México: El Cardenismo
LÁZARO
CÁRDENAS (1934-1940) ES UN REPRESENTANTE DEL POPULISMO
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1930: Aparece la figura de Cárdenas
Se da la génesis del cardenismo. Lázaro
Cárdenas dio nombre a un periodo. El decenio de
1930 es el de la ascensión y la dominación del cardenismo: proyecto nacionalista
y radical que afectó fundamentalmente a la sociedad mexicana
y que representó la última gran fase reformadora de la Revolución.
Controversia (Los seguidores como los
adversarios de la ortodoxia revolucionaria han considerado que en el cardenismo
culminó la Revolución social. Otros lo han representado como un intermedio
dramático y radical dentro del proceso revolucionario,
una desviación casi bolchevique a ojos de algunos. Estudios recientes hacen
hincapié en las continuidades, aunque de un tipo diferente: las de la construcción del Estado,
el corporativismo y el desarrollo capitalista
EL ORIGEN
DEL CARDENISMO
Toda evaluación del
cardenismo debe trascender los límites de
la presidencia de Cárdenas. Su historia no es la de
un único hombre,
ni siquiera la de un solo sexenio. El cardenismo recuerda la Revolución de
1910. Pero también fue fruto de la depresión y
de los conflictos sociales
y replanteamientos ideológicos que ésta provocó. Si la primera fue una
influencia autóctona, la segunda puede compararse con lo ocurrido en el
conjunto de América
Latina. El cardenismo también nació de
sucesivas crisis políticas:
asesinato de Obregón en 1928, que condujo a la creación del PNR; la batalla por
el control del
partido y el gobierno que
culminó con la lucha entre Calles, el jefe máximo, y Cárdenas, el presidente,
en 1935-1936.
El trasfondo político inmediato es la
creación el partido oficial, PNR, en 1929; la derrota de los militares
obregonistas que se rebelaron el mismo año; la manipulación, humillación y
caída del maleable presidente Ortiz Rubio en 1932.
Esto fue la consolidación paulatina del
régimen nacionalista como el omnipresente poder personal de
Calles, que controló al nuevo presidente, Abelardo Rodríguez (1932-1934).
El logro de Calles (el mantenimiento del
poder personal detrás y a pesar de la institucionalización formal de la política que él
mismo había iniciado) fue más precario de lo que parecía a muchos. Le había
granjeado numerosos y cordiales enemigos políticos. Entonces… ¿había que
mostrarle deferencia o desafiarle?
ASPECTO ECONÓMICO
Los enemigos y los críticos de Calles y el callismo crecieron en
número a consecuencia de los efectos de la depresión. Su impacto en México fue más
acumulativo que instantáneo, y menos serio y prolongado que en economías basada
en el monocultivo como la chilena o la cubana. El país ya había sufrido por la
causa de la caída de los precios de las exportaciones, la deflación y la
contracción de la economía desde 1926.
Entre 1929 y 1932 el comercio exterior descendió en
unos dos tercios; la capacidad de importar quedó reducida a la mitad; el desempleo creció,
inflado por la repatriación de unos trescientos mil mexicanos que habían
emigrado a Estados Unidos. México fue
relativamente afortunado. El oro, la plata y el petróleo, que representaban
conjuntamente tres cuartas partes de las exportaciones, no sufrieron una caída
tan extrema de la demanda y el sector
de la exportación era pequeño
por lo que las repercusiones en los salarios, el empleo y los niveles
de vida fueron menos acentuadas. El importante sector de la agricultura de
subsistencia de México se recuperó de las malas cosechas de 1929-1930, a la vez
que la industria manufacturera
se veía afectada de forma menos severa que la industria extractiva y pudo
beneficiarse de la imposibilidad de importar. La depresión estimuló de esta
manera un proceso reindustrialización de sustitución de importaciones.
Los salarios reales descendieron y algunos historiadores
identifican una fase de "movilización frecuente pero fragmentaria"
(caracterizada por huelgas, ocupaciones de tierra y marchas del
hambre) que coincidió con la depresión económica.
La economía fue
reactivándose gracias en parte a la política reflaccionaria keynesiana que
adoptó el secretario de Hacienda Alberto Pani. Cárdenas subió al poder en el
momento en que los efectos de la depresión retrocedían, aun cuando sus
repercusiones políticas seguían notándose. El Maximato (1928-1934) había sido
un periodo difícil, y la sucesión presidencial ofrecía ahora una apertura
política a través de la cual podían encauzarse los agravios populares
acumulados.
LEGADO
DE LA ADMINISTRACIÓN DEL CALLISMO
Para Calles y sus partidarios (los veteranos)
los acontecimientos recientes en modo alguno invalidaban el modelo existente
del desarrollo capitalista, el basado en la
empresa privada, las exportaciones, las inversiones extranjeras,
el control riguroso de los obreros y un Estado generalmente "pasivo".
En 1930 Calles declaró que la reforma
agraria había sido un fracaso: el ejido
fomentaba la pereza; el futuro estaba en la agricultura capitalista, de propiedad privada.
Otro factor que alarmó a Calles fue la agitación obrera: era necesario tomar
medidas severas para limitar las huelgas. Calles continuó machacando el viejo
tema anticlerical, motivo principal de la política en el decenio de 1920, y el
papel de la enseñanza como
medio de transformación revolucionaria. Se reavivó el anticlericalismo y dio
nuevo estímulo a la política de laicización. Pidió una revolución psicológica,
una nueva conquista espiritual
para ganar el corazón y
el cerebro de
los jóvenes para la Revolución. Los ejemplos fascistas influyeron en el pensamiento de
Calles, que citaba a Italia y
a Alemania (así
como a la Unión Soviética) como casos de ecuación política coronada por
el éxito.
Calles se daba cuenta de que una nueva
generación estaba alcanzando la madurez política, una generación para la cual
las heroicidades de 1910 eran mitos o
historia y que cada vez se mostraba más desilusionada con la Revolución.
Rechazaba la ideología del
decenio de 1920 (anticlerical, liberal en lo económico, conservadora en lo
social) y abogaba por cambios socioeconómicos radicales. Participaba en el
desplazamiento mundial desde el Laissez-faire cosmopolita hacia el dirigismo
nacionalista. Era el New Deal o la planificación económica
de la Unión Soviética (mal interpretada, sin duda) lo que tenía importancia. A
partir de 1930 se introdujeron de forma provisional normas reformistas
e intervencionistas:
·
Ley Federal del Trabajo (1931):
concesiones en lo referente a horarios, las vacaciones y los convenios
colectivos, a cambio de
que el
Estado reglamentara más rigurosamente las
relaciones industriales.
·
Departamento Agrario y Código Agrario
(1934): permitió por primera vez que los peones de las haciendas solicitaran
concesiones de tierras; garantías a las propiedades particulares.
·
Plan Sexenal (1933): nuevo planteamiento que
exigía la nueva generación de tecnócratas, políticos e intelectuales.
Criticaba implícitamente el modelo sonorense y recalcaba el papel del Estado
intervencionista y la necesidad de que fueran mexicanos quienes explotaran
los recursos de
México; prometía a los trabajadores salarios mínimos y el derecho a convenios
colectivos; y subrayaba la importancia primordial de la cuestión agraria, que
requería soluciones radicales,
incluyendo la división de las grandes propiedades.
PRESIDENCIA
DE LÁZARO CÁRDENAS (1934-1940)
El escoger a Lázaro Cárdenas como candidato
oficial para las elecciones de 1934, el PNR se inclinó hacia la izquierda; pero
la vieja guardia se consoló pesando que de esta forma podría controlarla mejor.
Cárdenas había demostrado su radicalismo (sin salirse de los términos
ortodoxos, institucionales); era un político modelo que durante su carrera
había pasado por las filas del ejército revolucionario y alcanzado la
presidencia del partido y la Secretaría de Guerra Era
un candidato seguro,
en parte porque carecía de una base local y porque parecía leal, hasta insulso
y obtuso. Aunque la izquierda institucional del interior del PNR respaldaba su
candidatura, su historial no le granjeaba el apoyo de los obreros ni de la
izquierda independiente; los comunistas presentaron un candidato rival y
declararon que no estaban "ni con Calles ni con Cárdenas, sino con las
masas cardenistas".
Una vez hubieron escogido candidato del
partido, Cárdenas empezó a dar muestras de una díscola heterodoxia. Creó un
estilo peripatético que continuaría durante su presidencia y que le llevaría a
desplazarse a las provincias en repetidas ocasiones. La campaña electoral y las
giras posteriores dieron al presidente un conocimiento directo
de las condiciones que existían en el país y se dice que contribuyeron a
radicalizarle, lo cual parece verosímil. Unidos a su retórica reformista,
especialmente agrarista, estos viajes suscitaron
las expectativas y las exigencias populares; y demostraron a las comunidades
remotas la realidad del poder presidencial. Sin duda Calles y los conservadores
se dijeron que estos bríos del principio acabarían consumiéndose.
El nuevo presidente, que obtuvo una victoria
aplastante, asumió el poder en diciembre de 1934 "en medio de la mayor calma
posible."
Pareció también que la estabilidad y la
continuidad se vieron atendidas en la composición del nuevo gabinete, en el que
los callistas ocupaban algunos cargos clave y estaban más que los partidarios
de Cárdenas.
Una
nueva generación
Sin embargo, el control callista no era tan
total como parecía; quizá nunca lo había sido. En las provincias, el callismo
de muchos caciques locales era necesariamente provisional. Una nueva generación
se agolpaba en la puerta, apartando a la generación "veterana" que
había nacido en el decenio de 1880 y que había conquistado el poder durante la
Revolución armada. Significaba un cambio de carácter y
de acento político. Sus miembros tendían a ser más urbanos y cultos y menos
obviamente norteños que sus predecesores. La nueva generación se concentraba en
los defectos de sus antepasados (anticlericalismo, militarismo, corrupción,
la reforma agraria y laboral),
y en su lugar recalcaba la nueva política que se exponía en el Plan Sexenal.
Aspecto
socioeconómico: sindicatos
Todo presidente que ofreciera resistencia al
control del jefe máximo, o que buscara el apoyo de las masas que se oponían al
conservadurismo callista, tenía que desplazarse hacia la izquierda, hacia
los sindicatos,
cada vez más combativos, y hacia el campesinado, cuya agitación iba en aumento.
Porque ahora, al reactivarse la economía, proliferaban las huelgas. Los paros
laborales afectaron a los ferrocarriles, las minas y las fundiciones, los
campos petrolíferos y las fábricas textiles. Se ha dicho que Cárdenas heredó
una "explosión sindical". Las reivindicaciones eran básicamente
económicas pero se expresaban con una combatividad inusitada.
