
un estilo realmente llamativo para la lengua inglesa, junto a la modernidad de
sus juicios y lo apabullante de su argumentación documental, marcaron con una
profunda huella no sólo la posterior historiografía anglosajona sobre el Bajo
Imperio y Bizancio sino también las mismas ideas políticas. No en vano el mismo
Gibbon había participado de la vida política de forma activa, llegando a ser
ministro entre 1774 y 1779 en el gobierno de lord North, justamente en el
crucial momento de la guerra por la independencia de las colonias
norteamericanas.(27)
Precisamente en 1776, uno de los principales ideólogos de la
nueva república americana Thomas Jefferson (1743-1826) escribía cómo las raíces
del recién nacido Estados Unidos eran "por un lado los hijos de Israel en
el desierto, guiados por la nube de día y por la columna de fuego de noche, y,
por otro, Hengist y Horsa, los príncipes sajones, de los que descendemos y
cuyos principios políticos hemos asumido como forma de gobierno".(28) Es decir, para el partidario
de un régimen político apartado del centralismo y clasismo -eso sí, sin tener
en cuenta a la población de color- de Inglaterra, los orígenes de esa libertad
y poder popular no se encontraban sino en las instituciones políticas de los
sajones invasores de la Gran Bretaña en el siglo V. La primera parte de su
afirmación, la relativa a Israel, hundía sin embargo sus raíces en una
antiquísima tradición de la historiografía cristiana. Pues ya a principios del
siglo VII Isidoro de Sevilla afirmó que los godos, que ahora enseñoreaban a su
amada patria hispana, procedían, sí, de la lejana Escitia, pero también del
bíblico Gog, hijo de Jafet.(29)
La verdad es que nuestro Isidoro, al escribir su Historia
de los godos, había iniciado un género histórico que habría de tener
gran trascendencia en la Europa occidental de la Alta Edad Media: el de
los origenes gentium, que en el caso de los godos había tenido como
precedentes inmediatos a un romano godófilo, Casiodoro, y a un godo romanófilo,
Jordanes.(30) Una narrativa histórica
puesta al servicio de los nuevos poderes de la Europa romanogermánica, para así
legitimar la independencia de sus reinos respecto del todavía poderoso Imperio
romano de Constantinopla. Un género histórico que venía a dar razón de los
fundamentales procesos de etnogénesis que en esos siglos se produjeron y que
serían las raíces de nuestra Europa. Y una página, por lo que respecta a
Isidoro, en la que se pone de manifiesto la precedencia de España en los
procesos de formación y legitimación de las naciones europeas. Pero veámoslo
todo con algún detalle más.
La tesis de Fustel de Coulanges, a la que antes me referí,
negando como historiador social la importancia de las invasiones, sin duda se
acerca bastante a la realidad desde un punto de vista demográfico. Salvo en
determinadas áreas periféricas del antiguo Imperio romano -Gran Bretaña, Países
Bajos, zonas renanas, Suiza y Austria- no hubo cambios masivos y significativos
de su población, limitándose de hecho las invasiones a la entrada de un pequeño
grupo de guerreros y sus familias, que rápidamente quedó asimilado con los
grupos dirigentes romanos allí establecidos. Además, el fenómeno de la
cristianización vino a modificar en unas pocas generaciones las estructuras
familiares de los germanos invasores, lo que tuvo una enorme trascendencia.(31) Como se verá más adelante, el
paganismo tradicional germano tenía también mucha importancia a la hora de
legitimar el dominio de sus minorías dirigentes sobre las masas populares, así
como para justificar y reproducir identidades étnicas. Por lo que, después de
su cristianización, tanto la legitimación de su dominio como la justificación y
reproducción de sus identidades étnicas tuvieron que definirlas a partir de
supuestos diferentes y más relacionados con el universo mental grecorromano.
Pero la historia no es sólo el estudio de los cambios
sociales y económicos, de igual manera que el ser humano no es sólo biología
sino también mente. De tal forma que en los procesos históricos tiene una
importancia decisiva, entre otras cosas, lo que con una pizca de pedantería se
viene llamando últimamente el "imaginario colectivo".
Con propiedad o sin ella, lo cierto es que en los tiempos
medievales, y en muchos casos también en los actuales, se hablaba de francos y
Francia, de godos y Gotia, de lombardos y Lombardía, de anglos e Inglaterra, de
daneses, suecos, etc. Por tanto resulta totalmente apropiado preguntarse qué
tiene que ver la razón de tales denominaciones étnicas y territoriales modernas
con pueblos homónimos de tiempos de las grandes invasiones.
En 1947 Halvdan Koht, antiguo profesor de Historia en Oslo y
ministro de Asuntos Extranjeros de Noruega, escribió un interesante ensayo
sobre el nacimiento del nacionalismo en Europa.(32) Una cuestión entonces de
dramática actualidad, y que él creía poder documentar en toda una batería de
testimonios escritos en Europa, más o menos, en el siglo XII. Serían éstos obra
de autores como el francés Suger, en su biografía de Luis VI (†1137), el polaco
Maestro Vicentio, obispo de Cracovia, historiador polaco al servicio del rey
Casimiro el Justo (†1194), o el noruego Snorri Sturluson, autor de la Heimskringla hacia
1230, pasando por el galés Geoffrey de Monmouth, escritor de una historia de
los reyes bretones dominada por la figura de Arturo, y el danés Saxo Gramático,
que al escribir sus Hechos de los daneses se declaró soldado
espiritual de su rey. Todos estos escritos comparten dos rasgos de enorme
importancia. Por un lado muestran un desmedido orgullo por el valor,
principalmente militar, de su propio pueblo, que comparan, frecuentemente de
manera vejatoria, con sus vecinos.(33) Y en segundo lugar presentan
a los reyes como auténticas personificaciones de sus pueblos, de tal forma que
los orígenes de éstos llegan a confundirse con los de aquéllos.
Naturalmente que cuando nos referimos a escritos de esos
tiempos medievales siempre cabe hacerse una inquietante pregunta: ¿en qué medida
las ideas de unos pocos eruditos, imbuidos de lecturas cultas y accesibles sólo
a unos pocos, reflejan los valores e ideas de sus más incultos contemporáneos?
Sin embargo, en este caso parece que sí haya que dar una
respuesta positiva. Y ello porque la verdad es que en su estructura estos
relatos de los orígenes étnicos de un pueblo, más o menos envueltos en el mito,
coinciden con otros semejantes encontrados en otros pueblos no europeos y de
épocas muy diferentes.(34) De tal manera que su
desarrollo y éxito hay que basarlos en que se acomodaban muy bien a unas
circunstancias y necesidades ideológicas ampliamente sentidas por la mayor
parte de la sociedad. Pero ¿cuáles eran precisamente tales necesidades?
