domingo, 16 de julio de 2023

 

DOSSIER

CINCO DECENIOS DE CAMBIOS EN EL MUNDO

1968-1977

UNA DÉCADA RESOLUTIVA Y DE CAMBIO

Cabe definir por un rasgo o dos toda una época tumultuosa? Cortar el flujo histórico por decenas de años tiene siempre un tinte arbitrario, pero para caracterizar los primeros diez años de HISTORIA Y VIDA, no se me ocurre otra cosa que combinar los rasgos del título: resolución de procesos generados previamente, pero que llegan en ella a su conclusión, acompañados por los cambios correspondientes.

Resolución de:

·         La larga guerra de Vietnam con la primera derrota militar de la superpotencia occidental. El conflicto había contribuido a desprestigiarla entre grandes sectores de la población y había alentado un proceso imparable de cambios políticos y sobre todo, sociales internos.

·         La larga marcha hacia el final de la descolonización en África, con la pérdida de lo que quedaba del imperio portugués, que databa de los albores de la Edad Moderna.

·         Los atisbos de cambio en el mundo comunista, con el aplastamiento de la Primavera de Praga, y la iniciación de procesos más cautelosos en Hungría y Polonia.


https://www.gettyimages.com.mx/fotos/vietnam-war-1966

·         El corte de la experiencia democrática en el Cono Sur, con la aparición de sangrientas dictaduras militares.

·         La Revolución Cultural China, para dar paso a un controlado proceso de transformaciones económicas que terminarían despertando al dragón asiático.

·         La confrontación Este-Oeste más cruda, a través de la política de distensión iniciada en Alemania y culminada en el Acta de Helsinki.

·         La drástica modificación del mapa en una de las regiones más volátiles del globo tras la victoria israelí en la breve guerra del Yom Kipur.

 

Todo ello unido a nuevos grandes procesos de cambio social, tecnológico y económico, tales como:

·         La agitación en las universidades norteamericanas, el Mayo francés y la explosión de costumbres y gestión del ocio, las drogas y la sexualidad.

·         La llegada del hombre a la Luna y las nuevas posibilidades para encarar la conquista del espacio.

·         La crisis del petróleo, que demostró la gran vulnerabilidad de las economías europeas occidentales.

 

Mientras tanto, reaparecieron conflictos de corte clásico (guerra indo-paquistaní) o de guerra civil (Angola) y se produjeron sustituciones más o menos violentas de regímenes tradicionales (Etiopia, Libia) que, en el caso europeo, se materializaron en una variante espectacular y pacífica: la sustitución de la dictadura portuguesa y el hundimiento de la junta militar griega, poco después de la primera ampliación de las Comunidades Europeas.

España no pudo permanecer insensible a la evolución del entorno global. En lo político, un sector de la sociedad se vio afectado por el desprestigio norteamericano; la descolonización de las colonias africanas empezó en Guinea y avanzó imparable hacia la del Sahara Occidental; los cambios en la Europa Oriental abrieron las puertas al “eurocomunismo”.

La combinación de resolución y cambio se manifestó ante todo en la esfera social. Las protestas estudiantiles, la multiplicación y duración de conflictos laborales, la lenta pero continuada infiltración de los planteamientos que emergieron del Concilio Vaticano II y las reacciones policiales y judiciales de la dictadura pusieron en marcha una cadena de acontecimientos que apuntaban hacia el gradual desmoronamiento de los hasta entonces bien engrasados mecanismos de control. No sin dificultades, ETA pasó a la etapa de “lucha armada”. Los procesos de Burgos y 1001 impactaron a un régimen sin dirección estratégica, salvo la voluntad de mantener al dictador en el poder mientras viviera. En medio de dificultades crecientes, en 1973, el presidente del gobierno, almirante Luis Carrero Blanco, voló por los aires de un atentado. La senectud del dictador y la erosión de sus facultades se hicieron visibles. La falta de perspectivas también. Después de Franco, ¿qué?, fue la pregunta que se hizo durante años la sociedad española. Pocos creían que su respuesta era la que se había dado con la Ley Orgánica del Estado y la designación de “Príncipe de España” a título de sucesor: tras Franco las instituciones.


https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Carlos_Arias_Navarro_and_Franco_1975.jpg

El “hombre providencial”, “elegido por Dios”, se extinguió el 20 de noviembre de 1975. No implicó de inmediato la resolución del problema político e institucional que su larga supervivencia había planteado, pero sí el comienzo de un proceso para conseguirla. Un proceso, hoy muy discutido, en el que lo que estaba en juego era, entre otras finalidades:

·         Alcanzar la homologación política, democrática, institucional, económica y social con el resto de Europa Occidental.

