Entre la praxis y el
estereotipo
Vivencias y percepciones de
lo islámico ibérico en fuentes archivísticas y narrativas bajomedievales
https://www.casadevelazquez.org/es/investigacion/actividades-pasadas/novedad/ritus-infidelium
Entendido hemos que, dentro nuestro senyorío, son muytos
e diversos moros e moras qui non viven segund suna e xara e otros ritos e
constumbres de moros, en tanto que non se pueda, firmament e distincta, discernir
ni conoscer dins quál ley o secta viven, la qual cosa nós hemos muyt por
abominable, detestable e de mal exemplo, como queríamos, assín como yes de
razón e muyt necesario al buen estamiento público, que sea sapido e entendido
cada uno dins quál ley vive, en otra manera podrían sende seguir muytos
inconvenientes, devesiones, danyos e periglos.
Porque, querientes las ditas insolencias del todo extirpar, a vós e a cada uno
de vosotros dezimos, acomendamos e mandamos expressament e de certa sciencia que,
discorriendo personalment por el dito nuestro senyorío, de e sobres las ditas
cosas con sobirana diligencia enquirades la verdat, e los moros e moras que en
las ditas cosas trobaredes culpables segund suna e xara e en otra manera por
justicia attendades lurs deméritos puniscades, por tal manera que sea a ellos
condigna punición e a los otros scarmiento e exemplo1.
1De esta forma se dirige, en 1394, el
rey Juan I a un portero suyo y a un moro de Teruel, Amet Alcaudi, ordenándoles
que recorran las morerías de la Corona de Aragón y que obliguen a los cadíes a
castigar a esos mudéjares que, a decir del monarca, «non viven segund suna e
xara e otros ritos e costumbres de moros».
2Aunque no esté muy clara la
contextualización de esta medida ni, tampoco, detalles concretos del perfil de
este Amet Alcaudi de Teruel documentado como alamín de la aljama en 13742 y que, aparentemente, se prestó a secundarla tan
fielmente3, ni mucho menos aún si fue de algún modo
efectiva, parecería que, independientemente de la verdadera preocupación por la
observación de los ritos y de la legislación islámica, lo que impulsó a Juan I
a dictarla fue una patente voluntad recaudatoria, por cuanto la pena a imponer
a los cadíes que no colaborasen a aplicarla era de 500 florines y los
musulmanes que no vivieran conforme a su religión también tenían que ser
castigados con penas pecuniarias, a revertir por completo en la tesorería real.
3De todos modos, lo que en el fondo pone
verdaderamente de manifiesto esta medida es la importancia atribuida, en la
sociedad medieval, al mantenimiento del orden establecido. O, dicho de otro
modo, la penalización de cualquier heterodoxia y la dificultad o imposibilidad
de sobrepasar los límites inherentes al statu quo para evitar
la ruptura del equilibrio imperante y la generación de inestabilidad, incluso
cuando la superación de esos límites infranqueables se realizaba en beneficio
de las pautas de comportamiento de la sociedad cristiana dominante.
4La orden se dictó en un momento en el que
se intentaban imponer a los mudéjares de la Corona de Aragón, para
identificarlos, signos distintivos como una banda amarilla en el brazo
izquierdo, y en el que el incumplimiento de la norma llegó incluso a ser
presentado como infracción de sunna y šarī‘a4, de ahí la necesaria intervención, y desde luego la
connivencia, de un cadí para aplicar la pena.
5No sabemos, exactamente, pues, a qué «ritos
e costumbres de moros» alude el documento. Pero, en cualquier caso, queda claro
que lo que se cuestiona no es la profesión de fe, la religión, el dogma o la
doctrina islámica en sí misma, sino su expresión, sus manifestaciones públicas,
su visualización, los «ritos e costumbres» que, con mayor o menor verosimilitud
y con mayor o menor conocimiento de causa, se identifican con la doctrina. Lo
que se pone en tela de juicio es lo que asoma, lo que se externaliza y lo que
percibe de los musulmanes, en su vida cotidiana, la población cristiana.
6Ejemplos como el señalado, pues, que a
primera vista podrían parecer aptos para componer, únicamente, un mosaico
impresionista de anécdotas espigadas de las fuentes archivísticas (con extrema
dificultad, porque se trata de aspectos que no afloran tan a menudo como
quisiéramos), cobran en cambio pleno significado porque su valor radica,
precisamente, no en los aspectos doctrinales de la fe, aspectos que
habitualmente se han abordado a través de los textos de autores letrados e
ilustrados, que no siempre tuvieron un conocimiento de primera mano y un
contacto directo con la realidad islámica, sino en la concreción de la
aprehensión práctica, de la experiencia vivencial, de la cohabitación o del
contacto real, cotidiano, de cristianos y musulmanes.
7Las fuentes archivísticas, que tan a menudo
permiten ver en acción a verdaderos personajes a caballo entre dos mundos y
capaces de cruzar fronteras5, se han relegado, habitualmente, al análisis
de las relaciones político-diplomáticas y económico-mercantiles del mundo
cristiano con el mundo islámico. Y, por ello, prácticamente no se les ha dado
cabida en el estudio de la mirada interconfesional a las prácticas religiosas,
o en la mayoría de las valoraciones de la alteridad y de la percepción de «el
Otro», que se han fundamentado, sobre todo, en las obras de pensamiento, de
polémica y de refutación anti-islámica.
8Es lícito preguntarse, pues, cuáles eran,
entre la población, más allá de las esferas ilustradas de pensamiento, las
verdaderas preocupaciones y manifestaciones cotidianas de ese contacto
interreligioso. Y los indicios dispersos que afloran ocasionalmente en las
fuentes documentales contribuyen en gran medida a modelar las respuestas.