La primera, y más importante tal vez, era la idea de que un
pueblo no era sólo una comunidad política y cultural ya de una cierta
antigüedad, sino también algo biológicamente homogéneo. De tal manera que sería
posible trazar su origen remontándose hasta unos pocos linajes y ancestros
comunes. Y la verdad es que esta idea, por naïf que hoy en día
pueda parecer a muchos, todavía sigue estando muy viva, incluso entre
occidentales aparentemente cultos y desarrollados.(35) Esta idea a su vez se
combinaba también frecuentemente con la de suponer para los ancestros una
procedencia geográficamente muy distante del hogar actual propio de la etnia.
Esta idea de que existió una fundamental migración está presente en la mayoría
de los mitos étnicos de la humanidad. Pues la verdad es que mediante esa
migración a tierra extraña, frecuentemente como exiliados incluso, se explicaba
y legitimaba tanto una contemporánea situación de dominio territorial como las
diferencias y los motivos de la consustancial enemistad con los pueblos
vecinos.(36)
En segundo lugar hay que tener en cuenta la importancia que
tenían en la teoría política medieval la ley y la costumbre como propias y
exclusivas de una comunidad política. Ambas venían a legitimar a la autoridad,
pero al mismo tiempo ponían unos límites muy precisos al ejercicio de aquélla.
De tal forma que el poder real se veía obligado a consultar a los supuestos
representantes de esa comunidad.(37)
Y en tercer y último lugar, la creciente identidad que se fue
produciendo entre esas comunidades populares (étnicas) y los reinos, no
obstante el carácter en principio exclusivamente político de estos últimos. De
tal manera que también los reinos llegaron a ser percibidos como comunidades
descendientes de un mismo tronco común. Y resulta así muy significativo que,
con mucha distancia, el primer origo gentis elaborado con esa
estructura surgió allí donde por primera vez se dio una casi plena
identificación entre una supuesta comunidad étnica y un reino: en el reino
visigodo hispano del siglo VII, por obra de Isidoro de Sevilla (†636) y Julián
de Toledo (†690). Una realidad política que por ello algunos no han dudado en
señalar como la más antigua nación de Europa avant la lettre.(38) Ya antes hemos señalado el
carácter precursor que la figura de Isidoro tuvo en la legitimación de las
naciones europeas.
Sin embargo, lo que ahora más me interesa estudiar son los
procesos por los que determinadas estructuras y dinámicas sociopolíticas,
propias de la sociedad germana de los tiempos de las grandes invasiones de los
siglos IV a VI, se avinieron a la perfección a esa final y fundamental
identificación entre comunidad étnica y monarquía, una y otra pensadas como
descendientes de unos antepasados comunes.
Pero antes de seguir adelante habría que tener en cuenta que
justo antes de las grandes invasiones de fines del siglo IV, la base de todo
poder social y político en las diversas agrupaciones populares germánicas era
lo que se conoce como "soberanía señorial" (Hausherrschaft).
Es decir, en un momento determinado se había concentrado en manos de unos pocos
un dominio territorial sobre el que se ejercía una plena soberanía (Munt).
Esta última alcanzaba a todos los que habitaban y trabajaban en esa unidad
territorial, que también lo era económica, y que podía abarcar a una aldea
entera. Entre dichos habitantes se encontraban gentes de condición no libre,
esclavos siempre asentados con su familia en una tierra, pero sobre todo un
extenso grupo de semilibres según las concepciones jurídicas romanas. Estos
últimos se encontraban unidos al "señor de la casa" (Hausherr)
mediante un estrecho lazo de obediencia, lo que los obligaba a formar parte de
su mesnada, cuando aquél decidía realizar alguna expedición militar contra
terceros. Cercana en su funcionalidad militar a esta forma de dependencia
-aunque en el resto algo muy distinto- era la que se conoce bajo el nombre
alemán de Gefolge (séquito). Por medio de ella hombres de
condición libre, con frecuencia jóvenes extranjeros en busca de aventuras y
fortuna, se unían a un señor con un lazo de fidelidad y mutua ayuda, que no de
obediencia, es decir, conservando en todo su libertad personal.(39)
No cabe duda de que estos séquitos, de exclusiva
significación militar, jugaron un gran papel entre los pueblos germanos de la
época, acelerando el proceso de jerarquización sociopolítica y consolidando una
auténtica nobleza guerrera. Sin embargo no debe olvidarse la estrecha unión
entre dicha institución y la de la "soberanía señorial" antes
mencionada. De forma que siempre continuaría existiendo los otros séquitos
compuestos de aldeanos y gentes no libres. De tal forma que en algunos pueblos
pudo producirse una confusión entre ambos séquitos, denunciando los nombres
utilizados para su miembros -gardingi entre los visigodos,(40) gasindi entre los
longobardos-(41) un primitivo origen doméstico
o incluso servil de los mismos.
Tampoco cabe duda de que, en tiempos como los de las grandes
invasiones, esos séquitos de funcionalidad militar supusieron algo esencial.
Muchas de las realezas germánicas de la época tuvieron su origen en tales
séquitos. En esos casos se trató de la elección como "rey del pueblo en
armas" (Heerkönig) del jefe de uno de tales séquitos. Ante las
expectativas de grandes ganancias de botín o de tierras, pudieron entrar a
formar parte de los séquitos más potentes gentes de condición social elevada,
jefes a su vez de otros "séquitos", estableciéndose de esta forma una
verdadera jerarquía dentro de éstos. Como consecuencia de una invasión exitosa
y del inmediato asentamiento (Landnahme) en tierras del Imperio dichas
"monarquías militares" no pudieron por menos que consolidarse.(42)
También conviene tener en cuenta, a la hora de explicar las
causas y el desarrollo de las grandes invasiones, los mecanismos de formación
de las unidades populares que participaron en las mismas y que aparecen
mencionadas en las fuentes romanas de la época. Proceso conocido en la
erudición en lengua alemana como Stammesbildung ("formación
de las estirpes" o "etnogénesis"). Sin duda siempre ha
sorprendido la facilidad con que aparecen en el escenario histórico grandes
agrupaciones populares con unos nombres y una definición étnica muy determinada
en apariencia, que sin embargo pueden desaparecer al poco, sin dejar la menor
huella ante el primer gran descalabro militar sufrido. La explicación de dicha
aparente paradoja la ofreció R. Wenskus. Según su teoría casi todos los pueblos
germánicos de la época de las invasiones comportaban como elemento aglutinante
un linaje real en torno al cual se adhería un núcleo reducido de otros linajes,
portador del nombre y las tradiciones nacionales de la estirpe. Mientras este
núcleo se mantuviera más o menos intacto, la agrupación popular subsistiría;
pues podría ir aglutinando y dando cohesión a elementos populares heterogéneos
en un proceso de etnogénesis continua. Dicha teoría resuelve además otra de las
paradojas de los relatos antiguos sobre las invasiones: la exigüidad de las
llamadas "patrias" o lugares de origen de las varias estirpes
germanas -con frecuencia ubicadas todas en Scandia (sur de
Escandinavia), auténtica "vagina de pueblos"-(43) y la gran importancia que éstas
pudieron alcanzar en el apogeo de su carrera histórica.(44) Es decir, un linaje real,
flanqueado por otros linajes a los que aglutinaba y con los que incluso podía
también compartir la representación del nombre y de las tradiciones de una
estirpe, era capaz de asimilar a muchas gentes variopintas y ajenas que
configuraban la falsa imagen de una etnia populosa. Tales gentes y sus
descendientes podían llegar a una integración definitiva y dar lugar a un
pueblo establemente grande, pero bastaba un descalabro militar para que tales
advenedizos "se pasaran" al contingente del nuevo triunfador y se repitiera
el fenómeno de la súbita aparición de otro gran pueblo. Esta versatilidad de
los componentes demográficos en la formación de las naciones europeas despoja
de sentido científico al afán épico por considerar la historia de Europa como
una confrontación entre "pueblos" en el estricto sentido del término,
y traslada el protagonismo de la historia europea -en contra de ciertos
sociologismos- hacia núcleos jerárquicos selectos más notables por su calidad
que por su cantidad.
