Relación de Texcoco (1582) de Juan Bautista Pomar. Crónica de
una crónica olvidada
http://toltecayotl.org/tolteca/?id=6649
RESUMEN
Hacia 1582 Juan Bautista Pomar finaliza la crónica mestiza Relación de Texcoco,
uno de los textos sobre Nueva España que
menos atención ha
recibido desde la crítica. En este trabajo propongo
un acercamiento al texto que releve
sus características retóricas más relevantes así como el complejo y
peculiar posicionamiento enunciativo.
El mundo de la posconquista es mestizo, tanto en los hechos como
en la forma de hablar de éstos Todorov, La conquista de América
INTRODUCCIÓN
Escrita a pedido de la Instrucción y Memoria de 1577,2
Relación de Texcoco3 de Juan Bautista Pomar4 consta de una introducción del autor
y treinta y un capítulos de variada extensión, aunque las copias que se
conservan hoy día comienzan por el capítulo XI y carecen de los capítulos
XXVIII y XXIX.5 La crónica contiene numerosas ilustraciones, hoy extraviadas, a
las que el narrador se refiere en varias oportunidades. Algunas páginas del
original evidentemente han sido rotas puesto que las copias que se conservan no
han podido reproducir algunas frases en su totalidad.
El texto culmina de manera abrupta, lo cual parece indicar que la
crónica no terminaba en el capítulo XXIX sino con una conclusión o cierre que,
al igual que las pinturas y los capítulos iniciales, se ha perdido. Cada capítulo
se encuentra precedido por un breve epígrafe que retoma y sintetiza la pregunta
del cuestionario que debe
responder.
Relación de Texcoco forma parte del vasto y complejo subtipo de la
cronística colonial conocido como "crónicas mestizas" (Garibay 2,
1954; Lienhard, 1983), textos que casi independientemente del origen étnico de
sus autores (indígenas, mestizos, españoles), reelaboran materiales discursivos
o reales de la historia americana
a través de unos procedimientos narrativos
(verbales y/o pictográficos) de tradición heterogénea: indígena y europea.
(Lienhard, 1983: 105)
De esta manera, parte de su complejidad proviene no del hecho de
que sea un mestizo quien escribe el texto sino de la inserción problemática de
elementos de las tradiciones indígena y occidental.
El objetivo de este
artículo es el de analizar las cuestiones retóricoformales que hacen de este
texto una crónica que condensa elementos de ambas culturas, elementos que
repercuten de manera problemática y diversa en el texto. Para esto, me centraré
en el abordaje de dos ejes afines a toda crónica mestiza: el posicionamiento
enunciativo sobre el pasado indígena (en particular, el panegírico que hace el
autor de la ciudad de Texcoco) y la conquista de Nueva España. Mi intención es,
además, observar las especificidades que hacen de Relación de Texcoco una
crónica que en su enunciación difiere de las de tradición occidental o de las
"crónicas misioneras".6
POMAR Y
EL PASADO TEXCOCANO
El pedido de información sobre la
ciudad de Texcoco, sus habitantes y costumbres introducen al enunciador en un
viaje a la memoria indígena
(Florescano, 1999) del que parece no querer retornar. Es que pareciera sentirse
cómodo dando cuenta de ese pasado y no tanto del presente indígena en la
colonia, datos que
también debía proporcionar según la Instrucción y Memoria a la que contribuye
con su texto.
Este movimiento de
acercamiento a la cultura originaria
se realiza a través de diversos ejes. En primer lugar, las permanentes referencias
a las fuentes indígenas
que le permitieron recopilar la información necesaria para la relación. Según
el autor, esta investigación se hizo
"habiendo primero hecho muchas diligencias para ella, buscando indios
viejos y antiguos inteligentes (…) y cantares antiquísimos" (21).
En segundo lugar, un intento de objetividad como cronista capaz de
diferenciar lo bueno y lo malo de sus antepasados. Pomar distingue las
costumbres positivas y negativas (49) y releva el papel del arte entre los
indígenas. Sin embargo, incurre en momentos idílicos e hiperbólicos al narrar
las formas de justicia en
Texcoco. Además, toma partido por el pueblo indígena en general: "los
indios son muy domésticos y pacíficos unos con otros" (71), "eran fidelísimos
y constantes en toda adversidad" (80) y otras expresiones que podemos
encontrar en otros cronistas, por ejemplo, José de Acosta (1940), Toribio de
Benavente, Motolinía (1985) o Diego Durán (1984).7 Así, presenta ese
virtuosismo que caracterizaba a Texcoco dejando entrever que la causa de su
actual inexistencia es el proceso de
colonización que arrasó con la cultura indígena. Por otro lado, Pomar plantea
que los mismos indígenas criticaban aquellas actitudes que muchos
españoles rechazaban en ellos: la ebriedad, la vagancia, la lujuria, el
despotismo de los monarcas, la crueldad de las guerras, entre tantas
otras. Sin embargo, el movimiento resulta más una aproximación al lugar común
de las crónicas misioneras que una postura firme y convincente.