9Independientemente de los elementos
lingüísticos que, por lo menos en la Corona de Aragón, constituían desde luego
un rasgo de reconocimiento y diferenciación de la población islámica6, e independientemente de cuáles pudieran ser los
elementos de auto-referencialidad de los propios musulmanes con respecto a su
fe islámica7, los rasgos definitorios que las fuentes
archivísticas filtran para identificarlos son fundamentalmente tres: el rezo de
las oraciones, la forma de vestir, y el hecho de comer o no carne, o de
practicar la abstinencia cuando correspondía.
10Cuando, en 1332, en las cercanías de
Alicante, se capturó a un musulmán llamado Abdalla como presunto espía
granadino, fue identificado por las vestiduras que llevaba y por el cuidado de
su pelo y de su barba (teñidos, además, con henna). Antes de empezar a
interrogarlo, juró por la alquibla decir la verdad. Y, posteriormente, cuando
se descubrió que se trataba de un renegado de origen valenciano, el nombre de
cuyo padre era Domingo Vallès y él alegó que había apostatado de forma forzada
para salvar la vida y para ganar la libertad pero que, en su interior, siempre
había permanecido cristiano, lo que se le preguntó fue si, mientras había hecho
vida de musulmán, comía carne y «hacía la azalá», es decir, rezaba las
oraciones8.
11En 1414, la falsa conversión de un
cautivo sarraceno que había tomado por nombre Joan y que intentaba huir a
Granada se puso de manifiesto porque entró a rezar en la mezquita de Benifallet9.
12Y cuando, en 1418, se apresó al
mudéjar valenciano de Náquera Azmet Emça, bajo la acusación de haber entrado a
robar, unos años antes, en el monasterio mercedario de Santa María de Árguines,
cercano a Valencia, y de haberse llevado la custodia con siete formas
consagradas después de haber matado a dos frailes, y alegó que era cristiano,
varios testigos aseguraron que, pese a que cuando estaba en tierras cristianas
vestía de cristiano y utilizaba el nombre de Antoni de Igualada con el fin de
cometer sus delitos con mayor impunidad, en realidad tenía domicilio y dos
esposas en Granada y, mientras estaba en tierras nazaríes, vestía como moro y
«hacía la azalá»10.
13Si dos referencias tan palmarias a la
diferente indumentaria de cristianos y musulmanes, o a la posibilidad de
identificar a un musulmán por su forma de vestir, pueden sorprender, porque
contrastan con la imagen de aparente uniformidad que preocupó a las autoridades
y que se intentó regular imponiendo distintivos11, las menciones a la oración como el elemento más plausible de la
manifestación práctica de la fe islámica son perfectamente comprensibles,
puesto que, en tierras cristianas, la azalá se había acabado erigiendo en el
símbolo de la misma.
14Aunque, tras la conquista cristiana de las
tierras andalusíes, las capitulaciones garantizaron a los musulmanes el respeto
por la libertad religiosa de los mudéjares y, en realidad, la religión islámica
no fuera prohibida ni se cuestionara, los monarcas de la Corona de Aragón
fueron imponiendo sucesivas limitaciones a la práctica de la misma, y
especialmente a aquellas manifestaciones o expresiones públicas que se
consideraba que interferían en la vida y actividades de los cristianos, siendo
la llamada a la azalá la más patente y, por consiguiente, la que más
controversia generó12.
15Desde principios del siglo xiv, a raíz de las disposiciones del
Concilio de Vienne, se intentó imponer la prohibición de hacer la llamada
pública bajo pena de muerte a los infractores, por las molestias que la voz del
muecín desde los minaretes y el sonido de trompetas y tambores causaban a los
cristianos de las inmediaciones, que lo percibían como una
provocación. Pese a todo, sucesivos recordatorios de la prohibición
indican que su cumplimiento no fue ni completo ni uniforme, particularmente en
el reino de Valencia, donde aparecen también quejas porque, tanto al amanecer
como en el crepúsculo, el toque del añafil se iniciaba tras la primera
campanada que llamaba a oración a los cristianos, y ahogaba, pues, el sonido de
las campanas13.
16La resistencia a la medida y las
reivindicaciones de las aljamas fueron una constante a lo largo de los
siglos xiv y xv, pero quizá la mejor medida del valor
que se le otorgaba sea el hecho de que, siendo la primera noticia de intento de
imposición general de la prohibición en la Corona de Aragón de mediados
de 1318, en 1323 una carta del sultán mameluco ya exigiera a
Jaime II que no introdujera modificaciones al anuncio de las horas de oración
desde las mezquitas, y le reclamara que se atuviera a los pactos respetuosos
establecidos con los musulmanes por sus predecesores tras la conquista
cristiana14.
17Tomada, pues, como auténtico símbolo reivindicativo
de la religión islámica por parte de los musulmanes, o como irrupción que
invadía y agredía la cotidianeidad por parte de los cristianos, no puede
sorprender que incluso algún autor árabe (al-Ubbī, en concreto, en su Ikmāl)
pueda llegar a referir un incidente acaecido en Túnez cuando un miembro de la
milicia cristiana que vivía en el rabat profirió
insultos al oír la llamada a la oración pregonada desde un minarete próximo15.
18Si la prohibición de la llamada al azalá,
que pudo tener alguna correspondencia en el tañido de las campanas en tierras
islámicas16, se acabó erigiendo en símbolo de la religión islámica y su eco cruzó el
Mediterráneo llegando hasta Egipto, no hay duda de que, independientemente de
cómo pudieran auto-reconocerse entre ellos los cristianos17, el símbolo de las agresiones hacia su religión
cristiana fueron la profanación de las sagradas formas y el ataque a las
iglesias.
