La inesperada muerte de Alejandro abrió varios interrogantes: el
problema sucesorio, el control sobre los países sometidos, la ejecución de
algunos proyectos la gran macedonio, etc. Por lo pronto, la familia real no se
extinguía, al vivir Arrideo, un hermanastro del Magno, y estar Roxana encinta.
Sin embargo, era incuestionable que los miembros del Estado Mayor, con Pérdicas
al frente, preferían al eventual heredero directo, mientras que la mayoría de
los macedonios se inclinaba por Arrideo, carente de sangre irania. Pronto
quienes habían sido compañeros de Alejandro se distribuyeron los principales
cargos, quedando Antípatros como estratega de las posesiones europeas de
Macedonia, Pérdicas como «chiliarca» con poder sobre los sátrapas y Cráteros
como representante de la Casa Real. En cuanto a las satrapías fue
Ptolomeo quien activó el reparto, buscando reservarse Egipto. En Asia
Menor se instalaron Antígonos y Eumenes, dejándose Tracia a Lisímaco, y las
otras circunscripciones a personajes de segunda fila. Todos eran macedonios,
pues la desaparición de Alejandro eliminó rápidamente a los persas de los
puestos rectores de la Administración.
Como era de esperar, ante tales ambiciones y rivalidades latentes, la
idea unitaria sostenida por Alejandro entró en conflicto con las tendencias particularistas.
Pronto surgieron en Irán focos de agitación antimacedonia, y en el caso de
Grecia conocemos por Diodoro (XVIII, 9, 18) el descontento provocado en Etolia
y Atenas por un decreto que ordenaba el retorno de los
desterrados. Las tensiones suscitaron un movimiento de resistencia, plasmado en
una confederación de pueblos y ciudades autónomas que sustituyó a la Liga
Corinto.
La situación posterior evolucionó en torno a Pérdicas, depositario de la
idea unitaria alejandrina, y su aliado Eumenes. En el año 321 los
adversarios de ambos se reunieron en Triparadisos (Siria) para estudiar la
situación. Se ofreció la regencia a Antípatros, fiel a la dinastía macedonia,
quien se convirtió en «epimeletes» de los dos reyes, pues tanto Arrideo como
Alejandro IV habían quedado en calidad de tales. Los acuerdos tomados entonces
originaron la fragmentación de las posesiones asiáticas, al redistribuirse las
satrapías orientales en beneficio de Antígonos y Seleucos. En realidad
fue en Triparadisos donde toda la obra y pensamiento del hijo de Filipo
comenzaron a extinguirse.
Muy pronto, y tras diversas alternativas que complican la evolución
política de aquellos años, nuevas rivalidades se suscitaron entre los
Diadocos. En los acuerdos adoptados en Triparadisos no se había
previsto que Antígonos acabara adueñándose de toda el Asia desde Anatolia al
Irán; y menos aún que, tras nombrar algunos sátrapas, obligara a Seleuco a
dejar Babilonia. Además, Antígonos dio en el 315 una conformación
político-jurídica a sus proyectos, al conseguir que la asamblea de su ejército
condenase a Casandro (tutor entonces de Alejandro IV) y le nombrase
«epimeletes» del rey. Asimismo, para desestabilizar el marco político griego,
reconoció la libertad y autonomía de sus ciudades, con lo que suscitó un problema
que sería cada vez más candente: cómo integrar las formas políticas griegas del
pasado en las nuevas monarquías que se estaban gestando.
La tensión producida por dichas iniciativas quedó frenada
momentáneamente por un nuevo acuerdo firmado en el 311, en el
que se buscaba regular la gestión de la herencia de Alejandro, pues se
reconoció la legitimidad de su sucesor. También se incluía una cláusula de
reafirmación de la autonomía de las ciudades griegas, en la línea de la
anterior proclamación de Antígonos. Pero al ser asesinados Alejandro IV y su
madre en el 310, se abrió un período incierto de luchas y ambiciones.
