DOSSIER
CINCO DECENIOS DE CAMBIOS EN EL MUNDO
1968-1977
UNA DÉCADA RESOLUTIVA Y DE CAMBIO
Cabe definir por un rasgo o dos
toda una época tumultuosa? Cortar el flujo histórico por decenas de años tiene
siempre un tinte arbitrario, pero para caracterizar los primeros diez años de
HISTORIA Y VIDA, no se me ocurre otra cosa que combinar los rasgos del título:
resolución de procesos generados previamente, pero que llegan en ella a su
conclusión, acompañados por los cambios correspondientes.
Resolución de:
·
La larga
guerra de Vietnam con la primera derrota militar de la superpotencia
occidental. El conflicto había contribuido a desprestigiarla entre grandes sectores
de la población y había alentado un proceso imparable de cambios políticos y
sobre todo, sociales internos.
·
La larga
marcha hacia el final de la descolonización en África, con la pérdida de lo que
quedaba del imperio portugués, que databa de los albores de la Edad Moderna.
·
Los
atisbos de cambio en el mundo comunista, con el aplastamiento de la Primavera
de Praga, y la iniciación de procesos más cautelosos en Hungría y Polonia.
https://www.gettyimages.com.mx/fotos/vietnam-war-1966
·
El
corte de la experiencia democrática en el Cono Sur, con la aparición de
sangrientas dictaduras militares.
·
La
Revolución Cultural China, para dar paso a un controlado proceso de
transformaciones económicas que terminarían despertando al dragón asiático.
·
La
confrontación Este-Oeste más cruda, a través de la política de distensión
iniciada en Alemania y culminada en el Acta de Helsinki.
·
La
drástica modificación del mapa en una de las regiones más volátiles del globo
tras la victoria israelí en la breve guerra del Yom Kipur.
Todo ello unido a nuevos grandes procesos de
cambio social, tecnológico y económico, tales como:
·
La
agitación en las universidades norteamericanas, el Mayo francés y la explosión
de costumbres y gestión del ocio, las drogas y la sexualidad.
·
La
llegada del hombre a la Luna y las nuevas posibilidades para encarar la
conquista del espacio.
·
La
crisis del petróleo, que demostró la gran vulnerabilidad de las economías
europeas occidentales.
Mientras tanto, reaparecieron conflictos de corte clásico (guerra
indo-paquistaní) o de guerra civil (Angola) y se produjeron sustituciones más o
menos violentas de regímenes tradicionales (Etiopia, Libia) que, en el caso
europeo, se materializaron en una variante espectacular y pacífica: la
sustitución de la dictadura portuguesa y el hundimiento de la junta militar
griega, poco después de la primera ampliación de las Comunidades Europeas.
España no pudo permanecer insensible a la evolución del entorno global.
En lo político, un sector de la sociedad se vio afectado por el desprestigio
norteamericano; la descolonización de las colonias africanas empezó en Guinea y
avanzó imparable hacia la del Sahara Occidental; los cambios en la Europa
Oriental abrieron las puertas al “eurocomunismo”.
La combinación de resolución y cambio se manifestó ante todo en la
esfera social. Las protestas estudiantiles, la multiplicación y duración de
conflictos laborales, la lenta pero continuada infiltración de los
planteamientos que emergieron del Concilio Vaticano II y las reacciones
policiales y judiciales de la dictadura pusieron en marcha una cadena de
acontecimientos que apuntaban hacia el gradual desmoronamiento de los hasta
entonces bien engrasados mecanismos de control. No sin dificultades, ETA pasó a
la etapa de “lucha armada”. Los procesos de Burgos y 1001 impactaron a un
régimen sin dirección estratégica, salvo la voluntad de mantener al dictador en
el poder mientras viviera. En medio de dificultades crecientes, en 1973, el
presidente del gobierno, almirante Luis Carrero Blanco, voló por los aires de
un atentado. La senectud del dictador y la erosión de sus facultades se hicieron
visibles. La falta de perspectivas también. Después de Franco, ¿qué?, fue la
pregunta que se hizo durante años la sociedad española. Pocos creían que su
respuesta era la que se había dado con la Ley Orgánica del Estado y la
designación de “Príncipe de España” a título de sucesor: tras Franco las
instituciones.