Evidentemente la religión jugaba también un papel muy
importante en la formación y preservación de esas identidades étnicas
producidas a partir de unos determinados linajes. A este respecto no se puede
olvidar que el paganismo germánico tradicional estaba profundamente relacionado
con el predominio social y político de las familias aristocráticas. El culto a
los dioses Anses relacionaba con la divinidad los supuestos ancestros de dichas
familias; y, por intermedio principal de las diversas genealogías de los hijos
de Mannus, esos cultos tradicionales explicaban y fortalecían
las diversas identidades étnicas y daban un protagonismo esencial a los jefes
de las grandes estirpes aristocráticas. Para el desarrollo y la propaganda de
tales cultos étnicos resultaba fundamental una especial literatura oral, como
eran los famosos carmina antiqua recordados por Tácito. En
esencia, éstos contenían unas teogonías que en sus estratos más recientes se
trasmutaban en auténticas genealogías étnicas y, finalmente, dinásticas.(45) La operatividad de estas
expresiones literarias tradicionales, a efectos de predominio sociopolítico y
de identidad étnica, puede verificarse en fechas muy tardías e incluso en un
momento de cristianización ya avanzada. Basta con los solos ejemplos de la
conocida genealogía Amala de Teodorico transmitida por Jordanes y del origo
Langobardorum, transmitido junto con la lista real longobarda, en el
Edicto de Rotario, ya del siglo VII avanzado.(46) En esta perspectiva era
absolutamente normal que la cristianización de un grupo étnico o linaje, o la
sustitución de una doctrina cristiana, como el arrianismo o la ortodoxia
católica, por otra, fueran asuntos de enorme importancia política y de vital
incidencia en el futuro de esa etnia o linaje.
El arrianismo germánico constituye, en el campo de los
fenómenos culturales, otro de los tópicos de las invasiones bárbaras. ¿Por qué
la antigua herejía oriental, nacida de las especulaciones de la escuela
teológica de Antioquía a partir de sus fundamentos neoplatónicos, acabó en los
siglos V y VI por ser un rasgo religioso de una buena parte de los bárbaros
invasores: visigodos, ostrogodos, suevos, vándalos, burgundios y longobardos?
Las respuestas que se han dado a tal interrogante han sido diversas: desde
motivos basados en sus tradiciones germánicas y étnicas a otros más políticos y
coyunturales. (47) Especial mención cabe hacer aquí
de cómo, ya en 1939, el valiente estudioso alemán Kurt Dietrich Schmidt la
explicó en base a dos causas: 1) el decisivo protagonismo desarrollado por un
grupo fanático de misioneros godos arrianos, y 2) el deseo de las nacientes
monarquías germanas, asentadas en territorio romano, de diferenciarse de la
aplastante mayoría católica representada por sus súbditos provinciales.(48)
Del análisis de los procesos mejor conocidos de
cristianización entre los germanos, dos parecen ser las condiciones exigibles
para que tuviera lugar una conversión masiva, en la que una determinada
formulación de fe cristiana se convirtiera en fundamental distintivo cultural
de un determinado grupo étnico germano. En primer lugar, casi todas las
conversiones de ese tipo tuvieron lugar tras la entrada en territorio imperial
de ese grupo étnico, y tras su asentamiento en el mismo más o menos definitivo.
En segundo lugar, constituyó un elemento cristianizador de enorme potencialidad
la existencia de un clero limpio de toda sospecha en cuanto a pretender una
cristianización que comportara la desintegración, como conjunto étnico
diferenciado, del pueblo "convertido". (49) El estudio del proceso de
cristianización más antiguo y mejor conocido de una gran monarquía militar de
la época de las invasiones, la de los baltos godos de Alarico († 410), es a
este respecto especialmente ilustrativo.(50)
Los baltos encontraron la unidad eclesial -tan necesaria para
un grupo étnico minoritario y en migración- en un arrianismo derivado de la
experiencia de la comunidad goda cristiana de la ciudad de Nicópolis, fundada a
mediados del siglo IV por Ulfila y regida por un solo obispo, que podía por
tanto trasladarse con el pueblo en armas sin sujeción a una determinada sede
territorial. Esta misma experiencia sería transmitida a sus parientes
ostrogodos de Panonia, cuando la cristianización de éstos por clérigos godos de
la primitiva comunidad de Nicópolis o de la que posteriormente se contituyó en
Constantinopla para servir a los soldados godos a sueldo del Imperio. (51) El monarquismo homoeo, en el
terreno litúrgico, permitió la comunión separada del rey respecto del resto de
los fieles; lo que era de especial interés para unas realezas militares muy
recientes -como serían la de los baltos, primero, la Amala de Teodorico
después- necesitadas de distinguirse del resto de los nobles e interesadas en
convertirse en hereditarias, al modo de las monarquías tradicionales germánicas
de tipo sacro. En fin, a principios del siglo V existía ya una elite de
fanáticos clérigos arrianos dispuestos a una labor misionera entre los grupos
germánicos que estaban ingresando en el Imperio o se mantenían en sus mismas
fronteras. Lo que podía redundar en un mayor prestigio de las monarquías godas
frente a otras concurrentes en el torbellino etnogenésico que caracterizaba a
los germanos del Völkerwanderungszeit.