En realidad, con un reconocimiento ficticio de la herencia de Alejandro
Magno en el compromiso del 311, con un imperio repartido ya varias veces, con
el dominio de los generales asentados sobre los diferentes territorios, con la
idea unitaria olvidada, cuando no menospreciada, sólo les quedaba a los
contendientes proclamarse reyes. Así lo hizo Antígonos en el 306, al ser
reconocido basileus por aclamación, según el tradicional uso
macedonio, asociando a su hijo al poder para crear una dinastía. En los meses
restantes, los demás asumieron igualmente el título real. Estas iniciativas
consolidaron de derecho (de hecho lo estaban ya desde Triparadisos) las
incipientes realezas helenísticas.
La decadencia de la ciudad-Estado y el nuevo orden
político
Durante el siglo III a.C. las comunidades
griegas se fueron transformando de ciudades-Estado libres en entidades más o
menos autónomas dentro de estructuras políticas diversas. Así, se dieron formas
de Estado monárquicas de nuevo cuño, como las de los Ptolomeos en Egipto y los
Seleúcidas en Asia. En la propia Grecia el abanico fue muy complejo, abarcando
tanto a reinos de época antigua (Macedonia) como a ciudades regidas por
distintos estatutos o integradas en el seno de ligas. El resultado de dicha
evolución marcó la transición desde las ciudades-Estado griegas de condición
libre a las municipalidades del Imperio romano.
Ya Alejandro atentó contra la libertad de las comunidades helenas al
tratarlas como simples aliadas, considerándolas luego Antígonos como súbditas,
línea seguida por otros Diadocos. Hechos como la posterior restauración de la
libertad entre las ciudades de Jonia por obra de Antíoco II significaron un auténtico acontecimiento, ilustrativo de la nueva
situación. Pero las comunidades que establecían una libre alianza con una forma
superior de Estado sólo disponían de iniciativa en su régimen interno, pues su
política exterior debía seguir siempre los dictados del más poderoso.
No obstante, la decadencia de la ciudad-Estado libre no sólo se precipitó por la propia evolución del marco
político, económico y social que las englobaba, sino también por las mismas
alternativas institucionales internas. En principio, una localidad griega
autónoma (dentro de una liga o reino) seguía rigiéndose por una asamblea, un
consejo y unos magistrados, esquemas básicos heredados de antaño. Pero en el
siglo III a.C., oligarquía y
democracia habían perecido como ideas políticas, y las tensiones suscitadas en
muchos lugares entre partidarios de la integración monárquica y defensores de
la independencia revelan una aguda oposición social entre los más favorecidos
económicamente y las clases más pobres y cada vez más alejadas de la
participación política. A nivel de instituciones locales, la asamblea primaria,
una herencia de la etapa democrática, fue sustituida por un consejo de
representantes (synedrion), que actuaba a través de unos
magistrados, entre quienes destacaban el que cuidaba del suministro de
grano (agoranomos) y el que se ocupaba de la educación (gimnasiarcos). En
muchas ocasiones llegaron a estallar disputas sociales, bien por motivaciones
políticas o económicas, e incluso, paradójicamente, en estados reacios de
siempre a formas unipersonales de gobierno, tal es el caso de Esparta; se
buscaron nuevas fórmulas de equilibrio interno a través de regímenes tiránicos.
Una medida política muy usada por los reyes macedonios fue el sinecismo o fusión de varias comunidades.
Casi todos los países del norte de Grecia estaban organizados según formas
tradicionales de comuna cantonal en torno a un centro religioso. Además, el
auge de las grandes monarquías motivó, por contraposición, la extensión del
principio federal que alumbró varias ligas. La Liga Etolia nació a partir de
una serie de distritos rurales alrededor del templo de Apolo en Termo,
correspondiendo el poder a la asamblea que englobaba a todo etolio libre,
siendo el brazo ejecutor un general elegido anualmente. Pero en el seno de la
Liga cada localidad tenía autonomía y ciudadanía propias. Por su parte, la Liga
Aquea la formaron inicialmente doce ciudades, que mantenían sus instituciones
internas, pero reconocían ciertos dispositivos generales: decisiones en
política exterior, ejército, impuestos, etc.
