El caballo en la antigüedad: un símbolo de clase social.
De entre los
muchos animales que han acompañado al ser humano a lo largo de la Historia los
protagonistas que acuden a nuestra mente seguramente sean el perro, el buey y
el caballo. El perro es quizás el primer animal en ser domesticado cuyo fin no
es el alimentario o de materia prima. Cuando hablamos sobre planificación
urbana antigua mencionamos el yacimiento de Çayönü en el alto Tigris (VIII milenio
a.C.) como una de las fechas más tempranas para el perro. El buey (o el bovino
para mayor exactitud) adquiere su protagonismo con el paso de una sociedad
de cazadores-recolectores a la de agricultores-ganaderos que supone el Neolítico,
su uso como animal de carga y tiro así como los productos derivados como leche
o carne le convierten en un habitual en cualquier poblamiento. Sin
embargo, ninguno de entre los dos anteriores será tan indispensable para
el ser humano como el tercero en cuestión.
El caballo llegó a convertirse
en referente de clases sociales, dando nombre a varias de ellas, jugó un papel vital
en el ámbito militar hasta la Gran Guerra (y aun así su uso militar
pervivió durante un tiempo) y es el animal del que más nombres propios
conservamos: Bucéfalo, Rocinante, Babieca, Marengo, Genitor, Incitato, Lazlos… Por
todo ello, el caballo es el protagonista de este artículo, en el cual veremos
sus inicios y su importancia social durante la antigüedad hasta
la llegada de la Edad Media, momento en el que haremos un alto para continuar
en artículos posteriores.
Como consideración
previa debemos tener claro que no todo el mundo puede tener un caballo. En
nuestros días no es raro montar en caballo en alguna ocasión o incluso
alquilarlo para una marcha, pero la posesión de un caballo no es habitual y
mucho menos lo será cuanto más atrás en el tiempo miremos.
Esta posesión supone un coste económico que no se limita a la compra del
animal sino que requiere una manutención diaria consistente en una
necesidad considerable de alimento, un techo bajo el que cobijarlo,
cuidados básicos y veterinarios, así como su adiestramiento y el pago del
personal asociado que necesitemos (mozos de cuadra,
entrenadores, etc…).
Para hacernos una
idea rápida de todo esto, en la Edad Media un trabajador con suerte -un herrero
por ejemplo- necesitaría los ahorros de 50 años y pasar penurias para poder
comprar un caballo. Teniendo en cuenta que la esperanza de vida de la plebe
rondaba los 35/40 años nos hacemos a la idea de que quizás el hijo del herrero,
hacia la mitad de su vida, podría costear el caballo que quería su padre. Ahora
bien, ¿podría mantenerlo? la manutención de un equino era de todo menos barata
ya que necesita ingerir unos 10 kg de comida al día, a lo que hay que añadir
cuidado, entrenamiento y equipo. Nuestro hijo de herrero con suerte tendría que
prescindir de dar de comer a sus hijos para poder mantener alimentado y sano al
caballo que quería su padre. Con estos datos no es exagerado decir que al noble
de turno le dolía más perder uno solo de sus caballos que un puñado de siervos
agricultores que además eran más fáciles de reemplazar.
Partiendo de esta
idea no resulta complicado entender como el caballo se convirtió desde
muy temprano en un elemento de prestigio y un marcador social que determinaba
el estatus social de su propietario, dando lugar a clases
sociales cuya nomenclatura derivaba del equino. Tenemos los ejemplos más claros
en Atenas y Roma:
Ánfora ática de figuras negras
representando un hippei completamente armado.
Para el caso ateniense, en la llamada Constitución
de Solón (siglo VI a.C.) se establecen los requisitos que
necesita un ciudadano para pertenecer a una determinada clase social. Según la
pertenencia a una u otra, el ciudadano tenía asignada una serie de obligaciones
y derechos para con su polis Encontramos en la legislación de Solón que la
segunda clase era la de los hippeis, literalmente
traducido como «jinetes», que eran aquellos ciudadanos que podían costearse un
caballo y el equipo adjunto necesario para la guerra.