TEXCOCO,
EL SEÑORÍO EXTINTO
Dentro de esta reapropiación de la tradición indígena, Pomar
recupera el pasado de Texcoco desde una visión panegírica. Sin embargo, no lo
hace solamente para revalorizar el prestigio de su pueblo y, así, obtener las
mercedes por las que lucha sino que, a la vez, pretende contrarrestar las
típicas acusaciones de los españoles a los indios.
Entre los casi dos tercios del texto dedicados al tiempo anterior a
la conquista, Pomar pretende mostrar la supremacía religiosa de Texcoco por
sobre, por ejemplo, los mexicas (introductores, según él, del sacrificio), pero
también la superioridad política de su ciudad. Su intención es clara y su defensa, también.8
De esta manera, origen, gobierno y religión de su pueblo se relevan satisfaciendo, así, la demanda informativa
proveniente de la misma sociedad colonial.
Su descripción de la
ciudad de Texcoco se inicia con la aclaración del carácter de
sujeción de la misma. El enunciador plantea que, si bien es "pueblo
poblado de indios y una de las tres cabeceras de la Nueva España, está
encomendada a la Corona Real" (23). Está situada a tres leguas de México, por vía de una
laguna que las separa aunque, en definitiva, une. En un claro cruce con los
procedimientos occidentales, el autor explica la etimología del nombre de la
ciudad: hay a una legua de la ciudad un cerro llamado "Tetzcotl"
en lengua chichimeca;
luego, según el autor, los culhuaque "corrompieron" el vocablo por
"Tezcoco" y el cerro "Tezcotzinco".
Pero es de la ciudad de Texcoco en tanto señorío extinto que Pomar
realiza un panegírico. La antigua Texcoco es una ciudad en la que se castigan
los pecados y se enjuicia al que delinque. Hay espacio para el arte y las
guerras se producen sólo si son concertadas con México y Tacuba.
Según Pomar, los reinados de Nezahualpiltzintli y
Nezahualcoyotzin9 fueron una suerte de edad de oro para el
pueblo: tlatoque rectos, valerosos, pacíficos, injustamente olvidados (28), a
pesar de que tenían pueblos sujetos.10 El monarca cesaba las guerras en caso de
hambrunas, brindaba renta para ayudar al pueblo, no cometía excesos y los
castigaba en los demás. El narrador hace hincapié en que el tlatoani no era tan
diferente al hombre común:
comían prácticamente lo mismo, adoraban los mismos ídolos, todos recibían enseñanza. Eran tlatoque
sumamente amados y respetados (63), tanto así que muchos súbditos (entre ellos,
algunas de sus mujeres y sus colaboradores cercanos) ante su muerte elegían
ser enterrados junto a ellos. Tenían, además, una suerte de tribunal de
justicia compuesto por seis miembros de la nobleza y otros seis alumnos
destacados de las casas de educación para macehuales. Estos reyes tenían esclavos a su servicio pero eran
muy bien tratados (68),
mención repetida en varias ocasiones que contrasta con la reducción a la
servidumbre del indígena por parte del español que Pomar,
como veremos, repudia.
El esfuerzo por homologar el antiguo señorío texcocano con
el cristianismo es
notable. Pomar asevera que los tlatoque "dudaban de que unos bultos de
palo y piedra fueran dioses" y afirma que Nezahualcoyotzin fue quien más
buscó al "verdadero dios". Lamentablemente, dice el narrador, Dios
"por su secreto juicio no lo alumbró" por lo que terminó adorando a
quienes adoraban sus padres (48). Para Pomar, los texcocanos eran incipientemente
monoteístas, de aquí que haga alusión a solamente tres de sus muchos ídolos.11
Además, describe algunas celebraciones, como la del casamiento, muy similares a
la de los españoles (50) y hace hincapié en que los texcocanos castigaban
el adulterio, el incesto
(52) y la homosexualidad (6768)
con severidad. Por otro lado, creían fervientemente en la persuasión por medio
de la retórica, por la que aprenden a contener excesos y enseñan virtudes:
"esta costumbre era una de las cosas con que más se conservaron en su modo
de vivir, en la forma que los hallaron los conquistadores" (69).