Sin embargo, por encima de todo este abigarrado mosaico político, las
ciudades del mundo helenístico se afanaron por acercarse entre sí. Eran
frecuentes las concesiones honoríficas de la ciudadanía, y para activar las
relaciones comerciales se otorgaron exenciones de los derechos de importación y
exportación. Por encima de los numerosos conflictos hubo una verdadera obsesión
por la paz, multiplicándose todo tipo de iniciativas en pro de la estabilidad
general: arbitrajes, neutralidad para ciertas ciudades y templos, embajadas,
etc. Incluso algunos factores culturales abrieron decisivamente ciudades y
Estados a un horizonte de convivencia y entendimiento. Así, se usó con
profusión el dialecto ático, transformado en lenguaje común. En el orden
jurídico se regularizaron los decretos dentro de esquemas homogéneos y se
enviaron comisiones para decidir en pleitos de otras localidades en un latente
deseo de imparcialidad.
Por lo que respecta a las ciudades monárquicas, surgidas de los
conflictos ya expuestos, conviene hacer ciertas matizaciones. A diferencia de
los regímenes absolutos de Seleúcidas y Ptolomeos, Macedonia es una monarquía
de carácter nacional, siendo los soberanos Antigónidas elegidos
constitucionalmente por el ejército según la tradición. Pero las demás
monarquías helenísticas tienen un carácter personal muy acusado. El reparto del
imperio de Alejandro no se hizo según consideraciones étnicas o geográficas, y
para gobernar en Asia o Egipto, pueblos acostumbrados a la ideología
monárquica, hubo que recurrir a la divinización del soberano, fomentada desde
la adoración oficial de Alejandro instituida en el país del Nilo por Ptolomeo
1. Esta concepción del poder, favorecida por las clases más cultas y ricas,
debió ir paralela al escepticismo religioso general, que provocó la crisis de
los dioses olímpicos. Los epítetos dados a los monarcas egipcios (Soter: Salvador; Evergetes: Benefactor)
expresan claramente qué se esperaba de ellos, el servicio a los súbditos, la
filantropía. Es esta actitud pragmática ante el poder la que inspiró cierta
canción popular en la que los atenienses solicitaban el auxilio de Demetrio de
Macedonia contra Etolia: Los otros dioses o no
están o están lejos, ya sea porque no oyen o no
prestan atención; pero tú estás aquí y podemos verte no en piedra o madera,
sino de verdad.
Sin embargo, el gobierno de los Seleúcidas no se distinguió precisamente
por su liberalidad, y menos aún el de los Ptolomeos. Los primeros conservaron
el uso de las lenguas locales en ciertos actos administrativos, la diversidad
de leyes, el régimen independiente de muchos templos y la estructura en
satrapías. Pero impusieron una forzada uniformidad a través de ·Ia
administración civil y militar. Respecto a Egipto, ya Ptolomeo I reclamó la
propiedad de todo el suelo egipcio, tanto los dominios reales como los feudales
y religiosos, introduciendo un rígido control interno que
sometió a los autóctonos al arbitrio del grupo dominante grecomacedonio.