El sistema
ateniense mezclaba la clase social con la clase guerrera y según el equipo
militar que podía costearse el cabeza de familia, pertenecía a una clase social
u otra. Se entendía por tanto que si podía costear y mantener un
equino tenía un nivel económico elevado y por tanto se le adscribía entre
aquellos que demostraban la posesión y manutención de este tipo de artículo de
lujo usado con fines militares de defensa ciudadana de la polis.
Para la importancia
de la posesión del caballo en el mundo griego también debemos tener
en cuenta la orografía del terreno en la península griega, que no es
precisamente un terreno amable para los caballos a excepción de las
llanuras de Tesalia. Esto aumenta
su coste (las lesiones son más habituales, el terreno
apropiado para la cría es escaso y su utilidad táctica o de correos se ve
reducida) y su valor como objeto de lujo.
Característica túnica de équite
(angusticlavia) con sendas bandas púrpuras estrechas a diferencia de la de
senador (lacticlavia) de franjas más gruesas.
En Roma tenemos el mismo ejemplo en la clase
de los équites u ordo
equester. Según Tito Livio es
el rey Servio Tulio quien establece
la primera división en clases sociales según un modelo basado en el nivel
económico y que tenía su reflejo en las votaciones de los Comitia
centuriata y en el lugar de cada ciudadano dentro de la estructura de un
ejército vinculado a la defensa de la patria.
Así los ciudadanos
romanos se dividieron en 5 clases más una sexta excluida del servicio
militar (proletarii) reflejo de su nivel económico.
En un origen la caballería romana se reclutaba de entre los
miembros de la primera clase, los patricios (el origen de esta palabra y sus implicaciones
bien merece un tema aparte), pero la mayor vinculación de la incipiente
ciudad-estado, en especial durante los primeros años de la república, en la
política de la península itálica, hace que la necesidad de caballos y
jinetes aumente progresivamente hasta el periodo de las guerras contra el Samnio,
cuando los más poderosos de entre las clases plebeyas empiezan a colaborar
aportando caballos.
Este es el origen del ordo equester («orden ecuestre») o équites («caballeros»),
que se formará como clase social ya de manera clara antes de la I Guerra Púnica
y será integrada por aquellos ciudadanos capaces de mantener un caballo del
mismo modo que los hippeis de Atenas. Los équites formaron en
origen el cuerpo de caballería del ejército, controlado por el Estado hasta tal
punto que era la propia Roma quien entregaba un caballo a cada équite, lo
que se vino a llamar el caballo público, ya
que aunque el mantenimiento y el prestigio asociado recaía sobre el équite la
posesión parece que fuera estatal.
Una vez al año,
entorno al 15 de julio, se celebraba la Transvectio equitum por
las calles de Roma con juegos hípicos y un desfile militar donde los équites montados
a lomos de sus caballos públicos eran examinados por los dos censores
de Roma situados en la escalinata del templo
de los Dioscuros Castor y Polux, deidades autóctonas
vinculadas con los jinetes y la caballería. Si estos
censores observaban algún caballo desnutrido o mal cuidado tenían potestad para
rebajar la condición social del ciudadano y su familia, que dejaba por tanto de
pertenecer a los équites al no cumplir con los requisitos.
Esta falta de cuidados es poco probable que debiera acusarse a un descuido,
desinterés o desidia dada la importancia del animal para mantener la
posición social, así que lo normal era que fuese fruto de un empeoramiento
económico de la familia, que tenía como consecuencia una disminución de
ingresos y por tanto la imposibilidad de mantener correctamente el caballo
público.
El hecho de que el Estado
entregase un caballo y exigiese el cuidado y mantenimiento del mismo a una
persona para poder pertenecer a una de las clases privilegiadas de Roma nos da
idea de lo caro, importante y preciado que podía ser este animal para los
romanos. La idea
del caballo público mantenido por un équite pero
de propiedad estatal, se difumina según avanza la república al sucederse las
reformas, el aumento de la riqueza y el consiguiente aumento de équites.
Así, a finales de la república
el ordo equester ya tiene entidad propia y mucho poder,
hasta el punto de rivalizar con la clase senatorial teóricamente por encima. Los équites ya no
se distinguen por la propiedad del animal sino por ser una clase
dedicada principalmente a los negocios, una tarea
considerada menos digna que la posesión de tierras de la que hacían ostentación
los senatores, grandes latifundistas, aunque
estos mismos senatores entraban al mundo de los negocios por
la puerta trasera, a través de su red de clientela.