19Mientras las ordenanzas reales y
municipales obligaban a los musulmanes a arrodillarse, o a esconderse si no
querían hacerlo, al paso de la Eucaristía18, el valor simbólico otorgado a las formas consagradas las convirtió,
lógicamente, en blanco de algunos de los ataques procedentes de las orillas
meridionales del Mediterráneo que más impacto tuvieron en el imaginario
colectivo.
20Ya hemos mencionado, más arriba, el robo de
la custodia con siete formas consagradas perpetrado en el monasterio mercedario
de Árguines por parte de un mudéjar valenciano habitante de Granada. Y no deja
de ser altamente significativo que las noticias de episodios semejantes se
vayan reiterando, tomando a veces incluso la forma de arma fácilmente
arrojadiza para la difamación.
21Ese fue el caso, en 1371, de las
acusaciones lanzadas en contra de un mudéjar de Huesca, Çalema Alaroç, que fue detenido
por haber profanado el cuerpo de Cristo nada menos que en la festividad del
Corpus, aunque, ante la falta de pruebas de su culpabilidad, no se procedió
contra él19.
22En cambio, las profanaciones cometidas
durante los asaltos berberiscos a Torreblanca, en la costa castellonense
valenciana, y a Barenys, cerca de Salou, en Cataluña, tuvieron un gran impacto
sociológico y generaron reacciones de gran alcance.
23En el saqueo de Torreblanca, acaecido a
finales del verano de 1396, la iglesia fue arrasada y los corsarios se
llevaron consigo las hostias consagradas y un gran número de cautivos. El hecho
causó tan gran conmoción que, en 1396 y 1399, en represalia,
Valencia y Mallorca organizaron, con gran movilización, las conocidas como «dos
cruzadas» contra Berbería, en concreto contra Tedelis y Bona20.
24Barenys fue saqueado y arrasado por
embarcaciones bugiotas diez años después, en 1406. La iglesia también fue
profanada e incendiada con todo lo que había dentro, y toda la población del
lugar que no murió en el ataque fue capturada. En este caso, el intento de
armar una flota fracasó, pero la impronta de la reacción defensiva es también
patente21.
25En contrapartida, la profanación directa o
agresión a los lugares sagrados de los musulmanes también es una realidad que
aflora con frecuencia.
26Las noticias de confiscaciones de mezquitas
son excepcionales, pero a lo largo del siglo xiv se conocen algunas, fundamentadas en el hecho de
estar abandonadas o de haber quedado ubicadas en un barrio cristiano, y los
musulmanes suelen recibir, a cambio, compensaciones económicas22.
27Más frecuente es la violación de
cementerios.
28En Alagón, por ejemplo, a finales del
siglo xiii, los cristianos
utilizaban una mezquita abandonada como estercolero y exhumaron cadáveres del
antiguo cementerio con la pretensión de construir casas en el lugar23.
29Consta también que, por lo menos desde
finales del siglo xiii y
a lo largo del primer cuarto del xiv,
los cristianos de Zaragoza se llevaban tierra del cementerio islámico, con la
consiguiente exhumación de cadáveres, lo utilizaban para tirar inmundicias, y
era lugar de reunión de prostitutas24.
30Pero, de todos modos, las noticias del
mayor oprobio provienen de Huesca. En su cementerio, a principios de la segunda
mitad del siglo xiv, se
apacentaban nada menos que cerdos, que eran responsables del removimiento de
tierras que desenterraba a los cadáveres. Y, además, se habían producido
también robos nocturnos de lápidas sepulcrales. La prohibición expresa de
entrar con puercos en los cementerios islámicos es algo que se va reiterando,
de modo que cabe suponer que, tras las primeras quejas y prohibiciones, el
agravio no cesó, o que fue una constante25.
31Lérida constituye, en cambio, un caso
aparte, por cuanto en esta ciudad la morería estaba completamente integrada en
el tejido urbano y no segregada de los cristianos. En consecuencia, los
cementerios cristiano e islámico eran también contiguos, hasta tal punto que
algunos cristianos se confundían y, sin ser conscientes de ello, al
arrodillarse a orar, lo hacían sobre difuntos musulmanes26.
32Si las fuentes archivísticas remiten a una
visión más o menos sesgada pero al fin y al cabo fundamentada en la percepción
práctica y real de la cotidianeidad de la convivencia de cristianos y
musulmanes, un testimonio verdaderamente distinto y mucho más mediatizado es el
que emerge de las apreciaciones y representaciones que transmiten, sobre la
realidad ibérica del contacto con el islam, las narraciones que nos han legado
de sus periplos a la Península algunos viajeros norte-europeos de la segunda
mitad del siglo xv, que,
salvando las distancias, podrían contrastarse con la multitud de experiencias
narrativas de viajes a Tierra Santa que nos ha legado la Baja Edad Media.
33Estos viajeros procedentes de tierras
imperiales, que a menudo se desplazaron hasta la Península Ibérica mezclando el
placer de viajar y de ver mundo con la voluntad de peregrinar a Santiago de
Compostela y de visitar la frontera hispanomusulmana27, acaban convirtiendo, prácticamente, la presencia
islámica en la Península en el leit-motiv de sus
textos28. Porque, desde luego, el viaje a través de la Península ofrecía a esos
viajeros del Norte de Europa una oportunidad única de observar y de entrar en
contacto directo no sólo con las huellas del antiguo dominio islámico, sino
también una oportunidad de experimentar directamente, todavía, los restos de
esa presencia a través del contacto con los mudéjares. A estos viajeros les
resultaba incomprensible y chocante aceptar lo que ellos visualizaban como la
convivencia, sin aparentes problemas, de cristianos y musulmanes en Castilla,
en Cataluña, en Aragón y en Valencia, por lo que no sólo se cebaban con los
musulmanes, sino también con los cristianos que alternaban, a su modo de ver,
pacífica y voluntariamente, con ellos.