Este estado de cosas reflejaba tanto la
radicalización de la política nacional como la creciente complejidad de la
organización de la clase trabajadora.
La CROM había perdido mucho apoyo: debilitada políticamente desde el asesinato
de Obregón, se encontró con que su número de afiliados quedaba muy reducido a
la vez que perdía irrecuperablemente el monopolio de
la representación obrera dentro del PNR y de las juntas de arbitraje laboral.
Los disidentes -la Federación Sindical del Distrito Federal (FSDF) de Velázquez,
la CROM lombardista y otros grupos contrarios
a la CROM, incluidos los electricistas- se unieron en octubre de 1933 para
formar la Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM),
un sindicalismo más
nacionalista y militante. Los comunistas, empujados a la clandestinidad después
de 1929, formaron un nuevo frente obrero, la Confederación Sindical Unitaria de
México (CSUM) que reclutó muchos adeptos entre los maestros y los trabajadores
rurales.
Después del gran cataclismo de 1910-1915 la
protesta agraria había disminuido o se había visto encauzada hacia la reforma
oficial (a menudo manipuladora) que alcanzó su apogeo en 1929. La CROM había
hinchado su fuerza nominal
con la incorporación de campesinos y se habían reclutado agraristas para
combatir a los cristeros. En el decenio de 1930 las corrientes represadas del
agrarismo volvieron a crecer y amenazaron con desbordarse. Seguía siendo
necesaria la movilización, que a su vez ofrecía experiencia y oportunidades.
Pero la movilización era precaria y no tardó en fracasar. Las elecciones y la
nueva presidencia aumentaron las expectativas agrarias y avivaron los temores
de los terratenientes. La lucha anónima que se libraba en gran parte de las
zonas rurales pasó a ser explícita, perceptible y a relacionarse directamente
con la lucha por el poder nacional.
Cárdenas
frente a Calles
Conocido por su clerofobia, enemigo del
agrarismo y de la agitación laboral, Calles resultó incapaz de adaptarse a los
cambios del clima político.
En Cuernavaca habló del peligro que la subversión industrial representaba para
la economía. Empezó a llamar la atención sobre
las flaquezas de Cárdenas, denunció las "tendencias comunistas" que
veía detrás de todo ello y señaló el sano ejemplo que daban los estados
fascistas de Europa.
Cárdenas no podía por menos que responder; no estaba dispuesto a ser un Ortiz
Rubio. Los líderes anticallistas deseaban vivamente que el jefe máximo se
llevara su merecido. Lo mismo quería la opinión
pública y los trabajadores organizados. En la
izquierda la amenaza de un nuevo maximato, de represión, incluso de un
desplazamiento hacia el fascismo engendró
un gran deseo de solidaridad que
vino a complementar la línea oficial que en aquellos momentos dictaba Moscú.
Al pasar al ataque, Cárdenas y sus aliados se
enfrentaron a un adversario que todavía era formidable. Calles continuaba
albergando ambiciones, no le gustaba el rumbo que seguía el nuevo régimen, a la
vez que poderosos grupos le estaban empujando a un enfrentamiento. El sector
empresarial temía el activismo de los trabajadores y esperaba que Calles le
brindara tranquilidad, al tiempo que
la clase media urbana estaba harta de la oleada de huelgas que trastornaba la
vida en las ciudades. Había aún muchos políticos callistas en el Congreso, el
partido, la CROM y los gobiernos de los Estados, hombres cuyo futuro político
estaba hipotecado con el del jefe máximo. También en el ejército había
elementos inquietos, mientras Estados Unidos veía con preocupación el giro que
tomaba la política y esperaba que hubiera un acuerdo en lugar de un
enfrentamiento entre los dos. Calles podía desestabilizar la nueva administración,
pero ello representaría un grave riesgo para
la obra de su vida. En cuanto a Cárdenas, si rechazaba una fórmula
satisfactoria para ambas artes, tendría que buscar el apoyo de la izquierda, lo
cual llevaría aparejados nuevos compromisos radicales.
En estas circunstancias, Cárdenas
desenmascaró a Calles. Se cercioró de la lealtad de algunos hombres clave, así
políticos como generales, destituyó a varios ministros del gabinete que eran
callistas y ascendió a varios de sus hombres, entre los cuales había algunos veteranos
anticallistas. El bloque callista en el Congreso se desmoronó. Hubo entonces
una leve purga en el PNR: se destituyó a los gobernadores indóciles; y los
caciques locales se apresuraron a cambiar de bandera. El ejército planteaba un
problema más difícil, pero en este caso fueron una ayuda para Cárdenas sus
largos años de servicio en
las fuerzas armadas y la solicitud que mostraba para con los militares. Se
efectuaron cambios en la estructura de
mando del ejército, se distribuyeron hombres leales para todo el país y se
tomaron medidas parecidas en el caso de la policía. El presidente pudo pasar a
la ofensiva, seguro de la victoria.
Aspecto político-religioso
Cárdenas se propuso refrenar el
anticlericalismo extremo que había caracterizado al callismo y que
probablemente era su rasgo más odiado. Cuando Cárdenas subió al poder los
excesos anticlericales de Garrido seguían igual que antes. Cárdenas obró con
prudencia. Aunque había tratado a los cristeros más decentemente que la mayoría
de los comandantes del ejército, estaba cortado por el patrón anticlerical. Su
política educativa, que hacía hincapié en la educación socialista,
estaba calculada para irritar la sensibilidad de los católicos. El asunto del
anticlericalismo marcó
una distancia conveniente entre el nuevo régimen y el anterior. Garrido atrajo
sobre sí tanto las protestas de los católicos como el enojo del presidente, lo
que condujo a su caída. Se dijo que los católicos gritaron "¡Viva
Cárdenas!". Se aflojaron progresivamente las ordenanzas anticlericales más
rigurosas. El presidente puso especial empeño en señalar que la educación socialista
combatía el fanatismo y o la religión por sí misma.
Conflicto social
El presidente parecía alentarlo fomentando el
apoyo de las masas y utilizando una retórica radical. El desmoronamiento de la
CROM anunció un activismo político más militante por parte de la clase
trabajadora, y sindicatos y políticos rivales competían unos con otros en sus
intentos por captar afiliados. Los sindicatos se alinearon detrás de Cárdenas y
organizaron manifestaciones para protestar por las declaraciones antiobreras de
Calles, además de librar luchas callejeras con sus adversarios callistas y conservadores.
El campesinado no permaneció inmóvil. Se encontraron ahora con que podían
recurrir a un "centro" que simpatizaba con ellos y que a su vez podía
movilizar a los agraristas contra el callismo. Al acelerarse el ritmo de la
reforma agraria, pronto se contaron entre las víctimas algunos veteranos de la
Revolución: Calles y su familia,
por ejemplo.
Fin de Calles
Con su hábil combinación de alianzas tácticas
y movilizaciones populares. Cárdenas había derribado al maximato y puesto fin a
la era de dominación de los sonorenses. En la primavera de 1936 Cárdenas ya se
había librado de la tutela de
Calles, además de afirmar su poder presidencial y demostrar una inesperada
combinación de resistencia y perspicacia. Todo esto se había logrado con
poca violencia.
IMPORTANCIA DE LA REFORMA AGRARIA: POSTURA DE
CÁRDENAS (1936-1937)
Cárdenas es de origen provinciano,
michoacano, simpatizaba de verdad con el campesinado.
La reforma agraria es:
·
Arma política para abatir a los enemigos.
·
Instrumento para promover la integración nacional
y el desarrollo
económico.
·
Respuesta a las reivindicaciones populares,
que a veces se sostenían ante la oposición oficial en los estados donde el
agrarismo se consideraba sospechoso desde el punto de vista político.
·
Medio de transformar la sociedad rural y, con
ella, la nación.
No puede verse como una estrategia dirigida
al desarrollo industrial, favorable a la acumulación de capital.
Se granjeó la hostilidad unánime de los terratenientes y de la burguesía.
Al Ejido: no lo concebía como una estación de
paso hacia el capitalismo agrario
y tampoco como un simple paliativo político, sino como la institución clave que
regeneraría el campo, liberaría al campesino de
la explotación y, si recibía el respaldo apropiado, fomentaría el desarrollo
nacional. El ejido sería el campo de formación
política de un campesinado culto y dotado
de conciencia de
clase.
El antiguo proyecto de crecimiento basado en
las exportaciones (en el que la agricultura era una fuente importante de divisas extranjeras)
había fracasado de modo palpable, dejando deprimidas y subcultivadas a regiones
que en otro tiempo habían sido dinámicas y comerciales. Una generación nueva,
impresionada por los ejemplos del dirigismo económico extranjero y deseosa de
distanciarse de su predecesora, que estaba sumida en la bancarrota política,
buscaba ahora el poder. Era más urbana y menos plebeya y procedían del centro
de México en lugar del norte (por esto mostraba mayor simpatía por los
intereses de los campesinos) y estaba convencida de que era necesario tomar
medidas radicales. En 1930, el gobierno mexicano fue el único que sumó a estas
respuestas una amplia reforma agraria, prueba de la tradición agrarista que
anidaba en el corazón de la Revolución popular y que ahora imbuía el
pensamiento oficial. La jerga del agrarismo impregnaba el discurso
político; inspiraba el arte,
la literatura,
el cine;
se ganaba a la vez partidarios ardientes y oportunistas en la burocracia agraria
y entre los caciques locales, lo que no era un buen augurio en lo que se
refiere a la longevidad o la pureza de la campaña agrarista.
Sus logros eran impresionantes. La población ejidal
se había logrado con creces y la población sin tierra había descendido. Al
aumentar los ingresos del
gobierno gracias a la recuperación económica, los recursos se encauzaron hacia
la agricultura. Esta administración "hizo
milagros" en la provisión de créditos agrícolas.
Otros recursos se destinaron a obras de regadío, carreteras y electrificación
rural, aunque sea probable que estas inversiones en infraestructura
beneficiaran a la agricultura privada más que al sector ejidal. Los campesinos,
al igual que los trabajadores urbanos, eran instados a organizarse y sus organizaciones se
vinculaban de modo creciente al aparato del estado. Así se creó el núcleo de la
futura Confederación Nacional Campesina (CNC) (1938).
El caso de la
Laguna
La reforma agraria cardenista no se llevó a
cabo de forma gradual, burocrática, como las anteriores y (generalmente) las
que se efectuaron después. En vez de ello, se puso en marcha con tremendo
fervor y la puntuaron dramáticas iniciativas presidenciales. Los asediados
agraristas se encontraron de pronto respaldados por el "centro". Un
caso clásico fue La Laguna. El grueso de los trabajadores lo formaban
proletarios empleados total o parcialmente en las plantaciones de algodón.