Augusto, frente
a la vieja clase senatorial agotada tras las guerras civiles y la imposibilidad
teórica de entrar de lleno en el mundo de los negocios, favoreció
durante su mandato a los équites, otorgando
puestos de confianza en diversas prefecturas (praefectus
augustalis, praefectus fabrum, legatus augusti…). No obstante,
a pesar de que las mayores posibilidades para tener un caballo y que su uso en
el ejército ya no era exclusivo de su clase social (véase las tropas de auxiliae o
el episodio que narra César montando a los milites de la legio
X en caballos) la Transvectio equitum se siguió celebrando y los équites más
antiguos siguieron haciendo alusión al caballo público heredado de sus
antepasados como signo de distinción social incluso entre sus iguales recién
ingresado en esta clase social.
Teniendo en cuenta
estas consideraciones de carácter social haremos un repaso del caballo junto al
ser humano y su estrecha vinculación con el mundo de la guerra. ¿Cuando
aparece el caballo asociado al ser humano por primera vez? las cifras bailan
pero entorno al 5.000 a.C. en el actual Kazajistan ya tenemos restos que nos
indican una domesticación del animal, aunque por entonces
su uso no se diferenciaba tanto del de otras bestias de carga: de las yeguas se
conseguía leche y ambos servían tanto para obtener carne como para transportar
bultos, siendo animales de tiro durante las migraciones. Poco
a poco, según estos nómadas se establezcan en núcleos poblacionales y surjan
los primeros Estados, el caballo será ascendido de animal de tiro y productor a
animal principalmente ligado a la guerra y en
segundo plano al transporte rápido de personas y mensajería.
Si nos trasladamos
a las tierras entre el Eufrates y el Tigris hacia
el 2.500 a.C., encontraremos los primeros testimonios de esta unión entre
guerrero y caballo. En estas fechas compartirá
protagonismo con onagros y asnos pero tomará el protagonismo tirando
de los carros de guerra de los reyezuelos mesopotámicos.
Aun no
podemos hablar de un cuerpo de caballería como tal, pero el ruido de las
ruedas junto con el de los caballos será igual de temido que el de las cargas
de caballería del medievo. Por lo general tenemos dos
modelos de carro: el hitita y el egipcio. El carro hitita
es el más antiguo y pesado; sobre él iban montados tres personas, el guía que
manejaba las riendas, un soldados con jabalinas y otro que portaba un escudo y
defendía a los anteriores. Por contra, el carro egipcio era un carro de
construcción más ligera y sólo contaba con el guía y un arquero lo que permitía
mayor velocidad y mejor alcance de tiro por el uso del arco frente a la jabalina.
El carro como elemento de
guerra acabará quedando obsoleto frente a los cuerpos de caballería. El guía se convierte en jinete,
guerrero y de mayor posición económica, aunque esto último debe de ser matizado
porque los jinetes podían estar vinculados a un personaje de mayor
rango, dueño de los caballos, como en el caso ibérico mediante el sistema
clientelar de la devotio ibérica. El
caso es que ya en el 55 a.C. Julio César al desembarcar en Britania y
observar carros de guerra en las playas de Dover, comenta en sus crónicas lo
exótico y anticuado que le parece tener que combatir contra los carros
británicos, a los que despacha sin mayores problemas.
Carro hittita (en primer término)
frente a caro egipcio (al fondo) en la batalla de Qadesh. Ilustración de José
Daniel Cabrera Peña.