34En una mezcla de fascinación y de repulsa,
los textos de estos viajeros transmiten, a menudo de forma confusa y
equivocada, lo que observan. Por un lado, por la falta de
comprensión. Por el otro, porque describen lo que ven según sus propios
códigos culturales, cosa que altera el resultado de sus descripciones,
explicaciones e interpretaciones.
35Si nos remitimos, por ejemplo, al
testimonio de León de Rosmithal, un noble checo, cuñado del rey de Bohemia
Jorge de Podiebrad, que recorrió la Península entre 1465 y 1467,
su curiosidad es evidente, porque afirma que los musulmanes le permitieron
informarse de sus costumbres y lo condujeron a una mezquita. Allí, dice, le
mostraron el agua que usaban para lavarse la cara, las axilas y los pies. En el
interior del templo, constata, no había ni un solo cuadro o retablo, ni ninguna
imagen, sino únicamente una gran cantidad de lámparas que tenían que estar
todas encendidas cuando los musulmanes rezaban o, en sus palabras, «gritaban».
Lo único que había en la mezquita era una pequeña apertura abovedada en la
pared bajo la cual se colocaba su principal «sacerdote» cuando oficiaba la
misa. Situado allí, el «sacerdote» se lanzaba sobre el suelo, abría los brazos
y gritaba como loco, «al estilo moro», con gestos que todos los demás imitaban29.
36A parte de constituir una muestra —en
cualquier caso lógica— de la adaptación cultural del lenguaje (se habla de
templo o iglesia, de misa, de sacerdote, pero no de mezquita, de alfaquí o de
oración, como sí hacen los textos archivísticos cristianos con conocimiento
directo de causa)30, la descripción de la mezquita y de la forma de orar está elaborada,
indudablemente, con menosprecio: el interior del «templo» está insensatamente
vacío, los musulmanes gritan como posesos y, además, se echan aparatosamente al
suelo de modo absurdo31.
37A este nivel descriptivo, pues, nos
enfrentamos solamente a una simple adaptación del lenguaje a los códigos
culturales del narrador y de sus posibles lectores, algo de lo más común en los
textos de viaje.
38Pero, en otros casos, la realidad aparece
clara y deliberadamente deformada.
39Pese a que la poligamia estaba muy poco
difundida entre los musulmanes ibéricos32, Rosmithal asegura, por ejemplo, que cada mudéjar tiene siete esposas y
que, cuando se cansa de una de ellas, simplemente la cambia, repudiándola, para
casarse con otra33. Se trata, pues, de una referencia infundada, puesto que, incluso aceptando
la posibilidad de que el viajero hubiera podido saber de algún caso ocasional
de poligamia, una generalización de este tipo por parte de alguien que ha
estado en contacto con los mudéjares no puede sino responder a una deliberada
voluntad de desacreditación, una remisión a estereotipos vinculables con el
imaginario colectivo, no al reconocimiento auténtico de la realidad vivida.
Puesto que la poligamia fue uno de los argumentos tradicional y reiteradamente
utilizados en la polémica antiislámica para rebajar la alteza moral del
adversario, el recurso a ella demuestra, en el caso de Rosmithal —o, más
en concreto, de su acompañante Venceslas Shaschek, autor del relato—, que esos
prejuicios fueron adquiridos antes de la escritura del texto, pero no durante
el viaje.
40De hecho, y puesto que los viajeros
norte-europeos valoran negativamente, ya a priori,
a los cristianos ibéricos por su convivencia desenfadada con unos infieles que,
en el fondo, creen que les han contaminado en la expresión de su propia religiosidad,
en sus narraciones extienden sus críticas también hacia esos cristianos y hacia
sus prácticas rituales.
41El noble silesio Nicolás de Popielovo, por
ejemplo, asevera, en 1484-1485, que los cristianos ibéricos son peores que
los paganos, porque cuando, durante la misa, el sacerdote alza el cuerpo de
Cristo, ni tan siquiera se arrodillan, sino que permanecen en pie como animales
sucios. Que practican muy mal su propia fe. Que son poquísimos los que
confiesan sus pecados y todavía menos los que ayunan. Que admiten sólo dos
pecados —el robo y el asesinato—, mientras que el resto son consentidos y
quedan, pues, impunes. Por otra parte, que el día en que los sacerdotes son
ordenados y cantan la primera misa, y en los sucesivos, clérigos y laicos
desfilan por las ciudades al son de trompetas, cantando, bailando y haciendo
gran alboroto, llevando al nuevo sacerdote en procesión. Que, en los
funerales, adoptan una actitud semejante: llevan a la iglesia vino, carne, pan
y otros alimentos, como si de una fiesta se tratara, e incluso los parientes de
los difuntos gritan como si estuvieran contentos o borrachos. Y, finalmente,
sin aparente fundamento real, Popielovo también indica que en Andalucía las
campanas se tocan de modo distinto que en Alemania, Francia y otros países para
recordar la pérdida de al-Andalus por parte de los cristianos: asegura que se
tañen a golpe de martillo, del mismo modo que en Alemania se toca a fuego, y
que no se tocarán del modo ordinario, es decir, al vuelo, hasta que se
reconquiste por completo Granada a los musulmanes34.