Veían el atractivo del reparto de tierras, especialmente a causa del elevado
desempleo estacional. Las malas condiciones se vieron exacerbadas por el
descenso de la población algodonera. El gobierno intervino y resolvió la
disputa de forma radical. En 1936, las tres cuartas partes de las valiosas
tierras de regadío y una cuarta parte de las de secano se entregaron a unos
treinta mil campesinos agrupados en trescientos ejidos. Entre los perjudicados
había varias compañías extranjeras y, como mínimo, cinco generales
revolucionarios.
Se invocó la Ley de
Expropiaciones de 1936, y las grandes haciendas comerciales se entregaron en
bloque a sus empleados, es decir, a los peones en vez de los habitantes del
pueblo. El régimen se opuso a la fragmentación de las grandes unidades
productivas; se votó a favor de ejidos colectivos en vez de parcelas
individuales. Cada ejido compartiría la
tierra, la maquinaria y el crédito,
y sería dirigido por comités elegidos; la cosecha se repartiría entre los
trabajadores en proporción a sus aportaciones de trabajo. El Banco Ejidal
proporcionaría créditos, asesoramiento técnico y supervisión general;
el propio ejido aportaría una serie de servicios educativos,
médicos y recreativos. Los terratenientes y los hombres de negocios predijeron
con confianza que serían un fracaso y que en dos años los trabajadores
volverían arrastrándose y suplicando que los dejaran trabajar de nuevo para sus
antiguos patrones. No ocurrió así. La agricultura colectiva demostró que era
capaz de dar fruto, en el sentido material de la palabra. La productividad era
inferior en los ejidos colectivos comparados con las haciendas privadas: uno de
los efectos importantes de la reforma agraria fue estimular una agricultura más
eficiente en el sector privado. Con el apoyo efectivo del Banco Ejidal, el
nivel de vida del campesino de La laguna subió, tanto absoluta como
relativamente; hubo un incremento perceptible de los gastos de consumo de
la alfabetización y en los niveles de sanidad. Con la alfabetización y la
autogestión los campesinos demostraban poseer nuevas habilidades, una responsabilidad y
una dignidad igualmente
nuevas. Disminuyó la agitación política.
El éxito del experimento dependía de que las
circunstancias fuesen favorables, de la demanda de algodón, del suministro
de agua en
cantidad suficiente y, sobre todo, del respaldo político. Todo ello faltó. En
1941 subió al poder un nuevo gobierno y hubo un cambio inmediato en el orden de
prioridades. Ejidos divididos en parcelas empezaron a sustituir a los
colectivos y se introdujo en éstos un sistema de
pagos basados en incentivos.
El Sindicato Central
estaba perdiendo el control de los recursos económicos al mismo tiempo que
tenía que hacer frente a una competencia política
directa, toda vez que el gobierno recortó sus fondos, alegó que estaba bajo
influencia de los comunistas.
Esta reforma de Cárdenas fue fruto de una
improvisación apresurada; necesitaba tiempo y cuidado para dar un buen
resultado. Había dejado las mejores tierras en poder de los terratenientes y,
sobre todo, había repartido la tierra disponible entre demasiados
beneficiarios, entre los que había numerosos inmigrantes que no residían en La
laguna. Debido al aumento de la población, los ejidos de La Laguna ya no podían
dar sustento a las familias que se hacinaban en ellos.
En lo que se refiere a sus orígenes, alcance,
rapidez y resultados, la reforma de La Laguna sentó precedentes que se
siguieron en otras partes.
Hacia la década de 1940 las demandas de
parcelación individual de las tierras comunales ya eran insistentes y en
algunos lugares provocaban conflictos violentos.
Incluso allí donde seguía existiendo el sistema colectivo, éste tendía a
producir una estratificación interna entre, por una parte, los beneficiarios
con plenos derechos y,
por otra, los proletarios o semiproletarios. A veces, como ponen de relieve estudios
recientes, la reforma servía a los intereses de elites locales oportunistas o
era impuesta desde arriba, extraña y mal recibida; peor ni siquiera los
ejidatarios que al principio fueron reacios a convertirse en tales mostraron
deseos de volver a la condición de peones. El resultado fue un traspaso masivo
de recursos que cambió profundamente el mapa sociopolítico de México. La
reforma no sólo mejoró el nivel de vida y el
amor propio de los campesinos, sino que también provocó
un desplazamiento del equilibrio político
y dio a las organizaciones campesinas un breve momento del poder condicional,
porque el régimen se aseguró de que la movilización de los campesinos estuviera
ligada estrechamente al partido oficial; y porque en el decenio de 1940 este
vínculo, lejos de reforzar la organización y
el activismo campesinos, sirvió para atarles a una estructura política cuyo
carácter estaba cambiando con rapidez.
POLÍTICA
EDUCATIVA
La reforma agraria y la movilización
campesina estaban ligadas de modo inseparable a la política educativa de los
años de Cárdenas, así como el compromiso con la educación
"socialista". Narciso Bassols fue el titular de la Secretaría de
Educación Pública (1931), el primer marxista que desempeñó un cargo
ministerial; dio comienzo a una fase de reformas agresivas que algunos
interpretaron como la respuesta del Estado a la Cristiada:
– Laicización de la enseñanza.
– Artículo 3 de la Constitución:
se imponían multas y a veces se clausuraban las escuelas católicas que no
respetaban los principios del
laicismo.
– Compromiso con el primer programa sistemático
de educación
sexual.
Las asociaciones de maestros abogaban por un
plan de estudios "francamente colectivista", y el más numeroso de los
sindicatos de maestros pidió la socialización de
la enseñanza primaria y de la secundaria. Corrientes parecidas agitaban
la Universidad Nacional.
El Plan Sexenal incluía un compromiso deliberadamente ambiguo, pero
significativo, con una educación que se basaba en la doctrina socialista que
sostenía la Revolución
mexicana. El Congreso se inclinó ante la recomendación
del PNR y aprobó una forma de educación federal de signo socialista que
combatiría los prejuicios y el fanatismo (léase clericalismo) e
"inculcaría un concepto exacto,
racional, del Universo y
de la vida social". El compromiso con la educación socialista fue algo que
la administración Cárdenas heredó.
Por supuesto, cada cual interpretaba a su
modo el significado de la palabra "socialismo".
Para muchos era simplemente una nueva etiqueta para el anticlericalismo, el
antiguo tema central de la política sonorense. Bassols hacía hincapié en el
papel práctico de la educación, que estimularía una ética colectivista;
los maestros no se limitarían a enseñar, sino que, además, modificarían
los sistemas
de producción, distribución y
consumo, estimulando la actividad económica en beneficio de los pobres. Otros
iban más lejos y hacían de la educación el tablero central de una amplia
plataforma de reformas radicales. La literatura y la retórica de la época
inducen a pensar que muchos maestros creían que era posible derrocar el
capitalismo empleando la educación como único medio. El arte y la poesía trabajarían
para alcanzar el mismo fin. Reaparecieron conceptos antiguos, incluso
positivistas, con disfraz socialista.
La educación también daba cuerpo a la
tradicional búsqueda de cohesión cultural e integración nacional. Había
radicales auténticos que veían la educación como medio de subvertir las viejas
costumbres, en lugar de sostenerlas. El modelo soviético volvía a influir. Se
importaron métodos soviéticos
(de modo no sistemático y sin que en gran parte dieran fruto) y circularon
textos marxistas, incluso en el Colegio Militar. Más que portadores de la
guerra entre las clases, se consideraba a los soviéticos como exitosos exponentes
de la industrialización moderna en gran escala.
La izquierda resurgente esgrimía sus propuestas educativas; una profesión
docente más militante ejercía presión a
favor de sus intereses políticos, pedagógicos y sindicales. La recesión y las
consiguientes reducciones del gobierno habían afectado gravemente a los
maestros, y Bassols, a pesar de su radicalismo, se había mostrado cicatero como
pagador. Los sindicatos de maestros se unieron a otros impelidos por los
intereses materiales tanto
como por la solidaridad ideológica.
Si, como se ha sugerido, la educación
socialista era un mecanismo clave para recuperar la simpatía y el apoyo de las
masas, que se había perdido, fue un fracaso; en realidad, sin embargo, tenía
menos de populismo oportunista
que de ingeniería social
grandiosa y un tanto ingenua. En mayor medida que la reforma agraria, la
educación socialista llegó como una revolución desde arriba, y a menudo como
una imposición blasfema y no deseada.
El
indigenismo
Proliferaron los proyectos educativos:
se hicieron esfuerzos especiales por llegar a la población indígena, la cual
constituía quizá una séptima parte de la población total de México. El
indigenismo figuraba menos como política autónoma, encaminada hacia la
integración nacional, y más como parte de la amplia ofensiva cardenista contra la
pobreza y la desigualdad. Aunque el
Departamento de Asuntos Indígenas organizaba programas especiales
de educación e investigación,
su presupuesto era
demasiado pequeño. El régimen trató de integrar al indígena en la masa de los
trabajadores y los campesinos haciendo hincapié en la clase social antes que en
la etnicidad; había que tener en cuenta rasgos específicos de índole histórica
y cultural. El objetivo (optimista
por no decir francamente utópico) consistía en alcanzar la emancipación social
y económica sin destruir los elementos fundamentales de la cultura indígena.
Una de sus consecuencias permanentes fue el crecimiento del poder federal a
medida que la cuestión indígena pasó a ser de la incumbencia exclusiva del
gobierno nacional e incluso podía utilizarse para forzar la apertura de
cacicazgos locales hostiles. Federalizar la cuestión indígena a menudo
significaba sustituir a los patronos locales por nuevos jefes, burocráticos,
agentes de programas indigenistas y agrarios, algunos de los cuales eran
indígenas ellos mismos. La esperanza cardenista de alcanzar la integración
con igualdad y
supervivencia cultural forzosamente tenía que fracasar: se integró a los
indígenas, pero como proletarios y campesinos, clientes oficiales
y (de vez en cuando) caciques oficiales.
Educación
Superior
Se encontraba ahora ante el desafío del
socialismo, que denunciaba la posición de las universidades (en especial la
Universidad Nacional, tradicionalmente conservadora, elitista, y desde 1929,
formalmente autónoma) como bastiones de los privilegios de la clase media. En
1933 se había suscitado una polémica entre facciones universitarias en la cual
Lombardo Toledano (a quien se oponía Antonio Caso) abogaba por que la
universidad se adhiriera a la nueva ideología materialista. A pesar de las
luchas y huelgas estudiantiles, los liberales conservaron su precario control;
pero el gobierno respondió, reduciendo a la mitad la subvención que pagaba a la
universidad.