Como hemos visto,
los pueblos entorno al mediterráneo abandonarán el carro en favor del jinete,
en Grecia donde el uso del caballo es limitado debido a su orografía
accidentada, tendremos que esperar a las reformas de Filipo II para ver
un protagonismo claro dentro de los ejércitos greco-macedónicos. Las
llanuras de Tesalia, Tracia y Macedonia proveerán de caballos y se crearán
cuerpos de caballería de élite como los hetairoi macedonios («compañeros»
[del rey]) que portaban una lanza larga de casi 4 metros con la que trataban de
cerrar al enemigo entre ellos y la infantería griega. Comúnmente hablamos del
martillo (caballería) que golpea (al enemigo) sobre el yunque (infantería). Es
importante señalar que estos jinetes montaban «a pelo», es
decir que no llevaban silla de montar y mucho menos estribos (en
el mejor de los casos una manta colocada en la grupa), con lo cual la
dificultad para mantenerse sobre el caballo es mayor que al contar con un
armazón sobre el que sujetarse. Tampoco usaban silla de montar los jinetes númidas de
igual forma que no usaban ningún tipo de brida o ayuda material para mantenerse
sobre el caballo. Los jinetes númidas usaban las crines del caballo y su
habilidad, así como la falta de protección alguna que los haría más torpes,
para montar. Era un tipo de caballería ligera cuyo fin era desbaratar la
formación enemiga lanzando jabalinas y evitando el combate cerrado.
La silla de montar supone un
avance notable para la seguridad del jinete. Jinetes habituales como los itálicos,
galos o íberos usaban silla de montar. La silla romana nos es bien
conocida: un armazón de madera forrado en cuero con cuatro pomos en cada
esquina, lo que permitían al jinete mantenerse «encajado» durante la marcha. Sin
embargo el estribo aun no era conocido en Europa, por lo que la dificultad
seguía siendo notable.
En el mundo íbero o celtíbero la cultura del caballo estaba muy
extendida. Dos jinetes podían compartir un caballo, el
cual era usado para moverse rápidamente por el campo de batalla y permitía una
versatilidad en las tácticas que sería adaptada por diversos generales en
siglos posteriores como Aníbal o César. Al compartir montura podían combinar un
jinete con un peón, este último descabalgaba y combatía entre los caballos para
sorprender a la caballería enemiga. Tenemos también noticia de infantes
que se trasladaban agarrados a la cola del caballo incluso entre los romanos.
Para finalizar el
somero repaso sobre la caballería en la antigüedad quizás debamos volver a los
orígenes. En el Próximo Oriente, una vez desechados los carros, los
partos recogen el testigo dejado por los imperios persa y seléucida. Un
terreno basto y propicio para los caballos (tanto para su
crianza como para su movilidad táctica) y una larga tradición vinculada a este animal permitieron un
mayor acceso al caballo y una mayor especialización. Los
ejércitos partos contaban con un número de caballería muy superior al del resto
de pueblos contemporáneos, otorgando al animal protagonista de nuestros artículo
el peso principal del ejército.
Por un lado
contaban con cuerpos de élite de caballería pesada, el catafracto o clibanarii (según
fuentes grecoromanas) que tan efectivamente adoptarían los bizantinos más
adelante. Amiano Marcelino, historiador y militar del
siglo IV d.C. describe a los catafractos sasánidas (sucesores de los
partos) en primera persona:
<<Todas sus compañías iban acorazados
en hierro, y todas las partes de su cuerpo iban cubiertas con gruesas placas,
tan entalladas que las juntas coincidían con las de sus miembros; y las formas
de las caras humanas estaban tan hábilmente encajadas en sus cabezas, que dado
que su cuerpo entero estaba cubierto con metal, las flechas que caían sobre
ellos sólo podían hacer blanco en pequeñas aberturas para las pupilas del ojo o
a través de la punta de su nariz, en dónde podían conseguir un poco de aire.
Algunos de ellos armados con picas permanecían tan inmóviles que podía pensarse
que estaban atrapados por cepos de bronce. Los persas nos opusieron apretadas
bandas de caballería cubierta con malla en un orden tan cerrado que el brillo
de los cuerpos en movimiento cubiertos con placas de hierro deslumbraban los
ojos de quienes miraban hacia ellos, mientras que la totalidad multitud de
caballos iba protegida por cubiertas de cuero.>> Historias. Amiano
Marcelino.
Tipos de catafracto o clibanarii según
procedencia y evolución.
Los caballos catafractos tenían un problema de movilidad: debido al enorme peso que
transportaban sólo podían realizar cargas de caballería puntuales -eso sí, devastadoras- y retirarse exhaustos.