Uno de los fenómenos sociales más decisivos que provocó la apertura del
horizonte geográfico durante el Helenismo fue la movilidad de la población
griega. Las ingentes posibilidades previstas en Oriente y Egipto, así como la
inestabilidad económica de la propia Grecia, indujeron a hombres de diferentes
nacionalidades, profesiones y categoría social a desplazarse a lugares
distintos a los de su origen. El «extranjero» llegó a ser un tipo social
característico en un mundo en el que se derrumbaban los particularismos y lo
aceptaba por intereses materiales, sentido de la hospitalidad o mero espíritu
filantrópico. Raramente prejuicios raciales, políticos o religiosos frenaron o
limitaron tales emigraciones. Comerciantes o mercenarios fueron siempre bien
acogidos por los servicios que podían prestar, e incluso los actores, poetas,
médicos, profesores, etc., fueron objeto de ciertas distinciones. Otros se
desplazaron como colonos para explotar grandes extensiones del reino seleúcida,
en el que la actividad colonizadora ocasionó un amplio desmembramiento de la
tierra real y los dominios de los templos, muchos de cuyos lotes fueron
asignados a las ciudades de nuevo cuño. A ciertos grupos, por ejemplo, los
comerciantes, se les otorgaron facilidades y privilegios de carácter jurídico o
fiscal, tal como se ve a través de las inscripciones procedentes de Delos.
Evolución social de los reinos helenísticos
Buena parte de la población desplazada procedía de Grecia continental,
donde la crisis económica y la competencia del trabajo servil repercutieron
desfavorablemente sobre el pequeño campesinado y los artesanos. Salvo la clase
próspera de banqueros o propietarios de esclavos, bien atestiguados por las
fuentes epigráficas o literarias, la emigración afectó a los sectores sociales
más productivos. Si bíen algunas ciudades tomaron medidas que compensasen tales
pérdidas (admisión de extranjeros como ciudadanos), la despoblación se hizo
sentir en el país. Las adversas perspectivas económicas originaron frecuentes
agitaciones, cuyas principales reivindicaciones apuntaban a la abolición de
deudas y reparto de tierras, recurriéndose ocasionalmente a la movilización de
esclavos. La crisis social fue especialmente aguda en Esparta, donde la
despoblación, a mediados del siglo III a.C., llegó a
limitar a 700 el cupo de ciudadanos de pleno derecho.
En Egipto, el elemento grecomacedonio y la población autóctona
fueron los grupos sociales principales, aunque se constata la presencia de
persas, fenicios, sirios, judíos, etcétera. Los egipcios formaban la gran masa
campesina que explotaba el suelo para la aristocracia dominante y la dinastía
Lágida. En general,
este fondo étnico indígena se mantuvo refractario a la helenización, y proclive
a rehuir por la huelga o la fuga las obligaciones sufridas. Por su parte, a los
griegos los unía su fidelidad a una realeza que les aseguraba su fortuna y
preeminencia. Los primeros Ptolomeos suscitaron una fuerte inmigración griega
para asegurar la ocupación militar y la administración del país, acogida en
buena parte por los centros de Naucratis, Alejandría y Ptolemais, dándose a los
colonos tierras para explotar. Esta población advenediza conservó su cohesión
interna, bien potenciando su herencia cultural, como lo señalan los libros,
ejercicios escolares y fragmentos de autores clásicos allí aparecidos, o
creando asociaciones de tipo religioso o social en las que, no obstante,
acabaron integrándose muchos indígenas y a través de las cuales los cultos
nativos influyeron en los griegos de Egipto. También tuvieron su importancia en
el espectro social las comunidades judías, citadas en fuentes bíblicas y
papiros, que gozaban de plena libertad de expresión, religión y comercio,
sirviendo sus miembros como soldados, artistas y comerciantes. Se conoce de
modo especial el núcleo de Alejandría, que poseía órganos judiciales y
administrativos propios.
Respecto al Estado seleúcida, los griegos se organizaron en colonias y
comunidades con cierta autonomía, con el fin de evitar su absorción por la
mayoría de población indígena. Dentro del cuerpo político que conformaban, su
cohesión nacional se basó en el mantenimiento de una educación helénica, en el
fomento de su cultura original, como se muestra en los hallazgos de Doura-Europos, y en el reconocimiento oficial de sus leyes y usos jurídicos
propios. Como militares, administradores o comerciantes, estos griegos tuvieron
oportunidad de hacer fortuna. Pero, al asentarse esencialmente en los centros
urbanos, influyeron culturalmente poco sobre la población nativa, salvo las
aristocracias locales, llegándose incluso a dar un cierto antagonismo entre la
ciudad y los ámbitos rurales, donde se conservaron muchas pervivencias iranias.