Texcoco es representada como una ciudad armoniosa, que irradia
justicia: las leyes, ordenanzas
"y buenas costumbres y modos de vivir que generalmente se guardaba en
toda la tierra procedían
de esta ciudad" (70) dice, hiperbólicamente, el narrador. A pesar de las
guerras que mantenían con otros pueblos (las concertadas no son criticadas, las
otras son prácticamente elididas de la descripción), vivían "pacíficos
unos con otros" (71). El panegírico de su pueblo llega al punto que, según
el narrador, los texcocanos no temían la muerte sino hacer
algo "infame o afrentoso" (80).
Las únicas menciones negativas a otros pueblos son la adjudicación
de la introducción de los sacrificios (casi la única referencia negativa al
pasado texcocano) por parte de los mexicanos (39) y la crítica a la vestimenta
de mexicas, tlaxcaltecas y huexotzincas: dice el narrador que, mientras los
reyes texcocanos vestían "muy honestos", los de otros pueblos iban
"arreados a la soldadesca y fanfarronamente" (70), contrastando así
austeridad, virtud típica para el cristiano, con soberbia, uno de los pecados
capitales. La homologación de texcocanos con españoles es una estrategia del
narrador para indicar que su ciudad es una suerte de pueblo elegido, preparado
desde tiempos remotos para recibir la fe cristiana (Inoue Okubo, 2000: 219).
La armonía de dichos tiempos pareciera revivir en la Texcoco
actual, sujeta, caótica, pero evangelizada. El mestizo ve su presente y no
puede sino ver caos. Respecto de las condiciones edilicias de la ciudad y a
partir de una pregunta del cuestionario, Pomar plantea que los edificios,
aunque de más de doscientos años, están enteros y sanos, aunque también se ven
ruinas. Es una ciudad en la que convive el pasado relevado con el presente que
se esfuerza por esconder y emerger de esos escombros.
LA CONSTRUCCIÓN DEL PASADO
Pero además de panegirizar los gobiernos de los tlatoque de
quienes es descendiente, en su crónica Pomar repudia a los pocos miembros de la
realeza que no concuerdan con el pasado prestigioso que pretende mostrar. Por
ejemplo, al relatar la historia de Texcoco y presentar a Cacamatzin, su último
rey, plantea que "por haber sido muy vicioso, no se tratará de él en esta
relación, sino de Nezahualpiltzintli, su padre y de Nezahualcoyotzin, su
abuelo, por haber sido hombres muy virtuosos" (27). La estrategia consiste
en seleccionar lo más célebre de ese pasado y castigar con la omisión en su
historia (en definitiva, en la historia) aquello que considera repudiable.
Otro juicio de valor feroz que
realiza es a la costumbre de los sacrificios humanos aunque, dice, fue
introducida por los mexicanos, con lo que pretende salvaguardar de alguna
manera el prestigio de su ciudad. El narrador plantea que, al principio, el
sacrificio humano en Texcoco había comenzado de forma moderada, como reflejo de
la práctica de otros pueblos, pero luego creció a la par de su potencia, aumentando así
su "ceguedad y error" (39). Cabe destacar la prolijidad con que el
enunciador describe aquello que, como cristiano, no comprende: los rituales
religiosos son detallados, a su vez, para sí mismo, como punto de disyunción
con esa cultura que idealiza casi en su totalidad.
Son estos "espantosos sacrificios" (45), "tan
horrendos" (46), una "diabólica invención" (39), para los que se
valían de "sacerdotes servidores del
demonio" (41,42). A través del riguroso juicio de lo único denostable de
sus antepasados, Pomar se posiciona en un lugar de cronista similar al de los
frailes misioneros, como Fray Toribio de Benavente (conocido como Motolinía).12
Por otra parte, al describir a los ídolos adorados por sus
antepasados no emite juicio de valor sino que los describe desde una mirada de
historiador que refleja más una mezcla de curiosidad, fascinación y rechazo que
una respetuosa adhesión (30). Tampoco enjuicia el politeísmo de los indígenas
con la severidad con que lo hacen otros cronistas mestizos sino que lo asocia
con "el engaño en que vivían" (49). Por el contrario, postula un
monoteísmo incipiente en sus formas de adoración y en los cantos antiguos,
entre los nombres y epítetos honrosos de Dios que indican que, para ellos, en
realidad, había uno solo (48). Para Pomar, tanto entre los principales, tanto
tlatoque como pipiltin, como entre la gente común o macehuales, había
"señal evidentísima de que tuvieron por cierto no haber más de uno"
(49). Inoue Okubo señala al respecto que en esta clara intención de resaltar la
supremacía texcocana por sobre la de los otros pueblos, la "tesis sobre el
Dios único es justamente una de las razones que sostienen la importancia
religiosa de la capital acolhua"
(2000: 211).