La cristianización de la cultura antigua supuso, como es bien
sabido, un evidente reduccionismo en el sentido de identificar civilización con
cristianismo, elevando la literatura cristiana, y muy en especial los textos
sagrados, por encima de cualquier otra muestra literaria griega o latina. A
principios del siglo V, sectores radicales cristianos, entre los que destacaban
los monjes, llevaban hasta extremos de claro exclusivismo su aprecio de la
literatura cristiana. Desde este punto de vista la obra de Ulfila, con la
traducción de la Biblia a una lengua goda que imitaba a la helénica, tenía una
enorme trascendencia, porque en definitiva suponía la creación de una lengua
que era al mismo tiempo étnica y sagrada. En una óptica cristiana radical eso
suponía poner en el mismo nivel de excelencia la cultura goda y la grecolatina.
Ese orgullo étnico que permitía la tradición eclesial
ulfiliana se testimonia en la misma denominación que ésta asumiría. Frente al
anterior reclamo de la denominación de "cristiana" a secas, o
"católica", surgió la restrictiva de lex gothica. Una
afirmación etnocentrista que sería incluso compartida por otras monarquías
militares, como la vándalo- alana de los Hasdingos, que adoptaron también la
tradición gótico-ulfiliana como elemento aglutinador y distintivo. Es posible
que los vándalos hasdingos hablaran una lengua muy cercana al gótico,(52) y, desde luego, en absoluto
parece que les ofendiera que sus súbditos romanos la identificaran con una
lengua prestigiada nada menos que por la Palabra de Dios.(53) Pues bien, hacia el 480-481 el
rey vándalo Hunerico exigió al gobierno de Constantinopla, como contrapartida
por permitir la libertad de la Iglesia Católica en su reino, la libertad de
utilización de la lengua gótica por parte del clero arriano oriental, (54) es decir, en realidad por la
iglesia arriana de Constantinopla y poco más. Una exigencia que, no obstante
tener algo de boutade, demuestra que los Hasdingos consideraban el
gótico literario de su Biblia arriana como equiparable a la civilitas romano-católica,
y por tanto como base ideológico-cultural para su pretensión de plena
soberanía, en plano de igualdad con el Imperio. En febrero del 484 el patriarca
ulfiliano de Cartago, el vándalo Cirila, declaraba engañosa, pero
orgullosamente, a los obispos ulfilianos y nicenos reunidos por orden real que
él ignoraba el latín.(55)
El esplendor de la monarquía visigoda de los baltos, en el
siglo V, tenía que reflejarse en las relaciones con las otras monarquías
militares germanas de su entorno, en la extensión a las mismas de su especial
fe ulfiliana. Para algunos, como los suevos hispanos en el 466, sería como
prueba de su subordinación, en paralelo a una Versippung, aceptando
como superior el linaje godo materno de su propio rey, y remachada también
mediante una germánica Waffensohnschafft, o prohijamiento por el
soberano godo del suevo mediante el envío de unas armas rituales.(56) Para otros, como los burgundios
del segundo reino, testimonio del parentesco de sus reyes con el linaje de los
baltos, renovado en más de una ocasión.(57) Para otros, como los vándalos de
Genserico, una manera de hacerse con el mismo instrumento de diferenciación
frente al Imperio que habían tenido sus temidos visigodos. En todo caso, una
orgullosa y etnocéntrica fe ulfiliana les permitía a todas estas monarquías
contar con unas iglesias étnicas muy subordinadas a su poder y ligadas al
destino de sus linajes. Lógicamente, los tardíos ostrogodos de Teodorico -que
quería fundamentar el Amalorum splendor en su superior civilitas respecto
de otras etnias germanas- (58) así como los epígonos longobardos
enfrentados a una lucha sin cuartel con el Imperio, tratarían también de
utilizar el mismo instrumento religioso que el de los antiguos baltos para sus
respectivos procesos de etnogénesis.
Ciertamente que, como se acaba de señalar, algunos elementos
cristianos radicales especialmente vinculados al movimiento monástico pensaban,
en el mundo mediterráneo de los siglos V y VI, que todo lo ajeno al
cristianismo era una realidad inferior y abominable, como obra del Demonio, y
no podía, por tanto, formar parte de una cultura que quisiera ser
auténticamente cristiana. Pero la verdad es que los sectores dominantes de la
sociedad cristiana apreciaban en mucho la herencia literaria clásica. Y
numerosos aristócratas occidentales, en tiempos de las invasiones, encontraron
refugio en la Iglesia, y especialmente en la jerarquía episcopal, para seguir
ejerciendo el liderazgo social en el seno de los nuevos poderes políticos
germánicos. Para estas gentes la herencia retórica clásica inserta en su civilitas
christiana constituía la confirmación de su no inferioridad étnica
frente a los nuevos poderes, a pesar de la victoria militar de los bárbaros. (59)
Convertidos esos hombres de Iglesia, al fin, en ideólogos de
las nuevas monarquías romanogermanas tratarían también de unificar en una común
ascendencia al elemento germano y al romano de esos nuevos regna.
Como ya se señaló, Isidoro de Sevilla, siguiendo a Jordanes, consideró a los
visigodos descendientes de los famosos escitas de la Antigüedad clásica, que
desde la narrativa de Heródoto habían asumido el papel del buen salvaje por
excelencia.(60) Mientras que, en sus
contemporáneos merovingios, Fredegario desarrolló el mito de los orígenes
troyanos de los francos, siguiendo el superconocido modelo de Virgilio para con
los romanos.(61) El famoso clérigo sajón Widukindo
afirmó haber oído en su juventud la historia de que su pueblo descendía de los
soldados del ejército de Alejandro Magno.(62) Más tarde la leyenda artúrica
haría a los britones descender de otro personaje prestigioso de la Antigüedad:
el Bruto que acabó con la tiránica monarquía de Tarquinio, que a su vez
procedería del troyano Eneas.(63) En el siglo XI el obispo Dudo de
San Quintin haría descender de los danaos homéricos a los daneses de su
tiempo.(64) En fin, ya más tardíamente hasta
el noruego Snorri haría al fundador del reino noruego oriundo de Asia, y por
tanto también un troyano, al partir de una falsa etimología del dios
germánico Ass, con el que comenzaban todas las genealogías
nobiliarias nórdicas; mientras que el también ya citado Maestro Vicentio de
Cracovia remontaría hasta los griegos la fundación del reino de Polonia,
jugando con la homonimia de su ciudad natal.(65) Pero todo esto nos llevaría ya
demasiado lejos, penetrando en el bosque de la historia-ficción que, por ahora,
no queremos desbrozar.
El lector habrá podido observar que nos hemos ceñido
escrupulosamente a respetar el título del artículo, describiendo el proceso de
formación de las naciones europeas a partir de las llamadas "invasiones
bárbaras". No hemos entrado a caracterizar las supuestas aportaciones
cualitativas con que los bárbaros enriquecieron la historia europea, como su
dinamismo imaginativo, libre y creador, su percepción del topos geográfico
y del valor de la vida municipal, o su percepción de lo popular como elemento
de cohesión social y como clave hermenéutica de su particular identidad y su
sentido de la vida. Cosas todas ellas que se han venido repitiendo durante
mucho tiempo en la historiografía europea y que en su mayor parte carecen de
todo fundamento histórico, no siendo más que proyecciones ideológicas modernas.
