Brueghel, el Viejo: 450 años sin el gran
artista flamenco que humanizó la pintura
Su vida es casi un
misterio. Los historiadores del arte la continúan aún armando como un
rompecabezas infinito. Es que Pieter Brueghel el Viejo,
el principal pintor flamenco del siglo XVI, vivió en una época en
que los registros no eran prioridad o se perdieron en el tiempo. Por ejemplo,
nadie puede asegurar a ciencia cierta cuándo ni dónde nació, aunque sí cuándo
murió y hoy se cumplen 450 años.
Brueghel no fue
siempre El viejo, eso vino un poco después, ya que fue el padre de
dos grandes artistas como Pieter Brueghel el Joven o del
Infierno y de Jan Brueghel el Viejo, también
conocido como de Velours (de Terciopelo), aunque
ninguno fue su discípulo ya que lo vieron morir siendo niños aún y la obra de
sus dos vástagos es material para otro artículo.
Antes de ser El
viejo fue El campesino no por pertenecer a esta
clase social, sino porque a lo largo de su vida se infiltró de múltiples
celebraciones para capturar así la esencia de los pobladores para luego
llevarlas a sus pinturas.
Así lo escribió el
pintor, poeta e historiador del arte flamenco-neerlandés Karel van
Mander: "En compañía de Franckert, a Brueghel le gustaba visitar a los
campesinos, en las bodas o ferias. Los dos hombres se vestían como los
campesinos, e incluso como los demás invitados llevaban regalos, y se
comportaban como si pertenecieran a la familia o pertenecían al círculo de uno
u otro de los esposos. Le encantaba observar las costumbres de los campesinos,
sus modales en la mesa, bailes, juegos, formas de cortejo, y todas las
bufonadas que podían ofrecer, y que el pintor supo reproducir, con gran
sensibilidad y humor, con el color, tanto a la acuarela como al óleo, siendo
muy versado en las dos técnicas".
Brueghel,
llamemóslo el patriarca, es un artista esencial, ya que fue el
primero en Occidente al menos, en pintar los paisajes como escenario en vez de
ser solo el fondo de alegorías religiosas. En esta época de la humanidad
todavía no se había producido el giro copernicano y el arte solía tener al
hombre como el centro del universo y lo celestial (o lo infernal) había sido
constitutivo para predecesores flamencos como Hieronymus Bosch (El
Bosco) o Jan van Eyck, incluso para Pieter Coecke van
Aelst, el pintor, grabador, dibujante y editor que no solo fue su maestro,
sino también su suegro.
Brueghel "era
un hombre tranquilo, sabio y discreto, pero en compañía, era divertido y le
gustaba asustar a la gente o sus aprendices con historias de fantasmas y
cientos de otras diabluras", escribió van Mander y esa fascinación por las
historias se destaca, pro ejemplo, en Los proverbios holandeses.
Si bien Brueghel
copta parte de esta herencia en obras como El triunfo de la Muerte, Caída
de los ángeles rebeldes o Dull Gret, donde su
tema y estilo puede reconocerse a El Bosco, al autor de El jardín de
las Delicias suele considerárselo como el último gran artista de
la Edad Media, mientras que a Brueghel como el creador que abre el camino hacia
el descubrimiento del hombre y de su entorno, o sea, un hombre que
observaba al mundo por sobre lo fantástico o lo mitológico.
El ojo de Brueghel
entonces se centró en lo humano, en transpolar esas pequeñeces que hacen a lo
cotidiano, de la risa a la tristeza, los oficios necesarios para sobrevivir, el
miedo, el amor, la sorpresa.
Si bien es
denominado como el maestro del paisaje, Brueghel no fue un paisajista en la
definición actual, sino que fue sobre todo un documentalista. Un
hombre obsesionado por capturar el corazón de una época más allá del canón del
arte. Y un documentalista profundo, amplio y con una gran capacidad
narrativa.
En sus piezas
plenas de realismo pueden sucederse múltiples historias, revelando la
complejidad y la simultaneidad de la vida, como se aprecia en Juego
de niños, la serie de las Estaciones e
incluso en su Censo de Belén, este último un cuadro con
temática religiosa pero adaptado a su tiempo. Otro gran ejemplo es Los
cazadores en la nieve, donde expone la dureza que debían atravesar las
personas durante los inviernos de lo que la NASA denominó siglos después como
la Pequeña Edad de Hielo.
De su viaje por
Francia e Italia, entre 1551 y 1553, se destacan Combate naval en el
puerto de Nápoles, La caída de Ícaro y El
suicidio de Saúl, como también una serie de grabados que tuvieron una
buena repercusión en ventas en Europa. Luego vivió en Amberes y Bruselas, donde
se casó en 1563 con Mayken Coecke, hija de su antiguo maestro van Aelst.
En algunas de sus
obras, además, aportó una mirada relacionada a la moral del hombre, ya no solo
haciendo eje en lo narrativo, sino también en la moral, como La
parábola de los ciegos o El país de Jauja, en
los que indaga en la necedad de los hombres y lo efímero de los bienes
materiales, respectivamente.
A Brueghel
el Viejo también se le debe la estética espiralada de la Torre
de Babel, esa enorme construcción que la Biblia eternizó, que unía el cielo
con la tierra, a la que representó en tres cuadros, aunque solo se conservan
dos: La construcción de la torre de Babel y La
Pequeña torre de Babel. Ante de su impronta, solía pintársela como una
torre cuadrada, clásica construcción. Su aporte, en ese sentido, no es solo
estético, sino también un aporte semiológico sobre la construcción y la
circulación del signo, si se toma como válido el relato religioso del espacio
de las infinitas lenguas.
Asociado al
renacimiento y al manierismo por una cuestión más temporal que sustancial, la
obra de Pieter Brueghel el Viejo no puede ser
catalogada en una sola corriente estética. Su virtud no fue la de seguir
movimientos, sino observar, compartir, vivir y disfrutar en pos de hacer arte y
no que sus obras fueran solo un fin.
En un ensayo sobre
el artista, el escritor, crítico de arte y pintor británico John Berger sostiene:
"La incomoda verdad es que fue el artista menos indulgente que haya
existido. En un cuadro tras otro, Brueghel recopiló pruebas para un juicio, un
juicio que no creía, porque no tenía ninguna razón para ello, que llegaría a
celebrarse".
En ese sentido,
con el ejemplo del cuadro La Parábola de los ciegos -donde
un ciego lidera a otros- agrega: "La dificultad de Brueghel para
creer que el juicio llegaría a tener lugar era el resultado de no saber a quién
acusar…Tenía una conciencia nacida históricamente demasiado pronto para contar
con el conocimiento que podría justificarlo". Y finaliza realizando un
paralelismo con Bertolt Brecht, ya que a su entender ambas obras,
por diferentes razones, "querían que se entendiera que no resistir es ser indiferente,
que olvidar o no saber también significaba indiferencia, y que mostrarse
indiferente también es aprobar".
"Esto es lo
que hace que los cuadros de Brueghel parezcan totalmente relevantes al hablar
de las guerras modernas y de los campos de concentración, más relevantes que
casi cualquier otro cuadro de todos los que se hayan pintado desde
entonces" finaliza.
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