·         Evitar que la “sombra vigilante de las bayonetas” oscureciera tales procesos, rigurosamente inéditos.

·         Facilitar el despliegue de todas las potencialidades de la economía y de la sociedad española, rompiendo en la medida de lo posible las ataduras que las habían mantenido muy por debajo de sus capacidades.

El despegue hacia la Transición no dejó incólume ninguno de los mecanismos que habían sustentado la evolución desde los oscuros años cuarenta y cincuenta, pasando por los de un “desarrollismo” sincopado que hoy algún que otro autor quiere poner en el haber de Franco, caracterizándolo como el “último regeneracionista”. Un agravio para quienes se hicieron acreedores de tal distinción en la subdesarrollada España de principios del siglo XX.

La década terminó con el comienzo de aplicación de los resultados de las primeras elecciones democráticas desde 1936. La mejor resolución para una década de cambios internos a los que no fue ajena la evolución exterior. Nunca fue una tarea fácil.

ÁNGEL VIÑAS

Catedrático de economía, historiador y diplomático español. Su último libro es El primer asesinato de Franco (Crítica, 2018)

 

 

1978-1987

EL FIN DEL FRANQUISMO Y LA GUERRA FRÍA

El de 1978 fue para los españoles el año de la Constitución, aprobada en un referéndum tres años después de la muerte de Franco, en medio de una transición compleja, sembrada de conflictos, de obstáculos previstos y de problemas inesperados, en un contexto de crisis económica y de incertidumbre política. Esa Constitución democrática, con un amplio catálogo de derechos y libertades, significaba el cierre de una dictadura autoritaria de cuatro décadas.

Definido el marco jurídico, en los años siguientes se inició el desarrollo del Estado de derecho y la organización territorial autonómica en medio de graves problemas, como el involucionismo militar, el terrorismo de ETA o la crisis del sistema de partidos. Cuando los socialistas llegaron al poder, después de la victoria arrolladora de octubre de 1982, se podía decir que la Transición había concluido y que la democracia caminaba hacia su consolidación.

El mundo estaba dominado todavía por la Guerra Fría, la confrontación no armada entre la Unión Soviética y Estados Unidos, con sus respectivos aliados. Como diez años después el bloque soviético se hundió, podría pensarse que hacia 1978 todo estaba ya en desintegración. Pero algunos acontecimientos de esos años, vistos en perspectiva histórica, prueban que todavía no era así.

En Irán en enero de 1979, una revolución islámica derrocó a la dinastía Pahlevi, que estaba apoyada por Estados Unidos. Ese mismo año tropas soviéticas ocuparon Afganistán y, en respuesta a esa intervención, decenas de miles de voluntarios de una docena de países islámicos, incluido Osama bin Laden, “combatientes de la fe”, ayudados y financiados por Estados Unidos, comenzaron una guerra de guerrillas contra los comunistas. 1979 fue también el año del derrocamiento del dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, por la revolución sandinista.


https://segundopaso.es/news/1661/Im%C3%A1n-Jomeini-M%C3%A1s-Presente-Que-Nunca

Dictadores sangrientos dominaban entonces la mayoría de los países de América Central y del Sur, dejando como legado decenas de miles de asesinados, desaparecidos, tortura y violación sistemática de los derechos humanos. A ninguna de esas dictaduras, con Pinochet y Videla a la cabeza, le faltó el apoyo, la adhesión y la conformidad de los poderes financieros y económicos, de Estados Unidos, de la jerarquía de la iglesia católica y, lo que parece más relevante, de amplios sectores de la población.