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Carlos_Arias_Navarro_and_Franco_1975.jpg
El “hombre providencial”, “elegido por Dios”, se extinguió el 20 de
noviembre de 1975. No implicó de inmediato la resolución del problema político
e institucional que su larga supervivencia había planteado, pero sí el comienzo
de un proceso para conseguirla. Un proceso, hoy muy discutido, en el que lo que
estaba en juego era, entre otras finalidades:
·
Alcanzar la homologación política,
democrática, institucional, económica y social con el resto de Europa
Occidental.
·
Evitar que la “sombra vigilante de las
bayonetas” oscureciera tales procesos, rigurosamente inéditos.
·
Facilitar el despliegue de todas las
potencialidades de la economía y de la sociedad española, rompiendo en la
medida de lo posible las ataduras que las habían mantenido muy por debajo de
sus capacidades.
El despegue hacia la
Transición no dejó incólume ninguno de los mecanismos que habían sustentado la
evolución desde los oscuros años cuarenta y cincuenta, pasando por los de un
“desarrollismo” sincopado que hoy algún que otro autor quiere poner en el haber
de Franco, caracterizándolo como el “último regeneracionista”. Un agravio para
quienes se hicieron acreedores de tal distinción en la subdesarrollada España
de principios del siglo XX.
La década terminó con
el comienzo de aplicación de los resultados de las primeras elecciones
democráticas desde 1936. La mejor resolución para una década de cambios
internos a los que no fue ajena la evolución exterior. Nunca fue una tarea
fácil.
ÁNGEL
VIÑAS
Catedrático de
economía, historiador y diplomático español. Su último libro es El primer asesinato de Franco (Crítica,
2018)
1978-1987
EL FIN DEL FRANQUISMO Y LA GUERRA FRÍA
El de 1978 fue para los españoles el año de la Constitución, aprobada en
un referéndum tres años después de la muerte de Franco, en medio de una
transición compleja, sembrada de conflictos, de obstáculos previstos y de
problemas inesperados, en un contexto de crisis económica y de incertidumbre
política. Esa Constitución democrática, con un amplio catálogo de derechos y
libertades, significaba el cierre de una dictadura autoritaria de cuatro
décadas.
Definido el marco jurídico, en los años siguientes se inició el
desarrollo del Estado de derecho y la organización territorial autonómica en
medio de graves problemas, como el involucionismo militar, el terrorismo de ETA
o la crisis del sistema de partidos. Cuando los socialistas llegaron al poder,
después de la victoria arrolladora de octubre de 1982, se podía decir que la
Transición había concluido y que la democracia caminaba hacia su consolidación.
El mundo estaba dominado todavía por la Guerra Fría, la confrontación no
armada entre la Unión Soviética y Estados Unidos, con sus respectivos aliados.
Como diez años después el bloque soviético se hundió, podría pensarse que hacia
1978 todo estaba ya en desintegración. Pero algunos acontecimientos de esos
años, vistos en perspectiva histórica, prueban que todavía no era así.
En Irán en enero de 1979, una revolución islámica derrocó a la dinastía
Pahlevi, que estaba apoyada por Estados Unidos. Ese mismo año tropas soviéticas
ocuparon Afganistán y, en respuesta a esa intervención, decenas de miles de
voluntarios de una docena de países islámicos, incluido Osama bin Laden,
“combatientes de la fe”, ayudados y financiados por Estados Unidos, comenzaron
una guerra de guerrillas contra los comunistas. 1979 fue también el año del
derrocamiento del dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, por la revolución
sandinista.
https://segundopaso.es/news/1661/Im%C3%A1n-Jomeini-M%C3%A1s-Presente-Que-Nunca
Dictadores sangrientos dominaban entonces la
mayoría de los países de América Central y del Sur, dejando como legado decenas
de miles de asesinados, desaparecidos, tortura y violación sistemática de los
derechos humanos. A ninguna de esas dictaduras, con Pinochet y Videla a la
cabeza, le faltó el apoyo, la adhesión y la conformidad de los poderes
financieros y económicos, de Estados Unidos, de la jerarquía de la iglesia
católica y, lo que parece más relevante, de amplios sectores de la población.