LA
DENUNCIA A LA CONQUISTA
Una de las más fuertes denuncias a las consecuencias de la
conquista española es la desaparición, extirpación y quemazón de pinturas que
redunda en falta de información, en falta de "memoria", así como la
amputación de aquellos "cantos antiguos que hoy se saben a pedazos"
(48). Esta memoria escindida se transforma en lamento continuo a lo largo de la
crónica que podemos asociar tanto a la imposibilidad de responder tal como
pretende el autor a su obligación de cronista como a otra imposibilidad que
deriva de aquella, la de acercarse más a ese pasado del que debe dar cuenta.
Llama la atención que el juicio de valor más fuerte del texto sea
contra los españoles y el maltrato que sufren de ellos los indígenas. A
diferencia de otras crónicas mestizas, como la de Diego Muñoz Camargo (1998),
Pomar no señala a las pestes y enfermedades como las
verdaderas causantes de la violenta desaparición de la población indígena
en Nueva España sino que arriesga una hipótesis:
Si hay alguna causa de su consumición es el muy grande y excesivo
trabajo que padecen en servicio de los españoles, en sus labores, haciendas y
granjerías, porque de ordinario en cada semana se reparten para este efecto
mucha cantidad de ellos en todos los pueblos de esta Nueva España, porque en
todos los lugares de ellos tienen edificios, haciendas y granjerías de pan,
ganados, minas y ingenios de azúcar, caleras y
otras muchas maneras y suertes de ellas, que benefician y labran con ellos, que
para ir a ellos a doce y a quince leguas de sus casas son compelidos y
forzados, y que de lo que padecen allí de hambre y cansancio se debilitan y
consumen de tal manera los cuerpos, que cualquiera y liviana enfermedad que les
de basta para quitalles la vida, por el aparejo y de la mucha flaqueza que en
ellos halla, y más de la congoja y fatiga de su espíritu, que nace de verse
quitar la libertad que Dios
les dio, sin embargo, de haberlo así declarado S. M. por sus leyes y ordenanzas
reales para el buen tratamiento y gobierno de ellos, afirmando que del
descontento de su espíritu no podía prevalecer con salud el cuerpo, y así andan muy afligidos, y se parece muy claro
en sus personas, pues por de fuera no muestran ningún género de alegría
ni contento, y tienen razón, porque realmente los tratan muy peor que si fueran
esclavos. (Pomar, 1991: 8283)
Esta cita, la más extensa y la única de este tenor en toda la
crónica, pone de manifiesto varias cuestiones. En primer lugar, una fuerte
crítica a la reducción del indígena al servilismo por parte del español muy
similar al que realizan los frailes misioneros en sus crónicas pero no común en
otras crónicas mestizas, puesto que dicha osadía podía ser mal vista entre los
funcionarios coloniales e, incluso, sus superiores, quienes deciden la restitución
de tierras o servicios a los
mestizos que luchan por ellos. En segundo lugar, un enunciador analítico que
entiende de cuestiones médicas y asocia la debilidad con la inexorable
introducción de la enfermedad (las pestes, en este caso) en un cuerpo
doliente.13 En tercer lugar, la eximición de culpa que hace a "Su
Majestad" por el maltrato de los indígenas. Los españoles que esclavizan
no representan, dice el narrador, la voluntad real. Por último, la interpretación de que la
conquista española devino en una sociedad no del todo justa, muy distinta a la
sociedad texcocana ya extinta.
A pesar de lo elocuente de la cita, no debemos olvidar el
objetivo personal que
persigue Pomar: su cuestionario será leído por las autoridades coloniales antes
de, si tiene suerte, llegar a manos del rey. Entonces, podemos pensar que esta
dura crítica a la falta de reconocimiento del prestigio texcocano por parte de
los españoles a través de los maltratos es, también, advertencia sutil acerca
de un posible desaire al conocerse sus reclamos. Es decir, Pomar se manifiesta
en contra del maltrato (aunque de otro orden) que supondría la indiferencia
ante sus pedidos.
