Saturnino Herrán, 1887-1918
Saturnino Herrán, nació el 9 de julio
de 1887 en Aguascalientes. Fue pintor, dibujante, profesor, precursor de la
ilustración, el diseño editorial y del muralismo mexicano.
En 1895, tomó clases en el colegio de
San Francisco Javier en su natal Aguascalientes, en donde uno de sus
maestros se dio cuenta de la habilidad que poseía para el dibujo. En 1901, al
cursar la preparatoria conoció a quienes serían parte de los grandes
intelectuales del México de principios de siglo; Alberto Pani, Pedro de Alba,
Enrique Fernández Ledesma y su gran amigo Ramón López Velarde.
Al morir su padre en 1903 y meses más
tarde, Saturnino Herrán y su madre se mudaron a la Ciudad de México. En la
capital, trabajó en los Almacenes de Telégrafos Generales por el día y comenzó
a asistir a clases en la Antigua Academia de San Carlos por la noche, donde muy
pronto destacó y consiguió una ayuda otorgada por la Academia, permitiendo así
dedicarse de tiempo completo a sus estudios de pintura.
Entre los maestros de la época se
encontraban Germán Gedovius, quien introdujo a Herrán al campo de la pintura,
de Leandro Izaguirre aprendió sobre iconografía, la cual estaría muy presente
en sus obras y el catalán Antonio Fabrés lo instruyó en dibujo y lo influenció
con sus tendencias modernas. Pronto, Herrán se convirtió en profesor titular
dibujo, cátedra que impartió durante toda su vida. La calidad que poseía le
valió una beca para estudiar en Europa, la cual rechazó por motivos personales,
sin embargo leyó y se informó sobre los cambios del arte de su tiempo
consultando revistas estadounidenses y europeas, de ahí que su obra posea
similitudes con el pintor británico Frank Brangwyn y los españoles Joaquín
Sorolla e Ignacio Zuloaga.
Al regreso de Gerardo Murillo (Dr. Atl)
de Europa, compartió sus vivencias y contó a los estudiantes de San Carlos
sobre las obras maestras que vio, sobre todo las de Leonardo Da Vinci y Miguel
Ángel, les habló apasionadamente de los inmensos murales renacentistas y los
frescos de la Capilla Sixtina, reforzó las ideas que ya tenía Antonio Fabrés
sobre un arte propio pero que además debía tener un carácter nacional y
monumental. Saturnino y sus contemporáneos asimilaron la visión de Murillo y en
el año de 1906, Jorge Enciso, Joaquín Clausell, Diego Rivera y el mismo Herrán,
participaron en una exposición organizada por la revista Savia Moderna, donde
se evidenció cierto nacionalismo y el interés por las raíces prehispánicas.
En 1907, Saturnino colaboró como
dibujante en la Inspección de Monumentos Arqueológicos con el arqueólogo
Leopoldo Batres en Teotihuacán. Su trabajo consistió en registrar con sus
dibujos la obra mural que se iba descubriendo, siendo una experiencia
fundamental para sus reflexiones sobre la cultura prehispánica y su
entendimiento del mundo mesoamericano. A partir de 1912, la obra de Herrán
comenzó a ser más prolífica y ya no hay dudas de la incorporación de los
ideales modernistas a su estética propia. Aunado a su vasta producción
pictórica y de dibujante, Saturnino se dedicó a ilustrar portadas de libros y
revistas.
Alfredo Ramos Martínez, en ése
tiempo director de la Antigua Academia de San Carlos, convocó a un concurso a
profesores y alumnos para que presentaran un proyecto para el friso que
decoraría el Teatro Nacional. Herrán dibujó en un pequeño cartón, una ofrenda
de indígenas hacia un dios azteca. De ése cartón surgiría Nuestros
dioses, tríptico que quedaría inconcluso debido a la temprana
muerte de Herrán ocurrida el 8 de octubre de 1918 a la edad de 31 años.