Estados Unidos era entonces la primera
potencia militar y económica del mundo, pero la guerra de Vietnam, finalizada
unos años antes, había sacado a la luz las tensiones derivadas de la posición
que ocupaba en mundo.
https://www.elperiodico.com/es/fotos/internacional/gorbachov-14382330/14382286
Lo que comenzó como una demostración de
fuerza contra el comunismo duró más de una década, reclutó a cientos de miles
de ciudadanos, la mayoría pobres y jóvenes sin estudios, y tuvo un tremendo
impacto en una sociedad profundamente dividida en torno a esa intervención –con
un fuerte movimiento antibélico que escindió al Partido Demócrata- y
traumatizada por la brutalidad de la contienda y por las decenas de miles de
muertos y heridos que generó. La todopoderosa América había sido derrotada por
un pequeño y subdesarrollado país comunista.
El continuo crecimiento y activismo de lo que
se llamó la Nueva Derecha culminó en la victoria en 1980 de Ronald Reagan y su
“revolución conservadora”, impregnada de anticomunismo, oposición a la
intervención del gobierno y apoyo a un extremo liberalismo económico. Fue
también una reacción contra la pérdida de valores tradicionales, relacionados
con la moral, la familia y la fe religiosa.
Un año más tarde, la victoria de Margaret
Thacher había iniciado una senda similar en el Reino Unido, con el objetivo de
reducir los programas sociales, disminuir el poder de los sindicatos y apartar
al Estado de la intervención económica. Su énfasis en la moral tradicional y en
el culto al mercado conectaba esa reacción neoconservadora a un lado y a otro
del Atlántico. En política exterior, Thacher apoyaba también la voluntad de
Reagan de convertir a Estados Unidos en la única superpotencia para mantener el
orden global.
A finales de esa década, cuando Reagan acabó
su segundo mandato, esa política exterior había triunfado, con la conclusión de
la Guerra Fría y el rápido derrumbe del bloque soviético. El 8 de diciembre de
1987, Reagan y Mijaíl Gorbachov, secretario general del Comité Central del
Partido Comunista de la URSS, firmaron en Washington un tratado para eliminar
los euromisiles, una era de esa desnuclearización y de fin de tensiones entre
los dos grandes actores del orden global desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial.
Lo que Samuel Huntington llamó la tercera ola
de democratización, iniciada con el fin de las dictaduras en Portugal, Grecia y
España, se extendía por una buena parte del globo, incluida Asia Oriental.
Videla o Ferdinand Marcos eran historia en 1987, y el sistema de segregación en
Sudáfrica y Namibia, el apartheid,
parecía ya insostenible.
Como consecuencia de esos cambios, triunfos
democráticos y desaparición de los dos bloques, no parece sorprendente que
Francis Fukuyama proclamara en 1989 “el fin de la historia”, la tesis de que,
ante el colapso o agotamiento de las alternativas ideológicas, el liberalismo
político y económico se había impuesto en el mundo. Y aunque pronto la guerra
genocida en los Balcanes o el fortalecimiento de China pondrían claros límites
a ese proceso, fueron muchos quienes celebraron el triunfo de la idea de
Occidente. Lo que Reagan y Thacher, en suma, habían impuesto.
JULIÁN CASANOVA
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y
profesor visitante en la Central European University (Budapest). Su último
libro es La venganza de los siervos, Rusia 1917 (Crítica, 2017)
1988-1997
APOGEO DE LA GLOBALIZACIÓN
La casi década que nos ocupa vino marcada por
el protagonismo del “Este”, el mundo que iba del río Elba hasta el Mekong y que
afirmaba ser alternativa al capitalismo. Atento a las cronologías y a los
titulares, el periodista tenderá a definir aquellos años como los de la caída del comunismo. El historiador sin
embargo, irá más lejos, directamente a las consecuencias de aquello, y definirá
lo que la historia retendrá de aquel período y que nos conecta directamente con
nuestro presente; el apogeo de la globalización.
Sin duda, el fin de la Guerra Fría y del
mundo bipolar fue una gran ocasión perdida para abordar los tres grandes retos
del siglo XXI: el calentamiento global, la desigualdad social y regional y la
proliferación de recursos de destrucción masiva. El necesario y crítico desarme
de la montaña de armas nucleares que nos rodea, suficiente para destruir varias
veces toda la vida en el planeta, comenzó con una serie esperanzadora que, a
partir del siglo XXI, sería abandonada y privada de todo acuerdo entre
potencias.