Para suplir este problema se
combinaban con cuerpos de caballería ligera de tradición escita. Los
jinetes escitas y partos apenas iban protegidos con
armaduras de cuero y rara vez el caballo portaba barda de cuero- pero teniendo
como principal arma el arco corto compuesto les permitía acercarse a distancia
prudencial para hostigar al enemigo y desbaratar su formación.
El famoso «disparo parto» consistía
en fingir una retirada y disparar el arco hacia atrás, con lo que el enemigo que avanzaba rompiendo formación
para aprovechar la retirada simulada se veía sorprendido por una lluvia de
flechas. Quizás el ejemplo más claro de la estrategia parta sea la batalla
de Carras, donde los legionarios romanos de Craso fueron
hostigados en primer lugar por el disparo parto y, al avanzar las legiones
sobre ellos, sucesivas cargas de caballería catafracta seguidas sin tregua por
más flechas de la caballería ligera, causaron el conocido desastre de Carras. Se
cuenta que los jinetes auxiliares galos que combatían a las órdenes de Publio,
hijo de Craso, al comprobar que sus contraataques eran inútiles saltaban de sus
caballos en marcha sobre los catafractos en un vano intento de derribar a los
jinetes.
Hasta este punto hemos visto la
importancia del caballo como elemento de clase, de prestigio y su vinculación
al mundo de la guerra. Haremos un inciso para señalar su importancia en otros
ámbitos como el de la mensajería, cuyo exponente en la antigüedad es el cursus
publicus romano:
Un correo oficial en época de Augusto, que es quién perfecciona el viejo sistema de
mensajería republicano y al parecer, le da el nombre cursus
publicus, podía tardar poco más de 20 días en recorrer la
distancia que separaba la provincia Bética de Roma pues contaba con una buena
red de carreteras y una posada (mansio para
los correos oficiales) en cada jornada de distancia donde podía dejar su fatigado caballo
y coger otro de refresco hasta la siguiente mansio si
era necesario.
Hablamos por tanto de un servicio
de caballos públicos al servicio del Estado y mantenidos por el propio Estado
Llegados a este punto no podemos sino
concluir dedicándole unas últimas líneas al propio caballo de la antigüedad. Es
posible que al leer alguna de las maniobras tácticas o sobre la falta de
soportes y ayudas para la sujeción del jinete nos preguntemos acerca de la
habilidad de estos jinetes antiguos sobre el lomo de un animal tan ágil y
rápido. Indudablemente el entrenamiento debía de ser
importante pero también nos debe de quedar muy claro que el
tipo de caballo, desde su domesticación hasta más o menos
la Alta Edad Media, difiere en características respecto al porte majestuoso,
estilizado y grande que presentan los tipos de caballo actuales como
el Pura Raza Española (caballo andaluz) o el Pura Sangre
inglés, con alzadas (desde los talones hasta la cruz) que
van desde los 1’50 para los más bajos a los que alcanzan los 2 metros o más.
Sin embargo, el
caballo de la antigüedad es más parecido a un pony robusto que
a lo que entendemos por caballo, siendo así que solían tener entre 1’30 y 1’50 para los más
altos, con una anchura superior a la actual (del tipo de
los percherones, por ejemplo). Según los datos
arqueológicos podemos hacer una comparativa con algunos tipos de caballo actual
que, con mayor o menor mezcla, han mantenido unas características similares a
lo largo de los siglos.
El Tarpán estepario (extinto a finales del siglo XIX pero del que se conserva alguna
fotografía) o el caballo mongol (Przelwalski), con
una alzada de 1’30 se cuentan entre los más bajos,
mientras que en el lado contrario tenemos el Akhal Teké (oriundo
de Turkemistán), de 1’50 de alzada que se relaciona con
el tipo de caballo que las fuentes citan que se criaba en Media y
que podrían haber usado pueblos como los persas y los tesalios (Bucéfalo, el
caballo de Alejandro Magno podría encuadrarse aquí). No muy lejos se
encontraba el caballo que podrían haber usado los númidas, el antecesor del
actual caballo Árabe, considerado uno de los tipos
más antiguos, con una alzada entre 1’40 y 1’50. Mientras
tanto, en la Península Ibérica hay una serie de tipos recluidos en el
norte peninsular (desde Galicia al País vasco) que ya
aparecen mencionados en las fuentes romanas. El Asturcón, con
una escasa alzada de 1’25, es el sucesor de los caballos usados desde comienzos
del siglo I d.C. por los romanos.