42Pese a todo, especialmente cuando nos
trasladamos al campo suntuario o visual, estos viajeros no esconden su
fascinación y su curiosidad admirada por las huellas del pasado islámico, que
se representa, por ejemplo, en la fastuosidad diferencial de la arquitectura,
en la forma de justar y de montar a caballo, o en las vestiduras y arreos
moriscos35, que a menudo también constituyen, por su exotismo, los mejores dones de
embajada de tierras islámicas a tierras ibéricas y de tierras ibéricas al resto
de tierras europeas36.
43En realidad, la única mirada neutra es la
de Hieronymus Münzer, en cuyo testimonio escrito no aparece ninguna crítica o
reproche ni hacia los musulmanes ni hacia su religión. Observa seducido
las improntas islámicas e, incluso, considera encomiable la escrupulosidad con
que los musulmanes observan su ley y su religión (elogio de no rara aparición
entre los autores cristianos) en comparación con la desidia de los cristianos.
Y condena, únicamente, la supuesta crueldad con la que, antes de la conquista
castellana, los nazaríes habían tenido encarcelados a los cautivos cristianos
en Granada37.
44A diferencia de lo que hacía con la
poligamia, a la que se refería sin fundamento, Rosmithal también se hace eco de
otro tópico o estereotipo que, en este caso, tiene ciertamente bases sólidas, y
que es lugar común tanto en las crónicas como en las fuentes archivísticas
coetáneas: asegura que, cuando los musulmanes están descontentos con su rey, lo
destronan o lo asesinan para poner a otro en su lugar, y que esto ocurre a
menudo38.
45Por exagerada que pueda parecer la afirmación,
remite, desde luego, a las luchas intestinas y homicidios cortesanos que, a lo
largo del siglo xiv y
del xv, fueron una constante
en la Granada nazarí: ocho de los diez emires que iniciaron su reinado en el
siglo xiv murieron
asesinados y es muy posible que los otros dos también lo fueran, mientras que,
en el siglo xv, «únicamente»
(en comparación, claro está, con la precedente centuria) cinco de nueve
murieron asesinados39.
46No puede sorprender, pues, que, de modo
parecido a lo expresado por Rosmithal, a mediados del siglo xv el cronista castellano Álvar
García de Santa María sostuviera que los moros eran «gente movible, que de buen
talante é amenudo mudan sus Reyes cuando han lugar para ello», o que «los moros
más de lijero mudan los Reyes que las ropas»40; que, a finales de la centuria, en pleno debate sobre el futuro de Boabdil
tras su captura en Castilla, Fernando del Pulgar también observase que los moros tienen poca fe con sus reyes, e
les an tan poco acatamiento, que ligeramente los fazen e desfazen estando
libres; mayormente estando presos, segúnd que en diversos tienpos lo avemos
visto, e agora veemos en la prisión deste41; o que, simplemente
describiendo la realidad, en 1447, la reina María, esposa de Alfonso el
Magnánimo, afirmase que, al no haber ningún rey indiscutible en Granada, puesto
que el reino y sus habitantes estaban divididos en dos, de poco servían los
salvoconductos42.
47Si este tópico de las fuentes narrativas y
archivísticas se fundamenta en el conocimiento de la realidad islámica ibérica
y en la experiencia, aquí y allá las fuentes documentales también van
desgranando, de vez en cuando, otras percepciones que se apoyan sobre todo en
las constataciones prácticas de los cristianos en general, y de los mercaderes
en particular, que estaban en contacto con el mundo islámico.
48En el tercer cuarto del siglo xv, por ejemplo, un memorial de
instrucciones de embajada genovés a Granada aconseja al embajador que siga al
pie de la letra las instrucciones que los mercaderes genoveses establecidos en
el emirato nazarí puedan darle sobre las actitudes y comportamiento que tiene
que adoptar ante el sultán. Porque, tratándose de un monarca musulmán, «le
loro nature et costume et parlare sono penitus deformi da li nostri»,
de modo que hay que actuar «altramente che s’el fosse re
christiano». Y, en eso, únicamente los mercaderes allí residentes
pueden asesorarle debidamente, porque son los únicos que conocen las pautas de
conducta más adecuadas43.
49Los mercaderes eran, pues, los mejores conocedores
de los usos, costumbres, hábitos y comportamientos de los musulmanes de las
tierras que les acogían. Hasta el punto de que, de vez en cuando, incluso
podían intentar aprovecharse de ello en beneficio propio. Así, por ejemplo,
en 1475-1476, mientras residían en Bugía, un cierto Venturino y el
barcelonés Benet Hospital entraron a robar en casa de un genovés y, entre otras
cosas, le sustrajeron del escritorio «diversa cartularia et diversas
alias scripturas tam in arabico quam in latino scriptas» («varios
documentos y otras escrituras redactadas tanto en árabe como en latín»). Entre
estos documentos había «dua instrumenta scripta in arabico»
(«dos documentos escritos en árabe») donde constaban deudas de Benet Hospital y
de otro barcelonés, Joan Sala, con el genovés. Y las quemaron porque sabían
que, sin los documentos, no se les podrían reclamar las deudas, puesto que, a
diferencia de lo que ocurría con los notarios cristianos, «notarii
barbari non tenent autenticum instrumentorum per eos conpositorum»44 («los notarios musulmanes no conservan copia de las
escrituras que redactan»).
50La familiaridad de los mercaderes con los
musulmanes cuyas tierras frecuentaban no les eximía, sin embargo, de
prejuicios. O, quizá, para ser más exactos, no evitaba que se formasen su
propia opinión acerca de ellos o se hiciesen eco de lo que podrían considerarse
algunos tópicos.