Por esto, discrepo con Inoue Okubo, quien plantea que Pomar no se
identifica a sí mismo con el pueblo texcocano (2003: 4). Por el contrario, los
procedimientos utilizados manifiestan un enunciador más oscilante que claro al
respecto. Si bien su identificación con la parte indígena no es total, tampoco
se presenta como un español más. En todo caso, en una crónica mestiza la
identificación dista de ser clara o rotunda y se manifiesta como un proceso
inacabado.
ALGUNAS
CONCLUSIONES
El caso de Relación de Texcoco resulta paradigmático con respecto
al de tantas otras crónicas mestizas. Distinguida generalmente por su rico
caudal de información sobre el Texcoco prehispánico y la sentida alabanza a
dicha ciudad, fue leída superficialmente, obviando la complejidad de su
peculiar posicionamiento enunciativo.
Es que Pomar no es un mestizo más. Este enunciador poco dice de la
conquista: no cuenta su historia pero tampoco silencia las atrocidades que se
desprenden de ella, en particular, la esclavitud, porque su
parte cristiana le habilita a realizar esta crítica y, además, le sirve para
aumentar el panegírico de los suyos.
Pomar no es un indígena "ahogado en las olas de
occidentalización" sino parte de la nobleza mestiza que maneja fuentes
tradicionales, las interpreta, aprovecha el discurso de los
frailes y se apropia conceptos europeos para sobrevivir en la sociedad colonial
(Inoue Okubo, 2000: 221). Según su visión, los indígenas no son criaturas
inferiores sino miembros de una civilización ya extinta pero, si no superior,
al menos igual de avanzada que la del conquistador. No ve en el pasado nada
demasiado grave como para enjuiciar a su pueblo; por el contrario, ese mismo
panegírico ingresa como crítica solapada a la conquista que no supo aprovechar
la grandeza de aquel pueblo de la Nueva España.
La extensa descripción de la historia prehispánica pagana es
prueba de su razón de ser en la realidad colonial, testimonio de su búsqueda de
la identidad (Inoue
Okubo, 2000: 220). La tradición indígena está presente no solo en el
relevamiento de lo prestigioso de su "lado indígena" o en la alusión
constante a la recolección de datos a través
de cantares antiguos y conversaciones con ancianos sabios sino, también, en el
intento osado, que roza lo irrespetuoso, por describir (casi anhelar) un pasado
que pareciera superar la organización colonial
en armonía, "concierto" y afán de justicia.
Es aquí donde el mestizo se inclina más hacia su parte indígena,
movimiento que le podría resultar perjudicial si tenemos en cuenta la petición
que, sutil pero explícitamente, realiza a los funcionarios del virreinato. En
esta contraestrategia observamos que el mestizo no siempre es un sujeto que en
su transculturación se inclina
inexorablemente hacia la parte española, por educación en la fe cristiana, por
contacto estrecho con la parte paterna o, simplemente, por conveniencia. No hay
en Pomar "una distancia mesurada pero infranqueable entre él y el mundo
indígena que describe" ni consideración del indígena a través de los valores del
conquistador (Florescano, 1999: 264).
El mestizo, que debe silenciar en actos y escritura su
simpatía por la tradición indígena, hace uso de una retórica que reivindica esa
tradición que su presente no le permite halagar. Es la misma escritura, entonces,
acto revanchista, el único que se le permite y que, paradójicamente, se le
exige, como forma de supervivencia en una sociedad que no admite ambigüedades.
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NOTAS
1 El presente artículo resume algunos de los planteos y resultados
obtenidos a partir de mi trabajo de adscripción para la cátedra de Literatura
Latinoamericana I "A" de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires a
cargo de la Dra. Beatriz Colombi, desarrollada durante el período 20102014
bajo la dirección de
la Dra. Valeria Añón. Actualmente se encuentra en proceso de ampliación en las
tesis de Maestría y de Doctorado que realizo para la misma facultad. En mi
tesis de Maestría, titulada "Tradición indígena, tradición occidental:
tensiones en las crónicas mestizas de Juan Bautista Pomar, Cristóbal del
Castillo y Diego Muñoz Camargo (México, siglo XVI)", trabajo otras dos
crónicas mestizas del período, además de Relación de Texcoco. En mi tesis de
Doctorado, "Cruces culturales, resistencias y
apropiaciones: las crónicas mestizas y religiosas del México colonial (siglo
XVI)", incorporo a dicho corpus tres crónicas escritas por frailes de
distintas órdenes (Diego Durán, Toribio de Benavente o Motolinía, José de
Acosta).