Caballo Asturcón. Los caballos usados
por Roma entorno al siglo I d.C. debieron de ser muy similares.
Esta menor alzada respecto a
los caballos actuales supone que el suelo está a menor altura respecto al
centro de gravedad del animal, por lo que los caballos de la antigüedad eran
más estables y rápidos a la hora de girar o hacer maniobras, aparte de mucho
más fuertes (el peso de que soportaba un
caballo francés durante la Guerra de los Cien Años o el que soportaba
un clibanarii sasánida en el siglo IV d.C.
difícilmente podría ser aguantado por muchos de los equinos actuales). El
inconveniente era su menor velocidad en línea recta, por lo que la
potencia a la hora de cargar en formación cerrada era bastante menor de la que
suponemos u observamos en las películas.
Para reflexionar:
1.
¿Qué otros objetos
u animales han sido un claro marcador social en alguna etapa histórica?,
¿existe alguno que funcione como marcador de clase en la actualidad?
2.
¿Desde
qué lugares, aparte de Media, se exportaban caballos?, ¿qué pueblos son
los principales exportadores de caballos y a través de que vías se desplazaban
a sus lugares de destino?
3.
Hemos mencionado
la posibilidad de patrones prestando sus caballos a sus clientes para que estos
actúen como jinetes. Tomando como ejemplo el cursus honorum de
las clases pudientes romanas ocupando cargos de responsabilidad media-alta en
el ejército, ¿pudo ser esto habitual entre las élites?, ¿hasta qué punto la
caballería romana estaba formada por équites? ¿conoces ejemplos históricos
posteriores de este mismo hecho dentro del mundo militar aunque no tengan que
ver con el caballo?
4.
¿Qué otros
ejemplos en pueblos de la antigüedad conoces respecto a la vinculación del
caballo con una clase social privilegiada?
5.
El mundo funerario
nos presenta algunos ejemplos de enterramientos donde encontramos caballos como
parte del ajuar funerario (posesiones del difunto). ¿Por qué se entierra al
difunto con el caballo?, ¿qué implicaciones tiene en la vida de ultratumba?,
¿qué implicaciones sociales tiene para la familia, clan o tribu del difunto?
6.
Tomando como
ejemplo las ilustraciones que adjuntamos (la ilustración de portada representa
a Alejandro Magno cruzando el Gránico, ilustración de Peter Connolly), ¿cómo se
protegía a las monturas?, ¿cual es la panoplia (armadura) habitual?, ¿qué
perjuicio podía suponer para el dueño la perdida del caballo en combate?
7.
¿Cual es la idea
general que tenemos acerca de los caballos antiguos?, ¿se acerca al aspecto
reducido y rechoncho que acabamos de ver?, ¿como nos ha influido el cine y la
televisión en esta percepción?
8.
Por qué se
abandona el carro en favor del jinete?, ¿qué desventajas supone?
Para saber más:
·
Quesada Sanz,
F. El gobierno del caballo montado
en la antigüedad clásica con especial referencia al caso de Iberia. Bocados,
espuelas y la cuestión de la silla de montar, estribos y herraduras. Gladius XXV, 2005, pp 97-150.
·
García-Gelabert
Pérez, Mª P. Los caballos de la Península
Ibérica y del norte/noroeste de África: Cría, cruce y exportación en la época
prerromana y en la del dominio por Roma. HAnt XXXI, 2007, pp 21-38
·
Quesada Sanz, F. La alzada del caballo
antiguo: un estado de la cuestión aplicado a la Edad del Hierro de la
Península Ibérica. CuPAUAM 30,
2004, pp. 77-89
·
Tirador García,
V. Caballo y poder las élites
ecuestres en la Hispania indoeuropea. El Futuro del Pasado: revista electrónica de
historia, Nº. 2, 2011 (Ejemplar dedicado a: Razón, Utopía y Sociedad), págs.
79-95
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