51El catalán Rafael Vives, instalado en Túnez
y destinado en un futuro a ser beneficiario del monopolio del coral del reino y
a ejercer incluso de embajador del sultán hafsí en tierras cristianas45, sentenciaba, en 1447, al informar a los consellers de
Barcelona de sus gestiones para conseguir la liberación de dos hermanos
barceloneses apresados en Túnez, que los moros, por naturaleza, tardaban mucho
en tomar decisiones, y que no se le podía hacer nada ni se les podía presionar,
puesto que una de sus leyes decía que nunca podían dar su brazo a torcer46.
52También son reiteradas las opiniones, por
parte de mercaderes cristianos extremadamente vinculados a los poderes
islámicos, conforme siempre había que desconfiar de la palabra y de la honestidad
de los musulmanes.
53A mediados del siglo xv, por ejemplo, un mercader genovés que
daba consejos a un factor suyo que se desplazaba por primera vez a Constantina —que
además, decía, era un lugar inseguro, sobre todo de noche, a causa de los
ladrones—, sostenía que tenía que ser precavido «et conversacionem
seu praticham multam non habeatis cum eorum» («y no tratéis ni
tengáis demasiado contacto con ellos»), puesto que los musulmanes no decían
nunca la verdad47. Por consiguiente, nunca se les tenía que dar crédito, porque eran poco
honestos, y había que fiarse de ellos lo menos posible48.
54Estos últimos apuntes atestiguan, pues,
que, pese a que la imagen que transmiten las fuentes archivísticas se
fundamente en un conocimiento y experimentación directos, de primera mano, de los
musulmanes, las vivencias y percepciones de lo islámico también pueden acabar
oscilando entre la praxis y el
estereotipo, y que la imagen que transmiten a partir de esas vivencias reales
también puede acabar preñada de prejuicios y de percepciones estereotipadas que
traspasan ese mismo conocimiento práctico nacido del contacto directo con
ellos.
55Se trata de un conocimiento que quizá puede
no ser significativo en lo que respecta a la percepción de religión islámica en
sí misma, pero que sí lo es en lo que respecta a lo que la población que
cohabitaba con los musulmanes en tierras cristianas consideraba que significaba
ser musulmán o percibía como cristalización de la profesión de fe islámica, que
ciertamente son dos cosas distintas
NOTAS
1 ACA, C, reg. 1983, fos 42ro-vo y 43ro (he
tenido conocimiento de este documento a través de M. T. Ferrer i Mallol, Els
sarraïns, p. 59, nota 84). Este trabajo se inscribe en el
marco del proyecto de investigación aprobado y financiado por el Ministerio de
Ciencia e Innovación titulado «La Corona de Aragón en el Mediterráneo
bajomedieval. Interculturalidad, mediación, integración y transferencias
culturales» (HAR2010-16361).
2 Se trata, sin duda aparente, del mismo Hamet Alcaudí «el Morcillo» que
documentan G. Navarro Espinach y C. Villanueva Morte, Los
mudéjares, pp. 86-87: testigo en la firma de un albarán
en 1374, no reaparece hasta 1411, siendo alamín de la aljama.
3 M. T. Ferrer i Mallol, Els sarraïns, p. 59,
señala, simplemente, que debía ser algún cadi relevante, cosa que permite
deducir que no dispone de otros datos sobre él.
4 Ibid. y, para una visión general sobre la
imposición de distintivos en la Corona de Aragón, pp. 41-60.
5 R. Salicrú
i Lluch, «Crossing
Boundaries».
6 No olvidemos que se evalúa que, a mediados del siglo xv, en el Reino de Valencia, la
población musulmana araboparlante todavía podía representar un tercio del total
(véase M. del C. Barceló Torres, Minorías islámicas en el país valenciano,
pp. 68-69).
7 Resulta en este sentido altamente significativo un episodio que describe el
viajero egipcio ‘Abd al-Bāsiṭ b. Jalīl
en la segunda mitad del siglo xv.
Estando en las proximidades de Bugía, él y sus acompañantes tuvieron problemas
de comunicación con unos bereberes, musulmanes, que no hablaban el árabe y,
para que no se asustaran y los reconocieran a ellos como musulmanes, les
gritaron, en árabe, la doble profesión de fe islámica (R. Brunschvig, Deux récits de voyage,
pp. 135-136).
8 Véase J. V. Cabezuelo Pliego, «Cristiano de Alá».
9 ACA, C, reg. 2386, fo 25ro: 1414, agosto,
3. Morella; véase R. Salicrú i Lluch,
«En busca de una liberación alternativa».
10 ACA, C, reg. 2641, fo 137vo, y reg. 2664, fos 95vo-96ro:
1418, marzo, 8. Valencia. Citado por R. Salicrú
i Lluch, «Más allá de
la mediación de la palabra», pp. 425-426; y Ead., «Fugues, camuflatge treball esclau».
11 Véase, según ya se ha indicado, con respecto a la supuesta uniformidad de
indumentaria y a la imposición de elementos distintivos para poder identificar
a los musulmanes, M. T. Ferrer i Mallol, Els sarraïns, pp. 41-60. Al
parecer, la uniformidad, sobre todo masculina, se fue imponiendo a partir de
mediados del siglo xiv, de
ahí las medidas para evitar las confusiones. Esto puede ser mínimamente
verosímil en el interior de la Corona de Aragón, aunque no falten noticias,
como las indicadas en el texto, que aboguen por las diferencias en el vestir
más allá de las que las autoridades intentaron imponer. Véanse, por ejemplo,
las menciones a vestidos y ornamentos mudéjares en las bodas, o las referencias
a aljubas, almaxias y aldifaras en las Costumbres de Tortosa (ibid., pp.