Los cambios económicos
La evolución económica incide directamente sobre la problemática social
del mundo helenístico. El mercenariazgo y la emigración se plantean como
alternativas para una clase trabajadora sometida a un exceso demográfico, que
coexiste con un creciente porcentaje de extranjeros y libertos. Al no mantener
la industria griega el ritmo de crecimiento del comercio, y no poder competir
el pequeño comerciante con grandes factorías como las de Alejandría y Pérgamo,
sostenidas por la más barata y abundante mano de obra esclava, los
talleres fueron pocos y pequeños, afectando esta regresión a muchas familias.
Igualmente, la devaluación monetaria del siglo 111, paralela a un alza de
precios en los productos de consumo general (trigo, aceite, vino), repercutió
sobre dichos trabajadores libres, sustituidos frecuentemente por los serviles,
y cuyos bajos salarios les impulsaban a levantamientos y revoluciones.
La forma más extendida de producción industrial concentró el artesanado
especializado en pocas y grandes factorias, juntamente con aprendices y
esclavos. Las industrias de este tipo tenían ciertas limitaciones, unas
impuestas por la misma producción local, otras por la baja capacidad
adquisitiva de los clientes. No nos han llegado muchos restos de instalaciones
industriales, pero por lo poco que podemos colegir se trata de talleres
dedicados a la elaboración de bienes sencillos y asequibles para cubrir las
exigencias de las clases trabajadoras. Así, la cerámica fue eminentemente
popular (vasijas negras áticas, piezas pergamenas o samias). La industria del
vidrio se expandió por Egípto y Fenicia, mientras que la textil se benefició de
ciertas novedades técnicas (prensa de tejidos, colorantes químicos).
Por su parte, la metalurgia sufrió las alternativas del laboreo de las
minas. Los datos que tenemos referentes a tributaciones nos hablan de
explotaciones mineras fuertes. El oro se fue agotando, trabajándose más el
hierro, cobre y plata, esta última muy solicitada para amonedación y artículos
de lujo. El cobre fue monopolio ptolemaico, mientras que en Tracia se
explotaron los yacimientos de oro y plata del Mte. Pangeo. En las minas se
utilizaban esclavos en condiciones muy duras, si bien se introdujeron ciertas mejoras técnicas (rueda hidráulica, bomba de
Arquímedes). El hierro servía para producir armas, pero en este caso, como en
la construcción naval o fabricación de máquinas bélicas, se trataba de
industrias muy costosas que exigían un personal especializado.
En cuanto a la agricultura se roturaron tierras baldías, como las
desecaciones hechas en el lago Copais (Beocia) o en la región tesalia de
Larisa. En Egipto se mejoraron las técnicas de irrigación y se aprovecharon
extensiones pantanosas. Las obras se hicieron con trabajadores libres, bien
contratistas pagados por el Gobierno o terratenientes que empleaban a
asalariados. De la aplicación del hierro para los instrumentos agrícolas nos
hablan los documentos del fundo de Apolonio en Filadelfia. Tareas similares de
aprovechamiento del suelo las emprendió ya en Babilonia Alejandro, y hay noticias
de restauración de canales en los territorios de algunas colonias seleúcidas.
La actividad agrícola se enriqueció en general con la introducción y
aclimatación de nuevas especies vegetales, ocurriendo lo mismo con la
ganadería. Las cifras de producción no son muchas ni directas. Podemos inferir
algunos datos de Polibio para Macedonia, como los 10.000 modios de trigo que
los aqueos entregaron a Filipo V en el 219, pero Grecia fue
deficitaria en grano. El trigo, por el contrario, fue producto primario en
Egipto, donde se cobraban muchos impuestos en especie. No obstante, el
verdadero monopolio real fue el aceite, decidiéndose oficialmente las
extensiones a plantar y cobrándose derechos de importación para limitar la
competencia. También fue monopolio ptolemaico el papiro, pero no ocurrió lo
mismo con las manufacturas textiles.