Estados Unidos era entonces la primera potencia militar y económica del mundo, pero la guerra de Vietnam, finalizada unos años antes, había sacado a la luz las tensiones derivadas de la posición que ocupaba en mundo.


https://www.elperiodico.com/es/fotos/internacional/gorbachov-14382330/14382286

Lo que comenzó como una demostración de fuerza contra el comunismo duró más de una década, reclutó a cientos de miles de ciudadanos, la mayoría pobres y jóvenes sin estudios, y tuvo un tremendo impacto en una sociedad profundamente dividida en torno a esa intervención –con un fuerte movimiento antibélico que escindió al Partido Demócrata- y traumatizada por la brutalidad de la contienda y por las decenas de miles de muertos y heridos que generó. La todopoderosa América había sido derrotada por un pequeño y subdesarrollado país comunista.

El continuo crecimiento y activismo de lo que se llamó la Nueva Derecha culminó en la victoria en 1980 de Ronald Reagan y su “revolución conservadora”, impregnada de anticomunismo, oposición a la intervención del gobierno y apoyo a un extremo liberalismo económico. Fue también una reacción contra la pérdida de valores tradicionales, relacionados con la moral, la familia y la fe religiosa.

Un año más tarde, la victoria de Margaret Thacher había iniciado una senda similar en el Reino Unido, con el objetivo de reducir los programas sociales, disminuir el poder de los sindicatos y apartar al Estado de la intervención económica. Su énfasis en la moral tradicional y en el culto al mercado conectaba esa reacción neoconservadora a un lado y a otro del Atlántico. En política exterior, Thacher apoyaba también la voluntad de Reagan de convertir a Estados Unidos en la única superpotencia para mantener el orden global.

A finales de esa década, cuando Reagan acabó su segundo mandato, esa política exterior había triunfado, con la conclusión de la Guerra Fría y el rápido derrumbe del bloque soviético. El 8 de diciembre de 1987, Reagan y Mijaíl Gorbachov, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la URSS, firmaron en Washington un tratado para eliminar los euromisiles, una era de esa desnuclearización y de fin de tensiones entre los dos grandes actores del orden global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que Samuel Huntington llamó la tercera ola de democratización, iniciada con el fin de las dictaduras en Portugal, Grecia y España, se extendía por una buena parte del globo, incluida Asia Oriental. Videla o Ferdinand Marcos eran historia en 1987, y el sistema de segregación en Sudáfrica y Namibia, el apartheid, parecía ya insostenible.

Como consecuencia de esos cambios, triunfos democráticos y desaparición de los dos bloques, no parece sorprendente que Francis Fukuyama proclamara en 1989 “el fin de la historia”, la tesis de que, ante el colapso o agotamiento de las alternativas ideológicas, el liberalismo político y económico se había impuesto en el mundo. Y aunque pronto la guerra genocida en los Balcanes o el fortalecimiento de China pondrían claros límites a ese proceso, fueron muchos quienes celebraron el triunfo de la idea de Occidente. Lo que Reagan y Thacher, en suma, habían impuesto.

JULIÁN CASANOVA

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University (Budapest). Su último libro es La venganza de los siervos, Rusia 1917 (Crítica, 2017)

 

1988-1997

APOGEO DE LA GLOBALIZACIÓN

La casi década que nos ocupa vino marcada por el protagonismo del “Este”, el mundo que iba del río Elba hasta el Mekong y que afirmaba ser alternativa al capitalismo. Atento a las cronologías y a los titulares, el periodista tenderá a definir aquellos años como los de la caída del comunismo. El historiador sin embargo, irá más lejos, directamente a las consecuencias de aquello, y definirá lo que la historia retendrá de aquel período y que nos conecta directamente con nuestro presente; el apogeo de la globalización.

Sin duda, el fin de la Guerra Fría y del mundo bipolar fue una gran ocasión perdida para abordar los tres grandes retos del siglo XXI: el calentamiento global, la desigualdad social y regional y la proliferación de recursos de destrucción masiva. El necesario y crítico desarme de la montaña de armas nucleares que nos rodea, suficiente para destruir varias veces toda la vida en el planeta, comenzó con una serie esperanzadora que, a partir del siglo XXI, sería abandonada y privada de todo acuerdo entre potencias.

