jueves, 3 de agosto de 2023

 

Saturnino Herrán, 1887-1918


Saturnino Herrán, nació el 9 de julio de 1887 en Aguascalientes. Fue pintor, dibujante, profesor, precursor de la ilustración, el diseño editorial y del muralismo mexicano.

En 1895, tomó clases en el colegio de San Francisco Javier en su natal Aguascalientes, en  donde uno de sus maestros se dio cuenta de la habilidad que poseía para el dibujo. En 1901, al cursar la preparatoria conoció a quienes serían parte de los grandes intelectuales del México de principios de siglo; Alberto Pani, Pedro de Alba, Enrique Fernández Ledesma y su gran amigo Ramón López Velarde.

Al morir su padre en 1903 y meses más tarde, Saturnino Herrán y su madre se mudaron a la Ciudad de México. En la capital, trabajó en los Almacenes de Telégrafos Generales por el día y comenzó a asistir a clases en la Antigua Academia de San Carlos por la noche, donde muy pronto destacó y consiguió una ayuda otorgada por la Academia, permitiendo así dedicarse de tiempo completo a sus estudios de pintura.

Entre los maestros de la época se encontraban Germán Gedovius, quien introdujo a Herrán al campo de la pintura, de Leandro Izaguirre aprendió sobre iconografía, la cual estaría muy presente en sus obras y el catalán Antonio Fabrés lo instruyó en dibujo y lo influenció con sus tendencias modernas. Pronto, Herrán se convirtió en profesor titular dibujo, cátedra que impartió durante toda su vida. La calidad que poseía le valió una beca para estudiar en Europa, la cual rechazó por motivos personales, sin embargo leyó y se informó sobre los cambios del arte de su tiempo consultando revistas estadounidenses y europeas, de ahí que su obra posea similitudes con el pintor británico Frank Brangwyn y los españoles Joaquín Sorolla e Ignacio Zuloaga.

Al regreso de Gerardo Murillo (Dr. Atl) de Europa, compartió sus vivencias y contó a los estudiantes de San Carlos sobre las obras maestras que vio, sobre todo las de Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel, les habló apasionadamente de los inmensos murales renacentistas y los frescos de la Capilla Sixtina, reforzó las ideas que ya tenía Antonio Fabrés sobre un arte propio pero que además debía tener un carácter nacional y monumental. Saturnino y sus contemporáneos asimilaron la visión de Murillo y en el año de 1906, Jorge Enciso, Joaquín Clausell, Diego Rivera y el mismo Herrán, participaron en una exposición organizada por la revista Savia Moderna, donde se evidenció cierto nacionalismo y el interés por las raíces prehispánicas.

 En 1907, Saturnino colaboró como dibujante en la Inspección de Monumentos Arqueológicos con el arqueólogo Leopoldo Batres en Teotihuacán. Su trabajo consistió en registrar con sus dibujos la obra mural que se iba descubriendo, siendo una experiencia fundamental para sus reflexiones sobre la cultura prehispánica y su entendimiento del mundo mesoamericano. A partir de 1912, la obra de Herrán comenzó a ser más prolífica y ya no hay dudas de la incorporación de los ideales modernistas a su estética propia. Aunado a su vasta producción pictórica y de dibujante, Saturnino se dedicó a ilustrar portadas de libros y revistas.

 Alfredo Ramos Martínez, en ése tiempo director de la Antigua Academia de San Carlos, convocó a un concurso a profesores y alumnos para que presentaran un proyecto para el friso que decoraría el Teatro Nacional. Herrán dibujó en un pequeño cartón, una ofrenda de indígenas hacia un dios azteca. De ése cartón surgiría Nuestros dioses, tríptico que quedaría inconcluso debido a la temprana muerte de Herrán ocurrida el 8 de octubre de 1918 a la edad de 31 años.

Obras del artista

Joven con calabaza, 1917

Lápices de color / papel
57 x 39 cm
SHe004

La joven de la calabaza, es un claro ejemplo de los maravillosos retratos que Saturnino Herrán realizó a lo largo de su corta carrera. En él destaca la dulzura de la muchacha indígena, con una mirada pasiva que ve hacia la nada, nos muestra un personaje relajado y lleno de vida.