La economía helenística buscó ávidamente nuevos recursos
que explotar. La necesidad de madera para la construcción naval (desarrollada
por el aumento del tráfico comercial y las flotas militares), la fabricación de
maquinaria bélica o como combustible exigió la tala de muchos bosques, extensos
en Asia Menor y Siria, aunque algunas zonas de Grecia sufrieron una grave
deforestación. También el auge de las construcciones impulsó el trabajo de las
canteras por la gran demanda de piedra y mármol. La pesca fue producto muy
consumido, especialmente entre las clases humildes. De su gran aceptación nos
hablan las frecuentes citas literarias, los temas decorativos marinos (en
platos, mosaicos, etc.), y la multiplicación de pesquerías, cuyas actividades
requerían una cuidada planificación y grandes capitales. Los papiros de
Tebtunis (Egipto) aluden a la organización de las capturas en El Fayum.
El comercio fue la actividad económica más impulsada en el ámbito
helenístico. Algunos factores coadyuvantes contribuyeron decisivamente a ello.
Las exploraciones abrieron nuevas vías de comunicación, los Seleúcidas se
relacionaron con la India y Extremo Oriente y
el tráfico de especias tuvo sus centros principales en Alejandría y Rodas.
Además, hubo entre los diversos Estados acuerdos convencionales para regular
las disputas contractuales. Las acuñaciones internacionales de Alejandro
contribuyeron a impulsar la circulación monetaria y los intercambios mercantiles.
La amonedación fue con los Seleúcidas prerrogativa real, si bien hubo
exenciones para ciertas ciudades sirias. Los Ptolomeos emitieron en plata,
aunque se usó más el cobre. Al convertirse la moneda en eficaz medio de
propaganda algunos Estados le dieron calidad artística, y al estimarse como
signo de independencia política, muchas comunidades se hicieron reconocer el
derecho a acuñar. Se difundieron dos patrones: el ático, en Atenas, Macedonia y
posesiones seleúcidas. y el fenicio, en Egipto, Rodas, Siracusa, etc.
Las inquietudes
filosóficas y religiosas
El progreso de la banca
fue consecuencia lógica de lo anterior. Hubo bancos privados que cambiaban,
hacían depósitos o prestaban, y bancos estatales para operaciones de más
envergadura. Se conoció la letra de crédito, lo cual agilizó las tareas
comerciales. Un gran centro mercantil y financiero fue la isla de Delos, donde
los traficantes italianos estuvieron desde mediados del siglo II a.C. Allí era muy importante la venta de esclavos. Otros productos
activamente exportados en el mundo helenístico fueron el grano egipcio, papiro,
textiles, vinos, objetos' de arte, etc.
Si algo aportó la gran
empresa de Alejandro al plano de las relaciones humanas fue el surgimiento de
la conciencia del hombre como individuo y una tendencia igualitaria por encima
de razas, religiones y costumbres. La filosofía estoica sabría captar
pronto este concepto, favoreciendo la idea de un cosmopolitismo que debía
superar las barreras ancestrales del mundo griego e impulsar un sentimiento
humanitario general. La época fue por ello tan rica en guerras como en intentos
de arbitraje, en violaciones territoriales como en declaraciones de inmunidad,
en represalias como en tratados.