Entre diciembre de 1987 y julio de 1991, Estados Unidos y la URSS eliminaron los euromisiles, redujeron en un 40% sus arsenales estratégicos y disminuyeron sus fuerzas militares convencionales en Europa. Paralelamente, Moscú retiró unilateralmente sus fuerzas de Afganistán, Hungría, Checoslovaquia, RDA y Mongolia. En 1989, además, Moscú y Pekín normalizaron sus relaciones, eliminando lo que había sido el segundo gran foco mundial de tensión militar, en el interior mismo de aquel “Este”, desde los años setenta.

Todo esto podría haber sido el inicio de algo grande. Si no de la “nueva civilización” que pregonaba el reformador soviético Mijaíl Gorbachov, sí por lo menos podía haber sentado unas bases para una integración mundial más razonable, viable y esperanzadora. Pero las dinámicas de derrumbe que se abrieron paso a un lado y las respuestas oportunistas e ideologías hegemonistas que se impusieron al otro dictaron escenarios bien diferentes.


https://www.esglobal.org/cinco-sorpresas-tras-la-caida-del-muro-de-berlin/

En los cuatro meses que van de agosto a diciembre de 1989 cayeron o abdicaron los regímenes de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, República Democrática Alemania, Rumanía y Bulgaria. Aquel desmoronamiento en cadena, cuyo centro simbólico fue la apertura del Muro de Berlín en noviembre, coincidió en la URSS con sangrientos conflictos nacionales en seis frentes diferentes (tres el Asia Central y tres en Transcaucasia), con la primera protesta obrera en Rusia y con la emergencia de dos aspectos que anunciaban el hundimiento de la perestroika de Gorbachov –y, en última instancia, de la URSS- por implosión del imprescindible centrismo político que debía sustentarla.

 


https://www.marca.com/tiramillas/actualidad/2022/11/09/636ad712ca4741c64e8b4577.html

A partir de aquel año, la reforma soviética quedó estrangulada entre un descontento conservador de los partidarios del antiguo régimen, que culminó con la intentona golpista de 1991 en Moscú, y la afirmación de impulsos rupturistas de la oposición, que culminaron en el propio golpe conspirativo que disolvió la URSS en diciembre de 1991. Ello tras un referéndum en el que, en marzo de aquel mismo año, habían participado 148 de los 185 millones de soviéticos con derecho a voto y en el que el 76% había votado “SÍ” al mantenimiento de una URSS renovada.

La quiebra de una parte del mundo denotó la enfermedad del resto, pero Occidente ignoró el mensaje y siguió con más de lo mismo. Despejados los últimos miedos a una “alternativa”, los escrúpulos de una minoría más poderosa y rica del mundo saltaron por los aires definitivamente, inaugurando una orgía de enriquecimiento y corrupción sobre los dogmas de la racionalidad económica neoliberal, desregularización, privatización y sumisión general de los público a lo privado. Sucedió en todo el planeta, desde los remotos estados insulares del Pacífico hasta el centro del sistema mundial, pasando por el tercer mundo y los países excomunistas.

El Este había sido algo parecido a un compartimento estanco dentro del sistema económico mundial. A partir de 1989 dejó de serlo. La integración en ese sistema mundial de la Unión Soviética y de los países del bloque oriental, más la de China (que evitó el hundimiento de su régimen para afirmar una decidida reforma de mercado) e India, aportó 1.470 millones de nuevos obreros al capitalismo, lo que supuso doblar la mano de obra. El resultado fue un cambio fundamental en la correlación de fuerzas entre capital y trabajo a escala global, lo que disparó los fenómenos de precariedad y explotación laboral y de deslocalización industrial, hoy asentados.

Fue así como el histórico hundimiento de las tiranías del Este, unido a los cambios y nuevos dinamismos en China e India, no abrió camino a la esperanza, sino más bien a la incertidumbre planetaria. El apogeo de la globalización entonces alcanzado dio lugar a un nuevo y mortífero ciclo bélico occidental en la primera región energética del mundo (desde Afganistán a Libia, pasando por Irak y Siria), una marginación del derecho internacional, un aumento general de la desigualdad y un rampante incremento de la contaminación, que hoy precisa de inciertos acuerdos para paliarla. Aquella época fue una ocasión perdida para los retos del siglo.