Pues lo cierto es que sería el movimiento romántico el que de forma bastante
gratuita afirmaría de los pueblos germánicos su amor a lo diferenciativo, a su
propia identidad concreta y peculiar, a su folclore popular, así como su
complacencia y regusto por los sentimientos de pertenencia a una determinada
colectividad nacional. En ese contexto se formularía una concepción política
nacionalista, inspirada en el Volksgeist o espíritu del
pueblo, diferente del nacionalismo francés fundado en la percepción abstracta
de la soberanía nacional. La derrota de Sedán sería atribuida por los propios
franceses al mayor poder movilizador e ilusionante del nacionalismo alemán,
fundado en el enamoramiento de sus peculiaridades populares y en la percepción
histórica de su paisaje urbano. No en vano fue en la contemplación de la
catedral de Estrasburgo donde Goethe se convirtió a la ideología nacionalizante
del romanticismo. El decurso de la historia dio prevalencia a la concepción
francesa fundada en los principios universales de la razón y de la Ilustración
que han venido a configurar la cultura política de nuestro tiempo, pero la
ideologización del "mundo bárbaro" aportó a Europa un componente
nuevo al introducir un cierto dualismo cultural, cuya expresión dialéctica más
perfilada fue la disputa entre lo clásico greco-romano o culto frente a lo
gótico o popular. En el terreno de la historia quizá fueron el III Reich de
Hitler y la catástrofe europea de la Segunda Guerra Mundial las consecuencias
más abultadas de ese dualismo.
Creo que todo esto tiene una importancia suma para el
propósito de identificar "lo europeo" en su fundamental y permanente
complejidad. Pero el intento de caracterizar el proceso de formación de las
etnias europeas arroja una luz nada desdeñable sobre este aspecto de la
realidad europea, cuya percepción puede falsearse o hipertrofiarse, si se
plantea en una óptica de análisis antropológico estático o intrínseco en el que
la apelación a la índole de las razas y de los pueblos tiñe de un cierto
determinismo, excesivamente explicativo, tanto el pasado de Europa como la
previsión de su futuro.
La aportación de R. Wenskus sobre los procesos de etnogénesis
entre los germanos, que encuentro fundamentada y plausible, remite a los
linajes reales, y a otros sublinajes concomitantes muchas veces de origen
extranjero, la causalidad fundamental de los procesos de formación de los
dinamismos políticos y de las llamadas "invasiones". El componente popular
de las monarquías que se crean en torno al linaje real es ocasional, de vario
origen, y cambiante o trasmutante, según la suerte de las armas. Andando el
tiempo, determinadas monarquías se consolidan y sus súbditos son considerados
como el pueblo o etnia de las mismas. Tales etnias o pueblos, en su acepción
política, llegan a tener una consistencia legitimada y propia en cuanto tales,
pero su existencia como etnia se debe, mucho más que al aporte de razas
biológicas, a una intensa labor de sociología del conocimiento especializada en
la creación de mitos, ritos y símbolos. Isidoro de Sevilla puede considerarse
el padre e inspirador de esta formidable tarea de socialización mental con sus
disquisiciones sobre los origenes gentium, pero en realidad ni
siquiera es exclusiva de Europa la técnica de explicar los orígenes del propio
pueblo a partir de unos antecesores re motísimos en el tiempo y lejanísimos en
el espacio que vinieron a establecerse en el actual territorio poco menos que
por designio de algún Dios o por imposición del destino. Cuanto más lejanos en
el tiempo y en el espacio son los orígenes de un pueblo, más resplandece el
designio ultraterreno a cuyo dictado se movió penosamente dicho pueblo hasta
llegar a la tierra asignada y, por tanto, de titularidad indiscutible.
Todo esto no sólo despoja de determinismo racial la
consideración de la variada composición de Europa, sino que tiene un mucho de
enojoso para quienes han venido obstinándose en interpretar la historia como el
efecto de la relación con el medio económico o de subsistencia de grandes
colectividades sociales, y en modo alguno como la consecuencia de la acción
creadora de unas individualidades capaces de aglutinar y dirigir a muchas
gentes hacia empresas ambiciosas.
Por otra parte, la verificación de la gran inflación
numérica, con que había venido contemplándose la supuesta irrupción de
numerosos y compactos pueblos, explica el hecho sorprendente del escaso impacto
que tuvieron las llamadas invasiones bárbaras en la historia agraria profunda
de Europa. Igualmente, cambió muy poco el mapa lingüístico de la Europa
occidental, y en general pervivieron las tradiciones culturales y las creencias
de la sociedad romana tardía. En el terreno de las creencias religiosas, la
conversión al arrianismo por parte de los godos no dejaba de ser una
integración dentro del mundo cristiano y romano que daba continuidad a la
historia anterior, por más que la profesión herética sirviera de argumento para
vindicar una identidad propia y contradistinta dentro de los territorios del
antiguo Imperio romano y cristiano.
Todas estas consideraciones tratan de dimensionar la
aportación bárbara a Europa en cuanto a un conjunto de datos externos,
poblacionales y étnicos que parecían convertir la irrupción de los bárbaros en
una marea arrolladora y transformadora del componente humano y cultural del
viejo continente. Algo, y aun mucho, hubo de todo eso, y en modo alguno
pretendemos desvirtuar el interés por el estudio antropológico y cultural de
todo lo que de vitalidad libre y creadora, o de relación con el medio
geográfico, o de nueva institucionalización, aportarían los bárbaros a la
futura vida europea. Es obvio que el mundo bárbaro aportó un cierto dualismo,
con frecuencia situado más en el terreno del "imaginario colectivo"
que en una realidad cuantificable, al dibujo de "lo europeo" cuyas
consecuencias pueden apreciarse en la propia aparición del protestantismo o en
la ya citada controversia entre lo clásico y lo gótico en la época del
romanticismo, o en los diferentes tipos de vida entre la Europa mediterránea y
la transalpina. Aunque la verdad es que que con tanto o más motivo que a la
presencia o no de bárbaros varias de esas tópicas diferencias se podrían
comprender, por lo menos de la misma manera mágica y escasamente científica, a
partir de las razones climáticas con que Montesquieu explicó la diversidad de
los pueblos. Al menos esta explicación en clave climática tendría el mérito de
no haber producido tantos desastres y muertes como la romántica, a pesar de remontarse
a uno de los más grandes sabios de la Antigüedad: el filósofo estoico y
enciclopedista Posidonio de Apamea. Pero lo que yo quisiera apuntar, desde el
punto de vista del proceso de formación de las naciones europeas -que es a lo
que me ha parecido oportuno ceñirme- es que por encima del dualismo que
comportó la aparición de lo bárbaro, prevaleció con mucho la continuación del
mundo anterior. Y me parece importante resaltarlo a la hora de dilucidar si el
concepto de Europa está justificado por algo más que por el considerando
puramente geográfico.