En cierto modo, las
corrientes filosóficas fueron acordes con el nuevo mundo abierto por Alejandro,
que había impreso en el hombre de la época la creencia de que ya no pertenecia
sólo a su ciudad, de que sus horizontes vitales superaban los estrechos
esquemas de antaño, de que perentoriamente necesitaba guías que encauzaran sus
nuevas inquietudes. Las escuelas de Epicuro y Zenón pretendieron dar una
orientación, concentrando su atención fundamentalmente en aspectos éticos, y
tratando de construir una estructura de valores sobre principios científicos
que librara a los hombres del temor a los dioses y de la superstición. Dentro
del torbellino de corrientes y movimientos del momento, el objetivo fue la
búsqueda de la felicidad humana, cifrándola en el placer, la ausencia de dolor
o la liberación de las pasiones. Por su parte, los estoicos fueron quienes
llevaron más lejos la noción de una fraternidad universal y un estado mundial,
en lo que concordaban con algunos de los políticos más ambiciosos de la época.
Mantuvieron la noción de igualdad humana, aunque desde una perspectiva muy
teórica, luchando por conseguir la felicidad con el ejercicio de la virtud.
El florecimiento de las
escuelas filosóficas significó para el hombre culto la quiebra de la religión
olímpica, cuyos dioses habían encajado mejor en el marco estricto de la
ciudad-Estado, al mismo tiempo que las corrientes individualistas habían
alejado al hombre común de idénticas creencias. El Oriente, doblegado en el
terreno político, acabó sometiendo al mundo griego al influjo de nuevas
creencias y divinidades, que entraron a través de numerosas asociaciones privadas,
del mismo modo que entre las deidades propiamente helénicas fue Dionisos la más
aceptada por la popularidad de sus ritos.
Dos factores religiosos
dominantes fueron la búsqueda de un dios único, idea propugnada por las
filosofías, que encontró eco entre las gentes más cultas, y la propagación de
un sincretismo que aunara las diversas manifestaciones de una sola divinidad,
lo cual fomentaron los estoicos. La atracción por los cultos orientales fue
otra de las constantes religiosas, especialmente los procedentes de Siria
(Atargatis, Zeus Keraunios) y Egipto (Isis, Serapis). Por otro lado, las
corrientes deterministas recibieron un gran influjo de la astrología babilonia,
al mismo tiempo que suscitaron la correlativa respuesta en el desarrollo de las
prácticas mágicas, supersticiones y cultos mistéricos.
El Helenismo significó en
el campo de la cultura la difusión de muchos conocimientos y aportaciones
literarias, gracias a una serie de factores coadyuvantes. Al aumentar la
producción de papiro y pergamino, y al emplearse en las tareas de edición
esclavos instruidos, la publicación de libros creció notablemente,
contribuyendo también a este proceso el desarrollo de las comunicaciones, la
difusión de una civilización y lengua comunes, y la fundación por algunos reyes
de grandes bibliotecas (idea llegada desde Asiria y Babilonia), destacando las
de Antioquía, Pérgamo y muy especialmente Alejandría.
Las orientaciones de la
literatura y el arte
Para satisfacer las
exigencias de un público culto y limitado, y otro
más denso con instrucción suficiente para ser el objetivo de toda una
literatura popular, los escritores pulularon por doquier. Se han podido conocer
más de mil autores, si bien la mayoría son simples nombres. Entre los poetas
destacó Antímaco de Colofón, cultivador del género amatorio, sin olvidar a
Alejandría como centro especial donde se ensayaron el idilio, asociado al
hombre de Teócrito, la poesía instructiva o el epigrama. Para atender la
demanda de los numerosos festivales se continuaron escribiendo tragedias,
inspirándose Licofrón en temas contemporáneos, y comedias de costumbres, donde
florecieron las obras de Menandro, que tanta influencia tuvo sobre el teatro
latino.
La antigua oratoria
política acabó decayendo ante el empuje de la retórica, mientras que en la
prosa la Historia pasó al primer plano. Ptolomeo I, al escribir 'sobre
Alejandro basándose en su experiencia directa y documentos oficiales, marcó la
pauta del hombre de acción que relata lo que ha vivido, como luego haría César.