11 y 42); o las noticias de cristianos que adoptan indumentaria judía
y sarracena en Lérida en 1300 con motivo de festividades y
celebraciones en J. Mutgé i Vives, L’aljama sarraïna de Lleida,
pp. 77-78. Lo que sí está claro es tanto que los mudéjares y cautivos
musulmanes no negros podían fácilmente camuflarse como cristianos (de ahí su
facilidad para fugarse), como que a los musulmanes de allende se les podía
diferenciar por su indumentaria. En consecuencia, en las fuentes cronísticas no
son raras las noticias equiparables a las de las fuentes archivísticas:
en 1414, por ejemplo, sabemos de la presencia, en Zaragoza, en la
coronación de Fernando de Antequera, de embajadores del rey de Granada «todos
vestidos con albornoces e capuces, e aljuvas moriscas» (J. de Blancas, Coronaciones, cap. ix); en 1463, durante una
representación teatral burlesca entre cristianos, aparecen dos supuestos
emisarios del rey de Marruecos que se disfrazan o caracterizan como tales por
la vestimenta (J. de M. Carriazo Arroquia (ed.), Hechos, p.
99); según atestigua el viajero egipcio ‘Abd al-Bāsiṭ, en la segunda mitad del siglo xv, en tierras ḥafṣíes, la
población local contemplaba la posibilidad de que los piratas cristianos
pudieran desembarcar «disfrazados» de musulmanes para apresar cautivos (R. Brunschvig, Deux récits de voyage,
pp. 135-136); y, según el relato de Anselmo Adorno, que visitó Túnez
en 1470-1471, los «cristianos del rabat»,
que observaban la fe cristiana pero que, según él asegura, no se distinguían en
nada de los musulmanes, ya que habían nacido en tierras de Ifrīqiya, mantenían
su propia forma de vestir porque consideraban que era una demostración de su
credo: al parecer, su indumentaria era en casi todo semejante, a excepción de
la de su cabeza, puesto que en lugar de utilizar turbantes llevaban pequeñas
capuchas «de estilo teutónico»; Anselmo Adorno, Itinéraire, ed. y trad. de J. Heers y G. de Groer, pp. 108-109.
12 M. T. Ferrer i Mallol, Els sarraïns,
pp. 87-95.
13 Ibid., p. 93.
14 M. A. Alarcón y Santón, R. García de Linares (eds.), Los documentos árabes
diplomáticos, doc. 150, pp. 365-368.
15 Véase R. Brunschvig, La
Berbérie orientale sous les Hafsides, p. 448. Junto a la llamada a la oración del muecín,
también se tomaron medidas contra la celebración de peregrinaciones, que se
interpretaban como provocaciones a causa de las grandes concentraciones de
musulmanes que acarreaban. El caso más representativo es el de la
peregrinación a la tumba de Sidi Bono, en Guadalest, que, tras haber arrastrado
incluso a multitudes de magrebíes hasta mediados del siglo xiv, acabó siendo prohibida y reducida a
un fenómeno estrictamente local (véanse M. T. Ferrer
i Mallol, Els sarraïns,
pp. 95-100; F. Franco Sánchez, «Identificación de la tumba de
los Sid Bono»; Id., «Andalusíes y
magrebíes», y también Id., «Los
Banū Sīd Bono/a»). De igual manera, en la Corona de Aragón también se prohibió
a los musulmanes, y a los herreros en particular, por las molestias e
interferencias que el ruido de sus actividades ocasionaba durante la
celebración de los oficios divinos, que trabajasen los domingos y otras fiestas
señaladas; aunque, por ejemplo, en el caso de Lérida, éstos llegaran a ser
trasladarlos a una zona alejada del centro de la ciudad para evitar mayores
molestias (J. Mutgé i Vives, L’aljama sarraïna de Lleida,
p. 82).
16 Félix Fabri indica, estando en Jerusalén, mientras visita Monte Sión, que «tempus Missas celebrandi
adesset, pulsavit
sacrista tabulam, non
enim habent nec campanas, nec
nolas, nec
tintinabula, nec
sinuntur quovis modo habere ab infidelibus, sed tabulis ligneis dant
ad Officia signa, sicut
nos facimus feria VI. Parasceves» [«a la hora de la misa, el
sacristán golpeó una tabla, porque no tienen campanas, ni campanillas, ni cascabeles,
porque los infieles no se lo permiten, sino que las tablas de madera dan el
señal para los oficios divinos, como nosotros el Viernes Santo»] (F. Fabri, Les errances, p. 117).
17 De la misma forma que, según hemos visto, los musulmanes se podían dar a
conocer a través de la proclamación de la doble profesión de fe islámica, los
cristianos podían darse a conocer mutuamente con el signo de la cruz. El
dominicano alemán Félix Fabri refiere, en Tierra Santa, que puesto que «incolae terrae illius, in qua crucifixus est
Dominus, qui
crucem colunt, manifeste
crucis signum portare non audent» («los habitantes de la tierra
donde el Señor fue crucificado que veneran la cruz no se atreven a llevar el
señal de la cruz de manifiestamente»), desde el interior de las casas, y de
forma velada, hubo mujeres que «faciebant
cum digitis cruces quas deosculabantur, signantes mihi quod
essent Crucifixi cultores» [«hacían cruces con los dedos y las besaban,
indicándome que eran seguidores de Cristo»] (ibid.,
p. 97).