Notas
1 Geschichte der deutschen
Stämme bis zum Ausgang der Völkerwanderung. De ella hay dos ediciones diferentes, una de 1909
(Berlín-Munich) y otra de 1938-1940 (Die Westgermanen) y 1934 (Die
Ostgermanen). En la solapa de la segunda edición dedicada a los orientales
el editor muniqués se ufanaba de que se trataba de un libro que el Führer consideraba
especialmente útil para ser tenido por cada buen alemán en su mesilla de noche;
más significativos son los famosos Tischgespräche de A. Hitler
en la fase final de la guerra, en los que afirmó que de los períodos de la
historia alemana el todavía más valioso era el del Imperio medieval, "esa
gran epopeya" iniciada con la destrucción del Imperio romano (citado por
E. NOLTE, Der Faschismus in seiner Epoche, Munich,
1963, 614). Sobre el interés del III Reich por las llamadas
también "Antigüedades germanas" y la historia de las invasiones vid. WERNER,
K.F., Das NS-Geschichtsbild und die deutsche
Geschichtswissenschaft, Stuttgart-Berlín-Colonia-Maguncia, 1967, pp. 38 y
62 y especialmente pp. 71-87.
2 KRÜGER, B. (ed.), Die
Germanen. Ein Handbuch, I-II, Berlín, 1983. Como ha dicho recientemente H. Wolfram estos dos volúmenes
están llenos de algunos dogmatismos marxistas, pero especialmente de ideas
arcaicas ya superadas por la investigación a partir especialmente de los años
treinta y la llamada "Nueva doctrina" de la historiografía alemana
sobre el particular.
3 WOLFRAM, H., Das Reich
und die Germanen. Zwischen Antike und Mittelalter, Berlín, 1990.
4 DEMOUGEOT, E., La
formation de l'Europe et les invasions barbares, I-II, París, 1969-1979.
5 PIGANIOL, A., L'Empire chrétien (325-395), París,
1947.
6 Cf. MESSMER, H., Hispania-Idee
und Gotenmythos, Zurich, 1960, pp. 11-16, y GOFFART, W., "The Theme of
«The Barbarian Invasions» in Late Antique and Modern Historiography", en
CHRYSOS, E. K. y SCHWARCZ, A. (eds)., Das Reich und die Barbaren,
Viena-Colonia, 1990, pp. 93 ss.
7 Sobre la posición de ambos historiadores en las corrientes
históricas e ideologías de finales del siglo XIX en Francia vid. en último
lugar BOURDÉ, G. y MARTIN, H., Les écoles historiques, París, 1983,
pp. 153 ss.
8 FUSTEL DE COULANGES, N.D., Histoire des institutions
politiques de l'ancienne France, t. 3, La monarchie franque,
París, 1888.
9 Puede consultarse fácilmente el trabajo en la recopilación
póstuma: FUSTEL DE COULANGES, N. D., Nouvelles recherches sur quelques
problemes d'Histoire (ed. C. Jullian), París, 1891; aunque el profundo
sentido de su afirmación, negando el primitivismo de los invasores y mostrando
la facilidad de su asimilación en el medio provincial romano, ya fue percibido
muy positivamente por A. DOPSCH, Fundamentos económicos y
sociales de la cultura europea (De César a Carlomagno) (trad. del
inglés), México D.F., 1951, pp. 43 ss. En general vid.
GOFFART, W., "The Theme of «The Barbarian Invasions»" (nota 6), pp.
94 ss.
10 FUSTEL DE COULANGES en un famoso trabajo ("Le Colonat
Roman", en Recherches sur quelques problemes d'histoire,
2ª ed., París, 1894, pp. 1-186) había defendido que la servidumbre de la gleba
medieval no era otra cosa que la continuidad del colonato bajoimperial romano.
Aunque hoy esto no sea doctrina de general aceptación en su precisa formulación
jurídica (remito a mi "From coloni to servi", Klio, 83,
2001, pp. 198 ss.), lo que no cabe duda es la importancia que tuvo para la
historia rural occidental la continuidad de los usos fiscales tardorromanos (a
este respecto vid. el provocativo libro de GOFFART, W., Barbarians and Romans
A.D. 418-584. The techniques of accomodation, Princeton, 1980, aunque no
podamos compartir lo esencial de su tesis: cf. GARCÍA MORENO, L. A., "Dos
capítulos sobre administración y fiscalidad del Reino de Toledo", en De
la Antigüedad al Medievo. Siglos IV-VIII [III Congreso de Estudios
Medievales], Madrid, 1993, pp. 294-305; SCHWARCZ, A.,
"Foederati", en MÜLLER, R. (ed.), Reallexikon der
Germanischen Altertumskunde, 9, Berlín-Nueva York, 1995, pp. 296 ss.; y
BARNISH, S. J. B., "Taxation, Land and Barbarian Settlement in the Western
Empire", Papers of the British School at Rome, 54, 1986, pp.
170-195.
11 Citado por WOLFRAM, H., Das Reich (nota 3), p.
37.
12 Esta última afirmación resultaba paradójicamente más errada y
mistificadora, puesto que el origen de la Ministerialität alemana
medieval hunde sus raíces en la sociedad germana del momento de las grandes
invasiones, en lo que se ha llamado la Knechtsgefolgschaft (cf.
BOSL, K., "Das Ius ministerialium. Dientsrecht und
Lehnrecht im deutschen Mittelalter", en id., Frühformen der
Gesellschaft im mittelalterlichen Europa, Munich-Viena, 1964,
pp. 291 ss.)
13 Beatus Rhenanus,
Briefwechsel (ed. por HORAWITZ, A. y HARTFELDER, K.), Leipzig, 1886,
p. 402.
14 Cf. MESSMER, H., Hispania-Idee (nota 6), pp.
48 ss. Ciertamente lo que ignoraban estos intelectuales alemanes es que el
retrato del bárbaro germano por Tácito era un ideal, conforme al topos del
"buen salvaje" que había creado la filosofía helenística (cf. DAUGE,
Y.A., Le barbare: recherches sur la conception romaine de
la barbarie et de la civilisation, Bruselas, 1981 y LOVEJOY, A. y BOAS,
G., Primitivism and related ideas in Antiquity,
Baltimore, 1935), y no retrataba fielmente la realidad del germano
contemporáneo.
15 LAZIUS, W., De gentium
aliquot migrationibus libri XII, Francfurt, 1600
16 Corona gótica, castellana y austriaca, políticamente
considerada, Münster, 1646.
17 KRANTZ, A., Wandalia, Francfurt, 1630, cf. MESSMER,
H., Hispania-Idee (nota 6), p. 52.