RAFAEL POCH-DE-FELIU

Corresponsal internacional de La Vanguardia. Ha trabajado en Moscú, Pekín y Berlín antes de pasar a París, desde donde informa actualmente. Su último libro es La quinta Alemania (Icaria, 2013)

 

1998-2007

CONVULSO COMIENZO DEL MILENIO

La historia no tiene cortes abruptos, sino que está tejida por una concatenación de hechos que se van sucediendo sin solución de continuidad. La cronología es una orientación necesaria, pero no la única. Los diez años que van de 1998 a 2007 marcan la consolidación de la globalización, convirtiendo el mundo en una en una unidad operativa sin fronteras, algo que habría sido imposible hace sólo un siglo. La aldea global prevista por Marshall McLuhan en 1962 era ya una realidad cuando el segundo milenio estaba abriendo sus puertas a lo desconocido.

En su libro The Age of Extremes (Historia del siglo XX, Crítica, 1998), el historiador británico Eric Hobsbawm afirmaba que una de las  características más sorprendentes del final del siglo fue la tensión creada por el proceso de aceleración de la globalización y la incapacidad tanto de las instituciones públicas como del comportamiento humano para acostumbrarse a la velocidad del cambio.  Para Hobsbawm, el siglo empezó en 1914 y acabó en 1991, desde la Gran Guerra hasta la desintegración del imperio soviético.

Cómo controlar la rapidez de los cambios tecnológicos sociales, políticos y económicos ha sido uno de los retos de la generación que cabalgó entre los dos milenios. Han cambiado las viejas formas de relaciones sociales, y también se han perdido los enlaces entre generaciones debido a la victoria de la inmediatez, sin que se halla soldado adecuadamente el pasado con el presente.

Es imposible poner calendario al proceso globalizador que hoy domina aspectos básicos de la humanidad, del comercio a la cultura, pasando por la política y los procesos de producción y distribución de la riqueza. Fue en ese período cuando se pensó que se habían eliminado todas las formas no democráticas de gobernar y que el mundo entero estaba encaminado a convertirse en una Arcadia feliz, en la que el llamado capitalismo democrático acabaría imponiéndose en todas partes. La cultura occidental había ganado el siglo XX a los totalitarismos más sanguinarios, sin tener en cuenta que el tiempo destroza las utopías que no están basadas en una constante revisión de la realidad.


Una de las dos piscinas reflectantes del Museo Conmemorativo del 11 de septiembre en la ciudad de Nueva York se encuentra en el sitio donde estaban las antiguas Torres Gemelas. Las piscinas están enmarcadas por parapetos grabados con los nombres de las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.

https://www.aarp.org/espanol/turismo/nacional/info-2021/monumento-museo-11-de-septiembre.html

El 11 de septiembre de 2001 es una fecha clave que anuncia las turbulencias que sacudirían a sociedades libres que vivían confiadas en que se habían acabado los grandes conflictos. El terrorismo de procedencia islámica derribó las Torres Gemelas de Nueva York, atacó directamente el Pentágono y estuvo a punto de destruir total o parcialmente la Casa Blanca. Eran cuatro aviones norteamericanos, con pasaje norteamericano, aquel trágico día a las nueve de la mañana.

Occidente y Estados Unidos en particular eran atacados por 19 personas que se habían paseado por Europa y Oriente Medio y que se habían entrenado para pilotar aviones en escuelas de vuelo norteamericanas. El mundo se horrorizó al ver en directo cómo caían los símbolos más emblemáticos del sistema capitalista. La redacción a favor de un  asustado presidente George W. Bush fue global. Estados Unidos era agredido por primera vez en su propio territorio.

La organización de Osama bin Laden se responsabilizó de las matanzas. El enemigo existía, se sabía quién era, pero no era fácil localizarlo. Se llegó a la conclusión de que los ataques habían sido diseñados y preparados en Afganistán, la patria de los talibanes, país en el que se han estrellado los imperios británico, soviético y ahora norteamericano. Con la conformidad de la ONU, se aprobó la caída de los talibanes de Kabul y enclaves de alrededor. Empezaba la primera guerra del siglo, en la que participarían activa o pasivamente todas las potencias. Cayó el régimen, pero los terroristas no se detuvieron. Washington fue muy rápido en elaborar una doctrina de seguridad nacional que chocaba con las libertades habituales de una democracia en tiempos de paz.