Entre diciembre de 1987 y julio de 1991,
Estados Unidos y la URSS eliminaron los euromisiles, redujeron en un 40% sus
arsenales estratégicos y disminuyeron sus fuerzas militares convencionales en
Europa. Paralelamente, Moscú retiró unilateralmente sus fuerzas de Afganistán,
Hungría, Checoslovaquia, RDA y Mongolia. En 1989, además, Moscú y Pekín
normalizaron sus relaciones, eliminando lo que había sido el segundo gran foco
mundial de tensión militar, en el interior mismo de aquel “Este”, desde los
años setenta.
Todo esto podría haber sido el inicio de algo
grande. Si no de la “nueva civilización” que pregonaba el reformador soviético
Mijaíl Gorbachov, sí por lo menos podía haber sentado unas bases para una
integración mundial más razonable, viable y esperanzadora. Pero las dinámicas
de derrumbe que se abrieron paso a un lado y las respuestas oportunistas e
ideologías hegemonistas que se impusieron al otro dictaron escenarios bien
diferentes.
https://www.esglobal.org/cinco-sorpresas-tras-la-caida-del-muro-de-berlin/
En los cuatro meses que van de agosto a
diciembre de 1989 cayeron o abdicaron los regímenes de Polonia, Hungría,
Checoslovaquia, República Democrática Alemania, Rumanía y Bulgaria. Aquel
desmoronamiento en cadena, cuyo centro simbólico fue la apertura del Muro de
Berlín en noviembre, coincidió en la URSS con sangrientos conflictos nacionales
en seis frentes diferentes (tres el Asia Central y tres en Transcaucasia), con
la primera protesta obrera en Rusia y con la emergencia de dos aspectos que
anunciaban el hundimiento de la perestroika de Gorbachov –y, en última
instancia, de la URSS- por implosión del imprescindible centrismo político que
debía sustentarla.
https://www.marca.com/tiramillas/actualidad/2022/11/09/636ad712ca4741c64e8b4577.html
A partir de aquel año, la reforma soviética
quedó estrangulada entre un descontento conservador de los partidarios del
antiguo régimen, que culminó con la intentona golpista de 1991 en Moscú, y la
afirmación de impulsos rupturistas de la oposición, que culminaron en el propio
golpe conspirativo que disolvió la URSS en diciembre de 1991. Ello tras un
referéndum en el que, en marzo de aquel mismo año, habían participado 148 de
los 185 millones de soviéticos con derecho a voto y en el que el 76% había
votado “SÍ” al mantenimiento de una URSS renovada.
La quiebra de una parte del mundo denotó la
enfermedad del resto, pero Occidente ignoró el mensaje y siguió con más de lo
mismo. Despejados los últimos miedos a una “alternativa”, los escrúpulos de una
minoría más poderosa y rica del mundo saltaron por los aires definitivamente,
inaugurando una orgía de enriquecimiento y corrupción sobre los dogmas de la
racionalidad económica neoliberal, desregularización, privatización y sumisión
general de los público a lo privado. Sucedió en todo el planeta, desde los
remotos estados insulares del Pacífico hasta el centro del sistema mundial,
pasando por el tercer mundo y los países excomunistas.
El Este había sido algo parecido a un
compartimento estanco dentro del sistema económico mundial. A partir de 1989
dejó de serlo. La integración en ese sistema mundial de la Unión Soviética y de
los países del bloque oriental, más la de China (que evitó el hundimiento de su
régimen para afirmar una decidida reforma de mercado) e India, aportó 1.470
millones de nuevos obreros al capitalismo, lo que supuso doblar la mano de
obra. El resultado fue un cambio fundamental en la correlación de fuerzas entre
capital y trabajo a escala global, lo que disparó los fenómenos de precariedad
y explotación laboral y de deslocalización industrial, hoy asentados.
Fue así como el histórico hundimiento de las
tiranías del Este, unido a los cambios y nuevos dinamismos en China e India, no
abrió camino a la esperanza, sino más bien a la incertidumbre planetaria. El
apogeo de la globalización entonces alcanzado dio lugar a un nuevo y mortífero
ciclo bélico occidental en la primera región energética del mundo (desde
Afganistán a Libia, pasando por Irak y Siria), una marginación del derecho
internacional, un aumento general de la desigualdad y un rampante incremento de
la contaminación, que hoy precisa de inciertos acuerdos para paliarla. Aquella
época fue una ocasión perdida para los retos del siglo.