18 BIONDO, Historiarum ab inclinatione Romanorum libri
XXXI, Basilea, 1531, pp. 3-31. Cf. MAZZARINO, S., El fin del mundo
antiguo (trad. del italiano), México D.F., 1961, pp. 75 ss.
19 Vid. MESSMER, H., Hispania-Idee (nota 6), p.
45; y MAZZARINO, S., El fin (nota 18), pp. 82 ss.
20 DE SECONDAT, C., Grandeza y decadencia de los romanos,
Madrid, 1942. La edición original francesa es de 1734.
21 De l'esprit des Loix (ed. de J. BRETHE DE LA
GRESSAY, París, 1950, aunque la edición original es de 1738), I, p. 128.
22 La importancia de Herder (en su Auch eine Philosophie
der Geschichte) en su réplica a Voltaire para la veneración hacia los
bárbaros medievales y la individualidad del Volk alemán
enraizada en su origen germánico es bien analizada en DUMONT, L.,
"Interaction between Cultures: Herder's Volk and Fichte's
Nation", en MAIER, J. B. y WAXMAN, C. I. (eds.), Ethnicity,
Identity, and History. Essays in Memory of Werner J.
Cahnman, New Brunswick-Londres, 1983, pp. 13 ss.
23 Cf. al respecto las brillantes ideas de MAZZARINO, S., El
fin (nota 18), 102 ss. Sobre Burckhardt vid. También CHRIST,
K., Von Gibbon zu Rostovtzeff. Leben und Werk führender Althistoriker
der Neuzeit, Darmstadt, 1979, pp. 119 ss.
24 Sobre la influencia de estas teorías biológicas en la
historiografía alemana del cambio de siglo vid. WERNER, K.
F., Das NS-Geschichtsbild (nota 1), pp. 15 ss.
25 SEECK, O., Geschichte
des Untergangs der antiken Welt, I-VI, Stuttgart, pp. 1895 ss. Cf.
MAZZARINO, S., El fin (nota 18), pp. 129 ss.
26 GIBBON, E., Decline and Fall of the Roman Empire (ed.
de la Everyman's Library, Londres, 1910; pero la edición original data de 1776
en su primer volumen, culminándose en 1788. La edición óptima de la obra es la
que prologó y anotó J.B. Bury, en 7 volúmenes publicados entre 1896 y 1900).
27 Sobre la obra histórica de Gibbon, vid. CHRIST, K., Von
Gibbon (nota 23), p. 8 ss.; MOMIGLIANO, A., Contributo alla
Storia degli studi classici, Roma, 1955, pp. 195-211.
28 Citado por GOLLWITZER, H.,
"Zum politischen Germanismus des neunzehnten Jahrhunderts", en Festschrift
für Hermann Heimpel (= Veröffentlichungen des Max-Planck-Instituts für
Geschichte 36. 1), Gottinga, 1971, p. 306.
29 Isid., hist.Goth.,
1. Cf. TEILLET, S., Des Goths à la nation gothique. Les origines de l'idée de nation en Occident du Ve au VIIe siècle,
París, 1984, pp. 477 ss. y pp. 490 ss.; vid. también infra.
30 Sobre los inicios de este género histórico vid. GOFFART,
W., The Narrators of Barbarian History (A.D. 550 bis, 800,
Princeton, 1988; TEILLET, S., Des Goths (nota 29), pp. 281
ss.
31 Cf. ROUCHE, M., "Des mariages païens au mariage chrétien,
sacré et secrement", en Settimane di studio del Centro
italiano di studi sull'Alto Medioevo. XXXIII,
Espoleto, 1987, pp. 835-873.
32 KOHT, H., "The Dawn of
Nationalism in Europe", American Historical Review, 52, 1947,
pp. 265-280.
33 Lo que es una expresiva manera de mostrar el típico
etnocentrismo propio de las sociedades primitivas (cf. LEVINE, R. A. y
CAMPBELL, D. T., Ethnocentrism: Theories of Conflict, Ethnic Attitudes
and Group Behavior, Nueva York-Londres, 1972).
34 A este respecto me remito a las varias evidencias comentadas
por SMITH, A. D., The Ethnic Origins of Nations,
Oxford, 1986, pp. 24 ss.
35 Baste a este respecto leer el auténticamente relato mítico de
la "Historia de Euskadi" que ofrece la página web del gobierno de esa
comunidad autónoma de España.
36 Cf. SMITH, A. D., The
Ethnic Origins (nota 34), pp. 32 ss.
37 Cf. REYNOLDS, S., "Law and
communities in western Europe, c. 900-1300", American Journal of Legal
History, 25, 1981, pp. 205-224.
38 Vid. TEILLET, S., Des
Goths (nota 29), pp. 637 ss39 El trabajo clásico sobre
todo ello es el de SCHLESINGER, W., "Herrschaft und Gefolgschaft in der
germanisch- deutschen Verfassungsgeschichte", en id., Beiträge zur
deutschen Verfassungsgeschichte des Mittelalters, I, Gotinga, 1963, pp.
9-52, publicado originalmente en 1953, que debe completarse con DANNENBAUER,
H., "Adel, Burg und Herrschaft bei den Germanen. Grundlagen der deutschen Verfassungsentwicklung",
en id., Grundlagen der mittelalterlichen Welt,
Estugardia, 1958, pp. 121-178, publicado originalmente en 1941, y KUHN, H.,
"Die Grenzen der germanischen Gefolgschaft", Zeitschrift für
Rechtsgeschichte. Germanisches Abteilung, 73, 1956, pp. 1- 8340 El estudio clásico de éstos es el de SÁNCHEZ-ALBORNOZ, C., En
torno a los orígenes del feudalismo, I, 2ª ed., Buenos Aires, 1974, pp. 57
ss., aunque el gran medievalista español desconocía las investigaciones de la
llamada "Nueva doctrina" germanista41 Vid. DIESNER,
H-J., "Westgotische und Langobardische Gefolgschaften und
Untertanenverbände", Sitzungsberichte der sächsischen Akademie der
Wissenschaften zu Leipzig, Ph.-hist. Kl. 120, Heft 2, Berlín, 1978, pp. 20
ss
42 Nuevamente aquí el clásico y fundamental trabajo ha sido el de
SCHLESINGER, W., "Über germanisches Heerkönigtum", en Beiträge (nota
39), I, pp. 53-87, trabajo originalmente publicado en 1956, al que podemos
añadir, en lo relativo a la importancia de esa realeza para los procesos de
etnogénesis: DEMANDT, A., "Die Anfänge der Staatenbildung bei den
Germanen", Historisches Zeitschrift, 230, 1980, pp. 265-291.