En 1935 una facción izquierdista integrada
por profesores y estudiantes protagonizó un golpe interno y alineó la
Universidad Nacional con la política oficial de signo "socialista".
El gobierno pudo así regularizar sus relaciones con la universidad, reafirmando
la autonomía de esta y reanudando el pago de su subvención; a cambio de ello,
la universidad tomó algunas iniciativas nuevas, aparentemente radicales que
probablemente representaban una conformidad extrema más que una conversión auténtica.
El régimen creó nuevas instituciones de
enseñanza superior que fueran más de su gusto, como el Instituto Politécnico
Nacional y la Universidad Obrera.
Educación
rural
Escenario de la principal innovación de
los años de Cárdenas. Continuó el crecimiento del número de escuelas rurales,
que fue notable bajo Bassols, y de estas escuelas se esperaba que hicieran
mucho más que enseñar los elementos básicos de las letras y de los números.
Cárdenas explicó que el maestro debía desempeñar un papel social,
revolucionario; debe ayudar al campesino en la lucha por la consecución de la
tierra y al trabajador en su demanda de los salarios que marca la
ley; pero sólo pueden dedicarse a la ingeniería social cuando tienen a mano las
piezas apropiadas, como ocurrió en México durante el decenio de 1930. El
maestro rural pudo cumplir la misión que
le habían asignado no porque los campesinos formaran una masa inerte, maleable,
sino más bien porque respondió a demandas reales. Es verdad que a veces los
maestros estimulaban un agrarismo latente y de vez en cuando contribuían a
imponerlo a comunidades que no lo deseaban; pero también hubo casos en que
fueron los propios campesinos quienes ganaron a los maestros para la causa
agraria. Los que lograron cumplir sus objetivos no
triunfaron gracias a una agitación estridente, sino porque aportaron ayuda
práctica y, con su misma presencia, prueba viviente del compromiso del régimen.
Trabajaron en la agricultura, introduciendo productos y
métodos nuevos; utilizaron sus conocimientos de letras en beneficio de las
comunidades; y, sobre todo facilitaron aquella organización supra-comunal que
con frecuencia ha sido el factor clave del triunfo de los movimientos
campesinos.
Oposición
Aunque al principio algunos izquierdistas se
mostraron críticos y señalaron que era ilusorio intentar la transición al
socialismo por medio de la maquinaria superestructural de la educación, la
mayoría de ellos cambiaron de parecer. Fue especialmente el caso de los
comunistas, que pronto abandonaron la postura crítica,
que se ajustaba bastante bien al "tercer periodo" de la KOMINTERN, y
se adhirieron al programa con la misma vehemencia con que defendían el frente populismo.
La organización y la combatividad crecientes de la izquierda tenían sus
equivalentes en la derecha católica y conservadora: en la jerarquía, el movimiento de
estudiantes católicos y asociaciones laicas tales como la Unión Nacional de
padres de familia. Los blancos principales de los críticos eran la educación
socialista y la educación sexual. Los estudiantes católicos protestaban,
organizaban huelgas y provocaban disturbios. Los padres expresaron su
desacuerdo retirando a sus hijos de las escuelas y el absentismo fue en
aumento, tanto en la ciudad como en el campo; las escuelas privadas (católicas)
de San Luis, que eran protegidas por Cedillo, estaban llenas a reventar. En la
medida en que "socialismo>" significaba
"anticlericalismo" y los excesos anticlericales continuaron ajo
auspicios "socialistas", esta reacción de los católicos fue
defensiva, incluso legítima. Pero, en general, la tendencia anticlerical iba
tomando fuerza, y la oposición católica dirigió sus miradas hacia asuntos de
mayor envergadura, tales como los servicios médicos, la educación mixta y la
instrucción sexual, que fue denunciada de ser un complot comunista para
introducir la pornografía en
el aula.
Los católicos también se opusieron al
agrarismo tanto en general, defendiendo los derechos de la propiedad privada,
como de forma específica, poniéndose del lado de los terratenientes contra los
agraristas. Se decía que los sacerdotes lanzaban invectivas contra la reforma e
incitaban a las chusmas a cometer actos de violencia; decían misas por
criminales que habían asesinado a un maestro. Asimismo, el sacerdote, al igual
que el maestro, no actuaba por su cuenta. Muchos actos de violencia rural se
producían sin que en ellos interviniera el clero; era una violencia espontánea
o nacida de la incitación por los terratenientes, caciques e incluso
gobernadores de algún estado.
Los
maestros
Se encontraban con frecuencia ante una tarea
solitaria y peligrosa. Muchos estaban mal preparados, lo estaban sin duda para
el socialismo que debían impartir. Estaban mal pagados y normalmente carecían
de aliados institucionales en su localidad, Tenía que afrontar la indiferencia
y la hostilidad del pueblo. Los conflictos asediaban sus organizaciones
sindicales. Con la expansión de la enseñanza en los primeros años treinta se
hizo posible la sindicación en gran escala; las reducciones salariales de
aquellos años dieron a los maestros muchos motivos de queja. Una y otra vez
pidieron mejoras salariales y la federalización de la enseñanza, para que
la toma
de decisiones se concentrara en el gobierno central,
que era favorable a la educación, a expensas de las caprichosas
administraciones de los estados. La Secretaría de Educación insistía en que se
formara un único sindicato de maestros, lo cual provocaba serias divisiones
internas (hasta el 60% de los maestros, se decía, eran católicos) Como también
la izquierda estaba dividida, entre comunistas y lombardistas, la unidad
resultó quimérica y los conflictos internos fueron endémicos, lo cual obró en
detrimento de la
moral.
Resultado
de la política educativa
Las tasas de alfabetización mejoraron y se
intensificó el papel nacionalista e integrador de la escuela.
Como sistema de proselitismo socialista e ingeniería social, el proyecto
fracasó. La educación socialista no podía revolucionar la sociedad capitalista
en su totalidad. Al igual que muchas reformas cardenistas, fue un fenómeno
circunstancial que dependía del clima oficial que fue brevemente benigno. En
1938 la austeridad económica y la redoblada oposición obligaron a emprender la
retirada. Se retiraron los libros más
radicales, se puso fin a las Misiones Culturales; la educación privada renació
y se eliminaron gradualmente ambiciosos proyectos de educación. El último
mensaje de Año Nuevo de Cárdenas (1940) fue decididamente conciliador como lo
fueron también los discursos del
candidato oficial a la presidencia, Ávila Camacho. Y una vez éste subió al
poder, estos cambios se aceleraron. El "socialismo" siguió siendo la
consigna oficial durante un tiempo; pero posteriormente (dada la flexibilidad
casi infinita del término) se convirtió en sinónimo de conciliación social y
equilibrio entre las clases. El socialismo educativo, al igual que gran parte
del proyecto cardenista, resultó u intermedio en lugar de un milenio.
Mexico: El Cardenismo 2ª parte.
MOVIMIENTO OBRERO, POPULISMO Y SINDICALISMO
Durante la lucha contra Calles en 1935 se habían registrado
numerosas huelgas y una movilización significativa del movimiento obrero. Ambas
cosas continuaron después de la caída del jefe máximo. Las huelgas afectaron a
todas las industrias básicas
de México (minas,
compañías petroleras, ferrocarriles, fábricas textiles), así como a los servicios del gobierno y la agricultura comercial. Si
los empresarios eran incapaces de evitar la parálisis industrial, el Estado intervendría.
Los conflictos laborales
proporcionaron un instrumento contra los enclaves extranjeros. Mientras
tanto, la organización sindical hizo
progresos que culminaron con la formación de la nueva central, la Confederación
de Trabajadores de México (CTM); y la militancia de los trabajadores contribuyó
a la tendencia alcista de los salarios reales. Esto
no hubiera sucedido sin el respaldo oficial. El gobierno adoptó una actitud intervencionista
ante las relaciones
laborales; el arbitraje pasó a ser
sistemático y generalmente era favorable a los trabajadores. El significado de
la intervención, el arbitraje y la política de masas fue diferente según la época. Y bajo Cárdenas, en
especial antes de 1938, llevaba aparejado el apoyo activo a los sindicatos contra
las empresas, tanto como el
apaciguamiento del conflicto industrial, y
rumbos nuevos y radicales en el campo del control obrero.
El régimen nunca perdió de vista las realidades económicas.
Combatió lo que consideraba sindicalismo irresponsable,
por ejemplo, el de los petroleros. Se dio cuenta de que subir los salarios
profundizaría el mercado nacional en
beneficio de algunos sectores de la industria. Algunos hombres
de negocios y banqueros
inteligentes compartían este punto de vista, pero la empresa privada era
abrumadoramente hostil al cardenismo y nuca dejó de criticarlo. En 1940
portavoces del mundo empresarial todavía criticaban al gobierno por su
fantástica política de mejora unilateral en cumplimiento de promesas hechas al
proletariado.
La CTM
La política laboral de Cárdenas,
al igual que su agrarismo, incluía un aspecto educativo y tutelar; una faceta
del llamado "Estado papá".
El presidente contaba con la maduración gradual de la clase trabajadora
como entidad organizada, con el fin de que su importancia numérica constase;
unificada, para que su fuerza no se
disipase en luchas fraticidas; y responsable, para que no exigiese demasiado a
una economía subdesarrollada
que acababa de salir de la recesión. El tema constante de Cárdenas fue
"organizar", igual que el de Lenin. La organización requería el
apoyo activo del Estado. En realidad Cárdenas concebía los bloques y clases
organizados en el campo económico como las bases de la política. Así, la mejor
garantía de la continuación de su proyecto radical era
una clase trabajadora poderosa, organizada. La formación de la CTM, los experimentos con el
control obrero y la educación socialista y
la exhortación constante servían a una visión lejana y optimista: una democracia obrera que
diese cuerpo a las virtudes cardenistas del trabajo arduo, el
igualitarismo, la sobriedad, la responsabilidad y el
patriotismo. Esta era grosso modo la meta "socialista"
a largo plazo de Cárdenas.
Cierto grado de tutela estatal era
necesario porque la creación de una confederación laboral unida representaba
una tarea formidable y era improbable que se produjera espontáneamente. Tras el
ocaso de la CROM el proletariado se mostraba combativo pero fragmentado. La
coincidencia de la campaña contra Calles con una rápida recuperación económica
brindó la oportunidad de reagruparse. El Comité Nacional para la Defensa del
Proletariado y la CROM, hizo de núcleo de la naciente CTM, que, al fundarse en
febrero de 1936, reunió a varios sindicatos industriales clave que se habían
destacado durante las huelgas recientes, así como a las antiguas
confederaciones rivales de la CROM, la CGOCM de Lombardo y la CSUM comunista;
empequeñecía tanto a la residual Confederación General de Trabajadores (CGT),
de signo anarcosindicalista, como a la CROM, aunque ésta sobrevivió. Otras dos
barreras que impidieron la hegemonía de la CTM las erigió el Estado: el sindicato de
funcionarios y la Federación de Sindicatos de Trabajadores en el Servicio del Estado.