Se empleó la fuerza contra Estados Unidos, y con la fuerza respondería. Se elaboró la idea de que se podía imponer la democracia por las armas. Occidente volvía a tropezar con Oriente Medio, no sólo por el conflicto entre Israel y los palestinos, sino por el pronto frustrado plan de exportar la democracia a tierras que no la conocían y cuyas clases dirigentes no la deseaban. Se invadió Irak sin que existiera una causa justificada, se dividió a la comunidad internacional, se invirtieron todos los recursos de defensa para derrocar a Sadam Husein imponiendo una democracia que debía alumbrar a toda la región.

Las dos guerras perdidas por Estados Unidos minaron su hegemonía política y demostraron que únicamente por la fuerza no es posible ganar a pueblos enteros para la causa de la libertad. El conflicto de Siria, los inmigrantes que salen de aquel infierno que lleva siete años en armas, la llegada a Europa de cientos de miles de personas que huyen de la miseria y de la guerra, ha sido una consecuencia del choque entre dos mundos cultural y políticamente ,uy alejados entre sí.

Otro hecho fundamental de los diez años que nos ocupan fue la consolidación de la Unión Europea, la implantación del euro y la ampliación a 28 países miembros de una realidad política que anteriormente había sido la incubadora de guerras mundiales y locales, la ampliación respondía a razones profundas de civilización y de justicia. Pero aquella sexta fase de 2004, con diez nuevos estados, fue precipitada. Las consecuencias de aquellas prisas las comprobamos hoy, en una Europa que ha sufrido el zarpazo del brexit y experimenta los viejos miedos que llevan al populismo, el racismo y la xenofobia.

LLUÍS FOIX

Exdirector de La Vanguardia. Licenciado en Periodismo y Derecho, trabajó como corresponsal en Londres y Washington. Su último libro es Aquella porta giratória (Destino), Premio Josep Pla 2016.

 

 

2008-2018

LOS ESTRAGOS DEL POPULISMO

A bordo de un automóvil De Lorean convertido en máquina del tiempo por el “condensador de flujo”, el joven Marty McFly y el doctor Emett Brown viajaron desde 1985 al 21 de octubre de 2015. Una fecha en la que, desde entonces, para quienes disfrutaron de la película Regreso al futuro II, se ubicó siempre el día de mañana. Ese 21 de octubre se materializó de forma distinta a como pensaron los guionistas del filme. De haber llegado a un2015 real, McFly, en lugar de aeropatines y coches voladores, habría encontrado teléfonos móviles, redes sociales y un primer presidente negro en Estados Unidos.

Porque el decenio más reciente comienza en 2008, el año en que Barack Obama ganó las elecciones. Su llegada a la Casa Blanca llevó a soñar que en un futuro mejor se abría para la humanidad. Diez años después, su puesto lo ocupa Donald Trump, un multimillonario megalómano que sostiene un discurso machista y racista. Este decenio es el que nos lleva de Obama a Trumpñ. Del empoderador “Sí se puede” al supremacista “América primero”. Un retroceso que se explica por ser este período una época dorada del populismo.  Estadounidense, Ya sea el identitario que ha elevado a Trump a la presidencia, el ultraderechista en auge en Francvia., Alemania, Holanda o Austria o el nacionalista que ha catalizado el brexit y las tensiones separatistas en muchas regiones.

Todo comenzó con el estallido en 2008 de una crisis global que hizo que el mandato de Obama naciera con plomo en las alas. El sentimiento de indefensión de parte de la población –sobre todo, la clase trabajadora blanca- ante la globalización, que se percibía como un fenómeno empobrecedor y que amenazaba con difuminar la propia identidad, atizó la hoguera populista que permitió a Trump llegar al despacho oval. En Europa, los gobiernos se mostraron incapaces de proteger de la crisis a los más débiles. Resultado: el sistema de partidos políticos dejó de ser creíble para las clases más populares. Un fenómeno que han sufrido especialmente las izquierdas, que constatan cómo muchos de sus votantes les han abandonado y se entregan al discurso de la ultraderecha.