18 J. Mutgé i Vives, L’aljama sarraïna de Lleida,
pp. 65, 68 y 82.
19 Véase M. B. Basáñez Villaluenga, La aljama sarracena de
Huesca, p. 63.
20 Véanse especialmente A. Ivars Cardona, Dos creuades; J. Sastre Moll, «Aportación mallorquina» y A. Díaz Borrás, Los orígenes de la
piratería.
21 M. T. Ferrer i Mallol, «La defensa marítima».
22 Ead., Els sarraïns,
pp. 85-86.
23 Ibid.,
pp. 86-87.
24 Ibid., p. 87.
25 Ibid., y M. B. Basáñez Villaluenga, La aljama sarracena de
Huesca, p. 64.
26 J. Mutgé i Vives, L’aljama sarraïna de Lleida,
p. 10.
27 Véanse R. Salicrú i Lluch, «Caballeros cristianos»; y también
Ead., «Galícia i Granada».
28 Ead., Usi e costumi iberici.
29 J. García Mercadal, Viajes de extranjeros,
pp. 283-284.
30 Son más bien excepcionales los textos narrativos de viajeros que, con mayor
sensibilidad o conocimiento de causa, pueden intentar describir con la
nomenclatura adecuada las manifestaciones de la realidad islámica; uno de ellos
sería el de D. Messore, Viagio del Sancto
Sepolcro, p. 10: «li
era una moschea, id
est, al
nostro modo una gexia», y también el ya citado Félix Fabri habla de
«Muschkea»
(F. Fabri, Les errances,
p. 93).
31 La «aparatosidad» de la oración islámica a raíz de las diferencias de
gestualidad con la cristiana y los «hurlos» de sus prácticantes son un lugar
común, una constante en las descripciones narrativas cristianas. Incluso Félix
Fabri considera que «ullulabant».
32 Véanse M. Marín, Mujeres en al-Andalus,
pp. 445-452, y M. L. Ávila,
«La estructura de la familia».
33 J. García Mercadal, Viajes de extranjeros,
p. 270.
34 Ibid., pp. 251, 301 y 264.
35 Véase, por ejemplo, ibid.,
pp. 233 (Ehingen) y 295 (Popielovo).
36 Véase R. Salicrú i Lluch, «La diplomacia y las embajadas»,
pp. 96 sqq.
37 J. Münzer, Viaje por España y
Portugal, pp. 117-119, 125, 271 y 277. La suya es, sin
duda, contrastada con la de los nobles y caballeros que hemos nombrado hasta
ahora, la mirada de un autor ilustrado y humanista, aunque su visión
desacomplejada también puede tener algo que ver, desde luego, con el hecho de
que visitara la Península en un momento en que Granada ya había sido
conquistada. Por lo tanto, la visión del musulmán podía ser más fácilmente
suavizada. De todos modos, es evidente que Münzer se muestra mucho más
documentado que el resto de viajeros imperiales que le precedieron; señala, por
ejemplo, justamente (a diferencia de Rosmithal y, en su caso, sin ningún tipo
de reproche), que el Islam permite que los hombres tengan cuatro esposas (ibid.,
p. 129).
38 J. García Mercadal, Viajes de extranjeros,
p. 270.
39 R. Salicrú i Lluch, «El sultanato nazarí», p. 65; F. Vidal Castro, «El asesinato político en al-Andalus».
40 Á. García de Santa María, Crónica
de Don Juan II, pp. 332 y 364.
41 F. del Pulgar, Crónica de los Reyes
Católicos, vol. 2, p. 87.
42 «No és
indubitat rey ne senyor de Granada, com los del dit regne
sien en gran divisió, e
los uns lo hagen per rey, los
altres no. E, per
ço, se
poria seguir que, encara
que agen guiatge de la una part, de la altra los porien cativar e
dampnificar lícitament, pretenent
que ells aquell tal guiatge no han per bo ni per ferm» (R. Salicrú i Lluch, Documents
per a la història de Granada, doc. 353).
43 Ead., «La embajada
de 1479», p. 382.
44 R. Urbani, «Genova e il
Maghrib», p. 200; L. Balletto,
«Famiglie genovesi», p. 60.
45 R. Salicrú
i Lluch, «Els catalans
a Tunis».
46 «Los moros
naturalment són lonchs de conclusió, e neguna rahó que faça
contra ells no·s pot hoptenir, perquè ells àn huna lley que diu que moro
de Déu no pot perdre» (citado por C. Carrère, Barcelona,
vol. 1, pp. 152-153, nota 19).
47 Algo que indica también B. Doumerc,
«La ville et la mer», p. 116 y nota 24, remitiendo a F. Melis, Documenti per la storia economica,
que menciona una carta de Niccolò Barbaro que no he podido localizar.
48 «Minus
fidem accipiatis quod potestis» (Giovanni
da Pontremoli, Lettere di Giovanni da
Pontremoli, doc. 85, p. 101), referencia que he conocido a
través de G. Pettibalbi, «Gli
insediamenti genovesi nel Nord-Africa», p. 136; «quia quaxi nullus reperitur de quo in toto
fidem capere possit nixi cum aliquo suspecto», cita recogida
igualmente en G. Petti Balbi, «Gli insediamenti genovesi nel
Nord-Africa», remitiendo igualmente a Giovanni
da Pontremoli, Lettere di Giovanni da
Pontremoli, pero que, por indicación errónea, no he podido
localizar directamente. En una apreciación referida a los pescadores musulmanes de coral de Túnez,
también se afirma que «no son honestos y que pescan coral de mala calidad» (B.
Doumerc, «Le consulat vénitien»,
p. 457).
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