Se protegió al campesino del abrazo de
la CTM, a pesar de que ya se había efectuado una significativa labor de
captación. La organización de los campesinos siguió siendo prerrogativa del
PNR.
La ideología de la CTM
experimentó una rápida mutación. Durante la lucha contra Calles había recalcado
su independencia de los
partidos o facciones. Del mismo modo que Calles había hecho callar a la CROM,
Cárdenas se atrajo a la CTM. A medida que ésta fue obteniendo subvenciones y
locales oficiales, así como puestos en las juntas de conciliación y arbitraje,
sus dirigentes se percataron de las virtudes de la colaboración: necesidad de
derrotar a los restos del callismo, organizar un frente común contra el imperialismo y construir
un frente popular contra el fascismo.
Lombardo Toledano se erigió ahora en figura fundamental de la
política del periodo; había evolucionado del idealismo filosófico
del Ateneo de la Juventud al marxismo (aunque nunca se afilió al PCM)
En 1930 participaba activamente de la política obrera y
universitaria; y con su secesión de la CROM y la creación de la CGOCM, echó los
cimientos de su futura dirección de la CTM.
Lombardo carecía de una base institucional, ya fuera regional o sindical.
Su poder dependía de
la burocracia de la CTM y
del apoyo del gobierno. Después de respaldar tácticamente a Cárdenas en 1935,
ahora quería reforzar la alianza, haciendo hincapiés, en primer lugar, en un
viejo tema (la responsabilidad nacional de la clase trabajadora) y, en segundo
lugar, en un tema nuevo: la amenaza del fascismo. La política que seguían los
comunistas era importantísima. Aunque se habían opuesto a la candidatura
presidencial de Cárdenas, fueron atraídos hacia la coalición contra Calles y
respaldaron la CTM; en 1935 la KOMINTERN efectuó un viraje que legitimó (que
requirió) la plena colaboración con las fuerzas antifascistas y progresistas.
Su apoyo al frente populismo y, por ende, al PNR, al Plan Sexenal y al
gobierno de Cárdenas, al que ahora se consideraba un régimen
nacionalista-reformista. En 1937 el PCM y la CTM se unieron para formar un
frente electoral común, en el año siguiente los comunistas apoyaron a la CTM al
asumir ésta un papel central en el nuevo partido oficial corporativo, el PRM.
Era inevitable que hubiese divisiones en el seno de un conglomerado
tan grande. A las diferencias históricas e ideológicas se sumó la rivalidad de
sus bases institucionales: los lombardistas dependían de gran número de
pequeños sindicatos y federaciones, especialmente en la capital, y su falta de
fuerza industrial hacía que la colaboración con los gobiernos resultase
atractiva; la fuerza de los comunistas residía en los grandes sindicatos
industriales que se inclinaban hacia el sindicalismo apolítico. En 1937 se
produjo un cisma importante y los comunistas, al encontrarse excluidos de
puestos clave, abandonaron la CTM, llevándose entre la mitad y una cuarta parte
de los sindicatos afiliados, como los ferroviarios y los electricistas, cuando
la Komintern acudió en su ayuda. Earl Browder llegó a toda prisa de Estados Unidos, Moscú
ejerció presión y tras dos
meses de extravío, los comunistas volvieron al redil; acordaron apoyar a los
candidatos del PNR en las elecciones internas del partido y acallar sus
críticas, que ya eran moderadas, al régimen.
EL FERROCARRIL Y EL PETRÓLEO: NACIONALIZACIÓN DE LA INDUSTRIA
Se expropió y reorganizó de forma fundamental a empresas que eran
total o parcialmente de propiedad extranjera y
se encontraban agobiadas por disputas laborales; ¿eran nuevos ejemplos de Real
Politik disfrazada de radicalismo, por medio del cual un régimen maquiavélico
que hacía gala de su nacionalismo se quitaba de
encima las industrias conflictivas pasándoselas a los trabajadores, que
entonces tenían que someterse a la severa disciplina del mercado?
Los ferroviarios, que tradicionalmente eran activistas y en 1933
se organizaron en el nuevo Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana
(STFRM). En junio de 1937 los ferrocarriles fueron nacionalizaos a la vez que
la deuda en bonos se
consolidaba con la deuda pública. La empresa quedó bajo el
control de los trabajadores el día 1 de mayo de 1938. Se habían pasado otras
empresas a los trabajadores.
La expropiación inicial, en la que se dio muestra de
patriotismo y de machismo político, fue bien recibida incluso por los grupos derechistas y
de clase media que acostumbraban a quejarse de lo que hacía Cárdenas. Un grupo que contempló
con recelo la nacionalización fue el de los propios ferroviarios. Aunque eran
partidarios de ella en abstracto, temían que sus derechos sindicales y el convenio que acababan de conseguir corrieran
peligro al transformarse súbitamente en empleados federales. En la decisión del
sindicato de asumir la gestión de los
ferrocarriles influyó mucho el deseo de conservar lo que tanto les había costado
ganar.
El sindicato asumió el control de acuerdo con estas condiciones y
afrontó valientemente los tremendos problemas que se le
planteaban. La falta de inversiones y el tener
que trabajar con unos niveles de demanda y precios en los que el
sindicato no podía influir pronto hicieron que los ferrocarriles incurrieron en
déficit. Cárdenas recortó tanto la nómina como la
autonomía del sindicato, convirtiendo la administración de los
ferrocarriles en "un simple apéndice del aparato estatal". Estas
medidas anunciaron la terminación total del control de los trabajadores y la
imposición de la plena administración estatal
durante la presidencia de Ávila Camacho.
La industria del petróleo era de
propiedad extranjera en su totalidad, más pequeña y rentable. Tenía un papel
importante en la economía nacional y,
como es lógico, figuraba en la estrategia desarrollista
del gobierno. El Plan Sexenal preveía la creación de una compañía petrolera
estatal, Peroleros Mexicanos (PEMEX) y la explotación de nuevos campos, ya que
las compañías petroleras parecían reacias a emprenderla porque estaban más
interesadas en la bonanza venezolana.
Cárdenas no simpatizaba con las compañías petroleras. Expuso
claramente su intención de obligarlas a ajustarse a las necesidades nacionales
tal como se formulaban en el Plan Sexenal y más adelante se comprometió a
elevar los derechos de explotación. Pero ninguna de estas medidas hacía pensar
en una futura expropiación. Las inversiones extranjeras (en el sector petrolero
y otros) todavía figuraban en los planes del gobierno; no se buscaba la
expropiación per se. En ningún momento se consideró que las minas de propiedad
extranjera estuvieran maduras para la nacionalización a pesar de que el
sindicato minero ejercía cierta presión para que se llevara a cabo; se
estimulaban activamente las inversiones extranjeras en la industria eléctrica y
otras. Mientras que la política cardenista relativa a las inversiones
extranjeras en general era pragmática, el petróleo era un caso
especial. Era un "símbolo sagrado" de identidad e
independencia de la nación; en cambio, las compañías
petroleras representaban un imperialismo perverso, parasitario.
Los petroleros tenían reputación de ser independientes y
combativos, reputación que se intensificó al fundarse el unificado Sindicato de
Trabajadores petroleros de la república Mexicana (STPRM) en 1935. Las
reivindicaciones de los obreros incluían la rápida mexicanización del personal, la sustitución de
empleados de confianza (no sindicados) por miembros del sindicato en todos los
puestos excepto un puñado, una gran mejora de los salarios y de los beneficios
sociales y una semana laboral de cuarenta horas. Según las compañías, tales
demandas amenazaban tato las prerrogativas gerenciales como la viabilidad
económica. Las contrapropuestas de las compañías sirvieron sólo para revelar el
enorme abismo que había entre las dos partes y que la profusa propaganda de las
compañías (denunciando la codicia de los petroleros .los niños mimados de la
industria mexicana) no contribuyó a acortar. El arbitraje gozaba del favor
tanto de la CTM como del gobierno, que ejercieron presión para que se llegase a
un acuerdo y se evitaran más trastornos económicos (la idea de que el gobierno
incitó el conflicto con el fin de justificar la expropiación que pensaba llevar
a cabo no es conveniente.)
Las compañías persistieron en su actitud intransigente, impugnaron
la corrección del informe y se negaron
a aumentar su oferta; hicieron
propaganda y ejercieron presiones tanto en México como en Estados Unidos. Seguros de que su
papel económico era esencial, las compañías resistieron hasta el final,
rechazando una solución que era financieramente factible, temerosas de sus
posibles repercusiones en otras naciones productoras de petróleo. Las opciones
del gobierno eran limitadas; una rendición humillante, una intervención
temporal de las propiedades de las compañías, o la expropiación pura y simple.
Aunque la tercera opción fue el resultado final, no era el objetivo en que
insistía el gobierno, como alegaron las compañías ante las negociaciones
oficiales. Al contrario, el pragmatismo oficial se
hizo evidente en la concesión de nuevas concesiones petroleras en 1937. Las
compañías buscaron una solución negociada. Ya era demasiado tarde. En marzo de
1938 Cárdenas habló por radio a la nación, enumerando los
pecados de las compañías y anunciando su expropiación total.
La expropiación del petróleo fue el apogeo del periodo de
Cárdenas. Desde los obispos hasta los estudiantes de la Universidad Nacional, los
mexicanos acudieron en defensa de la causa nacional, aprobando la postura
patriótica del presidente y admirando, probablemente por primera vez, su
machismo personal. Hubo grandes manifestaciones. Durante un breve periodo el
frente populismo de la CTM pareció abarcar toda la población. El PNR se reunió
para celebrar su tercera asamblea nacional y se convirtió en el nuevo Partido
de la Revolución Mexicana (PRM),
estructurado corporativamente.