RAFAEL POCH-DE-FELIU
Corresponsal internacional de La
Vanguardia. Ha trabajado en Moscú, Pekín y Berlín antes de pasar a París,
desde donde informa actualmente. Su último libro es La quinta Alemania (Icaria, 2013)
1998-2007
CONVULSO COMIENZO DEL MILENIO
La historia no tiene cortes abruptos, sino
que está tejida por una concatenación de hechos que se van sucediendo sin
solución de continuidad. La cronología es una orientación necesaria, pero no la
única. Los diez años que van de 1998 a 2007 marcan la consolidación de la
globalización, convirtiendo el mundo en una en una unidad operativa sin
fronteras, algo que habría sido imposible hace sólo un siglo. La aldea global
prevista por Marshall McLuhan en 1962 era ya una realidad cuando el segundo
milenio estaba abriendo sus puertas a lo desconocido.
En su libro The Age of Extremes (Historia del siglo XX, Crítica, 1998), el
historiador británico Eric Hobsbawm afirmaba que una de las características más sorprendentes del final
del siglo fue la tensión creada por el proceso de aceleración de la
globalización y la incapacidad tanto de las instituciones públicas como del
comportamiento humano para acostumbrarse a la velocidad del cambio. Para Hobsbawm, el siglo empezó en 1914 y acabó
en 1991, desde la Gran Guerra hasta la desintegración del imperio soviético.
Cómo controlar la rapidez de los cambios
tecnológicos sociales, políticos y económicos ha sido uno de los retos de la
generación que cabalgó entre los dos milenios. Han cambiado las viejas formas
de relaciones sociales, y también se han perdido los enlaces entre generaciones
debido a la victoria de la inmediatez, sin que se halla soldado adecuadamente
el pasado con el presente.
Es imposible poner calendario al proceso
globalizador que hoy domina aspectos básicos de la humanidad, del comercio a la
cultura, pasando por la política y los procesos de producción y distribución de
la riqueza. Fue en ese período cuando se pensó que se habían eliminado todas
las formas no democráticas de gobernar y que el mundo entero estaba encaminado
a convertirse en una Arcadia feliz, en la que el llamado capitalismo
democrático acabaría imponiéndose en todas partes. La cultura occidental había
ganado el siglo XX a los totalitarismos más sanguinarios, sin tener en cuenta
que el tiempo destroza las utopías que no están basadas en una constante
revisión de la realidad.
Una de
las dos piscinas reflectantes del Museo Conmemorativo del 11 de septiembre en
la ciudad de Nueva York se encuentra en el sitio donde estaban las antiguas
Torres Gemelas. Las piscinas están enmarcadas por parapetos grabados con los
nombres de las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre de
2001.
https://www.aarp.org/espanol/turismo/nacional/info-2021/monumento-museo-11-de-septiembre.html
El 11 de septiembre de 2001 es una fecha
clave que anuncia las turbulencias que sacudirían a sociedades libres que
vivían confiadas en que se habían acabado los grandes conflictos. El terrorismo
de procedencia islámica derribó las Torres Gemelas de Nueva York, atacó
directamente el Pentágono y estuvo a punto de destruir total o parcialmente la
Casa Blanca. Eran cuatro aviones norteamericanos, con pasaje norteamericano,
aquel trágico día a las nueve de la mañana.
Occidente y Estados Unidos en particular eran
atacados por 19 personas que se habían paseado por Europa y Oriente Medio y que
se habían entrenado para pilotar aviones en escuelas de vuelo norteamericanas.
El mundo se horrorizó al ver en directo cómo caían los símbolos más
emblemáticos del sistema capitalista. La redacción a favor de un asustado presidente George W. Bush fue
global. Estados Unidos era agredido por primera vez en su propio territorio.
La organización de Osama bin Laden se
responsabilizó de las matanzas. El enemigo existía, se sabía quién era, pero no
era fácil localizarlo. Se llegó a la conclusión de que los ataques habían sido
diseñados y preparados en Afganistán, la patria de los talibanes, país en el
que se han estrellado los imperios británico, soviético y ahora norteamericano.