Este retrato muestra varios elementos que nos muestra la insipiente necesidad de la época de plasmar lo propio, en la búsqueda de una identidad nacional. Al centro esta mujer indígena en la flor de la vida, detrás de ella, un nopal, símbolo de la mexicanidad desde siempre, debido a la leyenda de la fundación de tenoxtitlan de construir la ciudad en donde encontraran un águila devorando a una serpiente sobre un nopal. La calabaza como fruto de origen nacional y símbolo de la riqueza de la tierra.

Cada detalle del cuadro está construido a base de trazos que siguen los volúmenes que representan, dándole tridimensionalidad, además de una anatomía muy bien lograda que dota a esta pieza de gran maestría técnica.

 

Nuestros dioses antiguos, 1916

Oleo / tela
101 x 112 cm
SHe008

Cuatro años antes de su muerte en 1914, se le comisionó un gran mural que decoraría el Palacio de Bellas Artes, este encargo constaba de tres grandes paneles, de ellos, solo pudo terminar uno antes de su muerte. Sin embargo, realizó diversos estudios y proyectos para dicho trabajo, Nuestros dioses antiguos de 1916, es uno de ellos. Para estas escenas Herrán utilizó como modelo a un indígena xochicalca de nombre Saturnino, que en ocasiones posaba para sus clases de dibujo y que en especial utilizó para sus proyectos y el friso de “Nuestros Dioses”.


Esta obra muestra a un Herrán al final de su vida más maduro y sobrio, donde la paleta de color es menos brillante y más en colores tierra. Se nota su destreza en el dibujo fluido y en sus figuras plasma una sensualidad muy característica de su pintura. Las dos figuras principales tienen una postura serpenteante que le da suavidad a la escena y a los personajes, dotándolos de fluidez.
Francisco Díaz de León, quien fue discípulo de este gran pintor, manifestó que Saturnino Herrán fue el primer brote nacionalista, y esta obra lo confirma. Es importante destacar que él escogió como motivo central y fundamental homenajear a la cultura prehispánica, la estética física de sus pobladores dándoles así su lugar. En esta obra Herrán deja de representar al indígena en un ambiente común o costumbrista para dotarlo de una idealización propias de un dios, de ahí también desprendiéndose el título de la obra para crear un indígena lleno de erotismo y heroísmo, enalteciéndolo como bellos guerreros llenos de riqueza cultural dignos de un altar de culto.

La cosecha, 1909

Oleo / tela
72 x 100 cm
SHe002

La cosecha es una obra que pertenece a la época temprana de su madurez artística. En ella, podemos observar su interés por la luz, con pinceladas largas y anchas construye cada una de las figuras, insertando de forma magistral toques de luz.


Se trata de una escena costumbrista, es decir, es una escena de la vida cotidiana, en la que los personajes son gente del pueblo. Saturnino Herrán es uno de los primeros en revindicar al campesino y al indígena, en esta obra muestra en el primer plano un núcleo familiar unido y fuerte y al fondo un grupo de hombres trabajadores, con esto haciendo alusión a los roles familiares de su época.


Herrán se destacó por ser excelente dibujante y el claro- oscuro era esencial para un buen dibujo en la estética del momento. En esta pintura vemos como él traduce este concepto a colores, al igual de como varios artistas europeos estaban al mismo tiempo experimentando con la fluidez de pincelada y vibración del color, como Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla.  En 1910 se hace una exposición con motivo del centenario de la independencia, donde obras de estos artistas europeos fueron exhibidas en México, entre muchos otros, sin embargo este cuadro es de un año antes, por lo que podemos ver que él iba a la par de las vanguardias del momento, fue un artista que en esta época buscó el alejarse del naturalismo y en cambio se abocó a la construcción de la forma y de la luz.

https://museoblaisten.com/Artista/228/Saturnino-Herran








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