Los petroleros dieron muestra de gran energía e ingenio al hacerse
con el control de una industria descapitalizada. Cuando los gobiernos
norteamericano y británico presentaron sus protestas oficiales, las compañías
pasaron inmediatamente al ataque y sacaron fondos de México, boicotearon
las ventas del petróleo
mexicano, presionaron a terceros para que secundasen el boicot y se negaron a
vender maquinaria, Al coincidir con otros problemas económicos, estas medidas
tuvieron consecuencias serias. La confianza del mundo empresarial vaciló, se
agotaron los créditos y bajó el
peso, puesto que Estados unidos suspendió temporalmente las compras de plata
mexicana. En lo que se refiere a la industria petrolera misma, las exportaciones quedaron
reducidas a la mitad y la producción descendió en
alrededor de un tercio. El estallido de la segunda guerra
mundial agravó los problemas. Los petroleros (que tradicionalmente
eran sindicalistas y estaban convencidos de la viabilidad de la industria) se
mostraban favorables a una administración a cargo de
ellos mismos, aunque también, como los ferroviarios, recelaban en lo que se
refería a asumir la condición de trabajadores "federales". Sin
embrago, el gobierno no quería renunciar al control de un recurso tan valioso y
se constituyó a PEMEX basándose en la colaboración conjunta del gobierno y del
sindicato. Esto dio un considerable poder y autonomía a secciones locales del
sindicato, mientras el gobierno conservaba en sus manos el control final de la
gestión y las finanzas. Los líderes
sindicales, entre la espada y la pared, se encontraban ante un dilema
recurrente; traicionarían a su país si obstruían la buena marcha del nuevo
activo nacional, y a su clase si seguían escrupulosamente la dirección del
gobierno. La expropiación no resolvió nada y, en cambio, exacerbó muchas cosas.
La industria era sana en potencia pero el
boicot y la guerra anulaban
los pronósticos optimistas
que se habían hecho anteriormente. Ahora se instó a los petroleros a apretarse
el cinturón por el bien de la nación y (según recalcó la CTM) de su propia
clase. Cárdenas pasó gran parte de su último año en la presidencia ocupado en
la reorganización de esta nueva empresa nacionalizada. Respaldó el plan de
austeridad de la dirección, recomendando reducciones salariales y de puestos de
trabajo, mayor esfuerzo y mayor disciplina, en todo lo que fue secundado fielmente
por la CTM.
RELACIONES EXTERIORES
Con la expropiación del petróleo, el furor diplomático y las
repercusiones económicas que provocó y el comienzo de la guerra, por primera
vez las relaciones exteriores adquirieron importancia central para el régimen.
Hasta entonces su política exterior (aunque llevada con un fervor moral y una
coherencia poco comunes) siguió las consabidas tradiciones
"revolucionarias": respeto por la soberanía nacional, no
intervención, autodeterminación. Estos principios fueron
sustentados vigorosamente en la Sociedad de las
Naciones.
Guerra Civil Española
Fue la que atrajo más atención, tanto oficial
como popular. Al principio Cárdenas accedió a suministrar a los republicanos
las armas que le
pidieron y el suministro continuó durante la contienda. La condena oficial de
los nacionalistas fe secundada por la CTM; y, al fracasar la causa republicana,
México se convirtió en un asilo para refugiados españoles. Al igual que la
llegada fortuita a México de León Trotski, la guerra afectó directamente a la
política nacional, No fue extraño que la opinión mexicana se polarice y que los
grupos derechistas, católicos y fascistas fuesen partidarios de Franco. Algunos
de ellos esperaban con ansia la aparición de algún generalísimo mexicano;
condenaban al gobierno por apoyar al comunismo ateo, y
deploraban la llegada a México de sus derrotados agentes.
La guerra civil española ayudó a definir las alineaciones políticas durante el
periodo anterior a la elecciones de 1940.
Estados Unidos y el New Deal
Con la expropiación del petróleo, empeoraron las relaciones de
México con Estados Unidos. El acercamiento Calles-Morrow se había visto
reforzado por la supuesta correspondencia entre el cardenismo y el New Deal,
por la "política del buen vecino" de Roosevelt y por la feliz
elección de Josephus Daniels para el cargo de embajador de Estados Unidos. Era
claro que Estados Unidos no querría tener nada que ver con las rebeliones,
decisión que, por supuesto, favorecía al ocupante legal de la presidencia.
Daniels prestó apoyo incondicional al régimen a despecho del Departamento de
Estado y de la opinión de los católicos estadounidenses. Con la formulación de
la política del buen vecino los delegados mexicanos y estadounidenses en
sucesivas conferencias panamericanas se encontraban con que estaban de acuerdo,
insólitamente.
Acontecimientos nacionales pronto empezaron a enfriar esta
relación. La expropiación de las tierras de propiedad estadounidense y la
nacionalización de la industria petrolera. El gobierno estadounidense respaldó
el boicot de las compañías, exigió una indemnización, interrumpió las
conversaciones relativas a un tratado comercial y suspendió las compras de
plata. La opinión oficial norteamericana estaba dividida e intereses económicos
antagónicos se mostraban favorables a la conciliación antes que al
enfrentamiento. Roosevelt, alentado por Daniels, estaba dispuesto a hacer caso
omiso de los consejos bélicos de las compañías petroleras, del Departamento de
Estado y de la prensa financiera.
Reconoció que México tenía derecho a expropiar, descartó el recurso a la fuerza
y procuró mitigar el daño que habían
sufrido las relaciones entre Estados unidos y México. Se reanudaron las compras
de plata y se entablaron conversaciones sobre la indemnización de las
compañías. Sin embargo, estas, que andaban ocupadas ejerciendo presiones
en Europa y Estados
Unidos, insistían en la total devolución de sus propiedades y, al ver los
efectos del boicot y los apuros de la industria petrolera y de la economía
mexicanas, estaban completamente convencidos de que lograrían sus propósitos.
Factor importantísimo en la formulación de la política
estadounidense fueron las percepciones de la creciente amenaza del Eje. El
boicot obligó a México a firmar acuerdos de venta con las
potencias del Eje, lo cual exacerbó los temores norteamericanos ante una posible
penetración política y económica de los alemanes en México. La Sinclair Co. se
desmarcó de las demás compañías y llegó a un acuerdo unilateral, a la vez que
las presiones de la guerra obligaron a resolver otras diferencias pendientes
entre Estados Unidos y México. Se formó un acuerdo general para indemnizar a
los norteamericanos que habían perdido sus propiedades a causa de la Revolución; a cambio de ello,
Estados Unidos accedió a incrementar las compras de plata, a facilitar créditos
para apoyar el peso y a empezar conversaciones con vistas a la firma de un
tratado comercial.
A medida que iba acercándose la guerra, Estados Unidos estrechó
sus relaciones con América Latina y, en
sucesivas conferencias panamericanas, firmaron acuerdos prometiendo defender
la seguridad del
hemisferio y advirtiendo a las potencias beligerantes que permanecieran
alejadas del Nuevo Mundo. Brasil y México se
erigieron en los actores clave de esta alineación hemisférica. El decidido
antifascismo de Cárdenas aportó ahora las bases para un acercamiento a Estados
Unidos que su sucesor incrementaría. El presidente condenó con energía la
agresión nazi y expresó resueltamente su apoyo a las democracias; prometió la
plena cooperación contra cualquier ataque del Eje dirigido al continente
americano. Se empezó una reorganización de las fuerzas armadas. Una Nueva Ley de Servicio
Militar decretó que todos los jóvenes de dieciocho años sirvieran durante un
año, con lo cual se esperaba, no sólo preparar a los mexicanos para que
cooperasen en la defensa del continente, sino también inculcar una educación disciplinada que beneficiaría a la juventud del país en
todas las tareas de la vida. Síntomas de los tiempos, y de que ahora la
retórica nacional tenía prioridad frente a la clasista, fue el hecho de que
la escuela rural (ahora
amenazada) se viese suplantada por el otro instrumento clásico de integración nacional, el
cuartel.
La CTM, sirena de la izquierda oficial, sonó en apoyo de la
cruzada democrática contra el fascismo, previendo que México acabaría
participando en ella, con lo que la corrección ideológica se combinaría con las
ventajas económicas. Al empezar la "guerra de mentira", las
consignas de la CTM se hicieron eco de las del PCM: la contienda era una guerra
imperialista en pos de mercados y México
debía permanecer estrictamente neutral. En 1940, la CTM volvió a adoptar su
anterior postura a favor de la guerra y contra el fascismo, prometía ayuda
material y moral para ello y expresaba su esperanza de que los estadounidenses
participaran. Al producirse el ataque nazi contra la Unión Soviética, el PCM se
unió al frente democrático patriótico, cuyo número de miembros se completó
gracias a Perl Harbor. La derecha, naturalmente, disintió. Grupos conservadores
y fascistas, tales como la Acción Nacional y la
Unión Nacional Sinarquista (UNS), se decantaron por la causa del Eje y
criticaron la colaboración militar con Estados Unidos. Con ello se adhirieron a
una causa popular. Para la mayoría de los mexicanos la guerra era un conflicto
que nada tenía que ver con ellos, que se desarrollaba en tierras remotas, y muy
pocas personas se interesaban realmente por su marcha. En la medida en que la
guerra despertó simpatías populares, éstas se inclinaron hacia Alemania, que para algunos
había sido una víctima internacional en 1918, mientras otros la veían como
la antítesis del comunismo
o la fuente del antisemitismo, que a la sazón
crecía en México. Haría falta el estímulo activo del gobierno para que México
se comprometiera en la causa aliada.
POLÍTICA INTERNACIONAL: CAÍDA
DE CÁRDENAS
El PRM
Se alcanzó un objetivo básico del cardenismo: la reestructuración
del partido oficial (ahora se llamaba PRM) siguiendo patrones corporativos.
Cárdenas albergaba la esperanza de que con ello se garantizara la continuación
de la reforma y se superase el faccionalismo porque la izquierda se peleaba con
el "centro", capitaneado de forma extraoficial por Portes Gil. Éste,
al que se había nombrado presidente del partido por la ayuda que prestara para
desplazar a Calles, se propuso "purificar" el PNR (eliminar todo
vestigio de callismo) y hacerlo más atractivo por medio del uso frecuente
del cine, la radio, la prensa y las
conferencias. Se instó a los comités de los estados a propiciar la afiliación y
la participación de la clase trabajadora; el PNR (y no la CTM) emprendió la
organización del campesinado a escala nacional.
Portes Gil chocó con su propia campaña de purificación y fue sustituido por el
cardenista radical Barba González. Continuó el proceso del
organización del partido y de integración de los sectores; con la unión del
PNR, la CTM, la CCM el PCM en un pacto electoral; con la génesis, al cabo de un
año, del PRM, que agrupaba a los militares, los trabajadores (CTM), los
campesinos (representados al principio por la CCM, a la que ponto suplantaría
la CNC, que lo abarcaba todo), y el sector "popular", cajón de sastre
en el que había cooperativas, funcionarios y
elementos no organizados. El partido emprendería la preparación del pueblo para
la creación de una democracia obrera y a consecución de un régimen socialista.