Con la conformidad de la ONU, se aprobó la caída de los talibanes de Kabul y
enclaves de alrededor. Empezaba la primera guerra del siglo, en la que
participarían activa o pasivamente todas las potencias. Cayó el régimen, pero
los terroristas no se detuvieron. Washington fue muy rápido en elaborar una
doctrina de seguridad nacional que chocaba con las libertades habituales de una
democracia en tiempos de paz.
Se empleó la fuerza contra Estados Unidos, y
con la fuerza respondería. Se elaboró la idea de que se podía imponer la
democracia por las armas. Occidente volvía a tropezar con Oriente Medio, no
sólo por el conflicto entre Israel y los palestinos, sino por el pronto
frustrado plan de exportar la democracia a tierras que no la conocían y cuyas
clases dirigentes no la deseaban. Se invadió Irak sin que existiera una causa
justificada, se dividió a la comunidad internacional, se invirtieron todos los
recursos de defensa para derrocar a Sadam Husein imponiendo una democracia que
debía alumbrar a toda la región.
Las dos guerras perdidas por Estados Unidos
minaron su hegemonía política y demostraron que únicamente por la fuerza no es
posible ganar a pueblos enteros para la causa de la libertad. El conflicto de
Siria, los inmigrantes que salen de aquel infierno que lleva siete años en
armas, la llegada a Europa de cientos de miles de personas que huyen de la
miseria y de la guerra, ha sido una consecuencia del choque entre dos mundos
cultural y políticamente ,uy alejados entre sí.
Otro hecho fundamental de los diez años que
nos ocupan fue la consolidación de la Unión Europea, la implantación del euro y
la ampliación a 28 países miembros de una realidad política que anteriormente
había sido la incubadora de guerras mundiales y locales, la ampliación
respondía a razones profundas de civilización y de justicia. Pero aquella sexta
fase de 2004, con diez nuevos estados, fue precipitada. Las consecuencias de
aquellas prisas las comprobamos hoy, en una Europa que ha sufrido el zarpazo
del brexit y experimenta los viejos
miedos que llevan al populismo, el racismo y la xenofobia.
LLUÍS FOIX
Exdirector
de La Vanguardia. Licenciado en
Periodismo y Derecho, trabajó como corresponsal en Londres y Washington. Su
último libro es Aquella porta giratória
(Destino), Premio Josep Pla 2016.
2008-2018
LOS ESTRAGOS DEL POPULISMO
A bordo de un automóvil De Lorean convertido
en máquina del tiempo por el “condensador de flujo”, el joven Marty McFly y el doctor Emett Brown viajaron desde
1985 al 21 de octubre de 2015. Una fecha en la que, desde entonces, para
quienes disfrutaron de la película Regreso
al futuro II, se ubicó siempre el día de mañana. Ese 21 de octubre se
materializó de forma distinta a como pensaron los guionistas del filme. De
haber llegado a un2015 real, McFly, en lugar de aeropatines y coches voladores,
habría encontrado teléfonos móviles, redes sociales y un primer presidente
negro en Estados Unidos.
Porque el decenio más reciente comienza en
2008, el año en que Barack Obama ganó las elecciones. Su llegada a la Casa
Blanca llevó a soñar que en un futuro mejor se abría para la humanidad. Diez años
después, su puesto lo ocupa Donald Trump, un multimillonario megalómano que
sostiene un discurso machista y racista. Este decenio es el que nos lleva de Obama
a Trumpñ. Del empoderador “Sí se puede” al supremacista “América primero”. Un
retroceso que se explica por ser este período una época dorada del populismo. Estadounidense, Ya sea el identitario que ha
elevado a Trump a la presidencia, el ultraderechista en auge en Francvia.,
Alemania, Holanda o Austria o el nacionalista que ha catalizado el brexit y las
tensiones separatistas en muchas regiones.
Todo comenzó con el estallido en 2008 de una
crisis global que hizo que el mandato de Obama naciera con plomo en las alas.
El sentimiento de indefensión de parte de la población –sobre todo, la clase
trabajadora blanca- ante la globalización, que se percibía como un fenómeno
empobrecedor y que amenazaba con difuminar la propia identidad, atizó la hoguera
populista que permitió a Trump llegar al despacho oval. En Europa, los
gobiernos se mostraron incapaces de proteger de la crisis a los más débiles.