Obras del artista
Joven con calabaza, 1917
Lápices de color / papel
57 x 39 cm
SHe004
La joven
de la calabaza, es un claro ejemplo de los maravillosos retratos que Saturnino
Herrán realizó a lo largo de su corta carrera. En él destaca la dulzura de la
muchacha indígena, con una mirada pasiva que ve hacia la nada, nos muestra un
personaje relajado y lleno de vida.
Este
retrato muestra varios elementos que nos muestra la insipiente necesidad de la
época de plasmar lo propio, en la búsqueda de una identidad nacional. Al centro
esta mujer indígena en la flor de la vida, detrás de ella, un nopal, símbolo de
la mexicanidad desde siempre, debido a la leyenda de la fundación de
tenoxtitlan de construir la ciudad en donde encontraran un águila devorando a
una serpiente sobre un nopal. La calabaza como fruto de origen nacional y
símbolo de la riqueza de la tierra.
Cada
detalle del cuadro está construido a base de trazos que siguen los volúmenes
que representan, dándole tridimensionalidad, además de una anatomía muy bien
lograda que dota a esta pieza de gran maestría técnica.
Nuestros dioses antiguos, 1916
Oleo / tela
101 x 112 cm
SHe008
Cuatro años antes de su muerte en 1914, se le comisionó
un gran mural que decoraría el Palacio de Bellas Artes, este encargo constaba
de tres grandes paneles, de ellos, solo pudo terminar uno antes de su muerte.
Sin embargo, realizó diversos estudios y proyectos para dicho trabajo, Nuestros
dioses antiguos de 1916, es uno de ellos. Para estas escenas Herrán utilizó
como modelo a un indígena xochicalca de nombre Saturnino, que en ocasiones
posaba para sus clases de dibujo y que en especial utilizó para sus proyectos y
el friso de “Nuestros Dioses”.
Esta obra muestra a un Herrán al final de su vida más maduro y sobrio, donde la
paleta de color es menos brillante y más en colores tierra. Se nota su destreza
en el dibujo fluido y en sus figuras plasma una sensualidad muy característica
de su pintura. Las dos figuras principales tienen una postura serpenteante que
le da suavidad a la escena y a los personajes, dotándolos de fluidez.
Francisco Díaz de León, quien fue discípulo de este gran pintor, manifestó que
Saturnino Herrán fue el primer brote nacionalista, y esta obra lo confirma. Es
importante destacar que él escogió como motivo central y fundamental homenajear
a la cultura prehispánica, la estética física de sus pobladores dándoles así su
lugar. En esta obra Herrán deja de representar al indígena en un ambiente común
o costumbrista para dotarlo de una idealización propias de un dios, de ahí
también desprendiéndose el título de la obra para crear un indígena lleno de
erotismo y heroísmo, enalteciéndolo como bellos guerreros llenos de riqueza
cultural dignos de un altar de culto.
La cosecha, 1909
Oleo / tela
72 x 100 cm
SHe002
La cosecha es una obra que pertenece a la época temprana
de su madurez artística. En ella, podemos observar su interés por la luz, con
pinceladas largas y anchas construye cada una de las figuras, insertando de
forma magistral toques de luz.
Se trata de una escena costumbrista, es decir, es una escena de la vida
cotidiana, en la que los personajes son gente del pueblo. Saturnino Herrán es
uno de los primeros en revindicar al campesino y al indígena, en esta obra
muestra en el primer plano un núcleo familiar unido y fuerte y al fondo un
grupo de hombres trabajadores, con esto haciendo alusión a los roles familiares
de su época.
Herrán se destacó por ser excelente dibujante y el claro- oscuro era esencial
para un buen dibujo en la estética del momento. En esta pintura vemos como él
traduce este concepto a colores, al igual de como varios artistas europeos estaban
al mismo tiempo experimentando con la fluidez de pincelada y vibración del
color, como Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla. En 1910 se hace una
exposición con motivo del centenario de la independencia, donde obras de estos
artistas europeos fueron exhibidas en México, entre muchos otros, sin embargo
este cuadro es de un año antes, por lo que podemos ver que él iba a la par de
las vanguardias del momento, fue un artista que en esta época buscó el alejarse
del naturalismo y en cambio se abocó a la construcción de la forma y de la luz.
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