Si hubo un termidor cardenista (un momento en que la Revolución
interrumpió su avance y echó a andar en dirección contraria), fue en 1938 y no
en 1940. Los críticos izquierdistas ven el cardenismo como un termidor prolongado;
mientras que para los partidarios leales no hubo ninguna retirada, sólo
repliegues tácticos. Pero las cosas que tales partidarios citan como pruebas de que el
radicalismo continuó existiendo después de 1938 apenas pueden compararse con
las amplias reformas de años anteriores. Si no hubo ninguna retirada en gran
escala, no puede negarse que hubo un notable cambio de dirección, el cual, sin
embrago, fue fruto de las circunstancias más que de una decisión autónoma. Las
rencillas en el seno del PRM y, finalmente, el desastre electoral de 1940
revelaron esta erosión del poder,
que a su vez socavó la totalidad de la coalición cardenista y afectó
principalmente a la CTM. El clima ideológico
experimentó un cambio repentino; en 1940 los conservadores ya decían con
confianza que la gran mayoría de las personas que piensan ya están hartas
de socialismo.
Aspecto económico
Cárdenas había heredado una economía que iba recuperándose de
la depresión y en la que
la industria manufacturera y ciertas exportaciones aparecían boyantes. Incluso
sin efectuar cambios radicales en la estructura fiscal, los ingresos del gobierno
aumentaron. Pero lo mismo hizo el gasto público. El gasto creció,
en términos reales. Las exportaciones, sin embargo, alcanzaron un punto máximo.
La financiación mediante déficit se había convertido en un instrumento efectivo
por medio del cual el gobierno (que poseía una voluntad política y unos poderes
de intervención monetaria igualmente sin precedentes) contrarrestaba los
efectos de la renovada recesión, transmitida desde Estados Unidos en 1937-1938.
Comparado con un decenio antes, México se encontraba ahora mejor situado para
soportar estas sacudidas externas.
Pero las presiones inflacionarias que ello engendró se vieron
agravadas por el crecimiento de los costes tanto de las importaciones como de
los alimentos. El suministro de
alimentos a las ciudades se vio limitado y los precios empezaron a subir poco a
poco. México tenía experiencia reciente de la hiperinflación y la opinión
era sensible a este amenazador (aunque modesto) aumento de los precios.
Los análisis apocalípticos
que proponen una caída sostenida de los salarios reales durante la depresión,
los inflacionarios años a fines de los treinta y los todavía más inflacionarios
años cuarenta son poco convincentes. Bajo Cárdenas el salario mínimo superó
a la inflación y el poder adquisitivo total de los salarios fue en aumento, lo
cual benefició al mercado nacional. Los principales beneficiarios fueron los
ejidatarios, las organizaciones obreras y los
trabajadores que aprovecharon los cambios que se produjeron en la estructura de
la ocupación a medida que los puestos de trabajo agrícola dieron paso a los
industriales. Los proletarios rurales fueron menos afortunados, mientras que
fue la clase media urbana (la que más criticaba a Cárdenas) el sector
relativamente más perjudicado por la inflación.
La inflación hizo peligrar conquistas recientes de la clase obrera
y, con ello, el apoyo de ésta al régimen. También frenó la inversión privada y
estimuló la fuga de capitales. Se hizo un intento serio de regular los precios
de los alimentos. Buscando soluciones más
fundamentales el gobierno elevó los aranceles, cobró
nuevos impuestos a las
exportaciones y recortó los proyectos de inversión. Al disminuir
también los créditos agrícolas que concedía el gobierno, los ejidatarios
pasaron estrecheces y acudieron a fuentes privadas. El
ritmo de la reforma agraria se hizo más
lento. El gobierno albergaba la esperanza de obtener un préstamo norteamericano
y el gobierno de Estados Unidos, aunque prefería un programa de ayuda
económica más amplio, no era del todo contrario a ello. Pero la expropiación
del petróleo descartó todo acuerdo en este sentido.
Aspecto político
Al producirse fisuras en la coalición cardenista, antiguos
partidarios de ella desertaron; por otra, los adversarios conservadores y
católicos, que tenían batiéndose en retirada desde la caída de Calles, cuando
no desde la derrota de la Cristiada, experimentaron una recuperación decisiva.
Los conflictos industriales
de facto crecieron y hubo importantes huelgas de panaderos, maestros,
electricistas, mineros y trabajadores del azúcar. En 1940 ya
abundaban los indicios de apoyo obrero al candidato presidencial de la
oposición. Tampoco el mundo empresarial sintió crecer su amor al régimen a
causa de la nueva moderación que éste desplegaba: regulación de precios,
aumento de los impuestos, ataques contra los sindicatos activistas. El mundo
empresarial demostraba ahora una mayor organización corporativa, y lo mismo puede
decirse de la oposición conservadora y fascista.
– Unión Nacional Sinarquista (UNS, 1937): movimiento (contrario
al concepto de partido)
integrista católico de masas; rechazaba rotundamente la Revolución, el liberalismo, el socialismo, la
lucha de clases y el materialismo gringo; los valores: la religión, la familia, la propiedad
privada, la jerarquía y la solidaridad social.
Posiblemente recibían ayuda económica de las empresas, aunque dependían sobre
todo del apoyo sincero de los campesinos en las antiguas regiones cristeras del
oeste y del centro de México, crecieron con rapidez desde el punto de vista
numérico y organizaron manifestaciones masivas de resurgimiento religioso en
las poblaciones del Bajío.
– La Acción Nacional (1939): con ideología parecida pero que
usaba métodos más
tradicionales para hacer adeptos entre la clase media. Apoyo de católicos
seglares y el respaldo económico de la burguesía de Monterrey.
– Derecha "secular":
·
Partido Social Demócrata (PSD): atraían a la clase media
anticardenista y explotaban la tradición liberal que se había manifestado en
1929; la mayoría, con su denuncia del comunismo, de la llegada de subversivos
españoles y de la influencia omnipresente de los judíos, revelaba cómo un
nutrido sector de la clase media se había visto empujada hacia la extrema
derecha por la polarización política del decenio de 1930. Ejemplo típico de
este fenómeno era José Vasconcelos.
·
Partido Revolucionario Anti-comunista (PRAC, 1938): lo fundó Maule
Pérez Treviño, antiguo jefe del PNR y latifundista, proclamaba con nombre la
razón de su existencia
En general eran organizaciones débiles y efímeras que a menudo
dependían de los caprichos y la ambición de un caudillo envejecido. Pero era
indicio de un cambio real en el clima ideológico: un resurgir de la derecha
(una derecha liberal que iba a menos y una derecha autoritaria y agresiva que
era cada vez mayor y que seguía modelos extranjeros);
una nueva añoranza del Porfiriato que se hacía
evidente en la afectuosa evocación de la vida ranchera en el cine, y la
correspondiente pérdida de iniciativa política por parte de la izquierda.
La derecha imitaba de forma creciente los métodos de la izquierda.
Formaba organizaciones de masas e incluso birlaba las de sus contrarios, con lo
cual participaba en el proceso gradual de institucionalización y masificación
de la política que fue característico del decenio de 1930. Incluso en regiones
donde actuaban los sinarquistas, la política de finales de los años treinta fue
relativamente pacífica en comparación con la tremenda violencia de la
Cristiada; tanto más cuanto que la jerarquía católica se preocupó por refrenar
a los fanáticos radicales del movimiento. Un veterano permanecía aferrado a las
viejas costumbres, incapaz de comprender a las nuevas: Saturnino Cedillo había
dirigido el estado de San Luis Potosí como gran patriarca del pueblo más que
como el cacique nuevo, líder de masas organizadas
que se estaban convirtiendo rápidamente en la norma. Contaba con el apoyo de
sus colonos agrarios (que habían luchado por él en las guerras de la
Revolución y los cristeros), con la simpatía de los católicos, a quienes
protegía, y con una red de pequeños
caciques municipales. Patrocinador de una extensa reforma agraria de tipo
personal y popular, toleraba ahora a los terratenientes y hombres de negocios
que huían del radicalismo cardenista. Sus relaciones con el movimiento obrero
eran generalmente hostiles, y como secretario de Agricultura promovía el
clientelismo y fomentaba la colonización con preferencia a la colectivización y
se ganaba el odio de los radicales. En San Luis, donde su poder perduró, los
sindicatos independientes adquirieron fuerza con el apoyo de la CTM, que
aprovechó las huelgas que hubo para debilitar el control local de Cedillo. En 1937
éste se encontraba en San Luis, resentido, acariciando pensamientos de
rebelión, alentado por consejeros ambiciosos y por el palpable crecimiento del
descontento conservador.
Convertir el descontento general en una oposición política
efectiva no fue tarea fácil, especialmente si se tiene en cuenta que las ideas
de Cedillo eran primitivas y sus aliados en potencia eran tan dispares. Aunque
planeaba una campaña política, puede que presidencial, también preveía,
probablemente con satisfacción, la perspectiva de una revuelta armada. Sin
embargo, las propuestas a posibles aliados fueron en su mayor parte un fracaso.
Cedillo tuvo que apoyarse en sus recursos locales,
especialmente sus quince mil veteranos agrarios. Pero también aquí se vio
obligado a ponerse a la defensiva. El gobierno hizo cambios en los mandos
militares, fomentó el reclutamiento de la CTM de
San Luis y, la más espectacular de todas las medidas, puso en marcha una
importante reforma agraria que repartió hasta un millón de hectáreas de tierra potosina,
creando con ello una clientela rival, agrarista, en casa del propio Cedillo.
Cárdenas ofreció a su viejo aliado una salida honorable nombrándole comandante
general en Michoacán. Cedillo debatió, planeó y negoció. Finalmente, se negó a
abandonar San Luis y Cárdenas, temeroso de que su desafío fuese contagioso, fue
por él. Cárdenas llegó a San Luis, dirigió la palabra al pueblo y pidió a
Cedillo que se retirara; éste se rebeló. Fue una rebelión poco entusiasta, una
demostración de disgusto más que un pronunciamiento serio. Cedillo tuvo el
gesto humanitario de aconsejar a la mayoría de sus seguidores que se quedaran
en casa y prefirió echarse al monte con la esperanza de que hubiera alguna
apertura favorable en 1940. Pero en 1938 los tiempos habían cambiado. Apenas si
hubo revueltas de simpatía. Muchos de los rebeldes fueron amnistiados; unos
cuantos, entre ellos el mismo Cedillo, fueron perseguidos y muertos. Se dijo
que Cárdenas lo lamentó sinceramente.