Resultado: el sistema de partidos políticos dejó de ser creíble para las clases
más populares. Un fenómeno que han sufrido especialmente las izquierdas, que
constatan cómo muchos de sus votantes les han abandonado y se entregan al
discurso de la ultraderecha.
Si el condensador de fluzo nos llevaba al futuro, el populismo nos ha retrotraído al
pasado, a un inquietante abanico de ideologías ultras que recuerdan a las que
abrieron la vía a la Segunda Guerra Mundial. Se han impuesto liderazgos a la
antigua. En EE.UU., Trump sobreactúa en una presidencia caciquil. La Rusia
traumatizada tras la desintegración de la URSS ha derivado en un estado
ultranacionalista liderado por lo más parecido a un zar, Vladimir Putin. Una Turquía
despechada por el desprecio europeo a votado a favor de Recep Tayyip Erdogan,
un islamista con ínfulas de sultán. E incluso en China el Partido Comunista ha
optado por convertir a Xi Jinping en presidente vitalicio, es decir, en una
suerte de emperador.
Como muchas otras veces en la historia, esas
transformaciones políticas han sido aceleradas por una innovación tecnológica.
En este caso, han sido los smartphones.
Aunque internet ya formaba parte de nuestras vidas, fue con estos dispositivos
cuando pasó de los ordenadores a los teléfonos. Es decir, a acompañarnos en
todo momento. Con los móviles inteligentes explotaron las redes sociales, sin
las que no se entiende el auge del populismo. Ese repunte identitario e
ideológico se ha visto favorecido por unas plataformas de comunicación repletas
de mensajes cortos, hiperemocionales y exentos de argumentación.
EE.UU., da la impresión de haber entrado en
declive como superpotencia mundial sin relevo a la vista, pues el único
candidato, China, no parece tener más interés que la economía. En paralelo, EE.UU.
y la UE se han enzarzado en una nueva guerra fría con Rusia, que ha dedicado
este decenio a convertirse de nuevo en superpotencia. Su campo de batalla ha
sido el cibernético, interfiriendo en las elecciones de EE.UU., Holanda,
Francia o Italia.
Oriente Próximo ha seguido siendo el área más
conflictiva del planeta. Eso sí, el eje se ha desplazado del conflicto
palestino a Siria, un país que lleva ya sumido ocho años en una contienda que
lo ha devastado y ha transformado la región, catapultando a Irán a potencia de
la zona. Una influencia contra la que EE.UU., Israel y Arabia Saudí hacen
frente común.
Ese caos facilitó la irrupción del Estado
Islámico. Por primera vez, los yihadistas pasaban de ser un ente clandestino a
erigirse en una administración con control de un territorio. El califato
terrorista, que duró cuatro años, acuñó un nuevo modelo de lucha, un modelo en
el que se invita a cualquier simpatizante a convertirse en combatiente empleando
como arma lo que sea que tenga a mano: desde un cuchillo a una furgoneta.
España se ha pasado los últimos diez años
tratando de recuperarse de la crisis. El estallido de la burbuja inmobiliaria
arrasó la economía: la tasa de paro se disparó –hasta llegar al 25,77%-, y con
ella el drama de los desahucios. Pero, a diferencia de otros países, donde
situaciones así dieron vuelo a la extrema derecha, la reacción aquí fue muy
distinta. El descontento alumbró el 15-M, un movimiento enmarcado en la
izquierda que reclamaba justicia social y una moralización de la vida pública.
https://elpais.com/elpais/2016/05/16/album/1463392920_779494.html
Varios consensos
de la Transición están en cuestión. La aparición de Ciudadanos y Podemos ha
liquidado la era del bipartidismo de PP y PSOE, y el desafío independentista en
Cataluña ha puesto contra las cuerdas el pacto territorial.
En este
final de década hay atisbos de esperanza. La lucha contra el cambio climático y
el combate por la igualdad efectiva de las mujeres se han consolidado de forma
irreversible. El futuro ha vuelto.
ANTONIO
BAQUERO
Jefe de Sección de Internacional en el Períodico de Catalunya. Excorresponsal
en el Magreb y experto en yihadismo. Premio Rey de España de Periodismo.
DOSSIER, cinco decenios de cambios en el mundo,
en Historia y Vida, No 602, Grupo Planeta, 2002, pp. 53-63
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