https://www.hispantv.com/noticias/ee-uu-/334918/obama-responde-trump-ordenar-espiar-ciudadanos-estadounidenses

Si el condensador de fluzo nos llevaba al futuro, el populismo nos ha retrotraído al pasado, a un inquietante abanico de ideologías ultras que recuerdan a las que abrieron la vía a la Segunda Guerra Mundial. Se han impuesto liderazgos a la antigua. En EE.UU., Trump sobreactúa en una presidencia caciquil. La Rusia traumatizada tras la desintegración de la URSS ha derivado en un estado ultranacionalista liderado por lo más parecido a un zar, Vladimir Putin. Una Turquía despechada por el desprecio europeo a votado a favor de Recep Tayyip Erdogan, un islamista con ínfulas de sultán. E incluso en China el Partido Comunista ha optado por convertir a Xi Jinping en presidente vitalicio, es decir, en una suerte de emperador.

Como muchas otras veces en la historia, esas transformaciones políticas han sido aceleradas por una innovación tecnológica. En este caso, han sido los smartphones. Aunque internet ya formaba parte de nuestras vidas, fue con estos dispositivos cuando pasó de los ordenadores a los teléfonos. Es decir, a acompañarnos en todo momento. Con los móviles inteligentes explotaron las redes sociales, sin las que no se entiende el auge del populismo. Ese repunte identitario e ideológico se ha visto favorecido por unas plataformas de comunicación repletas de mensajes cortos, hiperemocionales y exentos de argumentación.

EE.UU., da la impresión de haber entrado en declive como superpotencia mundial sin relevo a la vista, pues el único candidato, China, no parece tener más interés que la economía. En paralelo, EE.UU. y la UE se han enzarzado en una nueva guerra fría con Rusia, que ha dedicado este decenio a convertirse de nuevo en superpotencia. Su campo de batalla ha sido el cibernético, interfiriendo en las elecciones de EE.UU., Holanda, Francia o Italia.

Oriente Próximo ha seguido siendo el área más conflictiva del planeta. Eso sí, el eje se ha desplazado del conflicto palestino a Siria, un país que lleva ya sumido ocho años en una contienda que lo ha devastado y ha transformado la región, catapultando a Irán a potencia de la zona. Una influencia contra la que EE.UU., Israel y Arabia Saudí hacen frente común.

Ese caos facilitó la irrupción del Estado Islámico. Por primera vez, los yihadistas pasaban de ser un ente clandestino a erigirse en una administración con control de un territorio. El califato terrorista, que duró cuatro años, acuñó un nuevo modelo de lucha, un modelo en el que se invita a cualquier simpatizante a convertirse en combatiente empleando como arma lo que sea que tenga a mano: desde un cuchillo a una furgoneta.

España se ha pasado los últimos diez años tratando de recuperarse de la crisis. El estallido de la burbuja inmobiliaria arrasó la economía: la tasa de paro se disparó –hasta llegar al 25,77%-, y con ella el drama de los desahucios. Pero, a diferencia de otros países, donde situaciones así dieron vuelo a la extrema derecha, la reacción aquí fue muy distinta. El descontento alumbró el 15-M, un movimiento enmarcado en la izquierda que reclamaba justicia social y una moralización de la vida pública.


https://elpais.com/elpais/2016/05/16/album/1463392920_779494.html

Varios consensos de la Transición están en cuestión. La aparición de Ciudadanos y Podemos ha liquidado la era del bipartidismo de PP y PSOE, y el desafío independentista en Cataluña ha puesto contra las cuerdas el pacto territorial.

En este final de década hay atisbos de esperanza. La lucha contra el cambio climático y el combate por la igualdad efectiva de las mujeres se han consolidado de forma irreversible. El futuro ha vuelto.

ANTONIO BAQUERO

Jefe de Sección de Internacional en el Períodico de Catalunya. Excorresponsal en el Magreb y experto en yihadismo. Premio Rey de España de Periodismo.

DOSSIER, cinco decenios de cambios en el mundo, en Historia y Vida, No 602, Grupo Planeta, 2002, pp. 53-63

 



















 

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