En el siglo II la figura culminante fue Polibio, el primero en
concebir la Historia dentro de un contexto universal. Por otra parte, a inicios
del siglo III, dos sacerdotes, Beroso de Babilonia y Manetón de Egipto,
sistematizaron la historia de sus respectivos países para ponerla al alcance de
los griegos.
Asimismo, había todo un
público que saciaba sus ansias de lectura con obras amenas y fáciles de leer.
Los conocimientos geográficos facilitaron la publicación de «cuentos de viaje»,
y la evocación del pasado se plasmó a veces en diálogos imaginarios entre
personajes históricos. Pero también se recurrió a obras cortas y mediocres en
las que cabía de todo, desde la fantasía o las guerras del ayer hasta los
chismes más atractivos, no teniendo los autores el más mínimo recelo en
copiarse unos a otros.
Dentro ya del terreno
artístico, la arquitectura helenística estuvo estrechamente ligada a los
progresos de la ingeniería. Por ejemplo, el desarrollo de las máquinas de sitio obligó a mejorar la
técnica de construcción de murallas, la aparición de grandes urbes (Antioquía,
Mileto o Alejandría) estimuló las obras públicas, como los baños, el trazado
regular de las calles o el abastecimiento de agua. Las nuevas preocupaciones
por la higiene se ven claramente en la Ley de Salud Pública de Pérgamo.
Otras aportaciones
técnicas fueron el arco, la bóveda y la cúpula. Se usó preferentemente el orden
corintio en los muchos templos construidos. En otros apartados, como la
escultura y en el arte en general, el Helenismo no conoció limitaciones,
ensayándose nuevas vías de expresión y predominando por encima de
todo realismo e individualismo
El progreso de los
conocimientos científicos
Aunque Ias conquistas de
Alejandro proporcionaron a los estudiosos griegos que le acompañaban una gran
cantidad de materiales con los que ampliar muchas ramas del conocimiento, la
principal consecuencia de aquéllas en el terreno científico fue poner en relación
a la Hélade con toda la tradición cultural egipcia y babilonia. En el campo de
la Astronomía las anteriores aportaciones de los sabios caldeos habían sido
notables y fueron aprovechadas en parte. Heráclides descubrió que la Tierra
giraba sobre su eje, Aristarco estableció que el Sol es mayor en masa que
nuestro planeta, e Hiparco sentó las bases del sistema geocéntrico. En relación
con los progresos astronómicos estuvieron los avances de las Matemáticas,
sobresaliendo Euclides por sus conocimientos geométricos y Arquímedes,
descubridor de ciertos principios de la Hidrostática y la Mecánica, a algunas
de cuyas ideas dio una aplicación práctica. También la Geografía se benefició
de las nuevas exploraciones, estudiando Eratóstenes las mareas y ocupándose Posidonio
de diversos fenómenos meteorológicos y volcánicos.
Por lo que respecta a la
Medicina, donde ya los conocimientos egipcios eran notables, Herófilo descubrió los nervios y su relación con el cerebro y la médula
espinal, mientras que Filino sostuvo que las enfermedades eran curables sin
conocimientos fisiológicos, y Asclepiades aplicó tratamientos naturales a base
de dietas, masajes y baños. No obstante, la Medicina científica actuó paralela
a las curaciones efectuadas en los templos de Asclepios y Serapis, donde tenía
un destacado papel la sugestión del paciente. Finalmente, en el campo de las
Ciencias Naturales, lo más relevante fue el conocimiento y experimentación de
nuevas especies zoológicas y botánicas, sin olvidar la notable sistematización de
las plantas que hizo Teofrasto.
BIBLIOGRAFÍA
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politique du monde hellénistique, 2 vols., Nancy, 1967.
A. Tovar, M. Fernández
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del mundo helenistico, Madrid, 1961.
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social y económica del mundo helenistico, Madrid, 1967.
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Varios, Estudios
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C. B. Welles, Alexander
and the Hellenistic World, Amsterdam, 1970.
https://www.vallenajerilla.com/berceo/dealexandro/transformacionesdelmundohelenistico.htm
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