2 Este texto, conocido como "Instrucción y Memoria de las
relaciones que se han de hacer para la descripción de las Indias, que su
Majestad manda hacer, para el buen gobierno y ennoblecimiento dellas", se
componía de cincuenta capítulos divididos, a su vez, en varias preguntas cuyo
conjunto abordaba prácticamente todos los aspectos del mundo colonial:
toponimia, flora, fauna, clima, recursos agrícolas
y mineros de los pueblos de Nueva España, lenguas,
historia política, población, enfermedades, comercio,
entre otras, amplia gama que refleja la ambición del proyecto que
alimentaban el Consejo de Indias y el cosmógrafo real (Gruzinski, 2007: 77).
Fue distribuida por el Consejo de Indias a personas distintivas de la
administración española, grupo que
reunió a un número representativo de españoles y nativos que proveyeron las
respuestas a cada pregunta en forma oral mientras el notario público las
escribía para enviarlas, luego, a su superior.
3 El texto fue publicado en 1891 por el filólogo e historiador
mexicano Joaquín García Icazbalceta. El original se ha perdido. Sólo queda una
copia de la época que, desde la década de 1920, permanece en la Universidad de
Austin, Texas.
4 Este cronista mestizo texcocano, hijo de un español llamado
Antonio de Pomar, colono sin indios, que no participó en la conquista de
México, y de una india,
hija natural del rey Netzahualpilli con una esclava, se sabe que murió en 1590,
aunque la fecha de nacimiento no se conoce con certeza: algunos biógrafos plantean
que nació en 1535 (Vázquez Chamorro, 1991) y otros se inclinan por 1527 (Acuña,
3, 1986: 35). Era bisnieto del famoso tlatoani poeta. Pomar intentó obtener un
lugar relevante dentro de la nobleza indígena texcocana (Inoue Okubo, 2003:
4) y su texto forma parte de ese intento. Criado como cristiano,
aprehendió las costumbres y tradiciones de su madre. Hablaba con igual fluidez
español y náhuatl. Fue escribano de su ciudad natal. A pesar de la redacción de
una información de servicios por medio de la que pretendía el trono de su
abuelo, obtuvo una parte menor de la herencia,
una gran mansión, en la que residió hasta su muerte (Vázquez Chamorro, 1991).
Tres textos son de su autoría. El primero, Relación de Texcoco, finalizado en
1582. Por otro lado, un conjunto de poemas en
náhuatl, Romances de los señores de Nueva España, que algunos historiadores
fechan hacia 1585. Por último, fuera del ámbito literario, Pomar compuso un
texto de carácter documental para conseguir el legado de su abuelo.
5 Pomar, Juan Bautista. 1991. Relación de Tezcoco. En Vázquez
Chamorro, Germán (ed.), Relaciones de la Nueva España. Madrid: Historia 16. De
aquí en adelante, las páginas que refieran a esta edición irán entre
paréntesis.
6 En mi tesis de Doctorado desarrollo este concepto mediante
el análisis de
tres crónicas compuestas por frailes durante el siglo XVI.
7 René Acuña señala que Pomar leyó
la obra del fraile dominico que la estaba finalizando hacia 1581 (1986: 35).
8 Según Inoue Okubo, a cronistas como Juan Bautista Pomar ya no
les interesa dejar testimonio de sí mismos o de su familia sino
que les importa cómo situar y comprender el pasado que se estaba olvidando
(2000: 220).
9 Pomar utilizará el nombre del rey Nezahualcóyotl con el sufijo
–tzin que, en náhuatl, implica respeto y
cariño.
10 Esto funciona como justificación de la imposición de gobiernos
y su consecuente religión.
11 Huitzilopochtli, Tezcatlipoca y Tlaloc.
12 Desarrollé las similitudes entre Relación de Texcoco e Historia
de los indios de la Nueva España en "Tensiones en torno a la cultura
originaria y la cultura otra: Juan Bautista Pomar y fray Toribio Benavente
(Motolinía)" (2010).
13 Acuña señala que Pomar contaba con conocimientos de medicina (1986:
35).
Revista del Departamento de Letras
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