La oposición conservadora ya empezaba a reunir sus fuerzas para
participar pacíficamente en las elecciones de 1940. Alarmado por la revuelta de
Cedillo y por el empeoramiento de la situación económica, el gobierno se
propuso buscar la conciliación. La negación del "comunismo" y el
énfasis en el consenso constitucional ya formaban parte del repertorio
habitual. El Congreso se hallaba entregado a la tarea de diluir el programa de
educación socialista; la CTM demostraba su preocupación por la unidad nacional
y el equilibrio social
presionando a los sindicatos para que evitaran las huelgas al mismo tiempo que negaba
que aspirase a la abolición de la propiedad o a la dictadura del
proletariado. En lugar de comprometer y desplegar sus abundantes recursos en el
espacioso ruedo de la política oficial, la derecha prefirió permanecer fuera de
él, agrupada en una coalición de partidos conservadores y fascistoides, con la
esperanza de que la continuación del radicalismo provocara el derrumbamiento
total del cardenismo, del cual la derecha se beneficiaría inmensa y
permanentemente. No podía descartarse un golpe de Estado de signo
conservador, que posiblemente uniría a militares y sinarquistas, si Cárdenas
imponía un sucesor radical que defendiera un programa igualmente radical. La
conciliación poseía una lógica clara
CAÍDA
DE CÁRDENAS: PRESIDENCIA DE ÁVILA CAMACHO (1940-1946).
Sucesión presidencial
En 1938 el poder personal de Cárdenas iba
disminuyendo y el presidente no pudo impedir las especulaciones en torno a
su sucesión. Él solo no podía determinar su resultado electoral; tampoco podía
el PRM, que, aunque fuese un leviatán, era un monstruo enorme, carente de coordinación y
de un cerebro rector
que guardase proporción con su volumen corporativo.
El partido no podía garantizar una sucesión sin problemas; el
hombre que destacaba como heredero forzoso,
Ávila Camacho, se valió de organizaciones paralelas, ajenas al partido, para
preparar su campaña con vistas a obtener la candidatura. El conflicto se vio
agravado por la abnegación política de Cárdenas. Descartó su propia reelección
y abogó por una selección auténticamente
libre en el seno del PRM. Constituyó una invitación al faccionalismo, una
automutilación del poder presidencial y una sentencia de muerte para
la izquierda oficial, que apoyaba a Francisco Múgica, amigo íntimo y consejero
de Cárdenas, Ávila Camacho en su cargo de secretario de Guerra se había ganado
el amplio, aunque no abrumador, apoyo de los militares, lo cual era una
consideración importantísima en vista de los temores a un cuartelazo que
existían en aquel momento y que por última vez afectarían seriamente el asunto
de la sucesión. También contaba con la mayoría de los gobernadores de los
estados, alineados por su diestro director de campaña, el gobernador de
Veracruz, Miguel Alemán; y con ellos llegaron numerosos caciques locales que,
con el fin de conservar sus feudos pese al creciente poder federal,
convirtieron un cardenismo oportunista en un avilacamachismo igualmente
oportunista. El Congreso, en especial el Senado, se convirtió en un nido de
avilacamachistas.
La CNC fue presa de manipuladores de menor
importancia y su voto abrumador a favor de Ávila Camacho fue denunciado
inmediatamente por los mugiquistas, que afirmaron que era una parodia de la
opinión de los campesinos, prueba de que la CNC se había transformado
rápidamente en un simple "fantasma" controlado por burócratas que no
representaban a nadie. La CTM estaba a favor de Ávila Camacho y sus líderes
aportaron unos argumentos ya consabidos: que la unidad era importantísima, que
ante las amenazas fascistas, así internas como externas, 1940 era un momento
para la consolidación y no para el avance; la CTM sublimó su radicalismo
compilando en un extenso segundo Plan Sexenal que preveía más dirigismo
económico, la participación de los trabajadores en la toma
de decisiones y una forma de democracia
"funcional". Vilipendiado por la derecha, que lo tildó a la vez de
comunista y fascista, el plan mostraba una fe ingenua en la propuesta sobre el
papel y en la capacidad de la CTM para hacerlas realidad. Resultó que el programa
definitivo del PRM fue un documento previsiblemente moderado.
Ávila Camacho pudo contar con el apoyo tanto
del centro como de la izquierda. Hizo un llamamiento a la derecha, haciéndose
eco de las negaciones de comunismo de Cárdenas e ingeniándoselas para hacer
suyo el creciente sentimiento anticomunista, a pesar del apoyo del PCM a su
candidatura. Se previno a los trabajadores contra la militancia; se tranquilizó
a los pequeños propietarios; se alabó a los hombres de negocios. En lo
referente a la educación fue partidario de la moderación y la reconciliación,
rechazó las teorías doctrinarias
y abogó por el respeto a la familia,
la religión y la cultura nacional;
se observó que era recibido cordialmente en Los Altos, el viejo núcleo de los
cristeros. Declaró en tono vibrante su fe: "Yo soy creyente". Hacía
hincapié en la libertad,
la democracia y sobre todo la unidad por lo que contrató con el pugnaz
radicalismo de Cárdenas. Ávila Camacho estaba poco a poco negando la
continuidad cardenista expresada en el Plan Sexenal. A pesar de ello, la CTM,
la principal progenitora de dicho plan, continuó respaldando al candidato e
incluso haciéndose eco de sus soporíferos sofismas.
Había aquí un atractivo totalmente populista
en el cual las diferencias de credo y
de clase social quedaban inmersas en una glutinosa unidad nacional. La
burguesía de Monterrey respondió positivamente a las propuestas de Ávila
Camacho, lo cual le proporcionó cierta influencia en el seno del partido
oficial pero también patrocinó a su principal rival católico, el PAN quien
resolvió apoyar a la oposición de forma muy condicional, lo cual representaba
lo peor de ambas opciones. Los líderes sinarquistas rechazaron a Almazán y
persuadidos por Alemán, recomendaron la abstención.
La plétora de partidos, grupos y posibles
candidatos conservadores daba testimonio de la amplitud de los sentimientos
contra el gobierno, pero también dificultaba la cooperación contra el enemigo
común. Otros grupos servían los intereses personalistas de los caudillos
envejecidos. Fue Almazán, respaldado por una coalición variopinta quien se
erigió ahora en principal adversario de Ávila Camacho. Dotado de experiencia
política, rico y más listo que Amaro, Almazán poseía extensos intereses en
Nuevo León, donde tenía su mando militar y donde gozaba de buenas relaciones
con el grupo de Monterrey. Al negársele la oportunidad de encauzar sus
conocidas ambiciones por medio del PRM (como Cárdenas esperaba que hiciese)
Almazán se benefició de los errores y las flaquezas del resto de la oposición;
y al negársele el apoyo total de los grupos derechistas organizados, dependía
más de grupos de electores numerosos y difusos (los católicos, la clase media,
los pequeños propietarios) cuya integración en el partido almazinista, el
Partido Revolucionario de la Unificación Nacional (PRUN), era poco firme.
Movilizó a los liberales de clase media; a los campesinos, que estaban
desencantados de las triquiñuelas de la CNC y de la lentitud o pura y
simple corrupción de
la reforma agraria; a los militares jóvenes (a sus jefes los había conquistado
el PRM); y a muchos grupos de la clase obrera, grandes sindicatos industriales,
los ferroviarios y los petroleros, electricistas y tranviarios, mineros y
trabajadores del azúcar; cabía también el trotskista Partido Revolucionario
Obrero Campesino (PROC), encabezado por Diego Rivera.
El almazinismo constituía una cueva en la
cual se reunían todos los grupos que eran hostiles a la manipulación oficial y
criticaban a un régimen que, según su candidato, lejos de hacer realidad las
promesas de la Revolución, había desorganizado la economía y traído carestía
y pobreza al
pueblo. Almazán censuraba el fracaso económico, la corrupción oficial
y la nociva influencia extranjera, fuese nazi o comunista; ponía a la izquierda
como un trapo y recurría a otra clase de populismo, concluyendo los discursos con
gritos de "Viva la Virgen de Guadalupe" y "Mueran los
gachupines". El propio Ávila Camacho hacía hincapié en los valores nacionales
y el rechazo al comunismo, por lo que había un gran parecido entre la retórica
de los candidatos.
Cárdenas esperaba que se celebrara un debate abierto
y que las elecciones fuesen libres. No quería imponer un sucesor al partido ni
al país, lo que era una actitud nueva y arriesgada. Otros, al ver que peligraba
su situación y su política, mostraron menos ecuanimidad democrática; la CTM
entró en acción y presionó a los sindicatos que la constituían, organizó manifestaciones,
atacó físicamente las sedes de la oposición, maquinó golpes internos en las
organizaciones recalcitrantes. La administración también demoró las leyes relativas
al sufragio femenino,
temiendo con razón que las mujeres darían su voto a la oposición. Una campaña
sucia culminó con unas elecciones también sucias (julio de 1940), que se
celebraron bajo leyes electorales que eran una invitación al fraude y
a la violencia. El PRM y el PRUN se disputaban el control de las casillas
electorales y la CTM utilizó la fuerza para apoderarse de muchas de ellas. Hubo
robo de urnas, se registraron numerosos heridos e incontables quejas de abusos
oficiales. La prensa contó que todo ello era una nueva demostración de la
"incapacidad democrática" del pueblo mexicano. Pero si la fuerza y el
fraude eran evidentes, también lo fue la participación generalizada.
Almazán ganó en las ciudades principales,
donde el control oficial era más difícil y la movilización de la CTM no fue lo
que se esperaba; pero en México, como en otras partes de América Latina,
el voto fue favorable al gobierno, justificando así el tranquilizador informe
que el secretario de Gobernación dio al presidente la noche de las elecciones
de que el voto de los campesinos dirige el resultado de las elecciones a favor
de Ávila Camacho. Almazán se retiró a E. U. profiriendo acusaciones de fraude y
desafíos. Los tiempos habían cambiado y Almazán era demasiado astuto para
arriesgarse a una rebelión. E. U. no ayudaría ni alentaría a Almazán. Ávila
Camacho y sus partidarios habían tomado las medidas oportunas y Cárdenas tuvo
la precaución de hacer cambios en los puestos de mando clave y de visitar
personalmente al almazanista norte. En un "país organizado" la
rebelión tenía que ser un asunto profesional y no una quijotesca repetición de
1910; el régimen del PRM no era el régimen de Porfirio. Sobre todo, el
descontento político no entrañaba compromiso revolucionario. 1940 fue un
réquiem por el cardenismo; reveló que las esperanzas de una sucesión
democrática eran ilusorias; que el respaldo electoral del régimen tenía que
fabricarse; y que las reformas cardenistas, si bien creaban ciertas clientelas
leales, también habían dado origen a adversarios formidables que ahora
esperaban pasar a la ofensiva.
https://www.monografias.com/docs114/mexico-cardenismo/mexico-cardenismo2
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