44 WENSKUS, R., Stammesbildung
und Verfassung. Das
Werden der frühmittelalterlichen gentes, 2ª ed., Colonia-Viena, 1977. De la actualidad de ese estudio
sirva como testimonio WOLFRAM, H., en WOLFRAM, H. y POHL, W. (eds.), Typen
der Ethnogenese unter besonderer Berücksichtungen der Bayern, I, Viena,
1990, pp. 19-33. El lector español puede encontrar un buen resumen de las
teorías de Wenskus, así como una muestra de su eficacia a la hora de investigar
el lado étnico de las invasiones de la península ibérica en el 409, en
PAMPLIEGA, J., Los germanos en España, Pamplona, 1998
45 Cf. WOLFRAM, H., "Gotische
Studien III", Mitteilungen des Instituts für österreichische
Geschichtsforschung, 84, 1976, pp. 239 ss.; HAUCK, K., "Carmina
Antiqua. Abstammungsglaube und Stammesbewusstsein", Zeitschrift
für bayerische Landesgeschichte, 27, 1964, pp. 1-33.
46 HAUCK, K., "Carmina
Antiqua" (nota 45), pp. 24 ss.; y para un ámbito distinto vid. también
DUMVILLE, D. N., "Kingship, Genealogies and Regnal Lists", en SAWYER,
P. H. yWOOD, I. N. (eds.), Early Medieval Kingship,
Leeds, 1979, pp. 72-104.
47 Sobre ello vid. en general: MANSELLI, R., "La conversione
dei popoli germanici al Cristianesimo: la discussione storiografica",
en Settimane di studio del Centro italiano sull'alto Medioevo XIV,
Espoleto, 1967, pp. 15-42; SCARDIGLI, G., "La conversione dei Goti al
Cristianesimo", ibidem, pp. 65 ss.
48 SCHMIDT, K. D., Die
Bekehrung der Germanen zum Christentum (I. Die Bekehrung der Ostgermanen zum
Christentum. Der
ostgermanische Arianismus),
Gotinga, 1939. Libro que debe compararse al contemporáneo de GIESECKE,
H., Die Ostgermanen und der Arianismus, Lipsia-Berlín, 1939.
49 Sobre esto, y como explicación de por qué el arrianismo godo
tuvo una importancia decisiva en la cristianización de las monarquías
germánicas del siglo V, remito a GARCÍA MORENO, L. A., "¿Por qué los godos
fueron arrianos?", en REINHARDT, E. (ed.), Tempus implendi
promissa. Homenaje al Prof. Dr. Domingo Ramos-Lissón, Pamplona,
2000, pp. 187-207.
50 La excepción serían los rugios, ya mayoritariamente arrianos en
el 482; sin embargo la verdad es que los rugios controlaban antiguo territorio
provincial romano al sur del Danubio (THOMPSON, E. A., "Christianity and
the Northern Barbarians", en MOMIGLIANO, A., ed., The Conflict
between Paganism and Christianity in the Fourth Century,
Oxford, 1963, p. 76).
51 THOMPSON, E. A., "Christianity"
(nota 50), p. 73.
52 El carácter o afinidad gótica de los Hasdingos se ha discutido
desde hace mucho tiempo, a partir especialmente de la noticia de Iord., Get.,
16 (91): cf. DAHN, F., Die Könige der Germanen, I. Die Zeit vor der Wanderung.
Die Vandalen, 2ª ed., Lipsia, 1910, pp. 176 ss. Lo que sí es cierto es que
Procopio (Bell. Vand., I, 2) afirma que ostrogodos, visigodos, gépidos y
vándalos tenían el mismo derecho (sobre lo cual cf. WENSKUS, R., Stammesbildung,
nota 44, pp. 39 ss.).
53 Vid. los famosos versos de un poema de la Anthol. Palat., 285,
1-2 (inter eils goticum scapia matzia ia drincan / non audet
quisquam dignos edicere uersus), que se consideran de origen norteafricano
(COURTOIS, Les Vandales et l'Afrique, París, 1955, p. 223 y nota
1).
56 GARCÍA MORENO, L. A., "La conversion des Suèves au
catholicisme et à l'arianisme", en ROUCHE, M. (ed.), Clovis. Histoire
et mémoire, I, París, 1997, I, pp. 205 ss.
57 Cf. ROUCHE, M., "Brunehaut,
romaine ou wisigothe?", en Los Visigodos. Historia y civilización (= Antigüedad y Cristianismo,
3), Murcia, 1986, p. 109; GARCÍA MORENO, L. A., "Genealogías y linajes
góticos en los reinos visigodos de Tolosa y Toledo", en WIKSTRÖM, L.
(ed.), Genealogica and Heraldica (Report of The 20th
International Congress of Genealogical and Heraldic Sciences in Uppsala 9-13
August 1992), Estocolmo, 1996, p. 61.
58 Cf. CLAUDE, D., "Universale und partikulare Züge in der
Politik Theoderichs", Francia, 6, 1978, p. 19 ss.; SAITTA,
B., La civilitas di Teodorico, Roma, 1994.
59 Cf. VAN DAM, R., Leadership
and Community in Late Antique Gaul, Berkeley-Los Ángeles-Oxford, 1985, pp.
141 ss.; MATHISEN, R. W., Roman Aristocrats in barbarian Gaul. Strategies for survival in an age of transition, Austin, 1993,
pp. 89 ss.; GARCÍA MORENO, L. A., "Elites e iglesia hispanas en la
transición del Imperio romano al reino visigodo", en CANDAU. J. Mª, GASCÓ,
F. y RAMÍREZ DE VERGER, A. (eds.), La conversión de Roma.
Cristianismo y paganismo, Madrid, 1991, pp. 238 ss.
60 Isidoro, Etym., 9,2,98. Cf. LOVEJOY, A. O. y BOAS,
G., Primitivism (nota 14), p. 315. El mito escita todavía
sería utilizado por las elites mozárabes para demostrar su superioridad étnica
(vid. GARCÍA MORENO, L. A., "Spanish Gothic Consciousness among the
Mozarabs in al-Andalus (VIII-Xth Centuries)", en FERREIRO, A. (ed.), The
Visigoths. Studies in Culture and Society, Leiden, 1999, 305 ss.).
61 Fredeg., II, 4-8; cf. S.
REYNOLDS, "Medieval Origines gentium and the community of
the realm", History, 68, 1983, p. 376.
62 Widukind, Rerum gestarum
Saxonicarum libri tres, I, pp. 2-3 y 12 (ed. MGH SRG, IX, pp.
4-5 y 20-21).
63 Así se lee en la Historia Brittonum del siglo
XI (ed. LOT, F., Nennius et l'Histoire Brittonum, París, 1934, pp.
228 ss.)
64 Dudo, De moribus et actiis primorum Normanniae ducum,
I, 3 (ed. LAIR, J., Caen, 1865, p. 130). 65 Vid. los textos citados por KOHT,
H., "The Dawn" (nota 32), pp. 272 y 277.
65 Vid. los textos citados por KOHT, H., "The Dawn"
(nota 32), pp. 272 y 277.
http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0325-11952006000100001
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